XVIII
Lo que Aghmela y todos dentro del hospital ignoran es que todas las noches lloro como un niño la ausencia de mi esposa. Me niego a creer que esté muerta y que todo mi esfuerzo ha resultado un fracaso.
Jenny en cada una de sus visitas se encarga de repetírlo: Ella está muerta, pobre de ti. Repite una y otra vez.
Después, se echa a reír.
Es Jenny quien debe estar encerrada aquí.
Con el paso del tiempo ya ni siquiera reaccionaba a sus provocaciones. Preferí encerrarme en un mundo de recuerdos, ese donde puedo encontrarla siempre.
Cuando escucho a Aghmela, mi única amiga dentro de éste lugar, contarme sobre mi pronta salida y después de sentir en mis manos ese pequeño objeto que me ha regalado, una luz en mi interior empezó a parpadear.
Es una especie de recordatorio, aún continúo vivo, no puedo rendirme.
Nat no me lo perdonaría.
“Si yo muriera, quema mi cuerpo y esparce mis cenizas en el océano. Prométeme que buscarás una buena mujer que te haga sentir vivo, que te ame y te toda la felicidad que mereces. No te des por vencido, mi amor". Dijo días antes de morir.
Aghmela:
Día 91
El tiempo continúa su paso, Alejandro se niega a pronunciar palabra, pero empieza a levantarse de la silla de ruedas. No lo hace seguido, solo cuando algo llama su atención y desea captar el momento con la cámara fotográfica.
Lo observo desde lejos y me doy cuenta de que estoy conociendo al verdadero Alejandro, ese que se maravilla viendo un colibrí succionando el néctar de alguna flor, o el sol ocultándose, o la lluvia ligera salpicando las hojas de los árboles.
Ese es Alejandro, no aquel fantasma que por muchos días lo poseyó, haciéndolo olvidarse de sí mismo.
—Algún día tendrás que mostrarme esas fotografías, Alejandro —dice el Dr. Shariff, director del hospital.
No contesta, solo lo mira de reojo y vuelve a concentrarse en la cámara. No tiene idea de quien es ese hombre de bata blanca que le está hablando.
—Soy el doctor Shariff, Aghmela me ha contado sobre ti. Ahora a llegado el momento de que tú y yo, platiquemos.
Alejandro se queda inmóvil, deja de lado lo que hace y clava la mirada en el césped.
Shariff lo observa pasivo, es obvio que lo está analizando y la acción lo pone nervioso.
Un instante después lo mira directo a los ojos.
—Vamos a mi despacho —le pide.
Lo toma del brazo y tirando de él lo guía hasta otro lugar.
En el despacho del director se encuentra un hombre vestido con traje negro y una placa dorada atorada en la solapa del saco. Está sentado frente al escritorio muy concentrado en unos documentos.
Al vernos se pone de pie.
Alejandro me busca con la mirada y al enfocarme su rostro se ilumina con una sonrisa genuina. Correspondo el gesto del mismo modo.
—El detective Ross —comenta el director—, está a cargo de la investigación de tu caso, Alejandro. Yo mismo lo puse al tanto en cuanto estudié tu expediente y encontré una gran cantidad de irregularidades.
Debes saber que el doctor Mijaíl ya no trabaja en este hospital, ni lo hará en ningún otro. Se encuentra detenido, acusado de asociación delictuosa, soborno y corrupción. Parece que recibió una fuerte cantidad de dinero a cambio de ciertos favores.
Lo escuchamos atentos, de reojo noto que los puños de Alejandro están blancos.
—Como era de esperarse —continúa el detective—, el doctor Mijaíl se ha mostrado bastante cooperador con la policía. Nos ha facilitado datos interesantes, incluso nombres. ¿Conoce usted a una mujer llamada Jenny Garth?
Alejandro asiente con un movimiento de cabeza, pero continúa en silencio.
—Eso creí —responde el hombre al tiempo que alisa con los dedos su bigote—. La señora se encuentra prófuga, pero la estamos buscando. Estoy seguro de que no tardaremos en dar con su paradero. Incluso el FBI está involucrado, hay una denuncia por asesinato, en su contra.
Esa mujer es peligrosa.
Cuando Alejandro escucha la palabra asesinato, se congela. Sé que piensa en su esposa.
Según le dijo James, aquella noche en que lo dejó inconsciente en la calle cuando lo encaró al darse cuenta de que los estaba siguiendo, Jenny había planeado asesinar a Natalie. Esa mujer la había atropellado y luego lo encerro en este hospital como castigo por su rechazo.
—El propio doctor Mijaíl aceptó que, en complicidad con la señora Garth, manipuló el expediente médico para recluirlo en un hospital psiquiátrico, bajo el diagnóstico de esquizofrenia —comenta Shariff —.
Lamentablemente el trato que se le ha dado ha provocado ese estado catatónico. Una condición mental que requiere vigilancia especial.
Alejandro, no puedo dejar que abandones el hospital hasta que te recuperes por completo.
Si lo que deseas es salir de aquí, debes cooperar en tu recuperación. ¿Has entendido?
Las tres personas que lo acompañamos lo miramos en espera de una respuesta o al menos una señal que nos indique que es consciente de lo que han dicho.
— ¿Alejandro?
Me mira, da un suspiro y cierra los ojos.
—Sí —responde haciendo un gran esfuerzo.
Mis ojos se humedecen al escucharlo, estoy segura de que muy pronto será un hombre libre y esas personas que tanto daño le han causado pagarán la ofensa.
Dos semanas más tarde, gracias al tratamiento y las terapias que el doctor Shariff ha especificado, Alejandro comienza a recuperar el control de su voluntad.
Alejandro
Deseo preguntarle sobre Natalie, quiero, más bien deseo saber si está viva, y el detective es la única persona que puede ayudarme.
Al despertar me dirijo al comedor para desayunar con los demás pacientes, he aprendido a convivir con ellos. Más tarde acudo a la terapia, donde además de suministrarme medicación controlada en dosis específicas, debo el resolver acertijos, armar bloques o rompecabezas. Duelo de ajedrez, dominó y todo aquello que obligue a mi mente a trabajar, a enfocarse y concentrarse. Deben despertarla.
Parezco un niño de preescolar.
Cuando la tarde está por terminar, salgo al jardín con mi cámara para fotografiar cualquier momento.
Aghmela ha tenido que comprarme un par de rollos. El que venía con la cámara y el repuesto, esperan ser revelados.
El estado en que me encuentro es producto del sufrimiento y aunque no me abandona, mi recuperación es evidente.
Estoy tan concentrado en mi trabajo que no me percato que desde hace un rato me están observando.
Pronto una ráfaga de aire se estrella en mi rostro y un aroma que reconozco inunda mis pulmones.
Aquello me impacta de tal modo que la cámara cae de mis manos, mis piernas flaquean y mi corazón se estremece casi a punto de un infarto. Aprieto los párpados y aspir hondo. Necesito saciarme de ese aroma.
En mi cabeza se estrellan cientos de escenas. Mis ojos, aún cerrados, se mueven a gran velocidad y dilatan mis pupilas como si estuviera en la oscuridad. Pronto las lágrimas aparecen y un nudo crece en mi garganta.
Giro por puro instinto para buscar de donde proviene aquel olor. La visión ante mí me petrifica y por unos segundos mi corazón se detiene.
Natalie está parada junto a la fuente, me observa y llora en silencio. Con una de sus manos cubre su boca mientras la otra reposa en su vientre crecido.
¡Está viva!
Aquí, tan cerca de mí. Todo le resulta tan increíble que dudo, quizá solo se trata de una alucinación. Pero el aroma penetra con fuerza por sus fosas nasales impactando mis pulmones convenciéndome de que no se trata de un juego macabro de mi imaginación.
Mi ser completo vibra mientras Natalie corre a mi encuentro hasta abrazarme con fuerza. Llora a gritos. Sentir su calor me revive, entonces la envuelvo con mis brazos y hundo mi cabeza en su cabello.
Perdidos en nuestro reencuentro, nos comunicamos en silencio.
Natalie toma mi rostro entre sus manos y me mira con esos pozos castaños que centellan del mismo modo en que solían hacerlo tiempo atrás.
—Al fin te he encontrado —dice en voz baja.
Después me besa con intensidad, como si deseara hidratar su cuerpo después de una larga y obligada sequía.
Todas mis terminaciones nerviosas colapsan, la sensación me aniquila.
Me dejo caer de rodillas para besar con delicadeza su barriga. Después abrazo sus piernas.
Está aquí.
Mi esposa está viva y me mira enternece. Está tan impresionada como lo estoy yo.
—Meses atrás, cuando estaba a punto de abrir la puerta para salir a buscarte, un repentino mareo me sacudió y me obligó a detenerme. Tuve que recargarme en la pared para no caer —cuenta Natalie con el rostro empapado por el llanto—. El aire escaseaba y el piso bajo mis pies se agitaba. Unas enormes ganas de devolver el estómago me azotaron.
A tientas llegué hasta el sillón, ahí me mantuve algunos minutos en espera de que el malestar pasara.
Lo mismo había sucedido por la mañana, justo al despertar, cuando me levanté de golpe con ganas de orinar. Todo a mi alrededor se volvió negro, creí que me desvanecería, así que me recosté de nuevo.
Tú continuabas profundamente dormido a mi lado.
El mareo pasó pronto y no había vuelto a presentarse, así que no quise inquietarte. No comenté nada al respecto, quizá solo fue que me había levantado de prisa.
Sin embargo esa ocasión llegó acompañado de un severo malestar estomacal.
Tuve que reconocer que no era normal.
Cuando me sintí mejor busqué en el calendario la fecha de mi último período. Mis ojos se abrieron a tope al verificar el dato.
¡Tres semanas de retraso!
Había estado tan concentrada en la boda y el viaje que me olvidé de ese pequeño detalle.
Fue, quizá, el hecho de sentirme segura. No había dejado de tomar la píldora, así que la idea que rondó mi mente me pareció una locura.
Ser consciente de la soledad que me rodeaba provocaron un ataque de llanto.
<¿Dónde estás?>, grité con la mirada clavada en el cielo oscuro que vislumbraba a través del ventanal.
Me hice un ovillo en el sofá, me sentí perdida. Un hueco crecía en mi pecho, presentía que algo malo había pasado y de pronto me sintí incapaz de salir de entre aquellas cuatro paredes.
El llanto se volvió histérico, no sabía que hacer. Tú no estabas y mi mundo se venía abajo.
En cuanto recuperé la fuerza me levanté, necesitaba buscarte aunque tuviera que mantenerme dentro de la habitación. Cómo lo había prometido.
Busqué entre tus pertenencias —reconoce apenada— una nota, un recado, algo que sirviera. Entonces encontré una tarjeta que tenía impreso el nombre de Dana Lemus.
La madre de tu hija. Sin pensarlo marqué su número. Quizás ella sabía algo.
Dana contestó casi enseguida.
Respiré profundo antes de hablar. Solo habíamos cruzado unas palabras y pensé en lo incómoda que me sintí cuando me enteré que la habías invitado.
Conocer aquella historia que hubo entre ustedes me hicieron sentir incómoda. La veía como una rival de amores y justo fue la primer persona que el destino pudo a mi alcance.
Preguntó si todo estaba bien, así que tuve que contarle que habías salido, que no habías regresado y que estaba muy preocupada.
Le pregunté si sabía algo de ti.
Mis manos estaban húmedas, la angustia de no saber de ti, los mareos y el estar al teléfono con Dana me tenían presa del nerviosismo y la incertidumbre.
<Por la tarde me llamó, parecía ansioso o nervioso, pero al cuestionarlo dijo que estaría bien. Confieso que me dejó intranquila>, confesó.
Dijo que le pediste que me contara todo si algo pasaba contigo.
No entendí a que te refería con “todo”. ¿Qué se supone que iba a pasarte?
<Es un asunto delicado, no podemos tratarlo por teléfono>, agregó.
La respuesta crispó mi piel.
¿Qué podría ser tan importante que solo podía contármelo personalmente?¿A qué se debía tanto misterio? ¿Por qué Dana lo sabía y yo no?
Le dije que no regresaría a Chicago sin ti. Saldría a buscarte hasta por debajo de las piedras si era necesario. ¡Se trataba de mi esposo! Merecía saber que estaba pasando.
Dana se ofreció a ayudarme y esa misma noche reservó un vuelo a Marruecos. Si no habías regresado era porque no podías hacerlo.
Su compañía aminoró mis temores, sentir que contaba con el apoyo de alguien me reconfortó. Sin embargo la preocupación creció, ya no tuve dudas, algo malo te había sucedido. Ser consciente de eso me sumergió en un abismo repleto de miedos y dudas.
De pronto me encontré suspendida en un lugar desconocido. Sentía mi alma vagando.
Al amanecer reporté tu desaparición a las autoridades. Me vería con jefe de la policía en punto de las nueve.
No dormí en toda la noche. Cuando miré mi reflejo en el espejo me desconocí, parecía enferma con la piel pálida y los ojos enrojecidos e hinchados a causa del llanto.
Tenía hambre, pero la comida se atoraba en mi garganta debido al malestar estomacal que me aquejaba y a la preocupación.
Sentía mi interior revuelto y estaba agotada.
Deseaba recostarme y dormir por horas, pero tu imagen estaba clavada en mi mente gritándome ayuda.
Saberte en peligro me dio la fuerza que necesitaba.
El oficial Bakú, un hombre de estatura baja, bigote irregular y cabello escaso que llevaba puesta una camisa blanca de manga corta y un pantalón de vestir café, dijo que habían activado la alerta de desaparecidos y le habían avisado a la embajada americana. Ambos países trabajarían juntos para encontrarte.
No confiaba en que el hombre estuviera tomando el asunto con seriedad, pero enterarme de que la embajada americana tomaría cartas en el asunto me tranquilizó.
Lo cuestioné y no tuvo más remedio que decirme que habían recibido una llamada de auxilio la tarde anterior. Al parecer alguien estaba herido, no dio sus datos, pero si proporcionó el nombre del lesionado: James Norton.
Casi me voy de espaldas al escuchar ese nombre. Trás componente le dije que estuvimos comprometidos y que hacía un tiempo habíamos terminado nuestra relación.
<Cuando la ambulancia llegó al sitio señalado, efectivamente se encontró con un hombre tendido en el piso. Estaba seminconsciente>, agregó.
Mi confusión alcanzó las nubes, todo lo que escuchaba era un absurdo.
El oficial dijo que hombre se mostró bastante cooperador y que además t acusó de haberlo golpeado.
Me puse histerica, tú no serías capaz de algo semejante. Entonces entendí que te había provocado. <Tiene razón, su esposo fue el responsable de la golpiza y sí, tuvo un motivo muy grande. El señor Norton no aguantó la presión, pasó de ser víctima a victimario y aunque jura que no sabe nada sobre el paradero del señor Connor, ha confesado que vino en compañía de una mujer con un claro objetivo>.
Los nervios y la tensión acumulada me tenían al borde del colapso. La extraña actitud del hombre atizaba el fuego.
<Usted era ese objetivo, señora. Planeaban asesinarla>.
Mi sangre dejó de circular al escuchar aquello y mi mente se nubló por un instante.
¿Asesinarme? ¿Qué clase de broma era aquella?¿Por qué querrían hacermr daño? ¿Quién?
Decenas de preguntas se aglomeraron en mi cabeza, todo lo que sucedía no tenía sentido.
Lo que el oficial aseguraba era más de lo que podía imaginar.
Pronto el insomnio, la falta de descanso y alimento más la tensión del momento cobraron su factura.
Caí en las sombras y mi cuerpo se desvaneció en las narices de aquel hombre que apenas pudo detener mi caída...
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