VII


La luz del sol que traspasa las cortinas de la habitación me obligan a removerme en la cama.
Abro los ojos con dificultad. 
Estoy desorientado, no tengo idea de como he llegado aquí.

Cuando las ideas empiezan a acomodarse, busco el teléfono. Nace en mí la esperanza de tener algún  mensaje de Natalie.
La desilusión llega pronto al comprobar que no hay nada.

— ¡Por fin despertaste! Comenzaba a preocuparme, has dormido mucho.

— ¿Qué haces aquí? —susurro de mal humor al escucharla.

Jenny se acerca con la clara intención de meterse bajo las sábanas. 
Niego con un movimiento de cabeza al tiempo que me incorporó.

—Anoche no estuviste tan remilgoso  —comenta con aire sarcástico.

Frunzo el ceño ante el comentario.
Mi ánimo está tan deteriorado que no deseo ni verla.

— ¿Qué pasó anoche?

— ¿No lo recuerdas? —pregunta fingiendo asombro.

—Si recordara no preguntaría
—respondo en tono hostil.

—Anoche recordamos viejos momentos y tengo que aceptar que estuviste fantástico... como siempre, amorcito.

Me asquea su insinuación, no puedo aceptar que el alcohol me volviera débil ante un descarado acoso de esta mujer.

<¡Lo siento, Nat!>,pienso al ser consciente de que la he traicionado.

—No recuerdo nada, ni siquiera sé como llegué a la cama —confieso sintiéndose miserable—. Jenny, quiero estar solo.

Agrego y ruego por que mis palabras sean entendidas.

— ¿Por qué de pronto estás tan cambiado?  —pregunta—. Tú no sueles comportarse así tan… decente. ¿Acaso es por una mujer?

Su pregunta lejos de asombrarme hace que comprenda que no debí permitir que la formulara.
Desde nuestro encuentro ayer debí sincerarme y así ambos nos habríamos evitado toda este bochorno.

—Sí, estoy enamorado de una gran mujer —digo al fin.

La mirada de Jenny se torna fría, pero no dice nada, se mantiene rígida ante mí, quizá medita lo que acabo de decir.

—Enamorado —repite sin apartar la mirada de mí. Ojalá pudiera descifrarla, su rostro se ha transformado—. Creo saber de quién —exclama con ironía.

Sus palabras y su sonrisa torcida me  desconciertan.

¿Cómo es que lo sabe?

— ¿De que hablas?  —la interrogo.

—Anoche, mientras dormías bastante complacido después nuestro salvaje reencuentro, una mujer ordinaria y simple vino a buscarte.
Casi podría jurar que no le gustó verme aquí porque cuando abrí la puerta y me vió, su cara de niña boba palideció  —cuenta entre risas—. Me decepcionas, Alejandro, creí que eras más selectivo.

Mis entrañas se retuercen al escucharla.

— ¿Qué mujer? 

Tengo que hacer un gran esfuerzo para no echarla a empujones de la habitación.

La forma en que habla no me agrada en lo absoluto. Casi pierdo la poca paciencia que me queda.
Jenny está a punto de rebasar mi línea de tolerancia.
Si su presencia y no recordar nada de lo ocurrido me han inquietado, ese cuento del que le habla en tono misterioso me lleva a la frontera de mi cordura.

—No dijo su nombre, solo preguntó por ti.  La pobre desdichada, porque así parecía,  salió huyendo sin decir más.

Mi sangre hierve.

— ¿Cómo era? —exijo saber.

— ¡Vaya, si que es un asunto importante para ti, amorcito!

—Jenny, basta de rodeos y responde.

Mi acompañante pone los ojos en blanco y enciende un cigarrillo.
La observo impaciente.

—Delgada, como de mi estatura, aunque no podría asegurarlo pues salí descalza y ella traía zapatillas, pelo castaño. ¡Oh vamos! Una mujer como cualquier otra, no recuerdo más detalles.

—Natalie —balbuceo al escucharla.

<Vino a buscarme>,pienso emocionado.

El gusto dura poco al caer en cuenta de lo que Natalie presenció.

Debe pensar lo peor, me creerá un mentiroso.
Tengo que buscarla para aclarárlo.
La amo y debo decírselo.

¡Al diablo con lo demás!

Hecho un lío, entre furioso y nervioso, me visto y salgo.
Me importa un bledo dejar a aquella mujer que exige histérica una explicación.

¡Acaso no se la di ya!
¡Es la mujer que amo!

Nat volverá a Seattle esta la tarde.
Hecho un puñado de nervios consulto la hora: 2:25pm.
Un sudor frío recorre mi espalda.

<¿A que hora saldrá su vuelo?>,me pregunto mientras intento decidir si voy a buscarla al hotel o si me dirijo directo al Aeropuerto.

<¡A que hora!>, grito y alerto al conductor del taxi quien me observa desde el retrovisor.

—Al aeropuerto, de prisa—le indico.

No quiero perder tiempo en recorridos banales, iré a buscarla ahí y si no ha llegado aún, la esperaré.

No dejaré que se vaya, antes, tiene que escucharme.

El tráfico va lento, han pasado más de cuarenta minutos y aun estoy lejos de mi destino.
El sudor escurre por mi frente pese a que se encuentra nublado. El cielo está pintado de un gris intenso amenazando con desatar una tormenta.
El viento también está presente y golpea con intensidad los cristales del auto.

— ¿Puede tomar otro camino? En verdad llevo prisa  —suplico al conductor.

—Lo siento, señor, a esta hora todos los caminos están igual. Además el clima no ayuda, no queda más que tener paciencia.

La afirmación solo logra desmoralizarme; me siento atado de manos, lo único que puedo hacer es correr, pero no parece una buena idea pues solo ganaré un baño de lluvia seguido de un resfriado.

¿Podría ser peor?

Miro de nuevo el reloj en cuanto visualizo mi objetivo: 4:00pm.
Entro corriendo para revisar los horarios de vuelo.

<Seattle 4:00 pm>,leo en la enorme pantalla. 

Me quedo paralizado en espera de que aparezca de nuevo con la esperanza de encontrar un error.
Después de unos segundos siento que me cae encima un deslave de tierra y lodo para  enterrarme vivo.

Se ha ido.
Un golpe de adrenalina me sacude y corro para buscarla.

— ¡Señor, no puede pasar! Los pasajeros ya abordaron y el avión está a punto de despegar —me detiene una mujer con uniforme de la aerolínea.

— ¡Debe detener ese avión, necesito hablar con mi esposa! —grito en una suplica.

—Retírese o llamaré a seguridad —amenaza.

—Por favor.

—Lo siento, no puedo ayudarlo.

He llegado solo unos minutos tarde, suficientes para que Natalie se me escape de las manos llevándose con ella toda esperanza.

Mi garganta se ha cerrado y mis ojos no pueden retener un par de lágrimas.

Seattle es un estado grande y poblado, encontrarla no resultará sencillo, pero debo intentarlo.

Es mi última esperanza...

—Connor —respondo con desgano el teléfono. Voy abordo de un taxi que me lleva de regreso al hotel.

—Amigo, espero que estés sentado porque la noticia que voy a darte te causará un infarto  —cuenta un Peter emocionado.

No me sorprende, estoy acostumbrado a ese tipo de reacciones por parte de mi amigo. Peter suele emocionarse con la misma facilidad que se desiluciona o enoja.

— ¡Nos vamos a Egipto, esa era la urgencia del productor!  —exclama—. Han encontrado unas ruinas y todo indica que ahí reposan los restos de un  personaje importante. Nuestra misión es investigar que tan cierto es.
Ya sabes, fotografías que sirvan de prueba y den testimonio de lo que han encontrado. ¡Hay que armar un documental!

— ¿Qué? —susurro entumido a causa de la ropa mojada.

El cielo está igual de triste que yo.

La información que acabo de recibir no me alegra, quizás en otro tiempo me hubiese causado una emoción inimaginable.

Egipto siempre me pareció un lugar apasionante, de hecho uno de mis principales objetivos era llegar hasta aquel país. Pero justo en estos momentos lo único que me provoca es un enorme pesar.

Mal momento.

Tengo claro que debo tomar un avión cuanto antes, pero no a Egipto, sino a Seattle. Iré en busca de la mujer que amo.
El tiempo es oro y no precisamente mi mejor aliado.

— ¡Egipto, amigo! Misterio al descubierto, ruinas, aventura, lo que tanto nos gusta. Esto se pone interesante otra vez  —comenta Peter.

—No puedo ir.

Respondo con voz seca, poco sorprendido por los reproches que Peter hace del otro lado de la línea. Vocifera y hasta puedo escuchar el sonido de objetos cayendo al piso, seguro producto de su rabieta.

Suele reaccionar así, mi amigo es un niño encerrado en el cuerpo de un adulto.

—Si te niegas, le darán la investigación a Robinson. ¿Sabes lo que eso significa para nuestras carreras? Pueden quitarnos el programa. ¡Carajo, Alejandro! ¿Qué te está pasando? Antes habrías matado por una oportunidad como esta.

Tiene razón, aquella es una de esas oportunidades que no se presentan dos veces en el mundo donde ambos laboramos.
En el medio del entretenimiento sino cazas, mueres, pero la vida me está dando una segunda oportunidad con Natalie y no puedo desperdiciarla.
Ella es mi prioridad.

No sé de cuanto tiempo dispongo para recuperarla, pero si accedo ir a Egipto, estaré allá al menos un mes.

¡Un mes es demasiado!

Natalie está comprometida, se casará con otro, y desaprovechar el  tiempo puede costarme perderla para siempre.

—Tienes razón, pero no puedo ir, tengo un asunto pendiente —es mi respuesta—. Es de suma importancia para mí y no puedo retrasarlo.

— ¿Qué puede ser más importante que tú trabajo? —pregunta con notoria incredulidad.

—Una mujer  —confieso.

Entonces mi amigo y compañero de parrandas estalla en carcajadas. Resulta tan escandaloso que debo apartar el teléfono de mi oreja.
A pesar de eso no me molesto,  de haber resultado al revés, yo habría reaccionado igual.

— ¿Una mujer? Por favor, amigo, mujeres son las que te sobran. ¿De que estás hablando?

—Estoy enamorado como un jodido loco, Peter —le aclaro—. La mujer que ha puesto mi mundo de cabeza, quien me ha nublado la razón, está comprometida con otro y créeme cuando te digo que no estoy dispuesto a perderla.

Digo con convicción.
Por varios segundos el silencio se apodera de ambos.

Lo ha entendido.

—Estás perdido, amigo. Nunca antes te había escuchado hablar así  —dice—. Entonces, no puedo hacer nada para convencerte, cuando una idea se te mete a la cabeza no hay poder humano que logre convencerte de lo contrario. Eres terco a morir.
Pero te advierto, tú mismo se lo dirás al productor y prepárate porque no creo que lo vaya a tomar bien.
Espero que no pierdas tu empleo por negarte.
Dime algo: ¿Se trata de Dana? —agrega curioso.

— ¿Dana? —repito entre risas— ¡No!

— ¿Jenny?

—Por supuesto que no  —exclamo molesto solo de escuchar aquel nombre—, entre Jenny y yo jamás existirá algo así.

— ¿Entonces? —quiere saber.

Su voz se ha tornado sería.

—Lo sabrás a su debido tiempo. Debo colgar, hablamos después.

Sin dar tiempo para decir más —de lo contrario el interrogatorio se extenderá—, termino la llamada y bajo del taxi rumbo a mi habitación.

Necesito una ducha tibia que me ayude a relajarme. La tención del día ha sido demasiada y estoy agotado.

Mi mente ruega por un descanso.

En la comodidad y confort que me brinda la lujosa habitación del  Langham, invoco la tarde que pasé con Dana.

<Ojalá estuviera aquí y pudiera contarle lo que ocurre>. 

Es tal mi necesidad  de desahogo que no puedo pensar en otra persona.

Peter queda descartado, es mi amigo, pero entre sus virtudes no se encuentra "saber escuchar".
Tal vez Jacob, amigo de toda la vida,  pero en estos momentos está en España recibiendo una merecida estrella Michelín.
Reconocimiento que se otorga a los mejores restaurantes, codiciada por todo Chef a nivel mundial.
Nadie mejor que mi gran amigo Jacob para recibir tan distinguido premio. La cocina siempre fue su pasión.

Me decido y marco el número de Dana y conversamos un rato al teléfono.  Antes de despedirme quedamos en vernos al día siguiente en su apartamento.

— ¿Estás seguro?  —pregunta Dana mientras destapa una botella de vino.

—Sí, iré a buscarla  —respondo sin titubear.

—En verdad la amas.

Comprende con la mirada baja, tratando de evitar que note lo que sus ojos no logran ocultar.
 
Entonces me cuestiono si he hecho bien al contárle, ser testigo de su reacción me hace creer que no ha sido una buena idea.
Aún me quiere, lo sé, y contarle de mi devoción hacia otra mujer la ha lastimado.

—Lo siento mucho, soy un egoísta —comento sintiéndome torpe.

—No digas eso, me alaga que hayas pensado en mí, eso quiere decir que me tienes confianza.

—Pero te lastimo y no lo mereces. Han sido tantas mis ganas de desahogarme que no pensé en el daño que te causaría.

—No voy a negar que me duele, sabes bien cuales son mis sentimientos por ti, me hubiera encantado ser yo esa mujer de la que hablas con tanta devoción, pero no es así y no hay forma de cambiarlo. En el corazón no se manda, Alejandro. Sí, escucharte hablar de ese modo es difícil para mí, pero te aseguro que me hace feliz ver como brillan tus ojos solo de nombrarla.
La amas, es evidente, pero sobre todo te hace feliz y eso, Alejandro, no puede dañarme, sino todo lo contrario.

— ¡Ale!

El grito de Aurora rompe de golpe el clima de nostalgia que empezaba a cubrirnos.

— ¡Hola, pequeña!  —la recibo en brazos.

—Ya no soy pequeña. ¿Qué no ves que he crecido?   —se queja mientras me llena de besos.

La forma cómica e inocente en que lo ha dicho logra que nos desprendamos de la tensión y nos hace caer presos de un ataque de  risa.

— ¿Por qué no habías venido? Tenía muchas ganas de verte.

—También yo tenía ganas de verte, pequeña, pero mi trabajo me tiene muy ocupado. Lo siento.

—Esta bien —responde sonriente— , de todos modos puedo verte en la televisión. Mi mami siempre ve tu programa.

Desvío mi atención hacia Dana y noto que se ha puesto colorada a causa de la inocente indiscreción de Aurora.

Un sentimiento de protección hacia ese par de mujeres se apodera de mí.
                                                   
Un par de horas más tarde, después de jugar Monopolio y quedar en bancarrota —gracias a la  impresionante habilidad de  Aurora— llega el momento que marcharme. Para dejarme ir Aurora me hace prometer que regresaré para llevarla al parque de diversiones.

Acepto encantado.

—Gracias por esta grata velada.

—Esta es tu casa, las puertas siempre estarán abiertas para ti —comenta Dana acariciando mi mejilla.

—Puedes estar segura que no volveré a perderte de vista. Estaré al pendiente de ustedes, no lo dudes.

—Alejandro…

—No digas nada, a partir de este momento tú y Aurora son como mi familia. Las procuraré y protegeré hasta el día que muera. Lo juro.
No puedo amarte porque mi corazón le pertenece a Natalie, pero si puedo quererte en forma sincera.

Después de eso nos abrazamos con fuerza. Dana llora y verla así empequeñece mi corazón.

Sé que si nos hubiéramos reencontrado antes de Nat, las cosas entre Dana y yo habrían sido distintas, pero pertenezco en cuerpo y alma a otra mujer...










Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top