XX

Cuando me despierto me siento como si no hubiese dormido nada. Sigo tan cansada como anoche.

Me doy cuenta de que estoy arropada con las sábanas y cuando abro los ojos lo primero que me encuentro es una mirada glaciar. Tardo un poco en caer que es de Ryder.

—¿Has dormido aquí conmigo? —pregunto con un hilo de voz.

—Corrección, tú has dormido conmigo. Esta es mi cama.

Me dedica una pequeña sonrisa somnolienta ante la cara que tengo que tener. Su voz recién levantado es el doble de grave que lo habitual y pocas veces le he visto tan despeinado.

—Primero me besas y luego duermes conmigo. Si no te conociese diría que estás intentando algo.

Noto como me da una patada suave y sus mejillas ponerse coloradas en contra de su voluntad. Río suavemente y esconde su cara en la almohada.

Vuelvo a cerrar los ojos disfrutando de esta paz momentánea, una tregua que anoche parecía imposible. Me rasco los ojos con el dorso de la mano para darme cuenta que tengo una venda en ambas que me rodea las heridas. Las escondo de nuevo debajo de las sábanas.

—Yo también solía hacer eso —el comentario me pilla desprevenida, mucho más el que me señale en sus manos los pequeños trazos blancos en forma de medialuna —era mi forma de ayudarme a controlarme, de mantenerme presente. Un vicio bastante malo.

No especifica mucho y tampoco entiendo muy bien a qué se refiere aunque no le presiono para que diga mucho más. Demasiado que me está diciendo esto.

—Anoche cuando te estaba curando las heridas me fijé que esta no es la primera vez que te lo hacías. Tienes marcas de muchos años atrás y algunas más recientes. ¿Por qué?

Buena pregunta. A veces ni yo tengo la respuesta.

—No es fácil ser la niña perfecta y cumplir las expectativas de todos todo el tiempo. Incluso hasta una rosa blanca tiene una sombra oscura. Era una forma de desquitarme sin que nadie se diese cuenta.

Mueve la cabeza como forma de entender a lo que me refiero.

—¿Por qué no te curas con tu ambrosía?

No puedo curarme a mí misma —respondo sin darle importancia mientras que agarro su mano para observarla. Tiene pequeños cortes que parecen frescos de ayer —los ángeles nacemos para servir, para ayudar; no para fines egoístas o para nuestro propio interés.

No dice nada y tampoco retira la mano, me deja observar todas las marcas que tiene, unas más notorias que otras sobre su piel blanca.

Me encantaría conocer la historia detrás de cada una de ellas.

—Anoche pudo con todos nosotros la situación, ¿verdad? —no lo digo con maldad ni con intención de empezar una pelea, solo como una observación. Todos somos conscientes y responsables de nuestra acciones y las tenemos en cuenta.

Me mira fijamente a los ojos en cuanto digo eso en un susurro. Son el gris más claro que he visto jamás.

—Lo siento.

Wow, eso sí que no me lo esperaba.

—Fui un capullo contigo y con el resto. Tenías razón cuando dijiste que el veneno de Maximilian fue por despecho, es verdad. Él no nos ha hecho nada y no debí tomarla con él, mucho menos cuando podía haber tenido consecuencias fatales si algunes nos hubiese descubierto. Perdón.

Se nota que no está acostumbrado a pedir disculpas, se le ve indeciso y titubea a la hora de hablar pero el detalle de pedir perdón es enorme y significa mucho para mí.

—Supongo que yo lo único por lo que tengo que pedir perdón es por clavarte una aguja china en el pecho. El resto te lo merecías.

—Supongo que sí.

Los dos nos reímos aliviados de haber enterrado el hacha de guerra. Sin rencores.

—¿Sabes? Eres un incordio con las alas mientras duermes.

Hace el comentario casual, como quien habla del tiempo. Me río y oculto mis alas, pudiendo quedarme mirando el techo en la cama sin molestarle.

—¿Así mejor?

—Mucho mejor, he tragado suficientes plumas esta noche para rellenar una almohada —tose falsamente en mi dirección, llevándose un pellizco —auch.

—Si te hubieses dormido en mi cama no habrías tenido ese problema.

—Y dale, que no me iba a dormir en otra cama que no fuese la mía.

—Haberme llevado entonces.

—¿Como quieres que te lleve con las alas? ¿Cómo se supone que te cojo en brazos? Además por lo que se las alas pesan casi más del doble que tú y yo también, te lo creas o no, estaba cansado.

Deshecho con un gesto de mano el comentario que acaba de hacer y me incorporo a la misma vez que él.

—Deberíamos pedir algo para comer, ¿te apetece?

Nada más mencionar la palabra comida me doy cuenta del hambre que tenía, asiento rápidamente y Ryder agarra el teléfono de la mesita de noche para pedir a cocina que suban algo a la suite.

—¿Por qué no has pedido para el resto?

—Se han ido con Samael al hospital para que le echasen algo en la quemadura y en las llagas, a ver si tenía que tomar algún medicamento de esos raros para la piel. Me avisaron antes de irse que iban a tomar el almuerzo fuera.

Se quita las sábanas de encima y va al baño, de camino coje la camiseta gris que hay tirada en el suelo y se la pone.

—¿Nos han visto durmiendo juntos?

—Voy a fingir no haber escuchado eso por decimoquinta vez en diez minutos, Gala —el agua del lavabo empieza a correr y a los pocos segundos sale peinado y secándose la cara —estas un poco espesa a estas horas, eh angelito.

—Oye, has dicho que iban a almorzar fuera, ¿no te referías a desayunar?

—Son las cuatro y media de la tarde, a estas horas como que ya casi es la merienda.

Me sorprendo al darme cuenta de lo mucho que hemos dormido. Sin duda caí rota anoche.

Cuando Ryder sale del baño me meto yo para lavarme la cara y hacer lo necesario. Me recojo el pelo en una coleta alta y me lavo la cara, todavía con las pestañas ligeramente tintadas de negro por el rímel.

Cuando salgo ya está la comida aquí, servida en un carrito con ruedas típico del servicio de habitaciones. Mi tripa ruge ante el olor del café.

—He pensado en comer en el balcón, hace un día muy bueno.

Entre los dos sacamos las bandejas a la mesa de la terraza y una vez todo colocado nos sentamos. Estoy tan hambrienta que incluso me emociona quitar las tapas de los platos.

Casi suelto un chillido de emoción al ver todo los platos que ha pedido de comer. Huevos benedictinos, tostadas de aguacate y miel, panecillos con queso fundido y paté, otras tostadas con tomate y pavo, un bol lleno de frutos del bosque. De bebida hay café, zumo de naranja, leche y una jarra con mimosas.

—Woah, se te acaban de poner los ojos en forma de corazones.

Comemos nuestro almuerzo-merienda tranquilamente bajo el sol de Toulouse con una charla agradable viendo como los ángeles vuelan por encima nuestra o a la altura de nuestro balcón.

Se me hace raro en verdad, siempre he vivido en Aurivana donde todos somos ángeles y hasta ahora nunca me había parado a pensar que los ángeles, nefilim, humanos y demonios conviven todos juntos en las ciudades convencionales. Es agradable ver esa mezcla.

—Estas mimosas son las mejores que he probado nunca. Y he probado muchas —remarco apuntándole con el cuchillo.

—No si ya, te has bebido la jarra entera —responde bromeando —nunca te había visto comer tanto desde que apareciste en París.

Me encojo de hombros para no responderle con la boca llena y al verme en esa situación comienza a hacer gestos raros para hacerme reír.

—Fydef... Pof favof. No.

Mastico con más rapidez intentando tragar tan rápido como puedo antes de que me atragante o algo con la risa, pero justo cuando estoy dando un sorbo al café Ryder hace una cara seguido de un sonido que son suficientes para que escupa todo el café si no quiero atragantarme.

—Ryyyder... —me quejo intentado estar seria mientras separo la camiseta del pijama de mi cuerpo llena de café, el otro por su parte, está en la silla intentando conseguir algo de aire en mitad de su ataque de histeria —te tenía que haber escupido el café en la cara. Que no tengo ningún otro pijama —me quejo haciendo un puchero.

Cuando por fin consigue articular palabra medianamente me señala uno de los cajones del sinfonier.

—Hay... hay una camiseta azul clara en el primer cajón... que creo que es suficientemente larga para tí, pontela anda.

El muy cabrito se queda llorando de la risa en la terraza con un puñado de servilletas para limpiar el suelo mientras que me quito el pijama y me pongo su camiseta. No es tan larga como me gustaría pero me vale por el momento.

—¡Gala, saca mi portátil, tengo que enseñarte algo!

Le escucho gritar desde el baño, y antes de salir de nuevo a la terraza agarro su portátil de la mesa de centro que hay en el cuarto. Rara vez me ha dejado acercarme a él cuando lo está usando, mucho menos tocarlo.

Da un par de golopecitos al lado suya para que me siente, cosa que hago de inmediato.

—Anoche cuando nosotros nos quedamos en el palacio para intentar averiguar algo recibimos un mensaje de Hunter dándonos una sugerencia que casualmente había sido idea tuya. Le dijiste que era imposible que no les hubiésemos escuchado acercarse al laberinto sin nosotros darnos cuenta y entonces caí. La única forma que hubiesen podido llegar sin hacer ruido eran tres, cada una más remota que la otra —escucho con atención lo que dice, ya que medio entiendo a qué quiere llegar —la primera es que fuesen como yo, cosa que dudo; la segunda que tuviesen alas, para no pisar la hierba; y tercera que se acercase mediante un portal abierto por un crizol. Todas las opciones son un poco improbables así que estábamos planteando la opción de que los gobernadores de Toulouse estuviesen tambien ayudándo y les hubiesen dejado ir por los pasadizos.

—Huumm... No sé, la verdad. La opción que más realista me suena es la del crizol.

Entiendo el porqué no le termina de cuadrar del todo a Ryder, pero es la opción que parece más fiable.

—Yo también pienso eso, pero un demonio no puede crear un portal a través de un crizol, incluso aunque se lo haya dado tu padre. Mira —abre una carpeta en el ordenador e introduce un par de contraseñas para acceder a un documento con fotos, amplia una y gira el ordenador para que yo la vea mejor.

Es una foto no de la mejor calidad, tomada desde lo que parece un escondite, a tres hombres vestidos de traje. Está un poco borrosa, pero es suficiente para poder hacerme una imagen clara de los rostros de cada uno.

—Oye, la cara que has puesto no me está gustando ni un pelo.

Señalo con la punta de mi dedo al hombre que se encuentra en medio, el único con la pistola desenfundada.

—Utilizaron los crizols, no hay duda.

—¿Cómo?

—Porque yo he comido al lado de este hombre, ha estado en mi casa y le conozco. Es un nefilim y es el gobernador de Andorra. Es uno de los guardianes.

Estas palabras sientan como un jarro de agua fría ya que esto complica un poco la situación. Hay más personas jugando a este juego con nosotros, personas con poder y que me pueden reconocer, personas que todavía no conocemos. No es bueno. Se pasa las manos por el pelo dejando ver la frustración de encontrar más y más problemas a lo largo del camino.

—Voy a avisar al resto. Tenemos que volver a París.

Ryder entra en el dormitorio a buscar el teléfono, dejándome en el balcón. Toda la tranquilidad y la calma de esta mañana acaba de romperse en mil pedazos.

Pero lo que no sabían es que, mientras que ellos disfrutaban de un almuerzo con las vistas y el sol de Toulouse, alguien desde otro tejado no les había quitado ojo de encima. Observa como el chico se mete a la habitación, dejando a la pelirroja sola. Antes de irse guarda en su bolsillo un trozo de tela púrpura que parece haber sido desgarrada, da un último vistazo al balcón ahora vacío y desaparece sin dejar constancia de su presencia.

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