0.3 El día que todo comenzó (segunda parte)

—¿¡Qué!? —la joven de hierro no fue capaz de ocultar sus emociones en esa ocasión y con una expresión que rayaba entre la incredulidad y el terror, alejó sus manos de las de su gemela, negando. Sin más soltó una risita, creyendo que la pareja había malinterpretado sus recientes palabras —. ¡No, yo me refería a prestarles algo de dinero!

—No, escucha, sería a través de una inseminación artificial...

—No.

—... Dónde te serían implantados los gametos de Call y así tú...

—No.

—... Podrías quedar embarazada y dar a luz un bebé con la sangre de ambos, tan solo...

—¡Basta!

Explotó la chica llamando la atención de los comensales que se encontraban cercanos. Aunque poco le importó a Emilia, quien ya había escuchado suficientes ridiculeces y se incorporó de la mesa dispuesta a marcharse.

—¡Saca de tu mente esa maldita locura porque no lo haré! Y espero que recapacites para darte cuenta de que estás tomando decisiones muy apresuradas.

Y antes de dirigirse a la salida del restaurante sus ojos pasaron por la mirada cristalizada de su hermana y el ceño fruncido de Call, para dedicarles un mohín que denotaba su desaprobación. Entonces se fue.

Salió del establecimiento y comenzó a caminar sin rumbo por las calles del centro de Liverpool. Lo único en que su mente estaba concentrada era en aquella petición que su gemela acababa de hacerle, que por muchas razones no lograba comprender ni mucho menos apoyar. Hasta que de la nada una mujer que conducía una carriola se estampó contra ella, obligándola a regresar a la realidad.

—¡Oh! ¿Señorita, está bien?

Pero no hubo respuesta, pues el bebé que contenía la carriola terminó por hundirla en sus pensamientos más profundos. No, no estaba bien.

[...]

Había pasado una semana desde la reunión con su gemela y hasta ese momento todo parecía indicar que sus palabras habían hecho cambiar el parecer de la menor de las Lowell. Ni llamadas, ni mensajes, ni visitas se habían hecho presentes para decir lo contrario. Emilia esperaba que su hermana hubiera recapacitado, tal y como se lo había dicho, o que al menos ella ya no formara parte de la ecuación. Pero al llegar a su oficina aquel día por la mañana, la presencia de Elizabeth esperando por ella deshizo las conclusiones que se había apresurado en especular. Pasó de largo por su costado y entró en su oficina, indicándole a la menor que la siguiera con voz silenciosa. Apenas la puerta se cerró tras ella y estuvieron a solas, Elizabeth preguntó directo al grano:

—¿Has pensado en mi propuesta?

Emilia respondió con un escandaloso suspiro mientras tomaba asiento en su escritorio y se preparaba para el inminente enfrentamiento que arruinaría su día por completo.

—Beth, ¿Cómo quieres que te lo explique? ¿Qué necesitas para entender que lo que me pides es una locura?

—¡No necesito entenderlo, te necesito a tí!

Exclamó Beth a su hermana y un segundo después sintió el arrepentimiento abordar sus emociones. Lo último que quería era desatar una pelea, pero no podía evitar reservar su impotencia ante la negación de Emilia. No conseguía entender como su familia le negaba algo tan sagrado, aunque muy en el fondo ella misma sabía que se trataba de un asunto que no podía ser decidido con facilidad. Aún así no se daría por vencida, y fue la determinación en su mirada lo que obligó a Emilia a darle voz a los pensamientos que la habían consumido durante aquel tiempo.

—¿Estás loca? ¿Tienes una mínima idea de la responsabilidad que conlleva un bebé? ¿Has pensado en todos los gastos que tendrás? ¿Has considerado que tendrás que vestirlo, alimentarlo, educarlo y cuidarlo? ¿Has pensado en tu trabajo? No podrás viajar más por estar a cargo de él, ¿Lo has pensado? -Beth bajó la mirada haciendo evidente la respuesta sin necesidad de palabras, al tiempo que alimentaba la exasperación de Emilia—. ¡Por supuesto que no lo has hecho! ¡Es ridículo! Y por Dios Beth, en dos años no conoces del todo a una persona y decides formar una familia.

—¡No es así! Conozco a Call desde la universidad, simplemente nos reencontramos y el amor surgió.

—¿¡Y eso en que demonios mejora la situación!? —replicó la joven y Beth repentinamente se encogió en su lugar.

En toda su vida no había sido capaz de adaptarse al carácter de su hermana y en situaciones como aquella se volvía especialmente sensible a sus actitudes. Emilia percibió el cambio y se levantó para asomarse por el enorme ventanal que le ofrecía una vista asombrosa de la cuidad, esperando encontrar algo de serenidad en ello. 

—¿Pensaste en mí? Tengo mi propia vida, no puedo tener un embarazo en este momento tan importante de mi carrera. No puedo simplemente hacer a un lado toda mi vida por cumplirte un capricho. E incluso si pudiera, investigué la endometriosis y sé que puede ser de origen hereditario, ¿Te has cuestionado la probabilidad de que yo también la padezca?

—¡Claro que lo he hecho! Pero estoy segura de que no es así. Conozco perfectamente las manifestaciones clínicas así como sé que tu nunca las has padecido. Obviamente tendrás que someterte a algunos estudios para confirmar que todo está bien, pero yo estoy convencida de que tu útero está saludable.

El silencio se expandió por la oficina, apenas contrastado por los ruidos urbanos y los del ambiente laboral. Emilia no tenía réplica para eso y estaba preocupada de que sus pretextos comenzaban a agotarse, y que muy pronto tendría que destruir directamente las ilusiones de su hermana.

—Formar una familia es lo que ocurre normalmente en una pareja, ¿Qué hay de malo en que yo quiera hacerlo?

—Que no puedes y me quieres involucrar en ello —Beth recibió el golpe de franqueza como un dardo que penetró su corazón, sintiendo como fluía de él la derrota y la desilusión. Emilia se giró para verla y en sus ojos se reflejaba la seriedad y determinación; cualquier intento de convencerla había dejado de ser una posibilidad.

—Escucha, si quieres tener un hijo házlo, no me entrometeré en tu decisión mientras yo no tenga nada que ver. Beth, hay muchas más alternativas, incluso yo podría darte el dinero para que alquiles el vientre de cualquier otra mujer.

—¡Es que no quiero que cualquier mujer tenga a mi hijo! —exclamó Beth y su mirada se inundó de lágrimas.  —Emilia no te pediría esto si tuviera opción. Soy infértil y no tienes idea de lo inútil e impotente que eso me hace sentir. Yo lo único que quiero es tener un bebé que lleve mi sangre y la de Call y solo tu puedes hacer eso posible. Hazel ya tiene familia y Mae apenas es una adolescente. Nada me haría más feliz que mi alma gemela, mi compañera de vientre, fuera la persona que le diera vida a mi hijo. Así que, por favor, ayúdame.

Elizabeth atrapó las manos de su interlocutora, las tomó con fuerza y dejó salir las lágrimas que nublaban su vista. Emilia sintió un molesto sentimiento de opresión en su pecho que se expandió hasta su garganta para formar un nudo, mientras las lágrimas de Beth mojaban sus manos. Los sentimientos casi palpables de su gemela eran tan profundos que Emilia por un segundo sintió la impotencia que ésta sufría y entonces supo que había perdido la batalla.

No quería.

No podía.

Pero debía hacerlo.

En ese momento supo que era una decisión que se lamentaría cada segundo que respirara y que el costo sería la estabilidad de su vida, pero en aquel momento era imposible que luchara contra su corazón y mente, que se habían sincronizado para cumplir un solo objetivo, hacer que Beth parara de sufrir. Tomó una gran bocanada de aire y soltó con firmeza:

—Lo haré.

Beth alzó su rostro y sus orbitas sorprendidas toparon contra las de Emilia. ¿De verdad lo había logrado? No quería arriesgarse a preguntar. En vez de eso rodeó el cuerpo inmóvil de su hermana y lo estrechó con vigor y emoción. 

—Tienes que prometerme que estarás conmigo durante todo el proceso. Yo gestaré al bebé, pero tú serás responsable de absolutamente todo.

—Nunca te dejaré sola. ¡Gracias! Te amo, hermana.

Prometió Beth, y después de ese momento comenzó el proceso que pondría sus vidas de cabeza y las cambiaría para siempre.

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