XIX

Natalie

Lo primero que veo al abrir los ojos es el rostro de Dana. Está sentada a mi lado, con una sonrisa en los labios.

—Hola —balbuceo.

Antes de responder miro a mi alrededor. No reconozco el lugar, pero tiene la pinta de un hospital.

— ¿Qué hago aquí?  —pregunto mientras me incorporo.

—Te desmayaste, ¿no lo recuerdas? Hablabas con el alguacil y de pronto te desvaneciste. El personal del bar llamó a emergencias y te trajeron aquí. Has dormido todo el día.

— ¿Cómo?

Mis ideas están al revés, torcidas y me impiden pensar con claridad.

Aprieto los párpados, respiro profundo e intento recordar.

<Alejandro>,digo en voz en alta.

Dana me observa un instante en silencio, después desvía la mirada hacia el piso.

—Aún no se sabe nada de él  —responde.

Mis ojos se humedecen y por instinto encojo mis piernas, me abrazo a ellas y escondo el rostro. Lloro por varios minutos.

— ¿Quién quiere hacernos tanto daño?  —pregunto mientras limpio mi nariz con un pedazo de papel que Dana me ha ofrecido.

—Jenny  —comenta Dana.

La mención de ese nombre provoca que caiga de bruces en un agujero negro. Sé bien de quién se trata, es la mujer que me insultó en el lobby del hotel, la misma que encontré en la habitación de mi esposo.
Esa mujer está loca.
Siento miedo, pero al mismo tiempo la rabia se apodera de mí.

— ¿Qué tiene que ver esa mujer con lo que está pasando?

—El alguacil Bakú dice que James confesó que Jenny planeaba asesinarte. Dijo que enloqueció a causa de los celos y que deseaba vengarse de Alejandro.

Las noticias me dejan sin aliento.

—Al igual que tú no puedo creer que Jenny haya llegado tan lejos. Pero la conocí bien, y debo admitir que es la maldad en persona.

— ¿Entonces está involucrada en la desaparición de Alejandro?

—Eso no lo sabemos aún, según James, el plan de Jenny era deshacerse de ti, no de Alejandro.
La policía continúa investigando así que debes tranquilizarte, en tu estado no es bueno estresarse.

— ¿Mi estado? —repito al no comprender el comentario.

—Estás embarazada, ¿no lo sabías?

¡Pum!
Otra bomba que me pulveriza.

Los mareos, el malestar estomacal matutino, y la ausencia de mi periodo me asaltan. Antes lo concideré unos segundos, pero lo descarté al ser consciente de que tomaba precauciones.

— ¿Estas segura? —insisto con el corazón desbocado.

—El medico que te atendió me lo ha contado.

Por un momento mi rostro se ilumina. Un hijo de Alejandro es un remanso de paz en tiempos de tempestad.

La felicidad me embarga al imaginar la reacción de Alejandro. Seguro habría brincado de alegría al enterarse. Sonrío, pero pronto la realidad me golpea al recordarme que ignoro el paradero de mi esposo.

< Voy a encontrarte>, digo en lo que se oye como un juramento mientras miro hacia una pequeña ventana.

—Dijiste que tenías que contarme algo que el propio Alejandro te pidió si algo pasaba con él —digo al recordar la llamada telefónica que tuvieron días atrás—. Ya estás aquí, así que dime, ¿de que se trata?

Dana traga saliva y limpia las perlas de sudor que escurren por su frente.

—Señora Connor , veo que ya ha despertado —nos interrumpe un hombre que lleva un estetoscopio colgado en el cuello y en las manos un tipo de folder metálico—. Me alegra que así sea porque entonces podré enviarla a su casa.

—Querrá decir al hotel —lo corrijo—, mi casa está al otro lado del mundo  —agrego con cierta burla.

—Tiene razón —reconoce apenado—. Aquí van las indicaciones que debe seguir, junto con una receta. Se trata de suplementos alimenticios, en su estado es importante tomarlos. Evite el estrés y el exceso de trabajo  —comenta al tiempo que me extiende una hoja.

Una hora más tarde salimos del hospital. No, no he olvidado nuestra charla pendiente.

— ¿Dónde está Aurora?  —quiero saber mientras viajamos de vuelta al hotel.

—La dejé bajo cuidado de los padres de Jacob —responde con la mirada entristecida—. Esto es un asunto serio.

— ¿Dejaste a tu hija para venir a ayudarme?

No tiene que contestar, su sola presencia lo dice todo. Una maleta llena de culpa me cae encima.

—Gracias —murmuro.

Es evidente la preocupación de ambas y aunque las dos pensamos en Alejandro, Dana también piensa en su hija.

—Alejandro me contó sobre tu enfermedad  —soy yo la primera en romper el silencio— ¿Cómo te sientes?

Dana hace una mueca y levanta los hombros.

—Bien,por ahora. Hay temporadas que no resultan gratas —confiesa mientras saca de su bolso un frasco pequeño. Toma una pastilla y la coloca debajo de su lengua—. Aminora los dolores  —comenta al sentirse observada.

—No creo que te haga bien estar aquí, debes volver a Chicago, junto a tu hija. No puedes interrumpir el tratamiento, eso podría ser contraproducente para tu salud.

—Regresaré cuando sea el momento, no te preocupes por mí, estaré bien.

— ¿Por qué haces esto?

—Se lo prometí a un amigo, estoy segura de que él habría hecho lo mismo por mí  —responde sonriendo.

Quiero preguntar si lo ama, pero no necesito hacerlo. ¿Por qué otra razón estaría aquí?
Es obvio que ama a Alejandro, ya no tengo duda.

No siento celos, ni siquiera me molesto, en el fondo siempre lo supe. Dana ha viajado cientos de kilómetros, a un país extraño para estar al lado de la esposa del hombre a quien ella ama.
La admiro, yo nunca podría hacer algo semejante.

Me levanto y saco de mini bar dos latas de jugo. Hubiera preferido una copa de vino, pero el embarazo y la enfermedad de Dana, no me lo permite.

— ¿Me lo contarás ahora? —pregunto al tiempo que dejo una lata frente a Dana.

—Natalie, lo que voy a decirte puede resultar una locura, algo fantasioso o increíble, pero es la verdad y debes creerme. El propio Alejandro me lo contó, confío en él y sé que no me mentiría. Voy a pedirte que no digas nada hasta que termine de hablar.

—De acuerdo —acepto mirándola directo a los ojos. Hay algo en su voz que me preocupa.

Guardo silencio y escucho con atención a aquella mujer de piel bronceada y cabello negro como la noche.
Es muy bonita, pero sin duda su interior lo es más.

Tengo que contenerme para no gritar ni cuestionar el relato que escucho.
Parece imposible todo aquello. ¿Cómo podría ser?

Dana contó de inicio a fin la historia sobre mi asesinato en otro tiempo y del sufrimiento que anidó en el corazón de Alejandro al creerme perdida por siempre.
Dijo que con la ayuda de una anciana había viajado al pasado para cambiar mi trágico destino.
Me habló de todo lo que tuvo que enfrentar para lograr encontrarme, del dolor que sintió al saberme comprometida con otro, del acoso de Jenny y de lo feliz que se puso al verme de nuevo después de creerme muerta.
Pido énfasis en el amor incondicional que Alejandro siente por mi desde el primer momento en que me vio en aquel evento.

—Eres su vida, Alejandro está dispuesto a todo por ti —exclama.

Todo parece ser una película de ficción, no tiene sentido alguno.

Las lágrimas fluyen como ríos caudalosos, mi pecho se oprime con cada relato. No sé que pensar, que creer ni que decir.
Me siento al punto de la asfixia dentro de un nube espesa donde el aire apenas logra colarse.

— ¿Recuerdas aquella nota que te dejaron en la recepción del hotel, donde te citaban en el bar en punto de las once? —pregunta Dana.

Mis ojos se abren como platos.

— ¿Fuiste tú?

Aquella tarde, cuando volví del periódico, la recepcionista del hotel me entregó una nota. Efectivamente, en esa nota me citaban en el bar del Langham en punto de las once.

Asistí por pura curiosidad, pero en cuanto entré localicé a Alejandro.
Tomaba una copa mientras escuchaba atento y melancólico "Claro de Luna".

—Sí, los cité a ambos con la esperanza de que lograran encontrarse.
Alejandro había llegado la noche anterior destrozado. Creía que te había perdido para siempre.
Verlo así desgarró mi corazón, así que sentí el deber de ayudarlo.
Se lo había prometido.

—Yo... no sé que responder. En mi cabeza se escribieron cientos de posibles historias, pero nunca una como la que acabas de contar.
Todo ha sido... demasiado.

El llanto me impide hablar así que me pongo de pie y salgo al balcón. Necesito aire fresco.

Me recargo en el barandal y miro las tranquilas aguas del océano. Deseo que mi interior se encuentre tan apacible como luce el mar a esta hora.

Una brisa fresca se estampa en mi rostro haciéndome sentir el roce de un velo fino.
Mi cabello se nueve al compás del viento y mi vestido se alza sobre mis rodillas...

"Soy un hombre que ha cruzado el tiempo para encontrarte".

Palabras que Alejandro me dijo, esas que no comprendí antes, por fin de llenan de sentido...

Cinco meses tardé en encontrar al hombre que he amado con la intensidad de una erupción volcánica.

No hubo día en que no saliera a las calles en su búsqueda. Pregunté, soborné y arriesgó todo para lograrlo.

Dos meses antes, cuando solo habíamos cumplido dos semanas de haber regresado a Chicago, Dana falleció. Su cuerpo, invadido por esa enfermedad fatal, perdió la batalla.

<No te des por vencida>, pidió antes de cerrar sus ojos para siempre. <Si no puedes hallarlo en éste tiempo, búscalo en su tiempo real>.

En su tiempo real.
En su tiempo real.
En su tiempo real.

Sus palabras se repetían una y otra vez en mi cabeza.

Así lo hice, volví a Marruecos, el último lugar donde se suponía había estado antes de enfrascarse en aquel viaje al pasado.

Contraté un detective privado y lo buscamos sin descanso.

Antes de morir, Dana me cedió la patria potestad de Aurora. La pequeña es hija de Alejandro y desde hacía unos meses, mí hija también.

Cierta mañana, recibí una llamada del detective mientrss me encontraba bañando a la pequeña Aurora.

<Lo encontré, señora Connor>, exclamó el hombre.

Las lágrimas brotaron.
Mi corazón se liberó y la opresión que sintí en el pecho por tantos meses se esfumó como lo hace el polvo sometido por el viento.

—Naty, ¿por qué lloras?  —preguntó Aurora, quien me veía con sus ojos muy abiertos.

—Encontraron a papá  —susurre.

Ambas nos fundimos en un abrazo. La pequeña gritaba de la emoción, daba saltos y aplaudía corriendo por la habitación.

<Encontraron a mi papi, encontraron a mi papi>, repetía sin parar.

Me limité a observarla, la llamada que esperamos por tanto tiempo nos devolvió a la vida.

Supe que mi alma, que se encontraba extraviada en algún lugar, había entrado de nuevo a mi cuerpo...

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