X
El regreso a Chicago lejos de otorgarme un poco de tranquilidad, me tiene alterado.
Rodgers no me deja ni respirar, está pegado a mis espaldas con el pretexto de revisar juntos los detalles del piloto que dará luz verde al trabajo realizado en Egipto.
Insiste —una y otra vez— en que todo tiene que estar perfecto y que el anonimato sobre el proyecto no debe perderse.
Según él, de ese modo, el impacto resultará mayúsculo.
No se cansa de decir que será el trampolín que impulsará mi carrera a niveles inimaginables.
Por supuesto sus palabras me emocionan, sin embargo, lo que en verdad necesito es un espacio. Un tiempo libre para despejarme y buscar a Natalie.
¡Ha pasado un mes!
No sé nada de ella y eso me tiene tenso la mayor parte del tiempo. Antes de viajar, Rodgers me prometió unas vacaciones y hasta este momento lo único que he recibido es trabajo y más trabajo.
—Esto será la envidia de la competencia, es un trabajo admirable, Connor. Sabía que eras el indicado para realizarlo apenas me informaron del hallazgo —comenta el jefe al tiempo que palmea mi espalda.
—Me alegro que estés satisfecho —respondo cansado —. Rodgers, a partir de mañana tomaré unas vacaciones —advierto.
La mirada que me dedica no es precisamente pasiva.
—Alejandro —dice aclarándo la garganta—, creí que el viaje a Egipto te haría reflexionar sobre tus prioridades, pero noto con decepción que me he equivocado. ¿Sigues con la misma idea absurda de desaparecer justo en el momento cumbre de tu carrera?
El comentario eriza mi piel.
—Y yo creí que teníamos un trato —contraataco—. Uno que tú mismo sugeariste. Yo aceptaría hacer el viaje siempre y cuando al regresar tomara unos días libres. ¿Recuerdas?
Cuestiono impaciente a un hombre maduro e inteligente con visión nata y ambición sin límite.
El hombre con mayor poder dentro de la televisora.
¿A caso su palabra no vale?
—Siempre recuerdo lo que digo —exclama con el entrecejo fruncido.
Es evidente que está molesto por mi atrevimiento.
—Bien, eso me tranquiliza. ¿Entonces seguimos en lo dicho?
Insisto.
—Tengo planeado transmitir el programa a principios de mes, te necesito aquí para pulir los detalles. ¿Cómo carajos lo haré si quieres irte de vacaciones?
No me agrada el tono de voz que emplea.
Respiro para contenerme, una discusión con Rodgers no es conveniente.
—Bien, faltan veinte días para que terminé el mes, dame dos semanas libres y prometo que tendrás lo que esperas. Un programa digno del prestigio que posee la televisora.
En silencio y sin quitarme los ojos de encima mete la mano en el bolsillo interior de su saco para sacar un cigarrillo, lo enciende y da una larga bocanada.
Medita la propuesta, seguramente analiza los pros y los contras como buen negociador que es.
— ¿Y bien?
—Aceptaré solo porque te conozco, y porque estoy seguro de que lo que sea que te aleje de tu devoción por el trabajo debe tratarse de algo más apasionante. Seguro se trata de una mujer que se te ha metido en la sangre.
Solo espero que el riesgo valga la pena. ¡Dos semanas, no más! —remarca en un grito.
Asiento inclinando la cabeza, para luego salir de la oficina.
He conseguido lo que quiero y no me quedaré más tiempo aquí, de lo contrario Rodgers se inventará algo para retenerme.
Sí, se trata de una mujer, pero no cualquiera. Nat es especial y he viajado al pasado con la única intención de recuperarla.
Abordo un taxi e indico al conductor que me lleve al Langham.
Haré una maleta con lo indispensable y esta misma noche saldré rumbo a Seattle.
Justo en la puerta de entrada del hotel, Tom —el encargado de dar la bienvenida a los huéspedes— me informa que tengo un mensaje importante en la recepción.
Después de agradecer al hombre me dirijo hacia la linda y regordeta mujer que se encuentra detrás del mostrador, Kate.
Me embarga una enorme curiosidad por saber lo que va a decirme.
En cuanto me ve, se dibuja una enorme sonrisa sus los labios mientras acomoda su saco y cabello.
—Señor Connor, gracias por acudir a mi llamado —dice parpadeando varia veces.
—Me han informado que tiene un mensaje para mí.
Comento con voz baja mientras recargo el brazo sobre el mostrador, sin dejar de mirarla.
Me divierte notar ese ligero rubor en las mejillas de Kate cada vez que me acerco a ella.
—Así es, señor Connor.
— ¿Y, de que se trata?
—Más bien de quién se trata —me corrige nerviosa—. ¿Recuerda que hace un tiempo me pidió que le avisará si la señorita Garth venía a buscarlo?
—Sí —respondo tenso.
—Bueno, la señorita ha venido esta tarde, como acostumbra desde hace unas semanas, para preguntar si usted había vuelto de su viaje.
—Espero que no le haya dicho que volví —digo con una sonrisa fingida.
—Le comenté que acababa de iniciar mi turno y que no estaba enterada de su regreso. Entonces la señorita enloqueció y comenzó a insultarme llamándome inútil y muchas otras barbaridades que no solo me dijo a mí, también atacó sin causa aparente a uno de nuestros huéspedes. ¿Puede creerlo?
Ante el escándalo el gerente se acercó y exigió saber lo que pasaba.
—Así que Jenny vino a hacer una escena —comento llevándo las manos a mi cabeza.
—Lo siento, no pude hacer nada para negarlo, el propio gerente se encargó de confirmar su regreso al hotel.
Se disculpa con la mirada baja, roja como un tomate.
— ¿Ella, está aquí?
—Sí
— ¿Dónde?
—En su habitación.
— ¿Pero como la dejaron entrar? —quiero saber elevando la voz.
—Lo siento, la señorita convenció al gerente asegurando ser su prometida.
Creo que más bien lo atemorizó —agrega en un susurro.
Su tímida respuesta lejos de molestar me causa un ataque de risa. Ver los alcances de Jenny me asombra.
A estas alturas no sé si admirarla o denunciarla por acoso.
—No ha sido su culpa. Gracias por contarme lo que ha pasado —exclamo al tiempo que le guiño un ojo.
En cuanto entro a la habitación percibo que el perfume de Jenny inunda el ambiente.
Molesto, dejo las llaves y el portafolio encima de la mesa.
Escucho caer el agua de la regadera.
Jenny se siente con tanta confianza que se está dando una ducha.
Paciente, espero sentado en la cama a que la rubia salga del baño. Tengo un asunto importante que tratar con ella.
Después de algunos minutos sale envuelta en una bata de baño y al verme abre a tope los ojos por la sorpresa.
— ¡Ale! —grita mientras corre a colgarse de mi cuello—, por fin llegas, no sabes cuanto te he extrañado.
Habla con esa típica voz infantil que suele utilizar en ciertos momentos al tiempo que intenta besarme.
Por supuesto no lo permito.
—Vístete, tenemos que hablar —digo zafándome de su agarre.
Me levanto y camino hacia la estancia para alejarme.
No pretendo comportarme como un patán, pero debo dejarle claro que lo que tuvimos terminó desde hace mucho tiempo.
No deseo verla más.
Mientras la espero salgo a la terraza para observar el ir y venir de las personas.
Todos caminan con prisa, algunos hablan por celular, otros caminan sin poner atención a su alrededor, y otros más llevan puestos los audífonos con música en alto volumen como una forma de aislarse del resto.
Solo pocos van acompañados o conversando.
—Estoy lista —comenta Jenny, minutos más tarde.
—Me alegro, porque después de escucharme voy a pedirte que te marches.
— ¿Qué? —su semblante es de absoluta sorpresa.
—Jenny, no tienes nada que hacer aquí. Me molesta mucho llegar y encontrarte dándote un baño en mí habitación. Lo siento mucho, pero llegó el momento de entender que no quiero nada contigo. Lo que pasó terminó y no habrá más.
¡Se acabó!
— ¿Estás terminando conmigo? —quiere saber con los ojos húmedos y los puños cerrados.
— ¡Por dios! Lo que tuvimos terminó hace mucho. Y sabes bien que no fue una relación, solo... nos divertimos. Fue todo.
Quizás estoy siendo duro con ella, pero no encuentro otra manera de hacerla entrar en razón.
— ¡Eres un maldito imbécil! ¿Crees que soy desechable? —me reta con mirada transformada.
—Por supuesto que no —aclaro de inmediato—, tú mereces todo mi respeto, por eso quiero dejar las cosas en claro.
— ¡Pero yo te amo! ¿Cómo puedes tratarme así?
—Jenny, tú no me amas, solo estás obsesionada conmigo. Lo que tuvimos fue una aventura y nada más. ¡Entiende!
— ¡No, no y no! No voy a renunciar a ti. ¿Es por esa mujer, verdad? ¿Me estás tratando así porque ahora te diviertes con ella?
— ¿De que hablas? —la interrogo a punto de perder el poco control que me queda.
— ¡Esa que vino a buscarte aquella noche! ¡La misma que me encontré en el lobby del hotel hace unas horas!
Su respuesta me deja sin palabras.
Mi mente intenta encontrar sentido a lo que ha dicho.
<¿La mujer que vino aquella noche, la misma que se encontró hace apenas unas horas, aquí mismo?>, repito.
¿Natalie está aquí?
Ruego en silencio porque lo que estoy pensando sea verdad a pesar de que parece una locura.
¿Cómo podría ser?
Nat vive en otra ciudad, lejos de Chicago.
¿A qué habrá venido esta vez?
¿Asunto de trabajo?
—Eso es, ¿cierto? ¡Por ella me mandas a mi al carajo!
— ¿Hablaste con ella? —la sorpresa y la molestia se han transformado en angustia.
— ¡Claro que no! —responde histérica— ¿Qué tendría que hablar yo con esa ordinaria mujer?
— ¡Basta! —grito señalándola con el dedo—. Deja de ofenderla, no la conoces y no sabes nada de Natalie. No voy a permitir que te expreses así de ella.
— ¿Natalie? Así se llama esa mujerzuela. ¡Y encima la defiendes! Eres un maldito. Te advierto que esto no se va a quedar así. ¡Tú eres mío! —vocifera antes de salir hecha una furia.
Su repentina partida lejos de afectar me da el espacio que requiero haciendome sentir aliviado.
Me preparo una copa y la tomo de un solo trago, así que me sirvo otra.
Con la copa llena camino de un lado a otro, nervioso, procesando la información que acabo de recibir.
Pronto, una idea asoma a mi cabeza y salgo corriendo.
Quiero respuestas y conozco a la persona indicada para ayudarme a desvanecer las dudas.
Pulso el botón para llamar el ascensor, pero tardan demasiado así que utilizo las escaleras.
—Kate —murmuro agitado.
—Señor Connor, ¿se encuentra bien? Acabo de ver salir hecha una furia a la señorita Garth —comenta.
—Sí, ya me encargué de ella, pero ahora necesito su ayuda.
— ¿Mi ayuda? —repite con evidente nerviosismo.
—Sé que le parecerá un abuso y debe creerme que no es mi intención crearle problemas en su trabajo, pero esto es importante para mí. ¿Puede decirme si la señorita Sanz se encuentra hospedada en éste hotel.
La mujer duda unos segundos y me mira con recelo.
Tal vez cree que me he vuelto loco.
Mi comportamiento es verdad extraño.
—La única persona que coincide con ese dato es Natalie Sanz y se encuentra hospedada aquí desde hace una semana.
La respuesta me provoca una sensación poco común, no sé si caer de rodillas y llorar, o reír y ponerme a dar saltos de felicidad.
¡Está aquí!
— ¿Puede decirme en que habitación? —pido en una súplica.
—Habitación 221.
Sin pensarlo tomo su mano y la beso en agradecimiento. Kate, sorprendida por mi atrevimiento, se pune como un tomate.
Acto seguido, subo como alma que lleva el diablo.
Tres golpes bastan para que la puerta se abra ante la ansiedad y el nerviosismo, sin embargo, la persona que se encuentra parada frente a mí, no es la que espero...
Natalie
Alguna vez, después de tener un día agotador, tenso y difícil, se preguntaron: ¿que podía salir peor?
Sí, yo me he planteado esa pregunta y mi respuesta es clara: "Nada".
Ignoro que estoy equivocada. Lo peor está por llegar y de la forma menos esperada.
Después de un día ajetreado — tras rechazar una invitación para salir al bar de la calle 8 y beber una copa con los compañeros de trabajo— voy directo al hotel para darme un respiro.
He estado tan ocupada que ni siquiera dispuse de unos minutos libres para sentarme a comer como cualquier persona normal haría.
Con el plato de ensalada en la mano daba instrucciones mientras daba un bocado que apenas podía masticar.
¡Prácticamente me pasaba la comida entera!
Para colmo, la lluvia cae desde la tarde y no para. No encuentro un taxi libre y continuo en la calle empapada.
Tengo frío.
Resignada, opto por caminar hasta el hotel.
Lo primero con lo que me encuentro es a una mujer enojada que da gritos e insulta a la tímida recepcionista y al propio gerente del hotel.
Ojalá pudiera ver mi rostro secuestrado por el asombro al reconocer a aquella mujer.
Rubia de ojos claros y de belleza incuestionable; la misma mujer que hace un tiempo —casi desnuda— abrió la puerta de la habitación de Alejandro.
Entonces entiendo que lo peor del día ha llegado, y aunque intentó pasar desapercibida, la mujer no tarda en notar mi presencia.
Como si me hubiera olfateado.
— ¡Tú, otra vez! —grita señalándome con el dedo logrando que la mirada de varios curiosos se posen en mí.
¿Qué le pasa?
A paso veloz, la rubia se acerca.
— ¿Qué diablos haces aquí? — pregunta a gritos.
— ¿Disculpa? —respondo ante la forma grosera en que se atreve a cuestionarme.
— ¡No te hagas la tonta!
—No tengo que responder nada, ni siquiera la conozco. ¿Cómo se atreve a hablarme de ese modo? —la enfrento rabiosa.
— ¿Vienes a buscarlo?¿Acaso no te han enseñado a respetar lo ajeno?
—Lo siento, sigo sin comprender —exclamo alimentando la furia de la rubia que aumenta como leña viva.
—Será mejor que te alejes de mi prometido, te lo advierto. No tienes idea de con quien te estás metiendo. ¡Déjalo en paz!
Dice con los ojos desorbitados.
Un instante después su mano se estampa con violencia sobre mi mejilla.
Con el rostro caliente y adolorido, harta de su ataque y sacando fuerzas no sé de donde, llega mi turno de devolver la bofetada.
Lo hago con tal fuerza que la habría mandado al suelo de no ser por la intervención del gerente quién alcanza a sostenerla.
Definitivamente a esta mujer le urge una visita al psiquiátrico. ¡Está demente!
— ¡Señoras, por favor! —dice el gerente asombrado por el espectáculo.
— ¡Me las pagarás, lo juro! —susurra la rubia mientras le doy la espalda para subir a mi habitación.
Me siento ofendida, humillada y muy, muy enojada.
¿Quién se cree esa mujer para agredirme de ese modo?
Mientras el ascensor sube respiro hondo varias veces en un intento por tranquilizarme.
Mi cuerpo entero tiembla poseído por la ira.
A pesar de mis esfuerzos al intentar abrir la puerta la tarjeta cae de mis manos.
¡Maldita loca!
Balbuceo mientras me agacho para recogerla.
Entonces la puerta se abre y una figura se planta frente a mí.
Nerviosa y confundida —pensando en que me he equivocado de habitación—, levanto la vista.
—Hola —dice una voz familiar.
Mi sangre circula con lentitud provocando que el piso bajo mis pies se mueva.
— ¿James, qué haces aquí?¿Cómo has entrado? —lo interrogo aturdida por su presencia.
No tengo idea de como supo donde me hospedaba.
¿No hemos hablado en semanas, ni siquiera tuve oportunidad de contarle sobre mi nuevo empleo y de pronto está aquí?
—Te extraño.
Mi estómago se revuelve al escucharlo.
—James...
—Por favor, démonos una oportunidad —pide acariciando mi rostro aún caliente por la bofetada que recibí—. ¿Que te parece si bajamos al bar, tomamos una copa y lo platicamos?
Lo observó con atención, aún dudo si es real que esté frente a mí, a kilómetros de distancia de su hogar.
¿Vino a buscarme para pedirme una oportunidad?
¿Oportunidad para qué?
—James, estoy agotada y lo único que deseo es dormir.
—Entonces hablemos aquí. Anda, date una ducha, estás empapada y estoy seguro de que te reanimará, mientras ordenaré algo para beber. Por favor —insiste.
—De acuerdo —respondo con desgano.
Tal vez ha llegado el tiempo de aclarar las cosas. Tenemos que resolver lo que quedó inconcluso la noche en que terminamos.
Entr directo al baño, pungo a llenar la tina y agrego al agua un poco de sales para baño que suelo usar en momentos complicados.
Estoy tan necesitada de un momento así que me quedo dormida unos minutos.
Cuando abro los ojos el agua está fría. Todo está demasiado silencioso afuera así que me levanto, seco mi cabello y me enfundo en una bata antes de salir.
— ¿Mejor? —pregunta James al verme.
Se encuentra sentado en el sofá, con una copa de vino en la mano.
Me mira como si quisiera desnudarme.
Su intención me incomoda.
Sin responder camino hasta el armario, tomo unos pants y regreso al baño para ponérmelo en privado.
—Mejor —dijo al salir.
— ¿Ahora te apena que te vea en bata de baño?
—No, pero no me parece apropiado.
— ¿Por qué no? Dormimos juntos muchas veces y conozco cada rincón de tu cuerpo, así que no comprendo tu reacción.
—Las cosas entre tú y yo son distintas ahora, James, lo sabes.
—Todo podría ser lo que era, si quisieras. Por eso estoy aquí, quiero tenerte de nuevo en mis brazos. ¿Te necesito, no lo entiendes?
—James, por favor no insistas con eso. No puedo volver contigo.
Yo... no te amo.
—Estás confundida, te dejaste deslumbrar por otro, pero estoy seguro de que me amas, tanto como te amo yo.
—No, James, no te hagas ideas falsas, te quiero, juntos vivimos momentos inolvidables sin embargo nuestra relación terminó no por la llegada de otro, sino porque me di cuenta que no podía sentir más por ti. Lamento haberme dado cuenta justo a unos días de la boda, pero estoy convencida de que el golpe hubiera resultado peor para ambos si la boda se hubiera realizado.
—Si fueras mi esposa, esto no estaría pasando. De eso no me queda duda, porque sé que puedo hacerte feliz.
—Tienes que aceptar que lo nuestro no tiene futuro y ahora ya forma parte de nuestro pasado. No se trata de darnos una oportunidad, se trata de continuar nuestros caminos por separado, no hay más que hacer. Al menos no de mi parte.
Mis palabras son duras.
Ver en la mirada de James total desilusión me hace sentir mal, pero no estoy dispuesta a alimentar una esperanza que por supuesto no tiene razón de ser.
James debe aceptar que lo que tuvimos, aunque fue lindo, ha terminado.
—Debes irte, he tenido un día pesado y en verdad necesito descansar —pido resignada.
—Me iré, pero debes saber que no me estoy dando por vencido, haré hasta lo imposible para lograr que vuelvas a mi lado.
Tú me perteneces, Natalie.
Mi cuerpo se estremece al escuchar tal aseveración.
¿Quién se cree?
— ¡No soy un objeto, James! Entiéndelo. Tomé una decisión y exijo que la respetes.
Pido elevando la voz.
No estoy segura si es a causa de la adrenalina del momento, pero me parece ver una leve sonrisa en el rostro de James.
Gesto que me deja confundida.
Después James da media vuelta y sale caminando tranquilo, con la mirada en alto.
No sé como interpretar lo sucedido.
Rendida, me dejo caer en la cama.
Solo espero que haya entendido...
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