Capítulo 12

*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo y los capítulos anticipados en Patreon.com/chispasrojas.

Capítulo 12. La marca de la Media Luna

Brighton, 1922

Se divirtieron toda la noche, y en la resaca de la mañana, Jimin levantó la vista. Yoongi estaba encargándose de manipular las mentes de las mujeres con una voz susurrante que hasta que se le colaba tras la oreja. Le oyó decir que olvidaran todo, que fueran a casa para descansar unos días y que se alimentaran bien. Jimin le contemplaba desde el asiento anodino, Yoongi dio media vuelta y le hizo un gesto con la cabeza para que se acercara.

—Chim, encárgate tú de Meg —le sugirió.

Jimin fue hasta él con aires de despiste. Hasta entonces, Yoongi Leone siempre se había encargado del bienestar de los mortales que les ofrecían alimento, se le daba bien lo de borrar memorias y dejar a la víctima sin un solo grano de conciencia sobre lo sucedido.

Pero esta vez, quiso que fuera distinto:

—Debes hacerlo tú. También es parte de tu rehabilitación —dijo Yoongi rodeándole lentamente—. Un buen vampiro puede meterse en la cabeza de los demás, averiguar cuáles son sus miedos, sus deseos... Donde se encuentran los cabos sueltos que tú puedes atar. Tranquilízala, envíala a casa, hazle olvidar. Estarás protegiéndola de ti mismo. Y créeme, al final del día, te sentirás satisfecho por haber logrado tejer su realidad.

Meg les contemplaba atenta, hipnotizada, como si hubiera perdido la capacidad para reaccionar. Jimin se encontraba frente a ella, con los párpados más bajos, los ojos castaños sin las ascuas que habían dominado toda la noche sus iris. Y Jimin no sólo le ofreció el consuelo mental de olvidar a los vampiros y dejar todo aquello atrás, también se mordió la muñeca, le dio su sangre esperando a que las marcas de mordiscos desaparecieran y la sangre perdida (de la que los dos habían tomado) se regenerara. Las mujeres se vistieron y al cabo de un rato, salieron del apartamento y se marcharon a casa como si nada hubiera pasado.

Yoongi y Jimin quedaron a solas, con la radio apagada, con el olor a humanos, a sangre y alcohol. Tal vez debían dormir en aquella mañana nublada, donde el sol se ocultaba tras las densas nubes de una cercana tormenta de agua. Jimin no tenía clases, vislumbró a Yoongi salir de la habitación y meterse en el cuarto de baño, preparando la ducha.

En un par de minutos, el vampiro salió del baño y pasó por su lado. La sensación ambiental era rara; cargada de electricidad estática, y a la vez, una confianza familiar que ambos ya conocía. El rostro de Yoongi se mostraba críptico, serio, pero menos ebrio y frugal que la noche de antes. Quizá un buen festín de sangre, en compañía, le había ayudado a espabilarse.

—¿Vas a ducharte? —preguntó Jimin.

—Sí —contestó Yoongi, monosilábico.

—Yo... Tal vez debería dormir.

—Bien.

No antepuso ninguna otra frase a su despedida, Jimin le miró de soslayo antes de perderle de nuevo en el interior del baño.

—Adiós —se despidió Jimin.

Yoongi no dijo nada. Jimin detuvo la mano sobre el pomo de la puerta, sin tirar, sin moverlo. Se quedó estático al oír el sonido del agua caer en la ducha. Entonces retrocedió unos pasos, dejó la gabardina que llevaba doblada sobre el antebrazo en una silla y suspiró profundamente. Estaba sentado en el sofá, cruzado de piernas, cuando Yoongi reapareció con el cabello húmedo. Llevaba una blusa blanca abierta que mostraba un torso delicadamente esculpido; sus músculos no eran duros, pero se encontraban delineados, con el abdomen mostrando varios suaves abdominales y el pecho excelentemente voluminoso. El pantalón de tela negro se ceñía a sus estrechas caderas, la mitad del pelo blanco estaba peinado hacia atrás con la mano, con la sien rapada bajo los largos mechones que se ondulaban en las puntas.

—¿Todavía estás aquí? —preguntó Yoongi con un timbre grave.

Jimin le miró casi desafiante.

—Todavía tienes cosas que explicarme.

Se preguntó si se atrevería a echarle, si le diría algo cortante que le hiciera comprender que no quería más su compañía. Yoongi pasó de largo y se sirvió unos dedos de Whiskey. Le dio un trago ofreciéndole la espalda, después abandonó el vaso sobre un mueble y se abotonó la camisa, volviéndose hacia él. Sus ojos conectaron en ese momento.

—¿Qué? —exigió saber.

—¿Ha ocurrido algo? —preguntó Jimin.

—Todos los días ocurren cosas —evidenció Yoongi.

Jimin frunció el ceño. Yoongi se sentó a su lado, repantingado. Entonces, Jimin se desplazó más a su lado, apoyó la cabeza en su hombro y permaneció ahí, mirándose las manos.

—No me alejes de ti —musitó Jimin.

A Yoongi le dolió el corazón.

—¿Ya no confías en mí? —preguntó Jimin lastimeramente.

—Confío en ti. No me apetecía estar en la reunión. No me apetece ver a nadie.

Por fin le había dado una respuesta.

—¿Quieres que me vaya? —dudó el más joven.

—¿Deseas hacerlo? —le devolvió Yoongi.

Jimin negó suavemente con la cabeza.

—Entonces, quédate conmigo —declaró el vampiro puro.

Los instantes transcurrieron en silencio, Yoongi ladeó la cabeza lentamente y posó la sien sobre su coronilla. Se sentía silenciosamente acompañado, y aunque hubiera deseado hundirse en su irritación y soberbia esos días, como un lobo resentido y amargado, tener a Jimin De Fiore a su lado le hacía sentirse misteriosamente vulnerable, frágil. Como si quisiera escupir su preocupación. ¿Sentía miedo? ¿Se sentía temblar, como un niño asustado?

Yoongi notó como su garganta se comprimía, la mano de Jimin apretó familiarmente el brazo junto al que se encontraba descansando la cabeza. Ojalá pudiera sentirse protegido, pero ni con un imperio, ni con todo Brighton bajo su mandato, podía sentirse tan reconfortado como lo hacía con Jimin, en el sofá del apartamento número doce del edificio.

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Jimin iba bien en la universidad, le quedaban apenas unos meses para graduarse. Mientras tanto, el clan de Brighton se sostenía por los mandamases; Yoongi apenas aparecía en las reuniones, y si lo hacía, era en el patio empedrado del edificio donde Jimin tomaba el té y jugaba a las cartas con los más allegados del clan. Yoongi aparecía por allí y todos le saludaban, pero nadie se atrevía a decir nada. El ambiente incluso se enrarecía cuando él estaba por allí. Y si se sentaba, lo hacía en un infranqueable silencio, puesto que nadie se atrevía a hablarle, como si pudiera morderles. El único que lo hacía era Marcus, quien le ofrecía de vez en cuando algo del correo que llegaba para él. Y Jimin, claro, quien se permitía incluso tocar su hombro al avisarle sobre que iba a marcharse a la facultad de Brighton.

Pesadillas. Sombras, susurros y la punta plateada de una daga se clavaba oníricamente en el cogote de Yoongi Leone. Tardó dos meses completos en contarle algo de lo que sucedía, y por supuesto, Jimin le preguntó un centenar de veces qué pasaba por su cabeza.

Tras una noche de juerga vampírica, Yoongi estaba lo suficientemente borracho de sangre como para que Jimin lo empujara hasta su propio apartamento. Una vez que le tuvo allí, le sugirió que se acostara en la cama. Había tomado una cantidad ingesta de alcohol, e incluso había abusado del cuello de una pobre joven a la que dejó mareada por la pérdida de sangre. Si no fuera porque Jimin se lo llevó de allí, hubiera acabado en una víctima.

Y ahora, ahí estaba, tumbado sobre su almohada, sin zapatos, con la blazer sobre una butaca. Jimin completó sus párpados cerrados desde el umbral de la puerta. Se volvió con un suspiro y se encargó de preparar una bebida caliente en la cocina.

Había encontrado una parte reconfortante en todo aquello; Yoongi últimamente estaba más distante y frío con todos, pero no con él. A solas, era el único con quien no tensaba la mandíbula, y al que escuchaba. Jimin no le había vuelto a preguntar acerca de qué diablos era lo que no le contaba, pero a esas alturas lo sabía; Yoongi estaba profundamente atormentado por algo, y odiaba sentirse así.

Era tan irónico que pudiera empatizar tanto, entendía a la perfección esa sensación de tormento continuo que le impedía vivir. Hacía tiempo que Jimin no lo sentía, no desde que estaba allí, con él y la comunidad. Por el mismo motivo, no pensaba dejar que el dolor o lo que fuera que padeciera le resintiera más. Iba a permanecer a su lado, hasta que aquel bache pasara. Porque iba a pasar, ¿verdad?

El pelinegro dejó una taza de té sobre la mesita, se sentó en el salón con un libro de literatura entre las manos, el cual estuvo ojeando bajo la luz directa de la lámpara. Durante un buen rato, se concentró en sus asuntos universitarios. Le daba igual trasnochar de vez en cuando. Había transcurrido un par de horas cuando oyó un jadeo sustancial en el dormitorio, un sobresalto. Jimin levantó la cabeza, recordando que Yoongi estaba en el dormitorio.

Se levantó tranquilamente, dejando el libro a un lado. Estaba recolocándose el puño de una manga bien doblada por encima de la muñeca, cuando llegó a la habitación. Vislumbró a Yoongi sentado, agazapado en el borde de la cama, tragando saliva. Tenía un ligero sudor en las sienes, la boca seca y las pupilas dilatadas, como si acabara de morder a alguien.

—Otra pesadilla —dijo Jimin, contemplando cómo los iris carmesíes se apagaban.

Yoongi no dijo nada. No era la primera vez que Jimin le encontraba sobresaltado. Le ocurrió la noche en la que se quedó ligeramente dormido con él en su hombro, otro día en el que lo hizo en el regazo de Jimin (lo había calificado mentalmente como mejor lugar del mundo), y esa madrugada.

Esta vez, Jimin se acercó y le acarició el omoplato con una mano, alentándole. Notó a Yoongi temblar ligeramente bajo la palma, tenía el aliento entrecortado.

—¿Qué sueñas? —preguntó el más joven.

—Mi padre —liberó finalmente Yoongi.

La atmósfera del dormitorio les envolvió con un repentino silencio, como si la palabra fuera acompañada de un eco. Yoongi se levantó de la cama, caminó lentamente hacia la ventana, apoyó una mano junto al marco y contempló a través del cristal el lejano muelle del puerto. Jimin dio unos pasos, introdujo las manos en los bolsillos del pantalón, observándole en perspectiva.

—Mi padrastro, en realidad —continuó Yoongi—. Mi verdadero padre era otro hombre. Mi madre tuvo una aventura con alguien de otra facción. Nací, y conforme crecía, mis rasgos físicos distaban de los de mis hermanos. No me parecía a él. Creo que lo sospechaba —tuvo una larga pausa, en la que no retiró las pupilas del lejano horizonte—. Cuando lo supo, las cosas se volvieron más difíciles. Me rechazó. Ha querido matarme desde que tengo memoria, y aunque hace una eternidad que me perdió el rastro, sé que está ahí afuera, en alguna parte, esperando a cumplir con su promesa.

—¿Cuál fue su promesa?

—Que acabaría conmigo, y con cada uno de mis hermanos, pues si permanecían de mi lado, significaba que ellos estaban igual de malditos... Debe haber acabado con todos. El último fue Sui. Yo seré... el siguiente...

—Aquel cazador, mhn, su nombre era Jung Hoseok —recordó Jimin, pasándose los dedos bajo el mentón—. Ese no es tu padre. Le vi en tu cabeza. No se parecía a él.

—Claro que no. No era él. Forjó una facción para acabar con los vampiros. Los cazadores de raza —expresó con párpados bajos—. Un linaje humano, dotado con poderes extrasensoriales y conectados a una única cosa. Un arma.

—Entonces, ¿ese cazador era un descendiente del linaje que él forjó?

—Con la ayuda de unos chamanes.

—Mi hermano debe haberlos matados a todos.

Yoongi le miró de soslayo.

—Lo dudo. Un vampiro común no podría con eso.

—Es Jungkook. Por supuesto que puede hacerlo —declaró Jimin desganado—. Me dejó porque prefería venganza a regeneración.

—Si tu hermano lo logra, está bien —intervino Yoongi—. No dejan de ser humanos, de todos modos. Pero Basil Leone no lo es. Es vampiro, y se convirtió en un cazador. La noche en la que hui, me aseguró que no descansaría hasta acabar con la abominación de hijos que tenía. Empezando por mí. Plasmó su deseo de asesinarnos en una marca tenebrosa; una luna invertida con una gota de sangre. El linaje recibió un odio ancestral por los vampiros que atravesó generación tras generación. Y créeme, Jimin, yo también me dediqué a matarlos al principio. Pero Basil es invulnerable, sólo una estaca de roble blanco puede con un vampiro puro, además de esa arma infernal que forjó para los cazadores de raza. Es despiadado, letal, y ha matado a toda mi familia.

Jimin no tenía ni idea de cuál era el arma, pero oír hablar de Basil le puso los vellos de punta. De repente, quiso asegurarle que le protegería, que eran suficientes, que nadie podría con ellos.

—Yoongi, has construido un imperio que te proteja de él —expresó Jimin con detenimiento—. Nadie puede llegar a ti. Hace siglos que te perdió la vista, ¿no? ¿Cómo sabes que sigue ahí afuera? ¿Qué va a volver a por ti?

—No lo entiendes —Yoongi se dio media vuelta, mirándole—. No descansará hasta lograrlo. Soy su mayor vergüenza, Jimin. No hay nada que pueda pararle. Y siento que la daga ha vuelto a ser empuñada por alguien —articuló en voz baja—. Hacía daños que dejé de verlo, pero... Ha regresado.

Jimin se aproximó a él.

—¿Cómo estás tan seguro?

Entonces, Yoongi comenzó a desabotonarse la camisa de seda negra. Jimin le contempló algo despistado, se perdió levemente el pecho blanco que revelaba, delgado, firme y suavemente delineado. Con unos dedos, se retiró el cuello de la camisa y le mostró la marca que había sobre el hombro desnudo.

Jimin abrió la boca por el asombro, pero nada escapó de sus labios. Allí había una cicatriz en forma de media luna invertida, ligeramente rojiza, como si fuera reciente, con la piel irritada y tirante. Una densa y lenta gota de sangre se deslizó desde el centro del corte.

—¿Qué...?

—La marca del cazador —enunció Yoongi de medio lado—. Él me la hizo, hace seiscientos años. Estuvo cicatrizada durante quince, pero después del regreso de las pesadillas y los susurros, volvió a abrirse. Alguien la tiene en su mano.

Jimin extendió los dedos y tocó por encima la herida, el trazo de sus yemas percibió la zona febril. A continuación, salió del dormitorio y regresó con un rollo de vendas en las manos, más unas tijeras metálicas acabas en punta.

Yoongi le miró muy atento, mientras él las desenrollaba. Nadie le había vendado en siglos, puesto que un vampiro como él siempre se había regenerado. Sin embargo, contemplar cómo Jimin lo hacía se le hizo extremadamente familiar.

—Quítate eso —indicó el pelinegro.

Yoongi se liberó de la camisa, se quedó junto a la ventana mientras Jimin le rodeaba el hombro con una venda, ejerciendo la presión justa sobre.

—Debería irme de esta ciudad.

—¿A dónde quieres que vayamos? ¿Crees que habrá algún lugar más seguro que Brighton?

—No hablaba de nosotros. Hablaba de mí —decía Yoongi—. Solo.

A Jimin no le gustó nada aquel matiz. Su ceño se arrugó ligeramente, sus facciones se tensaron mientras cortaba la venda con unas tijeras y pegaba el final con un esparadrapo.

—Eso no tiene ningún sentido. Aquí hay un montón de gente que lucharía contigo.

—Debes irte —gruñó Yoongi.

—¿Qué diablos dices? —Jimin levantó la voz—. Yo también estoy aquí por ti.

—No es necesario que lo estés.

—Me da igual lo que es necesario.

—Tal vez me vea obligado a hacerte marchar —dijo Yoongi sin acritud.

Esta vez, el semblante de Jimin se volvió extremadamente duro. Lanzó el resto de vendas enrolladas contra la cama y se enfrentó a él.

—No vuelvas a decir eso. ¡No puedes hacerlo!

—Jimin, no entiendes que...

—Tienes miedo —evidenció Jimin.

—¿Miedo? ¿Crees que es eso? —formuló Yoongi vanidosamente.

—Sí, tienes miedo de que puedan hacernos daño.

De repente, Yoongi escupió una larga serie de carcajadas que le dejaron desconcertado.

—¿Piensas que me preocupa toda esta gente? —cuestionó Yoongi con una sonrisa apagada, luego bajó la voz hasta convertirla en un murmullo—. Por favor...

Jimin parpadeó y cayó en la cuenta de lo que sucedía.

—¿Yo? —pronunció sorprendido, con apenas un hilo de voz—. ¿Por qué?

—Eres... Eres...

Nunca había escuchado a Yoongi titubear así. El compañero se acercó y agarró su muñeca, apretando los dedos afectivamente alrededor.

—Por eso no me voy a ir. No voy a dejarte —le prometía Jimin—. No me dio miedo lo de Agnes Castairs, y tampoco me dan miedo los vampiros que cazan a otros vampiros. Esta es mi decisión; me quedo a tu lado. Pase lo que pase, somos hermanos.

Yoongi le contemplaba entre una profunda adoración y aflicción.

—Una vez dijiste que respetarías mi decisión —agregó Jimin, ante su silencio.

Yoongi volvió a colocarse la camisa, se la abotonó hasta la mitad del pecho y le miró.

—No puedes hablar de esto con nadie —dijo con un nuevo tono.

—No —afirmó Jimin.

—De momento, lo mantendremos en secreto.

—De acuerdo.

—Estaremos preparados, Yoon.

Lentamente, Yoongi aceptó moviendo la cabeza. Jimin se alegró de encontrar franqueza en sus ojos. No le importaba perder la vida por un hermano.

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1923, Brighton

—¡Poneos para la foto!

Un hombre sujetaba una cámara enorme. El grupo de alumnos se colocó sobre la escalera que daba a la enorme facultad de Brighton, una hilera sobre un peldaño más alto, mientras que los otros permanecían en el de abajo. Llevaban togas negras y unos birretes cuadrados con una borla colgando de un lado. Jimin estaba más a la izquierda, posaba sonriente, con las manos cruzadas sobre la cintura. Un par de molestos flashes, y ya habían terminado. Acababa de graduarse tras un par de intensos años, si bien todavía le faltaba una especialización más concreta, que pensaba realizar en el mismo recinto. El profesor Brown ya había coqueteado con él en una ocasión y ahora no podía dejar de mirarle. Apenas llevaba tres minutos como graduado, lo que significaba que ya no era un rango autoritario para él y tenía la oportunidad de lanzarse como un lobo hambriento.

Jimin no estaba del todo seguro, pero le apetecía tener algo. En los últimos tres años se había reformado, era un buen chico, sí, de los que abrían la puerta a los demás y relamía a sus víctimas permitiéndose dejarlas marchar con vida. Se sentía mucho más seguro y firme ante sus instintos, que, si bien eran fuertes, él dominaba en lugar de dejarse dominar por los traumas y ansiedades de su pasado que acechaban a su mente en las sombras.

Después de sujetar el diploma en su mano y deshacerse de la toga en el interior del edificio facultativo, el alumnado se preparaba para salir y almorzar en compañía. Ese tipo de comidas grupales eran aburridísimas, pobladas de los varones snobs del curso, de cigarrillos y bebidas que hacían pensar a Jimin que no tenían ni idea de cómo se bebía. Cuando salía con ellos, siempre pensaba que Yoongi era el mejor compañero de copas; él sabía qué beber, qué pedir en cada momento y a donde dirigirse cuando se trataba de tomar el mejor vino o el mejor licor de caramelo.

Le entregaron una polaroid grupal en lo que salían del edificio, Jimin la contempló entre los dedos; se veía tan humano con esa sonrisa. Tan feliz.

—¿Ya te has olvidado de mí? —escuchó una voz.

Antes de levantar la cabeza, sabía que era él. Yoongi Leone.

—¿Cómo iba a hacerlo? —le devolvió Jimin con las comisuras de sus ojos castaños curvándose.

—Creo que llego un poco tarde —emitió Yoongi unos peldaños más abajo. Guardaba las manos en los bolsillos del pantalón, las sacó y subió varios peldaños para colocarse a su lado. Vestía un traje blanco y le sentaba como un guante.

—Te sienta bien —comentó Jimin con una mirada de soslayo.

—Tú tampoco estás mal —contestó Yoongi con el timbre más neutral del mundo.

—Ya nos han hecho la foto. Mira.

Jimin le mostró una pequeña polaroid, sus iris se posaron inmediatamente en el lado izquierdo, donde se encontraba él. Y estaba tan guapo. Tan, tan guapo, que, por un momento, su corazón vibró suavemente por Jimin.

—¿La quieres? —preguntó Jimin atento a él.

Yoongi cerró los dedos sobre la foto y se la guardó en el bolsillo interior de la chaqueta sin decir ni una palabra. Por supuesto que la quería. Jimin no le dio importancia, sonrió un poco y se mordió el labio inferior vislumbrando de soslayo el puñado de estudiantes que comenzaban a salir del edificio facultativo.

—¿Cómo está la marca? —cuestionó el joven, volviendo a centrar su atención en él.

Los ojos de Yoongi permanecían fielmente sobre su rostro, pero eran ilegibles.

—Escuece un poco. Pero no ha vuelto a sangrar —respondió el mayor.

Jimin posó una mano sobre su hombro.

—¿Seguro?

—¿No confías en lo que digo? —dijo Yoongi más tranquilo.

El pelinegro entornó los párpados. Yoongi se desplazó hacia un lado, rodeándole por su izquierda. Un montón de hombres jóvenes estaban agrupándose a un lado, su atención se dirigía al par de profesores que acababan de llegar y conversaban con ellos, a la esperada de que un puñado de taxis llegaran en su búsqueda.

—¿Quieres comer con ellos o vienes conmigo? —preguntó el peliblanco.

Jimin miró al grupo de universitarios brevemente.

—Voy a donde usted diga, jefe —dijo sin dudarlo.

El rostro de Yoongi expresaba ese orgullo felino que le caracterizaba. Bajaron la escalera juntos y subieron a un lujoso coche de color negro que esperaba estacionado en la parada de taxis. Yoongi y él almorzaron en un estupendo restaurante céntrico de la ciudad. Que fueran vampiros no descartaba su gusto por probar la delicatesen de la mejor comida de Brighton.

Al caer la tarde, estuvieron en compañía de varios vampiros más.

—En la vida de un vampiro, graduarse puede llegar a convertirse en un evento repetitivo —decía alegremente Chester en la mesa del restaurante.

—Él ya lo ha hecho cuatro veces —canturreó su hermana Violet, que apareció sujetando una copa tras él y se sentó junto a ellos.

—¿Cuatro? ¿En serio? —formuló Jimin con diversión.

—Bueno, nos hemos tenido que mudar en unas cuantas ocasiones —sonrió Chester.

Se rieron alegremente. Yoongi estaba sentado a su lado, pero sus comisuras no se doblaron. Su semblante parecía distraído, estaba pensando en algo más, que llevaba en el bolsillo y que en algún momento tenía que darle a Jimin. Pensó en que tal vez no había escogido el mejor regalo de graduación, que podía haberle regalado un vehículo o simplemente un loft en la zona más céntrica de la ciudad. Pero lo cierto era que no quería que se marcharse del edificio ni del barrio de vampiros. Había pensado en ofrecerle lo de vivir juntos en aquel loft que ya había visto en el centro, pero tal vez, aquel movimiento le obligaría a llevarse a Marcus con él y dejar el edificio donde de momento se alojaban a cargo de los hermanos.

Yoongi meditó seriamente sobre ello y tomó la decisión hacerlo en otro momento, una vez que dejara resueltos algunos asuntos sobre la administración de la comunidad. Quizá debía decírselo primero a Jimin... Al levantar la cabeza, Yoongi atisbó la mirada azul de un hombre. Ya se había dado media vuelta, por lo que no pudo ver su rostro. Tenía el cabello negro, era alto, esbelto y llevaba un sombrero negro. Su brazo rodeó la cintura de una preciosa joven con la que se alejó de la barra del restaurante. Yoongi olvidó rápidamente el evento. Jimin apoyó el mentón en la mano, con la vista fija sobre él. El mayor no se percató hasta ese momento; Violet y Chester se habían levantado de la mesa para conversar con alguien más, y ahora se encontraban a solas, acompañados del tintineo de los tenedores y el agradable sonido en directo del pianista que ejercía su maravillosa labor sobre un piano de cola ubicado en el centro de aquel sitio.

—¿Qué tal está el tiempo sobre las nubes? —preguntó Jimin coquetamente.

Yoongi se mordió el labio inferior, observándole con un divertido fastidio.

—¿Te aburren o es que no te apetece estar aquí? —agregó Jimin a su pregunta.

—No es eso —Yoongi hizo el amago de levantarse de la mesa, abotonándose el primer botón de la chaqueta—. Ven conmigo, vamos a brindar afuera.

Tomaron dos copas de champán, que un camarero les sirvió gustosamente en la barra. El líquido era dorado y contenía miles de burbujas en movimiento. Ya había caído la noche cuando salieron al estupendo y enorme balcón del restaurante, había varias mesas pequeñas en el exterior, unas bonitas luces que iluminaban el lugar desde el que podía verse el mar a lo lejos. La atmósfera era cálida, hacía buena temperatura, la brisa contenía notas frescas y saladas.

—Este año, no hemos tenido altercados. Nuestra comunidad está bien —dijo Yoongi familiarmente, y levantó la copa para celebrarlo—, todo marcha sobre ruedas, y tú te has graduado.

—Lo dices como si fuera importante —sonreía Jimin.

—¿No lo es para ti, cielo? —le devolvió Yoongi, ladeando la cabeza—. Por un buen año.

—Por un buen año —admitió el otro vampiro.

Sus copas chocaron con un dulce tintineo. Jimin se tragó el líquido de un sorbo y su esófago ardió por las burbujas. Le devolvió una mirada cómplice a Yoongi, quien tan solo se había mojado los labios. Entonces, él apartó su copa posándola sobre la barandilla de piedra y sacó de un bolsillo de su chaqueta.

—Tengo algo para ti —comentó distraídamente.

—¿Mhn?

Yoongi sostenía una caja alargada de terciopelo negro, que inmediatamente le ofreció a él. Jimin se sorprendió, sacudió la cabeza y levantó la palma de una mano.

—No. No quiero regarlos. Quedamos en que no habría regalos —dijo.

—Nunca te he regalado nada —repuso Yoongi con neutralidad.

—Bueno, podría matizar eso bastante —exhaló el pelinegro—. La matrícula, el lugar donde he estado viviendo todo este tiempo, y...

—Jimin, no te estoy adulando —le detuvo Yoongi, frunció el ceño ligeramente como si le pareciera un poco tonto aquel rechazo—. Quería hacerte un regalo, porque es tu primera graduación. Es la primera vez que vives esta experiencia, está bien merecido celebrarlo.

Jimin apretó los labios, que formaron una fina línea. Cerró la boca tras su explicación, y si bien sentía que no necesitaba nada, tomó la caja.

—¿Lo has comprado? —dudó fugazmente.

—No —negó Yoongi.

—¿Lo has robado?

Yoongi soltó una carcajada.

—No he robado nada, Chim. Tengo todo el dinero del mundo.

—No lo dudo, querido —ironizó Jimin.

Miraba fijamente la caja, en lo que sus dedos se resistían a abrirla. El terciopelo negro era agradable, muy suave bajo las yemas. Jimin levantó la cabeza y volvió a comprobar el semblante de su compañero, tan serio y discreto como se mostraba usualmente. No había nada que averiguar en su cara, si no abría la maldita caja.

—Guardo algunas reliquias del pasado —expresó Yoongi, sabiendo que necesitaba un empujón—. Pensé en compartir alguna contigo. Esta era de una bruja. Me parece un complemento ideal y muy representativo, así que... Preferiría que lo tuvieras tú. No acostumbro a usar este tipo de cosas, por lo que lleva años apartada, cogiendo polvo...

Jimin tragó saliva. Sus dedos tiraron de la tapa hacia un lado y finalmente descubrió de lo que hablaba. Era una pequeña pulsera de la que colgaba un luminoso corazón facetado. Una preciosa joya.

—¿Es un diamante? —preguntó asombrado.

—Sí —contestó Yoongi.

—¿Por qué un corazón? —cuestionó volviendo a mirarle.

—Yo qué sé —le dio la respuesta más ambivalente de todas.

Jimin bufó una inesperada risita, Yoongi apartó la mirada notando una punzada vergonzosa. El más joven detectó un leve bochorno en él, pero no le dio mayor importancia. Sacó la pulsera y se guardó la caja en el bolsillo. Sujetándola entre los dedos, contempló el corazón y no pudo evitar pensar en que el corazón de los vampiros también se recubría de un tipo de recubrimiento similar, el más duro, el más valioso y brillante, como un mineral inmortal.

La alegoría era preciosa, Jimin se preguntó si, de alguna forma, Yoongi también había creído que sus corazones eran similares, al entregárselo.

—Es bonita. Gracias —sonrió apretándola en un puño.

—Si quieres, puedo cambiarla por otra cosa —dijo Yoongi sin mirarle.

Jimin arqueó ambas cejas, observó su reciente modestia y negó con la cabeza.

—No, me la quedo. Y más, si me dices que está encantada. ¿Me van a salir alas de murciélago finalmente? —bromeó Jimin.

Yoongi sonrió un poco. Parecía evitar mirarle, pero sin duda aquel comentario le había hecho gracia y había rebajado la tensa línea que formaba su mandíbula.

—¿Hermanos? —preguntó Yoongi volviendo a tomar su copa.

—Hermanos —contestó Jimin familiarmente.

Sus copas volvieron a tintinear en ese momento, formando una promesa indestructible entre ellos. La noche transcurrió con normalidad, se alimentaron de unos cuantos hombres jóvenes que pasaban por allí y más tarde, se divirtieron en compañía de los hermanos.

Al día siguiente, Jimin por fin se sintió libre. Sin clases, sin nada que extra que hacer. Podía volver a dormir toda la mañana (aunque no lo necesitase), y no salir de la cama hasta mediodía para después atender a sus habituales salidas con Yoongi o Violet. Tenía varios meses hasta plantearse hacer una especialidad en la universidad, así que, mientras estos llegaban, pensaba divertirse como una.

La mañana transcurrió tranquilamente en el edificio donde se alojaban, Jimin encontró a Marcus sirviendo el té en el patio empedrado. Él le saludó y le felicitó por su graduación. Fue tan amable, que Jimin le dirigió una sonrisa. Marcus era poco hablador, nunca salía de allí, ni se sentaba con ellos. Parecía un simple trabajador, pero Jimin sabía ahora por qué Yoongi le guardaba tanto afecto; su lealtad.

Por la noche, asistió al club nocturno de la ciudad. Chester estaba a su lado, él se llevaba de maravilla con Jimin, siempre se reían juntos, se contaban anécdotas que de manera inexplicable cobraban un tono absurdo y divertido.

Yoongi les tenía ubicados junto a la barra, se hundió en el asiento de media luna que se encontraba junto a la habitual mesa circular donde siempre se sentaba. Desde allí, siempre había tenido la mejor vista, la mejor perspectiva de todo el club a su merced. Gente conocida, y desconocida yendo y viniendo. Los camareros, las bailarinas sobre el escenario, el pianista y la mujer que tocaba el violonchelo.

Se levantó del asiento para acercarse, pero entonces, sus ojos se toparon con alguien. Esta vez, sí que pudo verle con nitidez. Nunca olvidaría ese rostro, esos ojos de un azul añil que se cristalizaban hacia el interior de la pupila. Con el mismo mentón y esa bonita nariz, rostro terriblemente familiar, tanto que, Yoongi sintió como si todo se ralentizara.

Era Sui, su hermano. Sui estaba vivo. Y estaba allí, contemplándole con una misma expresión tanto de desafío como pavor.

Yoongi detuvo sus pasos. Paralizado, en mitad del club, guardó una mano en el bolsillo del pantalón y oteó a Sui dar media vuelta, dirigiéndose hacia otro lugar apartado, fuera de su vista. No estaba huyendo. Le estaba pidiendo que le siguiera.

Yoongi miró a Jimin por última vez y se alejó de aquel sitio, planteándose lo horrible que podría ser aquel encuentro. Un instinto protector emergió en el pecho. Si Sui estaba vivo, ¿qué diablos había ocurrido? ¿Por qué estaba allí, en Brighton? ¿Por qué volvía a encontrarse tras cientos de años sin mirarse a los ojos?

Sus pasos le llevaron hasta la periferia del local, donde las cortinas separaban la zona común de barra, casino y escenario, a un lugar más privado en el que algunos hombres se reunían con mujeres para meterse mano y posteriormente entrar en alguna habitación. Yoongi Leone giró la esquina, pasó junto a una alta columna, oyó el sonido de la risita de una mujer, y después, de unos labios rechinando contra otros. Se encontró con Sui en aquel pasillo, donde el humo del tabaco era menos denso y la música resonaba a lo lejos.

Se detuvo ante Sui, y estaba tal y como lo recordaba. El recuerdo nublado de un viejo familiar al que había estado demasiado tiempo sin ver.

—Es como si viera a un fantasma —dijo Yoongi—. Cuéntame para qué estás aquí. Y si me apetece, te daré un cronómetro para que cuentes los segundos para salir de esta ciudad antes de que te saque la tráquea por la boca de un solo movimiento.

—Hay cosas de las que debemos hablar.

—Ah, ¿sí? —Yoongi sonó sarcástico.

Justo el tiempo en el que habían regresado esos dolores y pesadillas.

Sui se desabotonó la mitad de la camisa frente a su hermano, tiró de la tela y la cazadora con los dedos y le mostró un hombro desnudo. En él, una cicatriz rojiza con forma de media luna se marcaba sobre la piel canela.

—Te han marcado.

—Un cazador lo hizo hace cincuenta años. Hui. Estuvo activa durante un tiempo, pero luego cicatrizó... hasta el año pasado —expresó Sui.

Él volvió a recolocarse las prendas, levantó la cabeza y contempló a su hermano con el mentón alto.

—Dime, Sui. ¿Por qué estás aquí?

—Quería enfrentarme a ti. Preguntarte por qué lo hiciste —reveló lentamente.

—¿Y has venido para eso? ¿Para saber si yo maté a nuestra madre? —Yoongi ladeó la cabeza, sus ojos eran negros, como canicas oscuras e insondables—. ¡No! ¡Puto niñato insolente! ¡Mil años de vida y continúas comportándote como un infante!

No había miedo. Tampoco afecto. Era como una escultura nívea y elegante, que no emitía ninguna emoción. Sui bajó la cabeza. Sabía que no podía mentir. No a Yoongi. Se conocían demasiado bien, a pesar de llevar siglos sin verse. Y aunque se hubiesen odiado, un día, hacía siglos, estado más unidos que ninguno de sus hermanos. Más que Erik, Eleanor y Viego.

—Yoon, yo no... Yo no quería... ¡Yo también me he sentido solo!

—¿Cuántos días llevas en la ciudad?

Sui apretó los labios.

—Déjame adivinar. Viniste a por mí, y le viste a él, ¿verdad? Jimin De Fiore —decía Yoongi con disimulado recelo—. Todo este tiempo has temido acercarte. Llegaste buscándome y entonces me encontraste con él. ¿Crees que puedes recuperarle? Qué patético por tu parte, hermano. Si supiera algo de ti —esbozó una sonrisa hiriente—, te pisaría como a una triste cucaracha.

Sui le miraba en tensión, una punzada de terror asomó en sus ojos azules.

—Le amo, Yoongi —reveló Sui.

Yoongi se sorprendió ampliamente. «Así que es cierto», pensó. Y bien sabía que no existía nada más transcendental para un inmortal que encontrar a su amor verdadero. Era lo único que les hacía sentirse humanos en una vida demasiado larga. Sí, Sui Leone estaba profundamente enamorado de alguien a quien su frío corazón anhelaba con el mismo aliento.

*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo y los capítulos anticipados en Patreon.com/chispasrojas.

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