XXIII

Cuando por fin me decido a bajar a comer después de estar dando vueltas en la cama durante tres horas sin poder conciliar el sueño, el reloj marca las tres y media de la madrugada.

Toda la casa está en silencio ni siquiera las brasas de la chimenea se atreven a hacer ni un ruido.

Me pongo una bata y las zapatillas de casa y bajo en dirección a la cocina. No tengo ni idea de qué cenaron pero estoy segura de que mi ración la dejaron a un lado.

Bajo con toda la intención de ir a la cocina, pero cuando llego al último escalón de la escalera y veo que del despacho de Ryder sale luz no puedo evitar acercarme como una niña curiosa.

Miro dentro para asegurarme de que Ryder no está y que solo se ha dejado la luz encendida, y en efecto, eso es lo que parece haber ocurrido.

Entro al despacho y cierro la puerta detrás mía.

Nunca había entrado a esta habitación, o al menos no lo suficiente para pararme a observar los detalles.

Tiene una doble entrada, unas puertas dando al recibidor de la casa y otras dando al pasillo de la derecha.

Todo está maquetado con grandes estanterías oscuras de madera de roble, teniendo en el lado derecho una gran biblioteca llena de tomos antiguos y pesados junto con una chimenea, con dos sillones colocados frente a ella.

En la pared contraria tenemos una especie de mini bar, lleno de licores de mil colores, copas y vasos al igual que los instrumentos necesarios para servir cada bebida. Entre todas las botellas puedo reconocer algunas que también tenía mi padre en casa, principalmente whisky, su bebida favorita.

Me aproximo al escritorio que se encuentra enfrente de las grandes ventanas. Todo está muy bien recogido, el ordenador se encuentra apagado y cerrado, no hay ningún documento ni ningún papel a la vista y todos los bolígrafos se encuentran en sus sitios respectivos.

Abro el primer cajón y solo encuentro sobres y papel de cartas, además de lo que parecen ser tarjetas de negocios con el nombre de May y Hunter referentes al hotel. En el segundo hay folios en blanco y un par de chinchetas, y en el tercero un reloj sin pila y un abrecartas.

Qué extraño. Esto no parece un despacho en el que trabaje nadie.

Levanto la pantalla del ordenador y espero a que se encienda. No se qué estoy buscando pero ni por qué estoy revisando las cosas de Ryder sabiendo que está mal, pero hay algo dentro de mi que me llama a encontrar algo sin saber el qué.

Cuando el ordenador se inicia, como era obvio y de esperar está bloqueado por contraseña dactilar y otra numérica, por lo que no tengo forma de cotillear lo que hay ahí. Lo vuelvo a apagar y lo dejo tal y como estaba.

Me acerco a la gran estantería y comienzo a leer los lomos de los volúmenes, casi ninguno me suena. Salvo por un par de clásicos que conozco el resto tienen nombres bastante similares.

Tengo mi mano colocada sobre uno de ellos "La estrella n°5" cuando escucho la madera del suelo crujir.

Sé que no he sido yo, me encuentro sobre un alfombra, así que por lo que pueda pasar decido dar media vuelta, apago la luz y cierro la puerta. Derecha de nuevo a mi dormitorio olvidándome completamente de la cena pero con una extraña sensación después de haber visto, o mejor dicho, de no haber visto nada en el despacho.

A la mañana siguiente me despierto de golpe cuando escucho un bote de cristal romperse en mil pedazos dentro de mi baño.

Me levanto rápido de la cama y entro en el servicio para ver a May agachada en el suelo recogiendo los trozos de cristal.

—Ay, lo siento. No era mi intención despertarte. Solo venía a cogerte un poco de este perfume que tanto me gustó, solo que se me ha resbalado y se ha hecho añicos.

Indico con un gesto de mano que no pasa nada y la ayudo a recoger, después de dejar el baño limpio y sin cristales bajamos a desayunar.

—Chicas, hoy tenemos que ir a París —nos dice Samael plantando las tazas de café delante de May y mía —investigando el tipo de etiqueta que hay que llevar para la velada en Versalles nos acabamos de dar cuenta que no tenemos ningún traje apropiado, por lo que tenemos que comprarnos ropa.

Asiento sonriente al saber que vamos a pasar el día en París de compras. No se puede empezar mejor el día.

—¿Ninguno de los tres tiene nada acorde con el evento?

—Ryder no tiene que comprarse nada, tiene un traje en color gris claro que le puede servir, pero Hunter y yo tenemos todas nuestras americanas y pantalones en colores oscuros. Lo único que se puede salvar son las camisas, que de esas sí tenemos blancas y alguna que otra azul claro.

—Iremos a mi sastre habitual —habla Ryder entrando en la cocina —y vosotras mientras podéis ir a mirar vestidos y a recoger el que se puso Gala para Toulouse. Me acaban de avisar que ya lo han arreglado.

Continuamos hablando de cosas banales mientras que nos comemos el desayuno, riéndonos y pasando un buen rato hasta que me acuerdo por preguntar sobre anoche.

—Por cierto, ¿algunos de vosotros entró al despacho ayer después de entrenar?

Todos niegan con la cabeza. Ninguno entró.

Los pelos se me ponen de punta.

Porque dentro de mí se que algo raro está pasando.

—¿Lo preguntas por algo en especial? 

La mirada afilada de Ryder se posa en mí, buscando cualquier pequeño detalle que le indique el porqué de mi pregunta, pero prefiero jugarla seguro y fingir que es una pregunta casual.

—No, por nada.

Después de terminar de recoger la cocina nos subimos cada uno a preparar. Yo me pongo un bonito mono bordado y unas manoletinas sencillas, el pelo recogido en una coleta y unas buenas gafas de sol.

Cuando bajo a la entrada de la casa solo están Ryder y Hunter listos. May y Samael por lo que me dicen todavía se estaban vistiendo.

Ryder y Hunter están discutiendo como ir a París para terminar decidiendo por un coche y una moto.

—¿Quién conduce la moto? —pregunto curiosa. Hunter levanta la mano como si estuviésemos en el colegio —¿podría ir contigo? Nunca me he subido en una moto.

Me hace muchísima ilusión probar lo que se siente al ir en ese vehículo.
Yo no sé conducir, nunca me ha hecho falta porque siempre he tenido un chófer, pero me gustaría comprobar cómo es ir a tantísima velocidad en un artilugio metálico como ese.

—¿Quieres llegar viva a París? —ríe Ryder, a lo que se lleva un pequeño golpe por parte del otro —Hunter es un kamikaze en la moto, solo sabe apretar el manillar para aumentar la velocidad. Para él no existe el freno.

Mi cara desde luego tiene que denotar algo de preocupación porque Hunter se acerca y me pasa un brazo por los hombros.

—Que no hagas caso, Plumas. Que por ti voy a una velocidad decente. No te va a pasar nada conmigo, lo prometo.

Estando en estas los dos que faltan llegan al rellano ya vestidos y terminados. Salimos hacia la cochera donde cada uno nos aproximamos a donde vamos a ir.

Hunter me da un casco que parece de mi tamaño y espero a que se ponga él el suyo para qué él me lo ajuste de la manera correcta.

—¿Me explica alguien como dejáis a Gala ir en la moto con el suicida de mi hermano? —pregunta May cuando me ve con el casco puesto a punto de subirme detrás de su hermano.

—¡¿Pero qué tenéis contra mí?! Tú no hagas caso, Plumas. Son unos exagerados.

***

—¡Gala necesitaría que aflojases un poco el agarre de mi cintura! ¡Por favor!

La voz de Hunter me llega distorsionada a causa del viento, aún así la entiendo bien claro. Pero no hay manera de que suele mi agarre. Ni loca.

Nada más salir de la casa perdimos de vista el coche a medida que fuimos cogiendo velocidad, hasta el punto de que las cosas alrededor nuestra se volvían borrosas.

No voy a mentir, estoy aterrada, sobre todo cuando llega alguna curva y la moto se tumba ligeramente, haciendo que el peso de la inercia caiga sobre nosotros y nos tiente con dejarnos caer. En esos momentos me agarro con el triple de fuerza.

Aunque si soy honesta conmigo misma, a la vez que sufría por mi vida el chute de adrenalina que mi cuerpo recibía hacía que algo dentro de mí lo disfrutase. Muy al fondo pero algo sí lo estaba disfrutando.

Parece ser que el punto de encuentro es uno de los hoteles de los mellizos, ya que Hunter entra por el parking de uno de ellos y subimos al lobby a esperar al resto.

Me siento como un fideo cuando me bajo de la moto, con las piernas temblorosas y los brazos doloridos por agarrarme tan fuerte al torso de Hunter, me apunto mentalmente el no subir nunca más con él a una moto.

—¿Y qué tal? —me pregunta con una sonrisa de oreja a oreja —es genial la sensación de velocidad, ¿verdad?

—Hunter, te voy a ser sincera. Preferiría hacer un despegue en vertical con las alas mojadas durante una tormenta eléctrica.

—¿Y eso que se supone que...?

—¡Mira, ahí están el resto!

Me levanto del sillón antes de que le dé tiempo a terminar de formular la pregunta, me sujeto del brazo de May y la dirijo hacia la salida.

—Por favor, nunca me dejes montarme en la moto con tu hermano —susurro disimuladamente, a lo que solo consigo sacarle una carcajada.

Nos dirigimos hacia Galerias Lafeyette donde May y yo comenzamos a mirar vestidos con la ayuda de los chicos.

Hay cientos de opciones y todos preciosos pero hay uno que me llena especialemnte la atención.

Dejo al resto sentados en la zona de espera de los probadores y sigo a la dependienta que me va a entregar mi talla para probarme. Una vez lista salgo del probador hacia la zona donde están los chicos.

El vestido es una preciosidad, en un tono rosa empolvado, tiene las mangas abullonadas y un tul cubierto por pequeños lunares del mismo tono, un corpiño en seda con el detalle de enlazado por detrás. Sin duda algo que me hubiese hecho mi costurera en casa para cualquier evento especial.

Cuando me ven salir del probador sus caras lo dicen todo y creo que este es el indicado.

—Estás genial, Gala. No te pruebes más, este es el elegido —me halaga Samael mientras que doy una vuelta sobre mí misma. Sin duda hacía mucho que no me enamoraba de tal manera de un vestido.

Emocionada al escuchar el resto de comentarios de aprobación, vuelvo casi corriendo a la zona de vestidores para ponerme mi ropa. Pero al ir tan rápido me choco de frente contra un hombre al girar la esquina, haciendo que se le caigan las gafas de sol que llevaba en el cuello de la camisa.

Me agacho rápidamente para dárselas y pedir perdón, pero apenas estiendo la mano las agarra y se va sin darme una oportunidad a decir nada. No parece molesto, pero sí que aprieta el paso después de nuestro encontronazo.

Me resulta raro y algo maleducado, pero bueno.

Veo que no todo el mundo está teniendo un día tan bueno como el mío.


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