Capítulo 4 - Firmamento Estrellado
—¿Cuál es el panorama? ¿Cuánto perdimos?
La voz de Leónidas estaba a punto de quemar a los novatos que habían desconectado el servidor por equivocación durante toda una noche. A Leónidas no le estaba importando un cuerno el dinero que eso podría costarle sino las alarmas y los chicos que habrían quedado desprotegidos.
—No fue un gran número, solo un 0.06% se activó y no pudimos actuar... —El pobre novato que no comprendía la magnitud del asunto por lo joven que era, no dudó en mostrar su disconformidad por cómo el jefe le estaba tratando.
—No me digas porcentajes estúpidos, dime números reales.
—...quinientas alarmas encendidas.
—Esos son quinientos chicos que podrían haber estado en peligro, y a los que decepcionamos. QUINIENTOS. ¿Tú siquiera tienes 500 conocidos? ¿Sabes el temor por el que podrían haber pasado? ¿La desesperación al sentirse en peligro y que la aplicación no les respondiese? ¡¿EN QUÉ DEMONIOS ESTABAN PENSANDO?!
—Leónidas, tenemos una junta ahora con un inversor, creo que será mejor que te tomes cinco minutos en tu oficina.
—Pero aún no les he hecho comprender lo que importa...
—No te preocupes, —le interrumpí sabiendo que si el pobre tipo seguía, terminaría dejándole un ojo negro a alguien—, yo me encargaré del castigo. Ve a ver los reportes que te dejé en el escritorio para la reunión. ¿Puede ser?
—Lo dejo en tus manos —contestó entre dientes para nada contento con la situación. Le daba igual que yo me encargase en vez de él, a mi jefe le dolían las horas en que esos chicos habían quedado por completo desprotegidos.
—Aquí tenemos dos opciones. —Sonrisa de Hielo Kelly apareció en escena con un gesto colgado de los labios que dejaría orgulloso a IT de Stephen King—. O se ponen a crear la mejor actualización para esta aplicación; y hablo de actualizaciones que dejarían al creador de Facebook sorprendido, o pueden dejar su carta de renuncia sobre mi escritorio al final del día. Es decisión de ustedes.
Salí para dejarles la decisión a ellos y calmar el huracán de furia que me esperaba en la otra oficina. Cuando entré, las cosas estaban muchísimo más tranquilas de lo que hubiese predicho. ¿Era la calma antes de la tormenta? ¿Sería que se había quedado sin cosas a manos que lanzar contra la pared?
—¿Leónidas? —pregunté dubitativa a la espalda ancha y triangular que me saludaba desde el otro lado del escritorio en silencio— ¿Leo? —volví a llamarle, esta vez giró un poco su cabeza para enfocarme. En sus labios encontré la más hermosa media sonrisa que había visto en mi endemoniada vida.
—Al fin me llamas como corresponde, Clara. Ahora, ¿puedes decirme cómo demonio lograste esto? —La felicidad parecía desbordarlo, era increíble cómo podían cambiar sus emociones en tan corto tiempo.
Aunque al decir verdad, había trabajado largo y tendido para darle esa felicidad. Había logrado mantener en secreto hasta esa misma mañana quiénes eran los inversores secretos estos que querían charlar sobre negocios con él. Me había costado varios dolores de cabeza, muchas noches de horas extras y discusiones con él para que me dejara encargarme de todo.
—¿Valió la pena la espera? —Apoyé mi cuerpo contra su escritorio para después recostar mi cabeza sobre su hombro—. Incluso si terminaba en nada, hemos llegado alto. ¿No te parece?
—Es la mejor mañana de mi vida. Anoche pactamos nuestro trato y ahora esto... Ni siquiera haberme pasado casi toda la noche en vela me importa. Siento que estoy lleno de energía, que vamos a poder compensar de alguna forma esas 500 alarmas que se encendieron anoche y a las que no pudimos asistir.
—Sí, te comprendo. Espero que nada grave haya pasado...
—Sí, yo también. Pero ya no hay nada que podamos hacer, ¿estás lista para sacarle a estos inversores hasta el más mínimo dólar que les quede?
—Por supuesto, ¡nací lista!
—Oh, me olvidaba, ya te ganaste un bono por haber llamado la atención del presidente de Canadá. Cerremos trato para desarrollar una app similar para ellos o no, ya haberlo traído hasta nuestras oficinas es un logro que merece su premio.
—¿Qué puedo decir? Sabes a la perfección que creo con todas mis fuerzas en lo que hacemos aquí adentro.
—No entiendo cómo esto se puede considerar como bono —comenté contrariada mientras me servía un vaso de jugo de naranja.
Leónidas había comprado un vino carísimo y estaba esforzándose por cocinar pollo al vino esa noche. Entendía a la perfección el deseo de festejar, pero no comprendía por qué tenía que ser con ese vino tan caro ni por qué no habíamos terminado en un restaurante en vez de en su cocina.
—Tienes cero idea de lo especial que es una comida hecha en casa, ¿verdad? —me contestó él resignado ya, pues era como la cuarta vez que le preguntaba lo mismo.
—¿Qué puedo decir? Tengo la practicidad de una mujer soltera que llega después de días largos de trabajo y solo quiere dormir —me encogí de hombros divertida, pero veía que mis defensas estaban bajas pues no me vi venir lo que pasó a continuación.
Leo, casual, como si fuese su segunda piel, pasó por mi lado con el repasador entre las manos. Supuse que quería buscar algo detrás de mí pero el espacio y la isla donde estábamos situados no se lo permitiría. Por eso, me apreté lo más posible contra la mesada de mármol para que él pudiese pasar.
Fue allí cuando, al darle la espalda, él se aprovechó. Para cuando me di cuenta, la piel de mi mejilla donde él había plantado un beso fugaz y pícaro ya estaba ardiendo. Ese mismo calor, en cuestión de segundos hizo motín en mi rostro y no paró hasta que me hubiese puesto tan roja como un tomate.
—La comida casera tiene una magia que el restaurante jamás podrá imitar. Lo que voy a cocinar esta noche puede ser lo peor que tus papilas gustativas hayan probado en años, e igualmente te va a encantar.
—Eso suena bastante poco creíble. —Intenté con todas mis fuerzas que la vergüenza de su roce sobre mi piel no fuese tan evidente. Haberme tomado todo el vaso de jugo de un solo trago puede o no haberme dejado en evidencia de igual modo.
—La magia está en el momento compartido, en la intención de quién cocina. Está todo en el otro, que deja todo lo que está haciendo y sale de su comodidad para brindarte un gesto. Son las intenciones que pasan de la boca al estómago. ¿Hace cuánto que alguien que no es tu familiar te cocina algo?
—Creo que esta es la primera vez...
—Oh, va a ser incluso más significativo. Gracias por no ponerle presión a mi pobre pollo al vino. Estás de suerte que cocino este platillo desde que tengo quince años. Es una receta familiar que el abuelo de mi abuelo le pasó a mi abuelo. Mi papá no sabe siquiera hacer arroz sin quemarlo así que me pasaron a mí la receta, con la ilusión de que siguiese para la posteridad.
—Jamás te habría pensado como alguien que disfrutara cocinar.
—No disfruto cocinar en el día a día, pero sí en ocasiones especiales. Sobre todo si mi comensal es tan especial como tú.
—Tu madre debe estar orgullosa, eres un halagador innato.
—Oh, todo lo contrario, sabe lo que puedo hacer y se enfurece cuando lo pongo en práctica con gente que para ella no vale la pena. Bueno, hasta ahora... mentira, esta vez también se va a enojar, pero por otra razón.
—¿Por qué?
—Mi madre te adora, hasta tal punto que ni siquiera su hijo es lo suficientemente bueno para ti. No es broma, me lo ha dicho.
—¿En serio? —Esa vez no pude retener la carcajada, pues me imaginé a la perfección a su mamá retándolo con alguna frase tipo: "Ni se te ocurra acercarte a Clara porque no tienes idea lo que es una relación estable. Ella se merece el cielo y tú no se lo puedes dar".
—Te la acabas de imaginar, ¿verdad?
—Por supuesto, y fue tierno y cómico a la vez. Adoro a tu mamá.
—Créeme, el sentimiento es mutuo.
—Tienes que estar bromeando...—traté de no atragantarme con un pedazo de pollo mientras secaba una lágrima de risa que amenazaba por rodar por mi mejilla.
—Juro que no, está la grabación en algún lado. Salí en pijamas, al medio de la nieve y maldije a Papá Noel porque me había enviado un muñeco de Superman en vez de uno de Batman. Ese año papá había sido el encargado y se había confundido con el muñeco que mi mejor amigo quería. En esa época éramos inseparables y usábamos siempre lo mismo.
—O sea que casi demandas a Papá Noel a la edad de seis años.
—Oh, sí. Papá primero se sintió mal por mi enojo pero luego él también se enojó conmigo por mis caprichos. Recuerdo con claridad cómo ese año me dijo "Leónidas, si quieres que algo salga bien, tienes que hacerlo tú mismo".
—¿Y qué hiciste al respecto?
—Dejé de escribirle a Papá Noel. Empecé mi primer emprendimiento de vasos de limonadas y pagué por todos los juguetes que quería para navidad. Por supuesto que mis padres siempre me regalaban algo, pero ya nadie podía decepcionarme. Me sentía como Cher cuando le dijo a su madre: "Mamá, yo soy mi propio hombre rico".
—Hubiese pagado por verlo con mis propios ojos. Me imagino tus pijamas y todo.
—Oh, sí. A cuadros, entero como eso que le ponen a los bebés y dos botones en el trasero. Dios vaya uno a saber para qué. Creo que hay una grabación de ese momento épico, tendría que preguntarle a mamá. —Leo tomó un sorbo más de su copa de vino mientras reía al recordar ese momento tan importante de su infancia.
—Leo, estaba riquísimo...— Su mano se apoyó sobre la mía para frenarme a medio hablar. Sus ojos celestes se oscurecieron un poco, debido a un sentimiento que no puse descifrar hasta que dijo:
—Todavía no, por favor. No terminemos la noche aún.
—Ya son las once de la noche y mañana hay que trabajar.
—Lo sé, nos tomaremos la mañana si es necesario, pero por favor, todavía no te vayas.
—¿Y qué quieres hacer?
—¿Confías en mí? —indagó con una media sonrisa pícara y no pude resistirme. Hubiese intentado, pero sería en vano, ya había perdido ante su encanto.
—¿Dónde estamos? —Las palabras borbotaron de mis labios antes siquiera de que pudiera racionalizar mis pensamientos.
Parecía un mirador de algún tipo, pero estaba desierto. Detrás nuestro se abría un hermoso bosque, por debajo del barranco las luces de la ciudad nos saludaban y por sobre nuestras cabezas brillaban hermosas las estrellas.
Hacía mucho que no veía un cielo tan fantástico como el de esa noche. Necesité poder apreciar esa majestuosidad para comprender cómo las luces de la ciudad pueden arruinarte el panorama algunas veces. Los treinta minutos en coche valieron por completo la pena.
—En su época, antes de que la ciudad escalase y creciera tanto , este era el mirador favorito de mis abuelos. Era un lugar romántico para quedarte mirando las estrellas; perfecto para conquistar chicas, según mi abuelo, y ahora comprendo por qué.
—¿Nunca habías venido?
—No, supongo que nunca me hice del tiempo necesario. Sabes lo importante que es media hora en un día caótico de trabajo.
—Totalmente.
—Es mágico, ¿no lo crees? —Creí que sus ojos estaban fijos en el majestuoso firmamento, pero al enfocarlo pude ver que él solo me observaba a mí.
—Te lo estás perdiendo —susurré vergonzosa mientras él tomaba un mechón que había caído sobre mi rostro y lo acomodaba detrás de la oreja izquierda.
—Créeme, no me estoy perdiendo de nada. ¿Puedo sacarte una foto?
—¿Para qué? —Sentí una gran incomodidad al pensar que él me daría ese tipo de atención.
—Pues... digamos que soy un aficionado a la fotografía. He hecho uno que otro curso y siempre intento sacar fotos de momentos importantes para la posteridad. Va a sonar tonto, pero para mí, al sacar una foto estamos robando un pedazo del momento para nosotros. La memoria humana no es algo de lo que en verdad podamos depender. No sé cómo decirlo mejor.
—Está bien.
—¿Está bien? —Atónito alzó su mirada, pues parecía que en verdad le había sorprendido mi respuesta.
Por supuesto, eso duró poco y nada porque para cuando quise recordar, su celular ya estaba listo, apuntándome. Sus ojos celestes brillaban de tal forma por el entusiasmo que hasta en la penumbra podía una notarlo.
—¿Tengo que posar o algo?
—No, quiero que disfrutes de las estrellas de nuevo, ¿sí? Yo me encargo de lo demás.
Cerré los ojos, sabiendo a la perfección que él estaba esperando para tomar mi foto y tratando de no ponerle más significado al hecho del que merecía, volví a enfocarme en el maravilloso cielo que se desplegaba ante nosotros.
Me sentí minúscula por un momento y sonreí sin querer ante una idea loca. Qué increíble era la coincidencia, pensé para mis adentros; haber nacido en esta época, en este país. Haber tenido la suerte de conocerlo y tenerlo a mi lado, en momentos tan mágicos como hacía mucho no vivía.
Me sentía feliz. Feliz en serio. ¿Cuánto hacía ya que no me pasaba? La emoción, por más positiva que fuese, atacó mis sistemas de manera tan intensa que generó un cortocircuito.
—¿Clara? —La voz preocupada de Leónidas se hizo escuchar cuando él se dio cuenta que estaba llorando— Clara, ¿qué pasa? ¿por qué lloras?
Tratar de explicarle que lloraba de felicidad se me hizo muy difícil, a tal punto que la vergüenza me hizo sentir estúpida. Si yo me veía así, no quería siquiera imaginarme cómo me vería él.
—Lo lamento, lo arruiné todo, soy una estúpida.
Quise seguir culpándome, pero sus brazos me llevaron de un solo movimiento gentil hasta su pecho y allí, rodeada por su calor, no pude evitar llorar como nunca me lo había permitido.
No sé qué tenía Leónidas, pero él era capaz de desencadenar y liberar todas esas emociones que yo había subyugado a la fuerza. ¿Por qué mi lógica se iba a los mil demonios cuando su presencia me rodeaba? Era como una influencia avasalladora que no pararía hasta destapar todas esas cosas que yo había luchado por esconder durante tantos años.
—Lo lamento, esto es culpa mía, te estoy presionando demasiado. Debería ir más lento, lo lamento tanto, Clara.
—¡No! —grité con desesperación mientras me separaba para mirarlo cara a cara—. No es que me estés presionando. Es que no sé por qué pero si estás cerca, todas las barreras que puse, se desmoronan. Me acostumbré por doce años a no sentir nada, me juré que no volvería a sentir nada... y en menos de cuarenta y ocho horas, tu cambiaste todo.
—Es como si no supieras qué hacer con esas emociones, ¿verdad? —preguntó como quien ya sabe la respuesta, mientras con gentileza me volvía a llevar a su pecho.
Ahora que comprendía qué era lo que estaba pasando, parecía estar más listo para contenerme y acompañarme. Cada caricia muda sobre mi cabeza me tranquilizaba más y más. La suya parecía ser una mano que con su mero roce era capaz de curar hasta la más profunda de mis heridas.
Hasta tal punto fui quedando en paz, que no pude evitar caer dormida sobre su pecho.
¡Llegamos al final del cuarto capítulo! Y siento que poco a poco puedo ir presentándoles a Clara y Leónidas como se merecen. Con todas sus profundidades, miedos y capas. Cada vez los siento más reales dentro de esta hermosa plataforma naranja.
¿Qué les viene pareciendo la historia? ¿Les pasa como a Clara que a veces quedan sorprendidos por esas hermosas coincidencias que nos permiten conocer gente fantástica?
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top