Capítulo 9

*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo y los capítulos anticipados en Patreon.com/chispasrojas.

Capítulo 7. Y nosotros

Taehyung dio unos pasos hacia atrás, la nieve crujió bajo sus botas de montaña. Las hojas de los abetos se encontraban cubiertas por el montón de copos acumulados. Él levantó la cabeza hacia el tejado de la casa, perdiendo definitivamente de vista a su compañero. El tejado estaba cubierto por la nieve, así como algunos trozos del suelo que Taehyung se había encargado de apartar con una pala para que no entorpeciera las zonas colindantes a la cabaña. Había otros tantos rastros de escarcha helada (mucho más peligrosa) por aquí y por allá.

—¿Todo bien por ahí arriba? —preguntó el muchacho.

—Es sorprendente que hayamos tenido ni una gotera —dijo Jungkook en la distancia.

—¿Quieres que traiga una escalera? ¿Kookie?

Su falta de respuesta le preocupó, Taehyung caminó hacia la derecha tratando de vislumbrar dónde se había metido. Y de un momento a otro, un cuerpo cayó frente a él, agazapándose como un felino. Taehyung soltó un grito, estuvo a punto de escurrirse, pero Jungkook se incorporó y le agarró por el antebrazo estabilizándole a tiempo.

—¿Cielo, tu estado normal es, «pegándotela contra el suelo»? —formuló el vampiro.

—Capullo. Menudo susto me has dado —liberó Taehyung, se pasó las manos por el anorak, liberando un suspiro—. Podrías, al menos, ¿actuar como una persona? Pareces un sapo dando esos saltos.

—¿Para qué necesito una escalera, si puedo subir en un momento?

Taehyung rodó los ojos, entonces empujó su brazo, haciéndole caminar hacia la puerta.

—Vamos a encender esas luces. Me muero por verlas —insistió el joven.

—¿Por qué te hace tanta ilusión unas luces?

—Porque son navideñas.

—Podrías encenderlas cualquier día del año. No es como si no fueran a brillar el 1 de agosto —chistó el pelinegro.

—Ah, Jungkook. Eres un aguafiestas —masculló el otro.

Los dos entraron en la cabaña, Taehyung se bajó la cremallera del anorak, se arrodilló junto al árbol de navidad y a continuación presionó el botoncito de las redes de luces de campanilla que colgaban de las paredes del salón de la cabaña.

Se encendieron inmediatamente, resplandeciendo con unas diminutas bombillas multicolores. Se encontraban extendidas como una cortina, tanto en una pared como en la otra, por encima de la chimenea que Taehyung había adornado con espumillón de color verde oscuro y otro plateado. Jungkook guardó las manos en los bolsillos, contemplándolo. El lugar se había vuelto encantadoramente acogedor esos meses, una manta arrugada, velas aromáticas sobre la chimenea, cojines de pelo en el sofá, una alfombra de algodón que Jungkook había traído de una tienda de Dikburg, además de una palomitera que le había regalado por las fiestas. Esa última semana, si la cabaña no olía a palomitas de mantequilla, era porque había hecho de caramelo. Jungkook sabía cuánto se había estado esforzando Taehyung para no permitir que la nostalgia por Shadowfell le invadiera.

Eran unas fechas felices, pero también complicadas. Seis meses completos en una cabaña. Ni una sola llamada, noticia o contacto, más allá del Doctor Seokjin, quien había estado haciéndole un seguimiento por teléfono a Taehyung acerca de cómo se sentía con píldoras represivas. Seis meses, que habían transcurrido de una manera tan fugaz, como ensordecedoramente lenta. Sin embargo, los dos habían creado su pequeño refugio allí. Y estaban cómodos a pesar de las frías temperaturas invernales, las precipitaciones de nieve sobre la región y aquel bosque helado.

Jungkook De Fiore estaba enamorado de él, enamorado hasta las trancas.

—Vale. Tengo algo para ti. Espera ahí —señaló Taehyung, sorprendiéndole.

El azabache le siguió con la mirada. Perdió de vista a Taehyung en el dormitorio, él rodeó el sofá y se sentó en el borde pacientemente, apoyando los codos en las rodillas y estirando el cuello hacia la izquierda, mientras trataba de ver algo a través de la zanja de la puerta entornada que daba a la habitación.

Taehyung salió en menos de un minuto. Se había quitado el abrigo, llevaba un jersey grueso de color verde oscuro y los mismos jeans azules. El muchacho se aproximó con una sonrisita, escondiendo algo tras de sí.

—¿Qué? —Jungkook arqueó una ceja, con una leve sonrisa.

El castaño se humedeció los labios muy despacio.

—Hice una cosa —reveló, mirándole fijamente.

—Dispara, amor —el pelinegro se repantingó en el asiento, contemplándole sibilinamente.

—Escucha. Regalarte algo sin poder moverme de aquí es muy difícil —gesticuló Taehyung—, así que me tuve que romper el cerebro para lograrlo.

—¿Ah?

—Ten. Esto es para ti.

Taehyung sostuvo una bolsita de tela beige en el aire. Jungkook lo observó brevemente, arrastraba las pupilas entre lo que le ofrecía y él. Seguidamente, extendió una mano para tomar la misteriosa bolsa mientras el compañero se apretaba nerviosamente los nudillos.

—Es una tontería, ¿eh? —Taehyung se sentó arrodillado sobre la alfombra, junto a sus rodillas, sin quitarle los ojos de encima.

—Nunca me habían regalado nada —comentó Jungkook con naturalidad.

—¿Qué no? —levantó las cejas.

—¿Debería abrirlo ahora? —dudó el pelinegro.

—Claro. ¿Cuándo quieres hacerlo, si no? —sonrió Tae.

Con una leve timidez, Jungkook tiró de la fina cuerda que cerraba la bolsa e introdujo los dedos para sacar el contenido. Extrajo una pulsera trenzada, de color negro, con una diminuta estrella plateada en el centro. Jungkook creyó reconocer aquel elemento. Hacía unas semanas que Taehyung le había pedido explícitamente que le trajera materiales para hacer actividades manuales. Él supuso que estaba aburrido, así que cuando pasó por Dikburg, se cruzó casualmente el escaparate de una tienda que vendía unas pequeñas cajas con cuentas y otros elementos, y lo compró distraídamente.

—Es un poco tonto, lo sé —comenzó a excusarse Taehyung—. Si te soy sincero, me hubiera gustado que quedara mejor, pero...

—Está bien —musitó Jungkook, toqueteándola entre los dedos.

Taehyung parpadeó varias veces. Él apoyó los brazos cruzados sobre su rodilla, contemplándole. Jungkook captó su mirada dudosa.

—¿De verdad te gusta? —insistió el muchacho.

—Sí. Gracias, Tae —aseguró con un timbre más dulce.

—Mnh. ¿Es un poco raro?

—No es eso, es que... No esperaba un regalo. Eres adorable —sonó sincero.

—Oh. Pensé que a lo mejor no era tu estilo —Taehyung comenzó a excusarse rápidamente—. Pero buscar algo mejor, con mi evidente falta de presupuesto, y sin poder saltarme mi personal confinamiento, complicaba las cosas un poco.

El más joven se incorporó, alisándose los pantalones con ambas manos. Se fue hacia la cocina manifestando que iba a meter el pollo en el horno. Lo cierto era que tenía las mejillas sonrosadas, los pálpitos del corazón cabalgaban rápido y se sentía avergonzado por su invento.

Era el día de navidad, y todo cuanto le había dado vueltas a la cabeza esa previa semana era que quería hacer algo por Jungkook. Él le traía comida, ropa, tonterías de Dikburg, le entrenaba y le hacía compañía. ¿Cómo diablos iba a agradecérselo? Era imposible devolverle algo así a una persona. Se estaba convirtiendo en su familia.

Jungkook era lo único que tenía. Y últimamente, su corazón se encontraba envuelto entre algodones, como si el dolor hubiera casi desaparecido. Cicatrizado. Era algo paulatino, por supuesto, cada día marcaba un día más en el calendario, y las páginas se soplaban solas, como el viento de Canadá, mientras algo más atrapaba inevitablemente a su corazón.

Entonces, Jungkook llegó tras él, pasándole un brazo tras la cintura y el otro por encima del pecho.

—¿Cómo puedo agradecértelo? —formuló con los labios rozándole la oreja.

Taehyung posó las manos sobre la encimera, cerrando brevemente los párpados.

—¿Y si me llevas al cine un día? —bromeó con una voz un poco más ronca.

—Mnh, Taehyung —murmuró el otro.

Taehyung liberó lentamente el aliento, sintiéndole ligeramente mareado.

—¿Sí?

—Olvida el almuerzo. Te dije que yo lo haría.

—Creo que yo hago mejor el pollo —debatió a pesar de todo.

Y como si Jungkook no le escuchara, le estrechó entre los brazos y plantó suavemente los labios en la parte baja de su mejilla. Cuando hacía eso, las cosas se volvían más difíciles. El más joven ya no tenía ni idea de por qué diablos seguía paralizándose. Sentía que, si movía un dedo, si espiraba que le ponía nervioso, simplemente Jungkook terminaría burlándose de cómo le incrementaba el pulso. Se había imaginado a sí mismo agarrándole varias veces por el cuello de la chaqueta para besarle con esa necesidad, con la ansiedad que sentía, pereciendo finalmente en sus labios. Nunca había sentido algo igual, tan abrumador y desbordante.

—¿E-Eso significa que nada de ir al cine? —tartamudeó Taehyung.

—Podemos montar nuestra propia sala de cine aquí.

—Me dijiste que últimamente tomabas más palomitas que sangre.

Jungkook soltó una risa agradable.

—A lo mejor es porque esa palomitera te ha obsesionado.

—Bueno, pues llévame de excursión por el bosque. Quiero volver a ver ciervos —solicitó, tratando de concentrarse bajo sus brazos.

—Iremos en cuanto la nieve se reduzca un poco —afirmó Jungkook.

Taehyung le tomó la palabra. Su corazón zumbaba con fuerza bajo sus brazos, Jungkook ladeó la cabeza por encima de su hombro, escudriñándole perspicazmente.

—¿Por qué estás tan tenso? —preguntó el pelinegro ligeramente divertido—. Siempre te pones así cuando te abrazo.

—¿Yo? Qué va —carraspeó Taehyung, y se retorció contra él ligeramente para mirarle de medio lado.

—Ni que tú no estuvieras todo el día haciéndolo —agregó Jungkook audazmente.

Taehyung frunció levemente el ceño. Eso era verdad. A veces, cuando él estaba leyendo o sencillamente tomándose una copa, Taehyung aparecía al lado como un plasta, buscando un poco de atención. Le preguntaba de todo, cualquier cosa con tal de sacar conversación, desde qué color eran los adoquines de Dikburg a si alguna vez había tenido una mascota.

—Técnicamente, me tienes contra ti y la encimera —se defendió Taehyung.

—Mnh, y, ¿se supone que eso está mal? —sus párpados se entornaron.

Taehyung se mordió un lado del labio inferior.

—Que esté mal o no, no tiene que ver con...

Jungkook le rozó con la nariz la mejilla, luego pasó por detrás de la oreja, y se detuvo en su nuca. Su aliento pegó contra el cogote y Taehyung notó cómo su organismo echaba a temblar.

—Dios —suspiró sin poder evitarlo.

Jungkook volvió a reírse casi con un ronroneo. El otro le dio un codazo juguetón, y de repente, los dos estaban tonteando con un evidente flirteo. Taehyung se detuvo frente a sus labios, la tensión se disparó entre los dos cuando los iris azules y negros se encontraron. Los labios del vampiro se encontraban entreabiertos, más rosas, apetecibles, con unos diminutos colmillos blancos que asomaban ligeramente bajo estos.

Era resistible. Deseaba ahogarse en un beso, tomarle entre sus brazos y morir asfixiado. Primero, con una caída de párpados rasgados, pasó los dedos por el cuello del jersey negro, y a continuación los levantó para delinearle el mentón suavemente con largos dedos. Jungkook apretó la mandíbula, le contemplaba con esa absurda afición, ojos negros y crípticos, en donde la distancia le permitía discernir el nítido límite de las pupilas con los iris oscuros. Entonces, él inclinó la cabeza, casi como si le invitara a tomarlos.

Quería, deseaba, anhelaba verle caer en la tentación de una vez por todas. Seguidamente, Taehyung acortó la distancia entre sus rostros, su nariz se rozó con la del compañero y pudo percibir el tibio aliento sobre sus labios. Sus párpados se cerraban lentamente, notando la caricia de la mano derecha de Jungkook en su nuca suavemente.

Y entonces...

Bip-bip, bip-bip. Bip-bip, bip-bip.

Taehyung abrió los ojos esperando que fuera una broma.

—Ese es mi busca —dijo el mayor.

Jungkook se retiró de la cocina como si nada. Taehyung apenas podía tragar saliva. ¿Acababa de abandonarle, absurdamente, contra el borde de la estúpida encimera? ¿Es que estaba riéndose de él? El castaño se apoyó sobre la barra, con la vista perdiéndose en sus propios nudillos apretados.

—¿Tienes busca? ¿No es eso muy noventero? —formuló casi ronco.

—Sí. Quedamos en hacerlo así, Seokjin y yo —contestó Jungkook como si nada, desde el otro lado de la cabaña—. Te dije que estábamos concertando un encuentro. Piensa venir en unos días. Primero irá a Toronto, y después, se conseguirá un alojamiento en Dikburg.

—Oh, ya.

Taehyung se irguió, liberó un largo suspiro y se guardó las manos en los bolsillos del pantalón. Jungkook le miró de soslayo, dejando el busca sobre un mueble.

—¿Te incomoda?

—¿Qué venga a vernos? No —contestó el joven—. Es que, va a ser la primera persona que entre aquí, después de tanto tiempo.

—Yo le traeré de Dikburg y por la noche lo llevaré a su alojamiento —manifestó Jungkook con soltura—, no te preocupes por eso. Sólo va a auscultarte para comprobar que todo va bien.

—Mhn. Yo me siento divinamente —afirmó Taehyung.

—¿Sí? ¿Cero ganas de estrangularme? —ironizó Jungkook.

—Esa medida estándar va creciendo según las variantes —bromeó el muchacho.

—Y, ¿esas variantes son?

—Cuando te pones demasiado duro con el boxeo.

—Oh, amor. Tus ganchos han mejorado en un cien por cien desde que llegamos —expresó Jungkook con una sonrisa orgullosa.

El castaño frunció los labios levemente. Había hecho todo lo posible por mejorar esos meses, y ahora sabía autodefensa personal, porque tenía al mejor profesor de todos. Jungkook tenía temple, era estricto, pero cuidadoso. No era el mismo dentro que fuera de la cabaña, el tono de su voz cambiaba y también sus maneras, volviéndose severamente más instructivas y menos encantadoras. Taehyung le admiraba. Se había esforzado el doble para verle satisfecho.

—¿También he mejorado con la guitarra? —preguntó curioso.

Jungkook disimuló su mueca de desencanto de la peor manera. Esta vez, Taehyung abrió la boca, desconcertado.

—¿Eso es que no?

—A ver, no lo haces mal del todo...

—¡Pero, si el otro día me dijiste que había mejorado! —replicó Taehyung.

—Cielo, sigues tocando el mismo acorde desde hace dos meses. Todavía me pregunto cuándo vas a tocar el segundo —le chinchó Jungkook.

—Oye, es muy difícil, ¿Vale? Yo no tengo 171 años y una cabeza privilegiada.

—172.

—Y puedo tocar más de un acorde —Tae extendió una mano y se desplazó con un alarde de dignidad—. Espera.

Él le dio una vuelta al salón, buscando la dichosa guitarra. Jungkook se cruzó de brazos, apoyándose en el ladrillo junto a la chimenea.

—En la habitación pequeña —señaló con un toque divertido.

El castaño no tardó mucho en regresar sacándola de la funda. Sí, se había empecinado en aprender a tocar aquel instrumento musical, desde que había visto a Jungkook. Número uno, estaba muy aburrido en aquella cabaña. Y número dos, le daba envidia que Jungkook se viera tan guapo cuando la tocaba. Así que no tenía suficiente con mirarle, tenía que abordar también su guitarra.

—Te lo voy a enseñar.

Taehyung se sentó en el borde del sofá, inclinándose ligeramente sobre la guitarra que apoyó en sus piernas. Comenzó a hacer una demostración. El primer acorde quedó perfecto, el segundo sonó rarísimo, y el tercero, el cual se lo inventó con una extraña posición de dedos, sonó de miedo.

—Espérate, vas a alertar a los lobos —soltó Jungkook con sarcasmo.

El joven soltó una risotada.

—¿He fallado en algo? Era así. No, así —se corrigió a sí mismo, tratando de entonar la misma canción de tres notas que llevaba repitiendo semanas—. ¿Ves? ¡Lo hago genial!

Jungkook contuvo la risa al principio, pero luego la liberó alegremente. Taehyung le miró fatal. Se forzó un poco sobre las cuerdas, y el instrumento comenzó a chirriar y a sonar desagradablemente.

—Está bien. La guitarra se me da fatal —exhaló tirando la toalla, pero sin bajar el mentón—. Tenías que haber traído un saxo. Yo lo tocaba de pequeño. Seguro que eso se me hubiera dado mejor —estaba defendiéndose.

Con una sonrisa adorable, Jungkook se sentó a su lado y le puso las manos encima.

—A ver, cabezón. Estás colocando este dedo mal. Ponlo ahí —desplazó el suyo—. Así.

Taehyung levantó la cabeza, perdiendo por completo la concentración sobre las cuerdas de la guitarra. Los dedos de Jungkook se desplazaron sobre los suyos.

—Y ahora, hazlo así —agregó el vampiro.

Las cuerdas apenas vibraron bajo unos dedos desprovistos de atención. Jungkook le observó a él, advirtiendo su mirada.

—¿Tae? —reprodujeron sus labios.

—No puedo más —exhaló Taehyung con ansiedad.

—No tienes paciencia para aprender a tocar. Zoquete.

—No, no me queda ni un gramo de paciencia.

Taehyung se deshizo de la guitarra dejándola a un lado, acto seguido, clavó las rodillas sobre el sofá, abalanzándose hacia él. Jungkook vio su regazo rápidamente invadido. El castaño hundió una rodilla entre sus muslos y se inclinó sobre su rostro para besarle.

El primer beso fue impreciso, demasiado corto y desbocado.

—¿Cómo quieres que me concentre contigo? —jadeó Taehyung sobre sus labios.

Los ojos de Jungkook chispearon y sus labios volvieron a fundirse en unos segundos. Él le agarró la nuca, abriendo la boca para que tomara cuánto quisiera.

No tenía ni idea de cómo había soportado tanto tiempo sin besarle. Sin gastar sus labios con los suyos, esperando a que sus pulmones se calcinasen en un beso interminable.

Era irónico, porque Jungkook también se sentía así, como si fuera a deshacerse, a derretirse, a derrumbarse por besarle o ser besado. Como si su cuerpo estuviese a punto de desintegrarse bajo esa imperiosa necesidad que sentía por él. El humano profundizó en sus labios, provocando un jadeo, un gemido ahogado entre ambos. Vértigo, pasión, temor. Un beso de necesidad, cargado de confusión y unas pinceladas de una pasión que jamás había sentido. Luego, los largos y delicados dedos del castaño agarraron el cuello del jersey, y su boca quedó desprovista de los besos.

Taehyung intentó respirar, sintiéndose perdido en el vaivén de su corazón.

Jungkook le había incinerado con esos dulces y carnosos labios. Sus manos reptaban ahora por la zona posterior de sus muslos, deslizándose hasta la cintura, para luego regresar de nuevo a la curva de sus caderas, donde hundía ansiosamente las yemas. Sentía una maliciosa satisfacción por su victoria.

Le tenía. Tenía a Taehyung para él, en una cabaña, lejos de la civilización, y totalmente desesperado por sus labios.

—Bésame —exigió Taehyung con una respiración agitada.

Sus labios ocuparon un gemido ahogado antes de que nadie pudiera rebatir tal hecho. Jungkook seguida se sintió absolutamente arruinado por la textura de esos labios tibios y húmedos. Su lengua se encontró con la del joven sutilmente, y él, delineó su cuerpo con las manos, cortas y suaves caricias que trazó con calma, percibiendo el intenso pálpito del humano bajo el tórax. Taehyung le sujetaba los mechones de la nuca entre los dedos, le daba besos lentos, llenos de electricidad estática y un revoltijo de pensamientos. Sin la necesidad de hablar, silenciado por el ruido de sus labios en movimiento.

Jungkook estaba deleitándose, se sentía derretido por la adoración de por fin tenerle en sus brazos sin notar ni un solo temblor o contrición por su parte. Y como una buena criatura inmortal, se lo tomó con calma y parsimonia. Le mordió suavemente el labio inferior con una leve caricia de colmillos afilados, se tragó un suspiro ahogado en la boca placenteramente, vislumbrándole respirar sobre él con esos ojos azules inundados por la pasión. Las pestañas castañas oscuras de Taehyung proyectaban sombras sobre cuencas de sus ojos. Con un gesto dulce, él le delineó la mandíbula con las tímidas yemas de sus pulgares, casi con admiración. Los labios entreabiertos y besados se rozaban levemente con los del otro, sosteniendo un casi beso impreciso en el aire, uno de los que tardaban en llegar, como si tantearan qué tan fuerte era la gravedad que le obligaba a volver a unirse a él.

El azabache le ciñó a su cuerpo, estrechando los brazos con los que le rodeaba la cintura más cerca y más irreprochablemente. Su erección era alentadora, como una piedra bajo el pantalón vaquero, presionando a un lado de la suya. En la escasa distancia, Taehyung le miró con los iris azules más índigos y líquidos, con el pulso disparado y la respiración errante. Se aferraba a los mechones negros de su nuca como si temiese que el momento fuese a evaporarse entre ellos.

Jungkook hundió la cabeza en su cuello para besarlo, pero Taehyung se tornó inmediatamente más tímido.

—E-Espera —musitó.

Ya estaba deslizando una pierna por encima de las suyas, escapando de sus brazos. Taehyung se puso de pie en un momento, y no pudo evitar reparar en el apetito con el que le miraba Jungkook desde el condenado sofá. Con los muslos ligeramente abiertos, el cabello despeinado por sus dedos, los labios de un rosa fucsia, brillantes, por los besos, y una mirada indiscretamente felina que le avisaba de que le iba a cazar.

—El horno acaba de sonar —inventó Taehyung, rodeó el sofá en cuestión y se fue hacia el cubículo donde se hallaba la cocina americana con el pulso zumbándole en los oídos.

—¿Lo ha hecho? —dudó Jungkook.

Taehyung se dio la vuelta a medio camino. Se encontró con que el compañero ya iba tras él, sus botas negras resonaban sutilmente sobre la madera del suelo de la cabaña.

—¿Quieres comer algo?

—Te comería a ti, si no fueras tan huidizo —le contestó.

El castaño arqueó una ceja.

—¿Eso es literal o metafórico? —formuló casi cómicamente.

Jungkook soltó un carcajeo oscuro.

—¿Crees que voy a morderte? —formuló pasando la punta lengua por una comisura de su boca.

Ding. El horno acababa de sonar.

—Vaya, ¿eso que acabo de oír es el horno?

Taehyung tragó saliva pesada, dio un paso hacia atrás en lo que Jungkook se aproximaba peligrosamente hasta tenerle una vez más contra el borde de la encimera, justo con el calor del horno rozándole las pantorrillas.

—Casualidad —se excusó el castaño.

Sus pestañas se rozaron suavemente, Taehyung pudo notar la atmósfera más pesada. Jungkook era asfixiante, cautivador, absurdamente atractivo y seductor. De repente, quería besarle otra vez. Fundirse en su boca, así su faceta vampírica terminase desgarrándole la garganta en el momento de mayor vulnerabilidad.

Taehyung le rozó los labios, y entonces, Jungkook se apartó como si acabara de perder la oportunidad.

—Está bien. Dejaremos la clase de guitarra para otro día —musitó provocándole.

Y luego, se marchó. Taehyung apretaba con las manos el borde de la encimera, escuchando el tic tac del horno tras él.

*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo y los capítulos anticipados en Patreon.com/chispasrojas.

La noche de navidad, Jungkook se encargó de la cena. No iban a comer demasiado, así que los aperitivos consistieron en unos canapés comprados en Dikburg, unos rollos de carne rellenos de queso y beicon al horno, un pequeño y delicioso bol frutas escarchadas, más una botella de Bourbon con un toque de caramelo que él había estado reservando para esa noche.

Habían preparado la mesa que nunca usaban para tener una cena un poco más decente en esas fechas. Un mantel rojo, con un centro de mesa con flores de pascua y dos velas aromáticas prendidas.

Taehyung cortó el rollo de carne con un tenedor y se llevó un pedazo a la boca. La radio sonaba de fondo suavemente con una pacífica Playlist. Lo cierto era que no tenía nada apetito, y lo único por lo que esa noche podía valer la pena era por ver a Jungkook De Fiore con una camisa negra, sin corbata, un botón abierto bajo el cuello y los puños arremangados por encima de las muñecas.

—¿No te gusta el sabor? —le preguntó Jungkook en la mesa.

Llevaba un rato mirándole, cuando sacudió la cabeza.

—Está delicioso —aseguró.

—Si no quieres comer, lo entiendo.

—No esperaba que este día fuera tan...

Taehyung apretó la mandíbula, los labios. Sus ojos resplandecieron bajo una fugaz película de lágrimas. El pelinegro posó su mano sobre la suya, le contemplaba ladeando la cabeza, con una expresión mucho más dulce.

—Jungkook, no pude enterrar a mi tía. No sé si hubo una misa, y si acaso existe una lápida con su nombre —emitió con una voz temblorosa—. Jamás me despedí de ella.

En cuanto rompió a llorar, Jungkook arrastró la silla más a su lado, pasó un brazo tras sus hombros y le atrajo hasta él. El muchacho continuó desahogándose bajo su abrazo, con los dedos aferrándose al cuello de su camisa, un profundo temblor que iba y venía como oleadas desde el interior hasta sus hombros.

Jungkook sabía que iba a pasar. Eran unas fechas complicadas para los humanos, aquel muchacho llevaba demasiados meses conteniéndose el sollozo. Al cabo de un rato, el llanto cesó y se intercambió por un suave hipo contra el hueco de su cuello. El pelinegro le acariciaba el pelo con una cálida y gran mano, mientras mantenía el otro brazo alrededor de sus hombros. Le sujetó por la nuca unos instantes y besó la parte superior de la frente con un casto beso, que hizo sentir a Taehyung muy reconfortado.

Tenía el corazón molido, destrozado. Si había algo que le daba fuerzas, que le hacía seguir queriendo vivir y le ponía una diminuta tirita en cada fractura de su alma, ese era Jungkook.

—¿Cómo lo has hecho todo este tiempo? —musitó Tae pegado a él.

—¿Qué cosa?

—Ser inmortal. Todo el mundo muere a tu alrededor, menos tú —expresó Taehyung con la mirada baja—. Yo me siento igual, aunque solo tenga dieciocho años, todo el mundo se va.

—Con el tiempo, te acostumbras a navegar a solas. No puedes depender de nada, ni de nadie —dijo Jungkook con suavidad.

—Yo no quiero estar sola.

—Bueno, yo voy a estar contigo. No iré a ningún lado.

El castaño cerró los párpados en el hueco de su cuello. Sorbió las lágrimas brevemente, y luego se apartó para mirarle afligido.

—Te quiero, Jungkook —expresó Taehyung.

Él se quedó aturdido. Como si acabaran de pegarle una bofetada, o de haberle empujado más allá de una frontera que no esperaba cruzar.

—¿Recuerdas lo que hablamos hace tiempo? —proseguía el ojiazul, hablándole lentamente con la vista perdida en otro lugar—. Sobre Soobin y lo que sucedió esa noche...

Tae deslizaba el dedo índice delineando la forma huesuda de sus delgados nudillos.

—Te he perdonado —añadió con aliento.

—¿Por qué? —formuló Jungkook con párpados bajos.

—Porque te quiero.

Jungkook le contemplaba en silencio, vislumbrando su honestidad.

—Cuidas de mí, te preocupas —manifestó el joven muchacho—. En ocasiones, discutimos, pero... ¿Quién no lo hace? Lo que sucedió hace seis meses, no lo podemos cambiar. No podemos viajar en el tiempo, ni enviar una carta al pasado para modificar nuestros actos. Sólo nos queda aceptarlo y continuar. Ahora eres lo único que tengo. Por eso sé que te quiero. No hay nada más importante que eso.

Taehyung estiró el cuello para besarle y Jungkook se sintió débil, muy débil, sus labios entraron en contacto con dulce y entrañable beso. Él no tenía corazón, pero si lo hubiera tenido, hubiera palpitado en sincronía con el del humano. Por muy egoísta que pudiera sonar en su cabeza, todo aquel sufrimiento, la escapada, aquel escondite y refugio, se había convertido en su actual recompensa.

Jungkook le tomó de la mano y se levantó de la silla.

—Ven —emitió tras aquel silencio.

Se lo llevó de la mano, rodearon la mesa y ambos se posicionaron en mitad del salón de la cabaña, con la chimenea chasqueando a un lado. Sus siluetas se veían contorneadas por las calientes brasas y llamas, las ascuas anaranjadas brillaban entre los trozos de leña y carbón candentes.

Taehyung le contemplaba con ojos muy redondos, vislumbrando el chispeo de emoción que surgía en la franja de su mirada.

—Yo también quería bailar contigo la noche de tu graduación —reveló Jungkook.

La música era lenta y pausada, con un suave piano, más la voz de un dulce dueto de fondo. Taehyung se dejó llevar por sus pasos, enlazó la mano con la suya y apoyó el antebrazo por encima del hombro del pelinegro, observándole de cerca con fascinación.

Nada de eso hubiera encajado tiempo atrás, en Shadowfell, en el gimnasio donde se celebró la fiesta post-graduación y bailó con Jimin, disfrutando de su última sonrisa y destello de esperanza. Todo era distinto ahora. Taehyung era íntegramente distinto, el tiempo soplaba las páginas, y su corazón se había prendado inevitablemente de Jungkook De Fiore.

El compañero aproximó su rostro al suyo, con la mitad de la frente posándose sobre la otra mitad del muchacho, la cabeza ligeramente ladeada hacia un lado, los párpados entornados hasta que las pestañas negras formasen una densa y pacífica capa mientras aquel lento vaivén formaba los pasos de un baile.

Fue lo mejor de la noche buena, lo mejor de la semana y probablemente, uno de los momentos más emotivos que vivieron hasta aquel momento a solas.

Cuando la canción terminó y la cadena de radio saltó a una voz femenina en la que felicitaban las fiestas y avisaban a los ciudadanos de la región que condujeran con cuidado en caso de viajar en horarios nocturnos, Jungkook le acarició el mentón y volvió a besarle.

Mantuvo el sello de sus labios sobre los del muchacho, presionando con una fuerza medida, con labios inmóviles pero cálidos, que tomaban aliento de él, y le adoraban de la forma más redundante.

Al separarse, Taehyung bajó la cabeza y pasó los dedos por una de sus muñecas, rozando levemente la pulsera trenzada que le había regalado la tarde de antes.

—Gracias por llevarlo —agradeció humildemente.

Las comisuras de Jungkook se curvaron levemente, con un gesto picaresco.

—Vamos a tomar algo —le ofreció Jungkook.

Tae no había terminado de cenar, pero su estómago se abrió un poco, por lo que pudo probar más de un bocado de vuelta en la mesa. Jungkook le sirvió una copa de Bourbon, fue y vino de la cocina varias veces, con el vaso de vidrio en la mano, removió el carbón de la chimenea con una varilla metálica y después pasó tras su silla tocándole amistosamente la cabeza y preguntándole si estaba satisfecho.

Al final de la cena, Taehyung se bebió su propia copa y terminó rellenándose otra. Su tolerancia con el alcohol era más bien baja, así que al cabo de un rato se quitó el cárdigan de lana para quedarse con el finísimo jersey negro de cuello alto, que se arremangó notando cierto bochorno. Habían desplazado la conversación al sofá, pero entre una cosa y otra, ambos se habían distraído y llevaba un rato besuqueándose, compartiendo caricias sobre los muslos que elevaban la temperatura a otro nivel, y, en definitiva, metiéndose mano como un par de adolescentes.

Tae tenía las mejillas calientes, el alcohol le palpitaba en la cabeza. Jungkook parecía muy receptivo, estaba guapísimo y en un corto beso, el castaño le mordió suavemente el labio, traspasó la raya con un jadeo ahogado en su boca, mientras flexionaba las piernas a su lado. Una mano se detuvo en su entrepierna, acarició erección que se mantenía dura bajo el pantalón y deslizó la mano hacia el costado de la cadera.

No era su culpa que estuviera tan bueno, que besara tan bien, y que los besos con lengua fueran tan perfectamente lentos y sugerentes. Su labio superior se detuvo frente al del otro, con un jugueteo de lengua. Jungkook estaba derritiéndole, le carbonizaba las células cada vez que él pensaba tener el control, y el otro sonreía, apartando en un juego su boca de la suya.

Bien, la realidad era que Jungkook tenía el maldito control y él estaba absurdamente caliente. No había más que discutir.

En el siguiente tramo de besos, tiró del cuello de su camisa y se sintió irritado por su presencia. Sujetaba algo en la mano derecha. Algo que había guardado bajo un cojín antes de la cena, cuya idea le obsesionaba, y ahora no podía dejar pasar.

Taehyung liberó un jadeo, en plena batalla contra su subconsciente. Tenía, debía, era necesario hacerlo. Entonces arrancó sus labios de los de Jungkook, tomó algo y se lo clavó en la espalda, con un semblante desencajado y maníaco. Jungkook liberó un gemido, ronco, profundo, le agarró por el brazo mientras el otro trataba de asestarle una segunda puñalada.

—¡Taehyung! —le escuchó bramar.

El muchacho estaba fuera de sí, exaltado y repentinamente agresivo. Jungkook le empujó hacia atrás, se escurrió del sofá y cayó sobre la alfombra, el muchacho trató de agarrar el vaso de Bourbon del reposabrazos del sofá, pero este cayó en el suelo, fracturándose en varios pedazos.

A continuación, se encontró a sí mismo forcejeando con Jungkook. Se quedó quieto en cuanto él le gritó que lo hiciera. Se encogió instantáneamente, reprimiendo el aliento y la rápida respiración que escapaba por su boca. Jungkook le miraba fieramente desde arriba. Entonces, soltó sus muñecas, se incorporó con un leve gemido de dolor y levantó un brazo, llevándose la mano tras la espalda para arrancar lo que fuera que le había clavado.

Eran un par de palillos de madera, de la comida coreana que le había traído de un local de Dikburg hacía unos días.

La sangre goteó sobre la alfombra blanca, Jungkook le miró de soslayo y partió los palillos entre las manos. Taehyung se replegó sobre el suelo, sintiéndose horrorizado.

—Lo siento. Lo siento. Joder —Taehyung hundió la cabeza entre sus manos temblorosas—. Kook, lo siento muchísimo. Yo no quería...

—Está bien, mírame —el vampiro clavó una rodilla en el suelo y le sujetó por las muñecas—. Mírame, Tae. ¿Te la has tomado? ¿Tomaste la píldora represiva?

—No lo recuerdo —jadeó el castaño, despistado.

—Lo has olvidado —suspiró Jungkook y cerró brevemente los párpados.

El castaño se sintió casi ahogado por su propia desesperación. Tenía razón. La había olvidado. Entre las cosas de navidad, quitar nieve con la pala, la comida, el vaivén emocional y los recuerdos del pasado en el que había estado fluyendo aquel día.

«Había olvidado la maldita pastilla».

—Está bien. No pasa nada —continuó Jungkook, le tocó levemente la mejilla y se incorporó de nuevo.

Pasó por encima de los trozos de cristal que había en el suelo. Y en la basura de la cocina, se deshizo de los trozos ensangrentados de los palillos. Luego rellenó un vaso de agua y agarró una cajetilla de cápsulas que guardaba en el mueble. Empujó con un dedo para extraer una del envoltorio de aluminio y entonces regresó al lado de Taehyung, quien se permanecía sentado en el suelo, con las piernas flexionadas y cabizbajo.

—Ten —le ofreció acuclillándose.

—Sí pasa, Jungkook...

El chico tomó la cápsula y se la colocó sobre la lengua. Jungkook le acercó el borde de vidrio para que diera un trago y le contempló hacerlo.

—Mira el lado bueno. Sabiendo cómo eres, ya no volverá a ocurrir —afirmó el azabache.

Taehyung asintió con la cabeza. Ya se había tragado la pastilla, pero se sentía miserable, nefasto. Había arruinado aquel momento. Había herido a la persona a la que quería tanto.

—Perdóname —gimió nuevamente con tristeza.

—Eh, tranquilo. Te he dicho que no pasa nada —Jungkook apoyó una mano en el hombro—. Hubiera sido peor que hubieras hecho eso a pesar de estar tomándote la medicina. Pero esto ha sido por un despiste, un accidente. ¿No tenemos todos alguno, de vez en cuando?

El castaño liberó el aliento tembloroso. Extendió una mano y le apretó la palma a Jungkook con gentileza y una palpable aflicción.

—¿Por qué eres tan bueno conmigo? —le preguntó esa noche.

Los párpados de Jungkook bajaron, su mirada descendió unos instantes, mientras tomaba aliento para decírselo.

—Estoy loco por ti, Tae —expresó con dulzura.

El joven se sintió feliz al escucharlo. Jungkook se incorporó ofreciéndole la mano para ayudarle a levantarse. Él todavía se sentía un poco mareado por el alcohol y la adrenalina, pero el evento quedó allí y el resto de la noche fue tranquila.

*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo y los capítulos anticipados en Patreon.com/chispasrojas.

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