4| CUATRO : ODIO

Cerró los ojos tras escuchar la risa escandalosa del chico, sintiéndose avergonzado porque él, de tantos, estaba hablando de ello, con Christian Salix.

—Así que... ¿enamorado? —burló, mirándolo, haciéndole bufar muy por fuera del sentimiento de agobio que le rodeaba.

—No es nada de eso. Absurdo es pensar que llegue a enamorarme por ver sus ojos, tan simplones como todo. Todo en esta vida —bramó, abriendo la bebida, la cuarta de esa noche fría y oscura.

Christian lo miró por un momento, sus ojos más jóvenes y agraciados que los suyos, y por jugar un poco acercó hacia el niño el envase, notándolo negar pronto—. No puedo hacerle eso a Alex de nuevo. Sabes que hoy es nuestro aniversario y quiero llegar sobrio a casa de su padre.

Eso lo hizo rodar los ojos. Alexis era su pareja, un niño al que él conocía, y es que, así como Christian, ambos niños eran su pasado. No eran más de seis años los que se llevaban, pero sentía que era suficiente para hacerse conocedor de mucho, así como de poco, entre esa escasez estaba el amor, eso que Christian parecía conocer bien, y todo por su causa.

Gracioso era si pensaba que por él ambos chicos habían acabado juntos.

—Ya tanto de eso, ¿no? —No hizo falta que explicara más, Christian lo entendió, quizá por su rostro afligido, por la mirada de sus ojos que vago en la luna empañada por el vaho de la ciudad nocturna—. Nunca me disculpé apropiadamente por ello, supongo que aún no es tarde, ¿verdad?

Se dio tiempo a desgastar el último trago amargo de la bebida en sus papilas, sintiendo el golpe del acetaldehído crearse tras romper cada molécula normativa a causa de enzimas que él mismo sabía, eran peligrosas. Pero, ¿qué más daba? Se moría día con día, no era nada una muerte prematura.

Arrojó la lata junto a las demás que se agrupaban al fondo de la bolsa oscura y negra, y dio por terminada la conversación con el más joven, levantando su desperdicio para sacarlo. Le era injusto incluso que había comenzado a desperdiciar el tiempo en ahogar sus penas, esas que se ramificaban ya hace tantos años, que no entendía, y todo por un chiquillo.

—¿No haz hecho nada de nuevo... —Aquello lo hizo frenar en seco por sus palabras, estando a mitad de probar el calor de dentro y el ardor del frío en el balcón a su espalda—, cierto? Alexis hace ya te ha perdonado, créeme, no hay porque torturarse.

Imaginaba al chico sonriendo, como quizá debió haber hecho desde niño y la idea caló en su mente, pues él mismo había deshecho aquel sentimiento y apretó los dientes, no queriendo observar la sonrisa compasiva de quien estaba a sus espaldas.

—No es algo que se pida fácilmente —susurró—. Mejor cuida de los tuyos, niño, deja de ser caritativo con almas como la mía.

Marchó, cargando el cúmulo de vicios y hundimiento, bajando las escaleras de la estructura en la que, se suponía, debería estar trabajando, de nuevo, cediendo toda responsabilidad a sus compañeros, –a los que ni siquiera comparaba con amigos, sino como a cobradores, él era el deudor–. Suspiró abatido, escuchando el andar a su espalda, lento, aturdido, sabía que quizá había dado la idea indicada al chico, pero no era algo que le importase.

No debería, si deseaba acabar con su vida esa madrugada no era algo que tendría que afectar a Christian, después de todo, él arruinó muchas otras cosas.

Avanzó cerca de la gente que bebía, hombres y mujeres ahogándose entre poco alimento y frutos secos conservados en botellas por años, habría pensado mal de ellos sino fuese él mismo quien se perdía en aquello.

—¿Seguirás aquí si vuelvo mañana? —escuchó de nuevo aquel tono de súplica, llevando a su cabeza a doler y suspiró, deseando que la voz de Christian no se hubiese alzado tanto.

Pero lo hizo.

Miró alrededores, notando las miradas, y sabía lo que aquello parecía. Christian de seguro se vería como todo amante despechado para la mirada mareada de muchos. Pero qué era, sólo deshacía el síndrome de salvador que siempre había existido en un niño.

—Siempre quieres ser el héroe, ¿no? —murmuró en respuesta, sabiendo que él le escucharía y se alejó—. Pero tranquilo, seguiré aquí como mala hierba. ¿Me conoces, no? No me gusta ser culpable.

Sintió la mirada de Aaron encima y deseó disculparse, pero no lo haría, suficiente era la gente que ya lo veía, así que se detuvo por segundos en la puerta, volteando a ver al chiquillo de aspecto embriagado con el cabello enmarañado y revuelto, entonces quiso reír porque el alcohol le había golpeado de golpe más rápido con lo poquito consumido.

—Andando ya, ¿no, Oficial? Tu novia te espera —sonrió, notando la mueca en el rostro ajeno.

—No seas imbécil... —murmuró, pasando a su lado, y permitiéndole advertir a la gente que husmeaba, siendo ahuyentados por Raquel que había alzado la voz de forma autoritaria. Ambos se despidieron con un asentimiento y él salió por la puerta, en dirección a su coche.

El ambiente era distinto dos metros bajo el balcón, incluso un poco más caliente, pero no era suficiente para hacerlo sentir mareado, como sí a Christian. Era un entrenado a policía y lucía tan gracioso incumpliendo cierta norma de alcohol antes de ir a encerrarse en una academia por lo que serían tres años.

Él había sido su mala influencia, pero al menos estaba ofreciéndole lo poco que debería disfrutar antes de volverse estricto con las reglas.

—Sube ya, niño —le empujó ligeramente dentro del auto, brotando una carcajada al escuchar el cabezazo que se había dado—. Y ten cuidado.

—Jodete —le fue mostrado el dedo medio antes de subir.

Y aquello le caló, pues hace tiempo no reía en compañía de un amigo, –aún si no gustase de llamarlo como tal–, y era difícil imaginar lo que sería de borrar esas burlas tontas del papel para siempre...

Porque de no haber sido por la llamada del director de su hermano, habría sido un cuerpo ensangrentado rodeado por agua lo que hace tiempo habría sido su memoria. Y esa plática ni siquiera estaría ocurriendo.

A veces se sentía ingrato, porque cosas como esas debería quererlas, y es que, aun si había remordimiento, no era suficiente para tapar su deseo.

Porque quería irse, pero no lo haría hasta asegurar que su hermano estaría mínimamente a salvo de ser como él.

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Tardó veinte mil años, pero he aquí mis excusas: me borraron cada dato en el celular porque me lo recetearon, cambiaron de número y correo electrónico.

Pero he vuelto, como siempre. Así que, espero ya poder ir avanzando con la historia nuevamente. Ahí disculpen la tardanza.

Byes!

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