Capítulo 2
*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo y los capítulos anticipados en Patreon.com/chispasrojas.
Capítulo 2. Al caer la noche
Taehyung llegó a casa, subió la escalera y dejó caer la bandolera sobre la cama. Los jueves, su tía Everly salía más tarde del trabajo. Estaba trabajando como administrativa en la recepción de plantas del hospital de Shadowfell. El joven fue al cuarto de baño, y después de lavarse las manos regresó al pasillo y se detuvo frente a la puerta de la habitación de su hermano.
Soobin tenía dos años menos que él, pero desde la muerte de sus padres había cambiado una barbaridad. El mayor empujó la puerta, la habitación se hallaba en penumbra, tan sólo iluminada por el blanquecino resplandor de la pantalla y las luces LEDs de la torre del ordenador que variaban de colores cada varios segundos. Taehyung entró en el dormitorio, observando a su hermano sentado en la silla, con los auriculares tapándole las orejas y el rostro potencialmente concentrado en el videojuego.
—Soobin, qué haces —dijo, apoyando una mano en el respaldo de la silla.
—Jugar.
—Eso ya lo veo. Quítate los auriculares.
—¿Eh?
—Que te quites los auriculares.
Como no le hacía caso, Tae le zarandeó el hombro con una mano, y su hermano se arrancó la visera de auriculares de la cabeza de mala gana.
—¿Qué? ¿¡Qué quieres!?
—¡Que me mires! ¡Voy a decirte algo! —exigió el hermano mayor.
Soobin movió la silla y le miró enfurruñado.
—¿¡Qué!? —repitió con malas formas.
—¿Por qué no vas a clase? ¿Se lo has dicho a la tía Eve?
—A Eve que le jodan.
—Oye, ¡esa boca!
—¡A ella le da igual lo que yo haga!
—¡Eso no es verdad! —le enfrentó Taehyung—. ¿Por qué vuelves a saltarte las clases? ¡El año pasado suspendiste por eso!
—¡El año pasado fue una puta mierda y también lo será este! —estalló Soobin.
—Soob, eso no es así. Deja de decir esas cosas, ya no eres un niño...
—¡Y tú no eres mamá! ¡Tampoco papá!
—¡No menciones a mamá por esta mierda! —le gritó Taehyung.
Soobin se levantó de la silla y se encaró con Taehyung. Esos últimos meses había crecido un montón, y a pesar de que era dos años menor, había crecido tanto como él y tenían la misma altura.
—¡No, no he ido a clase! ¡Ahora, lárgate! —exclamaba Soobin.
—Se lo voy a decir a Eve y tendrá que ir a hablar con los profesores. Tú eliges, Soobin. Esto que estás haciendo es tu maldita elección —escupió Taehyung.
Y entonces salió del dormitorio pegando el pertinente portazo. Estaba harto de la actitud de su hermano; desde hacía meses se habían separado por completo, ahora apenas hablaban. Iban al mismo instituto, todo el mundo sabía que eran hermanos y sabían acerca de la pérdida que sufrieron el año pasado. Taehyung también había estado mal, muy mal. Su vida y su forma de relacionarse había cambiado desde entonces, pero no por eso estaba echando su futuro a perder. No por eso iba a comportarse como un idiota con todo su entorno.
Taehyung bajó la escalera y almorzó algo. Un rato después, estuvo haciendo las tareas en su escritorio. De vez en cuando, su mente salía volando hacia la tutoría de esa mañana. Su conversación con Jimin Park, esa manera en la que habían conectado, para que después él se cerrara en banda. ¿Por qué le fascinaba tanto? Taehyung se arremolinó el pelo castaño oscuro con una mano, deseando librarse de la imagen de su cara y de su sonrisa. No le parecía justo haberse flechado así de alguien. Jimin no le había pedido permiso a su corazón para encapricharle.
Al final de la tarde, Everly volvió a casa. Taehyung estaba preparando sándwiches para la cena. Comieron juntos en la isla de la cocina.
—He hablado con ese mocoso —dijo masticando.
—¿Quién? ¿Soob?
—Ahá. No pude decirle lo del psicólogo. Pero mi tutor ya me ha preguntado por Soobin. Parece que se ha estado saltando las clases desde el primer día.
—No me jodas —soltó Everly. Acto seguido, chasqueó con la lengua—. Vale, voy a tener que subir a hablar con él.
Taehyung se encogió de hombros. Se tragó el último bocado y luego le dio un sorbo a un vaso de agua. Recogió los platos y dijo que se marchaba a la cama, mientas su tía todavía cenaba, quedándose absorta frente al televisor, con una mirada muy reflexiva acerca de sus actos como tía y figura de autoridad.
Al subir hasta su dormitorio, Tae cerró la puerta y se dejó caer sobre el colchón. Agarró su teléfono móvil, el cual se encontraba encima de la mesita de noche. Estaba revisando Twitter, cuando el dispositivo vibró en su mano, mostrándole una llamada entrante de su mejor amiga y alma gemela.
—Hola, boo —dijo llevándoselo a la oreja—. ¿Extrañas mi voz?
—Calla, engreído. ¡Tengo una buena noticia! —sonaba súper emocionada.
—Dispara.
—Mañana. Por la noche. Hay una lluvia de estrellas, y los de último grado han organizado un botellón cerca del bosque. Podemos ir en bici. O andando, si quieres.
—¿En serio? ¿Una fiesta? —Taehyung estaba masajeándose la frente—. ¿Tan pronto?
—¡Vamos! ¿¡A qué no sabes por qué te lo digo!?
—Porque Landon estará allí.
—¡Síp! —Rayna se mordió la lengua—. Bueno, y también Jimin.
—¿J-Jimin? Ah, Ray. Olvida lo que dije —Tae suspiró mirando al techo—, no estoy ni remotamente interesado en un desconocido que...
—Querías acercarte a él. Oh, venga ya, estuve viendo desde atrás lo mucho que hablabais en la primera fila. No me digas que el señor Kim no fue una excelente celestina.
—Él ni siquiera lo hizo a propósito.
—¡Las casualidades no existen, cabeza de chorlito! Además, esta tarde vi a Jimin saliendo de la biblioteca. Le pregunté si mañana le veré allí y me dijo que sí. ¡Es tú oportunidad! ¡Sed amigos! ¡Liaros! ¡Deja que la magia fluya!
—¿Tu magia? —sonrió levemente.
—Mi magia o como quieras llamarlo —la chica soltó una carcajada—. Vamos, ven. Hace una eternidad que no vienes a una fiesta conmigo. ¡No puedes decirme que no quieres ver las estrellas fugaces!
Taehyung se mordía el labio inferior. Dios, quería ver a Jimin fuera del instituto, más que a las malditas estrellas. Quería hablar con él de la misma forma que habían hablado en la estúpida clase del señor Kim.
—Vale.
—¡Sí! —celebró su amiga al teléfono—. Nos vemos mañana en clase, y ya hablamos sobre la hora a la que paso a recogerte.
—Okay, buenas noches.
—¡Buenas noches!
El castaño colgó la llamada y liberó un profundo suspiro. Metió el teléfono bajo la almohada y abrazó un cojín. ¿Qué diablos pasaba con él? Ojalá pudiera entenderlo.
En la cocina de la casa, Everly lavó los platos y agarró el que quedaba con un par de sándwiches que habían sobrado. Tenían el nombre de Soobin, pero el chaval no había salido en todo el día del dormitorio. Ella tomó la escalera, se acercó a la puerta y tocó con los nudillos. Después pegó el oído. Volvió a repetir, y como no escuchó ninguna respuesta, giró la manija y observó la oscuridad de la habitación.
El ordenador estaba apagado, la persiana bajada hasta la mitad, por la ventana apenas entraba luz. El chico se encontraba echo un ovillo en la cama. Entró en el dormitorio. No necesitó molestar a su sobrino preguntándole qué le pasaba. Él tenía los ojos cerrados, los párpados hinchados, y el rostro un poco hundido. Había llorado.
Everly dejó los sándwiches sobre la mesita de noche y le tocó el hombro sabiendo que estaba despierto. Esperaba que Soobin comprendiera que estaban preocupados, que estaban ahí para él, y que no era el único que extrañaba cómo las cosas eran antes de que todo se truncara.
—Come algo, anda. Ya volverás a clase el lunes —le dijo en voz alta, y después, salió del dormitorio para darle su espacio.
Cerró la puerta y suspiró lentamente, deseando que su hermana mayor estuviera allí. Ella sí que era madre. Ella sí que sabía hacer las cosas como se suponía que debían ser hechas. Aquella vida le quedaba grande a Everly, pero no pensaba abandonar a sus sobrinos. Iba a protegerles de lo que fuera.
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Tenía las piernas cruzadas sobre la mesa de café, mientras releía lo último que había escrito. Había evitado con todas sus fuerzas escribir el nombre de Taehyung en el diario, pero finalmente lo había hecho. Se le estaba haciendo tan difícil evadirle. Cuanto más lejos quería estar de él, más fuerte era la gravedad que sentía. Y lo peor de todo, es que aquel joven muchacho no parecía tener ningún tipo de reparo en acercarse. Lo había atrapado mirándole con esos ojos azules, caminando hacia él y volviéndose a detener, una decena de veces esa semana. Él le había olido mucho antes. Le había rastreado meses antes. Y tuvo que marcharse de Shadowfell, pero estaba de vuelta y no lo había olvidado.
Le había seguido hasta casa mucho antes del comienzo de clases, e incluso había estado a punto de asesinarle, creyendo que se había equivocado y que finalmente era esa otra persona. Pero no era así.
Y para un humano, era tan fácil morir a las garras de una criatura nocturna. Cuando Tae sacaba a su Border collie a la calle a partir de las ocho de la tarde, apenas había luz en el parque. El camino a casa era silencioso, en esa calle de casitas hogareñas donde se encontraba la casa familiar de los Kim. Jimin quiso matarle, arrancarle la tráquea y sacársela por la boca. Hundirle la cabeza hasta que se ahogara en su propia sangre.
Pero después de conocerle, de descubrir cómo le miraba, de intentar entrar por la ventana como un animal instintivo, cayó en la cuenta de que no podía deshacerse de Taehyung.
Necesitaba saber más de él y no podía parar la inercia con la que continuaba acercándose hasta colisionar con su persona. Empezando por, matricularse en el mismo instituto para interferir en su vida como un psicópata. Era lamentable. Digno de un maníaco como Jimin Park.
Lo que escribió esa tarde en el diario fue: «Querido diario, Taehyung Kim es distinto a lo que esperaba. Es bastante joven. Parece un buen chico, y... lo más importante: está vivo». No podía escribir el resto, sentía cómo los dedos se le agarrotaban. Y vuelta a empezar, le apetecía ir a su casa (cuya ruta ya conocía) y acecharle como una bestia en las sombras. A esas alturas no pensaba hacerle daño. Además, a su sobrino Gregory, de 44 años, con quien vivía en la casa condal del pueblo, le había prometido que sólo se quedaría allí unas semanas.
—Pensaba que te habías ido —Gregory se cruzaba de brazos en el arco del enorme salón—. ¿Al final estás asistiendo a ese instituto?
—No tengo nada mejor que hacer —Jimin se levantó y pasó por su lado, levantándose la capucha de la sudadera que vestía bajo la biker negra.
—Tío Jimin, siempre has tenido algo mejor que hacer que estar en Shadowfell. Hace como veinte años que no pasabas por aquí, ¿puedo saber el motivo? —caminó tras su familiar, observándole abrir la puerta principal—. Aquí no hay nada para ti —agregó, mientras Jimin se detenía en la salida—. No queda nada del pasado. Nada que te haga volver.
En el último momento, Jimin giró la cabeza, por encima del hombro.
—Esta siempre ha sido mi casa, Greg. Todavía lo es —y se marchó.
Abandonando la estancia, todavía podía sentir cómo la desconfianza de Gregory se clavaba en su nuca. Él era alguien de confianza, alguien de la familia. Si bien, veía normal que un humano desconfiara de una criatura nocturna como él, a la que veía una vez cada tantos años.
Jimin se aproximaba a la linde del bosque caminando bajo las estrellas, dejando que sus sentidos se liberaran y expandieran como una honda. Las pupilas más grandes, el oído tan fino como para escuchar las diminutas patas de un animalillo colindando entre los árboles y arbustos. Tenía hambre. Mucha. Y puede que, si fuera a seguir acercándose a ese joven de ojos azules con la misma gravedad que le dominaba, quizá necesitase encontrarse mejor alimentado para no cometer un error insalvable. Las encías le palpitaban mientras empujaban sus colmillos; dos finas agujas arriba, y otras dos más pequeñas abajo, de un blanco espectral capaz de atravesar cualquier superficie como el diamante que cortaba el cristal.
Fue entonces cuando salió disparado. Su velocidad cortaba el aire, el viento, corría por encima de las hojas caídas y toscas raíces. Se agarró a una superficie peluda, esta vez no era una liebre, sino un violento jabalí, de esos que se alimentaban de bellotas, castañas, bayas y raíces. Los dientes perforaron la carne, el lazo pétreo de sus brazos le partió el cuello, y el resto, fue historia para Jimin.
Más tarde, bajaba la colina relamiéndose. Para un demonio de la noche como él, no llevaba mal la dieta. A pesar de que pensar en Taehyung le trastocaba los sentidos como una chuleta de ternera bien suave y tierna. Suerte que había logrado humanizarle mucho antes de cometer una estúpida venganza o simplemente saciar su hambre con él.
Ahora sencillamente quería conocerle, sin vueltas de tuerca. Estar maldito era su día a día, ¿por qué no iba a permitirse un rayo de sol en mitad de una tormenta que duraba 150 años?
En lugar de volver a casa, continuó andando en las sombras de Shadowfell. No había nadie por la calle a medianoche, y Jimin se sentía como una sombra más tras los edificios residenciales y las enormes casas familiares frente a las que transitaba. El instituto High School Elementary se veía cómicamente lúgubre desde fuera. Y luego de un buen paseo, se detuvo allí, frente a la casa de muñecas de aquel humano. Las ventanas estaban apagadas y no se oía ni un alma. Jimin rodeó la pulcra valla blanca sin pisar el césped; tenían un perro, no quería alarmarle. Clavando los ojos negros en la ventana del muchacho, se preguntó si estaría durmiendo.
Fuera como fuese, no podía comprobarlo así intentara trepar hasta su ventana. Nunca le habían invitado, pero él quería entrar. Quería entrar con vehemencia. Sin saber por qué, esa sensación efervescente había vuelto a sus venas.
«¿Era por él? ¿Era porque le recordaba... a su pasado?», se preguntaba. «No. Él no era el idiota de su hermano, ya había superado el pasado. O eso creía».
Retrocedió unos pasos, y mordiéndose el interior de la boca, se pidió tener paciencia. La necesitaba, así como las oportunidades. «Y tomárselo con calma. Eso iba a hacer». Jimin giró la cabeza, y vio pasar una sombra calle abajo. Sus sentidos se crisparon. ¿Una sombra? No lo había oído caminar. Tampoco pasar. Guardando las manos en los bolsillos, miró una última vez a aquella alta ventana apagada, y finalmente se marchó. No vio nada extraño en la calle, ni de vuelta a casa.
*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo y los capítulos anticipados en Patreon.com/chispasrojas.
En la oscuridad bajo sus párpados, podía ver esos ojos oscuros introduciéndose en él. Miraban su alma, su mente, su cuerpo eventualmente desnudo. El vello de su piel se erizaba, y de repente, sus dedos se encaramaban a algo. Un cuchillo plateado.
Taehyung lo miró entre sus manos, la empuñadura era extravagante y la doble hoja estaba demasiado bien trabajada para haber estado cortando carne con él. Se encontraba en una mesa de mantel negro, con una sola vela cuya llama titilante resplandecía sobre un candelabro dorado. Apenas iluminaba la escasa luz que atrapaban sus ojos.
Entonces, Taehyung escuchó unos pasos y dejó de comer. Venían del otro extremo de la habitación; zapatos con un leve tacón, de esos masculinos, negros, brillantes, caros. Su rostro se partía por las sombras, creando un claroscuro que corría una cortina en la mitad de su elegante y sensual semblante. El desconocido vestía un traje negro. Tenía el cabello azabache, con mechones largos. Los labios de un rosa oscuro, la piel cremosa y muy pálida, los párpados caídos, con una atractiva mandíbula cuadrada en la que podían cortarse sus labios si alguna vez la besara.
Se sentía muy nervioso. No. Estaba asustado. Muy asustado de él... Levantó el cuchillo con los dedos temblorosos, y entonces, él se inclinó sobre la mesa y sopló la llama. La luz se esfumó, y de un momento a otro, sintió su aliento abriéndose sobre él. El gruñido de una bestia, la exhalación de una criatura hambrienta a punto de partirle el cuello y masticar sus huesos.
—¡No! ¡Por favor! —gritó.
Taehyung despertó de un sobresalto. Liberó una fuerte exhalación. Con los ojos muy abiertos, miraba al otro extremo de su dormitorio. No había nada, nadie. Estaba amaneciendo. Faltaba un minuto exacto para que sonara el despertador. Entre sus dedos, agarraba las sábanas con fuerza. Poco a poco las soltó, tragó saliva y se ubicó en la realidad. Una pesadilla. Sólo había sido eso: una fea pesadilla.
Se levantó de la cama para prepararse para ir al instituto. Después de cepillarse los dientes, vestirse y arreglarse el cabello, bajó la escalera con la bandolera colgando de un hombro. Everly estaba en la entrada, mordisqueando una barrita de cereales.
—Buenos días. Me voy a clase, Eve.
—Eh, ¿Puedes decirle a tu tutor que me gustaría hablar con él?
—Uh, ¿A Joon Kim? Sí, claro. Se lo diré —asintió—. ¿Es por Soob?
—Así es. Voy a necesitar una mano fuera de casa.
—Okay —Taehyung pasó por su lado.
—Espera, ¿Te vas sin desayunar?
—Tengo dinero, Eve —encogió los hombros tirando de la manija—. Ya me compraré algo. ¡Hasta luego!
—Adiós —suspiró su tía, mientras se cerraba la puerta.
En el instituto, Taehyung se detuvo junto a su taquilla. Estaba sacando y metiendo libros, cuando sus iris captaron a Jimin al otro lado. Jessie hablaba con él. Era una de las animadoras del instituto, buena amiga de Lexa. Una sensación muy rara se revolvió en su estómago. Otra vez. No era exactamente lo que sentía por su flechazo, por el tono de su voz y su sonrisa. Había algo más que no lograba reconocer. Y cuando la reminiscencia de la pesadilla que tuvo la previa noche volvía a él, bajó la cabeza, notando que le costaba tragar saliva.
—Algo me dice que a esa chica le gustan los asiáticos potentes —Rayna apareció a su lado—. Sin ofender, cielo. Es que tú no eres nada accesible.
—¿Qué yo no soy accesible? —Taehyung le miró de medio lado, casi ofendido—. ¿Qué coño dices?
Rayna carraspeó.
—Me refería a que, después de que dejaras a Lexa, todo el mundo cree que Taehyung Kim vuelve a ser imposible de alcanzar —dijo con retintín—. Ahora en serio, ¿has visto como te miran las de tercero? —señaló hacia un lado con el dedo.
Taehyung miró en esa dirección y descubrió a tres chicas mirándole y cuchicheando entre ellas. En cuanto él las encontró con la mirada, se desplazaron y largaron de allí despavoridas.
—Tonterías —gruñó Tae.
—Ya. Díselo al nuevo.
El ojiazul empujó la puerta de la taquilla para cerrarla. Instantes después volvió a girar la cabeza para ver a Jimin, pero ya no estaba allí. Tampoco la tal Jessie. Y eso sí que le removió el estómago, mientras se creaba una película en su cabeza sobre cómo aquel chico empezaba a salir con la mejor amiga de su ex. Un momento, ¿estaba celoso? ¡Pero si ni siquiera se conocían! Bueno, sí que sabía cosas de él gracias a ese maldito cuestionario del profesor.
Las clases del viernes transcurrieron muy rápido, gracias a Dios o lo que fuera que estuviera ahí arriba. Tae logró zafar su conciencia de Jimin, no tuvieron que volver a sentarse juntos en la clase de filosofía del profesor Kim, y afortunadamente, salieron una hora antes del instituto.
—Así que Landon estará allí, pero como Trevor irá con él, no sé cómo diablos voy a arreglármelas para que nos quedemos asolas, y...
—¿A qué hora era? —le interrumpió Taehyung.
—A las diez. Te paso a recoger a las nueve.
—Vale. Nos vemos.
—¡Adiós, mandarina!
—¿Mandarina? —puso cara de asco.
—Mi media mandarina —indicó Rayna.
—Se dice naranja, Ray.
—Con todo el respeto, Tae; lo de media naranja lo tengo reservado para ese impresionante tipo que voy a conocer este año.
Taehyung le dedicó una mueca. Se separaron en la salida del instituto. El muchacho vio de casualidad a Joon Kim saliendo por el vestíbulo, así que aceleró el paso para alcanzarle, recordando lo que su tía Eve le había dicho.
—¡Profesor Kim! ¡Profesor!
Namjoon se dio la vuelta en cuanto lo oyó. Llevaba un maletín en la mano y una gabardina doblada sobre el brazo contrario.
—Taehyung. Dime, ¿qué puedo hacer por ti?
—Discúlpeme, había olvidado decírselo. Mi tía Everly me ha pedido una tutoría con usted. Quiere hablarle sobre mi hermano.
—¿Su tía? Oh, sí —asintió—. Dile que el lunes estaré disponible. Puede pasarse por mi despacho a partir de las seis.
—De acuerdo, gracias. Adiós, profesor.
—Por cierto, joven —Joon le detuvo unos instantes—. He oído algo entre los de último grado sobre una fiesta clandestina. Tened cuidado. No sólo es ilegal, sino, además, la mayoría son menores de edad. La policía podría acabar atrapándoos.
Taehyung arrugó la nariz. Ahí estaba la frase carca del profesor Kim, un adulto que no podía entender que, contra la estupidez de la adolescencia, era imposible luchar.
—No se preocupe, sólo tomaremos zumitos.
—Lo digo por lo del bosque —agregó Namjoon con un tono lúgubre—. Dos adultos desaparecieron la semana pasada. No es seguro andar por allí. Es época de cazadores y de osos pardos.
—Osos pardos —repitió Taehyung, atónito.
Era cierto que en Virginia había un montón de esos; aunque estaba seguro de que había más jabalíes y ciervos que osos. Además de las encantadoras ardillas, claro.
Joon le juzgaba con una mirada que recorrió al joven Taehyung de arriba abajo. Después de clavarle la espinita de la desconfianza, se despidió educadamente y se marchó hacia su auto.
Por la tarde, Taehyung no estaba del todo seguro sobre si ir o no a la fiesta. Y no era por la advertencia del profesor Joon. Es que, pensar en multitudes, en un montón de gente hablando, bailando, con las bebidas corriendo, le encendía la fobia social de nuevo. Le daba igual si las chicas menores seguían mirándole o si todavía era considerado como alguien deseable en Shadowfell. Él sólo había querido ir por Jimin, pero le había visto hablar con una chica y no estaba seguro de si podría verle también comiéndose la boca con alguien.
Eran las ocho y media, se había duchado, pero todavía no sabía qué ponerse. Estaba a punto de enviarle un mensaje a Rayna para que no pasara a por él. Empezaba a pensar que sería mejor quedarse en casa. Pero al salir del cuarto de baño, se topó con la puerta del dormitorio de Soobin abierta. Su hermano estaba vestido y rebuscaba entre las cosas de su riñonera, organizando lo que llevaba encima.
Taehyung entró con su indeseable afán por invadir su espacio. Se cruzó de brazos, dudando.
—¿Vas a salir?
—Hay una fiesta. Casi todo el instituto estará allí —contestó Soobin sin mirarle.
—Ah, sé cuál es —dijo Tae, juzgándole con un rápido vistazo—. ¿Qué llevas ahí? ¿Papel de fumar? —frunció el ceño—. ¿Ahora fumas? Pero qué coño, Soob. En serio, ¿qué coño?
—Qué te importa —soltó desganado.
Pasó por su lado, rozándole el hombro y salió del dormitorio. Taehyung se volvió con los ojos muy abiertos. Soobin bajó la escalera perezosamente, se despidió de la tía Eve y se marchó de casa. El hermano mayor todavía estaba encaramado a la barandilla de la escalera.
¿En serio? ¿De verdad su hermano pequeño iba a esa puta fiesta?
Aquello le dio dolor de cabeza. Soobin era muy joven para beber, pero estaba seguro de que lo haría. Lo estaba haciendo desde el año pasado, desde que perdieron a sus padres. Y para colmo, descubrir que ahora también fumaba, le perturbaba del todo.
—Joder. Me toca hacer las de hermano mayor —Tae chasqueó con la lengua.
No le quedaba más remedio que ir. Y ya no era por Jimin o por Rayna, sino por mantener un ojo clavado sobre su hermano. Era su responsabilidad; su tía, los profesores, todos estaban preocupados por Soobin. Él no podía seguir ignorándolo.
Al final, Taehyung se vistió. Se puso unos jeans oscuros, un jersey negro con cuello de pico y unas deportivas. Se echó por los hombros una cazadora vaquera, mientras se agitaba el cabello oscuro frente al espejo, con una mano llena de espuma que le otorgó un poco de volumen y los mechones ligeramente ondulados. Escuchó el claxon del Fiat 500 de Rayna afuera, así que se despidió de su tía, quien le detuvo veinte veces preguntándole si necesitaba dinero, si llevaba el móvil, las llaves, y si iba lo suficientemente abrigado, hasta que Taehyung esbozó una mueca.
Cuando salió de casa y entró en el coche, Rayna le dedicó una sonrisa.
—Wow. Qué guapo estás.
—Voy bastante normal —Tae sonreía—. Espera, ¿te has pintado la línea de los ojos dorada?
—Te gusta, ¿Eh? ¿No me digas que no me queda bien? —dijo de forma coqueta, mientras volvía a poner el Fiat en movimiento.
Rayna conocía la ubicación de la fiesta. Llegaron en veinte minutos, estaban ligeramente a las afueras del pueblo de Shadowfell, cerca de las criptas subterráneas del sector norte, al borde del bosque Northwood. La carretera se abría por la izquierda en un camino de tierra que terminaba en un claro llano. Allí había un montón de coches aparcados. Olía a candela, a barbacoa, y había un montón de litronas y refrescos encima de unos gruesos troncos tumbados, junto a otra pila de vasos de plástico precintados.
Tae y Rayna bajaron del Fiat, había muchísima gente allí. Adolescentes, algunos del último curso, otros más jóvenes. La música estaba puesta en la minicadena de un coche, y el sol anaranjado del atardecer ya se encontraba cerniéndose tras los árboles.
La asombrosa capacidad de Taehyung por localizar a Jimin, le regaló una punzada desagradable en cuanto lo ubicó junto a la misma chica. Por un lado, su corazón brincó de felicidad porque verle allí. Pero por otro, sintió asco. Lexa se encontraba junto a Jessie, las dos estaban radiantes.
Taehyung sacudió la cabeza. Vamos, céntrate, se pidió a sí mismo.
—Allí está Landon. Espera, voy a saludarle —Rayna salió volando.
Él se quedó estático, y cuando volvió a girar la cabeza por acto reflejo, se vio asaltado por un grupo de antiguos conocidos que pasaron a saludarle. Taehyung habló con varios chicos de su clase, uno mencionó las noticias sobre los desaparecidos de Shadowfell, y el muchacho recordó lo que había visto en la televisión, así como la firme voz de Joon Kim a la salida de clase.
Entre el gentío, Lexa acabó junto a Taehyung. La multitud estaba dispersándose para buscar algo que beber. Taehyung también lo hizo, extendió una mano y tomó un vaso que llenó de ponche.
—He visto que tu hermano está aquí —dijo la chica.
—¿Uh? Sí. Le tengo calado.
Taehyung advirtió que le acababa de perder de vista junto a un grupillo de gente más joven con malas pintas.
—Me hubiera gustado más verte este verano —agregó Lexa.
El muchacho le miró fijamente.
—Pues me han dicho que no te lo has pasado nada mal —soltó Taehyung.
—¿Rayna te ha dicho eso? Venga ya. No puede molestarte lo de Dave. Tú pasas de mí desde hace tiempo.
—Mira, Lex, no he pasado de ti. Es sólo que, uh...
Taehyung suspiró profundamente, apretó la mandíbula y volvió a mirarle.
—Este último año ha sido difícil para mí. No sé qué es lo que quiero. No sé qué es lo que se supone que debería hacer.
—Comprendo que lo haya sido. Pero, Taehyung, ha pasado un año. Antes todo era perfecto, pero después... Yo era la única que te buscaba a ti. ¿Cómo crees que me he sentido?
Taehyung observaba sus ojos. Lo lamentaba por ella.
—No he sabido llevar las cosas —él reconoció su culpa—. Tampoco he sabido como terminar con ellas a tiempo.
Lexa arqueó las cejas.
—¿Terminar?
—Sí... Creo que... No estoy preparado para una relación. Al menos, no todavía —continuó Taehyung—. Y tú te mereces algo más. Lo siento, Lex. Es mejor que lo nuestro acabe definitivamente.
Ella asentía con la cabeza repetidamente, tragándose sus palabras. Lexa parecía que iba a echarse a llorar, porque, a pesar de haberse liado con el idiota de Dave dos veces durante el verano, y que su relación afectiva con Taehyung fuera casi inexistente durante meses, había tenido la esperanza de recuperarle. La esperanza de que volviera a ser el mismo que una vez fue.
Con los ojos llenos de lágrimas, ella le dijo:
—Y espero que tú encuentres lo que necesitas.
Lexa se marchó, y Taehyung suspiró profundamente. Se había quitado un peso de encima. Rayna estaba acercándose con una bebida refrescante en la mano, los ojos muy abiertos.
—¿Acabo de verte hablando con Lex? ¿Todo está bien?
—Hemos terminado. Es decir, ya lo habíamos hecho, pero creo que necesitaba una confirmación verbal.
—Eso está bien —afirmó Ray, y llevando la vista a lo lejos, tras unos árboles, creyó ver un rostro familiar.
—Espera, ¿tu hermano está aquí? —dudó su amiga.
—Sí. Por eso he venido —reveló Taehyung, dándose media vuelta. Su conciencia se vio rápidamente zarandeada por la visión—. Ahora sí, me lo voy a cargar. Quédate aquí, esto es asunto mío.
Rayna se quedó plantada en el suelo, viéndole salir disparado hacia un grupo de muchachos. Allí olía a hierba. Taehyung se acercó con muy malas formas y agarró a Soobin por una manga.
—¿Qué haces?
—Oh, no. Otra vez tú —se quejó el hermano.
—Mira, iba a reñirte por fumar tabaco, pero, ¿porros, Soob? ¿Piensas joderte la existencia de esta forma?
Una risa generalizada surgió en mitad del grupo. Soobin se molestó muchísimo.
—Mi existencia ya está jodida, ¿vale? ¡Deja de meterte en mi vida y de intentar humillarme!
—¡¿Sabes qué?! ¡Eso es precisamente lo que voy a hacer a partir de ahora! —le amenazó Taehyung con un dedo acusativo—. ¡Cada puto porro, cada jodida cerveza, voy a estar ahí! ¡Voy a aparecer detrás de ti! ¡Voy a arruinarte cada maldito subidón, hasta que te des cuenta de lo mucho que la estás cagando!
—¡Vete a la puta mierda, Taehyung! —le gritó, agarrándole por el cuello de la chaqueta al mayor—. ¡Todo es tu culpa! ¡Siempre lo ha sido!
—¡Eh! ¡Ya está bien! —Landon se metió en la pelea, separando a los dos hermanos. Arrastró la mirada entre ambos, alzando las cejas—. ¿Qué coño está pasando aquí?
Taehyung apretó la mandíbula. Se retiró de su hermano, recolocándose la chaqueta.
—Con que mi culpa, ¿eh? Que te jodan, Soobin —bufó.
Se largó muy enfadado con él. Soobin se sentía frustrado, humillado. Casi todo el mundo en la fiesta (excepto los que ya estaban bebidos, demasiado concentrados en morrearse con el compañero o bailando) les había visto.
—Tae —Rayna le agarró por el codo, y Taehyung le devolvió la mirada con una espontánea lástima—. ¿Estás bien?
—Necesito beber algo —dijo—. No te rayes por mí.
Necesitaba su espacio y su mejor amiga se lo cedió, aunque no le perdió de vista. Por la noche, la música del altavoz de un coche sonó más alto, provocando un eco que rebotaba contra la periferia del bosque. Llegaron más vehículos tuneados, con bandas de colores y luces parpadeantes. Había muchísima bebida, más comida de la que necesitaban; pizzas en cajas que alguien había traído, trozos de carne de la barbacoa que todavía se encontraban sobre las rejillas manchadas de carbón y aceite.
Taehyung habló con un par de conocidos, pero la mayor parte del tiempo se dedicó a buscar cervezas y alejarse del mundo, adivinando que a nadie le importaba la maldita lluvia de estrellas fugaces. Había perdido de vista definitivamente a Soobin. Él y su grupo de colgados desaparecieron del mapa, y Taehyung creía saber por qué. Había gente que decía que, los que fumaban marihuana, generalmente se iban cerca de las criptas, por esas zonas donde podían colocarse sin que nadie les molestara. La simple idea de imaginarse a su hermano así, se le hacía repulsiva. También le preocupaban los osos pardos que mencionó el profesor Kim.
No obstante, Soobin había metido el dedo en la llaga. Le había dicho que era su culpa. Sabía a lo que se refería y no había nada que pudiera dolerle a Taehyung más que eso. Él no tenía nada que ver en la muerte de sus padres; no tenía culpa de haber salido vivo de aquel accidente de coche.
Taehyung contempló una mesa de picnic donde había un montón de vasos servidos con cubatas. Él se movió hasta allí y agarró otra bebida de... lo que sea que fuera. Estaba seguro de que no saldría vivo de eso —o sobrio, en todo caso—, y se lo bebió de un trago, sin cuidado. No sabía dónde iba a terminar la cosa, pero sin duda, beber era lo único excitante para él en ese momento. Sorbió el extraño brebaje de otro vaso de plástico y exploró el mar de cuerpos que le rodeaban. Una pareja devorándose a besos, un grupito de chicas riéndose junto al fuego, dos amigos compartiendo cigarros, y un hombro empujándole entre el reflujo de gente. No sabía exactamente qué o a quién buscaba, pero de repente, pudo sentir algo. Era extraño, muy extraño. Su pecho empezó a retumbar con calidez, pero no sabía si se trataba del alcohol u otra cosa. Sus ojos escanearon y escanearon a todos los jóvenes, hasta aterrizar sobre alguien: Jimin Park.
Taehyung dio un respingo y casi se atragantó con una mezcla del sorbo y su propia saliva.
—De todos los lugares que existen, tenía que estar aquí, conmigo, básicamente, borracho —soltó Tae con voz rasposa, giró sobre sí mismo para apartarle de su campo de visión.
Ahora estaba hablando solo y expresando sus pensamientos en voz alta. Menos mal que nadie parecía escucharle. Honestamente, a Taehyung no le importaba demasiado, de hecho, tras tragar saliva, empezó a sentirse más o menos eufórico. Había logrado atrapar la atención de Jimin entre todos esos capullos.
Él dejó escapar un suspiro que ni siquiera sabía que había estado aguantando. Miró a su bebida, espesa y burbujeante, una mezcla entre refresco y licor dulzón. Su corazón se aceleró, se giró lentamente, levantó la vista una vez más, encontrándose con los ojos de Jimin, directamente sobre él. Taehyung permaneció estático. Se miraban desde el otro lado de la hoguera. Los árboles se zarandeaban en su mente, la oscuridad se desplazaba, sumergiéndoles en una burbuja extraña. Los ojos de Jimin permanecían sobre los suyos, en un incomprensible chispeo saltando desde yesca invisible. El corazón de Tae saltaba en su pecho. El encaprichamiento que tenía con ese chico era real, preocupante, siniestro. Taehyung se dio cuenta de que no podía dejar de mirarlo. Era hermoso, prácticamente como una estrella brillante, en medio de un espacio confuso y agobiante.
Incluso con la mínima cantidad de tiempo en la que Tae había visto con sus propios ojos a Jimin, se había sentido interesado por él, instantáneamente. También asustado, abrumado, desconfiado, suspicaz. Irritado. Era como si fuera atraído por algo demasiado fuerte como para resistirse, como cuando a una mosca se le ponía una cucharada de miel, por encima de matamoscas eléctrico.
Taehyung suspiró y desvió la mirada. Su completo sistema estaba dispuesto a atravesar la distancia en ese momento. Sus piernas querían andar solas, su garganta deseaba transmitirle algo. Todavía podía sentir los ojos de Jimin sobre él cuando miró hacia abajo, e intentó fijarse en sus propias deportivas negras. Aquello le hacía sentirse demasiado... extraño. Asustado. Si bien, en parte, había algo dentro de Tae que le hacía sentirse orgulloso por haber recibido una mirada de ese chico. Le hacía sentirse especial, importante.
Soltó el vaso y tomó otro de plástico en la mesa más cercana a él, el contenido era de color magenta. Se lo tragó rápidamente, sin pensárselo dos veces. El sabor amargo le hizo estremecerse. El contraste con su anterior trago ardió en sus papilas gustativas. No obstante, se sintió un poco mejor. Agarró otro y se acercó la copa a sus labios lentamente, sorbiendo con más cautela esta vez. Tenía burbujas. Cientos, miles de ellas. Taehyung levantó la vista y vio que Jimin todavía le observaba, ansiosamente, con las cejas ligeramente levantadas, y... ¿estaba sonriéndole?
Portaba media sonrisa en sus labios, ladeó la cabeza como si estuviera vaticinando algo. Casi se sintió como si él mismo fuera una presa, y Jimin, un depredador hambriento, observando a su próximo almuerzo, esperando la oportunidad para saltar y atraparlo. ¿Era divertido verle así de perdido? Porque a él no le hacía nada de gracia que siguiese existiendo esa cantidad de metros de distancia entre ellos.
Taehyung quiso comprobar algo, dio unos pasos hacia un lado y no se perdió la forma en la que Jimin siguió sus acciones. Bebió de su bebida, entrecerrando sus ojos durante unos segundos. Se sentía expuesto. Vulnerable, ante su mirada fija. Era como si él pudiera ver más allá de su ropa, de su piel, más allá de sus huesos. Su alma.
Como en aquel sueño, donde el aliento de un desconocido le devoraba.
Se dio cuenta de que Jessie estaba junto a Jimin, tratando de iniciar una conversación. Rayna también estaba en el grupo, pero uno de sus amigos le saludó y la chica pasó de largo, abandonando temporalmente su animada reunión. Taehyung sintió lástima por la muchacha que intentaba hablar con Jimin, pues pudo ver como él no estaba realmente escuchándole, sólo asentía con la cabeza cada varios segundos, y sonreía falsamente como si algo de eso pudiera resultar entretenido.
Sus ojos nunca vacilaron, ni siquiera por un segundo. No los arrastró fuera de él, ni, aunque fuera por no hacer sentir mal a su compañera.
Tae pensó que era un descarado, probablemente hacía eso con todo el mundo, pero ser el centro de sus ojos castaños oscuros, y extasiados..., le gustaba. Que sus ojos fueran sólo suyos le complacía. Le pertenecían, entre toda esa bruma. Su corazón saltó de su pecho cuando vio a Jimin voltear la cabeza para despedirse de la joven que estaba a su lado. Y entonces, comenzó a pasearse entre la gente, casualmente hacia él, con un rostro indescifrable. Con una mano en el bolsillo delantero del pantalón negro y una camisa oscura de seda. Sus pasos calmados le llevaron hacia él como si fuera parte del azar, como si pasar cerca de él, fuera meramente eventual. Un encuentro fortuito.
Taehyung no sabía, exactamente, a dónde se suponía que debía mirar, o por qué repentinamente estaba tan nervioso. Sólo esperaba que el alcohol fuera lo suficiente para sentirse más seguro de sí mismo, más tranquilo y menos estúpido y balbuceante. Apoyó la espalda en el tronco de un árbol para no marearse, y algo se agitó en su estómago. Apretó los párpados y esperó que ninguna náusea le fastidiase. Cuando abrió los ojos, tuvo una vista de más de cerca, con una luz más directa del fuego caliente que brillaba junto a ellos, y la oportunidad de estudiar los detalles del joven más minuciosamente.
Su cabello negro, con reflejos brillantes, estaba revuelto y desordenado, con las puntas onduladas. Su mandíbula era aguda, en un ángulo que mostraba un cuello bellamente blanco, elegante, como el de un cisne, en pantalla completa. Sus clavículas miraban dócilmente justo por debajo del cuello abierto de la camisa oscura, con algunos botones ya desabrochados. A juzgar por eso, Tae adivinó que a Jimin le gustaba mostrar su evidente atractivo. Él mismo usaba el negro de forma descuidada, le ayudaba a sentirse desapercibido y a no tener que preocuparse demasiado por su fondo de armario. Pero Jimin se mimetizaba con ese color, convirtiéndose en un cisne negro, en una pantera oscura, en una criatura distinguida. Un collar largo y plateado colgaba desenfadadamente de su cuello, llevaba dos anillos finísimos y de plata en los dedos, y un pendiente largo, con una media luna que colgaba de un extremo.
Taehyung sintió la necesidad de agarrarse a algo para evitar estirar la mano y tocar sus piezas de joyería. Jimin se acercó lo suficiente a él como para que el ambiente se volviese más denso y cargado. Desvió la mirada unas décimas de segundo y cuando volvió a mirar fijamente a Jimin, vio en él la misma expresión fatal de antes: una atracción fatal. Nunca le había mirado así, sus encontronazos de ojos otras veces fueron casuales, y la mañana en la que hablaron en clase parecía adorable y luego distante. Pero nunca de esa forma, nunca como si fuese otra persona.
Taehyung negó con la cabeza, sin saber muy bien por qué, mientras se perdía en los cercanos ojos marrones del joven. Quizá era el alcohol. Pero marrón, simplemente, no era suficiente para descubrir los iris de Jimin. El marrón era demasiado básico para alguien como él. Sus ojos se fundían con rayos bermellón, como el vino, rodeando sus pupilas en un eclipse. Después, el rojo se volvía caliente, anaranjado, rojizo carmesí, hasta el color de un vino tinto, nuevamente apagado, con las pupilas abriéndose como si fueran a tragárselo.
Le recordó a las puestas de sol que a veces había fotografiado. Sus ojos eran cobre y miel, y luego sangre y ónice. Todo en él era interminable. Era mágico, intocable, inalcanzable. Una llama prendida respondiendo ante su presencia. Todo él.
Taehyung apartó aquellos pensamientos de su mente, pero no podía obligarse a mirar hacia otro lado. No esa noche. Los ojos de su compañero le dieron una señal para que siguiera. Taehyung parpadeó lentamente y el rojo de sus iris se reemplazaron por un negro, profundo y peligroso. Él jadeó, y fue en ese punto en el que se volvió terriblemente confundido y... ¿en shock? Quizá sí que había bebido demasiado.
«Vamos, Tae, los ojos no cambian de color por arte de magia», se dijo a sí mismo.
Intentó recuperarse respirando dificultosamente, Inspiró por el shock, expiró por el alcohol y su cercanía. No sabía cómo había pasado, pero estaban cerca. Muy cerca. Había tantas emociones nadando dentro de sí mismo a la vez, que su corazón pegó brincos cerca de su garganta. El alcohol zumbaba en sus venas, y le hizo ganar algo de confianza y temeridad.
Levantó los dedos y acarició lentamente la mejilla de Jimin, delineando la forma de sus ojos, alisando su piel enjoyada con las yemas. La corriente eléctrica de tocarle por primera vez, hizo que su corazón latiese más lentamente. ¿Eso era maquillaje? ¿Lo que brillaba como si su piel fueran diamantes de terciopelo? De cerca, percibió cuanto esfuerzo le había dedicado a su apariencia. Tuvo cuidado de no difuminar ningún brillo que se encontrase alrededor de sus ojos, y pidió permiso con sus dedos, cuando los deslizó con delicadeza por el maquillaje. Él le dedicó una sonrisa tonta, y cerró los párpados levemente, sintiendo el contacto del azabache.
Taehyung se fijó en el delineador de sus ojos, una línea negra. La piel de sus dedos se volvía más caliente cuanto más tocaba a Jimin. Estaba fascinando..., embriagado. Estaba enganchado a su contacto, descubriendo un incondicional fanatismo. Su respiración temblaba. Jimin olía a notas amaderadas, a vainilla, a canela suave.
No podía dejar de pensar en lo hermoso que era. Era surrealista, precioso. No parecía humano. Era único y nunca había sentido eso por nadie más. El collar que colgaba desde su cuello era una tentación que necesitaba ser rozada por sus dedos. Lo hizo pese a que estos tocasen un lado de su cuello, hasta anudarse en la cadena plateada, bajando y pasando justo por encima de una de sus clavículas y tirando de él para acercarle más, suavemente.
La adicción del roce de sus dedos le hacía sentirse mareado. Había nacido para acariciarle. Para reclamarle. Cuanto más usaba su mano para explorar la piel del otro, más hormigueo ascendía por sus dedos. Quería más, más. Jimin le observó entrecerrando sus ojos felinos, con las densas pestañas oscureciendo nuevamente sus iris. El corazón de Taehyung le anhelaba. No sabía por qué se sentía tan familiar con él, o por qué sentía menos como si algo nuevo estuviera naciendo dentro de él, mientras le tocaba.
«Tal vez estaba enamorad- oh, no. No, no. No. Estaba borracho y solo. Era eso. No podía haber nada más. Sólo estaba obsesionado y loco por él».
Entonces, Jimin agarró con delicadeza su muñeca y la sostuvo en el aire. Una forma gentil de decirle que ya era suficiente. Como cuando un gato le daba un golpecito con la pata a su dueño, sugiriéndole el final de sus caricias. Jimin, realmente, no deseaba que se detuviera. Pero sabía hacia donde Taehyung se dirigía y cuán acaloradas iban a empezar a volverse las cosas.
Él podía decir, que por la forma en la que Tae miraba profundamente sus ojos, que ya los había visto cambiar de color. No había podido controlarlo, y es que observándole desde tan cerca, su cuerpo reaccionaba a él con un abrumador oleaje de sensaciones. Ambos debían detenerse antes de que algo malo sucediera. Jimin no había besado a un humano en más de un siglo, y tampoco quería volver a repetir la experiencia de poner al límite su apetito.
En Taehyung había algo... raro... ¿diferente? Algo dentro de él se sacudía con temor, haciéndole sentirse vulnerable. Tal vez era porque Taehyung era clavado a esa persona que formaba parte de su pasado, y nada de eso tenía sentido. Habían pasado demasiados años desde su muerte. Porque estaba muerto, ¿verdad? Sui había muerto, y él estuvo a punto de matar a Taehyung cuando creyó que era algún tipo de encarnación kármica. Pero a esas alturas, estaba claro que poco tenían que ver a pesar de que sus rostros fueran exactamente idénticos.
Por eso no pudo evitar conocerle, comprobar qué circunstancias le rodeaban y asegurarse de qué relación podía tener con aquella terrible figura que formaba parte de su pasado. Y ahí estaba, poniendo en peligro a un pobre humano.
Era egoísta, egoísta. La palabra se repitió en su cabeza, pero Jimin consiguió tragársela con otro trago del vaso de plástico. Después lo tiró hacia atrás, y le quitó el vaso que todo este tiempo había estado sosteniendo Taehyung, cuyo último sorbo se tragó con un movimiento de suave y afilada nuez, y se relamió los labios con la lengua frente a él.
Egoísta. Egoísta.
Él quería ser egoísta y olvidar quién era. Sólo por una noche, después de todos esos años. De acuerdo, había tenido cientos de oportunidades antes, pero en realidad, él era un buitre, un ser lleno de deslices y transgresiones. Imperfecto, perverso, lascivo. Le gustaba desgarrar la carne con los colmillos y seguir atragantándose con el mismo trozo continuamente. No se merecía a un humano. Nunca se había merecido un pedazo de cielo, como él. Pero tampoco era su culpa que le mirase de esa manera, desde un primer momento.
Para Jimin, nunca, nada de lo que le rodeaba, había sido suficiente. Ese era el maldito problema. Y lo sabía, demonios. Por satanás y por ese estúpido cielo lleno de estrellas. Claro que lo sabía. Todo el universo ya parecía saberlo. Joder.
No sabía por qué, pero Taehyung se estaba volviendo una profunda debilidad. Él era capaz de rasgarle el alma con suaves dedos humanos.
—Tus ojos, ha-han... —balbuceó Taehyung, pestañeando varias veces.
Jimin le observó con una absoluta e imperturbable atención. Qué ingenuo. No era sencillo tener a una pantera, relamiéndose frente a él. Robándole su copa de la mano, observándole con piel enjoyada y ojos lascivos, desde tan cerca.
—Lo sé —sentenció Jimin con una sencilla respuesta.
Taehyung era como una sopa de letras cuando estaba nervioso.
—¿Usas lentes de contacto, o...? —comenzó a formular, lentamente —. Porque si lo haces, entonces, deberías decirme dónde puedo conseguir unas como esas. Porque, son, realmente... No sé... ¿Son holográficas o algo así?
La sonora risa que liberó Jimin cortó fríamente a Taehyung. Y al castaño le apeteció enojarse, porque, ¿acaso se estaba burlando de sus divagaciones nerviosas? Se sintió tonto y un poco avergonzado. No era su culpa que pareciese tener unas lentes de neón, que resplandecían como si tuviesen efectos especiales. E iba a decirle algo, algún tipo de improperio, como acostumbraba a lanzarle a Rayna, pero los entrecortados sonidos de su risa, comenzaron a crear un pálpito especial en su pecho, y fue suficiente para sentir que estaba derritiéndose. Y es que, a pesar de que la apariencia física de Jimin fuese sugerentemente atractiva, él era, Dios, muy adorable. La forma en la que Jimin le miró después de su molesta risa, sin nada de adoración en sus ojos felinos, hizo que Taehyung se asfixiara un poco. ¿A qué venían esos altibajos?
—Sí —mintió Jimin—. Son unas especiales, de colores.
Él odiaba mentir, pero nunca había tenido otra opción.
—¿En serio? —dudó Tae.
Jimin no se perdió la forma en la que sus ojos brillaban, con una pequeña chispita de emoción.
—¿De dónde las has sacado? —añadió ingenuamente.
Jimin jugueteó con la pregunta, se mordisqueó el labio dulcemente y se encogió de hombros. Con un movimiento de cabeza, señaló al coche que mantenía la música bien fuerte, indicando que no podía escucharle bien y que el volumen estaba demasiado alto. Luego, le hizo otro gesto hacia otro lugar. Y Tae pareció entenderle, pues asintió y puso su boca en forma de O. En realidad, Jimin podía oírle perfectamente, pero quería hablar con él a solas, donde nadie pudiera molestarles.
Jimin extendió una mano y enlazó sus dedos con los del chico, sin la necesidad de tener una licencia para ello. Arrastró al muchacho hacia un lugar mucho más apartado, tirando de su mano con gentileza, sintiendo como encajaba perfectamente con la de él. Taehyung sintió los nervios en sus propias manos, y esperó que Jimin no lo notase. El chico dejó el vaso por ahí y continuaron caminando entre los cuerpos. Pasaron entre varios árboles y un poco más allá, buscando el oscuro y frío bosque, dejando atrás la cálida luz dorada hasta toparse con la luz plateada y más fría de las estrellas. Allí, la música provocaba un eco lejano, olía a musgo fresco y a savia. El eco de sus deportivas y botas creaba un crujido en cada precipitado paso, hasta que Jimin se detuvo en seco.
Estaban de pie, en una noche oscura cuya cúpula celeste se cargaba de estrellas titilantes sobre sus cabezas, de altas ramas de árboles que parecían querer amenazar al tono más índigo. Y los pensamientos de Taehyung, diluidos en el alcohol, parecieron volar entre las ramas de estos. Sin el sonido amortiguado de la música, pudo escuchar el suave sonido de su propia respiración. Los búhos ululando en la distancia y el agudo canto de los grillos que estridulaban.
Sus manos aún seguían enlazadas. Taehyung apretó los párpados y sintió su propio pulso del otro pegada a la fría palma de Jimin. Era extraño cómo una persona que había entrado rápidamente en su vida, había logrado hacerle sentirse como si finalmente encontrase las ganas de emocionarse por algo. Como si volcase una caja de acuarelas de colores sobre un lienzo blanco y negro. No obstante, no podía dejar de tener la sensación de que había algo mal en todo eso. Su estómago se agitó con ansiedad, y de manera inconsciente, apretó la mano de Jimin como si él pudiese ayudarle a que nada de eso se desvaneciese.
El pelinegro le correspondió, giró la cabeza para mirarle y en su semblante encontró una sombra peligrosa. Era como si aquello terminara de irritarle. Y con un último aliento, empujó a Taehyung contra un árbol, y besó sus labios con una extraordinaria presión. Los ojos de Jimin, que habían brillado con un tono rosado y cálido, de tierno resplandor, regresaron a un tono más oscuro, reflejando su pasión.
Jimin sintió la fuerte y ágil tensión corporal de Taehyung contra la suya, sintió sus gentiles manos alcanzar su espalda y deslizarse por esta. Y Tae, a pesar de su sorpresa, y el alcohol que fluía por sus venas, le devolvió el beso con un entusiasmo demoledor. Gimió en su boca con debilidad, sin saber qué diablos estaba impresionándole tanto. Había esperado tanto por un beso de ese calibre, que fue como si las fuerzas de las olas impactasen contra su persona. Ignoró la leve quemadura que sintió por todas partes, ignoró el dolor que aumentaba crecientemente en su palpitante cabeza. Pues, finalmente, nada de eso parecía importante, por fin se sentía vivo. Diecisiete años de vida y por fin le encontraba el sentido a sus silenciosos días a la espera de descubrir qué quería.
Los labios de Jimin eran maravillosos, embriagadores. Fieros y afilados, luego suaves y familiares. Ambos se separaron bruscamente, jadeando uno en la boca del otro. Las almohadillas de sus labios se tocaron ligeramente, sin moverse. Los segundos transcurrían como el agua fluyendo a borbotones, permitiendo que Taehyung recobrase la cordura, tomando varias bocanadas de aire.
Jimin se distanció unos centímetros de su boca, como si ese fuera su problema. Su dulce y terrible adicción, exacerbándole. Los colmillos punzándole bajo los labios con un fuerte dolor por el deseo de morderle.
—¿A qué viene eso? —preguntó Taehyung mucho después, con los ojos brillantes y los labios entreabiertos.
Le había empujado con tanta fuerza, que estaba seguro que de ahí salía su dolor de cabeza. Jimin apretó los labios, tragó saliva, luego se los humedeció pese a que ya se encontrasen húmedos por su viciosa forma de besarle. Le miró de soslayo y pensó que Taehyung era joven, lo era y bastante. No es que Jimin fuese especialmente mayor que él, físicamente. Lo bueno de ser inmortal, es que nunca fue realmente adulto. Y por supuesto, él había visto a otros, había visto como la gente de su alrededor moría y nacía, mientras que él permanecía intacto en el tiempo. Taehyung no debía saber algo como eso, Jimin era consciente de que, para él, era la primera vez en la que estaba haciendo muchas cosas, como salir, vivir experiencias... tal vez, interesarse así de rápido por alguien.
—Nada —mintió Jimin, nuevamente. Esta vez miró al cielo estrellado, como si pudiese burlarse de los que estaban ahí arriba.
—¿Es extraño sentir que he estado toda mi vida esperando esto...? —Taehyung expresó sus pensamientos en voz alta, esperando no parecer un adolescente desequilibrado.
O peor, enamorado.
—¿El qué?
—Apenas te conozco, pero...
—Eso es sólo el alcohol hablando por ti, Tae —suspiró Jimin. Se relamió de nuevo, reconociendo que sus labios besados por él habían sabido a éxtasis.
Pero el silencio del humano se volvió más espeso y no pareció sentarle bien. Escuchó la música retumbar en la distancia, y sus pies comenzaron a caminar hacia una roca que vio a lo lejos. Sus deportivas pisaron la tierra, el césped desprovisto, y continuaron hacia allá. Hubo algo que le dijo que no necesitaba mirar tras él, para saber que Jimin le seguiría. Y cuando escuchó el crujir del suelo bajo los pasos de su compañero, supo que tenía razón.
Taehyung se sintió un poco humillado, estúpido, por volver a decirle algo así, pero había algo que le insistía, que le hacía saber que necesitaba sacarlo fuera antes de ahogarse. Jimin estaba seguro de que Tae no recordaría demasiado mañana por la mañana. Y tal vez... eso sería lo mejor.
Con la punta de la lengua, se tocó el colmillo izquierdo, notando cómo reducía. «No está nada mal», se dijo a sí mismo. «Lo tenía más controlado de lo que creía. Se habían besado, y pese a sus eventuales ganas de arrancarle la yugular, creía que podía volver a hacerlo sin ponerle en peligro».
Por ahora, Taehyung se sentó y descansó relajado en la helada roca. Levantó la cabeza para mirar hacia las estrellas que brillaban y centelleaban sobre él, con una fugaz lluvia que se desplazaba sobre las copas de los árboles. A menudo se preguntaba cómo sería unirse a ellas. Sobre todo, desde que sus padres fallecieron. Cómo sería la sensación vertiginosa de caer desde tan alto, si la corteza terrestre se encargaría de aplastarle o algo más le sujetaría a tiempo, para que no se hiciese daño.
Jimin se sentó junto a él, y fue sorprendido por Taehyung, cuando de repente le señaló con un dedo hacia arriba.
—Veo el horóscopo de capricornio —alegó con un humor áspero.
Jimin se rio levemente, porque, para él, aquello no eran más que, literalmente, una bola de estrellas sin forma en el cielo. Él conocía las auténticas estrellas, como si estuvieran impresas en la parte posterior de sus párpados. Esas que ahora veían, sólo estaban ahí, titilantes, y cuando se quedaban dormido, sí, eran la única cosa que no le hacía sentirse realmente solo.
—Eso no es capricornio. Sólo son algunas estrellas, con un patrón... diferente. Créeme —le explicó Jimin desganado.
Taehyung resopló y rodó los ojos. Después cruzó los brazos sobre su pecho, como si se diese por vencido con él. Jimin suspiró una sonrisa silenciosa. ¿Pensaba que se hacía el estrecho, a propósito?
—¿Cómo lo sabes? En el instituto, no se estudia precisamente astronomía o astrología.
—Bueno, cuando vives tanto tiempo, al final... —Jimin habló en voz baja y calló.
Parecía estar diciéndolo en tono un poco de broma, pero había verdad entrelazada en su voz y Taehyung tuvo una sensación extraña. Suspiró, y apoyó las manos en la roca, reclinándose levemente. Sus dedos se enfriaban poco a poco.
—Jimin, literalmente, eres, pfffff —resopló recelosamente—. ¿Un año mayor que yo? Creo que tenemos la misma edad. Así que deja de hablar como un anciano.
Jimin se rio tristemente, porque sí, él era literalmente un anciano. Y Tae era un bebé a su lado.
—¿Ese era tu hermano? —formuló Jimin—. Al que le gritabas hace un rato.
—Sí. Es idiota.
—Los lazos familiares no siempre son fáciles... Conozco ese dolor.
—No puedes hacerte una idea. Ahora falta al instituto y se coloca. Entiendo que esté jodido por lo de nuestros padres, pero... Joder. No puedo permitirme perderle también a él.
En un denso silencio, el pelinegro le miró de soslayo, y se preguntó por qué la voz de Taehyung había vacilado. Cuando este le volvió a mirar, sus ojos estaban cargados de lágrimas sin derramar. El corazón de Jimin, el cual llevaba más de un siglo sin latir, se contrajo por eso. Contempló a Taehyung, mientras él parpadeaba las lágrimas, hasta evaporarlas. Jimin se sintió afectado, puso su mano fría sobre la más cálida de Taehyung. Sintió que su tibieza compensaba la de su mano. No sólo era agradable, se sintió inexplicablemente bien.
—¿Puedo...? —murmuró Taehyung—. ¿Puedo besarte?
Jimin entrecerró levemente los alargados párpados. Qué directo. El verdadero Taehyung debía ser así.
—Sería una vergüenza si no lo hicieras —le increpó.
Taehyung se deslizó un poco más cerca de él, pasando un brazo por su espalda. Pero Jimin no perdió el tiempo, decididamente se incorporó y con una rodilla clavada sobre la roca, entre sus dos rodillas, abrazó el cuello de Tae, acercándolo aún más a él, y permitiendo que el joven le sostuviese por la cintura con ambas manos.
Sus brazos estrecharon su cuello y firmes hombros, y sus labios se aproximaron a los del otro. Sus narices se rozaron suavemente, con la punta un poco helada. Sus alientos se acariciaron antes de encontrar los labios del compañero. Fueron suaves y cálidos, también nerviosos. El sabor dulce de su saliva le pareció menos alcoholizada. Sus respiraciones se unieron durante segundos. Taehyung ladeó la cabeza entre sus besos, acariciando su nariz con la propia.
Jimin sonrió un poco en uno de sus besos, y luego, mordió juguetonamente los labios del joven, provocando que este emitiese un gemido ahogado con éxito. Taehyung jamás se imaginó que podía disfrutar tanto de los besos. Que besar podía ser tan divertido y entusiasmante. Con Lex, a veces se le había hecho engorroso y baboso, pero no algo en lo que creía que podría invertir todos los días algo de su tiempo. Jimin se derretía como el caramelo en sus labios, y su corazón saltaba satisfecho. Taehyung pareció volverse más seguro de sí mismo, cuando de repente mordió con fuerza el labio inferior de Jimin, haciendo quejarse al muchacho.
Taehyung se interrumpió esta vez, cuando Jimin exhaló una suave risa, encontrándose con los profundos ojos escarlatas de él. Se preguntó si realmente eran lentes de contacto, o no. Si era neón u holográfico, o por qué diablos parecían brasas calientes. El más joven soltó una mano de su cintura y extendió los dedos para sujetar su mentón y luego tocar su mejilla. Las pestañas de Jimin sombreaban sus iris del color rojo más iridiscente. Sus labios estaban más rosas después de haber sido besados y mordidos por él.
No mucho después, Jimin parpadeó y sus iris abandonaron el rojo, recuperando un familiar tono marrón. Después, observó que algo punzaba su labio inferior, sobresaliendo del superior. Taehyung frunció el ceño y algo se movió en su estómago. Jimin le soltó lentamente, desprendiéndole de sus brazos.
El pelinegro miraba hacia otro lado, como si pudiera ver algo.
—¿Qué es eso? —formuló.
Taehyung miró en la misma dirección, pero no vio más que árboles. Esperó que no hubiera nada entre las sombras, nada como la atractiva persona que vio en su pesadilla y que tanto le asustó. Pero no había nada. Cuando volvió a girar la cabeza, Jimin ya había desaparecido.
*Historia creada/escrita por Chispasrojas [Beatriz Ruiz Sánchez]. Si quieres apoyar a la autora, puedes encontrar contenido exclusivo y los capítulos anticipados en Patreon.com/chispasrojas.
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