3| TRES : AMOR

El olor caló en su nariz cuando soltó el humo por la boca al dar la primera calada, y cerró los ojos. No disfrutaba mucho de fumar, pero llegaba a hacerlo de vez en cuando.

La campana sonó, avisando la salida de los alumnos de primer año. Estaba cerca de los salones de la universidad, algo alejado de los demás niveles. Su hermanito probablemente se encontraría correteando en algún jardín cerca de ahí, y él tendría que haber estado trabajando en el bar supliendo el turno de Raziel; en su lugar, estaba ahí, esperando a la indicación del docente en el aula para poder pasar, dejando a Aaron a cargo de la barra en el Bar Taka.

Era frustrante...

—Marck Ruin —mencionó el hombre mayor captando su atención, aquel era el nombre en la boleta que le había sido dada.

—Presente. —La voz había sido tan dulce como seria, con aquel toque masculino que logró erizarle la piel. Se aclaró la garganta algo incómodo cuando, después de unos minutos, el hombre mayor permitió la salida de los alumnos.

—Aguarda un momento, Ruin.

El chico se detuvo, y por lo poco que logró mirar, unos cabellos rubios y despeinados se movieron, quedando detrás del marco de la puerta. Ryan no lo comprendió en ese momento, pero se había enderezado, de algún modo deseando poder mirar al portador de aquellos rasgos tan llamativos—. ¿Sí, señor?

—Hay alguien que espera verte. Su nombre es Ryan Daft, y a partir de hoy será tu tutor —la mirada cansada del hombre se dirigió en su dirección.

—¿Qué?

Fue cuando estuvo seguro de que el chico lo había visto, que con paso decidido se dio la vuelta y caminó hacia su coche evitando ver el rostro de aquel que, en tan sólo unas pocas acciones, lo había dejado expectante de todo. No lo comprendía. Y era de eso mismo de lo que ahora huía.

...

La semana siguiente no pudo hacer lo mismo, sino que tuvo que ser dirigido hacia el teatro en la escuela en busca del menor y aquello, sin previo aviso, logró ponerlo nervioso.

No pudo fumar para desestresarse, el guardia que vigilaba la puerta del lugar parecía encontrarse con un ojo furioso encima suyo, casi como diciéndole que, sí decidía llevar el cigarrillo en su mano a sus labios, él sin más preámbulos lo correría de las instalaciones. Si fuese por él, se habría marchado por su propia cuenta. Pero todo aquello dependía de la educación de su pequeño hermano.

Así que ahí estaba, movilizando un pie de forma angustiante para permitirse pensar en otra cosa que no fuese el chiquillo tras las torres de cajas y botes de pintura a la esquina del teatro, a donde muchos estudiantes se acercaban para pedir material del cual el chico parecía encargarse, o también, para hacer plática a la espera de hacer algo más.

Quizá eso es lo que él debería de estar haciendo, más bien, había sido llevado a ello: ayudar al chuiquillo Ruin con las preparaciones del mes de febrero en el teatro, algo de un musical y un festival de esas cursilerías a través de la escuela a espera de la llamativa a jóvenes que buscasen universidades dentro de cinco meses.

Se lo pensó un rato. No tenía nada que hacer. Entonces, ¿qué lo detenía? Lo sabía. Era el hecho de estar casi adivinando cómo sería el aspecto del portador de esos cabellos esponjados y alborotados rubios, casi blancos. No se había atrevido a mirarlo cuando pasó de primero por las puertas rojizas del lugar, escondiéndose como un tonto bajo su propio brazo intentando pellizcar las ganas que tenía de tomar un cigarro y encenderlo. Por supuesto, lo tomó, pero no podía encenderlo. Y aún más, sus piernas habían comenzado a entumecerse, pero sabía que, si se movía, se encontraría caminando en dirección a donde aquella venida de su desespero se encontraba, no podía permitirse aquello.

Alzó la mirada, notando que los pelos saltarines tras la caja enorme que cubría al dueño que vigilaba ya no se veían. Buscó con detenimiento por el lugar, cuidando no topar con el cuerpo entero del chiquillo. Y ese era su plan, hasta que un dedo pequeño y juguetón tocó tres veces su hombro. No se movió, quedó rígido en su lugar, mirando como estúpido la pared a su derecha en donde nada interesante para ver se encontraba.

—Disculpe, señor. Tengo que pedirle que me ayude con unas cosas.

Era su voz. La misma que había escuchado la semana pasada. Se halló tragando con dificultad, comenzando a sentir el cosquilleo que inundó a su cuerpo de golpe.

—No. —Fue lo que contestó, se preguntó si no había sido notoria la incomodidad en su voz.

—¿"No", qué? —preguntó casi con desconcierto y algo de molestia. Era fácil de enojar u ofender. Por la dirección a la que escuchaba su voz, pudo adivinar que quizá era más bajo que él. Unos seis o cinco centímetros más bajo.

Se reprendió a sí mismo por estar pensando aquello, y aún más por la emoción que le llenó la idea de voltear y ver si era cierto—. No se me está permitido —contestó, recordando que se había quedado callado por más tiempo del que se consideraría educado en una conversación.

—¿No se le está permitido, qué?

—Ayudar. —Sus ideas se estaban mezclando.

—¿Ayudar al chico del que, se supone, eres tutor?

Había dejado de hablarle con respeto. Eso provocó que su corazón saltara emocionado. ¿Emocionado con qué?

—No soy tutor de nadie. Temo que te equivocas.

Pudo casi sentir el levantamiento de cejas del chico, el cambio en su postura, quizá cruzaba sus brazos mientras le miraba incrédulo. Joder...

—Entonces, supongo que tendré que avisar al guardia de la escuela para que lo saquen de aquí.

Sonrió de medio lado, no lo creía capaz. Así hasta que le escucho dar media vuelta. Su cuerpo actuó por cuenta propia ante la idea de lo que estaría haciendo perder a su hermano. Ante la molestia de la que llenaría a sus padres, y se dio la vuelta. Tomó el brazo más delgado, y fue ahí cuando se encontró con los orbes color café.

Color de lo más común, pero que, para él y su cansada mente, significó el fin del mundo y su comienzo en tan sólo segundos.

◦•●◉✿ |🅓🅐🅜🅜🅔🅡| ✿◉●•◦

Regresando de la depre... 😔

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