XV

Pido a la azafata una manta, Nat se ha quedado dormida mientras leía uno de sus libros favoritos: Cien Años de Soledad, de García Márquez. 

Y no es para menos, pasan de las tres de la mañana y el camino aún es largo, sumando por supuesto la intensidad del día. Yo también estoy agotado, pero no logro conciliar el sueño gracias a esa dosis de adrenalina extra que mi cuerpo no ha depurado.

Mirando a través de la ventanilla,  mientras escucho con los audífonos puestos la canción que Natalie pidió bailar en nuestra boda: "Take my breath away", recuerdo la expresión en su rostro cuando ambos llegamos al restaurante de Jacob.

Sus ojos se abrieron como platos y sus manos cubrieron su boca. Sus amigos más cercanos, incluyendo a su madre,  esperaban nuestra llegada para celebrar y desearnos lo mejor.

Con lágrimas en sus pozos castaños recibió a su madre y la abrazó con fuerza. Lucía tan hermosa.

—Te amo, gracias —mucitó.

—Es nuestra noche, amor  —respondí dándole un beso casto en los labios.

Mientras la noche transcurría la iba presentando con mis amigos.
Peter se quedó mudo, por primera vez ,desde que nos conocimos, no abrió la boca para decir alguna barbaridad.  Se limitó a sonreír y cuando Natalie estiró su mano para estrecharla con la de él, éste la tomó de forma por demás respetuosa y se inclinó para darle un beso.
Muy al estilo de la época virreinal, solo le faltó quitarse el sombrero.

<Fanfarrón>,pensé intentando contener la risa.

En cambio Jacob no tuvo que actuar, se mostró tal y como es: sencillo, cordial y respetuoso.

—Bienvenida a la familia, Natalie   —comentó abrazándola como lo haría un hermano.

—Un placer conocerte, Jacob. Alejandro me ha hablado mucho de ti.

Mi amigo me miró un instante.

—Me contaste que era bella, pero nunca imagine que lo fuera tanto. Es una mujer preciosa, felicidades  — dijo.

Jacob y yo sentimos ese afecto propio de hermanos. No lo somos de sangre, pero sí de corazón.
Nos conocemos desde niños. La familia de Jacob me acogió con cariño desde siempre y tras la muerte de mis padres, nuestra relación se estrechó más. Viví con ellos una temporada durante la cual me hicieron sentir como un miembro más de la familia.

Desde que entramos al restaurante busqué con la mirada a Dana y a Aurora. Las encontré sentadas en una mesa cercana a la que Natalie y yo ocuparíamos.
Ambas nos observaban, incluso Aurora agitaba su mano como saludo. Sonreí como respuesta. Estaba feliz de verlas.

Nuestro primer baile fue el momento más emotivo de la noche. Todo el lugar se oscureció mientras un reflector nos alumbraba. Todos los presentes fueron testigo de cómo nos acariciábamos con la mirada al tiempo que nos hacíamos promesas.
Nuestra conexión fue evidente para todos los ahí reunidos. Ninguno dudó que estamos hechos el uno para el otro.

Hubo un instante en que Natalie comenzó a susurrar la canción en mi oído y tuve que hacer un gran esfuerzo para que mi cuerpo no me traicionara en plena pista.
Sentir el aliento de Nat tan cerca de mi piel avivó, como leña seca, mi instinto voraz.

Fue una noche especial, atestada de buena energía que iluminaba y alegraba cada rincón. Todos disfrutamos el momento.

—Ven conmigo, hay dos personas especiales que quiero que conozcas  —pedí.

Con nuestras manos entrelazadas la guié hasta aquella mesa donde una linda mujer enfundada en un vestido verde agua y el cabello recogido, nos seguía con la mirada. Junto a ella se encontraba una niña que disfrutaba con inocente descaro una rebanada de pastel.

En cuanto Natalie dedujo mis intenciones me miró fijo y pude sentir el temblor de sus manos.
Intuyó quienes eran y por un instante, se sintió molesta.

— ¿Por qué las invitaste?  —preguntó deteniendo su andar.

—Nat, es la madre de mi hija, son mi familia. Dana es mi amiga así que te ruego que vengas conmigo para conocerla.

—No, no…puedo  —balbuceó con la mirada clavada en el piso.

—Por favor  —insistí y tiré de su mano para reanudar nuestro andar.

Al estar frente a ellas, Natalie continuaba con la mirada baja, pero se vio obligada a levantarla cuando escuchó el grito lleno de alegría con el cual me recibió Aurora.

Un segundo después, la chiquilla se encontraba colgada a mi cuello, dejando rastros de pastel en mi rostro, mientras la tomaba en mis brazos con gran emoción.

—Mi mami me ha contado que tú eres mi papi. ¿Es cierto? —quiso saber la pequeña sin quitarme la vista de encima. Sus ojos grises brillaban.

—Así es.

—También me dijo que tú no lo sabías, que no te lo dijo porque era un secreto.

Su forma madura de hablar y expresarse sorprendía a todos cuantos la conocían.
Natalie no le quitaba los ojos de encima.
Parecía hipnotizada.

—Eso es verdad, pero lo importante es que ya lo sabemos. Así que ahora vamos a pasar más tiempo juntos. ¿Te gusta la idea?

— ¡Sí!  —gritó llenándome de besos.

Para Natalie fue evidente el amor que esa pequeñita sentía por su esposo y no tuvo más remedio que sonreír ante la escena de la cual era testigo. Ambos parecíamos cómplices de vida y no había más que decir.

—Hola  —nos saludo Dana.

—Gracias por venir  —comenté mientras me acercaba, con Aurora en brazos, para darle un beso en la mejilla.

—Me alegra haber venido  —respondió en voz baja.
La presencia de Natalie la intimidó.

—Nat, ella es Dana,  mi amiga y madre de mi hija.

—Mucho gusto, Dana —comentó Natalie sin acortar la distancia.

—Es un placer, Natalie. No sabes las ganas que tenía de conocer a la mujer que secuestró el corazón de éste gran hombre  —dijo.

Se acercó a mí esposa y le dio un abrazo sincero que la dejó paralizada. Nat no tenía idea de como reaccionar.

El gesto le dejó claro que Dana no era, ni por equivocación, la clase de mujer que demostró ser Jenny. 
Dana era distinta en todos los aspectos tal y como le había dicho.

— ¿Ella es tu esposa?  —preguntó Aurora rompiendo con aquel silencio forzado que nos había envuelto.

—Así es, su nombre es Natalie —exclamé con una sonrisa de oreja a oreja.

—Es muy bonita  —habló bajito para que solo yo pudiera escucharla.

Su esfuerzo resultó inútil, entonces los tres adultos comenzamos a reír.

—Gracias, Aurora, tú también eres muy bonita  —dijo Natalie.

—Soy bonita porque mi mami es bonita, ¿verdad? —habló dirigiéndose a mí.

—Así es, ambas lo son  —respondí relajado.

Los cuatro platicamos unos minutos. Aurora, con esa espontaneidad que la caracteriza, se sentó en las piernas de Natalie y de vez en vez le compartía de su pastel.

Un rato después los tres somos sorprendidos por una luz que provenía de mi cámara, Aurora la había agarrado y tomaba fotografías al por mayor…

Perdido en los recuerdos me quedó dormido.

Al abrir los ojos ya ha amanecido, buscó con la mirada a mi mujer y constato que continúa durmiendo en la misma posición de hace horas.

Mi atracción por ella es tan inmensa que me atemoriza. Por momentos creo que mi razón se ha desquiciado.

Me encuentro tan cerca del límite y aún no sé como lograré salvarla. Lo único que me queda claro es que no debo dejarla sola ni un solo instante...

Cuando llegamos a la ciudad de Casablanca, en Marruecos, experimento la misma sensación de meses atrás.
Como si en verdad se tratara de aquella ocasión. Todo pasa del mismo modo. Como si el universo, el destino o una fuerza extraña —llámenle como prefieran— nos hubiera trasladado al momento exacto.

Nos hospedamos en Golden Tulp Faráh, visitamos la Mezquita Hassan II y la antigua Catedral del Sagrado Corazón de Casablanca. Natalie se empeñó en ir al mercado central, al barrio de Habous y cenamos en el Al-Mounia, restaurante del cual tuve conocimiento gracias a una plática entre dos turistas.
Los mismos de hace unos meses.

En nuestra visita al Barrio de Habous, veo a lo lejos a un hombre que me parece conocido, al voltear para cerciorarme, el hombre ha desaparecido.
Tal cual como un fantasma.

Pienso que el calor está friendo mi cerebro.
Es tan intenso que mi playera se ajusta a mi cuerpo por causa de la humedad.

Cómo piezas en un tablero de ajedrez, seguimos el mismo protocolo, con la diferencia de que esta vez, no tuvimos que planearlo.

Cuando el último día llega soy consciente de lo que sigue: visitar el barrio Ben M’Sick donde reposaban los restos de un hombre considerado el gran amor de la abuela de Nat.

Soy cuidadoso de no iniciar aquella discusión del pasado, de este modo ella no se enfadará y ambos saldremos al malecón para visitar “La Corniche”. Entonces no tendré que dejarla y ella —sola y enojada— no tendrá que salir del hotel y evitaremos aquel fatal accidente que le arrebató la vida a mi mujer y a mí, el alma.

Mientras Natalie reza frente a la tumba de aquel desafortunado hombre, me cae encima una cubetada de agua helada que me estremece de pies a cabeza.

De pie, a unos cuantos metros de nosotros escondida detrás de un árbol, está aquella anciana que me había ayudado a volver.

Bashira se asoma y me mira insistente. Mi ser tiembla y en un principio hago un intento por ignorarla, pero la fuerza en la mirada de la mujer me obliga a fijar la vista en ella.
Con una seña me pide que me acerque.

Con los nervios destrozados aprovecho que Natalie continúa inmersa en sus oraciones y me levanto para encontrarme con la anciana.

A la luz del día, Bashira es una figura fantasmal. Está pálida, demacrada y sus ojos carecen por completo del brillo que posee una persona en vida.

Verla tan de cerca eriza mi piel.

— ¿Qué hace usted aquí?  —la interrogo en estado de shock.

—He venido a decirte que se está agotando el tiempo, tienes que volver  —dice llena de seriedad.

—No puedo volver ahora, tengo que evitar el accidente, por eso volví, ¿recuerda?
Debo cambiar el destino de Natalie.

—No debes quedarte más tiempo o las consecuencias serán catastróficas — advierte—. Tengo que despertarte, tú cuerpo corre peligro.

—No me iré, faltan solo unas horas y…

La impotencia hace que levante el tono de voz.

— ¿No haz escuchado? No puedo seguir resguardando tu cuerpo, tienes que volver.

— ¡No! —grito al punto de la histeria.

El encuentro es interrumpido por Natalie. Me está buscando.

—Por favor, Bashira —volteo para rogar más tiempo, pero la anciana se ha esfumado.

La busco con la mirada, pero no la encuentro. Pareciera como si se la hubiera tragado la tierra.
Llevo las manos a mi cabeza y  camino deprisa para encontrarme con Nat.

— ¿Dónde estabas? 

—Lo siento, necesitaba buscar un baño  —miento y le doy un beso para tranquilizarla.

Natalie me observa inquisitiva y creo que quizá vio a la anciana.
Segundos después, sonríe y yo imito el gesto.

— ¿Podemos irnos ya?  —pregunta.

Luego de mirar aquel pedacito de tierra en donde ha dejado un ramo de flores, tal como su abuela deseaba, toma mi mano y juntos caminamos rumbo a la salida.

Hacemos el camino de regreso en silencio, Natalie parece perdida en sus pensamientos y yo aún no logro recuperarme de la impresión que me dejó la imprevista aparición de Bashira en el cementerio.

Dijo que el tiempo se había agotado, y que mi cuerpo corría un gran peligro. Es imposible olvidar esas palabras.

¿Cómo voy a regresar precisamente éste día?
Solo faltan unas horas para que aquella tragedia que me separó de Nat, suceda.

No regresaré, debo evitar el accidente. ¡No voy perderla otra vez!

Antes de entrar al hotel pido a Natalie que se adelante y suba a la habitación. No sin antes rogarle que por ningún motivo salga de ahí hasta que yo regrese.

—Promete que me harás caso —pido antes de dejarla sola.

— ¿Pasa algo? —la preocupación en mí la ha alertado.

—Prométemelo  —insisto.

—Esta bien.

Un fugaz beso es lo último que me permito antes de salir corriendo.

Al bajar del taxi que nos trajo de regreso al  hotel, vi de nuevo a aquel hombre. Entonces supe que no lo había imaginado.

James se encontraba de pie a unos metros del Golden Tulp Faráh, usaba lentes oscuros y un sombrero. Trataba de ocultarse detrás de las hojas del periódico que simulaba leer. Lo reconocí de inmediato.

No hace falta correr para alcanzarlo, James continúa en el mismo lugar y al notar que me acerco, agacha la cabeza y camina en dirección contraria.

— ¿Acaso nos estás siguiendo? —pregunto al tiempo que lo tomo por la camisa para después estrellarlo con fuerza en la pared.
 
James, con el sudor escurriendo por su frente, intenta zafarse de mi agarre. 

— ¡Déjame!  —ordena— Estás demente.

— ¿Demente?  —repito acercando mi rostro hacia el suyo. Estoy seguro de que James siente mi aliento— ¿Entonces qué carajo haces aquí? Te vi esta mañana afuera del hotel y vuelvo a verte ahora? Mírate como vas vestido.

— ¿Estás delirando? —responde entre risas.

Aquello me desquicia, he tenido que contenerme todo el día y más, es imposible. Sin más le propino un fuerte golpe en el estómago. El dolor lo obliga a doblarse.

Lo levanto y a rastras lo aparto, no es bueno llamar la atención de las personas.
Doblo en una esquina que tiene la pinta de callejón solitario y lo golpeo de nuevo.

— ¿Qué haces aquí? —lo cuestiono de nuevo.

—Estoy de vacaciones  —dice entre quejidos.

—No intentes tomarme el pelo  —exclamo apretando los dientes. Me siento furioso, así que lo golpeo una y otra vez.

Estoy fuera de mí, algo en mi interior advierte que la presencia de James en Marruecos no es una coincidencia y saberlo me hace sentir molesto y preocupado.
Debo saber la verdad y si para eso tengo que molerlo a golpes, lo haré.

— ¡Jenny me mandó!  —confiesa al fin.

Me detengo en seco, la respuesta no la esperaba. Solo conozco a una Jenny y por un segundo dudo que se trate de la misma mujer. 

¿James y Jenny, se conocen?

Parece tan poco probable.

— ¿Jenny Garth? —pregunto para cerciorarme de si se trata de la misma persona.

—Sí —dice con esfuerzo.
Está tirado en el piso, enroscado como caracol, cubierto de sangre, sollozando como un chiquillo—. No sé que le hiciste, pero debío ser algo gordo porque quiere venganza. Ella odia a nuestra Natalie— agrega burlón.

Los bellos del mi piel se levantan. Jenny es una mujer vanidosa, egoísta, y fría como el hielo, pero aquello raya en la demencia.

¿Por qué? ¿Qué gana?

— ¡Habla!  —ordeno conteniéndome  para no darle otro golpe.

—Quiere matarla.

Lo ha dicho tan bajito que apenas puedo escucharlo.

—Repítelo.

—Jenny quiere matar a tu esposa. Está celosa y muy… molesta contigo —con cada palabra se encorva de dolor.

La escena es más de lo que puedo soportar.

¡Esa mujer está loca!

Entonces las piezas comienzan a encajar, no fue un accidente como todo éste tiempo creí, a Natalie la habían asesinado. Todo fue resultado de un plan macabro.
Por eso Bashira me había pedido que pusiera atención en los pequeños detalles pues ahí encontraría la respuesta.
Mi mente trabaja a todo vapor.
Mi cólera aumenta tanto como la frustración.

— ¿Cómo? ¿Cuándo?  —exijo saber golpeándolo sin piedad.

La ira me posee como ente del Inframundo.
¿Cómo pude enredarme con una asesina?
Maldigo el momento en que la conocí.

¿Cómo pudo?

—Esta noche —dice antes de caer  inconsciente.

Lo observo aterrado, luce fatal todo lleno de sangre, desplomado en el piso.
Parece muerto.

Respiró hondo varias veces, necesito calmarme. Con la razón nublada envuelvo con mis manos el cuello de aquel hombre, quiero matarlo, sin embargo me contengo.
¡Yo no soy un asesino!

En la esquina hay un teléfono público, corro hasta él para pedir ayuda. James necesita ser atendido.
Después marco otro número, habló unos segundos y me voy.

Aún no anochece, así que salgo como alma en pena en busca de mi esposa. Tengo que protegerla.
Ahora sé quien fue la responsable de su muerte, debo atrapar a Jenny y llevarla ante las autoridades.
Debe pagar.

Esa mujer no puedr estar en las calles, es peligrosa...

Ajeno a lo que ocurre en otro momento y en otro lugar, Bashira es la única testigo de como aquel viejo edificio —que ha sido adquirido por una empresa constructora— es invadido por un grupo de hombres dispuestos a demolerlo.

Todo desaparecerá. Aquel viejo barrio será convertido en un enorme y prestigioso centro comercial.

— ¡Aquí hay un hombre! —grita un trabajador que colocaba los explosivos dentro del edificio donde mi cuerpo permanece sumido en un sueño profundo.

Sudando frío, tembloroso e invadido de temor, entro en el elevador para subir a la habitación donde se encuentra Natalie.
Al llegar al quinto piso aceleró el paso.
Unos cuantos metros es lo que me separa de la puerta, pero justo cuanto voy a girar la perilla, me percato de algo que hiela mi sangre.

Mi mano se ha tornado trasparente, contengo el aliento para mirar el resto de mi cuerpo.
Mi rostro se llena de terror.

No hay marcha atrás, estoy desapareciendo y eso solo puede significar una cosa: Me han despertado....

                    

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top