13 ── A.M


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Dejar de nuevo mi hogar de infancia fue mucho más sencillo esta vez, teniendo que regresar a Nueva York para trabajar al día siguiente de Navidad. Las despedidas fueron breves, cálidas, y con la promesa de que Robert y Dahlia vendrían de visita pasado Año Nuevo. Viajar de nuevo para esas fechas no era posible, pero saber que ellos harían el esfuerzo de venir aliviaba la tristeza de la partida.

Hoy, al menos, solo tuve que cumplir media jornada en el trabajo, y agradecí cada minuto extra que gané al salir temprano. Mi tiempo libre ya estaba comprometido con un viejo amiguito afelpado que me aguardaba en mi cama, listo para recibir un par de remodelaciones. Antes de comenzar, sin embargo, tuve que hacer un par de paradas: un par de botones aquí, algo de tela allá, y, por supuesto, un rollo de papel de regalo que terminé eligiendo más por necesidad que por gusto.

¡Pero ya casi acabo!

Y no puedo evitar sentir una pequeña chispa de orgullo mientras doy los toques finales.

La noche ha avanzado rápido. Ya es pasada la medianoche, y por estas horas, Bucky suele asomarse por la escalera de incendios. A veces se marcha tras unos minutos, haciendo lo que sea que haga en ese rato misterioso. Otras noches, escucha el golpeteo en mi ventana y entra directamente a mi departamento, como si fuera lo más natural del mundo. La mayoría de las veces, sin embargo, se trata de mí, ocupada en la cocina mientras espero el momento perfecto para invitarlo a probar alguna de mis creaciones culinarias.

Esta noche no es diferente. La tarta de ciruela está casi lista, el aroma dulce y especiado llenando el aire. Y, como si lo hubiéramos planeado, la ventana se abre suavemente y Bucky entra al interior de mi piso. Lleva el cabello un poco desordenado, y su chaqueta tiene un par de salpicaduras de agua; tal vez estuvo caminando bajo la llovizna. Me saluda con un leve asentimiento y una mirada que parece preguntar si es bienvenido. La sonrisa que le ofrezco es suficiente para que se acerque y tome asiento en la mesa.

—¿Qué tal las fiestas? —pregunta, su voz baja y acompasada, casi como si no quisiera romper la calma del lugar.

Hablar de mi familia siempre trae consigo una sensación de calidez que agradezco profundamente. Mientras corto un pedazo de la tarta para servirlo, le cuento anécdotas pequeñas: la cena con Dahlia quemando accidentalmente las galletas, Robert intentando armar un tren de juguete para los sobrinos y fracasando de forma estrepitosa. Cosas simples, pero que llenan el corazón.

—La familia es importante —comenta, su tono suave pero cargado de significado—. Es bueno que estés bien con ellos.

—Definitivamente, no me puedo quejar —respondo, limpiando un pequeño rastro de tarta de mis comisuras con una servilleta. Luego, dudo un instante antes de continuar—. Te quiero preguntar algo, pero no sé si es demasiado.

Se mueve ligeramente en su asiento, como si mi pregunta lo hubiera atrapado desprevenido. Traga grueso antes de responder.

—¿De qué se trata?

—No es sobre la guerra ni nada de eso otro, lo prometo —aseguro rápidamente, levantando las manos en señal de paz.

—¿Sobre qué es?

—Es sobre tu familia —mi voz baja un poco, consciente de que estoy entrando en terreno sensible—. Está bien si es demasiado.

—No, no —responde, aunque su ceño se frunce ligeramente y una mueca se forma en sus labios. Habla un poco más alto, como para convencerse a sí mismo—. Está bien. ¿Qué quieres saber?

—¿Has pensado en ponerte en contacto con ellos? —sus ojos se fijan en los míos, y antes de que pueda interpretar su expresión, añado para aclarar—. Sé que muchos de ellos ya no están —perder gente te vuelve experta en tocar estos temas con puros eufemismos—, pero... ¿qué hay de los hijos de tu hermana o sus nietos? ¿Nunca has pensado en contactarlos?

—Dos de los hijos de menores de Becca siguen vivos, uno de ellos se fue también con el chasquido —su manzana de adán se pronuncia y aprieta uno de sus puños, los suelta y su voz sale calmada—. Conozco sus nombres y algunos de sus nietos siguen en el país, pero nunca he pensado en hacer acto de presencia. No creo que sea buena idea.

Me gustaría decirle que lo entiendo, pero no hay manera que entienda el sentimiento de saber que todos los que amaste ya están muertos.

—Comprendo tus razones —le digo con una sonrisa de lado, esperando que capte mi sinceridad—. Si algún día quieres ayuda para escribirles o algo así, puedo conseguirte unas galletas deliciosas para acompañar, ¿sí?

Su mirada se suaviza por un instante, y entonces, para mi sorpresa, su mano de carne y hueso se acerca titubeante y toma la mía, que no sostiene el tenedor. El contacto me desconcierta más de lo que debería, y tengo que usar todo mi autocontrol para no reaccionar de manera exagerada. A cambio, aprieto su mano ligeramente, queriendo transmitirle que mis palabras son en serio.

El momento se rompe cuando siento sus gélidos ojos azules clavados en los míos. Me levanto de golpe, sobresaltada por mi propia reacción, y él retira la mano casi de inmediato, como si hubiera cometido un error. Oh, mierda.

Bueno, lo siento. No todos los días un hombre así de atractivo te sostiene la mano con ese rostro de desamparo.

—Espera aquí —le digo, escapando rápidamente hacia mi habitación antes de que pueda responder.

Voy hasta mi habitación y cargo conmigo la caja con la que luché casi una hora solo poniendo el papel de regalo. Luce como el trabajo de un niño de seis años, pero lo que está dentro es mejor. O al menos, espero que así lo vea.

—No hago esto porque quiero que me des algo a cambio —le digo mientras camino hacia él, sintiendo cómo sus ojos se clavan en mí, cautelosos—. Pero cuando lo vi, pensé que tenía que dártelo.

Le entrego la caja. La sostiene con ambas manos, sopesando el peso como si intentara adivinar su contenido. Su mirada pasa de la caja a mí, y con una lentitud que pone a prueba mi paciencia, comienza a desenvolver el regalo. Cuando finalmente levanta la tapa, sus ojos se encuentran con el Bucky Bear que hay dentro.

—Le hice un par de modificaciones para que quedara como tu estilo actual —agrego para romper el silencio, mira el muñeco en sus manos con los ojos bien abiertos—. Yo... Espero te guste.

Es la versión estándar del Bucky Barnes que vendió por años el país, pero he cortado uno de sus brazos para reemplazarlo con tela negra a la que le he hecho costuras doradas alrededor. Lleva también un gorro de navidad que le quité a una de las muñecas de Dahlia.

Es estúpido que me preocupe algo así, pero no ha salido una palabra de su boca. Y estoy empezando a suponer que lo odia.

Hasta que al fin, levanta el rostro y sus ojos están brillantes parecen descongelarse de a poco, la sonrisa más bonita en sus labios.

—Este es el primer regalo de navidad que recibo en más de ochenta años.

Nunca he sido una persona de derrochar contacto físico o demostrar mi cariño de esa manera, pero viéndolo así, lucir más humano que nunca y con ojos llorosos, se requiere de toda mi fuerza de voluntad para no abrazarlo.

—Dios mío Bucky, no me digas eso.

Supongo que así se debe sentir Holly cada vez que ve a alguien en un apuro y necesita hacer algo al respecto.

—Gracias —murmura sin despegar los ojos del juguete—. Significa mucho, el tiempo que te tomó arreglarlo y todo eso.

—No es nada, de verdad.

La felicidad de su rostro vacila.

— ¿Por qué pones esa cara? ¿Se descosturó de alguna parte o...?

—No, solo... No comprendo cómo puedes estar tan tranquila al rededor mío. Y hacer todo esto.

—Bucky, corro tanto riesgo contigo como con cualquier otra persona del edificio o transeúnte que se suba por esa escalera.

No es del todo cierto y puede que él tenga un punto. Pero hey, tengo un gas pimienta y ese tubo de metal que dejó el plomero el otro día.

—Sabes que no hablo de eso.

Lo sé, se refiere a todas esas cosas sádicas que salieron en todas partes sobre él. Los asesinatos, las injurias y el mundo entero pintándole como un terrorista, una máquina para matar, un monstruo.

Es curioso y quizás solo sea yo y mi naturaleza para tomar decisiones apresuradas y en el calor del momento, pero yo solo veo a un hombre solitario, que sobrevivió a demasiadas guerras, que disfruta pasar tiempo con anciano mayor y alimenta a los gatos de la calle.

—Te diré una cosa, en todas las veces que hemos hablado has mantenido un respetuoso espacio personal —hablo con seriedad—, nunca me has hecho sentir en peligro, omitiendo la vez que nos conocimos. Haces contacto visual con mi rostro cuando hablamos, no me has visto de manera inapropiada, ni te has inmiscuido en mis asuntos y aunque podrías entrar a mi departamento sin problemas sé que no lo harías.

—No entiendo por qué tienes tanta fe en mí.

—Yo tampoco lo sé —respondo con sinceridad—, pero alguien debe creer en ti. Sé que muchos más lo harán cuando te conozcan como yo lo estoy haciendo, pero mientras... Mientras quieras que seamos amigos... Aquí estaré.

—Eso me gustaría. Gracias, Dannika. —Sé que sus inseguridades siguen allí, ancladas en algún lugar profundo, pero la gratitud en sus palabras y ese dejo de timidez en su voz me brinda tranquilidad.

—Entonces, ¿cómo le pondrás?

—¿De qué hablas?

—Mi amiga Holly dice que siempre debes nombrar a los peluches, algo sobre darles un nombre y que no te ataquen en la noche.

—¿Qué?

—Estaba pensando en Bucky Jr. aunque Buckito también suena bien.

—No estás nombrando a mi peluche Buckito, Dannika.

— ¿No es ese mi beneficio de amiga?

—No, nada de eso. Ahí acaba tu beneficio de amiga.

—Oh vamos, Bucky.







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NOTA DE AUTOR:.

Por cierto, los Bucky Bear son canónicos. Incluso hay un comic de los Vengadores Bebés donde el pequeño Steve se enfrasca en una misión contra los X-men bebés, para recuperar a su peluche de Bucky jaja.

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