O7 ── A.M

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Cuando sucedió el primer chasquido, el mundo entero se vino abajo. El planeta entró en luto colectivo: madres perdieron a sus hijos, hijos perdieron a sus padres, hermanos se despidieron sin palabras. Nunca en la historia, ni siquiera durante las guerras mundiales, hubo tantas viudas, tantas familias incompletas. Era como si la humanidad avanzara amputada, cojeando entre los escombros emocionales y sociales de una tragedia sin precedentes.

Las noticias no ayudaban. Los organismos internacionales se movilizaban con una urgencia forzada, intentando contener el caos y ofrecer consuelo, pero los esfuerzos se sentían insuficientes. Al mirar las calles llenas de velas, fotos, flores y lágrimas, sabías que nada estaba bien, por mucho que intentaran convencernos de que debíamos seguir adelante.

Luego llegó el segundo chasquido, y con él una ola de esperanza que inundó al mundo. Pero la reconstrucción no fue tan sencilla. Traer a los desaparecidos de vuelta era, en teoría, una victoria. Sin embargo, en la práctica, significaba otro terremoto emocional y social. Muchas cosas habían cambiado en esos años, y no todos los que regresaron encontraron un lugar al que volver. Los problemas mentales aumentaron exponencialmente, y por primera vez en la historia, la salud mental ocupó el centro del discurso global.

Se abrieron centros de ayuda en cada vecindario. Los colores de piel, las creencias y las diferencias religiosas se difuminaron bajo una misma etiqueta: sobrevivientes de un evento que cambió el curso de la historia. Por un breve momento, todos compartimos un mismo dolor, aunque cada uno lo llevó de una forma diferente. Algunos encontraron consuelo; otros, no.

En mi caso, esos recuerdos me asfixian. La ropa vieja, las fotografías, todo lo que guardé en esas cajas me empuja hacia un abismo emocional que he tratado de esquivar desde que llegué aquí. Amo a mi familia, pero estar en casa se volvió insoportable. Todos éramos como fantasmas de lo que fuimos alguna vez, apenas sobreviviendo entre los escombros de nuestras vidas.

Las lágrimas comienzan a caer, y mientras trato de acomodar una fotografía en la orilla de la cama, siento cómo mi visión se nubla por completo. Con cuidado, cierro la caja y la coloco en la esquina de la habitación, como si alejarla físicamente pudiera aliviar el peso que siento en el pecho. Buscando algo de alivio, abro la ventana de mi habitación y me siento en el alfeizar, dejando que el aire frío acaricie mi rostro.

Inhalo profundamente, tratando de calmarme, pero solo consigo dejar escapar pequeños sollozos que intento reprimir cubriendo mi boca con la mano. Cada intento por tranquilizarme se siente como una batalla perdida.

—Esto es ridículo —mascullo, más para convencerme a mí misma que por otra cosa.

El nudo en mi garganta es cada vez más pesado, y el recuerdo de esos días me golpea con fuerza. Ver a mi madre llorar en silencio cada noche, escuchar a Dahlia despertar de sus pesadillas pidiendo por papá y Robert, intentar ignorar cómo Katherine se encerraba en sí misma... Fue demasiado. Aprendí a llorar sin ruido, a fingir que todo estaba bien mientras cargaba con un dolor que me consumía lentamente. Solo quería que mamá dejara de perder peso, que Katy volviera a hablarnos, que Dahlia dejara de preguntar cuándo regresarían los que nunca volverían.

Ojalá todo se hubiera arreglado cuando volvieron.

La injusticia de todo aquello me quema por dentro. Regresaron, pero no tuve tiempo ni siquiera de ver sus ojos, de abrazarlo. La amarga realidad me golpeó como un golpe bajo: incluso después del milagro del regreso, no todos volvieron para quedarse.

Me doy por vencida, permitiendo que las lágrimas fluyan con fuerza, cada sollozo cargado de frustración y dolor. Mi cabeza descansa contra el marco de la ventana mientras dejo que el frío me abrace. La luna, en su punto más alto, es el único testigo de mi momento de debilidad. El llanto no me alivia, pero al menos siento que libera un poco de la presión que llevo en el pecho desde hace años.

Cuando las lágrimas se detienen, lo único que queda es un dolor de cabeza punzante. La última vez que lloré así tenía diecisiete años. Ahora, casi inmóvil, miro a los transeúntes pasar desde el cuarto piso del edificio, perdiéndome en la monotonía de sus pasos.

Un movimiento en la escalera de incendios capta mi atención. Dos gatos callejeros suben ágilmente por los peldaños, su pelaje brillando bajo la luz tenue de las farolas. Los observo, intrigada por su destino, hasta que llegan a la ventana del departamento de al lado. Un brazo enguantado se extiende hacia ellos, sosteniendo una bolsa de papel que los felinos atacan con entusiasmo.

Bucky.

Su figura aparece poco después, inclinándose hacia los gatos mientras acaricia la cabeza de uno de ellos. La escena es tan inesperada y tierna que me encuentro dejando escapar una risa incrédula.

Él levanta la vista hacia mí, aparentemente sin sorpresa. ¿Sabía que estaba ahí? Me ofrece una de sus tensas sonrisas, de esas que parecen debatirse entre la vergüenza y la cortesía. Estoy empezando a acostumbrarme a esa expresión en su rostro.

Desde la distancia, apenas puedo distinguir la bolsa de papel que sostiene. ¿Es comida para gatos? Uno de los animales rasga la bolsa con desesperación mientras Bucky intenta calmarlo. Decido dejar la ventana, dándome un vistazo en el espejo de mi habitación antes de salir. Mi reflejo me devuelve una imagen patética: ojos hinchados, nariz roja y cejas enrojecidas. Bueno, ya qué.

Me acerco a la ventana de la sala, más grande y práctica, y la abro para hablar con él.

—No sabía que tenías mascotas —digo, asomándome hacia él.

—No son mis mascotas —responde, acariciando al gato pequeño que ronronea bajo su mano—. Solo los alimento de vez en cuando.

—Creo que es un lindo gesto.

El gato gris, considerablemente más grande, ignora nuestra conversación mientras devora lo que queda en la bolsa. Bucky se encoge de hombros, sin dejar de acariciar al felino más pequeño.

—Gracias —murmura. Luego, añade—: ¿Cómo estás?

Su tono es cauteloso, como si temiera cruzar un límite. Apenas nos hemos visto desde la noche de las tartaletas, pero aprecio el gesto.

—Bueno, en este momento me parezco a Elmo. Pero fuera de eso, todo en orden —bromeo en respuesta, él luce perdido por mis palabras. Ah, claro. Plaza Sésamo salió hasta en los setentas—. Es un programa infantil, una cosa peluda y roja, lo digo por mi cara.

—Oh, lo entiendo —dice, asintiendo lentamente. La forma en que sus ojos se iluminan ligeramente al procesar la referencia es casi tierna—. ¿Es ese... Plaza Sésamo algo de cultura general o algo así?

—Creo que depende de a quién le preguntes —respondo con una risa suave, agradeciendo que me siga la corriente—. Estas últimas generaciones ya no valoran los títeres lo suficiente. ¿No crees?

Bucky parece más relajado tras mi aclaración, incluso suelta un leve resoplido que podría interpretarse como una risa.

—Entendido, Elmo —responde con un tono que parece burlón, pero sin malicia.

La sorpresa de escucharle bromear, aunque sea mínimamente, me arranca una sonrisa.

—Podría ser peor —le digo mientras me siento en el alfeizar de la ventana, con las piernas cruzadas y los brazos apoyados en el marco—. Podría haberme comparado con Oscar el Gruñón, pero prefiero mantener algo de dignidad.

El gato gris, aún satisfecho por la comida, se enrosca junto a Bucky, quien se toma un momento para acariciarlo. La escena es serena, casi hipnótica, y siento cómo el peso en mi pecho comienza a aligerarse.

—Esto es bonito —murmuro, refiriéndome tanto a la tranquilidad del momento como a la inesperada conexión entre nosotros y los gatos—. No he tenido un buen día hoy.

—Lamento eso —responde él, con esa sinceridad tan característica.

Dejo escapar un suspiro y, tras unos segundos de silencio, decido explicarme. Me acomodo contra el marco de la ventana, mirando a las luces de la ciudad en lugar de a él.

—Mi madre me llamó hoy para preguntarme si volveré a casa por las fiestas —comienzo a decir, esforzándome por mantener un tono neutral—. También me pidió que buscara algunas cosas que traje conmigo cuando me mudé. Cosas de mi papá y mi hermano... Es una larga historia. No quiero aburrirte.

—No realmente. Si quieres hablar, te escucho.

Sus palabras, simples pero sinceras, me dan el empujón que necesito. Me giro hacia él, notando que sus ojos azules están fijos en mí, llenos de atención y algo que interpreto como comprensión.

—Gracias —murmuro antes de continuar, dejando que mi voz tiemble ligeramente al recordar—. Antes del chasquido, mi papá iba a someterse a una cirugía muy delicada. Tenía problemas del corazón. Fue un proceso largo, pero mis hermanos y yo trabajamos mucho para ahorrar el dinero necesario. Mi hermano mayor daba tutorías y trabajaba en una tienda mientras estudiaba. Mi hermana mayor tenía un empleo en un cine, y mamá y yo cocinábamos para vender comida. Fue un esfuerzo en equipo. Lo logramos.

Hago una pausa para tomar aire. Puedo sentir sus ojos en mí, atentos, pacientes, y eso me da fuerzas para seguir.

—Él entró al quirófano la mañana del chasquido. Todo iba bien... hasta que desapareció. —Mi voz se quiebra al decirlo, y una lágrima traicionera se desliza por mi mejilla—. Mi papá y mi hermano mayor se desvanecieron. Como todos, no entendí cómo, ni por qué. Sólo... no estaban más.

El silencio que sigue es pesado, pero no incómodo. Bucky no dice nada, simplemente asiente, como si entendiera exactamente lo que quiero decir.

—Cuando regresaron, creímos que todo se solucionaría —continúo, dejando que una amarga risa escape de mis labios—. Pero papá solo vivió unos minutos después de reaparecer. Mi hermano fue el único que estuvo con él en ese momento.

Me detengo para enjugarme las lágrimas con la manga de mi suéter. La frialdad del aire nocturno me alivia la piel caliente de tanto llorar.

—Muchos creen que la vida se arregló cuando todos volvieron, pero no es cierto. La vida no vuelve a ser igual después de tanto tiempo.

Bucky asiente, su mirada triste pero sólida. Me da la impresión de que quiere decir algo, pero me deja continuar.

—Robert regresó a casa con un padre fallecido y una prometida que había seguido adelante con su vida. Ella estaba casada, tenía un hijo... Él no podía soportarlo. Intentó quitarse la vida un par de semanas después de todo eso. —Mi voz es apenas un murmullo ahora, apenas capaz de sostenerse—. Mi familia intentó salir adelante, pero todo cambió. Mamá seguía llorando todas las noches. Katherine, mi hermana mayor, apenas hablaba con nosotros. Dahlia, mi hermana pequeña, despertaba llorando, esperando que papá regresara. Yo... solo quería desaparecer.

—Lo siento mucho —dice Bucky, finalmente rompiendo el silencio. Su voz es tan suave que es apenas audible, pero sus palabras me llegan como un bálsamo para el alma.

Levanto la vista para encontrarme con sus ojos. Hay algo en su expresión que me hace sentir menos sola, menos rota.

—Tú desapareciste también, ¿no? —pregunto con cautela, insegura de si es apropiado, pero incapaz de contener mi curiosidad—. ¿Cómo fue para ti? ¿Lo recuerdas?

Bucky desvía la mirada, como si estuviera buscando las palabras correctas. Finalmente, dice:

—No recuerdo mucho. —Se detiene, su mandíbula tensa, y luego continúa—. Creo que simplemente... no estábamos. No había nada. Solo... desaparecimos.

Su respuesta me deja helada, pero al mismo tiempo alivia una parte de mí.

—Entonces no hubo dolor... —murmuro para mí misma, y él asiente lentamente, confirmando mi suposición.

—No hubo nada.

Por alguna razón, esas palabras me dan un pequeño consuelo. Es un alivio saber que, al menos, papá no sufrió.

—Gracias por compartir eso conmigo —digo con una pequeña sonrisa. No es mucho, pero es todo lo que puedo ofrecer en este momento.

—No hay de qué, Dannika.

El sonido de un claxon rompe el momento, y ambos giramos la cabeza hacia la calle. Los gatos, asustados por el ruido, desaparecen rápidamente entre las sombras. Me río suavemente, más por nerviosismo que por otra cosa.

—Supongo que esa fue su manera de despedirse —comento, señalando hacia donde los gatos han desaparecido.

Bucky asiente, una pequeña sonrisa en sus labios.

—Creo que les gustas.

—¿Tú crees? —le pregunto—. Ni siquiera me dejaron acariciarlos por más de dos segundos.

—Eso es un récord para ellos —bromea, y la calidez en su tono hace que mi pecho se sienta un poco más ligero.

El frío comienza a calar más profundamente, y me doy cuenta de que el viento es cada vez más gélido. Me froto los brazos para entrar en calor, y Bucky se pone de pie.

—Será mejor que entres. Hace demasiado frío para quedarse aquí.

—¿Y tú? —le pregunto, levantándome también.

—Estoy acostumbrado al frío, te lo dije.

—Claro, el supersoldado no siente frío —bromeo, pero mi tono tiene un toque de preocupación que no puedo ocultar.

—Buenas noches, Dannika.

—Buenas noches, Bucky.

Lo observo mientras desaparece por la escalera de incendios, su silueta deslizándose entre las sombras. Me quedo allí un momento más, dejando que el aire frío acaricie mi rostro mientras las emociones de la noche se asientan en mi pecho.

Cuando finalmente cierro la ventana y me meto en la cama, algo dentro de mí se siente diferente. No más ligero, necesariamente, pero sí más en paz.

Quizás, solo quizás, no estoy tan sola como creía.
















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NOTA DE AUTOR:

Después de tanta risa y dulzura, hacía falta un poquito de acidez. Personalmente me encanta escribir caps que me hagan moquear jaja. Espero las emociones de Dannika les haya conmovida aunque sea un pelín. ¿Funcionó? ¿Les gustó el capítulo?

Algo que amo de TFATWS es como tiene un enfoque distinto de las películas de Superhéroes que acostumbramos, vemos como tocan temas importantísimos como el racismo, la segregación social y la salud mental. No obstante, aunque amé la serie, no vemos mucho sobre cómo vivió el mundo el chasquido aparte de ver a Nat, Steve y por supuesto, lo que el chasquido le hizo a Clint al perder a toda su familia en Endgame. A donde quiero llegar es que si se ponen a pensar, debió ser un periodo muy oscuro en que el que todos se unieron al menos un poco tiempo debido a la pérdida, por eso cuando todos regresaron el mundo volvió a dividirse. Espero haber transmitido bien eso y que se entienda en el futuro. Por supuesto que no planeo dejar de fuera el asunto de Karli y todo eso.

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