Capítulo 4
*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo y los capítulos anticipados en Patreon.com/chispasrojas.
Capítulo 4. Los recuerdos de Inglaterra
Brighton, Inglaterra
1920
Jimin empujó la puerta de un club y encontró el lugar más prestigioso de la noche. Tapiz rojo en las paredes con bordados de oro, al fondo, un escenario de un pulcro negro, con un micrófono metalizado y unas estupendas cortinas a juego. La voz de la cantante llenaba todo el lugar con tonos cálidos y dorados. Los asistentes bebían en copas de champán, vestían esmóquines de etiqueta, vestidos cortos y llamativos, con lentejuelas. Compartían algunos deliciosos bocados, fumaban en pipa y largos cigarrillos que llenaban de humo el ambiente del local. Jimin se sentó junto a la barra para tomar una copa, le atendieron en un instante y el carajillo que tomó el trago chirrió las papilas que tenía bajo la lengua. Nada había vuelto a ser igual desde hacía 47 años, el alcohol no sabía igual, tampoco le bailaba la cabeza a no ser que hincara los dientes en algo.
Y ese era el problema, el ansia, el frenesí. Se desquitaba del dramático estrés alcoholizándose con la sangre, y llevaba años tratando de comprender qué era lo que fallaba en él. ¿La traición de su hermano mayor? Eso pesaba, sí. Jungkook se había largado al extranjero en busca de una forma de traer a Sui de vuelta, o, en su defecto, aniquilar a todos los responsables de que aquella noche, el amor de su vida fuera asesinado y los dos perdieran su alma humana en el proceso. ¿El único amor de su vida había jugado con su mente? Otra carga más sobre su espalda. Pero todo cuanto le dolía se resumía en los flashbacks que todavía le perseguían de sus primeras veinticuatro horas como vampiro.
Flashback
Shadowfell, 1873
Una vez que despertaron, trataron de esconderse resistiéndose a la repentina ansiedad por la sangre. Pero el bosque estaba lleno de soldados militares, y la ira, la ansiedad, la angustia, no tardaron en florecer en los dos hermanos. Tanto Jimin como Jungkook se alimentaron de un par de hombres a los que asesinaron antes del mismo amanecer. El sabor de la sangre no era para nada metálico, pues era deliciosa, dulce y caliente, como una manzanilla con miel y una pizca de limón. Ambos descubrirían más tarde que cada humano tenía una esencia distinta, en ocasiones más agradable, otras veces estimulante, y en otras, para nada confortable. Pero la sangre, sangre era, y sus músculos, sus piernas, sus pupilas, se llenaban de una energía y vigor que jamás habían sentido. Era el afluente de la vida, la esencia de los dioses corriendo bajo sus lenguas. Cuanto más tomaban, más fuertes y poderosos se sentían. De repente, sus pies ya no tenían por qué hacer ruido sobre la hierba. Podían dejar de respirar si querían, no necesitaba parpadear o descansar en un lugar mullido. Podían cambiar eso, podían cambiarlo todo si continuaban tomando sangre.
Una de las brujas del pueblo, una Rey a servicio de Sui Leone, les entregó los anillos que el vampiro puro les había mandado hechizar para ellos como regalo de despedida, y como la promesa única de que, algún día, volverían a estar los tres juntos. Y allí, en el establo de la familia De Fiore, se marchó al amanecer. Los anillos les protegieron del sol de esa madrugada nunca antes tan resplandeciente ante sus pupilas, pero no de una existencia condenada y fría.
El primer rayo de sol acarició la cara de Jimin, pero no le calentó. Ya no era cálido, ahora sólo era un enemigo que permanecía en silencio en la distancia, deseando algún día reducirles a cenizas.
Jimin fue consciente de aquello desde el primer momento; una eternidad destinada a la soledad, al consumo de la vida de los otros a cambio de contemplar aquel nítido paisaje con unas pupilas que le permitían ver las verdes colinas cubiertas de niebla a kilómetros. El olor de la maleza, el piar de los pájaros, incluso el viento entonaba las notas de su silbido como una melodía en sus tímpanos.
Era hermoso, sí. Pero Jimin también estaba aterrado. Cuando cerraba los párpados, montones de escenas que Sui le había obligado a olvidar regresaban a él; su primer mordisco, sexo en el carruaje de la familia, sus besos con el labio inferior manchado de sangre después de morder a la sirvienta de la cocina que suspiraba por él. El dedo pulgar de Sui, sujetándole el mentón, musitándole con voz de caramelo que dejara de tener miedo, que dejara de sentir rechazo a él. Le había obligado a amarle. Le había obligado y se lo había creído. Y por tres años, Jimin había vivido sumergido en una falsa sensación de amor, cuanto todo lo que quería sentir era terror.
Jimin giró la cabeza, contemplando a su hermano Jungkook. ¿Él había vivido lo mismo? ¿Estaba dándose cuenta de todo, como él, en ese mismo momento? Tenía la esperanza de poder abrazarle y unirse para superar aquello juntos. Le necesitaba. Necesitaba a su hermano mayor, a quien había rechazado, apartado, colocado en segundo lugar por culpa de Sui.
Jungkook De Fiore era lo único que le quedaba en aquel otoño del 1873.
—Estamos malditos. Nos ha convertido en él —decía Jimin con un timbre traumático, tembloroso y flojo—. Esto es lo que él quería, que fuéramos demonios. Que estuviéramos atados a él de por vida.
Se pasaba los dedos nerviosos por encima del anillo plateado que ahora empuñaba en el índice. Jungkook iba de un lado a otro, sus iris permanecían de un rojo caliente, candentes, como las brasas vivas bajo el negro y denso carbón de una mina.
—No nos ha convertido él. Nos mataron esos hijos de puta —clamó Jungkook con voz rasposa—. Y el cazador se lo llevó. Nos lo ha quitado.
—¿No te has preguntado por qué diablos iba ese cazador tras él? —cuestionó Jimin—. Estábamos equivocados. Sui es un diablo, Jungkook.
Jungkook le miró de soslayo, con una mirada molesta y cínica.
—¿Qué insinúas?
—Tal vez se lo merecía. Quizá... Quizá él no es quien creíamos que era. No le conocemos de verdad. Todo este tiempo ha sido una ilusión. Una mentira.
Jungkook no pudo con la rabia. Sui le había dicho a él que le quería. Le había dedicado sus últimas palabras a él, y ahora, ¿se permitía caer en la duda? El mayor de los hermanos lanzó la baratija que sostenía en la mano contra una pared del establo. El objeto atravesó la madera creando un agujero. Jungkook se miró su propia mano, maravillándose fugazmente por su fuerza.
Habían matado en el bosque, alimentándose. Lo habían hecho y ahora estaban fuertes, poderosos, eran inmunes al sol y habían recibido la bendición de una segunda vida.
—Para mí no lo era. Sui no era una fantasía, era real —dijo Jungkook con frialdad y entonces su timbre cobró fuerza—. Esta segunda vida que me ha sido concedida no perecerá en vano. Yo vengaré su muerte.
Acto seguido, Jungkook arrancó el paso para salir de allí precipitadamente. Jimin se movió a una velocidad desconocida y le atrapó por el brazo, deteniéndole frente a la puerta.
—No puedes irte. Tenemos que estar unidos —exclamó Jimin—. ¡No puedes marcharte ahora!
—Claro que me voy —Jungkook se deshizo de su mano con una sacudida—. No esperaré aquí sentado, hermano. ¡No dejaré que esto pase!
—Jungkook, ¡Sui nos ha destrozado la vida! ¡Estamos malditos por su culpa!
—¡Entonces, quédate aquí y laméntate por una eternidad! —gritó Jungkook.
Los ojos casi se le salían de las órbitas. Jimin sintió la misma bofetada de rabia por él. El mismo dolor, profundo y latente, en un pecho donde ya no hablaba su corazón.
—Nuestro padre nos matará si nos encuentra, de todos modos —añadió el mayor—. Él perdió la capacidad de amar cuando nuestra madre murió.
Jungkook se marchó esa madrugada, y Jimin estuvo años, décadas, sin saber nada de él. Le costó abandonar Shadowfell una barbaridad, pero antes de hacerlo, le hizo una última visita a la casa familiar de los De Fiore. Esperó hasta el crepúsculo del atardecer, escondiéndose tras las alargadas sombras de la torre del reloj del pueblo. Entre los espesos árboles y la maleza cercanos a la casa. Aquellas veinticuatro horas se había sentido sediento, ansioso, asustado por todos sus sentidos amplificados y por el oleaje de recuerdos en los que Sui había interferido, y que ahora regresaban a la orilla de su mente. Quería ver a su padre una última vez, deseaba enfrentarse a él.
Cuando Jimin se cruzó a una sirvienta, la mujer le sugirió que entrara y el hechizo del umbral de la puerta se desvaneció. Aquel hogar, parecía ser más del personal de limpieza que vivía en la casa, que de su propia familia. Jimin pasó y subió hasta su despacho. Tras empujar la puerta, se bajó la capucha, miró a los ojos a su progenitor, quien estaba escribiendo con una pluma de tinta.
—¿Hijo? —formuló Edward, asombrado—. Imposible.
Jimin se quitó la capa, sus ojos se volvieron más grandes contemplando el cuello de su camisa, manchado de sangre seca.
—No, te has convertido en uno de ellos...
Edward se levantó de la butaca, con el labio inferior tembloroso. Introdujo una mano bajo la mesa, buscando algo a tientas.
—Escucha, padre. Tenías razón con Sui. Él nos controlaba, se metió en nuestra cabeza, no pudimos evitarlo...
—¡Eres un monstruo!
—¡¿Qué!? ¡No! —jadeó Jimin—. ¡Yo no soy como él, he venido a redimirme!
—¡Mandé que os mataran en el bosque! ¡Teníais que haber perecido allí! —reveló su padre.
Jimin se quedó paralizado. No podía ser cierto, su padre no podía haberles hecho aquello. Deseaba por todos los medios olvidar aquella pesadilla, seguir con su vida, olvidarlo todo...
—Necesito tu ayuda, Jungkook se ha ido —exhaló sin asimilarlo.
Entonces, Edward sacó una estaca en su mano. Apuntó a su hijo, musitando con horror:
—Tenía que haberos matado mucho antes. En cuanto Li-Anne murió, yo sabía que seríais mi mayor carga...
Jimin retrocedió unos pasos con los ojos llenándose de lágrimas.
—Siempre has sido así. Frío. Distante. Cruel —manifestó Jimin contemplando su locura—. Jungkook me lo dijo y yo jamás le creí... Me refugié en Sui...
—Porque sois demonios. Sois demonios, por eso... por eso debí haberos liberado mucho antes. Mi pequeño hijo, moriste en aquel bosque y hoy has vuelto a por más —masculló débilmente el padre, con los ojos llenos de lágrimas—. Sabía que la bruja de tu madre sólo me traería problemas.
El vampiro sentía cómo todo le daba vueltas. Su padre estaba fuera de sus cabales. Que quería matarles, incluso cuando ellos habían sido un par de jóvenes inocentes que un día creyeron tener una familia. Y entonces, el joven pelinegro sintió el odio, la punzada aguda de la rabia y el dolor. Y por un momento, se dejó llevar por ello.
—Ven a por mí —susurró Jimin con un tono casi inaudible.
Edward levantó la estaca y corrió hacia él liberando un grito. Era un hombre de mediana edad, no demasiado corpulento, con canas y una propensa calvicie. Apuñaló a Jimin en el pecho, demasiado cerca del estómago, por lo que la punta de madera no se acercó ni remotamente a su corazón.
Jimin estaba quieto, casi petrificado, con los ojos llenos de lágrimas y cólera. Su propio padre le había apuñalado, la madera de aquella estaca le abría la dura carne con una pasmosa facilidad, como si se tratara de una espada incandescente. Lo siguiente que sucedió fue puro instinto; Jimin le quitó la estaca a su padre de la mano, se la arrancó de la carne y lo agarró del cogote clavándosela a él. La herida de su abdomen liberó un fugaz rastro de sangre, Edward jadeó, gruñó retorciéndose contra su hijo, pero Jimin la hundió más y más. Cerró los párpados e inspiró profundamente el aroma de la sangre humana. Volvió a abrirlos con los iris salpicados por ascuas calientes, venas oscuras se marcaban alrededor de sus párpados, ensombreciendo su expresión demoníaca.
—Tenías razón padre. Soy un demonio, hijo de otro demonio incompasivo, como tú —siseó Jimin casi como una serpiente.
Entonces, abrió la boca con amenazantes colmillos y le mordió.
Mató a su padre esa misma noche, en su despacho, tomándose su sangre hasta aliviar el dolor. Porque todo cuanto sentía Jimin era dolor, desprecio, odio, autocompasión.
Se odiaba a sí mismo, un odio desmesurado y sin control. Y lo único que lo saciaba era la sangre. Estaba solo en el mundo. Sin hermanos, sin madre, sin padre, sin amor...
Fin del flashback
En la barra de aquel conocido local nocturno de Brighton, Jimin se llevó el trago de licor a la boca y lo notó demasiado amargo. Tan amargo como él y su soledad. No había día en el que no se planteaba mirar al sol y librarse el anillo de luz que le protegía para calcinarse vivo. Quizá era la mejor forma de morir, no tan rápida como una estaca en el corazón, por supuesto, pero al menos purificaría cada uno de los pecados que en aquellos cuarenta y siete años había cometido.
Porque era irónico ir a la capilla, poder entrar sin permiso y admirar a una de esas representaciones de Jesucristo con la misma altanería con la que él lo hacía. Siempre se preguntaba, ¿me ves desde ahí arriba? ¿Te ríes de mí? Y luego deseaba que un rayo divino cayera desde la cúpula y le matara. Porque si su padre lo hubiera hecho la noche en la que él le pidió ayuda, se hubiera ahorrado demasiadas cosas. Se hubiera evitado varias décadas comportándose como un perro hambriento y consiguiendo todo lo que quería, mientras olvidaba quién realmente era.
El sonido más cercano de una risa petulante desconcentró a Jimin de sus pensamientos. Él giró la cabeza, vislumbrando al grupo de hombres que se sentaban en una de las mesas que se hallaba en una esquina del bar. La música era agradable, pero sus risas le ponían de los nervios. Esa primera noche, contempló al puñado de humanos borrachos, probablemente ricos, bien vestidos, pero mal hablados, que siseaban acerca de las faldas demasiado cortas de las bailarinas, de las longitudes de sus piernas, y de una hierba especial que habían traído en barco desde Francia.
En el centro del sofá de cuero negro se encontraba un joven apuesto de rostro asiático. Su cabello era de un rubio tan claro que parecía blanco, llevaba un traje marfil con una camisa oscura por debajo, pajarita blanca cerrada en el cuello, un reloj caro en la muñeca y unos zapatos de un reluciente charol negro. Era extraño ver un rostro asiático por allí, pero las ciudades costeras como las de Brighton traían las caras más especiales que venían en barco desde otras partes. Brighton, en esa década, era ciudad de intercambio, de mercantes, burgueses y gente de la marina.
Los ojos del aquel tipo y los suyos se cruzaron un ese instante, él levantó el mentón con la sonrisa apagándose, se tocó la pajarita, contemplándole en la distancia. Jimin desvió la mirada tras unos segundos. No fue la única vez que le vio en aquel club, el cual comenzó a visitar cada noche de cada semana, siempre sentándose en el mismo taburete de la barra junto al humo de los largos cigarrillos y las piernas desnudas de las hermosas bailarinas que danzaban sobre el escenario.
Jimin no volvió a girar la cabeza ni a mirar en aquella dirección, pero su agudo oído detectaba el timbre de su voz.
—Señor Leone, el cargamento todavía no ha llegado. Sullivan cree que la mercancía estará lista para el domingo —dijo un hombre.
Jimin se mordió el labio inferior. ¿Leone? ¿Cómo Sui? Debía ser un broma.
—No esperaré hasta el domingo —declaró el tal Leone con una fría voz—. Debió llegar el lunes. Ese fue mi ultimátum, Ron.
—Le suplico que nos dé unos días más, señor. Le prometo que...
—Ronald, ¿cuál fue nuestro trato? —interrumpió el otro—. Oh, sí. Yo dejaba que te marcharas con tu mujer, esa tal, ¿Mariah? Y luego, tú cumplías con lo que acordamos dentro de la fecha establecida. Bien. No lo has cumplido —el hombre clavó los codos sobre la mesa, cruzó los dedos y apoyó el mentón sobre estos—. Yo me quedaré con tu Mariah. ¿Qué te parece? Tú te quedas con mi mercancía y yo con tu amorcito.
—Se lo he dicho —se mantuvo estoico, con un timbre tenso—. Dos días más.
Entonces, el señor Leone levantó un par de dedos y le llamó la atención a una joven guapísima que pasaba por allí. Llevaba un vestido corto de tirantes y lentejuelas blancas. Su cabello negro se encontraba recogido en un moño, con mechones ondulados y una bonita diadema cruzándole la frente, con un par de esponjosas plumas flotando sobre su oreja.
—Mariah, cielo, ¿por qué no te acercas por aquí? —la llamó Yoongi.
—Cariño —le saludó a Ron con una sonrisa, y luego se inclinó ante Yoongi—. Buenas noches, señor Leone.
Su pareja negó con la cabeza, transmitiéndole que no todo iba demasiado bien. Yoongi palmeó su propio muslo, indicándole a Mariah que se sentara. Con la mandíbula muy tensa, se acercó a la mesa pasando junto a su pareja, dobló las rodillas y se sentó en el regazo del vampiro. Yoongi le pasó una mano por la nuca, apartándole los mechones de cabello que se ondulaban tras su oreja y escapaban del recogido.
Jimin no se perdió detalle de aquel evento, con los ojos muy abiertos, observó desde la barra la tensa escena que todo el mundo parecía ignorar.
—¿Cómo has pasado el día, encanto? —le preguntó Yoongi a la mujer.
—Mucho trabajo...
—Pero esta noche estás preciosa. Pendientes de oro, un perfume caro, y, ¿ese vestido es nuevo?
—Sí. R-Ronald me lo regaló.
—Oh, Ronald se lo regaló —repitió Yoongi con una sonrisa siniestra.
Sus iris se cruzaron con los del hombre, quien yacía aterrorizado sentado justo al otro lado del sofá de media luna que rodeaba la mesa.
—¿Ocurre algo, señor Leone? —preguntó Mariah mirándole.
Fue un gesto osado, cargado de una importante valentía en sus ojos. Yoongi intuyó de donde venía esa repentina chispa. El amor, una emoción fatídica capaz de hacer que hasta los más equilibrados tomaran decisiones tan terribles como absurdas.
—Sí, querida. Ronald te intercambió por un cargamento de cocaína. Verás, colocamos cosas que nos importan, tesoros, elementos valiosos en una balanza. Él te utilizó como moneda de cambio, como su aval —le contó de forma retorcida mientras sus hombros se volvían rígidos—. Eso lo convierte en un hombre deplorable.
Mariah apretó los labios conteniendo un sollozo. Sus ojos ya estaban cargados de lágrimas y estupefacción. Ronald, desde su asiento, tensó los puños y estuvo a punto de levantarse.
—Déjala en paz. O te mataré yo mismo —se atrevió a jadear con un mascullo.
Yoongi ni siquiera se inmutó.
—Oh, no, no, no. No llores, Mariah, no voy a hacerte daño —musitó el vampiro a continuación.
—Le ruego que le perdone a él. Por favor —respiró la chica.
Yoongi consideró lo noble que parecían sus intenciones. Podía haberla matado allí mismo, aunque no le apetecía ponerse sangriento. Su segunda opción era la de morderla delante de su pareja, succionar hasta la última gota de sangre, permitiéndole ver cómo la vida de sus ojos se desvanecía bajo la orden de «no hables, no te muevas». No obstante, Yoongi miró de soslayo a Ronald y le concedió el beneficio de no quitarle a su novia. No. Todavía.
Si le perdonaba la vida a la chica, era porque ella lo valía.
—Está bien, cariño —dijo Yoongi con suavidad—. Bésame.
Su orden era clara y directa. No manipulaba su mente, lo cual era todavía peor. Sus dedos le acariciaban la barbilla suavemente, mientras ella giraba la cabeza. Los ojos de Mariah se posaron sobre los finos y rojizos labios de aquel hombre, inclinó la cabeza y le besó.
Jimin se relamió desde su asiento. Intuía que se trataba de una mafia costera, esas eran de las peores, las más terribles y peligrosas. Dominaban el mar, las salidas y entradas de mercancías, tenían controladas a la policía y la economía de la región. Y lo que era peor, nadie se atrevía a levantarles la voz.
El vampiro contempló aquel beso desde la distancia, vislumbrando cómo la situación se volvía perturbadoramente erótica. Yoongi le bajó un tirante del vestido con unos dedos que reptaron por su hombro y le apretó un pecho con la mano frente a Ronald. Él se contenía, con los nudillos blancos de tantos apretar los puños. Finalmente, cuando la mano de Yoongi se deslizó por el muslo, levantándole la falda por la ingle a la chica, Ron golpeó la mesa.
—¡Basta ya! ¡No te perdonaré esta humillación, Yoongi Leone! —bramó, rojo por la ira.
Yoongi le miró con las cuencas oscurecidas y los iris encendiéndose como las brasas, abrió la boca y le mostró unos colmillos largos y agudos. Jimin abrió la boca.
—Aprende a cumplir tus promesas, miserable criatura —chistó Yoongi con soberbia.
«Vampiro», exclamó Jimin en su cabeza. El primero que se cruzaba en varias décadas, desde su marcha de Estados Unidos. No era fácil encontrarlos, la mayoría se movían como almas en pena y sólo por la noche. Pero juraría que le había visto entrar más de una vez al atardecer y estaba seguro de que el sol no suponía un problema para él... ¿Cómo era posible?
Jimin estiró el cuello, tratando de buscar algún anillo en sus dedos. Pero una de sus manos quedaba fuera de su visión, y la otra, que mantenía en el costado del muslo de la joven, presentaba los dedos desnudos, largos y blancos, de las uñas perfectas.
—No voy a permitirte esto. No te lo permitiré —replicó Ron con ira.
—Ronald, ¡cállate! —exclamó Mariah—. ¡Cállate de una vez!
—No tienes que hacer esto. No tienes que permitirlo —discutió Ronald levantándose.
—Estoy haciendo por ti ¡lo que tú no has sabido hacer por mí! —le señaló con el dedo.
—Ja, ja, ja, ja —Yoongi liberó una espontánea, oscura y melodiosa risa, sin soltarle la cintura a la chica—. Díselo tú misma, cielo. Adelante —parecía estar disfrutándolo.
Jimin estaba alucinando, ¿ese vampiro, acababa de provocar una pelea a propósito? Y lo más probable, es que fuera una brecha insanable entre ambos. Era cruel y magistralmente astuto. Entonces, apartó la mirada preguntándose qué tan peligroso podía ser. ¿Debía ayudarles? ¿Podría matarle el mismo? Jimin sabía que un vampiro mayor, siempre era más fuerte. Si Yoongi le sacaba algunos años, no podría ni partirle el cuello para quitarle de en medio temporalmente. Debía ser cuidadoso. Podía ayudarles.
Él terminó su copa, pagó el trago dejando unas monedas sobre la barra y luego se desplazó por el local, buscando un lugar más apartado donde quitarse de la vista, sin perderse ningún acontecimiento.
La discusión se extendió por unos segundos más, hasta que Ron abandonó la mesa. Atravesó el club encendiéndose un cigarrillo y salió por una de las puertas traseras. Entonces Jimin escuchó algo que provenía de la boca de aquel monstruoso ser:
—Encanto, me encantaría cumplir tu petición de perdonar a ese cerdo. Pero no puedo darle más oportunidades a alguien carente de valor, quien falta a su palabra, para después amenazarme. Espero que puedas comprenderlo. Y si te amara, jamás te hubiera puesto en juego —musitó Yoongi en lo que se levantaba de la mesa. Rebuscando en el bolsillo interior de su chaqueta marfil, sacó unos cuantos billetes que contó entre los dedos y deslizó sobre la mesa, en su dirección—. Cómprate un vestido más bonito.
Esta vez, Jimin le vio atravesar el local en la misma dirección. Él se guardó las manos en los bolsillos del pantalón, caminó entre la multitud de gente y agarró una silla de madera. Sin que nadie se percatara, golpeó con la rodilla el extremo de una pata y la partió con las manos, llevándose con él un trozo afilado y astillado. Mientras la música de las bailarinas resonaba con notas estridentes al ritmo de una escandalosa trompeta, Jimin se guardó el peligroso trozo de madera en el interior de la chaqueta.
Al cabo de un minuto, empujó la misma puerta trasera del local con el hombro y salió al exterior. El ambiente olía húmedo, a lluvia, a sal, a combustible. El edificio era de ladrillo negro, el suelo de cemento descendía en una pequeña escalera en dirección a un callejón donde se amontonaban un puñado de contenedores de basura. La única farola del lugar arrojaba una luz mortecina, que emitía un ligero parpadeo de vez en cuando.
Jimin oyó un gruñido gutural al otro lado. Sus pupilas vislumbraron con claridad lo que sucedía en la zona menos iluminada; Ronald yacía contra la pared, retorciéndose mientras aquel demonio le mordía el cuello. Él abría la boca, pero no podía gritar. La escena era tan terrible, que a Jimin se le revolvieron las tripas. Se metió la mano en la chaqueta, dispuesto a sacar la estaca, y entonces, Yoongi le soltó.
Cuando se dio la vuelta, su boca se encontraba manchada por la sangre. El labio inferior goteaba, se pasaba la punta de la lengua por este, relamiéndose el sanguinolento rastro con ojos tan negros como la noche.
Jimin sacó la estaca de la chaqueta y levantó el brazo a una gran velocidad, pero Yoongi lo atrapó en el aire. Sus rostros se acercaron peligrosamente, la sangre llegó al olfato de Jimin provocándole entrecerrar los ojos.
—Te recomiendo que no te hagas el héroe. Esta no es tu película, principito —declaró Yoongi.
—No. No —gimió Jimin en voz alta, deseando que el olor de la sangre no le perforara.
Pero las cuencas de sus ojos ya se habían oscurecido, llenándose de oscuras y vibrantes venas que nublaban todos sus sentidos. El antebrazo que Yoongi apretaba en lo alto, abrió la mano, dejando caer la cutre estaca al suelo.
Yoongi se sorprendió por la fugaz forma en la que aquel perdió la voluntad de intentar luchar contra él. Toda la atención de Jimin ya se encontraba puesta sobre Ronald, quien permanecía jadeante, junto a la pared de ladrillo, con una mano taponando sin mucho éxito el mordisco que manchaba escandalosamente el cuello de su traje de sangre fresca.
—Hola —musitó Jimin con un timbre distinto.
Ronald jadeó con fuerza, incapaz de pronunciar palabra bajo el mandato del otro vampiro. Entonces, Jimin se acercó tanto a él que pudo acariciarle el rostro con una suavísima yema. Lo hacía como un jaguar negro acariciaba a un pequeño petigrís antes de devorarse hasta sus entrañas. De manera obscena, hipnótica, casi platónica.
—No te preocupes. Yo estoy contigo —agregó Jimin antes de besarle.
Sus labios atraparon los de Ronald, presionándole contra la pared con un beso sofocante. El chico perdió los sentidos en ese instante; y sin saber qué sucedía, se dejó llevar por la punzada de terror y erotismo, hasta que aquel desconocido le agarró del cogote y hundió los dientes en el otro lado de su cuello. Jimin sorbió con tal fuerza, que le partió el cuello. Después continuó haciéndolo, vaciándole, drenando hasta la última gota de su jugosa y deliciosa sangre. Sabía a néctar exótico, como a frutas frescas en almíbar y una pizca de canela.
Yoongi le contempló detenidamente. Cuando le vio tomar suficiente, sacó el pañuelo de seda blanca que se encontraba doblado en el bolsillo superior de su chaqueta y se aproximó a Jimin para limpiar sus labios.
—Hola, Jimin De Fiore —le dijo delicadamente, tan estupefacto como maravillado.
—¿Q-Quién eres? ¿Cómo conoces mi nombre? —jadeó Jimin.
De un manotazo, apartó la mano de Yoongi y aquel maldito pañuelo con un terrible recelo.
—He oído grandes cosas de ti. El vampiro destripador. El monstruo de Virginia. Un diablo chupasangre, seductor, apático, un viajero errante que succiona la vida del que toca.
—Ya no soy así —Jimin temblaba por dentro, sintiéndose muy avergonzado—. Ya no lo soy. N-No mato. No...
—Ahora lo entiendo —Yoongi dobló el pañuelo y se lo guardó en un bolsillo del pantalón—. El hambre te controla. Eres de esos vampiros pésimos, patéticos. Un peligro para todos los demás vampiros que mantienen el secreto...
Jimin le vio acercarse, retrocedió un paso sintiéndose demasiado vulnerable. No sabía por qué, pero el aura de Yoongi estaba creciendo. Se hacía grande y le absorbía, le engarrotaba las articulaciones y le helaba las venas como si pudiera tragarle. Jamás había percibido un aura tan densa, tan oscura y espesa en otro vampiro. Y de algún modo, le recordaba a Sui. Pero ya estaba demasiado borracho y confuso para reconocerlo.
—Pareces un vampiro joven —continuó Yoongi con suavidad—, pero ansías la muerte con desesperación. Podría matarte yo mismo. ¿Qué me dices? Lo haré rápido, y así acabará tu tormento. El suplicio de una eternidad ligada al frenesí de la sangre.
Jimin asintió la cabeza.
—Por favor. Hazlo —jadeó bajo el pavor—. Por favor —repitió con una repentina desesperación.
Yoongi frunció el ceño con cierta lástima y compasión.
—Eres miserable —le llamó—. Todo lo que tiras por la borda; belleza, talento, gracia y una vida llena de lujos y satisfacción. Dime, Jimin De Fiore. ¿Qué es lo último que desearías ver antes de morir?
Jimin notó la mano de aquel vampiro presionando sobre su pecho. Se quedó muy quieto, esperando a que los dedos le atravesaran la carne y se hundiesen en su tórax para arrancarle el corazón de una vez por todas. Él mismo no había tenido valentía para hacerlo, de todos modos.
—A mi hermano —cerró los ojos con un susurro.
Yoongi se quedó estático. Su mano no avanzó, no hizo ni un solo movimiento. Sus ojos yacían clavados sobre aquel joven.
—¿Tienes hermanos?
—Sólo uno. Le quería. Se marchó.
—¿Te abandonó...?
—S-Sí. Y jamás miró atrás. Jamás.
En lo más profundo de sí mismo, Yoongi se sintió terriblemente afín. A él también le habían abandonado. También había querido morir hasta que formó su ejército. Del mismo modo había ansiado el amor, la compañía, tener una familia en la que refugiarse sin sentirse repudiado, ni rechazado. Él sabía bien lo que era eso, y sabía lo que significaba enfrentarse a la oscuridad, a la soledad de una existencia demasiado larga y vacía, carente de una buena compañía.
Esa noche, el vampiro apartó los dedos frotándolos suavemente y observó al pelinegro con un fascinante detenimiento. ¿Casualidad? ¿Destino? Fuera como fuera, lo quería comprobar.
—Jimin De Fiore, no te dejaré morir —expresó perdonándole la vida—. No, todavía.
Jimin abrió los ojos escuchando aquella traición. Sus iris se posaron sobre los del vampiro desconocido; confundido, asustado, preguntándose qué tipo de broma pesada era aquella.
—Bienvenido a Brighton, querido. Este es mi reino, mi ciudad —enunció Yoongi con aires de grandeza.
*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo y los capítulos anticipados en Patreon.com/chispasrojas.
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