XI
No encuentro palabras para definir como me siento en este momento.
Es irónico como todo puede cambiar de un momento a otro.
Hace apenas unos minutos corría emocionado al enterarme de que Natalie se encontraba en el Langham y en mi mente imaginaba como resultaría nuestro reencuentro.
¡Estaba tan feliz!
Casi tanto como el día en que aceptó casarse conmigo.
Pero la nueva realidad se estampa en mi rostro de forma inhumana; casi aterradora.
— ¿Sí, que desea? —pregunta un hombre que me parece conocido.
Tardo unos segundos en recordar dónde lo he visto antes.
El tipo parado frente a mí, quien me observa con recelo, es el mismo que salió de aquel modesto hotel de la mano de Natalie, hace más de un mes.
Su prometido.
— ¿Se encuentra Natalie? —pregunto molesto.
¿Qué carajo hace aquí?
— Sí, está tomando una ducha. ¿Quién eres y que quieres? —me interroga.
—Alejandro Connor... un amigo.
En cuanto digo mi nombre su rostro se endurece.
Es obvio que se contiene para no echárseme encima.
Su reacción deja claro que me conoce.
Un minuto después su semblante se suaviza y hasta sonríe.
—Mi esposa no puede atenderte ahora, pero puedes dejarme recado y yo se lo daré.
Aunque quizá sea un poco más tarde, la estoy esperando con ansias.
Ya sabes, recién casados.
Sus palabras me provocan pesadez. Más cuando puedo darme cuenta de cuanto está disfrutando darme esa información.
Un calor intenso sube hasta mi cabeza, similar a un volcán a punto de hacer erupción.
Es la rabia que se ha apoderado de mí.
No concibo la idea de perderla, mucho menos saberla en brazos de otro, de solo imaginarlo me siento un demente.
— ¿Todo bien? —pregunta intentando parecer preocupado.
Sé que la intensión de este hombre es irritarme.
—Por supuesto —respondo haciendo uso de todo mi autocontrol. Tengo ganas de hacerlo pedazos con mis propias manos—, dígale que estuve aquí. Hasta luego.
Me despido sonriendo, no estoy dispuesto a darle la satisfacción de verme derrotado.
Mientras me alejo siento que un ser maligno se apodera de mí alma.
Necesito con urgencia devolver la paz a mi interior, y solo existe un lugar donde estoy seguro la encontraré.
Es tan grande mi impotencia que me desconozco, no tengo idea de que debo hacer, todo ha cambiado. No puedo simplemente aparecer y destruir un matrimonio solo por satisfacer mi enorme necesidad de Natalie.
La amo y estar sin ella es como estar perdido.
Vacío.
¿Cómo podré seguir escribiendo ésta historia?
<No me abandones, no otra vez>, hablo mirando con adoración la fotografía que llevo en la cartera.
Me hace falta y no puedo tenerla a pesar de todo lo que estoy haciendo.
A pesar del tiempo, no me acostumbro a su ausencia...
—Pasa —dice Dana.
Me espera recargada en la puerta.
—Gracias por recibirme, sé que es tarde, pero necesito la compañía de un amigo.
—Déjate de bobadas y entra que el café se enfría —comenta con esa cálida sonrisa.
El tono delicado de su voz apacigua mi estado.
Es medicina para esta enfermedad que me aqueja desde hace tiempo. Una enfermedad que mata poco a poco, y para la cual no existe cura alguna: el mal de amores.
—No se que decirte, lamento por lo que estás pasando, Alejandro.
—Ni yo mismo sé que decirme —admito—. Todo se enredó de una forma que no esperaba y no entiendo por qué. Es tan diferente a lo que fue.
— ¿A lo que fue? —repite intrigada por el comentario— ¿Qué quieres decir?
La luz roja en mi cabeza se activa.
—Nada, estoy desvariando —miento—. Creo que mi locura está tocando fondo.
Digo en un intento por restar importancia a lo que acabo de decir. Pero Dana es astuta y no me ha creído.
Ojalá pudiera contarle todo.
—Alejandro, tengo la impresión de que hay algo más y por una razón que desconozco lo estás ocultando. Me duele que así sea, creí que confiabas en mí.
—Por supuesto que confío en ti, por eso estoy aquí, eres la primera persona en que pensé, mi amiga. Contigo la soledad duele menos y siento que recupero un poco de la paz que he perdido.
—Entonces cuéntame, saca de dentro de ti lo que te atormenta.
Dana logra derribar mis defensas y por primera vez considero la posibilidad de confesarle todo.
—Quisiera poder contártelo, pero estoy seguro de que no me creerás.
— ¿Por qué no lo haría? ¿Qué puede ser tan grave o extraño como para que pienses así?
Muevo la cabeza en señal de negación.
—No tienes idea de lo extraño e ilógico que parecerá.
—Entonces dímelo y ayúdame a entenderlo —pide mientras toma mis manos entre las suyas.
Respiro hondo antes de continuar.
—Soy un viajero en el tiempo —confieso con la mirada fija en Dana para evaluar su reacción.
Su sorpresa es tal que sus ojos y boca se abren a tope. Luce asombrada, sin embargo, en silencio, espera que continúe.
—Suena como toda una locura, pero es verdad lo que te he dicho. Hace dos meses, después de que mi esposa murió a causa de un fatal accidente, una mujer mayor se acercó a mí atraída por la pena que me consumía. Me preguntó que qué estaría dispuesto a hacer para volver a ver a mi esposa.
— ¿Tú esposa? —balbucea cada vez más sorprendida por lo que escucha.
—Sí, mi esposa — confirmo—. Le contesté que estaba dispuesto a todo.
Aquella anciana dijo que podía ayudarme, al cuestionarla acerca de como podría hacerlo contestó que me enviaría de vuelta al pasado y que yo debía cambiar el destino de mi mujer.
Tan incrédulo como tú lo estás ahora, pensé que intentaba jugarme una broma de mal gusto, sin embargo, la mujer insistió en que podía hacerlo. Lo dijo con tal convicción que logró convencerme. Tal vez porque en ese momento me estaba consumiendo la pena y esa posibilidad fue para mí una pequeña luz al final del túnel en donde había caído.
Me pidió que la siguiera y lo hice; llegamos hasta un viejo edificio y entramos a un cuarto pequeño y maloliente donde después de una especie de ritual me hizo dormir. Cuando desperté descubrí que no me había metido.
¡Volví en el tiempo casi tres años!
Desde entonces mi único objetivo ha sido buscarla, la necesito como a una droga. Quiero recuperar a mi esposa, pero la vida ha conspirado en mi contra, he encontrado todo distinto y cada día se retuerce más. A veces pienso que estoy enloqueciendo.
— ¿Natalie? —quiere saber.
—Sí, es ella. Nos casamos después de estar juntos por dos años.
Dana, juro que lo nuestro no tuvo igual, el amor que nos profesamos fue total.
En nuestro viaje de luna de miel, justo la noche anterior a nuestro regreso, un auto le arrebató la vida. Y junto con ella se llevó la mía porque desde entonces mi alma no tiene paz. Soy un ser incompleto y roto. Mi adicción es tan grande que el no tenerla me asfixia, la anhelo como no tienes idea. Natalie se convirtió en mi todo.
Y ahora que al fin la he encontrado, resulta que se ha casado con otro hombre. ¡Mi mujer, es ahora la mujer de otro y no sé como enfrentarlo! No se suponía que pasaría de este modo.
Entiendo que no creas una sola palabra de lo que te he dicho, es tan absurdo que a veces pienso que es un sueño y que pronto despertaré. Quizá ya estoy loco —acepto resignado.
El silencio nos cubre un momento.
—Te creo —responde tranquila—, desde que volvimos a vernos sentí que eras otra persona, una muy distinta a aquella que conocí hace años. Has cambiado mucho, Alejandro, y ahora entiendo por qué.
— ¿En verdad me crees?
—Puedes aparentar, pero existe algo que no se puede disfrazar: el dolor. Y desde que te encontré en aquel evento, lo noté en tu mirada. Estás sufriendo.
Sonríes, incluso bromeas, pero tu mirada siempre luce apagada.
No imaginé cual era la razón y ahora que me cuentas esto, lo comprendo todo.
Mientras la escucho escondo el rostro tras mis manos, la emoción me rebasa y se desborda a través de mi alma afligida.
Me echo a llorar como un niño.
Dana se levanta y se posa a mi lado, no habla, solo acaricia mi espalda en espera de que las lágrimas limpien y liberen mi ser.
Por fortuna la pequeña Aurora se encuentra dormida, no me habría gustado que fuera testigo de esta escena.
¿Cómo lo explicaría?
Varios minutos después las lágrimas cesan, es difícil creer lo que se puede conseguir al dejar salir aquello que preocupa y lastima.
¿Y qué si soy un hombre?
Los hombres también sentimos amor, dolor y miedo, y demostrarlo no nos hace inferiores.
— ¿Te sientes mejor? —quiere saber.
Sonrío como respuesta.
¡Por supuesto que me siento mejor!
—Ahora subirás a darte una ducha caliente, mientras yo preparo el sofá para que descanses. No aceptaré negativas, no voy a dejarte ir en ese estado.
Mañana será un nuevo día y con el nacerán un sinfín de oportunidades, ya pensaremos que hacer. Todo se arreglará, yo voy a ayudarte.
Su rostro se ilumina con esa linda sonrisa.
No me atrevo a decir nada, obedezco y subo las escaleras rumbo al baño. Conozco el camino.
Mientras el agua caliente cae en mi cuerpo, imagino como se lleva mis dudas y temores.
Mañana será otro día.
Cuando termino Dana ha dejado algunas toallas junto a una playera que reconozco al instante, es mía. Debí olvidarla alguna de tantas noches que dormimos juntos.
Abajo todo está oscuro, solo permanece encendida una lámpara que se encuentra en una mesita junto al sofá, en donde reposan un par de cobijas y una cómoda almohada, perfectamente acomodadas.
Al ver aquello vuelvo a agradecer a esa extraordinaria mujer quien me ayuda a lidiar con la soledad.
En un instante me quedo dormido...
— ¡Ale, despierta! —grita Aurora dando saltos en el sofá.
La luz del sol se cuela por los ventanales haciendo complicado que logre abrir los ojos.
Cuando lo consigo el angelical rostro de Aurora se encuentra a unos centímetros del mío. Con una enorme sonrisa me observa traviesa.
Cada día se parece más a su madre, sin duda esos ojos grises son los ojos de Dana y ni que decir de su sonrisa, es igual de adorable.
— ¡Aurora, deja en paz a Alejandro! —pide su madre en un grito desde algún sitio de la casa.
—Pero el almuerzo se enfría y Ale prometió llevarme al parque de diversiones. ¡Anda flojo!
Comenta entre risas mientras forcejea conmigo tratando de despojarme de las cobijas, acto que me obliga a incorporarme.
La pequeña Aurora me observa pícara, no puedo hacer otra cosa que tomarla en brazos para torturarla con una dosis de cosquillas.
La pequeña se retuerce de risa y ruega que me detenga con esa frescura e inocencia infantil que resultan un bálsamo.
Dana nos observa con los ojos humedecidos de pie en la cocina. A pesar de que contiene las lágrimas, se ve feliz.
Cuando nuestras miradas hacen contacto, sonrío.
Este par de mujeres son una luz en mi oscuro camino.
Es sábado, no tengo que ir al trabajo y lo único que falta es consultar a Dana para obtener su permiso y cumplir mi promesa.
—Entonces, ¿vamos a divertirnos al parque? —la interrogo durante el almuerzo.
—Ale, no tienes por qué sentirte comprometido, en un tiempo Aurora lo olvidará.
— ¿Estás bromeando? —murmuro—. ¿Acaso no ves lo emocionada que está?
—Sí, pero debe aprender que no siempre se pueden ciertas cosas. Yo sé lo ocupado que te tiene el trabajo y no creo que estés de humor para salir a un parque con una niña.
Además, al medio día tengo que ir a trabajar —agrega sin pizca de emoción.
— ¿Trabajas hoy?
—Hay un evento en el Hilton y me han llamado —responde nerviosa.
— ¿Quién cuidará a Aurora?
—Allison, la niñera. Ha cuidado a Aurora desde hace tres años. Es joven, pero responsable, educada y paciente. Ambas se quieren mucho.
Hago una mueca poco convencido.
—Te propongo algo: llama a la niñera y cancela, deja que yo cuide de Aurora este día, así aprovecharé para llevarla de paseo y cumplo lo prometido. En verdad me encantaría pasar un tiempo con ella mientras vas a trabajar. ¿Qué te parece?
El semblante de Dana deja claro que tiene sus dudas.
—Por favor, estar con ella me ayudará a mantener mi mente despejada y podré olvidarme un rato de Natalie —insisto.
La mirada de Dana se opaca al escuchar esas últimas palabras.
—De acuerdo, pero tengo que advertir que estás adquiriendo un trabajo muy duro.
Aurora y yo chocamos la mano.
Hemos conseguido nuestro objetivo.
Un rato después salimos de casa cargados de comida y jugo de naranja que ambas prepararon.
Obviamente no falta el típico sermón de recomendaciones que, según Dana, no está de más.
Entiendo que lo hace porque me estaba confiando el cuidado de su hija, aunque creo que está exagerado un poco.
No soy experto en el cuidado de niños, pero poseo un instinto protector nato y me considero capaz de cuidar de la pequeña.
¿Qué puede salir mal?
La aventura empieza cuando tomamos el tren que nos llevará a nuestro destino. Es un viaje largo y mantener tranquila a una niña de cinco años por tanto tiempo no resultará complicado.
De hecho parece sencillo.
A pesar de su edad Aurora es una niña madura e independiente que habla y se expresa perfectamente, asunto que me tiene fascinado.
Todo el camino platicamos como dos adultos. Aurora pregunta todo cuanto se le ocurre y yo no tengo ningún problema en responder sus dudas del mismo modo en que la niña responde las mías.
Me agrada darme cuenta de como cada día nos conectamos mejor, entre ambos existe una especie de complicidad.
En el parque es imposible encontrar las palabras correctas para describir lo que el rostro de Aurora refleja. Es tal su asombro que comienza a saltar y a gritar mientras señala cada cosa que ve.
Subimos a casi todos los juegos del lugar, no logramos subir a todos por falta de tiempo, pero recorrimos gran parte del parque.
Comimos —sentados sobre el pasto— los emparedados que Dana preparó, helados y algodones de azúcar.
Le compré un frasco para hacer burbujas, una gorra de Jessy la vaquerita —personaje de su película favorita, Toy Story—, y varios juguetes de otros personajes de la misma.
La pequeña Aurora me ha contado sobre lo mucho que le gusta esa película, la ha visto doce veces desde el día que su madre la compró como regalo de cumpleaños.
La hora de la comida es el único descanso que tomamos, Aurora no da tregua.
Entramos al show de delfines y nos tomamos fotos con los diversos personajes de Disney. Sin duda la parte que más ha disfrutado Aurora.
— ¡Ale, viste que me dio la mano! ¡Me abrazó Nemo! ¡Jafar es muy alto! —vocifera con gran emoción.
La noche ha hecho acto de aparición así que es momento de volver. Se fue tan rápido el tiempo que Aurora no quiere despedirse del lugar.
Me equivoco al creer que la pequeña, después de un día agotador, se quedaría dormida en cuanto subiéramos al tren.
Para mi sorpresa, aún cuando luce cansada, no para de hablar en todo el camino.
— ¿Tú también lloras por la noche? —pregunta mientras se hinca en el asiento para observar a través de la ventanilla del tren.
—Bueno, algunas veces he llorado —reconozco— ¿Por qué preguntas eso?
Aurora levanta los hombros.
—Mi mami llora por las noches, la escucho desde mi habitación. Creo que está triste porque mi papi no ha vuelto. Pero cuando tú vienes a visitarnos ella no llora, por eso me gusta mucho que vengas.
La información me llena de impotencia.
— ¿Dónde está tu papá?
Nunca antes me he detenido a pensar en el padre de Aurora.
—No lo sé, nunca lo he visto. Mi mami dice que trabaja mucho y que está ocupado. Por eso no puede venir a casa con nosotras. ¿Te digo un secreto?
La miro fijo y asiento con un movimiento de cabeza.
Mi atención está concentrada en Aurora.
—Mi mami dice que mi papi vendrá pronto... pero yo no le creo.
Frunzo el entrecejo ante su declaración.
Cada vez me convenzo más de la inteligencia y madurez que posee. Habla con fluidez y soltura, por momentos creo que estoy acompañando de un adulto.
Lo realmente delicado es que se trata de una niña y temo no tener la capacidad de tratar ciertos temas.
Bien me lo advirtió Dana.
Suspiro resignado.
— ¿Qué es lo que no crees? —la interrogo para entender la situación.
—Que mi papi no pueda venir. Mi amiga Rose dice que su papá no va a su casa porque tiene otra familia. Tal vez mi papi tiene otra familia y por eso mi mami llora.
Mis ojos se abren a tope y por inercia rasco mi cabeza.
—Aurora, no puedes desconfiar de tu mami. Debes creer en ella.
—Esta bien —exclama mientras pinta garabatos en la ventanilla.
Es una noche fresca y como consecuencia del calor acumulado de todas las personas dentro del vagón los cristales se han empañado
No tengo claro si se trata solo de curiosidad, o quizás es mi necesidad de saber más sobre el padre de Aurora lo que me obliga a indagar más.
La culpa me invade al ser consciente de que una niña no es la indicada para responder mis dudas, sin embargo, no pudo evitarlo.
— ¿Sabes como se llama tu papá?
Aurora detiene lo que está haciendo y gira para mirarme de frente.
—Se llama Alejandro... como tú —responde con una enorme sonrisa.
Sin palabras, así me quedo al escucharla y así me mantengo el resto del viaje.
Inmerso en mis pensamientos, con la mente trabajando a marchas forzadas, trato de encontrar una explicación convincente ante tal coincidencia.
Tengo que hablar con Dana, es la única que puede disipar esta duda.
Mientras caminamos por las calles, después de bajar del tren, caigo en cuenta de que en todo el día no he pensado en Natalie.
Mi atención se concentró por completo en esta pequeñita.
No puedo creer que su energía, su inocencia e independencia hayan sido suficiente para nublar el recuerdo de aquella mujer que me tiene hechizado.
Cuando Aurora reconoce su casa suelta mi agarre y se echa a correr gritando eufórica a su madre. Dana abre la puerta al escucharla y la toma en brazos mientras su hija la besa una y otra vez.
Se adoran.
—Pasa —dice Dana mientras entra con la niña en brazos.
Hago una mueca al notar la palidez en el rostro de Dana.
Quizás está agotada.
Adentro, Aurora no para de hablar.
Le cuenta a su madre nuestra aventura a detalle y le enseña lo que le he comprado.
Soy solo un expectador más. Por una extraña razón no logro dejar de pensar en el padre de Aurora.
Cada vez que mi mirada encuentra la de Dana intento encontrar una respuesta.
Cuando la reseña del día concluye, como si de magia se tratara, Aurora se queda profundamente dormida en el sofá, así que me ofrezco a llevarla a la cama.
Al volver, Dana se encuentra en la cocina preparando café.
—Gracias —dice al verme—, nunca podré pagarte lo que has hecho por mi hija.
—Ha sido un placer —comento sin apartar la vista de Dana.
— ¿Pasa algo? —pregunta extrañada— La forma en que me miras me incomoda.
—No es mi intención —me disculpo de inmediato— ¿Puedo hacerte una pregunta personal?
Dana se tensa y baja la mirada.
Tal vez presiente algo.
—Por supuesto —responde poco convencida— ¿Te sirvo un café?
—Sí, creo que lo necesito.
Sin dejar de mirarla me siento frente a ella en la barra y recuerdo cada palabra que Aurora dijo.
No sé si es por causa de mi impaciencia o en verdad Dana está tratando de demorar mi interrogatorio. Se mueve de un lado a otro, mete y saca cosas de la alacena y luego va hacia la estufa para verificar que las llaves estén bien cerradas.
Cuando al fin pone la taza de café frente a mí, decido actuar.
—Aurora me ha platicado sobre su padre —comento y analizo su reacción.
Dana casi derrama el café que está sirviendo. Cierra los ojos y cuando los abre de nuevo éstos brillan a causa de las lágrimas retenidas.
—Lo que ha llamado mi atención es que, según me ha dicho, se llama Alejandro —continúo.
—Así es —dice en un susurro.
—Dana, no quiero entrometerme en tu vida, admito que para mí fue una sorpresa enterarme de la existencia de Aurora, sin embargo nunca pregunté nada al respecto.
—Lo sé y en secreto lo he agradecido —contesta y al fin me mira.
Dudo en si debo continuar o no.
El mensaje oculto está claro, sin necesidad de decirlo me pide que no me inmiscuya.
Entonces las dudas se evaporan.
Lo que intuyo no esta lejos de la realidad, sin embargo, debo escucharlo de sus labios.
— ¿Aurora es mi hija?
Como si de una llave se tratara y ésta hubiera sido abierta, salen a borbotones las lágrimas que hacía un momento Dana intentaba detener.
Cada parte de mí se ha congelado en espera de una respuesta.
Jamás esperé algo así...
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