XVII

Intento no mostrar sorpresa, recomponiendome todo lo rápido que puedo para así al menos tener una oportunidad. Solo espero que haya bebido suficiente alcohol a estas alturas.

Archer me suelta, pero sigue todavía mirándome sin saber qué decir.

—Disculpe, no le había visto salir. Las prisas no son buenas —hago un pequeña cortesía y me doy media vuelta dispuesta a continuar antes de que él pueda reaccionar.

—¿Graciella, eres tú?

Me giro para mirarle de nuevo con una sonrisa sutil.

—Creo que se ha equivocado, me llamo Camille.

Se le ve confundido cuando me escucha hablar en francés pero creo que el llevar ocultas las alas le está echando aún más para atrás en cuestión de decidir si soy yo realmente.

—Ah, lo siento señorita. Pensé que usted era...

—¿La hija del arcángel Rafael? —le corto antes de que pueda terminar la frase y sonrio más ampliamente al ver que asiente despacio. No se lo que estoy haciendo. No tengo ni idea —ya me han confundido más veces con ella, no se preocupe, no es el primero, pero siempre me queda la curiosidad de como es esa chica. Todavía no la he visto.

Algo más aliviado y con mejor color de cara Archer me sonríe como pidiendo disculpas. Con las mejillas coloradas me doy cuenta de que pueden ser o por el vino o por la vergüenza y ambas juegan a mi favor.

—Lo siento, es que son tan parecidas... Usted no tiene las pecas de ella y obviamente tampoco las alas pero aún así el parecido es tanto —me río a la vez que me atuso el pelo, intentado salir de aquella conversación tan rápido como pueda.

—Si me disculpa, debería ir a buscar a mi marido. La cena está a punto de comenzar. Gracias de nuevo por evitar que me cayese.

No me espero a ver si se queda quieto, si da media vuelta o si se dirige al comedor, pero yo tengo que ir ya a los jardines sin perder tiempo.

La noche es fresca y todo el vello se me eriza en cuanto atravieso las puertas que dan a las escaleras del jardín.

Bajo tan rápido como puedo quejándome cuando noto como los tacones me van haciendo herida en los talones.

—Ahora no es momento —resoplo mientras que agarro el vestido para quitarme los zapatos.

No hay ningún guardia a la vista por el jardín y atravieso el césped corriendo hasta llegar a uno de los laberintos de setos.

Dos giros a la izquierda, recto, uno a la derecha, uno a la izquierda.

La hierba amortigua el sonido de mis pisadas y la única luz que tenemos es la de la luna que se pierde cuando la tapan las nubes pero aún así es suficiente para apañarnos.

El corazón se me acelera cuando llego al último giro y todavía no escucho sus voces. Si no están ahí es que algo ha tenido que torcerse.

Cuando tuerzo la escina casi se me escapa un grito al notar el frio filo de un puñal en mi garganta. Lo aparto de un manotazo me giro para quejarme a Hunter.

—¿Se puede saber...? —en cuanto veo que todos tienen las armas sacadas y Hunter me indica con un dedo sobre la boca que me calle se que algo o alguien anda lo suficientemente cerca como para escucharnos.

Dejo los tacones en el suelo y saco una de las dagas que tengo en la pierna, y en ese momento cuando el silencio es total lo escucho.

Pisadas sobre la hierba, muy sutiles, seguro que fuera del laberinto; pero aún así cerca de nosotros.

Pero se me hace extraño, porque unas pisadas tan sutiles solo pueden pertenecer a un niño y estoy segura de que no hay ninguno por aquí a estas alturas.

Así que o son personas con entrenamiento de caza o son ángeles que están utilizando las alas para amortiguar el ruido o son demonios como Ryder, aunque en ese caso el ruido sería inexistente.

Cuando ha pasado lo que se siente como una eternidad May se pone de pie arreglándose el vestido.

—Tenemos que terminar con esto cuanto antes —dice guardando el puñal que había sacado. Imito la acción y me saco una rama que se me había enganchado en el pelo.

—¿Se puede saber donde te habías metido? —regaño a Hunter dándole un golpe en el hombro —te estábamos buscando como locos.

—Llevo aquí desde antes de que se anunciase que la cena iba a comenzar. ¿Donde estabas tú? Casi le toca volver a May a buscarte.

—Archer me ha visto —respondo a la misma vez que me giro a mirar a Ryder. No se si habrá puesto al día al resto pero cierra los ojos a la vez que murmura algo por lo bajo —y no solo eso, me ha parado para preguntar que si era yo.

—¿Qué le has dicho?

—¿Qué le voy a decir? —digo poniendo los brazos en jarras y elevando la voz algo más de lo que me hubiese gustado —que se había confundido, obviamente.

—Bueno, eso es algo de lo que ya nos preocuparemos. Tenemos otro problema.

Ryder comienza a andar hasta la parte donde el laberinto se abre en una especie de plaza con una fuente en medio y varias flores alrededor. Veo las piernas de los objetivos colocadas en el suelo, drogados con el veneno de May y Hunter que los mantendrá inconscientes hasta bien pasado el alba.

Pero extrañamente no hay tres pares de piernas, hay cuatro y cuando me acerco lo suficiente para que la fuente no me tape las caras no puedo contener la exclamación de sorpresa que se me escapa.

—¡Estáis locos! ¿¡Qué se os ha pasado por la cabeza cuando habéis hecho esto?!

Corro esquivando las piernas de los otros hasta colocarme de rodillas al lado de Maximilian. Sostengo su cabeza en mis manos y le aparto el pelo rubio de la cara, para darme cuenta de que tiene una brecha en el nacimiento del pelo.

—¿¡Pero qué os pasa?! ¡May, Ryder!

—¿Te quieres calmar? —pregunta Samael agarrandome del hombro. Me deshago de su agarre con un movimiento brusco y le lanzo una mirada asesina a todos los que están allí.

—¿Tenías que golpearle en la cabeza? ¿No era suficiente inyectarle veneno de demonio en el torrente sanguíneo?

Noto como a medida que sigo hablando las miradas de todos se van endureciendo, pero me da igual.

No voy a permitir que se ceben con Maximilian estando yo aquí y solo por gusto propio. Me niego. Sigue siendo mi amigo y mi prometido.

Y todavía le quiero.

—Ya basta de tonterías, Graciella. Demasiadas por una noche.

Ryder se acerca a mí y agarrandome de los brazos me pone de pie tan rápido que ni me doy cuenta.

—¡Que no me toques, Ryder! —me quejo revolviendome en sus brazos.

—Ya he tenido suficiente de tu espectáculo de princesita por hoy. Te toca hacer tu parte del plan —exclama zarandeandome.

No se en qué momento se me pasa por la cabeza ni como lo hago pero en un movimiento rápido consigo sacar una de las agujas chinas de mi pelo y posar la punta de esta en el pecho de Ryder.

Ninguno de los otros chicos se mueve, pero puedo ver cómo May se pone en posición de ataque con la duda marcada en el rostro.

—Gala, retira eso de ahí. Todos sabemos que no le quieres hacer daño —la escucho hablar con la voz ligeramente temblorosa pero firme.

—Esto no es justo —murmuro sin estar segura de que me hayan escuchado.

—Sabes que con un movimiento de dos manos podría dejarte tan KO como tu querido prometido en el suelo, ¿verdad?

Otro ramalazo de ira, la punta haciendo un poco más de presión.

—Joder tío, cállate.

—Ryder, cierra la boca por una vez en tu vida.

Bajo los ojos hacia donde tengo la presión de la aguja. Me duele la mano de tan fuerte como estoy apretando el mango y por lo visto también la cuchilla. Porque cuando miro hacia abajo veo un pequeño hilo escarlata ir dibujandose en la camisa blanca de Ryder.

Todos se han dado cuenta, él incluido.

Sus ojos chocan con los míos y nos quedamos ahí, congelados en el tiempo.

—Sabes que si aprieto te podría atravesar el pulmón, ¿verdad? —pregunto con el mismo tono condescendiente que él ha usado antes.

Ahora sí que sí se podía cortar la tensión con un cuchillo.

Por un momento el demonio de pelo blanco vio relucir en los ojos de aquella princesa algo que nunca había visto, algo que nunca había experimentado. No era la adrenalina de tener un cuchillo apuntando al pecho del joven. Era algo mucho más grande y peligroso.

Porque en ese instante se dio cuenta de que aquella chica tenía algo en su interior mucho más valioso de lo que nadie pensaba, ni siquiera ella. Y eso tarde o temprano, fuera lo que fuese, iba a terminar dándose a ver.

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