Capítulo 17
*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo y los capítulos anticipados en Patreon.com/chispasrojas.
Capítulo 17. En Blanco y Negro
Le sabía mal pensar que Rayna había descartado lo de estudiar. Al final de la preparatoria había deseado ir a la universidad, si bien ahora parecía tener una opinión muy distante a todo eso. Namjoon entendía por qué prefería no comprometerse; estaba pasando el peor momento de su vida. Los dos lo estaban. Él se hallaba al tanto del ofrecimiento de la plaza que había solicitado como profesor en un centro de enseñanza obligatoria, y mientras tanto, trataban de aparentar una dudosa normalidad.
Namjoon se sentía culpable por haber descuidado su relación con la chica. Llevaban meses conviviendo, pero apenas pasaban tiempo juntos. Los dos estaban muy solos en una ciudad tan grande, bulliciosa y bonita como Newark. Sin embargo, el barrio le traía buenas sensaciones, con gente barriendo el porche, coches familiares yendo y viniendo, y algún esporádico corredor que salían a hacer footing con la compañía de su perro.
La noche del cumpleaños de Rayna Rey, Joon volvió se arregló un poco. Se puso una camisa azul, con una cazadora, sus usuales pantalones vaqueros oscuros y unas botas. Rayna se sorprendió cuando le vio tan elegante junto a la entrada. Ella llevaba sus deportivas de siempre, con unas mayas.
—¿Vas a salir así? —le arrojó Namjoon con índole paternal.
—¿D-Debería cambiarme? —dudó Ray.
—Por favor. Vamos a comer pasta, no a un Starbucks.
Rayna rodó los ojos, con un gesto perezoso, volvió a subir la escalera y se metió en el dormitorio. Al cabo de un rato, bajó más decente. Namjoon estaba en la cocina, colocando los vasos limpios en el mueble. Miró de soslayo a la chica y le dio el visto bueno con naturalidad. Lo cierto era que cuando Ray se vestía mejor, parecía unos años mayor. Tenía las piernas largas, una minifalda negra con medias oscuras y unas botas que llegaban hasta las rodillas. En la parte de arriba llevaba una sencilla blusa negra, con una cazadora vaquera gris oscura. El cabello estaba igual de voluminoso que siempre.
—¿Te parece mejor así? —preguntó con inseguridad—. Llevaba meses sin usar una falda.
—Genial —dijo Namjoon sin mirarla, pasó de largo con las llaves del vehículo en la mano—. Vámonos, me muero de hambre —añadió Joon.
Ray arrugó la nariz. Salieron de la casa y tomaron el automóvil para ir al centro de Newark. Sobre las ocho de la tarde fueron al cine para ver una película de acción. Rayna salió con un poco de ansiedad, los rastros de sangre de la película le trajeron muy malos recuerdos. Cada vez que cerraba los párpados veía el porche de la que había sido su casa en Shadowfell, manchado de sangre. A aquel vampiro de pelo blanco con la mano ensangrentada y una terrible serenidad, justo después de asesinar a su abuela. Sus ojos negros, oscuros, como dos canicas insondables, clavándose sobre ella, y provocándole un terror intenso mientras le ofrecía un cuchillo para que se cortase. «Cuando uno está solo, se vuelve más fuerte», reprodujo la voz de Yoongi en su cabeza.
—¿Estás bien? —preguntó Namjoon al abandonar la sala.
—Necesito tomar un poco de aire —exhaló ella.
En el exterior, Rayna se acuclilló a unos pasos de la salida. Sentía que el aliento no le alcanzaba con el suficiente oxígeno para mantenerse en pie. La gente salía de la sala a su alrededor, Namjoon se inclinó a su lado, posándole una mano en la espalda.
—Eh, Ray. Respira —decía él—. Inspira por la nariz, expira por la boca.
Ella se esforzó por tranquilizarse, pero estaba viviendo un ataque de pánico. El corazón palpitaba rápidamente en el pecho, al levantar la cabeza, notó que había gente mirándola. El ruido de la calle le desconcertaba, las luces, las voces, los coches zumbando velozmente por la carretera. Se incorporó temblando, los ojos se le llenaban de lágrimas. Namjoon pasó un brazo por encima de sus hombros, cerró los dedos alrededor de un brazo, escudándola.
—Vámonos de aquí —insistió, llevándosela hacia otro lado.
A Rayna todavía le costaba respirar, pero a metros del cine, comenzó a notar cómo el frío de la noche le helaba las mejillas y los ojos húmedos. El dolor físico estaba bien, la hacía recordar que todavía estaba viva. Que estaba en otro sitio. Y que no estaba sola
—Lo siento —se disculpó al cabo de un rato—. No sé qué me ha pasado...
—Creo que estamos sensibles —Joon guardó las manos en los bolsillos del ceñido pantalón—. Yo he ahogado mis penas, y durante meses, me he esforzado en convertirme un borracho y pegarle a un saco. Siento que hayas tenido que ver eso.
Rayna negó con la cabeza.
—Tú, sin embargo, has estado callada. Ha sido egoísta por mi parte —reflexionaba Namjoon—. Eres joven. Tenía que haber estado pendiente de ti...
—Namjoon, no eres mi padre, ni mi tutor. Ya ni siquiera eres mi profesor.
—No, pero...
Rayna le miró de soslayo, su rostro se dulcificó.
—Sé que tú también lo has estado intentando. Dos personas desconocidas, conviviendo. Vamos, ¿cuándo te habías imaginado que algo así podría pasar? —dijo con humor—. Éramos como dos desechos flotando en el mar...
—Dos desechos —esbozó una sonrisa—. Bonita forma de decirlo.
Ella liberó una carcajada ahogada. Se pasó la mano por la nuca, bajo el pelo y le contempló de medio lado.
—Me alegra de tener a alguien en quien confiar. Me dejaste venir contigo, a pesar de que yo no fuera tu responsabilidad —Rayna se detuvo en la acera—. No quiero que sientas que lo soy, Namjoon.
Joon se había detenido a unos pasos por delante. La contempló con cierto afecto, y regresó a por ella perezosamente, extendiendo un brazo tras sus hombros.
—Ya sé que eres tú la que me ha estado cuidando. Vamos a por esa pasta —le dijo Namjoon con encanto.
Rayna y Joon estuvieron en un restaurante durante algo más de una hora. Pidieron un par de platos que estaban deliciosos, a Ray le encantó el menú, la salsa de queso y el postre de tiramisú.
—Tengo algo que decirte. Más bien, es una confesión. Me jugué el anillo de mi exprometida en una partida de póker, hace meses. Soy lamentable —confesó Namjoon en la mesa.
Rayna se pasó una mano por el pelo, con una sonrisa amarga.
—Lo eres. Pero yo también me he sentido así. Mi novio ha muerto, dejé a mi mejor amigo y perdí a mi abuela. Y no creo que seas lamentable por eso, Namjoon. Sólo eres... humano... Los humanos hacemos eso. Nos equivocamos.
No era muy tarde cuando salieron de allí, subiéndose la cremallera de las chaquetas hasta arriba. Subieron en el coche, y en auto, Namjoon le ofreció una pequeña bolsita.
—Lo compré para ti esta mañana —expresó restándole importancia.
—No era necesario. No necesito nada —aseguró la joven.
Él encendió el motor en lo que Ray sacaba el contenido de la bolsa, envuelto en un papel de regalo estampado. Ella rasgó el papel, vislumbró varias cajitas finas y alargadas, de lo que parecían diferentes tipos de incienso.
—¿En serio?
—Odio ese olor. En serio, prueba con cualquier otro. Vainilla, canela, jazmín, violetas...
Rayna liberó una risa leve, muy agradable.
—Te prometo que tiraré el otro en cuanto vuelva a casa —le aseguró.
Joon condujo de vuelta a casa. Entraron en la vivienda y se separaron con naturalidad en la puerta, ella dirigiéndose hacia el dormitorio y él a la cocina para tomar la copa que no se había permitido beber debido a que había estado conduciendo. En el dormitorio, Rayna se puso el pijama. Puso el teléfono móvil a cargar, le echó un rápido vistazo sabiendo que no encontraría nada. Hacía tiempo que había cambiado de número, evitando cualquier resquicio, mensaje o llamada de algún conocido de Shadowfell. Ella tenía el número de Seokjin, sin embargo. Pensar que era su único nexo al pasado le causaba cierto rechazo, pero a veces no podía evitar cavilar sobre Taehyung. ¿Estaría bien? ¿Se lo habría comido la ansiedad? ¿Se encontraría a salvo con aquel vampiro?
Ella apretó los párpados, deseando que así fuera. Pero no podía permitirse volver a sufrir por vampiros. Debía dejarlo todo atrás. Todo. Esa misma noche, Joon, en la cocina, marcó el número del doctor Seokjin sin mediar palabra con la joven.
Era casi media noche cuando Jin levantó el teléfono, con aspecto despistado y su usual timbre amable resonando al otro lado de la línea. Namjoon se quedó aturdido unos segundos; habían pasado unos cuantos meses desde la última vez que hablaron. Él le preguntó por Taehyung; Jin le contó que se encontraba en perfectas condiciones. Entonces, Joon le preguntó acerca de si mantenían el contacto, si conocía su lugar de residencia. Deseaba más que nunca visitarlo, ir a por él y pedirle perdón. Traérselo a Newark, como debía haber sido aquella noche en la que se marchó de Shadowfell con Rayna.
Pero Seokjin no pudo decirle nada. Desconocía cualquier otro dato.
Luego de colgar el teléfono, Joon posó las manos sobre el frío mármol de la isla de la cocina. Suspiró profundamente, sintiendo la impotencia. ¿Dónde podría estar? Él no dudaba de Jungkook. Le había conocido lo suficiente para saber que era un buen tipo. Creía acertar cuando pensaba en que quizá se había ido al sitio más seguro posible, lejos de la crítica probabilidad de aparición de vampiros.
No obstante, deseaba recuperarles. Tanto a Taehyung como a Jungkook, pues no podía olvidar el dolor y la rabia que se formó en su rostro aquella noche, en el gimnasio del High School Elementary. También se preocupaba por Jungkook, todos habían perdido aquella noche a alguien.
A la mañana siguiente, Joon prefirió no contarle lo de su llamada a Seokjin. Él se encontraba afuera, con el capó abierto, reponiendo una pieza del vehículo. Vestía una camiseta blanca de manga corta, y la sudadera negra se encontraba anudada en las caderas. Estaba tumbado en el suelo, con la cabeza bajo el coche, cuando oyó una voz femenina.
—¿Eres el mecánico sexy de la ciudad?
Joon liberó una risita, salió desde debajo del coche y quedó sentado en el suelo, dirigiéndole una amplia sonrisa a Rayna.
—Más bien, intento ahorrarme cien dólares. No quiero llevarlo al taller.
—Si es por cien dólares, yo puedo prestártelos. Tendrás devolvérmelo llevándome al cine, y después a ese restaurante italiano.
—Mejor sólo a cenar —Joon bajó la cabeza, su sonrisa se apagó levemente—. No quiero que vuelvas a sufrir por una película.
Rayna se puso más seria, se mordió el labio inferior. En ese momento, Joon flexionó las rodillas y se levantó del suelo. Le sacaba una cabeza de altura, tenía una mancha de grasa oscura en mitad de la mejilla. En un gesto de confianza, Rayna extendió una mano y le limpió la grasa suavemente con los nudillos.
—Oye, lo siento por eso. Siento que arruiné nuestra cita —dijo la chica.
—¿Cita? —repitió Namjoon.
Sí, había sonado un poco raro. Rayna tenía los ojos muy abiertos. Se podía considerar como una cita todo lo que requería un plan para salir, cenar y compartir tiempo juntos entre dos o más personas, ¿no? No significaba que aquello tuviera una connotación necesariamente romántica, se dijo.
—¡Hola! ¿¡Qué tal!? —interrumpió una vecina.
Rayna la miró con un sobresalto, Namjoon exhaló su aliento y forzó una sonrisa. Era la misma rubia, la del caniche, que se acercaba a ellos con una bandeja de galletas.
—Hey, buenos días, Linda. ¿Cómo va eso? —contestó Joon.
—Hola —agregó Ray algo despistada.
Linda se detuvo frente a Namjoon con una enorme sonrisa. Vislumbró a la chica de soslayo, como repentinamente le perturbara algo.
—Buenas —le dirigió Linda a Rayna—. Oh, te he traído galletas —le dijo a Namjoon—. Bueno, e-es para los dos. ¿Eres su novia? —le preguntó de manera increíblemente directa a la chica.
Rayna se quedó a cuadros. Parpadeó varias veces, notando que le tocaba responder. Le estaba hablando a ella.
—Uh, no. No —negó sin sonar muy convincente.
Todo se volvió un poco extraño. Joon agarró la bandeja de galletas, en tensión.
—No lo es, Linda. Ray es mi...
—Oh, lo siento. No sabía que era su hija, es que es tan joven —parloteó indiscretamente.
Joon tragó saliva ante la situación más incómoda del planeta.
—No soy su hija —se quejó Rayna arrugando el ceño.
—Es mi sobrina —trató de resolver él.
Rayna le miró con la boca abierta, claramente en desacuerdo. No se parecían ni en la forma de los ojos, ¿acaso pensaba que la gente era tonta? Él tenía rasgos asiáticos, con una tez ligeramente bronceada, mientras que las Rey de la familia siempre habían poseído la piel notablemente más pigmentada. Por no hablar de que sus ojos eran verdes claros, y su cabello, una mansalva de rizos apretados, imposibles de peinar.
—Sobrina lejana —recalcó la joven.
Joon la miró de soslayo.
—Por parte de padre —dijo con retintín.
La situación se había vuelto tan tensa como absurda. Linda los miraba suspicazmente a ambos, acompañada de una sonrisa tensa.
—Bien. Espero que disfrutéis de las galletas. ¡Si necesitáis algo, estoy justo aquí al lado! —expresó la rubia con excesivo énfasis.
Se marchó atravesando el césped y luego pasó junto a la valla. Rayna y Joon la contemplaron alejarse antes de pronunciar palabra.
—Quiere acostarse contigo. Está claro —masculló Rayna.
—¿Tú crees? —dijo Joon sarcástico.
—Se nota por cómo te mira. Creo que no se ha tragado lo de que somos familia.
Joon tomó una galleta y se la metió en la boca, omitiendo el resto de la conversación. No estaban mal, sabían a mantequilla.
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Unos meses antes
Roanoke, Virginia.
Frank Sinatra sonaba en el pequeño altavoz del salón, entonando una dulce melodía. Jimin se la conocía, Fools Rush In. Los labios de Yoongi se movían sobre la letra, sin emitir ningún sonido. Jimin entró tranquilamente en la sala, se detuvo a unos metros de él, cruzando las manos sobre las caderas, con una pierna extendida y la otra ligeramente flexionada. Contemplaba aquel enorme lienzo que se sostenía contra la pared, lleno de pintura fresca. El suelo estaba lleno de pinceles, sobre el papel de fieltro arrugado que evitabas las manchas en la tarima de madera. Yoongi se encontraba acuclillado, sostenía un pincel que deslizaba pinceladas seguras. Delineó el edificio de una grisácea ciudad colmada por rascacielos. El cielo, en el horizonte, desprendía una preciosa luz bajo algunas nubes algodonosas.
—¿Qué es? ¿Un atardecer o un amanecer? —preguntó Jimin sin emoción alguna en su voz.
Yoongi se incorporó, tiró de una manga doblada de su propia camisa con los dedos que sostenían el pincel brevemente.
—Un amanecer —contemplando su propio lienzo.
Jimin se acercó tras él, sus iris, de un tono rojo bermellón apagado, permanecían sobre la obra del compañero. Su cabello era de un tono rubio claro, con las raíces oscuras. Se había decolorado el pelo hacía relativamente poco, dejando el cabello negro atrás.
—No puedo ver los colores —expresó Jimin neutral.
—Y eso, ¿te molesta? —el otro le miró por encima del hombro.
—Me da igual. El blanco y negro está bien —dijo con frialdad.
Era cierto. ¿No habían sido las películas del siglo pasado en blanco y negro? Y tenía su encanto. Pero Yoongi pensaba que ver en blanco y negro producía el mismo efecto que vivir sin sentimientos humanos. Podías disfrutar de la vida, sí. De los sentidos, del paladar y del tacto. Pero, ¿no era triste dejar de ver el verde de los árboles? ¿El púrpura y azul del colibrí? ¿El tono rosado del cielo cuando el sol se despedía del mundo, para nacer justo al otro lado?
Yoongi se inclinó para recoger varios pinceles que dejó hundirse en un balde de agua manchada por colores diluidos. Jimin no veía en un exclusivo blanco y negro, exactamente. También estaba el rojo, el cual pudo distinguir entre todos los demás grises. El rojo carmesí, granate, cereza, vino... El rojo de la sangre. Así funcionaban sus pupilas, desde hacía algún tiempo.
—¿Sabes por qué dibujo ciudades? Porque son los nuevos reinos —expresaba Yoongi en lo que se limpiaba las manos con un paño—. Y cuanto más grande, más poderosa es la ciudad. Los rascacielos son los palacios de este siglo, la más ostentosa arquitectura del ser humano. Como un podio, alzándose hacia el cielo para desafiarlo, a la vez que se mantiene orgullosamente por encima de los mortales que están ahí abajo.
—Querido, eres tan artístico —Jimin sonó irónico.
Yoongi no agregó ningún otro comentario, fue de un lado a otro, guardando algunos pequeños botes de óleos, y posteriormente cerrando el maletín donde los guardaba.
—¿Has cenado? —preguntó.
—Estaba esperándote —afirmó Jimin.
—Bien. Voy a cambiarme —Yoongi salió del salón, pasando bajo un excelso arco.
Jimin le siguió afuera, continuó por el pasillo cuyo techo era redondeado, y se detuvo en el marco del dormitorio. El más grande de aquella lujosa casa de mármol y piedra, de altas columnas, como las de un palacio de aquel siglo. La decoración era moderna, había buenas instalaciones de luz, la cocina se encontraba perfectamente reformada y los muebles permanecían intocables. Se habían trasladado allí un par de meses antes.
Solo Jimin De Fiore, Yoongi, y su hermano Sui.
A Jimin le gustaba tener una habitación grande, que Roanoke constase con tanto movimiento y bullicio, así como que se encontrase rodeada de árboles y una profunda vegetación. Cuando quería tomar aire o tan sólo sentirse a sí mismo, podía correr entre la maleza y comportarse como un depredador. De vuelta a la ciudad, siempre podía hacer travesuras; alimentarse de chicas y chicos guapos, jóvenes, de universitarios estúpidos que accedían a sus invitaciones a casa, y que después devoraba.
Yoongi y él habían estado compartiendo las más maravillosas compañías, mordían por separado, y a veces, al mismo tiempo a sus víctimas y se emborrachaban de sangre juntos, sin dejar paso a ningún dolor del pasado. No obstante, Jimin lo recordaba todo. Todo. No había ni una sola memoria perdida entre 1920-1923 que no hubiera vuelto a recordar.
Y sentía que todo volvía a ser igual, él, Yoongi, y, bueno, algunos factores añadidos que ahora ignoraba gracias a haber presionado el interruptor de apagado.
Yoongi sentía una gran sensación de hermandad, de satisfacción y bienestar. Estar con él era fácil. Habían pasado cien años, pero seguían entendiéndose con una mirada, y cuando simplemente se comportaban como vampiros, todo fluía. Respeto a lo demás, bueno, Jimin era un poco más frío de lo que recordaba. Pero a Yoongi no le afectaba. Tenerle de vuelta, a su lado, era todo lo que podía pedir. Le había extrañado más que a nadie. Y saber que le había elegido, incluso tras apagar su humanidad, le hacía sentir una irreprochable lealtad hacia él.
Sabía que Jimin no le iba a fallar. Lo sabía. Era tan cierto como que el cielo era azul, y que la sangre caliente siempre sabía mejor.
Esa noche, salieron de caza de Roanoke, se alimentaron de un par de hombres de mediana edad que pasaban por un callejón. Yoongi, cortésmente, primero dejó a Jimin que los mordiera, y él tomó después, una vez que el vampiro más joven arrancó los dientes con un jadeo. Jimin le contempló, siseó al segundo hombre, obligándole a quedarse quieto mientras se relamía el labio inferior.
Llevaba unas semanas sin matar a nadie, pero al principio lo había hecho. No era por la ansiedad, ni el frenesí, sino porque como depredador sin humanidad, no sentía ningún tipo de empatía por sus presas, y le daba igual chupar la sangre hasta secar a su víctima, así como succionar sin compasión. Ahora bien, su recuperación de memoria les había devuelto la estabilidad respecto a sus traumas con la sangre. Se sentía miserable cuando recordaba su penoso su comportamiento en Shadowfell.
Alimentarse de animales para evitar el frenesí...
Atacar a aquel humano con el que estuvo acostándose un tiempo...
Permanecer encerrado por semanas en el sótano de su propia casa, bajo la llave de su estúpido hermano mayor...
Afortunadamente, no sentía pesar por nada. Sólo un poco de rabia. Pero en varios meses no se había detenido a pensar en Jungkook, ni tampoco en la copia física de Sui. A veces, su mente se detenía en aquel humano castaño, puesto que recordaba a la perfección lo mucho que le había gustado sus esporádicas escenas de cama. A él no le gustaba tener sexo con nadie, pero con aquel chico había estado bien. No obstante, no había mucho más. No recordaba muy bien cómo su nombre..., así que, simplemente, lo ignoraba.
Jimin presionó a una pobre víctima masculina contra la pared, flexionó la rodilla, presionándole con el muslo la entrepierna.
—Estás delicioso —masculló lascivamente, con los colmillos crecidos y los iris resplandecientes—. Hoy voy a tomar un poco más.
Con un jadeo y un gruñido gutural, mordió con fuerza en el cuello. El callejón era penumbroso, oscuro, el tipo se retorcía silenciosamente, sin emitir ni un sonido.
—Amor, toma todo lo que quieras. Esta noche, te lo mereces —escuchó decir a Yoongi, relamiéndose.
Desde que había activado su lado híbrido, se notaba más fuerte. Más excitado, e inexplicablemente exaltado. Sus iris no se volvían rojos, sino amarillo dorado. La luna llena no le molestaba como a los licántropos, pero él mismo había sentido la curiosidad de convertirse en lobo para comprobar lo que se sentía. Y lo había hecho; unas semanas antes, se fue al bosque y se rasgó la ropa, forzándose a sí mismo a que sus huesos se fracturaran y volvieran a tomar forma. Se convirtió en un lobo blanco, plateado, y corrió durante toda la noche, clavando las garras en la tierra y exhalando hasta el último aliento de las montañas de Virginia. Nunca se había sentido más poderoso, más satisfecho.
De vuelta a su forma humana, pudo ver a Jimin en mitad de aquel bosque. Él le ofreció una prenda de ropa que vestir.
—No has estado nada mal. Aunque no me gustan los tipos peludos —dijo juguetonamente.
Yoongi exhaló una sonrisa apagada. Se vistió, sin mirarle. Jimin posó los ojos sobre su nívea piel, de suaves músculos esculpidos. La cicatriz de la media luna invertida se encontraba en su hombro, con una voluminosa forma que saltaba a la vista. Era blanca, no estaba rojiza, ni abierta, como en 1923.
—Tengo el control —le informó Yoongi.
—¿Sobre tu lado lobo?
—Sí. Esa es la ventaja, Chim —dijo subiéndose el pantalón y cerrándolo alrededor de las caderas—. Sé lo que he hecho en mi forma de lobo, y a pesar de que la luna me excitase, he podido controlar cada uno de mis actos.
Eso le convertía en el lobo más interesante que había conocido. O más bien, híbrido.
De vuelta al callejón en el que ahora se alimentaban, Jimin perdió el interés sobre el mortal al que chupaba en algún momento. Lo soltó, el hombre se deslizó por la pared hasta caer sobre los cuartos traseros en el suelo, totalmente debilitado. Jimin se limpió las comisuras de la boca con los dedos, pasando la húmeda lengua por los labios.
Miró de manera cómplice a Yoongi, notando un destello en sus ojos ahora negros.
—Podríamos llevarnos a alguien a casa —exhaló Jimin excitado—. Me apetece divertirme un poco.
—Hicimos eso la semana pasada. Las chicas de la hermandad, ¿recuerdas? —formuló dulcemente—. Deliciosas.
—Ya, pero... Estoy... Estoy caliente —especificó Jimin—. Todo el tiempo.
Yoongi arqueó una ceja sarcástica.
—¿Y? —dudó con diversión.
—Quiero ir más allá. Muchos vampiros lo hacen, ¿por qué nosotros no?
—No te digo que no lo hagas, querido. Sólo que, viendo lo desatado que estás, si no matas a alguien mordiéndole, lo harás en la cama —expresó con humor negro.
Jimin soltó una risita maliciosa.
—¿Y a quién le importa que lo haga?
Yoongi encogió los hombros, con la misma malicia. Volvían a casa tarde, sin compañía, y estaban dispuestos a tomar unas buenas copas de Bourbon en casa.
Era más de media noche cuando Yoongi se sentó en el sillón de terciopelo negro, su trono junto al alargado sofá que a veces compartían con deliciosas compañías. El salón era amplio, circular, con pesadas cortinas y ventanales que daban al jardín exterior. Estatuas de mármol blanco, estanterías cargadas de libros y una elegante decoración en tonos caobas, dorados y negros.
Jimin se sirvió su bebida con hielo, se tocó el cabello claro frente a un espejo, movió el rostro hacia un lado y luego a otro, mirándose a sí mismo.
—Todavía no te he perdonado —dijo de repente el más joven.
Yoongi levantó la cabeza. La expresión de Jimin era fría, insulsa, pero en ocasiones le regalaba unos matices duros y más severos. Se reflejaban en la forma de sus perfectas y oscuras cejas, en la mandíbula afilada y la tensión que a veces destacaba en sus suaves y rosados labios, pareciendo más finos. Su nariz era perfecta, pequeña y suave, con pómulos blancos y angulosos como el mármol tallado. En cuanto al cabello rubio, le había hecho verse más letal e inalcanzable, puesto que sus iris llevaban meses permaneciendo de un rojo vino, que no volvía a dejar espacio al cálido castaño.
—Pensé que habías dejado eso atrás —contestó Yoongi con un tono grave.
Él se llevó la copa a los labios, sin apartar la mirada del rubio.
—¿Esa es tu disculpa? —formuló Jimin levantando el mentón con orgullo.
Yoongi dejó el vaso en la mesa y cruzó las piernas.
—¿Qué es lo que quieres que te diga Jimin? —quiso saber.
Sosteniendo el vaso de vidrio en una mano, Jimin caminó por el lugar con unas largas y lentas zancadas.
—Me obligaste —indicó Jimin con tirantez.
—Sabes por qué lo hice —rebatió el otro.
Claro que lo sabía. Pero su desconexión emocional impedía a Jimin aceptar el verdadero hecho de por qué le había obligado a dejarle ir. Él solo podía pensar en que, por su causa, había tenido cien años más de confusiones.
—Cuando me hiciste olvidar, también olvidé mi rehabilitación. Mi recuperación. Todo volvió a ser como antes. La sed. El miedo. Los traumas de mi pasado —dijo Jimin con una mirada rapaz—. Cien años, Yoon. Cien malditos años igual.
Yoongi le miraba desde el sillón, de piernas cruzadas, con ambos brazos extendidos sobre los reposabrazos y la nuca ligeramente inclinada hacia atrás sin perderse detalle del compañero vampiro.
—Debo disculparme por eso. Hubiera deseado que estuvieras en paz, amigo mío —le ofreció una buena respuesta. Muy buena.
Jimin se mordió el inferior de la boca, creyendo que era insuficiente.
—Suena bien. Tu forma de hablar, quiero decir —prosiguió.
—¿No somos hermanos, Chim?
—Lo somos —Jimin se aproximó, se sentó serenamente en la mesa, junto a sus rodillas cruzadas. Sujetaba el vaso cargado de licor entre los dedos—. No obstante, quiero una compensación por los efectos colaterales que he sufrido. Lo he estado pensando durante meses —agregó ladeando la cabeza—, y la quiero ahora.
—¿Una compensación? —repitió Yoongi entornando los párpados—. ¿Qué es lo que deseas? ¿Dinero? ¿Compañías? ¿Una casa para ti solo?
—Tu inmunidad —pronunció misteriosamente.
La frase formó un largo silencio en el amplio salón. Yoongi le contemplaba con una leve admiración reflejándose en lo profundo de esos ojos negros.
—¿A qué te refieres?
—Sabes muy bien a lo que me refiero, Yoonnie —musitó Jimin lentamente—. Eres un vampiro puro. Sui también lo es. Podéis dominar a otros vampiros mediante órdenes. Quiero que me vuelvas invulnerable a ello. Deseo ser inmune al control de los tuyos.
Yoongi estaba fascinado. Nunca le habían pedido algo tan delicadamente retorcido.
—¿Qué? —Jimin se mordió el labio inferior, ocultando media sonrisa—. ¿Crees que soy tonto? Sé qué puedes hacerlo. La lógica lo dicta; eres el único híbrido que existe. Tu mandato quedaría por encima de cualquier otro vampiro puro.
—Está bien. Te lo daré —aceptó el mayor con detenimiento.
Jimin levantó las cejas levemente, estaba algo sorprendido por su fugaz afirmación.
—¿En serio? —se cercioró Jimin.
Yoongi golpeó suavemente con la palma su propio regazo.
—Ven —solicitó.
Jimin le contempló unos instantes, levantó la copa y la vació de un largo trago. Exhalando el aliento, la dejó a un lado y se levantó, inclinándose para sentarse sin dudarlo sobre sus piernas. Se miraron muy de cerca entonces, los párpados de Yoongi eran bajos, alargados, con pestañas oscuras. El nacimiento de su cabello de un perfecto y níveo blanco, como el de la nieve en una fresca mañana de enero.
—Abre tu mente, Jimin —pronunció Yoongi, sus manos se deslizaron por los costados de su cuello, rozándole con los dedos las orejas y el cabello de las sienes que barrió suavemente hacia atrás—. Cuanto más lo hagas, más fácil será.
—¿Y si me metes algo que no quiero en la cabeza? —formuló el otro vampiro.
—Cielo, no te haría nada de eso —aseguraba Yoongi con el timbre más dulce del mundo.
Jimin no sentía nada, absolutamente nada. Pero ahí estaba su lealtad, palpable, consumible, como una lente clara, ante sus ojos carmesíes, que se fundían con los del otro.
Confiaba en él.
—Hazlo —murmuró Jimin a escasos centímetros de él.
—No hay nada que pueda volver a entrar en tu cabeza —articuló Yoongi, formando un eco en su cabeza—, ni magia negra, ni palabras que le murmuren a tu conciencia. Eres inmune a las lenguas y a los susurros de la noche, Jimin De Fiore. Tu mente sabe escabullirse de las órdenes, y escapar entre las alargadas sombras de tu subconsciente. Ahora y siempre, libre de anteponerte —musitó como un poema—. Incluso a mi voz.
Una extraordinaria fuerza partió las cadenas de su mente, Jimin notó como el eco, el susurro de su voz entraba en sus células, y tras unos instantes, todo se desvaneció. Ahora tan solo estaban mirándose. Todo parecía exactamente igual, pero de alguna manera, había algo distinto, inalterable en su interior.
—Gracias —dijo Jimin, mirando en sus ojos.
Había sonado como un agradecimiento sincero. El dedo pulgar del vampiro puro se deslizó por su mejilla descendientemente, hasta abandonar su rostro.
—¿Confías en mí? —preguntó Yoongi.
—Siempre lo he hecho —Jimin desvió la mirada de iris carmesíes.
No tardó en levantarse de su regazo, se pasó una mano por el cabello rubio, de mechones despreocupadamente despeinados. Yoongi le siguió con la mirada, curioso. Nunca, en su vida, le había ofrecido la inmunidad a alguien. Pero sabía que Jimin se la merecía, era su recompensa por elegirle a él, por no haber abierto la boca respecto a Sui. Además, Jimin se merecía formar parte de la familia, ser tratado como un igual entre ellos, no como un vampiro de segunda categoría.
—Una pregunta, ¿por qué viniste a buscarme a Shadowfell? —preguntó Jimin a unos metros.
Hubo un silencio. Sui y Yoongi habían estado en contacto durante años, la mayoría del tiempo juntos, si bien dejaron de verse por algún tiempo. Desde que no había cazadores de raza activos, y desde que habían perdido la amenaza de Basil Leone, habían podido encargarse de otros asuntos, como el clan de Brighton que abandonaron durante setenta años y el aquelarre de brujas que les había ayudado a enviar a su padre a un profundo sueño durante algunas décadas más. Si Jimin se encontraba ahora con él, había sido en parte por la insistencia de Sui por recuperarle. Él estaba insistentemente enamorado del vampiro, a pesar de que no hubieran tenido relación alguna durante ciento cincuenta años. Y Yoongi, por supuesto, había descubierto que la última descendiente de las Rey se encontraba en Shadowfell. Por no hablar de la extraña y misteriosa copia de su hermano Sui, de la que Jimin parecía ni siquiera recordar...
¿No era maravilloso como el destino volvía a alinear los planetas ante sus ojos?
—Te echaba de menos —resumió Yoongi con naturalidad.
—Uh —Jimin ni se inmutó—. Ya —finalizó inexpresivamente.
Jimin, sin emociones, superaba su frialdad. Eso sí, no había dejado de ser divertido en sus momentos de caza, y el mejor compañero vampiro que jamás había tenido. Yoongi no podía evitar sentir una calidez especial por él.
—Jimin —pronunció Yoongi de repente.
—¿Mnh? —él giró la cabeza.
Yoongi se humedeció los labios. Estaba a punto de decir algo, cuando los dos escucharon el sonido de la puerta de la casa, seguido de varios pasos de botas con tacón, y dos voces conocidas. La conversación se quedó ahí. Jimin se dio media vuelta, atravesó el arco de la casa y encontró al enorme Marcus, quien cargaba un par de maletas de un brillante negro. Tras él, Sui estaba quitándose un elegante abrigo negro, le dirigió una maravillosa sonrisa que le recordó a alguien a quien casi había olvidado.
—Hola, Jimin. ¿Qué tal estás? —saludó Sui amablemente.
Sui se arremangaba los puños de una elegante blusa negra rizada por encima de las muñecas. Llevaba dos pendientes largos y plateados en una oreja, el cabello era de un profundo negro azabache, con los mechones espesos y ligeramente ondulados. Llevaba un pantalón que se anudaba a la cintura, con una fina y ancha tela que caía hacia abajo, hasta llegar a los tobillos, donde se veían unas botas negras, con un leve tacón, y acabadas en punta.
Jimin le miró de arriba abajo, sin una sola sensación acerca de él.
Marcus, a quien había conocido un siglo antes, continuaba exactamente igual, como un fantasma del pasado. Alto, musculoso, con una fina camisa blanca y un chaleco negro. Llevaba un pequeño sombrero que se quitó de la cabeza tras soltar las maletas bien ordenadas junto a la entrada. Su ojo izquierdo era blanco, estaba atravesado por una enorme cicatriz. Tenía el pelo corto, pero se veía muy rizado, con ambos lados rapados. Él se inclinó, dirigiéndole un saludo mucho más cortés a Jimin.
Jimin respondió con un movimiento de cabeza. Habían llegado desde Nueva York, tras un pequeño viaje de quince días. Jimin no les había echado de menos, es más, tener a Sui lejos de Roanoke, era perfecto. No era como si le odiara (no estaba muy seguro si su desconexión emocional, también había suprimido temporalmente el profundo resentimiento que había sentido durante años por él). Ahora creía tener otro tipo de sensaciones más diluidas, como una increíble y casi ensordecedora indiferencia.
Y no había nada peor que la indiferencia ante alguien que decía amarte desesperadamente.
—Buenas noches —contestó Jimin, pasando de largo sin decir nada más.
Ese era Jimin De Fiore desde hacía meses. Sui le siguió con la mirada, su ceño se arrugó cuando el joven vampiro le dio la espalda. Así había sido desde aquella noche; Jimin se había vuelto frío, inalcanzable, como una estatua de piedra que tan solo parecía querer escuchar a su hermano híbrido Yoongi. Odiaba que Jimin hubiera dejado de ser él, así le odiara, le quería de vuelta. Quería de vuelta al auténtico vampiro, el mismo que le había mirado con un salvaje odio aquella media noche en el gimnasio del instituto de Shadowfell.
El mismo que sentía un fuego infernal y destructivo hacia su persona, podría llegarle algún día a amar, se decía Sui. ¿Acaso no decía la gente que del odio al amor tan sólo había un paso?
*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo y los capítulos anticipados en Patreon.com/chispasrojas.
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