XIV


—Buenos días, dormilona  —murmuro cerca de su oído justo después de darle un beso.

Natalie se niega a abrir los ojos,  terminó tan agotada y tan extasiada que ni la fuerza de la luz que se filtra en la habitación logra hacerla despertar.
La observo atento, como buscando algún detalle que se me hubiera escapado para grabarlo en mi memoria.

Duerme de costado con uno de sus brazos cubriendo sus ojos y luce tan fascinante que incluso así, despeinada, delicada y despreocupada de su imagen, me es apetecible. 

Despacio, me levanto para  tomar la cámara, en silencio y cuidando de no despertarla doy un primer disparo.
Logro tomar 12 fotografías sin que ella se de cuenta.

¡Oh, Nat! ¿Qué has hecho con mi voluntad?
Debo hacer un enorme esfuerzo para no poseerla en este instante, de contrario ninguno de los dos llegará a tiempo al trabajo.

Minutos después guardo la cámara en el estuche que siempre llevo colgado a mi hombro y voy directo a la regadera esperando que el agua tibia aminorare mi deseo.

— ¿Por qué no me despertaste? Es tardísimo  —reclama Natalie al verme salir de la ducha.

Pongo los ojos en blanco.

—Tranquila, aún tienes tiempo. Anda, entra en la ducha  —respondo entre risas con los brazos en alto en señal de rendición.

—Alejandro Connor, ¿me puedes decir que es tan gracioso?

No contesto, me dirijo al armario y saco un par de calcetines, un bóxer y una playera.

— ¡Ok! —grita al entender que no recibirá respuesta.

La observo divertido y lamento no haber tomado alguna instantánea para mostrársela en este momento.

Con solo un jugo en nuestro estómago, pues no hubo tiempo para más, salimos.

—Creo que ya va siendo hora de comprar un auto, ¿no crees?, así podría llevarte al periódico y por la noche pasaría por ti.

—Estoy de acuerdo con usted, señor Connor —comenta dándome un beso antes de subir al taxi—. Por cierto, se me olvidó contarte que ayer hablé con mi jefe, me ha autorizado ausentarme dos días. Hoy mismo compraré mi boleto para Marruecos.

Mi corazón se estruja ante su declaración. Sabía que Natalie no daría marcha atrás en su decisión y ahora debo buscar el modo de ausentarme de la televisora para acompañarla.

Rodgers pondrá el grito en el cielo.

—De acuerdo, señora Connor,  no olvide comprar mi boleto también, nos vemos por la noche.

Digo con un nudo en la garganta.

Todo el viaje hacia la televisora pienso en que decirle a mi jefe. La idea lo desquiciará, pero me debe unos días de vacaciones y a llegado el tiempo de cobrárlos.

—Hola Nancy  —saludo a mi secretaria antes de entrar en la oficina.

—Buenos días, Alejandro —responde en tono amable—. Te están esperando.

— ¿En mi oficina?

—Peter y el señor Rodgers están dentro  —aclara la joven al tiempo que toma un folder para entrar juntos.

La verdad no me extraña, es tal la presión ejercida por esos dos hombres  y su urgencia por terminar el proyecto de Egipto que me asfixian.

—Señores  —digo al entrar.

—Alejandro, que bueno que llegas, te vas a ir de espaldas cuando te demos la buena nueva  —comenta Rodgers visiblemente animado.

—Por la cara que traes puedo asegurar que una mujer no te dejó dormir anoche  —comenta Peter con ese humor negro que lo caracteriza.

— ¿Buena nueva? —repito mientras tomo asiento para firmar la hoja que Nancy acaba de extender, ignorando el comentario de mi amigo

— ¡Un momento!  —grita Peter dejándonos extrañados— ¿Qué diablos es eso?

Apunta su dedo rechoncho a mi mano.

Tras unos segundos caigo en cuenta de qué lo ha sorprendido tanto.

—No me digas…  —comenta el jefe con los ojos muy abiertos.

—Precisamente iba a hablarles de ello en cuanto ustedes aclararan el motivo de su presencia en mi oficina, pero ya que han tocado el tema les contaré  —respondo recargándome en la silla con las manos a los costados para mirarlos de frente con una gran sonrisa en el rostro—. Ésto que tanta curiosidad les ha causado, es una alianza de matrimonio. El domingo por la tarde Natalie y yo hicimos un  viaje relámpago a las Vegas, con el único fin de casarnos.

Ni Peter, ni Rodgers, ni la audaz Nancy dicen nada. Creo que ninguno ha comprendido lo que acababan de escuchar.

— ¿Estás bromeando? —sisea mi amigo.

—No bromearía con un tema tan delicado.

—Vaya pues… ¡Hay que celebrarlo!, ¿que les parece hoy por la noche?  —comenta Rodgers igual o más sorprendido que el resto.

—De hecho estoy planeando  una reunión mañana por la noche, será algo sencillo —les aclaro.

— ¿Por qué mañana y no el viernes?  Es miércoles y hay que trabajar  —quiere saber Peter.

—Porque el jueves temprano Natalie y yo salimos de viaje de luna de miel —exclamo en espera de la reacción de ambos que se miran con el ceño fruncido.

Por la mañana, mientras fotografiaba y contemplaba a mi esposa nació la idea, así que llamé a Jacob y le conté sobre la boda relámpago y mi deseo de festejarlo con una reunión entre amigos. 
Después de felicitarme ofreció su restaurante y advirtió que él mismo se encargaría de los preparativos.

<No todos los días se casa un hermano>, agregó.

—En verdad espero su apoyo para poder realizar este viaje —pido en tono bajo, pero tajante.

—Pero, el proyecto aún no está listo y…

— ¡Vamos Rodgers! ¿Qué no escuchaste?  —interviene Peter— El  hombre más liberal, precoz y poco estable que he conocido y que jamás creí posible de atrapar, está contando que ahora es un hombre casado, osea sentenciado, y que desea tomarse un par de días para ir de luna de miel. ¡Yo le daría la semana entera!
¿Eso y más se merece, cierto Nancy?

La quijada me duele al escuchar a mi amigo, jamás imaginé recibir su apoyo. De hecho esperaba una letanía de reclamos y reproches.

—Yo… no sé que decir —responde Nancy. Su rostro ha palidecido.

Niego con un movimiento de cabeza.

Cierta ocasión Peter me contó un rumor que corría por la televisora. Según él se decía que mi secretaria me profesaba lealtad y disposición más por amor que por puro deber.
No lo creí, nuestra relación siempre ha sido profesional, sin embargo, su reacción no hace sino confirmarlo.

Entonces comprendo las intenciones de Peter al preguntarle, lo único que quería era incomodarla.

<Eres un idiota>,grito en mi mente.

—Tienes razón, aunque quisiera no puedo negarme, mi esposa se iría de espaldas si se enterara  —responde Rodgers y todos reímos a carcajadas.

La señora Rodgers no es precisamente una mujer abnegada, es bien sabido por todo el personal que en realidad es a ella a quien se debe el éxito de la televisora.

Al rededor de las 5:00pm recibo una llamada que me sorprende y alegra del mismo modo.
Es Dana, me ha invitado a cenar esta misma noche. La verdad no creí que quisiera volver a verme.
Accedo después de pensarlo unos segundos, me preocupa la reacción de Natalie, pero espero que comprenda.

Es importante continuar esa plática que quedó pendiente la noche en que la cuestioné sobre el padre de Aurora.
Han pasado varios días de eso, así que espero que por fin esté dispuesta a aclarar mis dudas.

Me siento culpable al ser consciente de que no le he contado a mi esposa nada sobre Dana y mis sospechas sobre el verdadero padre de Aurora.

—Nancy, debo irme, recuerde que mañana en la noche mi esposa y yo esperamos que nos acompañe a celebrar.

—Por supuesto, señor Connor, será un placer acompañarlos  —dice con una sonrisa forzada. 

En punto de las seis salgo directo al Times. Pasaré por Natalie, la llevaré al hotel y le explicaré sobre Dana.

— ¿Una invitación a cenar?  —me cuestiona Natalie.

—Sí, una vieja amiga me llamó para invitarme.

— ¿Y, a que hora debemos llegar? —quiere saber mi mujer.

Me quedo en silencio, no imaginé que Natalie lo tomaría como una invitación para ambos y no encuentro una salida para explicar que solo iré yo.

—Ya entiendo  —su semblante deja claro que no le agrada la idea—, la invitación es solo para ti, eso quiere decir que tu amiga no sabe que estás casado. ¿Cierto?

—Dana no lo sabe, no he podido contárselo, pero pienso hacerlo esta misma noche.

—Dime una cosa, ¿también con ella tuviste amoríos?

La pregunta tan directa me hiela la sangre, hace unas horas acabo de aclarar mi relación con Jenny y ahora debo explicar lo de Dana. Un tema delicado donde quizá exista un hijo de por medio.

—Sí —confieso.

— ¡Y cuantas más irán saliendo del baúl de los recuerdos, Alejandro!

La voz de Natalie retumba en la habitación. Está molesta.

—Por favor, no te alteres.

— ¿Como carajo no hacerlo?

—Nat, es un tema delicado de hablar, y antes de contarte más necesito estar seguro de algo. Precisamente por esa razón acepté ir y no puedo llevarte conmigo. Debes confiar en mí.

—No creí que llegaría el día en que me cuestionaría si tomé una buena decisión al casarme contigo  —comenta visiblemente dolida.

—No digas eso, jamás lo pienses siquiera —digo tomando sus manos—. Casarnos fue la mejor decisión que hemos tomado. Prometo que ésta misma noche te contaré todo.

Natalie se esfuerza por contener las lágrimas, es difícil aceptar que mi pasado nos persiga de este modo.
Sé que no es su intención juzgarme, pero debe estar cuestionándose si tenía que indagar más sobre quién fuí antes de que ella apareciera.

—Haz lo que tengas que hacer —comenta soltándose de mi agarre.

Un golpe duro.
Respiro hondo y me hago a la idea de que necesita tiempo para asimilar lo que está pasando. 

—No tardaré, amor —me despido en voz baja antes de cerrar la puerta.

Mi cabeza es un lío y me siento herido. ¿Por qué todo se a vuelto tan complicado?
Me arrepiento de haber experimentado un pasado exento de límites, madurez y buen juicio.

La pequeña Aurora es la encargada de abrirme la puerta. Cuando me ve se abraza a mi cuello.
Desde el día en que supe de su existencia, Aurora se ha convertido en un calmante. Su inocencia me ayuda a creer en la pureza del alma de las personas.

—Gracias por venir, pasa —exclama Dana mientras camina hacia nosotros.

—Me alegro de estar aquí —es mi respuesta.

—A nosotras también nos alegra verte, Alejandro —agrega con media sonrisa.

Minutos más tarde, tiempo suficiente para que la niña me mostrara los dibujos que había coloreado junto con sus amigas en el recreo, nos sentamos a cenar.

La cena transcurre tranquila, entre risas y ocurrencias de Aurora y un menú de agasajo.
Aunque la compañía de ambas no ha eliminado la preocupación por mi mujer.

Me dolió tener que dejarla, fue un acto tan desleal que me siento ajeno al lugar donde estoy en este momento.

— ¿Estás pensando en ella?  —pregunta Dana sacándome de mis pensamientos.

Me quedé solo un momento mientras Dana subió a acostar a la pequeña Aurora. Su repentina aparición hace que salte en la silla.

Dana trae en sus manos una caja que observo con curiosidad.

—Sí,  pero antes de hablar de ella, quisiera que retomáramos la plática que dejamos pendiente. Aurora me contó que te ha escuchado llorar por las noches  —digo con seriedad.

La sorpresa en el rostro de Dana no puede ocultarse, creo que nunca pensó que su hija la hubiera escuchado, ni mucho menos que me lo contara.

—Toma —dice tratando de recomponer su estado, entonces me entrega la caja —, averígualo tú mismo.

La caja no es muy grande y está forrada de papel  con estampados.
Dentro hay algunos papeles y varias fotografías.

Recuerdos que yo mismo tomé cuando ambos salíamos. Fotografías llenas de nostalgia. También hay fotos de Dana con Aurora en brazos, de Dana embarazada y de distintos cumpleaños de su hija.

Una a una las observo y puedo notar que todas tienen una fecha anotada en el reverso con una pequeña reseña de lo ocurrido.

Cuando las fotografías terminan, hojeo los papeles.
Está el resultado de una prueba de embarazo, siete ultrasonidos, el acta de nacimiento de Aurora y un sobre cerrado. Todo en ese orden, y así los leo.

La prueba de embarazo está fechada el 9 de noviembre de 1993, justo unos días antes de que Dana desapareciera, según recuerdo. Lo cual, pensándolo bien, me pareció una huída.

Repaso a detalle cada uno de los ultrasonidos con una sonrisa, me resulta maravilloso conocer a Aurora desde que estuvo en el vientre de su madre.

—Es como presenciar un milagro —comento a Dana, quién me observa con atención.

Entonces tomo el acta de nacimiento, desde que empiezo a leerla mi mente y corazón reciben un latigazo que me sacude de pies a cabeza.

<Con fecha 20 de julio del año 1994, la señora Dana Lemus, presenta viva a una niña la cual lleva por nombre: Aurora Connor, con fecha de nacimiento el día 14 de julio del año 1994. Nombre de la madre: Dana Lemus. Nombre del padre: Alejandro Connor>, leo en voz alta con un nudo atroz en la garganta.

¿Por qué no se me ocurrió preguntarle a la niña su nombre completo?
Así habría sabido que era mi hija y me hubiera evitado días de angustia.

Trago saliva con dificultad y por un instante me siento mareado.

— ¿Por qué me lo ocultaste? ¿Tienes idea del tiempo que me he perdido?  —la interrogo con los ojos húmedos.

—Siempre fui consciente de tu alma libre, de la pasión por tu trabajo y de tu falta de compromiso, pero sobre todo, fui consciente de tus sentimientos.
Tú no me amabas. ¿Para que iba a frenarte al confesarte que esperaba un hijo tuyo? ¿Qué hubieras hecho?  ¿En ese tiempo, habrías mostrado este interés por saber la verdad sobre Aurora?

Me deja indefenso, sé mejor que nadie que años atrás yo era otra persona. Un auténtico patán.

—Ahí tienes tu respuesta —continúa—, por eso preferí alejarme y  continuar sin ti. Pero Dios te ha puesto en mi camino de nuevo y has llegado cuando más te necesitaba.

— ¿Que quieres decir?

El rostro de Dana se ha ensombresido.

—Aún no has leído todo —agrega.

Entonces tomo el sobre cerrado, lo único que falta por ver. Al frente tiene escrito el nombre y la actual dirección de Dana. Es un sobre dirigido a ella. Lo abro y constato que se trata de una hoja tamaño carta con un par de líneas escritas a maquina:
<Resultado de biopsia:
Después de un detallado análisis del tejido dañado, se ha encontrado un crecimiento anormal de células epiteliales.
Diagnóstico: Metástasis avanzada>, leo en silencio, pero no alcanzó a comprender.

— ¿Qué significa?  —pregunto temeroso por la respuesta.

—Tengo cáncer, Alejandro  —confiesa con lágrimas en los ojos—. Al parecer uno muy agresivo.

La declaración me sacude violentamente, saber a Dana al borde de la muerte me estampa contra el pavimento sin piedad.

¿Cómo puede ser posible?

—Esto no puede ser, eres joven y tenemos una hija. Debes luchar  por ella —susurro—. Veremos a los mejores especialistas y mantendremos la fe en que todo va a salir bien. Confía —pido al tiempo que tomo sus manos entre las mías.

—Por supuesto que daré pelea a esta enfermedad que me carcome en silencio, pero no soy ingenua Alejandro, tengo pocas probabilidades de salir victoriosa.

—No te des por vencida antes de tiempo, yo estaré a tu lado para apoyarte.

Dana sonríe y noto las marcas violáceas que rodean sus ojos. Es imposible esconder su palidez tras el maquillaje.

—Prométeme que cuidarás de Aurora cuando tenga que partir.

La petición me petrifica y un sudor frío recorre mi espalda.

—Por supuesto que cuidaré de nuestra hija, pero tú lo harás junto conmigo.

—Gracias —responde mientras limpia las lágrimas que escurren por sus mejillas—. Ahora que sabes que eres el padre de Aurora, es tu turno de hablar.
Dime, ¿cómo van las cosas con Natalie?

El repentino cambio de tema me confunde, pero al mismo tiempo me recuerda uno de los motivos por los cuales he venido. Dana debe saber que Natalie y yo nos hemos casado.

Deseo que ella y Aurora estén presentes en la reunión que Jacob ha organizando para celebrar mi matrimonio.
Son parte de mi familia.

—Nos casamos  —cuento de golpe, causandole gran sorpresa— ,el domingo por la noche, en las Vegas.

— ¿Estás hablando en serio?

—Sí, y aunque quizá no es un buen momento para ésto, me haría feliz que tú y mi hija nos acompañaran mañana para celebrarlo. Será una reunión sencilla, solo estarán presentes personas muy cercanas y Rodgers, mi jefe —concluyo.

— ¿Estás seguro de que nuestra presencia no importunará a tu esposa?

—Natalie estará tan feliz como lo estaré yo —reconozco.

— ¿Le contarás de Aurora?

—Esta misma noche  —digo sin titubear.

Una bella sonrisa se esparce e ilumina el rostro de mi acompañante.

Cuando entro a la habitación, todo está oscuro y silencioso. Pasan de las diez y aunque Natalie no suele acostarse  temprano, creo que se encuentra dormida.

Enciendo la lámpara que está encima de la mesita situada junto al sofá y miro hacia la cama buscándola.

Ahí es ella, debajo de las sabanas, hecha un ovillo.

Luce tranquila así que me acerco despacio hacia la cama. Dudo en despertarla para contarle todo. Quizá sea mejor dejarla dormir y posponer nuestra charla.

Pero por la mañana resultará imposible, a penas si tenemos tiempo para llegar al trabajo y quizá Natalie tenga que irse más temprano que de costumbre. El jueves salimos de viaje y por la tarde pienso raptarla para llevarla al restaurante de Jacob.

Deseo sorprenderla, por eso no le he hablado sobre la reunión y contarle todo durante nuestra estancia en Marruecos, donde además de cumplir la promesa que Nat le hizo a su abuela se trata de un viaje de luna de miel, no me parece una buena idea.

Tiene que ser ahora o tendré que posponerlo por varios días y, ¿que le diré sobre Dana y Aurora cuando se las presente en la reunión?

Respiro hondo varias veces para darme valor.

—Nat, despierta  —hablo bajo al tiempo que la muevo un poco.

Eso es suficiente, entonces Nat abre los ojos y me mira. Parpadea un par de veces y cuando sus ojos se acostumbran a la luz que proviene de la lámpara, se sienta en la cama.

— ¿Todo bien?  —quiere saber.

—Sí, pero es importante que hablemos.

—De acuerdo —responde relajada.

Su semblante luce distinto a cuando me despedí hace unas horas. Eso me tranquiliza.

—Primero que nada quiero que sepas que el tema del cual voy a hablarte es delicado. No lo hice antes por que quisiera ocultártelo sino porque yo mismo acabo de enterarme hace unos minutos.

—Está bien, continúa —comenta mirándome con atención.

Le cuento todo, desde mi extraña relación con Dana aclarando que se trata de una mujer importante para mí, así como de su repentina desaparición y nuestro inesperado reencuentro días antes. De como que me enteré de la existencia de Aurora. Una pequeña que conocí cuando tenía tenía 3 años y quién ahora está por cumplir 6.
Le habló sobre el cariño que nació en mi interior por la pequeña desde el primer momento que la vi, que las he visitado varias ocasiones y de como, mientras visitábamos el parque de diversiones, Aurora me contó sobre su padre.

—A partir de esa inocente charla, una duda creció en mí —reconozco.

También le cuento que hace unas semanas Dana fue diagnosticada con cáncer.

Después un silencio sepulcral se apodera de ambos.

— ¿Tú hija? —pregunta con los ojos humedecidos.

Lo ha intuido sin siquiera mencionarlo.

—Sí, Dana me lo ha confesado esta noche, por eso me invitó a cenar a su casa.

— ¿Y si te lo dijo para evitar que  su hija quedé desamparada? Has dicho que está enferma y...

La sugerencia me causa malestar.

— ¡No, Nat! Ella no jugaría de ese modo con mis sentimientos  —respondo elevando el tono de voz.

—Por que te ama, ¿no es así? ¿Dana no se atrevería a hacer algo semejante, por qué te ama?

Pregunta y me da la impresión de que la invade un sentimiento desagradable. Quizá se cree una intrusa en mi vida. Cada vez le es más complicado entender que ella, quién prácticamente acaba de llegar y quién se ha convertido en mi esposa, pueda sentirse en desventaja sobre una mujer de la que nunca antes escuchó hablar. Una mujer que además es importante para mí, su esposo, y que tenemos una hija.
Una mujer que, sin duda alguna, siente amor por mí. 

—Y tú, ¿la amas?

—Por supuesto que no, yo solo he amado a una mujer y esa eres tú. Por Dana siento un cariño especial, no voy a negarlo, pero nunca un amor como el que siento por ti. Tú eres mi todo, ¿cuando vas a comprenderlo?

—Alejandro, ¿qué debo hacer? ¿Cómo debo reaccionar a esta noticia? ¡Tienes una hija con otra mujer!

—No debes hacer nada, solo acepta la existencia de Aurora y de ahí en adelante haz lo que te dicte tu corazón.

Las lágrimas no tardan en aparecer en el bello rostro de mi mujer.
La abrazo con infinita ternura y acaricio su espalda con tal delicadeza que apenas siento el roce, logrando que mis terminaciones nerviosas enloquezcan, encendiendo mi insaciable deseo.

Caigo presa de las sensaciones, esas que solo Natalie provoca en mí. Sin previo aviso la despojo del camisón y la lleno de besos. No existe un solo espacio en su cuerpo que no haya besado con adoración.

Mi pasión por ella es irracional y no hay otra forma de demostrárselo que hundiéndome en su interior.

Cuando se trataba de esta castaña de ojos miel y piel blanca, mi razón pierde el rumbo y todo se vuelve sentimiento.

Dormimos un par de horas, como siempre, la noche se nos hizo corta para amarnos. Corta para saciarnos uno al otro, para apaciguar el hambre que nos carcome en el preciso instante en que nuestros cuerpos hacen contacto…

—Hermano, que te puedo decir,  disfrútalo, te lo mereces  —exclama Jacob minutos antes de salir rumbo al aeropuerto.

—Gracias por todo, ha sido una tarde inolvidable  —respondo mientras estrechamos nuestras manos.

—Siempre he envidiado tu suerte, pero hoy más que nunca. Te felicito   —comenta Peter—, estoy seguro, aun cuando no me agrade reconocerlo, que esa bella mujer te hará sentar cabeza. Buen viaje.

—Ya lo ha hecho  —comento entre risas. Mantén domada a la fiera —agrego.

—No te preocupes por Rodgers, lo tengo bajo control —asegura al tiempo que guiñe un ojo.

Reímos ante el comentario, las ocurrencias de Peter, a veces, son divertidas.

No muy lejos de donde me encuentro, está una radiante Natalie. Ese discreto, pero sexi vestido color perla que lleva puesto —un regalo especial que le di por la mañana—, y su cabello suelto adornado con un sencillo prendedor, la hacen lucir espectacular.

No puede evitar mirarla y al mismo tiempo sentirme orgulloso de mi mujer.

Está acompañada de Dana y la pequeña Aurora; tal como pensé —pues así sucede cada vez que una persona la conoce— Aurora se robó el corazón de Natalie.
En cuanto a Dana, se mostró un poco reservada, sin embargo, estoy seguro de que el tiempo se encargará de que Natalie note la extraordinaria mujer que es.

Tal vez incluso puedan ser amigas...

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