Capítulo 25

*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo y los capítulos anticipados en Patreon.com/chispasrojas.

Capítulo 25. Lazos indestructibles

Taehyung estaba sentado en el sofá. Jungkook abrió el grifo de la cocina para llenar un vaso de agua, regresó al lado del más joven y buscó asiento a su lado.

—¿Te has saltado alguna comida? —preguntó Jungkook.

—No —emitió Tae, algo confuso.

—Bebe —le alentó el compañero, ofreciéndole el vaso.

Tae le dio unos cuantos cortos sorbos al vaso de agua, en lo que Jungkook le tocaba la mejilla, sin quitarle la vista de encima.

—Repítelo otra vez —le pidió.

—Me incliné sobre la encimera, sentía que no podía respirar —relataba Tae muy despacio—. Cerré los ojos por un momento, fue como si me quedara dormido. Apenas fueron unos segundos, y ya estaba en el suelo.

—Sí, te has desmayado —afirmó Jungkook contundentemente.

Sus dedos estaban entrelazados con los suyos, Jungkook tiró de la manga revelando la muñeca del humano. Rozó su pulso con los dedos y luego acercó los labios.

—¿Puedo? —musitó cortésmente, antes de obtener su permiso.

Taehyung le contemplaba con ingenuidad. Asintió con la cabeza y presenció la manera en la que Jungkook le dejaba un casto beso por encima de la muñeca. Después, abrió la boca con colmillos que crecieron y se afilaron en segundos. Al morder, Tae contuvo un minúsculo gemido por el pinchazo inicial. Las pestañas de Jungkook formaban dos trazos negros y perfectos, bajo los párpados entornados. Jungkook apartó los colmillos tras unos instantes, dejando un par de incisiones sobre la piel del muchacho. Se relamió las comisuras, con el labio superior algo más rojizo. Notaba el sabor de la dulce sangre de Taehyung llenándole el paladar.

—No sabe mal —emitió, cubriéndole la muñeca con un pañuelo de tela—. Si estuvieras enfermo, podría notarlo en tu sangre.

—A lo mejor, debería dejar de entrenar tanto.

Jungkook le anudó el pañuelo a la muñeca. Luego quitó el vaso de agua de la otra mano, y le tocó la frente, percibiendo la ligera capa de sudor que había en la zona en la que iniciaba su pelo.

—Estás destemplado. No es normal en ti.

—No sé, no...

—Conozco tu temperatura, Tae. No es normal en ti.

Jungkook se levantó, desapareció de su vista en unos instantes. Taehyung estaba en silencio, tocándose la frente. Era cierto que tenía las manos más frías desde hacía un rato, que el desmayo le había provocado un leve sudor en la frente y tras la nuca, y que sentía que le hormigueaban un poco las piernas. Podía ser por cualquier cosa, desde un resfriado a un bajón de azúcar.

Taehyung se levantó, pero entonces, fue como si toda la habitación se moviera ante una visión de ojo de pez. Las paredes se deslizaban a su lado, el techo se arqueaba de manera extraña y los oídos le zumbaban como si le inyectasen aire a presión. Taehyung volvió a sentarse a horcajadas, estaba perturbado. El corazón comenzó a trotar rápidamente en su pecho, trataba de aislarse de aquella alucinación, pero era igual desde el asiento; las paredes se movían como si fueran a cerrarse y a ahogarle. Notaba presión en la cabeza, un ruido lejano y constante, como el de las ruedas de un carro corriendo por encima de piedras, o el de la cortina de una gran masa de agua cayendo todo el rato, y golpeándole la cabeza.

El chico se llevó una mano a la cabeza, se enfocó en respirar correctamente. Inspirar por la nariz, expulsar por la boca. Tragó saliva, pero tenía la boca seca a pesar de haber bebido agua. Notó las puntas de los dedos extremadamente frías, las incisiones del previo y delicado mordisco de Jungkook palpitando y ardiendo en su muñeca. Y de repente, tenía miedo, estaba asustado, el vello se le erizaba y se sentía tan mareado que abrir los ojos hizo que sus pupilas se resintieran. Todo le daba vueltas. Iba a desmayarse de nuevo.

—Amor. Estoy aquí —le sorprendió Jungkook, inclinándose junto al asiento.

Taehyung, rápidamente, se fue hacia él extendiendo los brazos. Jungkook se sentó a su lado, le recibió en su regazo, donde el joven hundió la cabeza en el hueco de su cuello y cerró los ojos.

—No sé qué me pasa. Creo que voy... que voy a vomitar...

El vampiro le notó temblar, tiró de la manta de terciopelo con una mano, cubriéndole de cintura para abajo. Su mano izquierda reptó tras el omoplato de Taehyung, a continuación, Jungkook le acarició la nuca con los dedos. Pasó el pulgar detrás de su oreja, rozando la marca negra de la media luna invertida y la gota de sangre. Ardía.

—Las cápsulas —liberó en un descubrimiento que ya había pasado por su cabeza—. Son las putas pastillas. Joder —maldijo con más claridad—. Me jugaría lo que sea.

—No creo. Llevo tomándolas...

—Dos años, sí. Mierda.

Jungkook le soltó muy rápido, tanto, que Taehyung se vio desprovisto del abrazo, aún más mareado.

—Jungkook —dijo con los párpados bajos, un tono alicaído y una espontánea náusea—. Nunca me ha pasado nada. Funcionan bien.

El pelinegro se levantó, sacó el busca del bolsillo y lo descartó por el teléfono móvil.

—¿Y si te están haciendo daño ahora? —formuló en voz alta—. ¿Y si tienen un efecto a largo plazo? No has tenido una inspección médica desde hace tiempo. Podría ser que te estuvieran afectando, ¿cuándo ha sido la última vez que has tomado una?

—Esta mañana. Ya lo sabes, todas las mañanas.

—Sí. Quédate aquí, cielo.

Taehyung le siguió con la mirada. Jungkook salió por la puerta de la cabaña, llevándose el teléfono a la oreja. Pensó en levantarse para saber qué estaba haciendo, pero por miedo a que su entorno comenzara a moverse y a aprisionarle con otra visión movediza, se quedó quieto. Flexionó las rodillas sobre el sofá y se abrazó las piernas, hundiendo el mentón entre estas. Lo que fuera que pasara fuera de la cabaña, no podía escucharlo.

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Rayna dejó la mochila sobre la mesa. Acababa de llegar a casa. Giró la cabeza, vislumbrando el salón de la casa de soslayo. Estaba vacío. Llevaba varios días sin la compañía de Namjoon, y aquel lugar lo padecía como nunca. Su regreso a Newark se había postergado tras unos supuestos asuntos en Shadowfell con la manada de lobos y Seokjin. Y como se había quedado sola, había estado alternando sus horas laborales con constantes búsquedas en un mapa más específico de Luisiana. Primero en físico, con el péndulo, el hechizo de seguimiento le había arrojado más respuestas. indicaba una residencia de pacientes en rehabilitación y salud mental. Rayna había apuntado las coordenadas, y ya conocía el nombre del lugar gracias a una rápida búsqueda en Google.

Y bien, puede que estuviera equivocada. Dudaba acerca de que Taehyung estuviera en Luisiana, y para más inri, encontrar un centro psiquiátrico en el buscador la había perturbado. No podía quitarse la idea de la cabeza. La noche de antes, había estado escudriñando por Google Maps, en búsqueda de imágenes. El centro psiquiátrico se encontraba rodeado de árboles en una diminuta ciudad llamada St. Gabriel. Tenía el número de teléfono apuntado en una libreta, pero Rayna no se había atrevido a dar ningún paso más sin la consideración de Namjoon.

Y si, ¿se estaba equivocando? ¿Y si estaba rastreando a alguien que poco o nada tenía que ver con toda su trama argumental?

Rayna se dejó caer en el sofá. Abrió la libreta y contempló el número de teléfono de aquella residencia. La volvió a cerrar mordiéndose el labio inferior. Cuando una era bruja, las cosas nunca ocurrían así como así.

—Ojalá estuvieras aquí, abuela —dijo en voz alta, sabiendo que la escuchaba.

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Namjoon siguió con la mirada a la niña que salía corriendo detrás de una pelota. Era la hija menor de Seokjin, tenía el cabello negro, por encima de los hombros, con un flequillo por encima de las cejas, y un rostro asiático y redondeado. La esposa del doctor la agarró de la mano, se agachó para coger la pelota y se la guardó bajo el brazo. Luego se acuclilló frente a la chiquilla, y empezó a sacudirle con la mano el mono vaquero que se había manchado con tierra y polvo. Era una escena tan común, tan familiar, que sintió algo de recelo dentro de él.

Un deseo oculto se removía en su interior, pero las cosas siempre habían sido tan difíciles, tan complicadas... Ni Sarah, ni Everly. No había tenido tiempo con ninguna; Sarah le había abandonado en la víspera de su luna de miel. Everly había sido robada de su lado. Y a pesar de todo, jamás había podido pensar en un futuro tradicional junto a Rayna. Ella era mucho más joven, lo suyo era inesperado, y había funcionado inintencionalmente.

Seokjin salió al porche frotándose las manos tras él.

—Eh. Ya he preparado todo. Ten —Jin sacó la llave del vehículo del Namjoon del bolsillo y se la entregó—. Podemos irnos cuando quieras, ya he guardado mi maleta en tu auto. He tomado la baja indefinida. Y me pagarán un setenta por ciento, de todos modos. Mi plaza es fija, nunca me he ausentado demasiado, así que, en esta ocasión, puedo ir tranquilo.

Namjoon le contempló de soslayo, con un rictus maduro. ¿Era raro que sintiera que llevarse a Seokjin con él era un acto reprochable? Jin tenía una vida perfecta, justo la que él hubiera deseado tener. Ser un profesor feliz y aburrido, con hijos, con una vida común y corriente. Sin resentimiento, sin vampiros ni lobos, sin venganzas, ni deseos oscuros a la vuelta de la esquina.

—¿Nam?

—Uh, sí —habló Namjoon, finalmente. Se comprobó el reloj de su muñeca—. Creo que deberíamos salir ya, no quiero cruzarme con tráfico en la entrada a Nueva Jersey.

—Claro. Voy a despedirme de Julia —Seokjin pasó por su lado, bajó la corta escalera del porche y fue hacia su mujer, y la niña menor.

Namjoon prefirió retirarse, entró en la casa brevemente y salió por la puerta principal, de camino a su coche. Julia había sido encantadora esos días en su estancia en la casa, las niñas eran un bombón, y aquel lugar rezumaba un aire familiar, agradable y dorado, que le había hecho pensar en que él jamás podría tener un lugar así. Padecía un preocupante afán por el alcohol que había apartado por Rayna, comía a deshoras, y le gustaba demasiado golpearle a un saco de boxeo para descargar sus frustraciones pasadas. Él no podía ni cuidar de un perro.

Es más, Rayna había cuidado más de él, que al revés.

Seokjin se despidió de Julia. Ella no sabía sobre vampiros, Jin prefirió mantener su conciencia tranquila. Tan solo le besó en la frente y le dijo que cuidara de las niñas, que tenía un trabajo importante en otra ciudad, y que tan solo confiara en la sheriff de la Shadowfell. Luego, besuqueó a la pequeña y abrazó a la mayor, la cual estaba plantada en el porche con ojos de duda. En un rato, Jin fue hacia el coche de Namjoon. Su familia estaba en el interior de la casa.

Joon se encontraba de brazos cruzados, con las caderas apoyadas en el capó del auto. Le saludó con un movimiento de cabeza.

—¿Qué? ¿Te han dejado marchar?

—Sí. Las crías piensan que será un fin de semana. Están bien.

—Con suerte, no nos extenderemos demasiado.

A Jin le vibró el teléfono en el bolsillo. Él posó una mano, y luego lo sacó entre los dedos comprobando el contacto.

—JDF —leyó.

—¿Jungkook? —Joon abrió los ojos mucho.

—No puede ser. ¿Rayna habrá contactado con él?

—¿Ray? Lo dudo, es imposible que...

—¿Debería descolgar? —dudó Seokjin ante la llamada.

—Adelante —le alentó Namjoon—. Pero no le digas nada de lo que sabes, ni que yo estoy aquí. Jungkook no puede saber que has descubierto tu propia compulsión, y que en su defecto puedes resistirte a ello.

Seokjin descolgó justo después el teléfono. Se lo llevó a la oreja, con un pálpito en el pecho.

—Hola, Jungkook —saludó Jin, tratando de aparentar normalidad.

—Jin, necesito que revises a Taehyung. Es urgente —dijo su voz al otro lado de la línea.

—Uh, ¿pasa algo con el chico?

La sola mención, alteró a Namjoon. ¿Hablaba de Taehyung? ¿Taehyung? Él salió inesperadamente disparado hacia Seokjin. Le quitó el teléfono de la mano con brusquedad, y se puso en la llamada con el corazón bombeándole en los oídos.

—Jungkook, ¿dónde lo tienes?

Jungkook se quedó callado. Se llevó una mano a la sien, sabiendo perfectamente de quién se trataba. El maldito profesor de filosofía, un amigo, y desgraciadamente, un elemento que había creído olvidar.

—¿Qué diablos haces en Shadowfell? ¿Por qué Seokjin te ha permitido coger el teléfono? —exclamó Jungkook molesto.

—Escúchame, Jungkook De Fiore, ¡eres un capullo! —bramó Namjoon—. ¡Llevo dos años! ¡Dos años intentando contactar contigo! ¡Buscando a mi sobrino! ¡Y tú, el muy estúpido, te fuiste con él y obligaste a Seokjin a cerrar la boca de manera mezquina! ¡Deja de comportarte como si fueras el único ser racional del mundo y abre los ojos! ¡Los demás también tenemos derecho a recapacitar!

Bien. Se había desahogado.

Jungkook se mordió la lengua. ¿Realmente le estaba sermoneando? Qué diablos.

—Vaya —Jungkook sonrió, en lo que se pasaba una mano bajo el mentón—. Joon, permíteme que te diga algo: chocheas. Pero extrañaba tus diligencias.

Namjoon suspiró sonoramente. Seokjin y él se miraron, el doctor tenía la mandíbula muy tensa tras el robo de su teléfono.

—Joon, ¿la bruja está contigo? —preguntó Jungkook.

—¿Rayna? Ahora mismo, no. Se encuentra en Nueva Jersey, ¿por qué? —le devolvió Namjoon.

—Nueva Jersey, está bien. Lleva a Jin allí. Necesito que se reúnan.

—Jungkook, una cosa. ¿Se encuentra bien Taehyung?

Hubo un silencio.

—Tengo la sensación de que no.

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Taehyung todavía estaba abrazándose las rodillas cuando Jungkook entró en la cabaña. El pelinegro se movía enérgicamente, y pasó tan rápido por el salón, que le dejó desconcertado.

—Cielo, voy a preparar tus cosas. Nos vamos —dijo entrando en el dormitorio.

—¿Qué? ¿Cómo que nos vamos?

Taehyung se levantó tras él, los brazos le hormigueaban y tenía la cabeza embotada.

—Quédate sentado —sugirió Jungkook.

Pero Tae se encaramó al marco de la puerta con los dedos.

—¿A dónde vamos? No entiendo nada.

—Jin y Rayna tienen que revisarte. Ellos crearon las píldoras. Es su responsabilidad —mencionó de espaldas.

—¿Rayna...?

Taehyung estaba sin palabras. Jungkook tomó un puñado de su ropa que metió en su mochila. Agarró una chaqueta y la dobló bajo el brazo, luego pasó por su lado, dirigiéndose directamente a la cocina. Allí, dejó la mochila en el suelo, y buscó entre los medicamentos para agarrar una cajetilla de píldoras represivas.

—¿Cuántas te quedan? —formuló, echándole un vistazo a las tabletas que sacó y posteriormente volvió a introducir.

—Una cajetilla son dos semanas —dijo Tae, siguiéndole más despacio.

—Bien.

Jungkook metió solo una en la mochila. Agarró una botella de agua, y después un envase de comida. Le miró de soslayo, Tae se apoyó en la encimera.

—¿Sabes dónde está Rayna?

—Sí. Llamé a Seokjin, y casualmente, Namjoon estaba con él. Me ha gritado un montón de cosas, en definitiva, piensa que soy un cretino, y que debo devolverle a su sobrino. Después, me ha dicho que Rayna estaba en Nueva Jersey. Vamos para allá.

Taehyung se mareó levemente, por la emoción de escuchar todos esos nombres en un mismo contexto. Namjoon Kim. Rayna. Seokjin. ¿Iba a verles a todos? ¿Qué hacía Rayna en Nueva Jersey? ¿Namjoon le había estado buscando?

Jungkook notó el leve vaivén de Taehyung, se fue hacia él echándose la mochila sobre un hombro y le tocó el rostro.

—¿Estás bien?

—S-Sí, sí.

El pelinegro le besó en la mejilla y luego le atrajo a él con un brazo rodeándole el cuello.

—Sé que eres fuerte. Pero decirme que te encuentras mal, no me hace verte débil. Dime la verdad, amor.

—Pensar en que voy a verles es muy raro —dijo nervioso.

—Solo quiero que tengas en cuenta algo; han pasado dos años. Puede que las cosas sean distintas cuando les veamos.

Jungkook apretó los labios. Rayna no le gustaba ni un pelo, y aquello era recíproco. No obstante, entendía que Tae se sintiera nervioso y sensible al respecto, pero él no iba a dejar atrás el hecho de que les abandonó en el momento más vulnerable. Y Jungkook sí que sabía guardar rencor, no como el pastelito de su novio humano. Solo esperaba que esa bruja se comportara, y pudiera solucionar lo que diablos le estaba pasando a Taehyung.

En cuestión de una hora, se prepararon para abandonar la cabaña. En el vehículo cargaron algunos elementos básicos. Una manta, una almohada, dos abrigos, un poco más de ropa.

A Taehyung se le había pasado el mareo, por lo que Jungkook prefirió conducir, en lugar de tomar un vuelo rápido en Toronto. Atravesó la frontera de Canadá con Estados Unidos y continuó por la carretera principal de la autovía por Nueva York. El trayecto se hizo largo, muy largo. Tuvieron varias paradas de descanso (especialmente, para que Taehyung pudiera descansar), y mientras tanto, Jungkook le ofreció todas sus atenciones.

—Te aseguro que estoy bien —le dijo Tae fuera del coche, apoyando la espalda contra la puerta—. No me he encontrado mal desde que salimos.

—¿Seguro?

—Sí.

Jungkook le rodeó el cuello con un brazo.

—Venga, vamos a tomar algo —dijo metiendo la mano en el bolsillo de su cazadora.

Pudieron cenar en un bar de carretera que no estaba nada mal. A Taehyung le encantó la salsa cheddar de las patatas, la hamburguesa casera y el trozo de pastel de moras que probó más tarde. Había caído la noche, cuando salieron de aquel local. Jungkook y él volvieron a montar en el vehículo, esta vez, Tae se sentó atrás dispuesto a echar una cabezada.

—¿Seguro que no quieres que conduzca? —le preguntó Taehyung desde atrás.

—Sabes que no me canso, duerme un rato. Antes de que amanezca habremos llegado a Newark —insistió Jungkook.

Él tenía la dirección exacta en el GPS, tras un mensaje de Namjoon sobre el lugar en el que se encontrarían. No habían hablado explícitamente sobre el asunto, pero sabía que Namjoon no se encontraba en Newark, y que probablemente ellos llegarían mucho antes junto a Rayna. Antes de arrancar el motor, Jungkook chupó de una bolsa de sangre para saciar su espontánea sed. Un montón de cosas se le venían a la cabeza; el reencuentro, Seokjin, qué diablos pasaba con Namjoon... Era la primera vez en todo ese tiempo que se desplazaban desde su zona para ir a otro lado. Sin embargo, la situación lo requería.

A Taehyung le costaba conciliar el sueño en el asiento trasero. Yacía recostado, con las rodillas flexionadas, el costado de la cabeza apoyado en una almohada pequeña y una manta. No se había quitado las deportivas, tenía las manos frías. El murmullo del vehículo en marcha le sumergía en una especie de estado en vela, si bien, sus preocupaciones comenzaron a atosigarle esa misma noche. ¿Qué demonios le pasaba? ¿Las píldoras? ¿Estaba enfermo por algo? No podía evitar sentir lástima, Jungkook no había dudado ni un solo segundo en ponerse en marcha. A él todavía le costaba pensar en Rayna, en asimilar a quién o qué iba a ver. Cada minuto, se alejaban cada vez más de aquella burbuja en la que se habían sumido.

Y de alguna forma, también de Ontario y su promesa de ir a la universidad antes de convertirse en vampiro. ¿Y si todo cambiaba?

Taehyung estaba inquieto, miró el retrovisor del vehículo, pero no estaba orientado hacia él, por lo que no podía ver los ojos de Jungkook.

Él metió la mano en el bolsillo de su cazadora marrón de pana, extrajo una diminuta y finísima pulsera de este. El corazón de diamante reflejó la escasa luz nocturna que entraba por las ventanas del coche. Sostenía la pulsera entre los dedos a la altura de sus ojos, preguntándose si Jimin estaría ahí, en algún lado. Pues, volver a los Estados Unidos le traía la sensación de que andaba cerca.

Aunque tal vez era su instinto de cazador, el cual reaccionaba frenéticamente ante los vampiros puros. Quizá, no era a él a quien creía sentir más cerca, a pesar de que estuviese a miles de kilómetros. Pero si las pastillas le fallaban, si realmente le estaban haciendo daño, querría encontrarle, y sin lugar a dudas acabar con él. Y con Jungkook. Con su Jungkookie. Taehyung apretó la pulsera en la palma de su mano, volvió a guardársela y cerró los párpados.

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Unas horas antes

Namjoon conducía, a salida de Shadowfell tomó el paso del puente que cruzaba el río y giró a la izquierda en busca de unirse al carril de la autopista. El teléfono vibró y el hombre no tardó en pulsar el botón del manos libres para atender a Rayna.

Jin les estuvo escuchando hablar al respecto; era evidente que tenían una relación amorosa, por el carácter afectivo de sus palabras. No obstante, el doctor percibió que evitó mencionar a Dave Trench y el asunto de Soobin, el hermano pequeño de Taehyung Kim.

—No sabes cuánto siento que estés sola en este momento.

—No te preocupes, puedo con la situación. Ver a Jungkook De Fiore no me da miedo.

Namjoon se mordió el labio inferior levemente.

—Te prometo que llegaremos al amanecer.

—De acuerdo.

—Si ocurre algo, llámame —insistió Namjoon.

—Sí, Joon —suspiró Rayna.

La conversación se acabó tras los monosílabos de ella. Joon se sentía realmente contrariado, detestaba lo que estaba pasando, y sus planes no habían dejado de girar ni en un solo momento.

—Supongo que ya no es necesario que vayamos a Canadá. Ellos vienen a por nosotros primero —dijo Seokjin.

—Está bien. Me gusta improvisar.

—Te mueres por verles. Lo sé.

Namjoon no dijo nada, pero Jin estaba en lo cierto.

—Espero que Taehyung esté bien. Han pasado dos años —expresaba Joon en voz alta, al volante—. No puedo ni imaginar lo mucho que debe haber crecido.

—Sea lo que sea, estará bien. Me encargaré de ello —aseguró Jin con una eventual suficiencia.

Mientras tanto, en Newark, Rayna se inclinaba sobre una mesa en la que clavaba ambas palmas. El corazón le iba rápido, muy rápido. Pensar en Taehyung era algo que había evitado hacer en meses, y aunque le había tratado de rastrear con el péndulo, aquel rápido giro de acontecimientos la había catapultado a una repentina inseguridad por volver a verle. Una vez, fueron muy amigos. Tan amigos, como hermanos. Y ese tipo de lazos, eran irrompibles en el tiempo. Ya fueran humanos, una bruja o un cazador, un chico o una chica en el instituto. Taehyung había sido su mejor amigo. Había un tiempo donde la gente confundía su relación y creían que eran novios, pero lo suyo iba mucho más allá de una posible atracción. De alguna forma, eran familia. Sin lazos de sangre, habían estado ahí el uno por el otro.

Rayna, junto a él, el día en el que los padres del chico murieron. Taehyung, a su lado, en esos difíciles años en los que la muchacha se sentía demasiado diferente al resto por no tener un par de padres a su lado. El día en el que le habló de su magia, en el que descubrió que Taehyung sabía perfectamente que estaba saliendo con un vampiro. Y esa misma noche de graduación, cuando dejaron de ser jóvenes adolescentes para convertirse en adultos.

Tal vez, los dos se habían visto obligados a llevar caminos distintos. Rayna se había protegido a sí misma, pero también anhelaba un reencuentro, así fuera frío, urgente, o distante. Quería volver a ver a Taehyung.

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El cielo se tornaba de un azul índigo al anochecer. Taehyung abrió los párpados, percibiendo la proyección de las brillantes luces de la ciudad de las calles. Se incorporó lentamente, tenía la cabeza embotada, como si se la hubiesen llenado de muelles. Se sentía sencillamente fatigado, la boca del estómago encogida y la garganta rasposa.

—Creo que voy a vomitar.

—Estamos llegando.

—¿En serio...?

Taehyung cerró los ojos unos instantes, la inercia del coche le provocaba un repentino mareo. Al abrir los ojos de nuevo, exhaló el aliento y trató de respirar para contener aquella sensación creciente; era como si un desagradable gusano trepase por su espina dorsal. La nuca le sudaba, así como el borde del cuello del jersey. Tenía las manos frías, la frente caliente, y sentía que iba a volver a desmayarse, lo cual deseaba detener en toda regla.

—Tae —Jungkook dobló el espejo retrovisor, echándole un vistazo desde su posición—, ¿Te encuentras bien?

Él negó con la cabeza. El GPS del automóvil conducía Jungkook hacia un barrio de Newark, y ya llevaba más de veinte minutos en Nueva Jersey. En cuestión de minutos, la guía del vehículo indicó que no estaban a más de veinte metros. Jungkook detuvo el coche junto a la acera, frente a una de las casas. No eran como las de Shadowfell, las cuales parecían casitas de muñecas. Esta era mucho más simple y moderna, sin perder ese toque americano que la caracterizaba.

Jungkook apenas echó el freno de mano, salió disparado del asiento y abrió la puerta del asiento trasero.

—Vamos, ven.

Ayudó a Taehyung a salir, él se despojó de su ayuda gentilmente y se inclinó sobre sus propias rodillas. Podía ver el césped verde, respirar aire un poco más fresco. Inspiró por la nariz y se incorporó más lentamente. Jungkook estaba a su lado, pero ya no estaba mirándole.

La puerta de la casa se había abierto. No habían tenido que timbrar, ni que llamar a esta. Ni siquiera tuvieron que cerciorarse de que estaban en el lugar correcto.

Habían pasado dos años, pero allí estaba. Y el corazón de Taehyung le lanzó con tal fuerza contra su pecho, que se sintió paralizado por unos momentos. Una mujer salía por la puerta, llevaba un par de botines de tacón bajo, unos jeans negros y una camiseta de tirantes púrpura, con una chaqueta vaquera gris oscura. Su cabello estaba tan corto, que se le había hecho irreconocible por un instante; con la nuca rapada y algunos mechones superiores intensamente rizados. No obstante, los ojos de la chica se veían más grandes y sus facciones destacaban más que nunca. Era más adulta, sin duda.

—Rayna —musitó Taehyung.

Rayna dio unos pasos más, pero se detuvo como si la gravedad atase sus piernas. El asombro también formaba parte de ella. ¿Ese era Taehyung? ¿Su mejor amigo? Siempre había sido un bombón, guapo y adorable. Pero en esos años, era como si se hubiera contagiado del aura de Jungkook; vestía de negro, tenía el cabello más largo y oscuro, y sus facciones se habían afilado tanto, que parecía un modelo de revista. Sin embargo, sus ojos eran igual de azules. Intensos y profundos, como un océano.

—Taehyung —le devolvió Rayna.

Y sin ningún tipo de reparo, como si no hubiera pasado el tiempo, el uno se dirigió al otro con grandes zancadas e impactaron en un abrazo. Taehyung le apretó los hombros, sentía que acababa de recuperar una parte de él. Rayna era tan familiar, formaba parte de toda su adolescencia, y prácticamente, de toda su vida. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero la joven temblaba sobre su hombro sintiéndose empujada al sollozo.

—Lo siento —balbuceó Rayna en un lamento—, lo siento tanto Taehyung.

—Yo también lo siento —contestó casi ronco.

—No debí haberme ido.

—Tenías que pensar en ti, lo entiendo.

Era todo. Ni resentimiento, ni recelo. Rayna no quería soltarle, y Taehyung se esforzaba por reprimir las lágrimas, las cuales se amontonaban en el fondo de su garganta.

—Te he buscado. N-No sabía cómo encontrarte, no podía...

—No te preocupes, ya estoy aquí.

Al separarse, a pesar de tener los ojos húmedos, Taehyung esbozó una sonrisa.

—Dios, ¿qué te has hecho en el pelo? —preguntó Tae, divertido.

—¿Te gusta? —dudó Rayna, refregándose los ojos.

—Te queda genial. ¿Estás más delgada?

—Tú estás más delgado.

Él se rio un poco.

—No, solo es que hago ejercicio.

—Joder, cómo te he extrañado —ella sonreía con una mueca de alegría y lástima.

Volvieron a abrazarse de inmediato. Rayna llevaba botas, pero su altura quedaba apenas por la nariz del chico. Se separaron una vez más, compartiendo mucha más familiaridad.

Ella no le prestó atención a Jungkook De Fiore, quien se encontraba a unos metros, tras la espalda de Taehyung, respetando su reencuentro. Ray le miró de soslayo, Jungkook era altamente reconocible, no había cambiado ni un ápice. Era un tipo bueno en toda regla, si bien ella sentía un fuerte rechazo a su persona. Alto, guapo, muslos apretados por los jeans, una chaqueta de cuero negra, y el flequillo del cabello peinado hacia un lado, con mechones acabados en forma de pico.

Rayna volvió a centrarse en Taehyung, advirtiendo que él parecía querer decirle algo.

—Te sangra la nariz —mencionó la joven.

Tae se llevó rápidamente el dorso de los dedos bajo la nariz.

—Otra vez, ah. No deja ocurrir.

—Debes estar cansado, vamos adentro. Tenemos de qué hablar.

Taehyung siguió los pasos de la bruja, miró a Jungkook de soslayo y él le indicó que continuara, con un movimiento de mentón. En el porche de la casa, se detuvo un instante y luego atravesó la puerta tras Rayna.

—¿Necesitas algo? Puedes usar el baño, si quieres. Ten —le ofreció un pañuelo en la entrada.

Taehyung se limpió la nariz, la cual sangraba en cantidad.

—Ray, uhmn, Jungkook...

—No puedo dejar entrar a vampiros, Taehyung. Lo siento mucho —declaró la ojiverde con contundencia—. Tengo mi propio código, debes saberlo.

Y Taehyung lo entendía. Lo entendía. Pero no podía dejar a Jungkook afuera. Y estaba a punto de decírselo, cuando notó un golpe frío en las extremidades. Un fuerte hormigueo subió a su cabeza, y notó la nariz más húmeda, los labios manchados de sangre de sabor metálico.

Taehyung se apoyó junto al mueble de la entrada. Rayna giró la cabeza, pensaba que le iba a decir algo, pero entonces, vislumbró su cuerpo languidecer y corrió rápidamente a su lado para sujetarle. Las rodillas de la joven tocaron el suelo, mientras trataba de sostener el peso de Tae. Se había desmayado.

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