VIII
Después de una comida rápida en la que apenas pruebo bocado, subo a mi cuarto diciendo que quiero dormir un poco porque estoy agotada. Ryder no pone pegas y le dejo con Hunter en el comedor. Ahora es su turno para inventarse una excusa para subir a vestirse.
El plan es que yo voy a fingir ser la sobrina de la familia Chavalier y Hunter hará de mi guardaespaldas. Conozco suficiente información como para responder a varias preguntas si fuese necesario pero tengo que idear una buena estrategia. Es precipitado, pero si nos sale bien ganamos los mapas, y si no, simplemente nos retrasamos, pero no perdemos nada.
Abro el armario buscando la ropa indicada. La familia Chavalier pertenece a las más altas esferas del país y por lo tanto, es de suponer que una chica joven querría aprovechar todo ese dinero para ir vestida con los mejores diseñadores.
Saco una falda de tul azul pastel que me llega por debajo de la rodilla, una blusa blanca y unos preciosos tacones nude con la suela roja. Hablan por ellos mismos. También decido ponerme la cazadora de cuero negra que he estado llevando estos días.
Me voy al baño y ya vestida me comienzo a maquillar. Si no me tiro al menos treinta minutos intentando tapar la línea amoratado de mi cuello no hubiese sido capaz de ocultarlo. Aunque no es mucho, un poco de colorete, máscara de pestañas y pintalabios sí hacen una diferencia. Dejo mi cabello suelto y me lo coloco en un semi recogido, poniendo horquillas con apliques de perlas aquí y allá para dar un toque más elegante.
Un rato después de haber terminado oigo como suavemente llaman a la puerta, seguida de la voz de Hunter.
—¡Chist, Plumas! Ryder se acaba de bajar a la sala de entrenamiento.
En cuanto me dice esto me levanto de la cama y abro la puerta.
Hunter está justo delante de ella, con un traje y corbata negra y camisa blanca. Desde luego que va muy apuesto.
—Wow, estás genial —digo genuinamente.
En serio que está demasiado guapo.
—Tú tampoco estás nada mal, Graciella —me responde guiñandome un ojo y doblando su brazo para que me agarre a él como todo un caballero —veo que has sacado a estrenar los famosos 'red bottoms' por los que toda chica mataría.
Me miro los tacones que llevo puestos y la verdad es que, aunque sencillos, son el culmen de la elegancia.
Bajamos las escaleras y salimos hasta llegar a las cocheras, donde cuando la abre, puedo observar una fila de al menos cinco coches diferentes.
—Oye, no es por ser bruto ni nada —dice Hunter sonriendo mientras que mira la pantalla del navegador y apagando el localizador para evitar que Ryder nos localice —pero andas un poco raro en los tacones. ¡No me mires así!
—Normalmente suelo andar bien, pero ten en cuenta que de normal los tacones de por sí hacen daño y llevo una paliza en el cuerpo que hace que me cueste respirar, así que no te metas conmigo.
Levanta las manos del volante un segundo en señal de paz y niega con la cabeza.
—Buen punto, buen punto. Se acepta.
El resto del camino lo pasamos escuchando música, Hunter cantando a pleno pulmón mientras que yo solamente intento no morir ante sus graznidos.
Cuando entramos en la zona más céntrica de París ya está comenzando a anochecer, a pesar de que son las cinco y media. Hunter conduce con seguridad por las calles, sabiendo a dónde debe ir, y cuando paramos, lo hacemos delante de un gran edificio de fachada blanca con bonitos balcones y tejado azul. Total distintivo de los edificios parisinos.
En la entrada hay dos guardias armados, por lo que para dar el pego Hunter de una vuelta al edificio y me hace sentar en el asiento trasero; y ya a la segunda sí que para el coche delante del edificio bajo la mirada de los soldados.
Sale de su sitio y se abrocha la americana a la vez que hace un pequeño gesto de cabeza a los hombres que hay en la puerta para luego venir y abrir la mía.
Me tiende una mano y me ayuda a salir del coche. Esta vez sí que evito que se me note algo raro al andar, por lo que me trago el dolor y con paso firme entro en los archivos nacionales con Hunter siguiéndome los talones.
Pienso en mi madre, en como siempre que entraba en una habitación todo el mundo se giraba a mirarla. Imponente. Quiero sentir eso también.
El interior del edificio está hecho en mármol y hay hombres y mujeres trajeados yendo de arriba a abajo.
Me acerco al mostrador que justo delante de la puerta y con mi mejor francés me dirijo al señor trajeado que hay ahí sentado.
—Bonjour mademoiselle, ¿en qué puedo ayudarla? —me pregunta en cuanto me ve pararme. Tiene una mirada seria y no tiene cara de que se ande con tonterías. Donde primero se fija es en la herida del pómulo.
Hora de sacar la princesita mimada que siempre he llevado dentro.
Me apoyo con los codos en el mostrador y con una mano empiezo a jugar con un mechón de pelo. Espero que toda la información que tengo de la familia Chavalier no esté desactualizada, si no, todo el plan se va al garete.
También espero que Hunter no se ría de mi intento de niña pija francesa.
—Ay, hola, buenos días, monsieur. Espero que pueda ayudarme, estaba buscando el mapa de la propiedad de la familia Chavalier —esa última parte se la digo con la voz más baja, haciendo que se arrime un poco para escucharme mejor.
—Mademoiselle, me temo que no va a ser posible. Esos son archivos privados.
Hago un puchero delante suya y me giro a Hunter como si él fuese a tomar acción, ante mi gesto da un paso hacia delante y la cara del secretario cambia.
—Verá... Yo soy Camille Chavalier y me encantaría poder tener esos mapas. Quiero hacerles una sorpresa a mis tíos y voy a reformar todo el salón de baile y jardines exteriores; por lo que los decoradores los necesitan.
—Señorita, necesitaría su carnet de identidad para confirmar que es usted.
Ay, este es duro de roer.
—¿Usted se cree, que yo, la sobrina de Edward Chavalier necesita carnet de identidad? Monsier, usted ya debería haberme dejado pasar hace un rato.
El señor me mira con incredulidad y estoy segura de que como no monte un drama aquí delante no voy a conseguir nada, por lo que con toda mi concentración y dotes de actriz empiezo a hacer que se me cristalicen los ojos.
Miro hacia un lado y doy un fuerte suspiro para que cuando le vuelvo a mirar los ojos, ya los tengo un poco llorosos y me tiembla la voz notablemente.
—Señor, yo no se qué hacer para convencerle. De verdad que no tengo ninguna mala intención —cuando ve caer la primera lágrima por mi mejilla pierde todo el color de su cara, se levanta de la silla y me observa preocupado, mirando a un lado y a otro consternado de que algunos colegas puedan ver la que se está liando —cuando mis padres murieron atacados por la escoria que son los demonios mis tíos me acogieron en su casa —más lagrimas, voz temblorosa y unos poquitos sollozos —ellos son todo para mí y para algo que quiero y puedo darles a cambio a todo lo impagable que han hecho por mí, usted no me lo permite solo porque se me ha olvidado traer conmigo mi carnet y estoy segura de que me está juzgando por la herida que llevo en la cara, que hace que desconfíe más de mi...
—No, no, mademoiselle, ese no es el caso —sale de detrás del escritorio y se coloca a dos pasos de mí. Parado súbitamente al ver que Hunter se pone en tensión a mi lado.
Sigo llorando aún más dramáticamente y veo que comienza a ceder.
—Se que es horroroso, pero el otro día me caí del caballo porque se asustó cuando vió una serpiente y no me lo he podido tapar con maquillaje y además usted me está juzgando y yo solo quiero poder hacer algo bonito por mis tíos y no se qué más decirle para convencerle.
No se en qué momento a Hunter se le ocurre intervenir, pero con una voz completamente seria y terriblemente sexy en frances le pregunta.
—Si mademoiselle Camille le dijese un dato sobre el servicio de la casa, algo que solo alguien que vive allí supiese, ¿seria suficiente para que nos trajese los mapas?
El pobre hombre, ya sin saber donde meterse, asiente rápidamente y mira en mi dirección, casi esperanzado a que le dé un dato correcto.
—El servicio doméstico de la casa es el único que lleva un uniforme de color azul celeste, demostrando que el linaje nefilim de la familia proviene de unos de los tres arcángeles originales.
Sin decir una palabra se da media vuelta y desaparece por un pasillo. A los pocos minutos aparece con dos tubos de cartón preparados especialmente para guardar grandes mapas y planos. Se los entrega a Hunter y le sonrio sin mostrar los dientes.
Ya saliendo de los archivos, Hunter me abre la puerta del coche que todavía sigue esperando. Entro en la parte de atrás y él coloca los mapas en el maletero. Cuando ya hemos torcido la esquina, me coloco entre una nube de tul azul en el asiento del copiloto.
Me tiende un pañuelo mientras que su risa poco a poco se va haciendo más y más sonora hasta que a mí también me la contagia. Terminamos los dos riendo como focas dentro del coche de la actuación que acabamos de hacer, aliviados de que un plan tan improvisado haya salido así de bien.
—¡Eso ha sido maravilloso, Gala! Por un momento he llegado a creer que esa niña pija eras realmente tú —se limpia las lágrimas de la risa con el dorso de la mano y me echa un vistazo rápido, casi como comprobando que soy yo misma de nuevo —luego me he acordado de que eres la cosa más inocente que ha pisado esta tierra y se me pasa.
Sigo riendo ante todo lo que acaba de suceder, abrumada por la felicidad que siento en el momento.
Estoy deseando poder contárselo a Samael.
Tan metida estoy en nuestra broma que no me doy cuenta de que Hunter en vez de volver a casa sigue callejeando por las calles del centro de París. Ya es noche cerrada y los paseos de la ciudad están iluminados con cientos de farolas que imitan a la luz de las velas. Aparca el coche en una calle y me hace bajarme sin tener ni idea de qué está pasando. Se puede escuchar el ruido de una calle ajetreteada un poco más lejos y música proveniente de uno d ellos balcones que cuelgan sobre nuestras cabezas.
—Creo que ya es hora de que conozcas París como se debe.
Me da la mano y me lleva hasta el final de la calle,medio corriendo, medio a trote; y cuando salimos a la avenida, el primer edificio que se alza ante mí es el Arco del Triunfo.
Suelto una exclamación ahogada ante la belleza de tal monumento y calibre. Es arrebatadora.
Hunter me deja observarlo sin decir nada, esperando a que asimile el estar por fin en la ciudad de mis sueños.
Cuando me giro para preguntarle no me da tiempo ni siquiera. Me vuelve a agarrar de la mano y se acerca hasta un puesto de flores. Pide rápidamente un ramo de rosas blancas y margaritas y cuando ya lo ha pagado me lo entrega. Son preciosas y huelen de maravilla. Lo primero que voy a hacer en cuanto lleguemos a casa es ponerlas en un jarrón bien grande en mitad del salón.
—Señorita, de tu guardaespaldas a tu guía personal, esta noche vas a conocer la famosa "ciudad de las luces" o como mi forma preferida de llamarla, "la ciudad del amor".
Y así fue, esa noche dos amigos caminaron juntos, bailaron, bebieron y disfrutaron de la ciudad más hermosa jamás creada. Se dejaron llevar por las aguas del Sena y por la música proveniente de Montmartre; sin pensar en el tiempo, sin pensar en nada. Ellos contra el mundo, hasta que las campanas de la iglesia del Sagarado Corazón marcaron las tres de la mañana, resonando por las calles vacías y retumbando en sus oídos.
Porque bajo las luces de la Torre Eiffel solo se escucharon las carcajadas de un ángel y un demonio, olvidando quienes eran y siendo quienes quisieron ser.
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