Capítulo 5

*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo y los capítulos anticipados en Patreon.com/chispasrojas.

Capítulo 5. El Rey sin Corona

La misma noche en la que Yoongi Leone le perdonó la vida, caminaron por la zona portuaria de la ciudad. El ambiente era fresco, húmedo y salado. Los barcos anclados al muelle se mecían en la penumbra con una imperceptible suavidad.

Yoongi le vigilaba por el rabillo del ojo, pendiente de la lejana expresión de aquel vampiro. Él se relacionaba con otras criaturas de la noche, en Brighton, tenía los suficientes a su merced, que trabajaban y convivían con él. No le hizo falta tocar ninguna mente para ganarse el respeto de cada vampiro; todos y cada uno sabían cómo tratar con un Leone de pura raza. Uno de los vampiros más temibles y poderosos, capaces de dominar a otros, ancianos, con fortuna y prestigios, e imposibles de matar. Se acercaban buscando refugio y ofreciendo su lealtad a cambio. Los que fallaban o traicionaban los principios de la comunidad, encontraban una rápida y fatídica ejecución, así como los que ponían en riesgo la identidad de los vampiros en Inglaterra.

Yoongi se encontraba en la cúspide de la pirámide, había logrado labrar su propio séquito desde hacía años, y a expensas del departamento de la policía metropolitana, habían implementado su propia justicia. La justicia nocturna. Se alimentaban de humanos, y si asesinaban, nunca llamaban demasiado la atención. Algunos de los miembros de esa familia de negocios se encargaban del control; capturaban a los que se excedían y les mostraban disciplina o daban su ultimátum, aconsejándoles que abandonaran la isla. Tenían brujas que vivían dos calles más abajo, a las que Yoongi les había ofrecido pisos francos y sumas de dinero para saldar sus deudas personales. Las brujas siempre eran recelosas, pero cuando un demonio como él protegía y ofrecía respeto a figuras concretas, terminaban recordándolo.

Y ahora las tenía de su parte. Nadie le conocía como un demonio. Era un guardián oscuro, el líder de las sombras. Un vampiro temible, cuyos rumores corrían entre las brujas acerca de un antiguo y misterioso sello colocado por el linaje de las Rey.

Nadie conocía nada más sobre eso, por supuesto.

—Tu apellido, ¿de dónde eres? —preguntó Jimin en tensión.

—Es un apellido común en Italia —resolvió el mayor.

Jimin le contemplaba con perspicacia. No porque odiara a Sui Leone, significaba que fuera a relacionarle con el primero que compartiese su apellido. Habían pasado casi cincuenta años y él se había esforzado por olvidar Shadowfell. Olvidar su antigua vida, la familia que creyó tener y cualquier rastro de ilusión del pasado.

—¿De qué conoces mi nombre? ¿Cómo sabes quién soy? —volvió a cuestionar Jimin.

—Te vi llegar a la ciudad unas semanas atrás. Te sentaste en mi club, mirando con deseo a mis bailarinas, y con recelo a mis hombres. ¿Crees que no sé quiénes son cada uno de estos hombres? —Yoongi arrastraba las sílabas—. La información circula cada día más rápido. Un par de susurros, y te rastrearon. Calle North Laine, número seis. Tercer piso de un apartamento lamentable. Estadounidense, de origen europeo. Hace veinte años, masacraste un pequeño pueblo en Carolina del Norte. Demasiado pequeño para que alguien pueda recordarlo —murmuró lúgubremente lo último.

Jimin le observó de medio lado. ¿Había averiguado todo eso? Los remordimientos, la vergüenza treparon hasta su garganta provocándole una nueva sed.

—No me siento orgulloso. Hubo un tiempo en el que dejé de sentir —relató Jimin como si fuera una maldición. Y desvió el rostro recordándolo—. Todo estaba en blanco y negro, excepto la sangre. Era el único color que podía ver. Era excitante, estimulante. Una droga.

—Apagaste el interruptor —Yoongi encogió los hombros.

Jimin le echó una mirada de soslayo.

—Así es como se le llama. No pasa nada, De Fiore. Todos lo hemos hecho alguna vez; los humanos están obligados a sentirlo todo. Pero cuando un vampiro no puede más, tiene una ventaja. Esa es la tecla, el chaleco salvavidas, el escape al suicidio —pronunció con una visible neutralidad—: desactivas la humanidad, las emociones. Todo deja de pesar, de doler. Sólo quedan los principios básicos, puesto que es así como nacimos. Es nuestra maldición y nuestra mayor ventaja. Diversión, bienestar y una silenciosa paz ensordeciendo todo lo demás.

—No se estaba mal. Pero cuando desperté, meses después... Todo fue horrible. Una pesadilla —exhaló Jimin.

—Se volvió a activar solo. Vaya —Yoongi se humedecía el labio inferior—. Es un mecanismo algo atrofiado. Pueden pasar meses, años, décadas. Pero, cuando el vampiro no quiere volver a sentir, puede apagarse de por vida. Y sólo hay una cosa en el mundo capaz de desbloquear el candado cuando el individuo arroja la llave al mar. El detonante —expresó misteriosamente—. No obstante, conocí vampiros que también habían perdido a su detonante... Desde mi perspectiva, si me lo permites, es como perder el alma. Nada puede traerte de vuelta. Supongo que tú todavía no has caído tan bajo como para lanzar esa llave de tu alma al mar. Es más, ni siquiera eras consciente de haberte apagado, ¿no te convierte eso en vampiro nefasto?

Jimin se sentía compungido. No conocía ninguno de aquellos datos. Esos años habían pasado casi como días; todo era demasiado rápido. Sus fuertes sentidos e impulsos, sus emociones tan claras y refulgentes como un rayo de sol golpeándole con fuerza la cara.

—El virus más destructivo de un vampiro —masculló el timbre de Yoongi, metiéndose por su oreja como un gusano—: la ceguera por el hambre.

Jimin detuvo el paso y le miró con fijeza. Había algo en él. Esa aura, densa, asfixiante. Como si su sombra fuera más larga, más oscura y se elevara tras él como una capa.

—Cuando escuché la historia del destripador de Carolina del Norte —prosiguió Yoongi lentamente—, pensé en que su locura era admirable. Insaciable, destructor. Eres una plaga, Jimin. Los vampiros como tú, pueden ser grandes o unos simples miserables. Pero a la vez, me parece fascinante tu manera de divertirte —ladeó la cabeza contemplándole al detalle—. Dos caras opuestas de la misma moneda. ¿Qué quieres ser en tu nueva vida?

—Quiero ser libre —liberó sin poder controlarlo.

—Oh. ¿Ansías la libertad? Déjame decirte algo, Jimin: ya lo eres. Libre de la línea del tiempo, con alas que sobrevuelan por encima de los celos encapuchados de la muerte. Libre para hacer, sentir, navegar y disfrutar de cada instante. Lo tienes todo al alcance de tus manos, de tus labios. Bendecido por la noche y por las estrellas, eres imparable —recitó Yoongi como un poema.

—Ningún loco podría volar viviendo encadenado.

El peliblanco se aproximó a él, su aura rozaba la suya sin emitir ni un ápice de calidez. Sin embargo, su timbre era suave y aterciopelado, misterioso, de oscuros ojos magnético.

—Esas cadenas únicamente existen en el oasis de tu mente. Déjame mostrártelo.

*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo y los capítulos anticipados en Patreon.com/chispasrojas.

A unas calles del puerto de la ciudad, se encontraba el barrio más asiático de la metrópolis. Locales nocturnos repletos de gente divirtiéndose, comida deliciosa y exótica, música de jazz en la calle, bloques de pisos con patios interiores llenos de plantas enredaderas y flores, donde pequeños grupos de hombres y mujeres de aspectos curiosos se reunían. Por la forma de vestir de las féminas, Jimin hubiera dicho que parecían cortesanas, o como en aquel siglo se llamaban, prostitutas caras. Pero no eran mujeres normales y corrientes, eran vampiros. Vestían como querían sin ceñirse a las normas de la etiqueta del siglo; se reunían con las mejores compañías, otras criaturas nocturnas allegadas, hombres que miraban a Jimin por encima del hombro, reconociéndole como un recién llegado y preguntándose qué diablos había hecho para que el señor Leone caminara a su lado.

El paseo terminó frente a la puerta de un estupendo edificio; la entrada presentaba un portón enorme entreabierto, con grabados metálicos. Las ventanas eran altas, con hermosos barrotes negros. Parecía la típica comunidad de vecinos, de apartamentos caros y antiguos. En la puerta, se encontraba un hombre negro, con un pirsin en la nariz. Una llamativa cicatriz cruzaba su ojo izquierdo, cuyo iris se encontraba blanco. Llevaba el pelo oscuro rapado por ambos lados e inclinó la cabeza en cuanto vio a Yoongi llegar en compañía de un rostro nuevo.

—Marcus. Este es Jimin De Fiore —expresó Yoongi con normalidad.

—Señor, la señorita Agnes abandonó el número siete esta mañana —dijo con elegancia y un notable acento inglés—. ¿Quiere que escolte al señor De Fiore a ese apartamento?

—No. Tráeme la llave del once —solicitó.

Marcus entró en el edificio seguido de ellos. El suelo de la entrada estaba empedrado, daba paso a unas losetas negras y blancas, similar al suelo de un tablón de ajedrez. El patio interior era magnífico, cuadrangular, con varios sillones de cuero negro acompañados por dos personas, una pequeña mesa de caoba que soportaba una tetera y varias tazas de té vacías, ceniceros llenos de cigarrillos. Varias lámparas eléctricas iluminaban desde las paredes.

Un par de escaleras llevaban a la zona superior, los pasillos se extendían con barandillas que daban al interior de aquel patio, y tanto arriba como abajo, había una hilera de puertas enumeradas que debían ser los apartamentos individuales de los que hablaban.

En el momento en el que entraron, los dos que se sentaban al fondo, se levantaron y se acercaron a ellos para saludar Yoongi Leone. La mujer vestía un pantalón negro y ceñido, tenía el cabello corto y púrpura, los labios pintados de un carmín oscuro. Sus ojos eran grandes, su rostro tenía forma de corazón. Llevaba una blazer negra y una camisa más afín a la indumentaria de un hombre, que a la de una mujer de la época. El otro, era más pequeño y remilgado, con la cara huesuda, una escasa barba negra que clareaba bajo las mejillas. Su pelo era rizado, con bucles que descansaban justo por encima de los hombros.

—Yoongi, tenemos noticias de Aaron —dijo la mujer.

Yoongi le hizo saber que no era el momento con una mirada rapaz. Jimin advirtió que era la primera persona a la que oía utilizar su nombre de pila, en lugar de otras cortesías.

—Este es Jimin De Fiore. Se quedará aquí un tiempo —expresó de repente.

Jimin le miró de soslayo, preguntándose cuando diablos había aceptado. Es más, ¿acaso se lo había preguntado? Él le había estado a punto de matar, para que después Yoongi intentara hacerlo. Más tarde, habían dado un paseo por el puerto, conversando sobre sus puntos de vista acerca del vampirismo. Jimin no tenía ni idea de que le había llevado a un lugar residencial donde se alojaban más vampiros pertenecientes a una comunidad que desconocía. Porque ese barrio, estaba lleno de vampiros, ¿verdad? Todos ellos lo eran, y Jimin podía notarlo porque ninguno de sus aromas les caracterizaba, ni le atraía, ni siquiera podía notar el pulso en sus gargantas ni bajo esas mejillas pálidas.

—Ella es Violet. La encargada de los suburbios de Brighton —le presentó Yoongi.

—Hola, Jimin —Violet le saludó llevándose una mano a la frente, con un gesto militar.

—Él es Chester, su hermano menor.

—Un placer ver una cara nueva por aquí —dijo Chester con un acento muy pronunciado.

—Encantado. ¿Qué hay? —contestó Jimin con neutralidad.

—Déjame adivinar, ¿coreano? —Chester se mostró interesado con una sonrisita de labios.

—Habla inglés, ¿cómo va a ser coreano? —replicó Violet con un tono familiar.

—Por los ojos, ¿quizá? —le discutió Chester.

—Entonces podría ser hasta japonés.

—Mi madre era coreana. Me crie en Estados Unidos —Jimin sació su curiosidad.

Chester chistó e hizo un gesto con los puños, anotándose un tanto. Yoongi permanecía estático, con las manos cruzadas tras la espalda y los párpados bajos.

—¿Ves, Violet? Conocer las raíces de la gente es mi superpoder vampírico. Te lo he dicho —continuó Chester.

—Llevas con lo mismo un siglo, ¿no te cansas? —exhaló su hermana mayor.

—Tienes envidia porque tú no tienes uno —se mofó el otro.

Jimin se sintió remotamente divertido con aquel par.

—¿Habéis terminado? —formuló Yoongi algo sarcástico, deseando que así fuera.

—Yoongi. Agnes se ha marchado. Dejó una carta para ti —Violet sacó una carta doblada del bolsillo interior de la chaqueta y se la entregó.

Sin ni siquiera abrirla, el vampiro se la guardó en el interior de su propia chaqueta. No iba a liberar ni una sola palabra al respecto, los otros dos parecieron captar que tampoco debían volver a mencionarla. Entonces, Marcus llegó tras ellos.

—La llave del apartamento número once, señor Leone.

—Gracias, Marcus. Puedes retirarte.

Yoongi la tomó entre los dedos, llevó una mirada de soslayo al otro par de vampiros quienes acababan de compartir una mirada cómplice y soslayo intuyendo algo.

—Buenas noches, chicos —se despidió Yoongi.

—Buenas noches —respondieron los hermanos al unísono—. Adiós, Jimin —agregó Chester justo después.

Jimin movió la cabeza como despedida, siguió los pasos de Yoongi, tomando la escalera que había un lado para subir a la parte superior de los apartamentos. Pasaron de largo por delante de varias puertas, hasta detenerse frente al número once donde Yoongi introdujo la llave.

—¿Quién es la tal Agnes de la que rehúyes? —preguntó Jimin descaradamente.

—La pelirroja con la que me acostaba —Yoongi tomó la salida fácil.

—Mnh. Ya.

Yoongi desbloqueó la puerta y la abrió, indicándole que pasara con la cabeza. Jimin atravesó el umbral, alegrándose de no necesitar una invitación de ningún humano. Aquel edificio debía tener propietarios sobrenaturales, y estaba seguro de que el amo no era otro que el vanidoso Yoongi Leone.

—Era una bruja —comentó Yoongi tras él.

—¿Tú también odias a tu ex? No sabes cómo lo entiendo —dijo Jimin comprando aquel lugar.

—La verdad es que no —prosiguió Yoongi, pasando junto a su hombro—. Ella era, literalmente, bruja —dijo con un toque de humor.

—Oh.

Las paredes eran de madera, como los tablones suelo. Los muebles, de roble y caoba, con largas cortinas de color beige y paredes de un precioso papel cobrizo y estampado. No había polvo, ni estaba mohoso. Se encontraba en muchas mejores condiciones que el andrajoso apartamento en el que él había estado viviendo en la calle North Laine.

Tenía un sofá, un radiocasete, una mesa, y la distribución le llevaba a una pequeña cocina, lo que parecía ser un cuarto de baño y un dormitorio con una cama mullida.

De vuelta al salón, vio a Yoongi subir la persiana que daba acceso a un balcón. El apartamento se encontraba en la zona trasera del edificio, haciendo esquina con la pendiente de una calle que descendía en picado hacia la zona este del puerto. Abrió la puerta de cristal, la cual chirrió levemente y entonces salió a la terraza para contemplar las maravillosas vistas al mar índigo. Jimin le siguió, descubriendo el frescor y la buena posición de aquel balcón.

Las estrellas plateadas centelleaban por encima del horizonte del agua. A lo lejos, podía verse el muelle, los barcos como pequeñas maquetas que flotaban adorablemente sobre una poderosa masa de agua salada. Jimin, desde pequeño los había mirado, preguntándose, ¿cómo podían navegar? ¿Cómo podían, siquiera, flotar, sabiendo que el fondo era tan oscuro y frío que podía devorarles?

—Siempre adoré las vistas de este apartamento —dijo Yoongi con las manos apoyadas sobre la barandilla—. Alquilé este sitio cuando me mudé a Brighton, enamorado de las vistas. El casero tenía noventaitrés años, murió antes de que convirtiera ese edificio en mi hogar.

Jimin contemplaba su perfil con curiosidad.

—Y, ¿toda esta gente vive... amenaza por ti? —formuló con humor negro.

Yoongi esbozó una sonrisa, giró la cabeza para mirarle finalmente.

—Cuando quieres vivir en paz, Jimin, debes cerciorarte de que desde la primera hasta la última hormiga obrera se encuentran de tu parte —le explicó aquel vampiro—. Si no, la gente te ve vulnerable. Pero yo, no les amenazo. A la mayoría les di un lugar donde vivir, un hueco bajo mi ala con unas determinadas condiciones. Todos hacemos por todos, trabajamos, nos cuidamos. Ellos tienen mi palabra, y yo, su lealtad. Es un intercambio justo y equivalente, ¿no te lo parece?

—Entonces, quieres que trabaje para ti —intuyó Jimin rápidamente.

La sonrisa de Yoongi le apagaba lentamente.

—Necesito una mano en otros barrios. Tienes tiempo libre. ¿Por qué no dejas de comerte a la gente, e inviertes tu lamentable eternidad en algo?

Jimin arqueó una ceja, con una sonrisa de comisuras.

—¿En serio? ¿Crees que esto va a reformarme? —bufó.

—¿A reformarte? No, pero te mantendrá entretenido mientras tanto. Todo cuanto necesitas es una oportunidad, ¿no, Jimin De Fiore? Estoy ofreciéndotela. Tómala —bajó la voz, volviéndose más ladino—. Únete a mí. Elige un nuevo camino.

Jimin contempló la situación. Era lo mejor que le habían ofrecido; un plan de vida, una idea para comenzar por algo. De hecho, era tan buena, que observó a Yoongi y declaró en su cabeza que él no iba a manipularle. No iba a venderle su alma al diablo, un diablo que prometía cosas imposibles y negociaba hasta con las falsas alas de la libertad.

—No —le rechazó Jimin, para su asombro.

Yoongi afinó los párpados. ¿Estaba loco? Estaba loco. El vampiro más tonto e irreverente que había conocido en una sola noche.

—Estás acabado —pensó en voz alta.

—Usted lo ha dicho, señor Leone —se burló Jimin.

Apoyó la cintura en la barandilla metálica, con el mar nocturno y la hermosa ciudad tras sus hombros. El aire salado le revolvía el frondoso cabello azabache, Yoongi le contemplaba preguntándose si era un perfecto estúpido o si su evidente atractivo influía en que no le quedara ni una sola neurona dentro de esa cabecita que tenía.

—No miro con deseo a las bailarinas, Yoongi. Me gustan los hombres jóvenes, como el de hoy —Jimin se mordió el labio inferior levemente—. Dices que soy libre de elegir, ¿no? Pues ya veremos lo que me apetece hacer —expresó con una terrible fatalidad.

Jimin abandonó el balcón abotonándose la cazadora. Yoongi se quedó rezagado, frente a las espléndidas vistas del balcón.

—Estas calles son mías. No te atrevas a desafiarme.

—No me importa morir —respiró Jimin—. Así que, si quieres pararme, hazlo. Sólo me estarás haciendo un favor.

Yoongi le soltó el brazo. En otra situación, se hubiera cargado a aquel ingrato rápidamente. Él no dejaba cabo suelto, nunca dejaba nada sin prever. No tenía ni idea de por qué acababa dejar marchar a Jimin De Fiore por la puerta. El pelinegro bajó la escalera, vio a Violet y Chester fumándose un cigarrillo en aquel cómodo sofá y ellos le miraron de soslayo. Después salió por la puerta, pasando junto al tal Marcus. Dejó atrás aquellas calles y el barrio, creyendo que también podría dejar atrás el impacto que la presencia de Yoongi Leone había tenido sobre él.

La siguiente noche, Jimin no fue al club. Se contuvo durante varios días hasta que no pudo controlar la imperiosa curiosidad por volver a verle, por volver a aquel barrio y saber más sobre ellos. En la puesta de sol, ya había entrado en el local, se dirigió a la misma barra y pidió lo de siempre, quitándose el sombrero para dejarlo a un lado. Esta vez, se tomó la copa de un trago. La música de jazz era suave, se encontraba acompañada de una melodiosa voz y un piano.

Yoongi Leone no estaba por ningún lado.

Sin embargo, el oído de Jimin captó una conversación tras las cortinas de terciopelo, tras la música, y provenía de la segunda planta.

—Es más rápido que tú, no podremos hacerlo, Cole.

—No lo entiendes. Él y su gente controlan ese barrio. Tienen riquezas y el control de toda la costa de la región. Hace años, era de los Pearson. Pero entonces, esa rata llegó y se colocó en un trono que no le corresponde. Ahora sólo somos lacayos al servicio de unos pocos.

—Baja la voz —chistó un tercer hombre—. Debe estar a punto de llegar.

—¿Habéis traído lo que debíais?

—Verbena sintetizada.

—Yo llevo la estaca.

—Bien. Debemos ser breves. Y arrancadle el colgante. Oí a esa bruja pelirroja decir que es lo que le protege de la luz...

—Le encadenaremos en el muelle hasta que salga el sol. Eso le desintegrará.

Jimin giró la cabeza en dirección a donde escuchaba las tres voces. Estaban fuera de sus vistas y la conversación era difícil de discernir debido al resto de diálogos que se entremezclaban en sus oídos y se veían interferidos por las notas musicales.

Pero tenía la suficiente información y sólo tenía que esperar un poco. Un poco.

Dos horas pasaron hasta que Yoongi Leone llegó al club. No iba acompañado, pero se encontró allí con un rostro humano que parecía conocer por negocios. Los ojos de Jimin y de Yoongi se cruzaron unas décimas de segundo; lo suficiente para que el vampiro más joven supiera que él le tenía localizado.

La noche transcurrió con una relativa normalidad, Jimin sentado en la barra, fumándose un cigarrillo mientras el séquito de bailarinas eróticas hacía finalmente su aparición para calentar la bragueta de cada uno de los asistentes masculinos. Él, mientras tanto, dejaba la vista perdida sobre uno de los jóvenes camareros, de piernas largas y ojos azules. Era guapo, pero el color de sus ojos le perturbaba. Jimin se decía, usualmente, que nunca, jamás, volvería a enamorarse de alguien de ojos azules. Odiaba ese tono intenso, odiaba recordar el susurro de Sui y todo cuando deseaba era que algún día pasara el suficiente tiempo para que su rostro se desdibujase de su memoria. Le daba náuseas pensar siquiera en amar a alguien.

No entraba en sus intereses, si bien, últimamente, sí que le apetecía tener sexo con alguien.

—Hola, cariño —oyó la voz de una chica.

Una delicada mano se posó sobre la suya, en su regazo, Jimin se vio asaltado por la espontánea aparición de una joven y atractiva mujer. Llevaba un vestido descocado, de plumas y lentejuelas, con un generoso escote donde los voluminosos pechos quedaban a la vista, cuyo borde inferior y dorado terminaba justo por encima de la parte superior de los muslos. Las medias eran de una finísima rejilla, y los zapatos rojos y brillantes, acabados en puntas.

—Siempre te veo muy solo por aquí. ¿Te apetece compañía?

Jimin no se cortó en mirarla, pero todo cuanto le interesó fue su bonito y largo cuello. Ni los pechos, ni los muslos, ni esos carnosos labios. No obstante, cuando se trataba de comida, no podía discriminar a nadie.

—Sí. Me encantaría —mintió Jimin con nuevas intenciones.

Oyó un golpe seco en algún lado y giró velozmente la cabeza en la dirección. Se había perdido algo, algo de lo que nadie se había percatado. Yoongi ya no estaba en la mesa. Aquellos hombres también habían desaparecido. La mano de la mujer trepó desde su rodilla hasta la zona interior del muslo, junto a la ingle. Le acarició lenta y sutilmente el miembro por encima del pantalón, insinuándose y desconcertado al vampiro.

—¿Qué tal si me acompañas arriba? Hay varias habitaciones —sugirió la joven.

Jimin se levantó rápidamente del taburete, dejándola plantada tras él. Movía la cabeza en todas las direcciones. ¿A dónde diablos habían ido? ¿Dónde estaba aquel maldito vampiro?

Salió del club en menos de un minuto, golpeando la puerta con ambas manos. Pudo ver cómo varios hombres arrastraban un cuerpo inerte maniatado con unas cuerdas. El cuerpo, no era otro sino el de Yoongi. Tenía la piel cetrina y cubierta de venas, como si se hubiera convertido en piedra.

Jimin atravesó la distancia velozmente, casi no le vieron venir, pero el olor a verbena era notable, y de un empujón, lanzó a un hombre a varios metros y al otro lo pateó derribándolo. Sus ojos fueron a parar a Yoongi, y más de cerca, pudo ver lo que había sucedido: le habían matado. Tenía una estaca de atravesándole el pecho, el corazón, de ahí el tono cetrino El tercero sacó un frasco de cristal del bolsillo y arrancó el tapón de corcho con los dientes.

—Ven aquí, puto monstruo. Ven a por mí. ¡Vamos!

Jimin tensó los labios, mostrándole los colmillos. Su rostro se deformó por el enfado y su desafío, bufó antes de lanzarse y clavarse en su cuello como una bestia desprovista de compasión. El hombre le tiró por encima el frasco, cuyo líquido se derramó en su cara quemándole la piel y los ojos. El frasco cayó al suelo y se partió en pedazos, pero Jimin no le soltó el cuello, padeciendo los efectos de la sustancia corrosiva de la verbena.

En unos instantes, perdió la visión de los ojos. La verbena penetraba en su piel, en la carne, en las córneas, provocándole un terrible chillido de dolor. El cuerpo del hombre acababa de caer en el suelo, con una herida tan terrible y desgarrada en el cuello, que su vida comenzó a escapársele por segundos. Las manos de Jimin tocaban el cemento, su respiración era rápida y enfermiza, intentaba recomponerse de aquel dolor que le impedía sanar o siquiera escapar del suplicio.

Entonces, escuchó un ruido húmedo, un trozo de estaca tocando el suelo y rodando sobre el asfalto. El sonido de unas cuerdas desgarrándose y deslizándose. Sin visión estaba completamente desnudo ante el peligro. Percibió cómo algo se acercaba a él y rápidamente bufó, arañó a lo que fuera, hasta que unas firmes manos, más fuertes que las suyas, le agarraron por las muñecas.

—Mírame —le exigió la voz grave de Yoongi.

¿Yoongi? Era imposible. Lo había visto muerto unos instantes antes. Muerto. Muerto de verdad, con una estaca perforándole el pecho, y él, convertido en cadáver, como una roca maciza e inmóvil sobre el suelo.

—N-No puedo ver nada —jadeó Jimin—. M-Me han cegado. Estoy ciego.

Los pulgares del otro vampiro le sujetaban las mejillas. Jimin nunca había sufrido un ataque de verbena; sabía que era la planta más peligrosa del mundo, anti-vampiros, un veneno capaz de inmovilizar, destrozar y torturar el organismo de un vampiro. Pero desconocía hasta entonces sus efectos y qué tipo de infierno representaba para ellos.

—Están volviendo, dramático. Cuenta unos segundos más.

Jimin exhaló nerviosamente el aliento. Estaba pestañeando, pero todo era negro. Negro y más negro, dolía y hormigueaba. Y en unos segundos, ya no había dolor si bien continuaba escondiendo como pimienta en los ojos y en la piel del rostro. Poco a poco, una imagen comenzó a dibujarse en sus retinas. Luz nocturna, azul índigo, un pelo tan claro que se veía plateado bajo la luz de las estrellas. Los ojos negros y el rostro pálido, ovalado y afilado.

—¿Me ves? —formuló Yoongi mientras Jimin recuperaba la vista.

El otro asintió imperceptiblemente con la cabeza. Le vio con una perfecta nitidez en unos segundos más; el tacto de los humanos le había parecido excesivamente caliente desde que era vampiro. Perturbador por el olor de la piel y el bombeo de la sangre en la garganta. Cuando era humano, pensaba que Sui era demasiado frío, nada acogedor. Pero en ese momento, siendo un ser nocturno más, percibió que el tacto de Yoongi no era gélido. Estaba a su temperatura y le notaba sutilmente cálido sobre la piel tirante, previamente quemada de su rostro, que ahora se recomponía poco a poco.

—Ya ha pasado —Yoongi le soltó la cara en cuanto le vio pestañear, enfocando correctamente las pupilas en él.

—Estabas muerto.

—No.

—Sí, estabas gris. Te habían clavado una estaca en el corazón. No te movías —aseguró Jimin. Giró la cabeza, fijándose en el taco de madera puntiaguda manchado de sangre que yacía a unos metros—. ¿Cómo has vuelto? Ningún vampiro sobrevive a eso, ninguno —dijo con desconfianza.

—Es mi terrible maldición, Jimin De Fiore. Tú quieres morir, mientras que yo, simplemente, no puedo optar a ello —reveló Yoongi.

Jimin le contemplaba atónito.

—Eres un puro —acertó astutamente—. Eres un vampiro puro.

—Bingo, querido —Yoongi se levantó del suelo, recolocándose la chaqueta negra.

Jimin imitó su movimiento, pero esta vez, alcanzó estaca ensangrentada que había en el suelo y se incorporó muy rápido. El olor a sangre humana cercana le mareaba, estaba disparando su ansiedad, sus sentidos. Debía matar a Yoongi. ¿Yoongi era familiar de Sui? ¿Otro Leone?

—¿Qué vas a hacer con eso? —formuló Yoongi muy quieto, vislumbrando la manera en la que el otro apretaba la estaca entre los dedos—. Ahora, ¿te arrepientes de no haberme matado la primera noche?

—Sui Leone —escupió Jimin—, tu hermano...

Yoongi se sintió inesperadamente desencajado. Llevaba demasiado sin escuchar ese nombre, demasiado tiempo sin verle y sin recordar los traumáticos hechos que habían marcado su vida. Tanto, que Yoongi había olvidado que una vez tuvo una familia. Pues ahora tenía otra, una que él mismo había formado con sangre y sudor, y ahora dominaba las costas de Brighton.

—¿Qué sabes tú de él? —dudó Yoongi, con las manos en los bolsillos.

—El diablo está muerto. Un cazador lo mató.

Yoongi sintió una extraña sensación de desazón. ¿Le dolía, pensar en que Sui finalmente había perecido? ¿O tan sólo era la mención a ese tenebroso cazador cuya existencia conocía? Sus ojos negros actuaban como una cortina opaca, imposibilitando el descifrar qué había detrás. Jimin notó una levísima, pero puntiaguda reacción en el vampiro puro.

—¿Dónde fue la última vez que le viste?

—Shadowfell, Virginia. 1873. Por su culpa, morí —expresó Jimin en tensión—. Pero no sin antes destrozarme, manipularme y joderme la vida —dijo con los ojos colmándose por lágrimas de rabia—. Desde ese día, me juré que, si volviera a cruzarme con un Leone, lo mataría. Y Satanás debe saber a quién poner en mi camino, por eso me he topado contigo.

En la distancia de unos metros, se miraban. Yoongi estaba quieto, como una estatua. Pero en su rostro había tensión y un ligero resquemor. No era por miedo, sino por algo más que entonces liberó.

—Mi hermano mayor, Sui, me abandonó —expresó Yoongi lentamente, con la verdad enlazándose en su voz. En siglos, era la primera vez que liberaba aquello en voz alta—. Me dejo, cuando todos me dieron la espalda. Sabes lo que se siente, Jimin. Es lo que me dijiste la otra noche, cuando te quise matar. Me vi reflejado en tus ojos, oyéndote hablar. Yo era joven e inexperto; me sentí desamparado y perdido, pero tenía tanto potencial... Un rey sin corona. Porque nosotros, Jimin, no somos repudiados, somos mucho más. Fuimos la última opción, el último escalafón de nuestra familia. Por eso no acabé contigo. Somos iguales, querido.

De repente, Yoongi extendió una mano. Se la ofrecía a él, con dedos largos y blancos. Los recuerdos de lo que Sui le contó hace años eran confusos. ¿Él mató a su familia? ¿Lo hizo, de la misma forma que el propio Jimin había acabado con su padre? Si era así, podía comprenderlo. Eran pobres diablos, lastimados, arrepentidos, que buscaban la redención.

—Si el mundo nos dio la espalda, ¿por qué no construir un nuevo lugar donde puedan adorarnos? —preguntó Yoongi.

Aquella noche, pudo haber pensado que le mentía. Pero decía la verdad, como que el cielo era azul y los árboles tenían flores en primavera. Y Jimin, sin saber por qué, se acercó y posó la estaca en su palma. Yoongi la apretó entre los dedos.

—Encarguémonos de los dos que quedan con vida —indicó el mayor con la cabeza—, ¿te apetecería compartir la cena, Jimin?

*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo y los capítulos anticipados en Patreon.com/chispasrojas.

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