Capítulo 3: El orfanato


Este lugar tan raro se llama orfanato. Lo leí en un cartel muy grande que había en recepción. Al parecer es donde acogen a los niños que no tienen padres. Pero yo si tengo padre, ¿verdad? Entonces, ¿por qué estoy aquí?

    En el orfanato me tratan igual que en el colegio. Todos se burlan de mí y me pegan. ¿Qué he hecho mal? ¿Por qué no les caigo bien?

    Mi habitación se está cayendo a pedazos; por eso me paso las noches en vela. Sólo las estrellas y esa pequeña cuchilla alivian mi dolor. La pena es que es difícil disimular los cortes en los brazos. Suelo llevar manga larga sólo por eso.

    El orfanato está hecho trizas; hay telarañas y cucarachas por todas partes. No hay ni un sólo color en sus paredes. El suelo de madera está medio podrido, y la comida que ponen en el comedor se basa en un trozo de pan seco y un vaso de leche pequeñísimo. Se me están empezando a notar las costillas, y tengo unas ojeras horribles. Ojalá alguien me saque de aquí.

    Hoy han venido un hombre y una mujer muy bien vestidos aquí; me he tenido que poner una ropa muy arreglada y unos zapatos incómodos que me hacían rozaduras. Luego nos hemos puesto en fila y los señores nos han estado mirando como si fuéramos muñecos en un escapartos. Teníamos que decir nuestros nombres y enseñarles nuestras cualidades. Al final han dicho;

-¡Me llevo a este niño!-luego lo han abrazado y han salido del lugar.

-¿A dónde va?-he preguntado yo.

-Lo han adoptado. Ya tiene una nueva familia. Ahora cállate y sube a tu habitación.-me ha respondido la directora.

   Todos los domingos venía una pareja buscando un niño o una niña para adoptar. Y cada domingo que pasaba peor me veía yo. Pensé que era mejor morir, ya que a nadie le importaría. Pero no lo hice porque tenía la esperanza de que alguien me salvaría de este infierno. Alguien que me quisiera de verdad.

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