Capítulo 8
*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo y los capítulos anticipados en Patreon.com/chispasrojas.
Capítulo 8. El tiempo
Taehyung se inclinó sobre la mesa, cortó otra hoja de la planta y luego la tomó entre los dedos, pasando las yemas por encima. Olía de maravilla y pensaba cocinar con ello. Entonces oyó el motor del Hyundai y no dudó en levantarse enérgicamente, dejando a un lado lo que había estado haciendo durante la mañana. Se quitó los guantes, guardó las tijeras y recolocó la maceta en su lugar de la estantería, junto a las otras.
La caseta que había tras la cabaña se encontraba atestada de plantas que él había estado cuidando; la mayoría eran especias y otros elementos para mejorar los platos o utilizarlas de manera medicinal en caso de que lo necesitara. Había sacado la verbena de su correspondiente maceta para alejarla de Jungkook, y ahora, la mantenía detrás de la casa, plantada en la tierra entre otros hierbajos útiles.
Al salir del pequeño cuartillo, se subió la cremallera de la cazadora blanca con piel de borrego que vestía. Portaba unas botas impermeables con suela de goma, mientras caminaba por encima de la tierra oscura y húmeda. Esos días había estado lloviendo como nunca antes, el rocío de las mañanas comenzaba a helarse sobre las hojas y los apretados troncos de los árboles. El bosque parecía más árido y frío que de costumbre.
Taehyung vio a Jungkook saliendo del vehículo. Lo rodeó y abrió el capó para comprobar algo.
—¿Todo bien? —formuló Tae aproximándose con las manos guardadas en los bolsillos.
—Le he cambiado las ruedas. No me gustaba el aspecto que tenía una, así que...
—Uh.
El pelinegro tenía el pelo mucho más corto, se había recortado por detrás y rapado ambos lados, los cuales se encontraban cubiertos por los mechones superiores. El flequillo recto le acariciaba las cejas, y ahora sólo llevaba pendientes en una de las orejas. Fiel a su estilo, Jungkook llevaba una cazadora vaquera negra, con botones plateados y pelo en el cuello. Un fular elegante colgaba del mismo, cubriéndole del helado otoño que él percibía con un poco menos de congoja.
—¿No has preparado tu almuerzo todavía? —le preguntó echándole un vistazo.
—Estaba entretenido con las plantas —contestó Taehyung.
—Ah. Vamos adentro —Jungkook indicó con la cabeza.
En lo que Tae se dirigía a la cabaña, él se quedó rezagado para sacar un par de bolsas del maletero. Taehyung le esperó junto a la puerta de todos modos. Su mirada se posó en lo que llevaba encima con una incisiva curiosidad.
—¿Qué traes?
—¿Mhn? —Jungkook trató de sortearle.
—Oh, ¿no vas a enseñármelo? —Tae abrió la boca en forma de O, le obstaculizó la entrada en la puerta—. ¿Kookie?
El semblante del pelinegro se tornó lentamente de seriedad a burlón. Taehyung levantó las cejas sin perderse detalle.
—¿Qué pasa si no quiero? A lo mejor es privado —dijo con media sonrisa.
—Todo lo que entra en esta cabaña es mío —declaró el muchacho, entonces extendió la mano para alcanzar lo que apartaba de él.
La sonrisa de Jungkook se extendió de mejilla a mejilla.
—¿Desde cuándo te has vuelto tan dominante? —le chinchó.
—¿Acaso vas a tener secretos ahora conmigo? —formuló más tirante.
Taehyung notó el aroma de comida en una bolsa de papel, con el logotipo de Karen's. Jungkook se quedó muy quieto, vislumbrando su rostro fugazmente reflexivo.
—¿A qué huele eso? ¡Ah! —exhaló Taehyung con los ojos muy redondos.
Jungkook le empujó gentilmente la bolsa sobre el pecho.
—Anda. Cómetelas y déjame un rato.
—¡Las empanadillas de Dikburg! ¡Están riquísimas! —celebró mientras que el otro pasaba por su lado.
Entraron en la cabaña y Taehyung cerró la puerta distraídamente, en lo que le echaba un vistazo al contenido. Luego lo dejó sobre la encimera de la cocina y abrió el contenedor de plástico para atacar a las pequeñas empanadillas rellenas de tomate y orégano. Estaba loco con ellas desde que Jungkook se las trajo semanas atrás.
—¿Tomaste la medicina? —preguntó Jungkook quitándose la cazadora.
—¡Síp! —contestó masticando—. ¡Mhnh!
—Buen chico —Jungkook le revolvió el pelo con una mano—. He traído más.
El pelinegro le mostró varias cajetillas. Taehyung tragó su bocado y les echó un vistazo.
—¿Ha cambiado el formato?
—Seokjin dice que es por si necesitas llevarlas en un bolso o en el bolsillo —expresó el mayor—. Con estas, tendrás para todo un año. ¿Te las dejo junto a la cama?
—Vale.
Jungkook se largó momentáneamente para dejarle las cajetillas en el primer cajón de la mesita de noche. Taehyung se comió la segunda empanadilla mientras tanto. Su mente navegaba entre algunos pensamientos acerca de Shadowfell. De su antigua mejor amiga y de sí se encontraría todavía en el pueblo. Estaba totalmente aislado, no sabía nada de nadie.
El pelinegro regresó y se acuclilló frente a la chimenea apagada. Comenzó a atizar el carbón, le echó varios picos más de madera y luego prendió cuidadosamente el cubículo con la ayuda de un líquido inflamable y un encendedor. Taehyung tuvo claro que no iba a poder tomar un almuerzo, si seguía comiendo. Así que apartó las empanadillas, que dejó bien cerradas sobre la encimera y luego se fue hacia Jungkook para hablar con él.
—Kook, ¿sabes algo sobre Rayna?
Jungkook negó con la cabeza.
—Todo lo que te dije hace unos meses —se levantó, dejando la varilla metálica a un lado mientras el fuego comenzaba a chasquear lentamente—. En cuanto supo que las píldoras iban bien, le permitió a Seokjin extraer varios viales más de sangre, por si los necesitaba para la fórmula de las píldoras. Se fue de Shadowfell en verano. No le dejó ningún contacto.
Taehyung se cruzó de brazos. No tenía esperanzas con Rayna. No tenía esperanzas de volver a verla, ni a ella, ni a nadie. Y después de algunos meses, casi había logrado que le diera igual. El centro de su mundo se había volcado en Jungkook De Fiore, puesto que era la única persona que permanecía fielmente a su lado, sin titubeos.
Las primeras semanas en la cabaña, discutieron algunas veces, pero con el tiempo, sencillamente, se amoldaron el uno al otro. Era fácil convivir con Jungkook. Él siempre atendía sus provisiones y los víveres que quedaban en la despensa, y era totalmente autónomo. Taehyung admiraba que llevara tan bien su racionamiento, si bien a veces mostraba unos colmillos que habían adoptado un tamaño más largo de lo usual y afilado de lo usual cuando pasaban tiempo juntos.
Nunca dormían en la misma cama. En una ocasión, Taehyung le preguntó si prefería usar la cama del dormitorio en lugar de continuar en aquel incómodo sofá frente a la chimenea. Jungkook no expresó ningún interés en hacerse con el dormitorio principal. En unos días más, se le ocurrió limpiar, ordenar y sacar trastos del diminuto cuarto que había al lado del dormitorio para meter allí una cama pequeña. Lo logró a finales de agosto, cuando cargó en el Hyundai un somier y un colchón bien embalado que Taehyung le ayudó a colocar después de sacar un molesto mueble que cortaron en tablones. No obstante, al final habían terminado ocupando la cama con bolsas de ropa, cajas de cartón y otros cachivaches, volviendo a convertir el lugar en una habitación de almacenamiento.
En cuanto a su entrenamiento, Jungkook se había vuelto un poco más duro de la cuenta en las últimas semanas de convivencia. En otra ocasión, Taehyung le replicó por subir su nivel de exigencia, y él le soltó que debía dejar conformarse con ser débil. El muchacho se sintió inmediatamente irritado con él y le respondió con malas formas. El asunto de «conformarse» le trajo a la memoria lo que una vez le dijo acerca de la universidad de Nueva York, y su forma de descartar su sueño a cambio de marcharse a California con Joon, Everly y su hermano.
La guerra explotó entre ellos en ese momento; Jungkook levantó el mentón y frunció el ceño, pidiéndole que dejara de comportarse como un crío de cinco años. Taehyung le soltó que estaba pagando con él su malhumor, puesto que, últimamente, estaba más seco que de costumbre.
Ahora bien, los dos eran orgullosos y estuvieron un día entero sin interactuar lo más mínimo, sin mirarse ni hablar, como si el otro no existiera. A la tarde siguiente, Taehyung estaba sentado en el sofá, veía la tele mientras abrazaba sus rodillas. Jungkook llegó de la parte trasera y exterior de la cabaña, olía a hoja de pino, a hierba de menta y a bergamota. Él se inclinó tras el respaldo del asiento, posando una mano sobre la cabeza del más joven. Le acarició levemente, sin decir nada, pero el gesto fue inesperadamente fraternal, cariñoso, cercano, que Taehyung le miró de medio lado, entre la sorpresa y timidez.
Jungkook le preguntó si todavía estaba enfadado, y entonces, Taehyung rompió a llorar como un mocoso. Lo solucionaron esa misma tarde. De paso, acordaron que las sesiones de entrenamiento no pasaran de cuatro días a la semana.
Tras de esos meses, Taehyung se había tonificado. Tenía los bíceps levemente más contorneados, así como las piernas más ágiles, de músculos esbeltos. Su cabello castaño oscuro se encontraba bastante más largo. No había querido cortárselo en todo ese tiempo.
Acerca de su relación, se habían vuelto cercanos. Estaban casi todo el día juntos, por lo que se habían estado amoldando al otro hasta entenderse. Jungkook era consecuentemente menos sarcástico, si bien, Taehyung había observado que él hablaba poco y cuando lo hacía, era muy contundente con sus opiniones. Por lo demás, le parecía un tipo bastante taciturno y relajado. Nunca se estresaba cuando el generador fallaba, y se encargaba de volver a hacerlo funcionar, así como el problema que tuvo con una rueda del vehículo unos días antes.
Además, era un aficionado lector. Y la noche de antes, Tae le había escuchado tocar la guitarra después de haberla apartado durante meses. Cuando salió del dormitorio frotándose un párpado, Jungkook preguntó si le había despertado y entonces la dejó a un lado.
También habían ido a pasear bastantes veces por el bosque. Taehyung ya había ubicado el arroyo más cercano y la subida de la montaña hacia un pico escarpado. Habían visto ardillas, conejos pardos, alguna serpiente que puso la carne de gallina al humano, varios jabalíes que iban por aquí y por allá, y pájaros.
Taehyung se sentía muy cómodo en su compañía. Tanto que, extrañaba su presencia cuando se marchaba a Dikburg. Era absurdo, pero a veces tenía miedo de que no regresara. No sabía cómo iba a sobrevivir sin él, y no se trataba de que le trajera comida, recursos y suministros. Jungkook estaba ocupando el agujero negro que tiempo atrás, le había estado succionando las ganas de vivir.
El pelinegro se marchó brevemente a la habitación pequeña y estuvo de vuelta en el salón con la funda de la guitarra. Taehyung estaba guardando algunas cosas en la cocina americana cuando le vio desenfundarla. Las cuerdas resonaron levemente mientras Jungkook probaba a apretar el clavijero para dejarlas bien afinadas.
—No te había visto tocarla en todo este tiempo —dijo Taehyung a unos metros.
—Estaba resistiéndome a ello —contestó Jungkook, deslizando unos dedos sobre unos acordes. Las cuerdas vibraron y no sonó nada mal.
Taehyung se aproximó más curioso, con la cabeza ladeada.
—Se te da bien. No lo has olvidado —comentó.
—Hay cosas que nunca se olvidan, como montar en bici. —manifestó con media sonrisa—. Ah, recuerdo una canción.
Al final, el muchacho se sentó en el sofá, contemplándole tocar desde la butaca. Taehyung estaba absolutamente hipnotizado con su talento, y cuanto más le miraba, más padecía su corazón.
—¿Fuiste a clases?
—Una vez. En el 97. No duró demasiado, pero...
—Podrías enseñarme —sugirió Taehyung—. Otro día, claro.
—Por supuesto —contestó el otro tranquilamente.
Tae no pudo evitar fijarse en sus nudillos, en las delgadas falanges de los dedos. Apartó los iris azules de esas manos con cierta ansiedad y se mordió una uña. Entonces comenzó a perder cordura contemplando la forma afilada de su mentón, así como la más suave y almendrada de los párpados.
Taehyung notó la garganta apretada, parpadeó, desviando la mirada y volviéndose consciente de que literalmente estaba anhelando a Jungkook. Llevaba pasándole un tiempo, sólo que, últimamente se había vuelto peor. Cuando entrenaban notaba esa energía flotando sobre su cabeza. Inevitablemente, se comportaba un poco más tímido cuando él le tocaba, le ayudaba a desenrollarse las vendas de las manos o simplemente le atrapaba con una llave.
Las sensaciones estremecedoras o mínimamente perturbadoras se habían esfumado, si bien, Taehyung se estaba sintiendo radicalmente colado por él y no sabía cómo abordarlo.
Pocas veces había tenido sensaciones tan paralizantes, como la que le provocaban los ojos negros de aquel vampiro. Su previa relación amorosa había sido muy distinta. Mucho más rápida y sencilla, enérgica, directa en algunos ámbitos. Se había besuqueado con Jimin en cada rincón, y nunca se habían soltado como si estuvieran pegados con cola. Pero pensar en aproximarse físicamente a Jungkook, en respirar su aliento o volver a tocar sus yemas, le carbonizaba las entrañas y le eliminaba de la faz de la tierra.
No podía entender qué diablos le estaba pasando. La tensión le había dominado físicamente, y un anhelo secreto le ahogaba la mente. Al cabo de unos minutos, Taehyung se levantó del sofá buscando recuperarse sin que se notara demasiado. Comenzó a preparar el almuerzo oyendo a Jungkook practicar con la guitarra de fondo, mientras el corazón danzaba por él.
Sobre las cuatro de la tarde, unas gruesas gotas de lluvia caían sobre el bosque y la vegetación. Golpeaban las ventanas de la cabaña creando un murmullo continuo, el cielo resonaba de vez en cuando con el rugido de algunos truenos.
Decidieron desplazar el entrenamiento a otro momento.
La señal del televisor no llegaba debido a la tormenta, Jungkook salió afuera con una capucha para apagar el generador que guardaban en la zona trasera techada, y luego volvió al interior cerrando tras él la puerta por donde se colaba un viento gélido.
—Por si acaso —dijo bajándose la capucha—. Lo encenderé más tarde, cuando pasen los truenos.
No tuvieron luz durante un rato, por lo que se sentaron en compañía para hablar de cualquier bobada. La visión nocturna de Jungkook facilitaba las cosas, él incluso pudo servirse unos dedos de alcohol en un vaso de vidrio, que después sorbió más tranquilamente.
Entrada la noche, la tormenta había pasado. Apenas quedaba un goteo de lluvia residual, por lo que volvieron a activar el generador y recuperaron la fuente energética de la cabaña.
Taehyung se metió en el cuarto de baño para darse una ducha caliente. De vuelta en el dormitorio helado, empezó a reorganizar la ropa que guardaban en el armario. Jungkook y él estaban compartiéndolo, si bien él tenía un lado, y el compañero utilizaba el otro.
El joven se colocó la cazadora blanca con piel de borrego, buscando mantener el calor de su parte. Cerró el armario e introdujo una mano en el bolsillo izquierdo, encontrándose con el tacto frío de algo metálico. Tae lo sacó entre los dedos, era su antigua pulsera, de la que colgaba un pequeño corazón facetado.
Sintió una punzada en el pecho. El recuerdo de Jimin le golpeó como un jarrón de agua fría. Su sonrisa, su mano, el sonido de su voz cuando le hablaba. Detrás del instituto, en la enfermería, en una partida de billar en el Bell's y en su cama.
—Jimin —murmuró el chico antes de apretar la pulsera en su mano.
No la había usado desde hacía tiempo, desde esa vez que acabó con una hipotermia la noche de nochebuena en el hospital de Shadowfell. Sin embargo, los meses posteriores casi siempre la llevó encima, sabiendo que le protegería. Era la letanía de un triste recuerdo, del dulce deseo de Jimin por protegerle y mantenerle a salvo.
Taehyung liberó un suspiro pesaroso, de nostalgia y cierta tristeza. Salió del dormitorio detectando el delicioso aroma de algo; Jungkook se encontraba en la cocina preparando un par de sándwiches a la sartén.
—Si no te importa, yo también voy a comer algo —dijo Jungkook de espaldas.
Taehyung se sentó en la barra de la encimera que rodeaba la cocina, clavó un codo y le contempló con una leve dulzura. Al cabo de unos segundos, Jungkook se volvió para comprobar que seguía ahí. Su silencio le hizo adivinar que algo más denso y pesado cruzaba su cabeza.
—¿El agua estaba fría?
El castaño levantó la mano, mostrándole la pulserita plateada. Jungkook vislumbró aquella condenada pulsera. No dijo nada, apartó la sartén del fuego y apagó el fogón, sirviéndolos en un plato junto a unas patatas de bolsa.
—La metí en el bolsillo de esta cazadora. Lo había olvidado —comentó Taehyung tras él—. Hubo una época donde era importante para mí.
Jungkook dejó el plato frente a él, se inclinó al otro lado de la encimera clavando ambos codos y dirigiéndole con un semblante serio y gélido.
Taehyung sabía que le fastidiaba hablar de su hermano. No lo habían acordado, pero ellos nunca hacían eso. En tres meses, apenas le habían mencionado. Y la vez que lo hicieron, Jungkook se mostró muy duro y cortante. Para él, Jimin estaba muerto.
Taehyung creía saber por qué: había elegido un camino distinto a ellos. Había preferido a otra persona, por encima de su hermano, y de él mismo. Y a pesar de la frialdad del mayor y esa latente cólera que le hacía volverse intransigente, Taehyung también había vislumbrado parte del interior del pelinegro. En análisis, entendía y compartían el mismo tipo de dolor. No obstante, Jungkook no había tenido amor. Nunca.
Así que, la bestia que decía no tener un corazón, tenía uno. Estaba bien escondido entre las sombras y recovecos de su interior. Frío, encogido y resentido, pero Tae lo había visto, en la barra del Bell's con Namjoon, entrenándole detrás de la cabaña para luego desenlazar las vendas de sus manos cuidadosamente, y hasta ese mismo día, tocando la guitarra con párpados entornados.
—Nunca te lo dije, pero... Iba a pedirle a Jimin que viniera conmigo a California —le contó Taehyung lentamente, el compañero bajaba la mirada, posándola en el plato—. Everly se había prometido con Namjoon, y parecían tan felices... La noche de la graduación, bailamos juntos hasta tarde. Estábamos allí, entre la música y la gente. Miré en sus ojos y sentí que no podía irme de Shadowfell sin intentarlo una última vez con él.
Jungkook se mantuvo en silencio, con la vista perdida.
—Le quería, Jungkook. A pesar de todo, seguía teniendo esperanzas en él —Taehyung tragó saliva—. Sé que tú has perdido esa esperanza, pero también sé que es tu hermano y de alguna forma le amas.
—¿Todavía le amas? —formuló con un timbre más ronco.
Taehyung tomó aire y fue sincero:
—No lo sé.
Jungkook bajó la cabeza unos instantes.
—Tú no estabas allí esa noche —añadió severamente—. No le viste como yo lo hice: al límite. Rebasado por las emociones. Vi cómo sus ojos cambiaban, su rostro, su aura. Cómo el verdadero Jimin se hacía más pequeño hasta esfumarse. Ese híbrido me cogió del cuello y él ni siquiera se inmutó. Desconozco que relación le une al otro Leone, pero... Se ha ido. Y cuando te digo que se ha ido, lo ha hecho de verdad. Los Leone son imparables, nada ni nadie puede entrometerse en su camino —hubo una pausa espeluznante, donde la lluvia resonó amortiguándose en el tejado—. Puede que el verdadero vuelva, algún día, de algún año. Pero eso le llevará una década, puede que dos, o Dios sabe cuánto... Y tú eres humano. No vivirás lo suficiente para verle recuperado.
Taehyung no dijo nada más, contemplaba a Jungkook con tristeza.
—Por cierto, si vuelves a intentar deshacerte de esa pulsera, procura no arrepentirte justo después de hacerlo —agregó el vampiro despiadadamente—. Porque la próxima vez, no me sumergiré en un río, ni subiré a un árbol, y ni siquiera moveré un dedo para traerla de vuelta. Jimin no se lo merecía, de todas maneras —dijo y se llevó el plato con él.
Taehyung se la guardó en el bolsillo, mantuvo el mismo silencio sin réplicas. Optó por no tomárselo a mal, puesto que entendía que aquello era más por la impotencia que sentía por Jimin, que por él. Jungkook era así cuando las cosas le dolían, se comportaba como un animal herido. A veces punzante, otras veces tiránico, pero siempre se tragaba el dolor por su cuenta.
El castaño cenó en la encimera, le dejó su espacio para no perturbar sus esporádicos malos humos. Más tarde, recogió los platos y fue al cuarto de baño para lavarse los dientes.
La temperatura en Canadá debía haber descendido al menos diez grados esos días. Virginia nunca había sido el estado más soleado, pero sin duda, el clima de aquel país era notablemente más radical en otoño de lo que acostumbraba.
Taehyung se pasó por el salón antes de meterse en el dormitorio. Jungkook tenía las piernas extendidas y cruzadas sobre la mesita de café, apoyaba el brazo derecho en el reposabrazos, sosteniendo un libro en coreano bajo la luz dorada que derramaba la lámpara de pie.
—Me voy a dormir. El sándwich estaba muy rico —se despidió Taehyung.
Afortunadamente, Jungkook levantó la vista de su lectura. Le echó un breve vistazo con una caída de párpados y su expresión pareció menos indiferente.
—Buenas noches —le respondió con normalidad.
La habitación estaba fría. Taehyung se quitó la cazadora, se metió bajo el edredón de plumas y esperó a que el calor corporal hiciera el resto bajo la manta. La penumbra predominaba en aquel espacio, sus pupilas dilatadas descansaban en el techo. El sonido de algún grillo y el esporádico silbido de los búhos nocturnos resonaban tras la ventana manchada por las gotas de agua que se deslizaban.
Un rato después, Taehyung se dio cuenta de que no iba a relajarse. Odiaba esas noches en las que le costaba dormir; su mente se precipitaba con el ataque de numerosas de escenas que resplandecían bajo los párpados. En ocasiones había terminado llorando por lo mucho que extrañaba a su fallecida tía y su hermano menor, mientras que otras noches, se pedía tener fuerza y construirse un caparazón que le aislase del dolor. Otras veces, sencillamente optaba por salir del dormitorio y sentarse junto a Jungkook para que una conversación con él, unos dedos de licor y el tono de su voz le tranquilizara. Jungkook ya sabía que había ocasiones en las que le costaba dormir, tenía pesadillas o sencillamente odiaba el momento de meterse en la cama, como si el momento de silencio y oscuridad se burlasen de él.
Finalmente, Taehyung se levantó de la cama. Metió los pies en las zapatillas y se puso la misma cazadora en lo que abandonaba el dormitorio. Jungkook no se había movido del sofá, el joven fue hacia él y se dejó caer a su lado, apoyando posteriormente la mejilla en su hombro. El mayor bajó el libro, vislumbrando de soslayo su repentino acercamiento.
—¿No puedes dormir?
—Hace frío. No sé cómo vamos a pasar el invierno aquí —expresó Tae.
—Pensé que la chimenea sería suficiente —comentó Jungkook.
—Pero el dormitorio está helado. No me notaba la punta de la nariz esta mañana —sonrió.
—Traeré otro calefactor el lunes —aseguró el vampiro, posteriormente dejó a un lado el libro y levantó el brazo izquierdo, permitiendo que Taehyung se acomodara junto a su regazo.
Una de las rodillas flexionadas quedaba por encima del costado del muslo, mientras que la frente del chico pegaba bajo la mejilla de Jungkook. Ese tipo de cercanía era algo inusual. Jungkook no esperaba verse invadido por el castaño, sin embargo, no se sentía para nada mal aquel asalto.
—¿Quieres dormir aquí? —dudó el pelinegro.
—¿En el sofá? No —el joven muchacho se retorció un poco sobre su hombro, dejó caer un brazo por encima de su cintura—. Puedes seguir leyendo, si quieres.
—¿Contigo encima? Ni que fueras un bebé —ironizó Jungkook.
—Me gusta estar aquí —suspiró Tae sin venir a cuento.
El vampiro tragó saliva, apretando levemente la mandíbula.
—Y a mí —confesó en voz baja.
—Vaya, ¿me has devuelto un halago? ¿Jungkook De Fiore acaba de hacerlo? Que alguien llame a la prensa.
—Si se lo dices a alguien, te asesinaré —soltó en un tono jocoso.
—A mi cactus —se burló Taehyung.
El silencio se extendió por la cabaña. El brazo izquierdo de Jungkook rodeaba los hombros del chico, con los dedos justo por encima del hueso de este.
—¿Por qué no duermes conmigo? —preguntó Tae en confianza.
—No soy cálido —Jungkook se mostró algo reticente—. No vas a entrar en calor.
—Pero ahora lo estás...
—Porque estoy quieto, frente a la chimenea, contigo, invadiendo mi espacio personal.
—¿Sigues enfadado conmigo por lo de antes? —cuestionó Taehyung inmediatamente.
—No —contestó en voz baja.
Taehyung levantó la cabeza para comprobar si era cierto.
—Vale, pues entonces frótame hasta que entre en calor —solicitó volviendo a hundirse en su hombro.
Jungkook liberó unas carcajadas livianas, le frotó el hombro con la mano brevemente.
—Si vas a transmutar en copo de nieve, avísame —comentó divertido.
—Volveré a contraer una hipotermia este invierno.
—Quizá debería haberte llevado a otro lugar. ¿Al caribe? Debajo de una palmera.
—No, este sitio me gusta. Es tranquilo. Un poco solitario, pero...
—¿Te sientes solo? —formuló el vampiro casi con un hilo de voz.
—Te tengo a ti... —Taehyung sonó firme.
Jungkook se sintió silenciosamente complacido. Sabía que no había sido fácil, sin embargo, él también agradecía estar en compañía de alguien más.
No estaban tan solos como habían creído. Se tenían el uno al otro.
*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo y los capítulos anticipados en Patreon.com/chispasrojas.
En esos meses, la cabaña se había convertido en un pequeño refugio, lejos de casa, de Virginia, del mundo. En ocasiones, Jungkook se sentía mucho más centrado de lo que había estado en décadas. Tenía un motivo, algo que hacer, alguien cuyo estado dependía de él, y aquella responsabilidad le había distraído del dolor y del resentimiento. Le había ayudado a pensar con claridad. Quizá Taehyung no lo sabía, pero él también le había ayudado a sobrevivir.
Jungkook flexionó el brazo derecho y posó la mano sobre la del muchacho. Taehyung se quedó muy quieto, giró lentamente la mano y sus dedos se rozaron de forma natural. Poco a poco, la enlazaron con un leve hormigueo.
—Sé que no sales desde hace un tiempo —le distrajo la voz de Jungkook, mientras él se conmocionaba por la visión de sus manos—. Pero puedo llevarte a un sitio mucho más cálido.
Él no sabía muy bien a qué se refería al principio. Sin embargo, Jungkook movió el hombro y Taehyung se reincorporó a su lado, mirándole. Sus rostros se encontraban a unos centímetros. El vampiro le soltó la mano y a continuación la deslizó por el costado de su cuello, con los largos dedos introduciéndose en los suaves mechones castaños oscuros de su nuca.
Su mirada era profunda, oscura, asfixiante. Las apacibles lenguas de fuego de la chimenea creaban un claroscuro en la mitad de su rostro, con el trazo de la suave nariz y los vértices de sus labios agudamente delineados.
—Cierra los ojos —le ordenó Jungkook.
Las pupilas de Taehyung descendieron brevemente por su rostro, vislumbrando esos bonitos labios. Ahora sólo quería besarle. No obstante, se dejó llevar por la petición y cerró los párpados notando la respiración que escapaba por sus labios y nariz, muy próxima a la suya.
—Abre tu mente —murmuró el vampiro.
Era como si le dejara arrastrarle lentamente por la superficie de un lago. Seguidamente, su voz y su presencia sumergiéndole, tirando de él hacia las profundidades de su mente.
Antes de abrir los ojos, Taehyung escuchó el lejano sonido de unas gaviotas. Sus párpados se corrieron como una cortina. En su visión, el cielo era anaranjado y púrpura en el horizonte, sobre el paisaje azul de un profundo mar celeste. Taehyung exhaló el aliento maravillado, olía a sal y a mar, a arena tostada y a aceite de coco. El viento soplaba cálido, y los dedos de los pies eran acariciados por el tibio vaivén de la espuma del mar.
Notó como alguien le apretaba la mano derecha y entonces giró la cabeza encontrando a Jungkook. Él llevaba una camiseta azul con un estampado de flores blancas, el pecho ligeramente al descubierto, y los pantalones cortos llegaban por encima de las rodillas.
—Ven —dijo tirando de su mano. Empezaron a caminar por encima de la arena.
—¿Cómo lo haces? —formuló el castaño—. Hace calor y esto parece real.
—Ocluyo todos tus sentidos y engaño a tus sensaciones, haciéndote creer que lo es —dijo Jungkook con naturalidad.
—Es increíble.
—Diría que se me da bien...
—¿Has estado aquí alguna vez?
—Así es.
—Lo recuerdas con viveza.
—No he olvidado nada. Este lugar me gustaba —él se detuvo y señaló hacia un chiringuito de paya ubicado a unos metros—. Mira, allí. ¿Ves ese puesto hawaiano? Ponían unos mojitos que no estaban nada mal. Y en aquel lado, había conciertos nocturnos. Estaba lleno de estudiantes que visitaban la zona en sus viajes de graduación. Comida gratis —añadió con un tono pícaro.
—No me digas que te los comías —Tae arqueó una ceja.
—¿No comerías pizza gratis, si la pizza no tuviera neuronas?
—¿Acabas de comparar a un puñado de personas con la pizza? —formuló incrédulo.
—Amor, sabes muy bien que tú eres mi pastelito, no un trozo grasiento de pizza —le pellizcó juguetonamente la mejilla.
El rostro de Taehyung mostró una sonrisa cómplice. Él se frotó la mejilla con los nudillos, ligeramente tímido por el dulce gesto.
—Y ahora, ¿qué? ¿Vas a llevarme a uno de esos conciertos donde te portabas mal?
—Voy a mostrarte un...
Su voz se distorsionó por completo, el ruido de algo más fuerte interfirió en sus oídos. Taehyung se llevó una mano a la cabeza, apretando levemente los párpados. De repente, volvía a tener frío. Escuchaba muchísimo ruido, jaleo, gritos y unos disparos, la respiración rápida y enfermiza de alguien más, y pronto, su compañero ya no estaba agarrándole la otra mano.
El joven se ubicó en una escena radicalmente distinta; sus dedos estaban casi congelados, llenos de sangre. Al levantar la cabeza, observó a una persona herida, tumbada en el suelo. Llevaba un uniforme militar de un verde oliva, con gorra. Él llevó las manos rápidamente a la herida que agujereaba el tórax de aquel hombre.
—Respira, vamos, Jack —dijo una voz que no era la suya—. ¡Aguanta!
—E-Es el final, mi coronel —su voz estaba rasposa.
—No. No digas eso —jadeó casi en un sollozo.
—Sí. JK, puedo verla...
—¿P-Puedes? —formuló Jungkook con los ojos llenos de lágrimas.
—Sé que está ahí. No me da miedo morir.
—De qué diablos hablas...
—De mi madre —expresó Jack con dificultad. Sus iris admiraban el cielo negro, sin estrellas—. Murió de la gripe la primavera pasada. Ella ha estado aquí, conmigo, desde que me alisté. Y ahora, por fin... voy a volver a verla...
Las lágrimas de Jungkook se deslizaron por sus mejillas. Estaba sucio, desaliñado, con el cabello rapado, y el uniforme manchado por la tierra y sangre mientras la guerra continuaba fuera de las trincheras. Él mantenía las manos temblorosas sobre el hombre, trataba de taponar una herida demasiado grave.
Y Taehyung sentía lo mismo que él había vivido: horror, impotencia, la desesperanza asolándole. El miedo. Se encontraba lejos de casa, lejos de las personas que amaba.
—La única mujer de mi vida va a recibirme entre sus brazos —respiró el hombre, cerró los párpados brevemente, con las lágrimas desbordándose—. Ahí viene. ¿Tú también estás viéndola?
Entonces, Jungkook tragó saliva y asintió con la cabeza.
—Claro que puedo verla, Jack —mintió con tristeza.
Los ojos del hombre se vaciaron de vida en unos segundos más. Jungkook comprimió la garganta, y después se inclinó sobre él conteniendo el fuerte sollozo que intenta brotar de su garganta. Cuando levantó la cabeza, deseó escapar de aquel lugar. Necesitaba volver a casa, abrazar a su hermano, a su madre enferma...
Quería volver a Shadowfell...
Taehyung abrió los ojos frente a él, en el sofá de la cabaña. Ubicarse en la realidad le tomó unos instantes. Sentía la mente magullada, el corazón le iba rápido y notaba un puñado de ansiedad estrangulándole. Jungkook parecía consternado, traumatizado por lo que su mente le había mostrado sin control. Sus permanecían iris recubiertos por una película de lágrimas.
—No quería que... No he podido evitarlo —liberó Jungkook, sin poder mirarle.
Taehyung extendió los brazos y lo rodeó inmediatamente. Le presionaba contra él, achuchándole.
—Lo sé —musitó el castaño sobre su oreja.
—No tenías que haber visto eso.
—Solo abrázame.
El pelinegro le devolvió el abrazo lentamente, notaba el leve temor palpitando tras el resurgimiento de aquella memoria. Al mismo tiempo, se sentía miserable porque Taehyung hubiera estado allí, presenciando la misma tortura de la guerra.
—Conociste la muerte incluso antes de ser vampiro —expresó el humano junto a él—. Solamente eras un muchacho. Os trataban como adultos.
—Entonces, era natural —explicó.
Jungkook hundió la nariz lentamente en su hombro, percibía el leve olor humano, el suavizante de la ropa y su característico aroma a lavanda, a suave madera de sándalo, más el champú de nata y vainilla. Se sintió terriblemente reconfortado, pues pocas veces había tenido el confort de ese tipo de abrazos hasta que Taehyung apareció para personificarlos. La comprensión, el discreto silencio y su amistad...
—Lo siento mucho —le oyó murmurar.
El azabache no dijo nada, su conciencia vampírica se diluía entre el bienestar de sentirse tan acogedoramente estrechado. Se encaprichó definitivamente con aquella sensación; el corazón humano del compañero palpitando entre ambos, su respiración, esa buena compañía...
Tras instantes el silencio, Taehyung y él se desenlazaron. El humano se mantuvo junto a su regazo, estrechando entre ambos brazos su confortable bíceps izquierdo.
—¿Lograste ver a tu madre en Shadowfell antes de fallecer?
—Sí —contestó Jungkook sin recelo, a continuación, se tomó unos segundos para agregar algo, como si acabara de rememorar un buen recuerdo—. Me dijo que me había marchado siendo un muchacho y que había vuelto como un hombre.
—Seguro que te adoraba.
Jungkook bajó la cabeza, conteniendo la emoción. Llevaba demasiado sin recordar a su yo humano, pero en su vuelta a Shadowfell todo se torció. Sui entró en su vida, y ya llevaba un tiempo con su hermano menor, como un íncubo, succionándole la capacidad para razonar y convirtiéndole en pura vanidad y deseo.
—Cuando llegamos aquí, pensé que estábamos solos —manifestó Taehyung poco a poco—. Pero llevo un tiempo notando algo. Yo estoy aquí, contigo. Y tú, conmigo.
—Por supuesto, amor —liberó Jungkook.
—No estamos solos —planteó Taehyung—. Nos tenemos el uno al otro.
Jungkook le contempló de medio lado. La cabeza del castaño se encontraba ladeada, con la coronilla a apoyada cómodamente en el mullido respaldo, cerca de su hombro. Sus párpados se hallaban entornados y la expresión del rostro era pura y sincera, lo más remotamente desinteresada que había observado nunca. Contaban con la confianza certera del otro, y no había nada más fuerte que eso.
*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo y los capítulos anticipados en Patreon.com/chispasrojas.
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