01. Una gran espera y un resultado

Emilia nunca había experimentado el concepto de una "eterna espera". Tampoco había sentido que 1 minuto podía durar 3 horas. Y en absoluto, se había abrumado tanto por la impotencia y desesperación de no tener el control de una situación. Quizá esto último era lo que más molestia le causaba, aunque en aquel momento tenía las emociones tan revueltas que no estaba segura de ello.

El contexto a su alrededor solo empeoraba las cosas. Hasta donde su ángulo de visión alcanzaba a captar, por todas partes se encontraba con aquel impersonal color blanco. Aunque fuera un lugar donde la especialidad era el milagro de la vida, no dejaba de ser un hospital. Solamente algo, o mejor dicho, alguien, sobresalía de entre aquella monocromía, y no precisamente por un aspecto colorido sino porque era tal la desesperación que externaba que se podía percibir a varios metros de distancia.

Callum compartía los sentimientos de impotencia y ansiedad de Emilia, pero a diferencia de ella, no era capaz de disimularlo con facilidad. Había intentado de todo para dispersar su mente y calmar sus nervios: iniciar alguna conversación con su compañera, encontrar patrones donde no los había, intentar entender como funcionaba el sistema tributario e incluso inventar historias que nunca pasarían. Pero nada parecía ser efectivo para aligerar la espera. Hasta ese momento solamente en una cosa había encontrado la distracción, un ejercicio de estimulación y conteo: ahora sabía que en aquel solitario pasillo 334 baldosas adornaban el piso. Pero aún con aquel inútil y curioso dato rodando por su consciencia, no podía calmar sus pensamientos.

Ambas mentes tan dispersas y distintas solo podían compartir una cosa en aquel momento y eso era la incertidumbre. En el mismo pasillo, sentados sobre la misma sala y esperando el mismo resultado, cada uno lidiaba con el acecho de un futuro incierto con su particular forma de ver el mundo. No había mucho que pudieran hacer por apoyarse el uno al otro, eran unos completos desconocidos y en un panorama como aquel difícilmente eso cambiaría.

No fue hasta que la media hora mas larga de sus vidas se cumplió, que una joven demasiado despreocupada de su insultante impuntualidad arribó a la escena para aligerarla.

—Estoy aquí, lo siento —. Sus labios fueron directo a la frente del chico depositando un suave beso.

Pero contrario al efusivo saludo con su novio apenas y se atrevió a dirigirle una mirada a Emilia, puesto que su expresión era suficiente para advertir que no esperara una bienvenida agradable de su parte. Se sintió pequeña ante la feroz mirada de la joven, así que sin más se limitó a tomar asiento en medio de ambos y esperar la reprimenda que no tardaría en llegar.

Pero justo en el segundo que precedería a el regaño de su vida, una enfermera apareció de la nada y anunció a los presentes:

—¡Señorita Lowell! —ambas chicas voltearon al unísono para atender al llamado. La enfermera no pudo ocultar su confusión al encontrarse con el dilema de a quien debía dirigirse, pero dado que su trabajo no era averiguarlo tan solo soltó a oídos abiertos —: El doctor Hawking tiene sus resultados. Por favor pase —, ordenó y antes de retirarse desvío su mirada hacia Call, que había aumentado la tensión sobre sus hombros varios niveles en la escala del dolor —El joven también puede entrar.

Tras la desaparición de la enfermera fue el turno de Emilia de entrar en pánico. Hasta ese momento había mantenido la postura, pero no contaba que el estar frente a su destino de aquella manera le generaría tanto terror. Volteó a ver a su hermana con una mueca en la que no era claro si prevalecía el pavor o la preocupación y pareció encogerse como una niña asustada. Elizabeth le tomó de las manos, las apretó con fuerza y trató de transferirle todo el valor que en aquel instante tanto necesitaba. Emilia se levantó de golpe y aprovechó un brío repentino que le embargó para ingresar al consultorio del médico. Ni siquiera volteó para ver a Call, quien alentado por un ademán de su pareja se fue siguiendo a la chica con apresuro. Dentro de la instancia, les esperaba el especialista con una gran sonrisa.

—¿Emilia Lowell? —preguntó el médico a lo que la susodicha asintió, aunque solo ella sabía que en ese momento era lo último que quería.

El doctor Hawking les indicó con una seña para que tomaran asiento y así lo hicieron con algo de recelo. La joven Lowell apretó el puño como si fuese una especie de amortiguador que le contendría ante la noticia que iba a recibir, que perfectamente conocía pero que no era capaz de aceptar. Entonces el médico dijo:

—Estoy feliz de anunciarles que los resultados de la prueba de sangre que le hemos realizado confirman, con un 99.99% de probabilidad, la presencia de la hormona gonadotrofina coriónica humana, lo que significa que el proceso de inseminación ha sido un éxito, señorita Lowell—, hizo una pausa dramática—. ¡Usted está embarazada!

El doctor Hawking, con los 15 años de experiencia que le respaldaban, jamás había sido testigo de una reacción como aquella. Normalmente sus pacientes armaban una celebración llena de vítores, saltos y felicidad, pero contrario a lo que esperaba, ninguno de los dos futuros padres hizo alguna de esas cosas. Emilia simplemente se quedó en un trance viendo a la nada frente a ella y Call, ante la reacción de su cuñada, se debatía entre festejar o solicitar apoyo médico para que atendieran a la chica.

La sorpresa del especialista no era mayor a la de Emilia, pero si era suficiente para que se cuestionara su súbita forma de dar la noticia. Se sintió confuso y no estaba seguro de que había hecho mal, pero por si acaso puntualizó de forma directa:

—¡Serán padres! —exclamó con una sonrisa esperando que le acompañaran, pero opuesto a eso el ambiente se tornó aún más incómodo, como si hubieran recibido una noticia trágica y no el anuncio de la llegada de una nueva vida.

Call, más preocupado por el estado de Emilia que por la buena nueva, estiró sus labios en una sonrisa lánguida de cortesía.

—Eh... Es... Es fantástico, muchas gracias —le expresó al médico, pero este no parecía muy convencido de que aquel adjetivo describiera algún sentimiento presente en su semblante. De cualquier forma ignoró totalmente su comentario y se concentró en su paciente directa que no parecía reaccionar.

Y no era para menos. Aunque por las tres semanas anteriores se había pasado noches enteras convenciéndose a si misma de que ayudar a la pareja era lo correcto, todo aquel sentimiento de decisión se fue por un caño en un solo segundo. Estaba aterrada. Múltiples escenarios del futuro que le esperaba se reproducían ante sus ojos y no había ninguno que le agradara. Quería sacarse aquel ser de sus entrañas y huir o simplemente regresar el tiempo atrás para hacer lo que desde un principio debía de haber hecho, negarse ante aquella tremenda locura. Pero ya era tarde y nada podía hacer para remediarlo.

—¿Se encuentra bien, señorita Lowell?

La voz del profesional penetró en sus oídos, rompiendo la maraña de pensamientos que oscurecían su mente. Aún así se quedó en silencio, no porque fuera incapaz de hablar si no porque no había palabras para hacerlo.

—No es nada, está todo bien. Simplemente nos ha tomado por sorpresa la noticia —respondió Call por ella, pero no fue suficiente para convencer al viejo Hawking que percibía algo extraño en toda aquella situación.

—Esta bien. Les daré unos minutos para que procesen su paternidad mientras hago todo el papeleo. Y bueno —vaciló—, Felicidades.

Entonces salió del consultorio dejando tras de sí un silencio sepulcral. Emilia estaba aún en proceso de asimilación pero era consciente de su contexto, uno que desafortunadamente contenía la presencia de un chico demasiado tonto que no tenía idea de cómo lidiar con la situación. ¿De verdad la irresponsable de su hermana y ese idiota se harían cargo del bebé?

Era la cuestión que más le aterraba, y lo peor era que un augurio desfavorable le decía que ella tendría que tomar el papel del adulto capaz y responsable.

"¿Cómo diablos me metí en esto?" Se preguntó internamente, pero el roce de una mano la distrajo de alcanzar la respuesta. Call, tentando a la fiera, trató de tomar una de las manos heladas de la chica en un intento estúpido de transmitirle seguridad.

Emilia lo alejó casi con repulsión y le mostró un gesto que dejó en claro que estaba prohibido tocarla. Entonces la copia feliz de la joven mujer entró en el consultorio. Primero miró a Call a los ojos, seria y con un pregunta bien formulada que no necesitaba ser expresada con palabras. Call finalmente sonrió de forma genuina y asintiendo se puso de pie para recibir a su novia. Elizabeth soltó un grito de júbilo y corrió a los brazos del chico que le esperaban abiertos. Se colgó sobre él cuál koala y le plantó un enorme beso lleno de felicidad. Permanecieron abrazados por un buen rato, sonriendo, emocionados y susurrando cosas que no llegaban a los oídos de Emilia. No fue hasta que la figura gris de su presencia en el ambiente los hizo cesar de su celebración que se separaron volviendo a la realidad. Ambos examinaron a la chica, que aún yacía viendo a la nada en su asiento, con la espalda perfectamente erguida y un rostro inexpresivo.

Elizabeth se acercó, giro la silla en su dirección y se puso de cuclillas frente a ella. Se miró reflejada en los oscuros ojos que reconocía en su propio rostro y la tomó de las manos.

—No tengo palabras para agradecer lo que estás haciendo por nosotros, y sé lo difícil que es esto para ti. Solo quiero que recuerdes que no estás sola, y no lo estarás. Estaremos contigo en todo momento y lo que hagas a partir de ahora y por los próximos nueves meses valdrá la pena y te será recompensado. Es mi felicidad, y sé que como mi compañera de nacimiento te importa tanto como me importa a mí la tuya. Así que gracias Mili, ¡Gracias por todo!

Entre lágrimas de conmoción, la gemela de Emilia la estrechó en sus brazos con calidez, haciendo tangible el agradecimiento que sentía de una forma en que las palabras no podían transmitir.

Con ese abrazo Emilia sintió de nuevo el motivo por el que estaba ahí, y con todo el cariño que le tenía a su hermana correspondió aquel gesto que sería el comienzo de todo.

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