Capítulo 24

*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo y los capítulos anticipados en Patreon.com/chispasrojas.

Capítulo 24. ¿Te acuerdas de mí?

Al abandonar la casa, Namjoon iba en cabeza. Se pasaba una mano por el pelo y esquivaba las miradas de cada licántropo que les escudriñaba. Había más afuera, tres o cuatro reunidos, que fumaban cigarrillos. Otro par junto a una parrilla donde preparaban la cena, que instantáneamente giraron la cabeza. Era casi medianoche, en su marcha. Seokjin le seguía en silencio, con las manos guardadas en los bolsillos. Respecto a la pregunta de Dave, acerca de a qué bando pertenecían, los dos se habían quedado en silencio durante unos instantes demasiado largos. Afortunadamente, Seokjin había respondido por los dos, como salvaguardas.

—Tengo una familia, y dos hijas. Como comprenderás, Dave, deseo llevar la misma vida normal, larga y segura con mi familia, como cualquiera de los ciudadanos de Shadowfell. Esa es mi mayor prioridad —contestó con honestidad.

La conversación finalizó poco después. Solo Jin había probado el té, y se había cerciorado de que el amargor que se escondía bajo las hojas de menta pertenecían a la evidente verbena que todos consumían. Se despidieron del líder de la manada y salieron de la casa con relativa normalidad, excepto por el más que tenso silencio de Namjoon, que revelaba estar debatiéndose algo más importante consigo mismo.

De la misma manera, continuaron caminando hasta un vehículo que un licántropo les prestó para volver a acercarse al pueblo.

—Podéis dejarlo en la parte este. Mañana me pasaré a buscarlo —les dijo.

Jin asintió con la cabeza, apretaba la llave entre los dedos.

—Claro. Gracias —aceptó.

Namjoon dio la vuelta al vehículo y subió de copiloto, tan solo con la mirada fija en la fachada de la casa. Varios licántropos más volteaban la cabeza de vez en cuando, mirándoles desde lejos. Y él, por algún motivo, se sentía más incómodo que nunca.

Una vez que Seokjin arrancó el coche, se largaron de allí, camino a Shadowfell.

—Las cosas se han complicado —dijo Jin tranquilamente, al volante.

Namjoon no sabía qué podía agregar a eso. Complicarse era poco. En ese momento, el teléfono vibró en su bolsillo, y lo arrastró entre los dedos, contemplando el contacto de Rayna en la pantalla. Lo descolgó por puro acto reflejo y se lo llevó a la oreja. ¿Y si ella ya lo sabía? ¿Y si...?

—¿Vas a quedarte a dormir allí? —le preguntó la chica.

Al escuchar la voz de Rayna al otro lado del teléfono, se sintió descorazonado. Y era el momento para decírselo; debía hablarle de lo que sabía, de David Trench, de la manada, de las brujas Castairs... Podía contarle todo en lo que se había inmiscuido en un solo día, pero había demasiados temas delicados de por medio, como que Soobin se encontraba vivo y se había infectado del gen lobo. Era muy delicado para hablar por teléfono, por lo que Namjoon se mordió la lengua.

«Rayna ha estado enamorada de él», pensó. Y, por otro lado, no dejaba de ser su sobrino político (o casi, en su defecto). ¿Qué pasaría si la perdiera? En ocasiones ni siquiera entendía por qué diablos estaban juntos; si por supervivencia, porque los dos habían estado demasiado solos... O si había amor, amor real, un amor fugaz e inesperado, de esos que sorprenden en la vida y que jamás hubieran podido sucederse bajo otras condiciones. Eso no lo hacía menos valioso, o al menos, así pensaba Namjoon Kim al respecto de cuánto quería a Rayna tras dos años de convivencia en los que se habían cuidado, protegido, y ofrecido su lealtad el uno al otro. En ocasiones, era como si el destino le susurrase detrás de la oreja. Joon tragó saliva y se contuvo, con un impulso egoísta. Las cosas eran complicadas. De momento, debía, era necesario, necesitaba priorizar sus movimientos.

«Primero Taehyung, lo cual incluía también a Jungkook, y después, buscar Soobin», se ordenó mentalmente.

—¿Joon? —insistió Rayna tras su silencio—. ¿Estás ahí?

—Sí. Me quedaré aquí —contestó Namjoon—. Es demasiado tarde.

—Vale. ¿Va todo bien?

Era intuitiva, sí. Esa era su chica. Pero, ¿quería que sucediera como con Everly? La intentó proteger, y así mismo, perdió todo lo que tenía.

—Una manada de licántropos está protegiendo Shadowfell. Hemos tenido una charla con el líder.

—¿En serio? Dios, ¿Estáis bien?

—Sí, descuida. Por lo visto, un aquelarre de brujas ha pactado trabajar con ellos, y matar a los vampiros que se acerquen. Tienen viejas rencillas con los Leone.

—Mhn, interesante. ¿Sabes cómo se llama el aquelarre? Los nombres suelen ser los apellidos de los linajes, o tal vez, algún nombre representativo como...

—Castairs.

—Oh —Rayna se pasó una mano por el mentón—. Buscaré información.

—Está bien. Descansa, cielo.

—Y tú. Llámame mañana, ¿vale? Y mándale un saludo de mi parte a Seokjin. Dile que agradezco que te permita quedarte en su casa.

—Claro. Se lo diré. Adiós, cielo.

—Adiós.

La llamada se cortó en ese momento. Un largo silencio se extendió en el interior del automóvil, solamente acompañado por el ronroneo de ese viejo vehículo que conducía el doctor Seokjin.

—La quieres de verdad, ¿eh?

—Cada vez que he querido a alguien de verdad, todo ha salido mal.

Seokjin le miró de soslayo.

—Voy a ir contigo, Joon —declaró definitivamente Jin—. Todos tenemos algo que perder, algo que arriesgar. Pero mientras el rizo se riza todavía más, debemos permanecer unidos.

—Tal vez, no me vengas mal. Eres más templando y más cuerdo de lo que esperaba. Y cuando me enfrenté a ti en el laboratorio, no peleaste mal. Solo necesitas un poco de práctica.

Seokjin sonrió ligeramente.

—Práctica, ¿eh? —formuló divertido—. Os dejaré a Jungkook y a ti lo físico. Será mejor que alguien de nosotros tres sea capaz de usar el cerebro, de vez en cuando.

No había ningún motivo para sonreír, pero esa noche, camino a Shadowfell y más tarde hacia la casa familiar de Seokjin, Namjoon sonrió un poco. Había echado demasiado de menos tener un compañero, y tal vez, ¿a un amigo? Como una vez creyó tener a Jungkook.

*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo y los capítulos anticipados en Patreon.com/chispasrojas.

En la mañana siguiente, Jimin y Yoongi Leone regresaron al campamento del clan marfil, al norte de Virginia. Jimin se mantuvo frío con los que les rodeaban, si bien se contentó una barbaridad al escuchar que volverían a su residencia de Roanoke ese mismo día. Detestaba los campamentos de lobos, las caravanas, y no poder meterse en una bañera de hidromasaje. Tras el viaje de ida a la ciudad, Jimin se largó a tomar unas copas por la noche, de paso se divirtió con un joven y una joven a los que encontró de fiesta por la ciudad. La resaca de sangre, besos y manoseos subidos de tono le dejó satisfecho. Un día más tarde, advirtió que había un montón de híbridos en la casa. Tanto en el exterior, como en los interiores. Tenían reuniones continuas, en las que Yoongi, como líder, participaba. No solo había híbridos creados por él mismo en ese lugar y por los alrededores, también habían llegado otros vampiros cuyos rostros le sonaban muchísimo de su pasado en Inglaterra. Vampiros a los que Jimin reconocía, por haberlos conocido en Brighton, en 1920. Uno de ellos era Vince. Se había cortado el pelo, rasurado la barba, si bien su cabello continuaba siendo igual de oscuro y sus facciones cuadradas. Ahora vestía mucho mejor, como un tipo rico, de esos que tenían un Mercedes y se reunían con las más exquisitas compañías. ¿Quién diría que era un chupasangre?

Jimin se lo cruzó por un pasillo y él le saludó con la cabeza.

—Jimin De Fiore —reprodujo con interés—. Qué placer volver a verte. ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿Cien años? Pensaba que habías muerto.

—Ah, ¿sí? Pues yo no me acordaba de ti. ¿Cómo es que has sobrevivido? —soltó Jimin con humor negro.

Vince tensó la mandíbula.

—Jamás me largué de Brighton.

—Eso explica por qué pareces un empresario.

—En realidad, continué trabajando para el señor Leone —dijo Vince, con las manos guardadas en los bolsillos del pantalón—. Nunca le he dado la espalda.

—¿Cómo no? —formuló Jimin, sarcástico.

Vince afinó los párpados. Nunca le había gustado demasiado Jimin, y él, quien ahora se sentía bastante más perspicaz, identificó que la desconfianza era mutua. Por el mismo pasillo, se aproximó una mujer que llevaba un vestido negro corto, ceñido al cuerpo, de escote palabra de honor y una chaqueta púrpura con hombreras. Jimin tardó unos segundos más en reconocerla. Era Violet, pero su pelo púrpura se había vuelto negro, y lo único que quedaba de ese color formaba parte de su vestimenta.

—¿Jimin? —reprodujo Violet, con un parpadeo curioso—. Así que es cierto, estás aquí. Marcus me lo dijo hace tiempo. Pensé que jamás te volvería a ver, desapareciste después de esa noche.

Jimin se quedó atónito. Lo cierto era que él y ella, en el pasado, habían compartido una buena amistad. Era una mujer interesante, y si no mal recordaba, había tenido una amistad con su hermano mellizo, con quien disfrutó en numerosas ocasiones de jugar al póker y a las cartas en la residencia que mantuvieron en común en Brighton. No obstante, Jimin no logró sentir nada. Ni emoción, ni nostalgia, ni siquiera lástima por la muerte de Chester.

—Oh. Me gustaba más tu pelo púrpura, ¿qué ha pasado con él? —fue lo único que dijo.

Violet ladeó la cabeza.

—¿Recuerdas a mi hermano? Los cazadores que aparecieron con Basil en Brighton lo mataron. Pensé que se habían llevado a Yoongi Leone, pero él contactó conmigo años después, y me contó que habían logrado detenerle gracias a unas brujas.

—Conozco la historia. Me la han contado tres millones de veces —suspiró Jimin.

Violet compartió una mirada de refilón con Vince, quien le contemplaba con soberbia, casi regodeándose en la fugaz conclusión en la que acababa de caer.

—¿No tenías una pareja humana? ¿Dónde está?

Violet bajó la cabeza. Por la mirada de Vince, Jimin comprendió que no estaba con ella.

—Murió en el 24. Sobredosis —pronunció la mujer.

—Oh, no pudiste salvar a tu novia drogadicta a tiempo —chasqueó Jimin.

Violet le miró herida y colérica.

—Las normas me impedían convertirla.

—Era drogadicta, Jimin —intervino Vince con un suspiro—. Eso la hubiera convertido en un vampiro fatal.

—Claro, porque, nosotros somos mucho mejores, ¿no? —formuló Jimin sin dejar atrás el sarcasmo—. Espero que al menos esta vez, te busques a alguien a quien no le chupes la sangre como si fuera una ardilla.

—¿Qué es eso que detecto en ti? —dudó Violet, afinaba los párpados escudriñándole con extrañeza—. Estás distinto, diría que... El decolorante rubio te ha afectado al cerebro, ¿o es que has apagado tu humanidad?

Jimin bufó una carcajada vacía, Violet se apuntó mentalmente que debía ser esa última. En ese momento, otra mujer se aproximó a ellos. Jimin fijó los iris sobre esta; tenía la piel negra, el cabello en rastas recogido por encima de la coronilla, un vestido de raso negro que llegaba hasta el suelo mostrando una de sus largas piernas, y un perfilador de ojos negro que destacaba sus enormes ojos de color verde. Su sola visión, empujó la memoria de Jimin a un plano remoto, hacia alguien que parecía haber olvidado durante ese tiempo, alguien que una vez fue su amiga; Rayna Rey. No se parecían tanto físicamente, pero su aura era, sin duda, la de una bruja.

—Jimin, esta es Nadith —le presentó Violet por pura educación, y entonces rodeó su cintura con un brazo—. Nadith, él es Jimin De Fiore.

Las comisuras de Nadith se curvaron.

—Un De Fiore, qué placer conocer al ojo derecho del señor Leone. Me han hablado de ti.

Vince estaba visiblemente incómodo, su ceño ligeramente fruncido y la mandíbula muy marcada. Carraspeó ante el silencio de Jimin, a quien parecía importarle un carajo quien era la tal Nadith, y si Violet se la había tirado o no.

—Magnífico, más gente. Pasadlo bien en vuestra estancia, ¡chaíto!

Jimin se largó hacia el otro extremo del pasillo, pasando junto a un híbrido que ejercía su rol de guarda. A Jimin se le volvió un inconveniente verse tan rodeado de gente, él prefería estar a solas con Yoongi y tener toda su atención para él. Aunque desde que todos estaban allí, no podía quejarse por el aburrimiento. Comenzó a unirse a las reuniones como el solitario compañero de Yoongi, de manera muy similar a Brighton. Había creado su propia comunidad de híbridos, más los vampiros que le siguieron hasta Roanoke. La mayoría consiguió lugares de alojamiento por la ciudad, volviéndose así el centro más importante la mansión de los Leone.

Mientras tanto, Jimin se dedicaba a ir y venir, a cazar por las noches, y a entretenerse con cualquier cosa que matase el tiempo. Se acostumbraba a la presencia de híbridos, que actuaban como lo fieles seguidores de Yoongi Leone. Sui regresó de Europa una tarde. Esa misma noche, oyó a Sui y Yoongi discutir en el salón, cuando por fin quedaron a solas.

—Te lo he dicho. La piedra consumió el alma de las siete brujas, y alguien más se la llevó. Los rumores son claros, debemos cambiar de plan —decía Sui.

Jimin se apoyó tras la puerta, oía el paso de las botas de tacón de Nadith.

—Pero no fuiste a Tahití. No has puesto un pie allí —debatió Yoongi contra su hermano.

—¿Cómo querías que lo hiciera? Nuestra marca late, Basil está despierto y tiene la piedra —se quejó Sui—. Todo lo que hemos hecho, ¡no ha servido para nada!

—La daga está destruida, tenemos un tiempo hasta que encuentre la réplica.

—No. Basil no tiene la piedra —dijo Nadith—. Está en poder de alguien más.

—El aquelarre de las Castairs —dedujo Yoongi velozmente y en voz baja.

—¡¿Por qué diablos le diste motivos a un linaje de brujas para matarnos?! —le gritó Sui cruelmente—. ¡Tan solo lo empeoraste todo!

Jimin no podía verles, puesto que estaba fuera del salón. Pero en ese instante, Yoongi se lanzó hacia él, dirigiéndole un timbre tan colérico que hasta a él se le erizó el vello de la nuca.

—¡Agnes Castairs trató de matar a Jimin! ¡Tú hubieras hecho lo mismo con cualquiera! ¿¡Debo recordarte todos los errores que tú mismo has cometido!?

Sui cerró la boca, sus labios habían temblando por un segundo, y ahora formaban una fina línea. Yoongi desvió la mirada. Se dirigió hacia la chimenea de mármol negro, apoyó una mano en el reborde dorado, mientras las llamas se reflejaban en sus iris oscuros.

—¿Su estirpe te odia por eso? —preguntó Nadith.

Jimin se largó de la puerta, y tomó la escalera. Acababa de enterarse de que las Castairs colaboraban con lobos por eso, porque que Yoongi le había protegido en el pasado. Y jamás, nunca, lo había mencionado. Ni siquiera se lo había reprochado. Algo se removió en el interior de Jimin, pero tan pronto vino, se fue por la misma ventana sin hacer un solo ruido. El silencioso estrés, la tensión, y todo lo demás vino cuando subió la escalera. Quería cerciorarse de si la lealtad de Sui era verdadera, por lo que algo cruzó su cabeza.

Había pasado la medianoche, cuando vio tras el visillo de la ventana a Yoongi Leone salir en compañía de Nadith, Marcus, y un híbrido de la casa. Se dirigían al centro de Roanoke, en un exquisito Maserati negro, con la intención resolver algunos asuntos de la comunidad.

Luego, Jimin salió del dormitorio y atravesó lentamente el pasillo, en dirección a la habitación de Sui. Podía oír el agua de la ducha como el rugido efervescente de su propia malicia. Empujó la puerta muy despacio, la cerró tras su propia espalda y contempló brevemente el excelso dormitorio del vampiro. Papel de pared negro con dibujos plateados, cortinas negras, y sábanas grises, que Jimin identificó como de algún color que nunca más podría volver a ver. Tampoco le importaba.

Caminando por el amplio dormitorio, vislumbró que la distribución era la misma que la de su propio dormitorio, miró de soslayo el sofá que había frente a la chimenea apagada, y luego continuó dirigiéndose hacia el cuarto de baño. La puerta se encontraba abierta. La mampara de la ducha era transparente, por lo que pudo atisbar una silueta.

Jimin entró como un felino, con párpados bajos y una oscura intención creciendo en su pecho. Sui salió de la ducha, con los brazos flexionados tras la nuca, toqueteándose el pelo negro, húmedo, de bucles rizados. Sus ojos se posaron rápidamente sobre Jimin, a quien no parecía haber notado entrar antes. Para su sorpresa, atrapó las indiscretas pupilas del vampiro revisándole de arriba abajo. Desde cada una de sus curvas y esbeltas piernas, a la suave forma de lordosis de su cintura. Los bíceps ligeramente margados, con brazos delgados y hombros triangulares. La envidiable extensión de su cuello, la forma triangular de su mandíbula y las clavículas esculpidas en las que con gusto se detendría.

Sui estaba completamente desnudo y él no le quitaba el ojo de encima.

—¿Buscabas algo, Jimin? —preguntó Sui con un timbre ladino.

Jimin se mordió el labio.

—Pensaba que nunca más volverías.

—¿Te ha sorprendido?

Sui tiró de la toalla, se rodeó la cintura con la misma, cerrándola justo por encima del ombligo.

—En parte, sí. Le aseguré a Yoongi que no volverías —expresó con voz neutral—. Detesto tener que reconocer que tenía razón, supongo que me he equivocado.

—¿Tú crees?

Sui caminaba hacia él, se detuvo a una mínima distancia y deslizó la yema del índice por encima de su pecho y luego por el hombro, mientras le rodeaba.

—¿Qué ocurre, Chim? ¿Odias equivocarte conmigo? ¿Temes estar, fatalmente errando ante la idea de que soy un ser sencillamente egoísta, mentiroso y traicionero? —formulaba arrastrando las sílabas.

—No diría traicionero. Más bien, rastrero —corrigió Jimin con normalidad, girándose al mismo tiempo que el otro le rodeaba.

—Dos años han pasado sin que puedas sentir nada —murmuró Sui, hundiendo los dedos en su nuca. Los iris de Jimin contemplaban la sutil humedad sobre sus hombros y clavículas—. Dime, ¿temes que alguien como yo pueda remover algo dentro de ti? ¿O solo vienes aquí para replicarme, casualmente, en mi momento más desvalido?

Jimin levantó una mano y aprisionó su muñeca entre férreos dedos. Los ojos de Sui eran grises para él, sin una sola pizca de ese azul marino de nítidos halos celestes que rodeaban los iris. Estaba a punto de decir algo, pero sus ojos se posaron en el cuello expuesto de Sui, suave, impecable, pidiendo a gritos ser mordido por sus colmillos. Quería hundir los dientes en él, chupar y decirle al mundo a quien pertenecía. Rápidamente, Jimin se regañó mentalmente, pero no pudo evitar que su garganta se viera hambrienta por el recuerdo de un sabor lejano a sangre humana.

—Realmente, no tengo miedo de nada —musitó Jimin en una clave baja—. No puedo sentirlo, aunque esté detrás de una pared... aunque esté frente a mí...

—Mhn, eso es algo que podemos solucionar... Si me permites... Si me permites demostrártelo —musitó Sui con lengua de serpiente.

Jimin tenía curiosidad. Se sentía confuso respecto a esa sensación. Siempre se había inclinado por mostrarle indiferencia a Sui, pero cuando la toalla se deslizó por su cintura, caderas abajo, hasta tocar el suelo, se sintió repentinamente interesado en satisfacer una necesidad sexual. La visión de su cuerpo desnudo era buena, muy buena. Envidiable. Le traía viejos recuerdos de una piel distinta en la que una vez deseó viciarse sin recelo. Sui era bueno en la cama, pero él estaba pensando en alguien más, de mismo físico y voz similar. Si bien su interior no lograba entender el sentido de aquella espontánea atracción, el más joven le dio luz verde a Sui con una bajada de párpados. Los ojos del vampiro puro se posaron en sus labios entreabiertos, gruesos y afelpados. Entonces, Jimin capturó los suyos, tirando suavemente de su labio inferior, lo que provocó que jadeara cuando deslizó su lengua por la abertura, gimiendo ronco en su boca. Un fuego ardiente se encendió en su interior, Sui lo atrajo más cerca, empujando toda su energía hacia Jimin, a quien atacó su cuello con besos, volviendo a jadear más fuerte en los dulces labios de Jimin.

El toque fue electrizante, Sui se sacudía desde adentro. Podía sentir la pasión en cada célula de su cuerpo. Necesitaba a Jimin De Fiore, su paladar sabía a fantasía por cada beso que él le correspondía. Pero su cabeza le advirtió que atendiera al susurro que le hablaba de que era una farsa, o que tal vez Jimin tomaría ventaja al respecto. No obstante, se vio arrastrado por la situación y con gusto se dejó llevar por ello.

—Jimin —gimió Sui con un gruñido bajo, sus caderas se contrajeron ante la erótica sensación de su cuerpo pegado al suyo.

Las manos de Jimin se deslizaban por las mismas, y él le empujó suavemente, pero con impaciencia hacia un lugar más cómodo donde acostarse. Jimin clavó una rodilla entre sus dos piernas. Sui le desabotonaba la camiseta, Jimin participó en aquel gesto con un rostro frío, pero innegablemente sensual.

—Si intentas hacer algo raro, te clavaré una estaca yo mismo —jadeó Sui peligrosamente.

Jimin le apartó una mano, sujetándole la muñeca por encima de la cabeza.

—Seamos sinceros, tu simple presencia me resulta molesta. No te he echado ni un poco de menos —aclaró Jimin, antes de que se hiciera ilusiones—. Pero eres sexy, un creído y vanidoso. No he podido evitar pensar en cómo sería tenerte en mi cama, jadeante, gimiendo mi nombre, mientras mis dedos se hundían en tus caderas.

—Y yo no puedo seguir esperándolo —contestó el otro vampiro.

Sui anhelaba sentirlo mientras sus erecciones se presionaban. Él le mostró los colmillos, mordió su labio inferior y después descendió por su barbilla con rápidos besos, por el marcado y musculoso torso de Jimin, acariciándolo con una mano, en dirección a un ombligo apretado por voluminosos abdominales. Estaba tan bueno, que le faltaba el aliento. Desde sus estrechas caderas, a los esbeltos y musculosos muslos que se marcaban bajo los jeans negros. Sui tiró del cinturón y Jimin terminó de librarse de esas prendas molestas. Luego empujó sus piernas hacia arriba, tomando sus muslos. Con las piernas abiertas sobre sus hombros, empujó en su interior dejando una serie de maldiciones escapar de su boca.

Y lo único que pasaba por su cabeza, era la necesidad de satisfacer el impulso sexual. Golpeaba esos nervios escondidos dentro de él, esperando que Sui se corriera duro y quedara satisfecho. Sexo rápido, frenético, hasta desgastar su energía y dejar agotado al compañero. Entre embestida y embestida, Sui le clavó las uñas en la espalda, descendiendo y creando un rastro de piel enrojecida y levantada que velozmente se curaba. Gimió con puro placer, estaba delirando, intoxicado por el deleite. Jimin sintió el orgasmo golpeando contra su miembro, pronto liberó un jadeo ahogado, un sollozo de nostalgia por algo más y sorbió entre dientes, diluido. Se dejó caer al lado de Sui un instante después, él le pasaba una mano por la espalda, la piel desnuda, ligeramente sudorosa. Jimin le miró de medio lado y sintió un gran vació en el pecho, sus iris brillaban como las brasas rojas apagándose, pero no había nada. Nada.

—No sabes cuánto he esperado esto —respiró Sui, desvalido.

—¿Cuánto?

—Toda mi vida —murmuraba—. Siento que siempre he estado esperándote.

Se hizo el silencio.

—¿Alguna vez has sentido eso, Jimin?

—No —mintió Jimin. Si bien en ese momento, creía que era verdad. ¿Alguna vez había conocido a alguien que le había hecho sentir que siempre le había estado esperando?

Tenía a Sui entre sus brazos, desnudo, vulnerable, y por fin había derribado las barreras de su mente. Le acarició el rostro con una mano, fijándose en el tirabuzón del cabello negro que caía por su frente y sienes, En la bonita forma de sus ojos grandes y alargados. Tan bonitos, que pensó que en otra situación podría llorar.

Detuvo la mano en su sien, y acercándose a su rostro, penetró en su cabeza finalmente.

—¡Hey! ¡Hey! ¡Yoongi-ah! ¡Yoongi-ah! ¡Aquí! —gritaba la voz de un niño.

Sui no tenía más de diez años. Jimin parpadeó en aquel espacio onírico, giró la cabeza y vio a un pequeño de cabello blanco correr hacia él. Los contempló jugar al escondite por un momento, después la escena cambió a una casa. La mesa era cuadrangular y un puñado de jóvenes se sentaba en ella, Jimin posó la vista sobre Basil Leone. Le reconocía, era algo más joven que cuando pudo verle en 1923, probablemente, aún sin su forma vampírica. Aria Leone dejaba un plato sobre la mesa, y le pedía a Basil que fuera más indulgente con los niños. En las siguientes escenas, Jimin vio a Sui mucho más adulto. Se escondía detrás de un mueble, espiando a su padre. Abrazaba a Yoongi por las noches, cuando él hablaba de escapar de casa. Se miraba las manos temblorosas, manchadas de sangre, cuyos labios y colmillos se veían también ensangrentados. Sui huyendo en compañía de un hermano llamado Viego, viéndole morir frente a él por un cazador, escondiéndose de nuevo, viviendo solo, viviendo con miedo, sacándose el anillo de luz del dedo y contemplándolo sobre la palma desnuda de su mano, bajo un brillante sol que esperaba a calcinarle.

Miedo. Terror. Soledad. Sangre y libertinaje, ayudándole a sobrellevarlo.

Y de repente, la iglesia Shadowfell. Sui bajó de un carruaje con sombrero y esmoquin. Esa mañana había misa, dejó los iris perdidos por encima de la gente que salía del recinto, fijándose en cada uno de ellos. Mujeres refinadas usando molestos vestidos, bajo coloridas y floridas pamelas como sombrero, hombres elegantemente vestidos, con corbatas anudadas bajo el cuello. Algunos con barba, otros más jóvenes. Dos niños correteando, y una mujer de mediana edad tras ellos. Otra más joven le seguía con un pequeño carrito dorado para bebés. La entrada estaba adornada de lirios blancos, por los alrededores, olía a comida y al incienso de los domingos por la mañana.

Todos los sentidos de Sui se vieron fuertemente detenidos por un tropezón con un humano. Él no le miró, pero Sui le siguió con la mirada y el ceño fruncido. El mundo se detuvo al encontrarse con esos ojos de soslayo. Sus ojos. Un joven Jimin acababa de disculparse, pasó de largo sin percatarse. Sui detectó su aroma, su aura cálida, humana. Estiró el cuello, tenía los ojos muy abiertos y su interior estaba increíblemente compungido, como si acabaran de partirle en mil pedazos. Y jamás, jamás había sentido eso.

Los próximos días los pasó averiguando cómo podía manipular su entorno para acercarse a él, para tenerle en sus brazos. Entró en casa de los De Fiore, como trabajador, y Jimin, casi sin notarlo, cayó rápidamente en sus redes por una atracción natural. Después vino el miedo, vino su egoísmo y su determinante pasión porque le aceptara. Pero Jimin lo odiaba.

Rápidamente, vislumbró a Jungkook, apoyando de espaldas contra un árbol. Sui le acorralaba, le empujaba con suavidad, con los brazos rodeando su cuello.

—Tus celos me matan, Jungkook. Me sacas de quicio —mascullaba Sui.

—No estaría celoso si no le mirases así, como hoy, cuando regresó de la ciudad.

Sui besó sus labios muy despacio, rozándole con su aliento y la lengua.

—Le amo —murmuró entonces sin compasión.

Con labios entreabiertos y húmedos, Jungkook levantó el mentón.

—¿Y a mí? —exigió saber.

Sui delineó el labio inferior de Jungkook con un suave dedo pulgar.

—Tú llegaste en el momento más inesperado, pero... No quisiera perderte.

—Eso no responde a mi pregunta, Sui —dijo Jungkook más serio.

Los párpados de Sui yacían bajos, se levantaron muy despacio, haciendo conexión con su mirada.

—Tú y yo somos iguales —decía el vampiro en voz baja— Salvajes. Apasionados. Mataríamos por lo que amamos, Jungkook. Nos convertiríamos en villanos si fuera necesario, si alguien lo requiriera. Porque nuestro egoísmo, nuestra naturaleza, nos hace sentir que somos blanco o negro, cielo o infierno. Podríamos destruir el mundo, ¿sabes? Podríamos... acabar con todos los que nos rodean únicamente por el miedo a que el amor llegara a nosotros y nos destruyera por dentro...

—¿Así crees que soy yo?

—Por eso estás conmigo.

—No es verdad, yo... Yo no... No soy así...

—¿Y sabes por qué te amo? —le preguntó Sui, acariciándole el pelo—. Porque quieres a Jimin tanto como yo... Somos lo mejor y lo peor para él... Tú y yo. Su flotador. Su maldición.

Los ojos de Jungkook se hallaban empañados, Sui aproximó sus labios a los suyos, sellándolos con un beso. Cincuenta años más tarde, Sui se ocultaba tras un sombrero, en un club nocturno de juegos, música, alcohol y mujeres ligeras de ropa. Le miraba a él, le seguía a escondidas, deseando poder acercarse. En la última escena, pudo ver un abrazo con Yoongi. Un abrazo en el que se le escapaba las lágrimas, y su interior temblaba.

Jimin abrió los ojos, regresando al plano real. Su interior se removía con una fuerza descomunal, se sentía nauseabundo. Soltó velozmente a Sui y se inclinó sobre sus propias rodillas, liberando una arcada. Sui tiró de la sábana y se incorporó de rodillas sobre la cama, contemplándole.

—Una estrategia sucia, la de entrar en mi cabeza para encontrar respuestas. ¿Qué es lo que buscabas?

Jimin se pasó la muñeca por la boca, limpiándose la baba. Las manos y los dedos le temblaban, pero no sabía por qué, no entendía qué le pasaba. No había encontrado rastros de querer traicionar a Yoongi, solo nostalgia y deseo por abrazarle. Y en cuanto a sus sentimientos por él, parecían reales. Eran reales.

—Nada va a cambiar. Esto solo es sexo —respiró Jimin. Se acuclilló tomando sus pantalones y se los colocó, cerrando el botón y la cremallera de los jeans a la altura de las caderas.

—Por ti, sería bueno, Jimin —decía Sui con una voz muy distinta—. Por ti, sería lo que quisieras que fuera. ¿Quieres matarme? ¿Quieres acostarte conmigo y después vapulearme? ¿Quieres torturarme con tu odio eterno por lo que hice? Hazlo. No me importa. Te amo igual.

Jimin se pasó una mano por el cabello rubio, suave y despeinado.

—Creo que una vez, sentí eso por alguien —liberó en voz alta.

—Eso significa que te enamoraste. Y no de mí, me temo —musitó Sui con lástima.

Se había levantado, extendió una mano y le tocó la espalda desnuda con cuidado. Jimin reaccionó velozmente a su contacto, empujándole hacia la cama y agarrándole el cuello. Sui se quedó muy quieto, le contemplaba con párpados bajos, con labios entre abiertos. No le preocupaba que tratara de estrangularle, sino la punta de la estaca que presionaba contra su esternón, que había salido inesperadamente de algún lado.

—¿Sabes por qué no te mato? —masculló Jimin con los ojos inesperadamente llenos de lágrimas—. Eso sí que puedo identificarlo, Sui. Puedo identificar muy bien por qué demonios no te he intentado despedazar todavía: es por Yoongi.

Sui esbozó una mueca divertida.

—Le quieres. Le amas, aunque no eres capaz de razonarlo. Y lo que más me preocupa, es, qué tanto lo haces —prosiguió Sui, receloso—. Si hay algo más por él, sólo lo sabe el Jimin de 1923. Porque tú, eres incapaz de recordarlo así hayas recuperado tus memorias de esos tiempos.

—Estoy cansado de escucharos hablar sobre lo que siento. Sobre si debería o no hacerlo. Estoy muy cansado —musitaba Jimin con un timbre tenebroso—. ¿Sabes por qué no siento nada, Sui? Porque si me permitiera hacerlo, probablemente te hubiera arrancado la yugular durante el sexo. Y tal vez, hubiera apuñalado a Yoongi en unas cuantas ocasiones. También me hubiera ido corriendo, como un perrito faldero, a por ese cazador de raza adolescente, quien probablemente no hubiera dudado en asesinarme. Por no hablar del estúpido de mi hermano, que colocó por encima de mí su eterno amor por ti durante ciento cincuenta años.

—No sabes lo que es el amor. Ese es tu puto problema.

—¿Y tú sí? ¡¿Y tú sí!?

—Me alejé de ti durante más cien años, para protegerte de mis problemas familiares. Te dejé aquí, con mi hermano menor, durante dos años más, esperando que en algún momento pudieras abrir los ojos. Te he dado a elegir, Jimin, ¡te he dejado vivir sin mí!

—¡Ningún aspecto de mi vida te ha pertenecido nunca! —gritó Jimin tan fuerte, que su rostro se enrojeció y sus globos oculares se oscurecieron—. Por tu culpa, morí. Por tu culpa, mi hermano se obsesionó contigo durante un siglo, ¡Y por tu puta culpa, perdí a...!

La garganta de Jimin se comprimió tanto, que el nombre quedó omitido.

—¿Taehyung? —formuló Sui.

Jimin le soltó, sintiéndose asqueado. ¿Ira? ¿Rabia? ¿Odio? No estaba tan lejos de encontrar algo más en su interior, pero no era el nombre de Taehyung, a quien había asegurado que mataría, el que había estado a punto de escupir. Era Yoongi. ¿Yoongi? Él lanzó la maldita estaca hacia la ventana, cuyo cristal saltó en decenas de pedazos. Luego, se marchó del dormitorio.

*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo y los capítulos anticipados en Patreon.com/chispasrojas.

Taehyung estaba peleando contra un maniquí acolchado, puñetazo tras puñetazo, con las manos vendadas tal y como Jungkook le había enseñado hacía tiempo. Su aliento iba rápido y estaba recubierto de una leve capa de sudor, la sesión de ejercicio era satisfactoria, le relajaba los músculos. Cuando Jungkook entrenaba con él, el ejercicio era un poco más duro. Si bien, cuando Tae estaba por su cuenta, podía permitirse ir a otro ritmo y tomárselo todo con más calma. El muchacho se quitó la chaqueta de tela, dejándola a un lado. De vuelta, se colocó en una posición de lucha y golpeó repetidas veces al muñeco de entrenamiento. Estaba totalmente concentrado, disfrutándolo, cuando notó la nariz húmeda. Se pasó el dorso de los dedos bajo la nariz, y de repente, vislumbró un rastro de sangre en los mismos. Taehyung frunció las cejas levemente. ¿Sangre? ¿En su nariz?

Esta vez, Taehyung detuvo la sesión de ejercicio. La dio por finalizada mientras entraba en la casa, refregándose y sorbiendo la nariz con el dorso de la mano. Lo cierto era que le dolía la cabeza, se notaba algo más fatigado que de costumbre esa semana. El joven se quitó las vendas y las tiró a la papelera, en la cocina, después se fue hacia el cuarto de baño, abrió el grifo y se lavó las manos. Frente al espejo, se limpió los ligeros rastros de sangre que había por encima del labio superior. Se planteó que quizá era por entrenar, por hacer ejercicio y en un ambiente reseco, o muy cálido o demasiado frío. Así era el tiempo en Canadá.

Al cabo de un rato, se había duchado y estaba masticando un puñado de cereales mientras repasaba sus estudios de coreano. Oyó el vehículo de Jungkook aparcar junto a la cabaña, Tae apartó los apuntes, se levantó rápidamente y salió disparado hacia la puerta. Al llegar junto al coche, Jungkook ya estaba abriendo el maletero. Le echó una mirada de soslayo en lo que sacaba unas cuantas cajas vacías para almacenar cosas.

—¡Hola! —le dijo Tae acercándose.

—Hola —contestó Jungkook con normalidad, y le ofreció una bolsa de ositos de gominola—. Ten

—Me has traído chucherías —Tae esbozó una sonrisa.

—Me dijiste que para estudiar necesitabas más azúcar.

—Mnh, sí —Tae abrió la bolsa y se echó un puñado a la boca—. Te has ido muy pronto hoy, ¿no?

—Recibí una notificación de correo.

—Uh.

Él ayudó a Jungkook a entrar varias cosas en la cabaña. Una vez en el interior, el vampiro rebuscó algo más entre lo que traía.

—Mira lo que tengo aquí —dijo sosteniendo algo.

Taehyung giró la cabeza y vislumbró una carta sellada, parpadeó, sin mucho interés.

—¿Qué es eso?

—Una carta.

—Capitán obvio, ¿de qué?

Taehyung extendió la mano tratando de hacerse con ella, pero Jungkook la apartó, llevándola hacia la izquierda, lejos de su alcance. Sus rostros se acercaron un momento, y él se mordió el labio divertido. Tae captó su flirteo de inmediato.

—¿Qué me vas a dar a cambio? —preguntó el pelinegro.

—¿Qué quieres de mí? —reformuló Taehyung.

—Tu sangre. Tu alma —reprodujo Jungkook con un ronroneo —. Tu virginidad —dijo agarrándole el trasero.

—Te puedo dar las dos primeras. La última, la perdí hace tiempo —coqueteó Taehyung.

—Oh, mierda. Pues vamos a tener que ver cómo funciona eso, y qué es lo que me puedes enseñar al respecto —añadió Jungkook, y rodeándole la cintura con el otro brazo, le ciñó a él.

Tae abrió la boca, rozándole los labios con descaro. Jungkook estaba deleitándose con aquel juego, entonces acercó la carta y le permitió ver el remitente: «Universidad de Toronto, Ontario».

—¿¡Me han respondido!? Oh, Dios, ¡no me lo creo! —brincó Taehyung.

Se la quitó de la mano tan rápido, que Jungkook bufó una carcajada. El chico se dio la vuelta, dirigiéndose hacia el centro del salón mientras rasgaba el papel. Leyó rápidamente, con un hilo de voz que entrelazaba una palabra con la otra, hasta llegar a la parte final.

—Nos complace informarle de que su plaza en la facultad de Salud y Medicina ¡ha sido aceptada! —exclamó emocionado—. Jungkook, ha sido muy rápido. ¡Más de lo que esperaba!

Jungkook sonrió, Tae comenzó a decir un montón de cosas ininteligibles, de repente lanzó la carta por el aire y se giró para besarle. El azabache se tambaleó levemente ante el impacto, Tae estrechaba los brazos alrededor de su cuello, él posó las manos en los codos del joven, dejándose llevar por su brote de felicidad. No mucho después, Jungkook le mostró una revista inmobiliaria que había conseguido en Dikburg.

—Estos están en Ontario —Jungkook posó un dedo, y luego se fue hacia la cocina—. Hay un montón de apartamentos alquilables. Elige el que te guste, y quizá podamos trasladarnos el mes que viene.

—¿Vamos a mudarnos a Ontario? —dijo Tae desde el sofá, pasando las páginas de la revista inmobiliaria—. Oh, este es bonito. Me gustaría que fuera céntrico.

—Estaremos más cerca, y no tendrás que vivir en una residencia de estudiantes.

—Mnh, así podrás pasar a recogerme —emitió Tae felizmente.

Jungkook se sirvió unos dedos de Bourbon, tomó un trago y le contempló desde la cocina americana.

—¿Sabes? —agregó Tae—. Me da lástima pensar en que dejaremos de vivir aquí. Ha sido nuestra casa todo este tiempo...

—¿Así lo ves? —dudó Jungkook en voz alta.

Tae se giró en el sofá, quedándose sentado de rodillas.

—¿Tú no?

—He vivido en muchos lugares durante cortos periodos de tiempo —se sinceró Jungkook—. No me importa donde estar. Elegí este lugar por nuestra seguridad. Pero, podría ir a cualquier otra parte, podría vivir en cualquier sitio si estoy contigo...

Taehyung entornó los párpados. Dejó la revista sobre el reposabrazos y se levantó. En unos momentos, Jungkook se sintió hipnotizado por él. Por su manera de aproximarse, observándole en silencio. Tae posó una mano por encima de su pecho le acarició en dirección al hombro y luego le tocó el rostro.

—Gracias por existir —murmuró.

La mirada de Jungkook era dulce al principio, pero pronto se oscureció y chispeó de una manera antinatural. Él inclinó la cabeza y presionó con los labios por encima de los suyos. Los dedos de Taehyung se enterraron en su nuca, abrió la boca al notar el saludo de la punta de su lengua y disfrutó del beso. Jungkook lo hacía así, como si fuera a hacer el mundo arder por estar en su boca. Como si él fuera un yesquero, y Tae el material inflamable que esperaba su llegada, moría por su boca, por su aliento, por su voz, por sus manos descendiendo desde la parte baja de la espalda hacia el costado de los muslos. Por todo él.

De pronto, el beso se convirtió en algo más. Taehyung gimió en su boca, un jadeó apasionado surgió entre los dos, tambaleándose y envueltos en los brazos del otro.

Jungkook notó el olor y el sabor del fuego que prendía la cerilla de sus sentidos vampíricos. Sus labios tibios y mullidos se deslizaron sobre los del muchacho, la punta de la lengua notó el sabor de la sangre. Sujetándole por los hombros, le vislumbró fugazmente para asegurarse. Taehyung trataba de tomar otro beso de su boca, con iris brillosos, con labios carnosos y rosados. No obstante, Jungkook levantó el mentón evitándolo. Sus pupilas se posaban en el rastro de sangre que se derramaba por uno de los orificios de su nariz y que había llegado a su labio inferior.

El pelinegro deslizó el dedo por el borde superior del labio.

—Eh, te has emocionado. Deja que lo limpie —dijo en voz baja.

Taehyung se vio despistado. Jungkook agarró un pañuelo, en lo que el más joven se llevaba los dedos a la nariz, notando el remitente sangrado.

—Oh, ¿otra vez?

—¿Otra vez? —repitió Jungkook, pasándole el pañuelo y retirándole el rastro—. ¿Ya te ha ocurrido antes?

Taehyung estaba quieto, con la cabeza levantada hacia él. Jungkook siempre, siempre había brillado bajo esa aura de seguridad cuando veía su sangre. Y así pudiera sentir atracción por esta, jamás le había observado con ojos caníbales.

—Me pasa desde hace unos días. Debe ser el clima —comentaba Taehyung tranquilamente—. Tengo alergia a la gramínea.

Jungkook apartó el pañuelo, le agarró la barbilla con los dedos, alzándola un poco más para mirar bajo su nariz, luego le movió la cabeza hacia un lado, echándole un vistazo por encima a sus ojos, orejas, y cada una de sus facciones suspicazmente.

—No pasa nada, Kookie. Solo es la nariz.

—Y no me has dicho nada —emitió visiblemente preocupado.

—Estoy bien, no pasa nada. Es cierto que hoy me dolía la cabeza, pero es normal.

—¿Te dolía la cabeza? ¿De qué manera? —añadió Jungkook.

Tae le detuvo sujetándole la muñeca cariñosamente, después entrelazó los dedos con los suyos.

—Jungkook, la jaqueca es normal en humanos. No tiene por qué ser malo. Habrá sido alguna alergia, en estas fechas hay más vegetación y no paro de estornudar.

Jungkook trató de aparentar normalidad, tragó saliva pesada, deseando controlar su repentina ansiedad. Pero Taehyung la atisbó en el negro de sus iris, le tocó la mejilla con afecto y le aseguró que se encontraba bien.

—Ven —murmuró Tae, y presionó los labios contra los de él.

Aprisionaba su cuello entre ambos brazos, sin embargo, a Jungkook le costó devolverle el gesto cariñoso. Él se limitó a posar las manos sobre su cintura, aceptándolo. La duda quedó divagando en algún rincón de su cabeza, Taehyung trató de apartarla, normalizando la situación.

Durante los siguientes minutos, Taehyung comenzó a preparar algo de comer en la cocina. Jungkook pasó por el dormitorio pequeño para dejar allí algunos objetos personales, vio la guitarra de soslayo y tomó la funda negra en su mano. La acarició por encima con los dedos, cavilando sobre Ontario. Él nunca había tenido planes reales en su vida; un destino, un motivo, una meta. Vivir con Taehyung sus tramos humanos, de alguna manera, le hacía distraerse de algo más que se removía en su interior, como lo de Jimin en Virginia.

El pensamiento era tan recurrente, que no pudo evitar preguntarse si alguna vez había pensado en ellos. Así no tuviera sentimientos, tenía claro que Jimin debía recordarles. La sola idea, inflaba a Jungkook de una sensación de protección hacia Taehyung. Su Taehyung.

Un cazador, un humano, su expareja, y según Jimin, su único amor...

Pero también era el de Jungkook.

El vampiro escuchó un ruido, un golpe seco y el sonido de unos cubiertos tintineando contra el suelo. Jungkook dejó la guitarra a un lado, giró la cabeza con los finos oídos bien atentos. Oía el sonido del hilo musical de la radio que sonaba en la cocina, y poco más.

Salió de la habitación para echar un breve vistazo, con un movimiento casi automático. Dando unos pasos fuera del dormitorio, en el salón, vislumbró el hueco cuadrangular de la cocina americana que se hallaba junto a la puerta. No pudo ver a Taehyung.

—¿Tae? —dudó Jungkook pausadamente.

No se había ido. Jungkook podía escuchar el trote de su corazón, si afinaba aún más el oído, la respiración pesada, el leve gemido ahogado que le hizo girar la barra de la cocina.

Taehyung estaba en el suelo, y un enorme y brillante hilo de sangre manchaba su boca.

—Tae, Taehyung —repitió Jungkook arrodillándose.

Se inclinó y le tomó entre los brazos muy asustado, los dedos de Taehyung se abrían, incapaces de agarrarse a él. Estaba aturdido, desorientado, con brazos débiles.

—Amor, ¿qué pasa? ¿Qué te pasa?

—Creo que me he desmayado. Pero ha sido un momento, ha sido muy rápido —dijo atontado.

Jungkook ya pensaba en algo más. Pasándole el dedo por encima del labio superior, apartó un rastro húmedo de sangre. Se llevó la yema del pulgar a la boca, tratando de comprobar algo.

—Ven, siéntate.

*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo y los capítulos anticipados en Patreon.com/chispasrojas.

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