XIII
Esa misma noche, un par de horas después, regresamos a Chicago.
Debíamos trabajar, y aún cuando no deseábamos separarnos, nos despedimos con un beso lleno de promesas.
Verla alejarse abre un hueco en mi pecho. Me invade una ansiedad despiadada, mi aprensión por ella es mayúscula y todo se lo debo al miedo que me da perderla.
No quiero separarme de ella, no deseo perderla de vista, solo siento una enorme necesidad de protegerla…
— ¿Qué pasa, por qué estás tan callado? —preguntó Natalie en cuanto llegamos al aeropuerto para abordar el avión de vuelta a Chicago.
—Creo que no podré complacerte, Nat —respondí sin atreverme a mirarla.
—No entiendo, ¿complacerme en qué?
Quiso saber con cierta frustración.
El silencio que nos envolvió todo ese tiempo no me agradó en lo absoluto.
Acabábamos de casarnos, se suponía que debería ser el momento más importante en la vida de ambos y sin embargo no lo parecía.
Mi actitud tenía a Natalie a punto del colapso.
—Mi trabajo absorbe la mayor parte de mi tiempo, un viaje a Marruecos es… complicado —expliqué.
— ¿Por eso estás así?¿Todo esto es por pedirte que viajáramos a Marruecos?
Lo preguntó de tal modo que me sintí peor. Buscaba una salida, una que no causara problemas con mi mujer.
Esa excusa sin sentido fue lo único que se me ocurrió.
—Lo siento.
—Alejandro, te has preocupado de más, es cierto que deseo hacer ese viaje, y si tu pudieras acompañarme sería estupendo, pero no voy a obligarte a ir. Entiendo lo de tu trabajo, así que relájate, no pasa nada. Además…
— ¿Además, qué? —repetí al notar que se había quedado callada.
—Es un asunto personal —aclaró—. Tal vez sea mejor que vaya sola.
— ¿Sola?
La idea me horrorizó. Estoy seguro de que mi rostro palideció.
—Sí, mañana hablaré con mi jefe para pedir un par de días, quizá jueves y viernes, así aprovecho el fin de semana. No me llevará mucho tiempo atender el asunto que tengo pendiente en Marruecos.
—Nat, ¿no crees que te estás precipitando? —dije en un intento por hacerla cambiar de opinión.
Por supuesto que no la dejaría ir sola, pero no sabía que más hacer, sobre todo por qué era consciente del motivo por el cual deseaba hacer ese viaje.
Justo en ese instante comprendí que Natalie no iba a desistir, era una promesa que le había hecho a su abuela y nada podría impedir que cumpliera su palabra.
—Sí conocieras el motivo, estoy segura de que querrías acompañarme —respondió acariciando con dulzura mi mejilla.
¡Por supuesto que lo sé!
— ¿Podrías al menos esperar un tiempo? —supliqué en un último intento—. Deja que resuelva un asunto en la televisora y entonces iré contigo.
—No puedo, ya lo he postergado mucho —respondió tranquila, pero firme.
La suerte estaba echada y parecía no existir otra posibilidad. Viajaré con mi mujer a esa antigua cita con el destino, ese destino con el que tengo una cuenta pendiente.
Continuar sometido a este miedo es una tontería. Debo hacerlo. Es imperativo enfrentarlo y vencerlo.
Con esa idea en mi cabeza dejé todo aquello de lado y me dediqué a consentir y mimar a mi mujer.
Las horas que restaban para que el sol naciera las aprovechamos para amarnos.
Fue una entrega feroz llena de caricias nuevas donde cada uno se impregnó en el otro.
Nuestras almas se fusionaron y la sensación resultó mágica e inigualable…
El día en la televisora se hace eterno. Cuento los minutos que quedan para marcharme.
He planeado acompañar a Natalie a dos citas con un asesor de bienes raíces.
Natalie desea —con urgencia— encontrar una casa, su estancia en el hotel se ha alargado y está convencida de que llegó el momento de conseguir un espacio propio. Uno que pueda acondicionar a su gusto, y le haga sentir el calor de un hogar.
Desafortunadamente Rodgers no me ha soltado, debo estar en el periódico a la hora del almuerzo, pero es imposible ir. Molesto, llamo a Natalie para disculparme.
—No te preocupes, iré sola, te cuento los detalles en la noche. Te amo —dice antes de cortar la llamada...
Natalie
Cuando llego a la cita me recibe una mujer joven de cabello largo rizado y piel oscura. Lleva puesto un traje sastre color azul y zapatillas que la hacen ver aún más atractiva.
<Una modelo de revista>,pienso al verla.
— ¿Señorita Sanz? —pregunta con una gran sonrisa.
—Ese era mi apellido hasta hace unas horas —respondo mostrando el anillo que llevo en mi dedo.
Un lindo y costoso anillo de oro puro gravado con mi nombre, que Alejandro puso en mi dedo para después entregarme uno exactamente igual para que yo se lo pusiera a él, cuando ambos firmamos el acta de matrimonio.
Por supuesto me sorprendí, no entendí como fue posible y cuando lo cuestioné me hizo callar con un beso, uno de esos que nublan mi mente y ne hacen perder el control.
—Felicidades, señora…
—Connor —exclamo sintiéndome feliz de que me llame así.
—Bien, señora Connor, mi nombre es Sophie, acompáñeme por favor.
Juntas entramos a una casa pintada toda en blanco situada en un pequeño suburbio de Illinois. De dos plantas, con una cocina independiente, un salón amplio con chimenea, tres recamaras, dos baños y un pequeño jardín perfectamente cuidado en la parte de enfrente.
Cuando la veo sé de inmediato que es lo que busco. Estoy maravillada, es la primera opción que me muestran y resulta ser justo lo que soñé.
Obvio debo darle un toque personal y realizar algunas modificaciones, pero nada más.
—Si necesita tiempo para consultarlo con su esposo solo tiene que decirlo.
Le aseguro que la inmobiliaria está en la mejor disposición —comenta Sophie.
— ¿Dónde tengo que firmar? —respondo— Es justo lo que quiero.
La asesora sonríe complacida y me extiende un folder con varios documentos en su interior para que los lea.
Una hora después me entrega las llaves al tiempo que me felicita por mi nueva adquisición.
—A hecho usted una excelente inversión. Ha sido un placer atenderla, señora Connor.
—Gracias, Sophie.
Digo antes de que la asesora de bienes raíces salga de casa y me deje sola en mi nuevo hogar.
Estoy segura de que le gustará a Alejandro.
Desde niña me hacía ilusión el día en que encontraría al hombre de mis sueños, aquel con el que formaría un hogar. Pero a mis veinticinco años mis expectativas siempre resultaron elevadas. Nadie parecía el indicado, al menos hasta que llegó James.
Sin embargo, aún así no alcanzo a comprender como pude equivocarme con él de esa manera. Estuve a punto de convertirme en su esposa y eso sí hubiera resultado un error fatal.
Me siento en deuda con la vida por haber puesto en mi camino a Alejandro, ese hombre que me hace sentir única y especial.
Ese que sin decírlo, me hace sentir amada.
El hombre con quien quiero compartir el resto de mi vida, y con quién deseo formar una familia numerosa.
Antes de volver al hotel paso al periódico para revisar y autorizar los encabezados del día siguiente. Asunto que me toma más tiempo del que había pensado.
Pasan de las ocho cuando entro al hotel, saludo al viejo Tomas y me echo a correr para alcanzar el ascensor el cual detuvo amablemente un hombre que ya se encontraba dentro.
—Gracias —exclamo mientras acomodo un mechón rebelde.
Desde el día anterior pasé todas mis pertenencias a la habitación de Alejandro.
En el pasillo me encuentro con la mucama, quien al verme saluda con nerviosismo marcado, asunto que me resulta extraño, pero lo dejo pasar.
La luz está encendida, así que imagino que Alejandro ha llegado.
La puerta de cristal que da acceso al balcón está abierta, suspiro y sonriendo me dispongo a alcanzarlo para saludarlo.
A metros de alcanzar mi objetivo aparece frente a mí una mujer que reconozco al instante. Encontrarla dentro de la habitación de mi esposo me causa un severo malestar.
— ¿Qué demonios haces aquí? — pregunta una rubia de ojos azules. La misma que hace unos días me acosó con insultos y golpes.
Trae puesto un diminuto y transparente camisón de dormir, su rubio cabello está perfectamente peinado y en su mano sostiene un cigarrillo cuyo humo ha inundado la habitación.
—La pregunta es ¿qué haces tú en la habitación de mi esposo? —la enfrento.
Mi sangre comienza a hervir.
— ¿Tú esposo? —repite— ¿Qué estupideces estás diciendo?
Me cuestiona y un segundo después estalla en carcajadas mientras se sienta en la cama con actitud retadora.
— ¡Lárgate! —grito rabiosa.
Me cuesta creer que se tome tanta confianza, la escena es más de lo que puedo tolerar.
He pasado varios días de ensueño y ni siquiera le he contado a Alejandro sobre el altercado que ambas tuvimos. De hecho no he podido aclarar con él que tipo de relación lo une con ésta mujer y ser consciente de ello me saca de mis casillas.
—La intrusa aquí eres tú así que te aconsejo que te vayas, como podrás darte cuenta estoy esperando a Alejandro y no me iré sin disfrutar de sus caricias. ¿Por qué crees que lo nuestro ha durado tantos años? —dice dando una calada profunda al cigarrillo.
—Seguramente porque eres una mujer fácil —contraataco.
—No querida, no te equivoques. La verdad es que Ale y yo nos entendemos bien en la cama. Supongo que tú solo eres su juguete nuevo, así que no tengo nada de que preocuparme. No eres nada a mi lado —comenta mirándome de arriba abajo.
Continúo de pie, incrédula, y por primera vez celosa de otra mujer.
Nunca antes he experimentado está sensación de malestar provocada por una mujer la cual, evidentemente, se entiende con mi esposo.
—Parece que no me escuchaste bien, Alejandro es mi esposo y sea lo que sea que ambos tuvieron, puedes estar segura de que se acabó. Lárgate si no quieres que yo misma te eche de aquí —sentencio— . Aquel día en recepción me contuve, pero no tienes idea de lo que soy capaz de hacer cuando se trata de defender lo que es mío.
La seriedad con la que he hablado logra borrar la cínica sonrisa que la rubia mantenía en su rostro. Entonces se pone de pie para acercarse.
—Alejandro no pudo casarse con alguien tan insignificante. ¿Acaso no te has visto en un espejo? ¿Tú crees que él se conformaría contigo teniéndome a mí? —escupe como un animal ponzoñoso.
A pesar de que lo intento, no puedo soportar más y estrello con fuerza mi mano en su rostro. La rubia va a parar en la cama.
Ahí se mantiene unos segundos, con su cabello cubriéndole el rostro y la mano sobre su mejilla, bajo mi mirada fría.
—No debiste atreverte, esto lo pagarás caro— comenta girando su rostro para verme a los ojos. Un fino hilo de sangre escurre por su labio.
Se levanta y se acerca a mí llena de ira. Es evidente que está dispuesta a golpearme así que me preparo para el ataque.
— ¡Basta! — el grito seco de Alejandro, quien sin que lo supiéramos presenció la escena, nos sorprende y la obliga a desistir de sus intenciones.
Al verlo comienza a llorar y entre sollozos me acusa de haberla lastimado. Me llama loca, celosa y agresiva, diciendo que la he golpeado sin motivo y que la amenacé con sacarla por la fuerza.
No pronuncio ni una palabra, estoy paralizada por la impotencia de conocer los alcances de esa mujer. No puedo creer el cuento que se ha inventado.
Es un actriz extraordinaria.
— ¡He dicho basta, Jenny! —la hace callar Alejandro— Deja de inventar cosas.
—Pero mi amor, te juro que no estoy mintiendo. ¡Esa mujer está loca!
—Ésta mujer es mi esposa y te exijo que la respetes. ¿Entendiste? —habla exasperado por la actitud de la rubia.
— ¿Tú esposa? —repite con voz temblorosa— ¿Cómo pudiste hacerme eso? Dijiste que me amabas.
— ¡Deja de mentir! Jamás he dicho eso. ¿Cuando vas a entender que solo tuvimos una aventura? Pensé que te había quedado claro la última vez que estuviste aquí. ¡Se acabó!
— ¡No! Tú no puedes abandonarme —responde ente lágrimas—. Yo te amo.
—No, no me amas, solo estás aferrada a mí. Vete de aquí, no me obligues a llamar al personal de seguridad —le ordena serio, conteniéndose para no sacarla él mismo.
La severidad que usa Alejandro logra hacer entender a la verdadera intrusa.
Se limpia las lágrimas y toma su abrigo para después ponérselo encima antes de salir poseída por el silencio.
Cuando escucho el portazo caigo de rodillas. El llanto brota sin piedad, me siento presa de la frustración y un sin fin de emociones provocadas por aquella mujer.
—Nat, levántate por favor —pide Alejandro
Lo ignoro. No deseo verlo, estoy molesta. Me siento traicionada.
Así me mantengo bajo la mirada triste de mi esposo quien se sienta a mi lado.
Cuando las lágrimas se han agotado, me pongo de pie, tomo mi bolso y salgo de la habitación ignorando las súplicas de mi esposo...
Alejandro
Acongojado por lo que acaba de suceder, la veo ponerse de pie y mis sentidos se alertan. Sale sumida en el silencio y mis suplicas son ignoradas.
Un instante después recuerdo lo que sucedió la última vez que Natalie, estando enojada, había salido sola.
Hecho un manojo de nervios salgo tras ella, pero para entonces el pasillo se encuentra desierto. Bajo corriendo las escaleras y la busco nervioso por el lobby.
No está.
Le preguntó a Tomas, el portero, y dice que no la ha visto salir del hotel.
Me acerco a Kate, pero ésta tampoco la ha visto.
¿Dónde te metiste, Natalie?
¿A donde fuiste en ese estado y a esta hora?
La busco en el bar, en la terraza, en el salón de eventos, en la boutique del hotel y nada. Natalie no está por ningún lado.
Exhausto y preocupado regreso a la habitación con la esperanza de encontrarla ahí.
La desilusión llega pronto.
Paso la noche despierto, extrañándola, pensándola y anhelando su presencia. Cada cinco minutos la llamo y nada.
Ha desaparecido y me siento un idiota por no haberla detenido.
Antes de las nueve de la mañana llamo a la oficina para avisar que no asistiré. La explicación: tengo un asunto personal que atender.
Por supuesto mi ausencia desata la furia de Rodgers y Peter quienes me esperan para continuar con la revisión del proyecto.
No me importa. Estaré ahí en cuando me cercioré de que Natalie se encuentre bien.
Es mi prioridad.
No acabo de entender por qué Natalie suele desaparecer cuando un problema se presenta.
Tomo una ducha para despejarme y salgo rumbo al periódico. Estoy seguro de que la encontraré ahí, Nat no faltaría a su trabajo ni aunque una neumonía se lo impidiera.
Nunca antes he entrado al "Times", pero muchas veces pasé por esta calle y lo observaba a lo lejos. Un edificio enorme.
Estar dentro cambia mi perspectiva por completo.
Es como una pequeña ciudad donde las personas van de un lado a otro deprisa y donde el silencio no tiene cabida gracias al constante murmullo que se escucha.
No sé hacia donde dirigirme para preguntar por la oficina de la editora en jefe, hay media decena de posibles recepciones, así que no me queda de otra que preguntar al vigilante que se encuentra detrás de un templete donde revisa a todo aquel que entra al edificio.
— ¿Puede decirme dónde se encuentra la oficina del editor? —pregunto después de pasar la revisión, y de que el vigilante me entregue un gafete donde purde leerse claramente: VISITANTE.
—Piso 20 —responde antes de continuar con su trabajo.
Es tal el flujo humano que, a pesar de que hay cinco ascensores en servicio, tengo que esperar para poder subir a uno.
Ahora entendiendo por qué Natalie suele escuchar música clásica para relajarse mientras trabaja. Esto es una horda de zombies.
Tardo más de cinco minutos en llegar al piso 20, los cuales se hacen eternos, pues el ascensor se detiene en cada piso para bajar o para subir más personas.
Cuando la luz al fin ilumina la casilla que me interesa, salgo y la escena ante mis ojos no es diferente a la que encontré en el lobby.
Todos están tan absortos en su trabajo que puedo asegurar que ninguno ha notado mi presencia, alzo los hombros y camino mirando los nombres escritos en una placa dorada colocada en cada puerta, en busca de mi mujer.
Al final de un largo y estrecho corredor encuentro una en la que se puede leer claramente en letras negras: Natalie Sanz- Jefe de edición.
<Pronto tendrán que corregir ese nombre por Natalie Connor>, digo mentalmente.
Respiro profundo para aquietar mis nervios y toco a la puerta.
— ¡Adelante! —responde en un grito esa voz que reconocería a kilómetros.
Mi cuerpo, que ha sido prisionero de la tensión, se relaja al escucharla.
Abro la puerta y distingo su figura, bañada por los rayos del sol que penetran a través de los grandes ventanales, justo a unos metros.
Natalie habla, seria y concentrada con dos hombres, y yo la observo orgulloso.
<Mi ángel>, susurro.
—Hola —saludo con las manos metidas en los bolsillos de mi chaqueta.
Natalie posa sus ojos en mí, sonríe y pide a los dos hombres que nos dejen solos.
—Lo siento, debí aclararte las cosas, pero nunca imaginé que Jenny se atrevería a volver —comento sin atreverme a mover de mi lugar.
Aún a esa distancia puedo notar la hinchazón en los ojos de mi mujer, resultado de pasar toda la noche llorando, y eso me hace sentir miserable.
—Así es, debiste aclarárlo, pero no lo hiciste y las consecuencias están a la vista —responde tranquila, no parece enojada.
— ¿Podemos hablarlo?
—Sí, pero no ahora, este no es ni el momento ni el lugar adecuado.
—Entonces pasó por ti a las seis, vamos a cenar y tomamos una copa. ¿Te parece?
—Esta bien —dice Natalie.
Sin más que decir doy media vuelta para salir, pero una mano cálida y suave me detiene antes de cruzar la puerta.
Natalie me besa con pasión encendiendo mi sangre. Deseo hacerla mía en este instante.
—Te amo —balbucea con su respiración agitada y los ojos cerrados.
—También te amo, Nat —respondo diciendo con la mirada todo lo que en este momento no puedo decir con palabras.
En punto de las seis la espero en recepción. Cinco minutos después se abren las puertas del ascensor y Natalie sale a mi encuentro.
Me parece aún más hermosa mientras la veo caminando con ese vestido rojo, que se ajusta a la perfección a su cuerpo, y su cabello sujeto en una coleta baja adornado con un sencillo prendedor color plata.
Hombres y mujeres, por igual, la miran al pasar. Es imposible no notarla. Natalie es especial y me siento afortunado de que me haya elegido.
—Estás hermosa, Nat —comento en cuanto la tengo frente a mí.
La besó con delicadeza.
—Y tú estás guapísimo —responde radiante.
— ¿Nos vamos?
—Sí, conozco un lugar que estoy segura te encantará —exclama mientras me toma del brazo para salir del edificio.
Hicimos el viaje a pie. "El Casbah Café", ubicado en el 3150 de la avenida Broadway queda cerca.
Un sencillo, pero acogedor lugar donde se sirve comida Marroquí.
—Y bien, ¿que te parece? —quiere saber Natalie.
—Encantador, nunca he estado aquí y mira que he recorrido casi todos los restaurantes de Chicago. ¿Cómo es que lo conoces?
—Fue la casualidad la que me trajo hasta aquí, justo aquella noche en que fui a buscarte al Langham —confiesa mientras el mesero nos sirve una copa de vino.
—Entonces, fuiste tú —comento—. Mi corazón me decía que esa mujer de quien me habló Jenny, eras tú.
Muy temprano he mencionado el nombre equivocado, provocando que la sonrisa de Natalie se apague de inmediato.
— ¿Qué significa ella para ti? Por favor se sincero —pide jugando con sus manos.
Sé bien lo que esa acción significa. Natalie está nerviosa.
—Nada —respondo sin vacilar—. Jenny y yo mantuvimos una aventura de ocasión, pero nunca hubo un compromiso o algo más allá. Solo…nos divertíamos. Yo nunca prometí nada y ella tampoco lo exigió. No entiendo por qué te dijo todas esas mentiras.
— ¿Cuándo fue la última vez que estuvieron juntos?
—Aquel día que nos encontramos en la conferencia —me sincero, no tiene sentido ocultarlo.
Asiente con un movimiento de cabeza.
— ¿Volverás a verla?
—No.
— ¿Por qué no?
—Porque no deseo hacerlo, porque he sido claro con ella, la aventura terminó. Pero sobre todo porque tú llegaste a mi vida y llenaste cada espacio. Contigo a mi lado, no necesito nada más.
—Eso es lo único que necesitaba escuchar. Lo que haya pasado antes de mi llegada, no tiene importancia.
Soy tu esposa, te amo y estoy dispuesta a todo por ti.
Mi pecho se agita al escucharla...
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top