IX

El camino de vuelta a casa es tranquilo, no hay apenas coches en la carretera y el movimiento me acuna suavemente hacia el sueño.

Estoy cansada y tengo el cuerpo resentido de no haberme quedado en la cama, pero eso es lo último que me importa en este momento. Estoy feliz de que he podido ayudar.

Hunter va un poquito más lento de lo habitual porque hemos estado bebiendo durante la cena algo de alcohol, por lo que sería un fastidio que nos pasase algo en la carretera después de haber conseguido los planos.

—Ryder nos va a matar —digo cuando veo que nos acercamos a la verja de la casa.

—Y May también. Se suponía que por la tarde me tocaba a mí quedarme vigilando a Samael.

Los dos nos miramos sabiendo que Ryder tiene que estar subiéndose por las paredes como el buen friqui del control que es. Habiendo dejado el movil en casa y desconectado el rastreador del coche, no hay casi ninguna manera de que pueda haber sabido dónde estamos.

Cuando divisamos la casa se pueden ver luces encendidas. En la planta de arriba, la luz del dormitorio de Samael y en la de abajo, la de la cocina.

Una vez ya bien metido en la cochera, salimos del coche con los planos y nos dirigimos a la puerta de entrada.

Esta se abre dejando salir la luz a raudales y la figura de Ryder, en camiseta negra, pantalones de chándal y calcetines sale a nuestro encuentro.

Está que hecha humo.

—¡¿Pero cómo se os ocurre, pedazo de idiotas?! ¿¡Como se os ocurre iros sin decir nada?! ¡Dejandome a May y a mí sin ninguna posibilidad de rastrearos y preocupados por los que os pudiese haber pasado! —se pasa las manos por la cara completamente frustrado y suelta un hondo y profundo gruñido.

—Digamos que la idea fue mía...

No se por qué  abro el pico, pero en cuanto menciono que soy la cabecilla de esto levanta la mirada como un resorte y me mira fijamente. Sintiéndome un poco incómoda me giro hacia Hunter. Está el muy patán a mi lado, sonriendo y balanceado su peso de una pierna a otra ante la pataleta de Ryder.

El peliblanco imita mi gesto y se gira hacia Hunter. Viendo cómo su amigo está ahí, sonriente y medio borracho, su expresión se va calmando poco a poco, pero sin perder su expresión enfurruñada, eso nunca.

—Algún día os voy a matar por esto. Me cobraré mi venganza. ¿¡Sabéis lo que es lidiar con los dos que hay dentro de la casa?!

Por más que lo intento no puedo evitar que se me escape una sonrisa al verle así. Parece un padre regañando a unos niños por haberse ido de casa sin avisar.

—Cuando he subido de entrenar he ido al cuarto de Samael a ver como se encontraba, para ver que May seguía la pobre ahí cuando deberías estar tú. He dado por supuesto que te habrías ido a correr y que se te había pasado el tiempo. Luego he ido a tu cuarto para ver cómo te encontrabas y darte una crema especial para los golpes y me encuentro que tu cama está vacía. Vacía. Así que ya dudando de que eso hubiese sido una coincidencia he mirado las cámaras de seguridad. Cuál ha sido mi sorpresa averiguar qué os habíais ido los dos, empingorotados como si fueseis a una fiesta, salir de casa —mueve los brazos de arriba abajo señalando nuestro ropa y continúa con su monólogo —se lo he tenido que avisar a May y cómo no, Samael se ha enterado también. Y Samael siendo Samael no ha tenido otra brillante idea que intentar salir de la cama y se le han abierto los puntos que tenía en el estómago.

No se en qué momento mi cerebro dice basta, pero en cuanto lo hace, dejo de escucharle.

Sé que mis movimientos son torpes en tacones por el alcohol y el dolor, pero me las arreglo para acercarme a él y darle un beso en la mejilla.

No muy sorprendentemente hace efecto al instante.

Ryder se calla y le agarro de la muñeca, tirando en dirección a la casa.

—Lo siento, pero sé que si te decía algo no nos ibas a dejar. Por descabellado y porque tú mismo está mañana me has dicho que no debería salir de cama. Pero había una oportunidad y me sentía tan mal por empezar una pelea en la que salisteis heridos que me sentía en la obligación de hacer algo.

Pruebo a tirar de su muñeca un poco más fuerte, pero esta vez, sin yo esperarlo, hace fuerza con el brazo atrayendolo hacia sí. Trastabillo con los tacones y termino en sus brazos, que evitan que me caiga. Mis ojos todavía siguen quedando un poco por debajo de los suyos pero el susurro de mi falda de tul rozar con sus pantalones baila alrededor nuestro.

Me vuelvo a separar, avergonzada de mi traspiés.

—Veo que el alcohol no te sienta bien —me dice serio de nuevo, pero puedo notar como quiere esconder la diversión en su voz —más vale que lo que traigáis valga la pena.

Esta vez, sin necesitar de darle otro tirón, comienza a caminar hacia la puerta de casa, y así hacemos tanto Hunter y yo.

Cuando justo entramos a casa, May viene bajando las escaleras corriendo. Frunce el ceño en cuanto nos ve pasar por el umbral de la puerta y se queda quieta en el escalón analizandonos.

—Un día os mataré mientras dormís y me haré un abrigo de plumas con tus alas.

En esta casa sueltan amenazas de muerte tanto como necesitan comer.

—Halagador, sin duda vas a ser la más fabulosa de París.

Mueve la cabeza negando de un lado a otro y baja el tramo que le quedan de escalones.

Nos sentamos los cuatro en el salón principal. Hunter y yo en un sofá, y en el de enfrente, Ryder y May. Entre medias nuestra, una mesita de café.

Coloco el ramo de flores sobre mi regazo y miro mientras que Hunter desenrolla todos los mapas que hemos conseguido del palacio presidencial de Toulouse. Los deja extendidos sobre la mesa, y cuando Ryder y May se dan cuenta de qué se trata realmente, abren los ojos con sorpresa.

—¿Cómo los habéis conseguido? Esto está guardado en los archivos nacionales.

May nos mira de hito en hito a su hermano y a mí mientras que Ryder ya tiene la cabeza enterrada en los planos estudiandolos.

—Hunter, cuentales —hablo riéndome mientras que me levanto —cuenta quién he sido hoy.

Me quito la chaqueta que llevo y dejo mis alas visibles. Camino hacia la cocina para buscar un jarrón en el que poner las flores y cuando lo encuentro, lo lleno de agua, meto una aspirina para que duren más y lo coloco en la mesa que está al lado de las cristaleras.

Cuando vuelvo al salón los tres ya están hablando con normalidad, con los planos encima de la mesa sin prestarle mucha atención. Por lo visto les interesan más mis dotes como actriz.

—Solo una pregunta —May me señala con el dedo y me acerco a ella para abrazarla por detrás. Estornuda cuando una de mis plumas le roza la nariz y todos nos reímos —¿como es que tú, Gala, definición de niña buena en persona, sepa llorar de mentira y fingir tan bien?

Les sonrio de manera socarrona y me encojo de hombros.

—Hay muchas cosas que no sabéis de mí —guiño un ojo y me separo de May —es tarde, vamos a acostarnos y mañana ya vemos qué hacemos con eso.

Dicho esto me separo me encamino a las escaleras, deseando de quitarme ya el maquillaje y los tacones. Pero antes hago una parada por el cuarto de Samael.

La tenue luz que se ve salir es la que emite la chimenea, que crepita mientras que las llamas consumen poco a poco la madera. Me fijo de nuevo a ver si tiene en vaso de agua con los medicamentos en la mesita de noche.

Samael está casi en la misma posición en la que le he encontrado esta mañana, solo que algo más incorporado. Las llamas alumbran su rostro con un movimiento sin fin, dejando ver la tranquilidad con la que duerme. Los vendajes se ven que son nuevos pero al menos la hinchazón del ojo y de los otros golpes parece más baja. Me acerco y me siento en el borde la cama, intentando no hacer mucho ruido para que no se despierte. Pero por muy cuidadosa que soy sus ojos aletean cuando ya estoy completamente sentada, hasta que los abre poco a poco, acostumbrandolos a la tenue luz. Cuando por fin me reconoce una débil sonrisa se le dibuja.

—Hola —susurra a media voz.

Me acerco un poco más y le agarro de la mano que tengo a mi lado, acariciandosela de arriba abajo.

—Hola —le respondo de la misma manera mientras que le acomodo el pelo que tiene sobre los ojos. Cuando termino coloco tres dedos de su frente, comprobando que no tiene fiebre —veo que la fiebre te ha bajado un poquito, ¿estás mejor?

Asiente suavemente con la cabeza y veo como está luchando por mantenerse despierto.

—Me salvaste ayer. Gracias.

Niego con la cabeza mientras todavía jugueteo con sus dedos. Si alguien fue el héroe de la noche, fue él.

—Soy yo la que debería darte las gracias. Si no hubiese sido por ti...

Mi voz se quiebra y no puedo evitar pensar que si hubiese sido yo a la que hirieron no hubiese podido traerlos de nuevo a casa y yo hubiese muerto. Él fue el que los salvó a todos.

—Estás preciosa, pero nos habéis pegado un susto de muerte.

Empieza a toser un poco, con las pocas fuerzas que tiene. Me levanto rápido y cojo el vaso de la mesita y le doy algo de agua. Cuando termina, se queda con los ojos cerrados.

—¿Te podrías quedar hasta que me duerma? Mi madre solía acariciarme el pelo como lo has hecho tú.

Me quedo parada por un segundo, cogida completamente por sorpresa por esa petición. Tan vulnerable, tan real. No si me lo ha pedido completamente consciente o a medias en su duerme vela, pero independientemente de cómo haya sido, no me voy a ir hasta que sepa que su sueño está calmado.

—Claro que sí.

Le coloco bien las almohadas y cuando siento que está en una posición cómoda me vuelvo a sentar en la cama y le acaricio el pelo con cuidado. Todo su cuerpo se relaja notablemente ante esta acción y sonrio.

Por un momento, hasta el tiempo parece parar. No puedo evitar sentir algo dentro de mí al verle así, vulnerable y expuesto delante mía. No porque le quede otra opción, si no porque él ha decidido hacerlo.

Significa mucho para mí, porque aunque no se los detalles, sí se que mi padre le hizo mucho daño en el pasado; y que me pida que me quede con él ahí hasta que se duerma me parece un paso enorme desde que nos conocimos.

Me ha permitido ver que hay detrás de una de sus muchas murallas, y eso para mí, no tiene precio.

Aquella noche Samael volvió a soñar con un ángel de alas blancas; pero no con la pesadilla recurrente que tenía desde que era pequeño.

Volvió a soñar con un ángel de alas blancas, sentada al borde de su cama velando por su sueño.

No supo diferenciar dónde la realidad se fundía con la fantasía.

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