VI
Vamos todos metidos en una furgoneta negra. Ya es noche cerrada y quedan quince minutos para el encuentro. Estoy muy muy nerviosa y no puede dejar de pensar en si seré capaz realmente de utilizar las armas que llevo contra otra persona.
—Escuchad —Samael capta la atención de todos mientras conduce, habla sin quitar los ojos de la carretera ni un segundo —vamos a intentar que esto sea lo más limpio posible. No quiero que empecéis una pelea a no ser que ellos la empiecen, pase lo que pase. May, te lo recalco porque sé que te gustan mucho los follones, no empieces una pelea.
May resopla y Ryder a mi lado murmura algo entre dientes. Sin duda Ryder está totalmente en contra de esto.
—Gala... —parece dudar de sí mismo ante lo que va a decir a continuación —intenta mantenerte a salvo, si ves que la cosa se pone muy fea...
—No vayas por ese camino —le corto —no me voy a esconder y no voy a huir, tenlo claro. Si aquí os arriesgais todos, yo también. Puede que te guste llamarme princesa y toda esa broma, pero no estoy hecha de cristal.
Mis palabras suenan rotundas en la furgoneta y puedo ver cómo May agacha la cabeza y sonríe con orgullo, al igual que veo a Ryder evitar sonreír. No veo la reacción de Samael, pero Hunter le pega un puñetazo amistoso en el hombro.
—Fíjate, Samael. Nos ha salido guerrera Plumas.
El resto del camino lo hacemos en silencio y cuando ya hemos entrado en la ciudad, el coche no se dirige a las bonitas a venidas centrales. Tomamos la carretera de circunvalación que lleva a uno de los suburbios, y por lo que puedo ver, la gente en esta zona tiene un peor nivel de vida.
Bajamos de la furgoneta, que dejamos aparcada unas calles más atrás, y el resto del camino lo hacemos andando.
Siento la adrenalina fluir en mi torrente, moverse por mi cuerpo en forma de chispas de energía, lista para ser utilizada en la batalla. Nunca había sentido tal subidón, y si esto es lo que se siente todas las veces, creo que entiendo porqué hacen lo que hacen.
Cuando torcemos una esquina, puedo divisar cuatro figuras al final de la calle. Tres hombres por detrás y uno ligeramente más adelantado que ellos. Doy por supuesto que es Raymond.
Samael y Hunter van en cabeza. Nosotros solo a dos pasos por detrás suya. Cuando llegamos delante del resto a una distancia prudente, pero todavía civilizada para no tener que gritar, Samael da un paso más al frente, quedando cara a cara con el jefe del otro grupo.
Ahora que estoy más cerca puedo ver rasgos de sus facciones. Tiene un aspecto amenazador y una mirada calculadora que se pasea por encima de todos nosotros, y cuando llega a mí, se para. Una sonrisa lasciva se dibuja lentamente en sus labios.
Iugh.
—¿Quién es la nueva preciosidad? —me señala con el mentón a la vez que saca un cigarrillo y lo enciende.
La postura de Samael se vuelve más firme cuando me menciona, y noto como ligeramente tuerce la cabeza hacia un lado.
—Hemos venido a hablar aquí de negocios. ¿Tienes lo que he pedido?
Sin quitarme la vista de encima, mete la mano en su abrigo. Esa simple acción hace que todos nos pongamos en tensión, echando mano a las armas que tenemos aún sin desenvainar.
Con cuidado y levantando los dedos para que veamos sus movimientos, saca un papel doblado que le entrega a Samael y este le entrega a Hunter.
—Lista de invitados. Mi pago.
—Mismo sitio de siempre. Contraseña, 3086. Ahora, el mapa.
Su voz suena mucho más grave de lo habitual y no puedo salvo pensar en si él sentirá la misma adrenalina que siento yo. Casi me cuesta respirar.
—Antes de darte los mapas, querría cambiar el pago.
Veo el desconcierto y la desconfianza de Ryder, y como con total silencio se va acercando despacio y agarrando la daga que lleva debajo.
—Las cantidades se fijan antes y sabes que después no se pueden cambiar —Samael chasquea la lengua mostrando su molestia, y cambia su peso de un lado a otro.
Se está preparando para luchar.
Se acaba de poner en guardia.
De reojo veo que May y Hunter han hecho lo mismo.
—No, no, no, viejo compañero. No quiero más cantidad. Quiero otra cosa que ha llegado a mi interés recientemente y estoy seguro de que te va a salir más barato.
Titubea por un momento antes de hacerle un gesto con la mano para que continúe hablando.
—Verás, me gustaría cambiar lo que habíamos acordado por la pelirroja. Es toda una preciosidad.
Esas palabras caen encima mía como un jarro de agua fría. Todos se quedan quietos, no recibo ninguna orden y se que la decisión de avanzar o no, es solo mía.
Por mucho que quiera hacerme la valiente me aterroriza pensar en quedarme a solas con ese hombre.
Y sin embargo, mis pies comienzan a caminar uno detrás del otro, avanzando hasta quedar en frente de Raymond.
—Pero mira que preciosa, es una pena que tengas ese golpe en la mejilla —levanta el brazo con intención de apartarme el mechón que se me ha salido por de detrás de la oreja, pero a la mitad de la acción, la mano de Samael agarra su brazo en el aire.
—No la toques.
Esas palabras desatan la locura. Raymond le propina un golpe a Samael, lo que es motivo suficiente para empezar una pelea.
Todos nos movemos a gran velocidad, y ni siquiera sé donde se encuentran el resto, pero yo me tengo que encargar de uno de los gorilas de Raymond.
Otro hombre grande y musculoso, a la que intento correr para ayudar a May me agarra de la muñeca. Tan rápido como puedo le pego un fuerte codazo en la nariz, haciendo que le sangre.
Suelta un gruñido de pura locura antes de empujar para tirarme al suelo y sin tiempo a reaccionar me agarra de uno de mis tobillos y me lleva a rastras hacia un callejón.
Noto como todos los cristales, piedras y demás se me clavan por todo el cuerpo cuando la camiseta se me levanta. Intento agarrar una de mis dagas que llevo, pero aunque me consiguiese incorporar estando todavía agarrada no llegaría a cortarle en algún lado.
Una vez que llegamos a un rincón más oscuro me suelta el pie y me propina un par de patadas en las costillas.
Veo borroso a mi alrededor y punto negros bailan en mi campo de visión. Cada vez que intento coger aire el área donde he recibido los golpes me duele como si me estuviesen clavando cientos de alfileres. Toda la adrenalina que he podido sentir antes se ha esfumado. Pero me niego a irme sin luchar.
Me quedo en el suelo esperando a que se acerque lo suficiente a mí, y cuando estoy segura, saco el cuchillo extra que llevo en la manga de la chaqueta y se lo clavo en la rodilla.
Escucho un quejido de exclamación y aprovecho ese momento para levantarme y correr. No llego muy lejos; por el principio del callejón viene otro de sus compinches alarmado por el ruido.
Me paro en seco sin saber cómo reaccionar, no tengo salida, por lo que opto por lo que tengo. Agarro una de mis dagas tan fuerte como puedo, dispuesta a defenderme.
El primer matón está en el suelo sangrando por la rodilla pero con una daga en la mano, y no puedo perderle de vista si no quiero que termine en mi espalda, pero también está el otro, que se aproxima a mí corriendo.
La idea descabellada de salir corriendo hacia el matón numero dos que viene corriendo hacia mí me parece por un segundo factible, pensando que si me agacho, podré salir donde están el resto.
Ya sabéis lo que se dice, en momentos desesperados, medidas desesperadas.
Pero tan rápido como me vino la esperanza de poder salir de ahí se me va.
Este nuevo ve venir lo que tengo intención de hacer y sin apenas esfuerzo, cuando me agacho, me agarra por lo hombros y me aprieta contra la pared. Miro a todos lados desesperada y veo que ya no está en el suelo al que he herido antes, solo su charco de sangre.
—No mires a ningún lado, nadie te va a ayudar.
Con una de sus manos me inmoviliza las muñecas por encima de mi cabeza para que no coja ningún arma y con la otra, me agarra por el cuello.
Noto como sus dedos cada vez más impiden que el aire entre a mis pulmones. Pataleo e intento revolverme en sus brazos, pero su cuerpo es dos veces el mío y no tengo nada que hacer.
Cuando el dolor de cabeza aumenta, y el fuego en mis pulmones me quema viva, siento como me voy hundiendo poco a poco en la inconsciencia. Pero antes de perderme por completo, algo pasa.
Abruptamente me suelta y yo caigo al suelo como una muñeca de trapo, golpeandome la cabeza.
Los oídos me pitan y ni si quiera puedo ver en condiciones.
Noto una voz a lo lejos murmurando mi nombre y pasando uno de mis brazos por sus hombros para ayudarme a andar.
—Venga Gala, sé que tu puedes.
Samael.
Su tacto es cálido bajo mi piel, y por extraño que parezca, me resulta agradable saber que ha venido a por mí.
Cada vez estoy más presente en mi cuerpo y cuando creo que no me voy a caer me separo de Samael.
Pero no me suelta la mano.
Vamos saliendo de la callejuela tan rápido como mi paso se lo permite pero antes de torcer la esquina, el primer matón al que he herido, sale de una puerta gritando con un puñal en la mano. Samael, por puro reflejo, se coloca delante mía, haciendo que le clave a él el puñal.
—¡NO!
Un grito desgarrador sale de mí, apenas reconozco mi voz. Pero cuando le veo caer a mi lado, sujetándose la herida con las manos tiñéndosele de rojo, la adrenalina vuelve a mí en un torrente que desborda todo mi ser. Siento chispas dentro mía, gritando que las libere.
Sin pensar ni un minuto, empujo al culpable de la herida de Samael tan fuerte que trastabilla con la pierna herida cayendo al suelo delante mía.
Me agacho delante suya y le sujeto del brazo, atrayendo su cara a la mía.
Su mirada se alterna entre su brazo y mis ojos y cómo cada vez que aprieto más y más sus súplicas agónicas le salen a borbotones de los labios.
Todo a mi alrededor son chispas blancas. No hay nada más. Me ciegan pidiendo ser liberadas.
Y así lo hago, hasta que poco a poco el torrente va disminuyendo, hasta tal punto que ya no siento ninguna adrenalina. Dejo el cuerpo inconsciente tumbado ahí sin ni siquiera mirarlo. Mi prioridad es otra.
Con las pocas fuerzas que me quedan, repito la acción que apenas un minuto antes él ha hecho conmigo y paso su brazo por mi hombro.
Escucho como se queja mientras intenta tapar la herida con la mano libre y eso me parte el alma.
Lo ha hecho para protegerme.
—No voy a llegar a la furgoneta, no vamos a llegar sin que os maten. Déjame aquí —dice en apenas un susurro.
Jamás.
Todo en mí quiere parar y ayudarle ahí mismo, pero la parte racional me grita desesperadamente que busquemos a los demás y nos vayamos a casa.
Todavía me queda una jugada que ellos ni siquiera se esperan.
Salimos por fin a la avenida y en cuanto diviso a lo lejos el pelo platino de Ryder grito.
—¡Venid aquí los tres! ¡RÁPIDO!
Al escuchar mi tono de urgencia intentan venir tan rápido como pueden, intentando dejar en el suelo a su oponente para darme algo de ventaja.
—Haced un círculo y daos la mano.
Mi voz tiembla, ni siquiera se si esto va a funcionar en su totalidad, es nuestra única esperanza, pero si lo hace, estaremos a salvo.
—¿Que mierda, Graciella? —dice Hunter nervioso sin parar de mirar atrás, cubriendonos las espaldas.
—¡Hazlo! No se os ocurra soltaros ante nada del mundo.
Todos me miran confundidos pero obedecen sin rechistar. Cierro los ojos y comienzo a concentrarme.
Siempre que he saltado, solo he saltado yo, sin tener que teletrasportar a nadie más y aún así termino con mal cuerpo durante la siguiente hora del esfuerzo ello requiere. Nunca más personas salvo mí misma. Desde luego, no cinco. Pero no pienso en eso. No puedo pensar en eso. Sus vidas dependen de mí.
Visualizo el salón de la casa, y cuando vislumbro la tenue luz azul alrededor nuestra se que esto va a funcionar.
Cierro los ojos y cuando los abro un segundo después, estamos en el salón de casa. Todos.
No tengo tiempo de sonreír antes de caer desplomada al suelo.
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