Capítulo 2: La pelea




Entonces una de las chicas me pega un puñetazo en la cara y me caigo al suelo. Me duele mucho el moflete. Me doy cuenta de que estoy escupiendo sangre. Intento pedirles que paren, pero ellas siguen pegándome. Se me nubla la vista y comienzo a marearme. Las chicas se alejan, mientras una de ellas me dice:

-Si le cuentas a alguien lo que ha pasado, puedes darte por muerta niñata.

Yo me intento levantar. Pido ayuda para que me echen una mano, pero todo el mundo me mira raro y pasa de mí. Incluso hay un chico que me empuja, se ríe y se va corriendo. Me siento en una esquina. Decido que no iré a más clases por hoy y me pongo a llorar.

    Parece que me he quedado dormida. Ya ha sonado el timbre. Logro levantarme a duras penas y me dirijo hacia la salida. Espero a mi madre por espacio de una hora, hasta que aparece. Dice que me monte rápido en el coche. Creo que alguien nos está persiguiendo. Escucho disparos. Me hago una bolita en el asiento trasero e intento calmarme. De repente unos hombres con un traje azul y una gorra se llevan a mi madre.

Está arrestada señora.—fue lo último que escuché. Le pusieron unas esposas  se la llevaron. Mientras tanto, a mí me llevaron a mi casa. Estuvieron registrando todos los rincones de ésta y sacando muchas bolsitas. Mi padre parecía nervioso; después de un rato se lo llevaron a él también.

Chica, síguenos.—me dijeron bruscamente. Me llevaron a una casa muy grande con un cartel medio roto en el que ponía; "Orfanato".

Yo no entendía nada. ¿Qué estaba pasando? ¿Dónde estaban mis padres?

Me dejaron en la puerta de esa casa con una pequeña maleta y llamaron al timbre. Una señora muy fea salió a recibirnos.

—¿Qué queréis?—dijo la mujer.

Los hombres que me acompañaban le hicieron una cara rara y un par de señas y la señora los llevó hasta una habitación del edificio, cerrando la puerta con llave. No me dio tiempo a decir nada, y decidí esperar a que salieran.

Me senté en un banco lleno de polvo. Por unos momentos temí que mi mamá me viera y me regañase, pero luego recordé que ya no estaba.

  Pasó muchísimo tiempo hasta que todos salieron de la habitación. Los policías cruzaron el pasillo rápidamente sin decirme nada. Que maleducados. 

La mujer que antes nos abrió la puerta se acercó a mi y dijo con voz cansada:

—Hola, bienvenida al orfanato. Que lo pases bien, espero que lleves una maleta con tu ropa.

Negué con la cabeza y ella resopló molesta.

Da igual, ya daremos con algo para ti. Tu habitación es la número 3 de la 5ª planta.

—¿Me pueden decir que está pasando, por favor?—pregunto.

¿Hablaremos más tarde de eso, vale? Ahora vete a tu habitación.

Está bien...

Siguiendo las instrucciones, subo a la quinta planta y le echo un vistazo a mi habitación. Es el cuarto más feo que he visto nunca. Tiene las paredes algo rotas y el suelo está lleno de astillas. Ayer vi hasta una cucaracha, ¡puaj!

Espero que papi y mami vengan pronto a recogerme, no me gusta nada este lugar.

Eso es todo por hoy, buenas noches diario.

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La niña cerró el libro en el que escribía y miró por la ventana; el sol se estaba poniendo y ella aún seguía ahí.

No quería pasar la noche en el orfanato, pero algo le decía que a los demás les iba a dar igual lo que ella pensaba. De todas formas, esperaba no tener que volver al colegio. Aferró la mugrienta almohada con fuerza y se durmió intentando no temblar por el frío que hacía en la habitación.

Aún así, incluso colocándose en posición fetal, seguía estando helada. Annie notó que el frío no venía de fuera, sino de dentro suya. Una tormenta heladora la invadía. Presintió que algo malo iba a pasar.

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