Capítulo 3.

Me pusieron Pinky.

Si, Audrey me bautizó como Pinky. Era ridículo, lo sé, pero al menos no me puso bola de nieve, eso sí era extremadamente estúpido.

Esa tarde cuando llegamos a su casa—que ahora también era mía—, me di cuenta de que era muy grande y dentro de ella había tantos adornos que llamaban mi atención. Audrey me regañó cuando casi agarraba una cosa en forma de esfera. Quería morderla, mis encías dolían mucho y morder cosas me calmaba.

Dos días después Audrey me traía juguetes, ¡eran muy divertidos! Mi favorito era un peluche en forma de hamburguesa, siempre que le echaba el diente imaginaba que comía una deliciosa hamburguesa de verdad. Cuando era cucaracha tuve la dicha de caminar por una de ellas en un restaurante de lujo en Nueva York, casi me matan los humanos por hacerlo.

Si, sé que siempre mencionaba mi vida como cucaracha pero había sido una de las más extremas de mis vidas. Ni siquiera siendo un león tenía la adrenalina a millón. Siendo león dormía mucho y comía lo que podía, realmente era un león un poco raro.

Ahora hablemos de la comida, mis croquetas eran de la mejor calidad, Audrey se encargaba de ello cuando le gritaba a todo su personal para poder obtenerlas.

Si, Audrey tenía personal. En el poco tiempo que tenía aquí pude darme cuenta que su familia tenía mucho dinero, convirtiéndome en un millonario cachorrito que lo consentían en todo.

Me habían bañado, secado el pelo e incluso me hicieron la paticure, la señorita que arregló mis patas puso un brillo sobre mis uñas y estas quedaron fa-bu-lo-sas.

Audrey también me ponía ropa, la primera vez que quiso hacerlo cometió el error de comprarme un traje de príncipe. ¡Era horrible! No sé qué manía tenía Audrey con los príncipes y princesas. En fin, cuando tuve oportunidad escondí el maldito traje y al son de hoy ella aún no lo consigue. Luego llegó con una camisa rockera que hace que mis cauchitos desaparezcan, debo decirles que comer tanto me ha estado engordando.

Y volvemos a la comida. Aunque les dije que mis croquetas eran exquisitas a veces me aburrían así que me pasaba por la cocina a ver si me lanzaban algo. El chef de Audrey siempre tenía alguna jugosa golosina para mí, él era mi mejor amigo.

Sobre el papá de Audrey pues había mucho de qué hablar. No entendía como su alma seguía gris, ya debería estar negra, tan negra como el carbón. Le decía cosas muy feas a Audrey, trataba muy mal al personal e incluso una vez casi me dio una patada.

Audrey la recibió por mí.

A él no le gustaba y a mí tampoco me gustaba él. Era malo y hacía daño. Pero de igual manera Audrey quería tener la atención de él, por más que su papá la tratara mal o la ignorara. También me di cuenta de que su padre consentía los caprichos más extraños de Audrey solo para que lo dejara en paz. Como por ejemplo esa vez que le pidió a su padre que contratara a alguien para hacerme un masaje de espalda y patas. No es que me quejara, ese también estuvo fa-bu-lo-so, pero era raro. Al señor de la casa le costó un poco conseguir un masajeador para perros pero lo consiguió cuatro días después. A continuación Audrey le pidió ropa.

Pero el señor también tenía sus momentos extraños. Una noche escuché un ruido en el pasillo, quería proteger a Audrey de todo peligro así que salí debajo de la colcha de tela persa—Así la llamó Audrey—, y me encaminé rápidamente a la puerta. Entonces lo vi, el señor de la casa caminaba casi de lado y daba traspié por traspié, hasta que abrió una puerta que siempre había visto cerrada. La pulga del chisme me picó y lo seguí.

Detrás de la puerta solo había una habitación, con colores pasteles en las paredes y una cama que estaba acumulando polvo. El señor caminó hasta el clóset y lo abrió, tomó una de las prendas—un vestido de mujer—, y se sentó a orillas de la cama abrazando la tela. Fue entonces cuando escuché el quejido, cuando lo olí y sentí el aroma que Audrey siempre tenía cuando él se portaba mal con ella.

Tristeza.

Yo no era un mal perro, y por más que el señor de la casa no me quisiera de igual manera me acerqué a él. Quise lamer su mano pero estaba muy lejos de mí, él se percató de mis gemidos y me prestó atención. Olí vergüenza en él, así que me tomó del pellejo de mi espalda y me lanzó hacia el pasillo cerrando la puerta detrás de él.

Me dolió mucho que me agarrara de esa manera y el golpe contra el suelo me lastimó aún más. Con los ojos cristalizados y con ganas de llorar corrí al cuarto con Audrey para arroparme nuevamente en la sábana persa. Pero no lloré, no quise despertar a Audrey.

Desde ese día no me acerqué más al señor de la casa. No quería intentarlo, me daba miedo que me tratara como lo hizo esa noche. Su alma no tenía salvación, para nada, pronto sería negra por completo.

Ya llevaba un mes en ese lugar, la rutina era realmente la misma: Despertar envuelto en la sábana persa, escuchar a Audrey parlotear mientras que se duchaba y cambiaba, comer, despedir a Audrey ya que ella iría al colegio, pasarme por la cocina por mi golosina, morder mi juguete de hamburguesa, hacer una que otra travesura a escondidas, recibir a Audrey del colegio, esperar el berrinche del día—era lo más emocionante ya que nunca te esperabas con que saldría Audrey, ella era muy creativa—, volver a la cocina para que alguien me diera una golosina, volver a masticar mi hamburguesa de peluche, tratar de hacer sonreír a Audrey, ya para la noche volver a comer mis croquetas y ¡adivinaron! Ir la cocina por otra golosina, después Audrey se duchaba mientras yo esperaba sobre la sábana persa. Hay veces que Audrey esperaba por su papá así que veíamos una película, pero muy pocas veces él llegaba y ella se quedaba dormida, así que yo tomaba con mi hocico el extremo de la sábana para abrigarla y después me acostaba un lado de ella.

Podrán pensar que es aburrido, pero en ninguna de mis otras vidas había sentido tanto amor por un humano. Siempre había sentido odio, amenazas, era atemorizante.

¿Es que los perros eran más importantes que los demás animales? ¿Por qué me habían dicho en otras de mis vidas que ser perro era malo?

¡Era maravilloso ser un perro!

Lo único malo de mi vida era el señor de la casa, pero era algo mínimo en comparación a ser una cucaracha y esperar ser aplastado en cualquier momento.

Pero hay algo que si me seguía preocupando y ese algo era Audrey.

Ella era maravillosa, me regañaba cuando tenía que hacerlo y siempre me hacía mimos, además de que era increíble que hubiera contratado a una persona para que me hiciera la paticure y masajes en mi espalda.

Pero me seguía molestando algo. Cuando veía a Audrey a los ojos no veía blanco, seguía mirando gris, nada más que gris. Hay momentos en donde pensé ver un gris más claro, pero eso se borraba cuando su padre llegaba a discutir con ella.

Necesitaba un alma pura, un alma blanca.

¿Por qué si Audrey se había portado tan bien conmigo aún tenía un alma gris?

Han habido cambios, decidí que la historia será narrada en pasado por ende hay cambios en los ialogos en los capítulos anteriores, perdonen las molestias.

Van a haber capítulos como estos, sin mucho diálogo, pero recordemos que estamos viendo la vida de Firulais a través de sus ojos, les prometo que igual el libros les va a encantar. Ahora, vemos también un poco de humor y tristeza en este capítulo, pues vayan acostumbrándose a este formato que lo veremos muuuy segudido jijiji

Posdata: Como cultura general ¡No les hagan la paticute a los perros! Solo cortenle las uñas, nada de esmaltes de uñas porque estos pueden contener químicos tóxicos, tanto para personas como para mascotas, que pueden afectar a su salud al inhalarse. Y si tenemos en cuenta que los perritos tienen un olfato más desarrollado esto puede afectarles más :)

Este capítulo es para Lagalletasabroza  🔥 Estaré escogiendo las 2 siguientes dedicaciones en el capítulo pasado :)

Nos leemos pronto.

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