Entrevista 1
Un secuestro peculiar
En un sitio oscuro, unos pasos resonaron con un eco seco sobre un suelo de madera. El susurro apagado de una tela al rozarse fue amortiguado por unos murmullos incomprensibles y el ruido de algo moviéndose sobre unas ruedas. De nuevo, pasos.
—¿Estamos listos? —preguntó una voz, femenina y emocionada.
De alguna parte, recibió una respuesta afirmativa y unas luces tenues se encendieron de pronto con un tono frío y azul. Se desvelaron los comienzos de un escenario y las siluetas de unas sillas colocadas en fila, por ahora vacías. Frente a ellas, la sombra de una persona se paseó de un lado a otro con prisa, toqueteando y recolocando cosas invisibles aquí y ahí.
Entonces, se detuvo, respiró hondo, y su figura asintió hacia la oscura nada.
—Encended las luces. Empezamos.
Su orden se acató al instante y el plató se iluminó con el estallido cegador de unos focos. El escenario estaba vacío, y detrás de las cámaras encendidas que había justo delante, tampoco se encontraba nadie.
De la nada, el aire se onduló como vapor, retorciéndose sobre sí mismo solo para expulsar a nueve personas que cayeron al suelo de mala manera y con un gran estruendo. Los quejidos no se hicieron esperar y más de uno se levantó con gesto de dolor, frotándose alguna extremidad o comprobando que no tenía ningún hueso roto.
—¿Qué ha pasado? —murmuró Lucy, mirando a su alrededor con aturdimiento. Seguía de rodillas en el suelo y se masajeaba un hombro con cuidado—. ¿Y dónde estamos?
—Parece un plató de rodaje...
Wendy, aferrada a Charle, contemplaba el lugar con el mismo desconcierto que el resto de su equipo, sin darse cuenta de que tanto ella como Gaby estaban sentadas encima de un quejumbroso Gajeel.
Dos metros más allá, Gray se incorporaba con esfuerzo, vistiendo solo unos pantalones, y se frotaba la frente con el ceño fruncido. Había caído de cabeza y se había llevado todo el suelo por delante. A su lado, Erza se quitaba el polvo de su falda, ya de pie.
Todos compartían la misma expresión de confusión y sorpresa, sorpresa que solo aumentó al reparar en que, al otro lado del escenario, Natsu se encontraba en el mismo estado que ellos, sentado en el suelo y esbozando una mueca de dolor a la vez que se masajeaba la nuca. De pie a su lado, Dimaria observaba el lugar con curiosidad y atención.
—¿Natsu? —preguntó Happy, quien había salido rodando hasta chocar con una de las sillas y ahora lucía un chicón a un lado de la cabeza.
El aludido alzó la vista, extrañado, y se encontró a su antiguo equipo y a Happy mirándolo como si estuvieran viendo una aparición. El sentimiento era mutuo.
—¿Chicos? ¿Qué hacéis aquí? —Con esfuerzo, se puso en pie, intercambió una mirada extrañada con Dimaria y contempló el plató en el que habían aparecido de un momento a otro. Ese, definitivamente, no era su despacho—. ¿Dónde estamos?
—Nosotros también queremos saberlo —gruñó Gajeel, liberado por fin de las dos que lo mantenían tendido en el suelo. Con gesto de molestia, se sacudió los pantalones y escaneó a su hija de arriba abajo en busca de daños.
—Está claro que todos hemos aparecido aquí por alguna clase de portal, magia, invocación, o como queráis llamarlo.
Todas las miradas se centraron en Dimaria, quien ni corta ni perezosa se sentó en el primer sillón vacío que tenía al lado. Cruzó las piernas y miró al resto desde su nuevo asiento.
—La pregunta es por qué.
Al decir esto ancló los ojos en Natsu, como si él tuviera la respuesta a aquella pregunta. Los demás hicieron lo mismo y él, aturdido, solo alcanzó a alzar las manos en un gesto de rendición.
—A mi no me miréis; estaba trabajando. No tengo ni idea de qué ha pasado.
—Dejad que yo conteste a esa cuestión, ¿os parece?
Una voz en off, salida de alguna parte, resonó por todo el lugar, sobresaltando a todos los recién llegados. Erza, por acto reflejo, intentó equiparse con una de sus espadas y Lucy se llevó la mano al estuche de sus llaves. Al mismo tiempo, Gajeel atrajo a Gaby hacia sí.
Todos paseaban los ojos por cada rincón y recoveco con urgencia, en busca de aquella persona que había hablado y que, seguramente, los había traído a todos hasta ahí.
—¿Quién eres? —preguntó Gray hacia la nada, atento a cada movimiento y sombra.
—No os molestéis, no podéis usar la magia aquí. Ni maldiciones.
Todos, de forma automática fruncieron el ceño ante aquella afirmación. Erza, quien había sido la primera en intentar invocar una de sus armas, en vano, reconoció el innegable hecho:
—Es cierto —murmuró.
—¿Quién eres? —repitió entonces Natsu con gesto serio, hablando hacia el techo—. ¿Y qué quieres de nosotros?
La voz rió, divertida, y la carcajada resonó por todo el escenario, procedente de todas partes y de ningún sitio.
—Nada complicado, creedme. Solo que contesteis con la verdad a un par de preguntas, nada más.
—¿Y por qué habríamos de hacerte caso? —preguntó Gray, cruzándose de brazos y con el ceño fruncido.
—Porque a no ser de que yo lo decida, no podréis salir de aquí.
De nuevo, ceños fruncidos. Ahora todos miraron a su alrededor no en busca de la persona con quien estaban hablando, sino con la esperanza de encontrar una salida, en vano.
—No hay puertas —murmuró Wendy, preocupada.
En efecto, no había nada parecido a ninguna puerta, salida de emergencia o ventana. De hecho, más allá de las luces de los focos y del cuerpo de las cámaras, todo estaba en penumbra, vacío y oscuro. Una nada que parecía engullir todo a su paso.
Gaby, asustada y superada por todo aquello, se pegó al cuerpo de su padre, mirando con frenesí en todas direcciones y queriendo salir de ahí cuanto antes. Dimaria, quien no se había vuelto a pronunciar, no perdió de vista la reacción de la chica y le lanzó una mirada significativa a Natsu. El emperador suspiró y se pasó los dedos por el pelo, pensativo. Si no podían usar su poder y estaban encerrados en aquel sitio, de nada servía resistirse.
—¿Qué clase de preguntas? —quiso saber.
—¿No estarás pensando en seguirle la corriente, no? —espetó Gray, incrédulo.
—Cierto, Natsu —concordó Lucy—. Será mejor que busquemos una forma de salir de aquí. Esto no me gusta...
—Más allá de los límites de este escenario no parece haber nada, ni siquiera suelo —intervino Dimaria—. ¿Prefieres arriesgarte a averiguar qué hay más allá a responder unas sencillas preguntas?
Por un momento, el silencio reinó en el plató. Dimaria tenía un punto, todos tuvieron que reconocerlo. Estaban sin magia y encerrados en algún sitio del que no parecía haber salida. De momento era mejor seguir la corriente y averiguar a dónde llevaba.
—¿Y bien? —se interesó el desconocido—. ¿Comenzamos ya?
—Muy bien. Pero que sea rapidito —advirtió Gajeel, tan irritado por toda la situación como preocupado por que hubiesen arrastrado a su hija hasta semejante asunto. No podía evitar preguntarse una y otra vez qué querían de ella y para qué la habían traído ahí solo a ella de entre todos los de su generación.
—No seas tan gruñón, Gajeel. Que esto llevará un tiempo. Os recomiendo poneros cómodos mientras comenzamos con las preguntas.
Gajeel gruñó, amenazante, pero guió a Gaby hasta uno de los sillones y la obligó a sentarse. La chica no rechistó, pues aunque ya se había recuperado en parte de la impresión inicial, sabía que en esos momentos no era buena idea llevarle la contraria a su padre. Los demás, uno a uno, hicieron lo propio y se sentaron, no sin reticencia, en los asientos que parecían haber dispuesto para ellos. Solo entonces, la voz reanudó la palabra:
—Muy bien, gracias por colaborar. Empezamos ya, ¿os parece? Las reglas son sencillas: contestad con sinceridad y seréis libres. Y por si se os ocurre inventaros algo, quiero que sepáis que sé muy bien cuándo mentís y cuándo no.
—¿Nos dirás al menos quién eres? —preguntó Erza, cruzada de brazos y con actitud amenazante y sombría aún sentada en su respectivo sillón individual de color rojo.
—No. No os hace falta saberlo. —Erza, incrédula, abrió la boca para replicar, pero la voz no le dio la oportunidad—. Y ya que estamos, Erza, tú serás la primera, aunque va dirigida para todo el antiguo Equipo Natsu: Ahora que han pasado dieciséis años desde que Natsu se fuera de Fairy Tail y se convirtiera en emperador, ¿qué pensáis de su historia?
—¿Cómo que qué pensamos? —repitió Happy, inclinando la cabeza hacia un lado con confusión—. Natsu es Natsu.
El aludido, ante aquella sencilla pero sincera respuesta, sonrió sin poder evitarlo y, como el gato estaba sentado en uno de los reposabrazos del sillón, no contuvo el impulso de acariciarle la cabeza con cariño. No podía estar más orgulloso ni conmovido.
—Detalles, quiero detalles —insistió su captor. O mejor dicho, captora; la voz, aunque distorsionada, tenía cierto tono femenino.
—Creo... —Wendy, hundida en el asiento y con Charle en su regazo, contempló a Natsu, recordando por todo lo que había pasado para llegar a donde estaba en esos momentos. Él, por el contrario, se sintió expuesto y analizado de pies a cabeza—. Creo que diría lo mismo que Happy. La historia de Natsu-san es increíble, y no creo que muchos hubiésemos podido recuperarnos de lo que él se ha recuperado. Pero... Pero aun así, creo que sigue siendo el mismo de siempre.
—Oye —protestó el aludido—, que algo sí que he cambiado.
Wendy, arrepentida, enrojeció hasta las orejas.
—¡No iba a malas! —intentó defenderse entre balbuceos—. Quiero... Quiero decir que tu forma de ser, tu amabilidad, son las mismas de cuando estabas en el gremio. Y cuando nos visitas, a veces parece que es como si nunca te hubieses ido y...
—¿Wendy?
Charle, en su regazo, la miró por encima del hombro al ver que no continuaba. La chica negó con energía y se encogió de hombros, intentando hacerse minúscula pese a que hacía ya varios años que había dejado atrás su apariencia de niña.
—Creo que entendemos el punto. Pasemos al siguiente integrante del equipo. Gray, ¿qué opinas tú? ¿Ha cambiado tu mejor amigo en todos estos años?
—Por supuesto que sí —contestó sin dudar, ganándose la mirada curiosa de su antiguo compañero—. Jamás me imaginé que acabaría con mujer y un hijo y míralo ahora.
—¿Se puede saber por qué clase de asexual me tomabas? —protestó Natsu, indignado hasta la médula. Dimaria, a su lado, estalló en carcajadas.
—No sabía esa faceta tuya, Nat —rió ella, divertida a más no poder.
Natsu la fulminó con la mirada, aunque ella lo ignoró como si no existiera, riéndose de buena gana de imaginar lo idiota que pudo haber sido Natsu en su día. Por alguna extraña razón, se creía esa imagen. Después de todo, recordó, la primera vez que lo vio gritaba exaltado mientras golpeaba sin orden ni sentido y sin estrategia alguna a decenas de guardias del antiguo ejército de Alvarez.
—La verdad es que yo también me sorprendí cuando descubrí que erais pareja —admitió Lucy, sonriendo divertida ante la indignación creciente de Natsu.
Y, en efecto, su comentario solo aumentó su alteración.
—¡Tú también no, Luce!
—¡No me culpes! —se defendió ella—. Llegaste a verme más de una vez desnuda y tus respuestas eran de todo menos normales.
Natsu enrojeció hasta la mismísima raíz del pelo y necesitó de varios intentos para conseguir articular palabra.
—¿Y qué querías que hiciera? —dijo al fin—. Casi siempre ocurría en situaciones ciertamente delicadas y rozando el peligro de muerte. Mi última preocupación en esos momentos era alterarme por verte sin ropa.
—También te bañaste conmigo y no hubo reacción —añadió Erza, con la mano en la barbilla y con expresión pensativa.
Natsu comenzó a ser consciente de la mirada que tenía clavada en la nuca y sudó frío. Gimió, desesperado.
—¡Erza!
La mujer parpadeó, sin comprender qué había hecho mal.
—¿Qué?
—¡Éramos niños! —aseguró, girando en redondo en su asiento y encarando a Dimaria, pálido como un fantasma. Ella lo contemplaba con una ceja alzada, cruzada de brazos y con una mano tapándole la boca. Sus hombros temblaban sin control—. ¡Hablo en serio! —insistió—. Dimaria, yo nunca... —No supo cómo defenderse.
Dimaria se limitó a asentir, temblando hasta que no pudo aguantar más la risa y volvió a soltar otra carcajada. Se limpió las lágrimas y contempló a Natsu tanto incrédula como divertida.
—No entiendo cómo es que llegaste sin experiencia alguna a mis brazos con semejante historial —fue lo único que dijo.
Para Natsu, que no lo amenazara no fue menos estresante. Colorado e incómodo, se tapó la cara con las manos, sufriendo en silencio el bochorno y las risas tanto de Dimaria como las del resto de su antiguo equipo. Bueno, al menos parte de él; Wendy seguía tan inocente como siempre y escuchaba en silencio, roja como una bombilla. Gaby, en cambio, a su lado, intentaba deshacerse de las manos de su padre, quien le tapaba los oídos con firmeza y decisión. Nadie parecía reparar en ellos.
—¿Lo hubieses preferido? —soltó Natsu entonces, con un gruñido irritado y contemplándola de mala manera.
La sonrisa que le dedicó Dimaria fue tan resplandeciente como el reflejo del sol sobre el filo de una daga.
—Solo espero que hayas sabido aprovechar de las buenas vistas cuando tuviste ocasión porque tu religión ahora y hasta el día de tu muerte es la monogamia —declaró.
—Siempre lo he...
—Monogamia —repitió, tajante y sin dejar de sonreír.
Natsu tragó en seco.
—Sí, cariño.
—Lo tienes complicado, eh, Salamander —se burló Gajeel, todavía con las manos sobre las orejas de su hija.
El aludido prefirió no contestar. En cambio, frunció el ceño e ignoró al padre para centrarse en Gaby, quien seguía protestando, incómoda, sin ser escuchada por nadie. Gajeel, por fin, la dejó ir y esta se volvió hecha una furia hacia él.
—¿Por qué lo has hecho? —espetó, a punto de abalanzarse sobre él como forma de venganza.
Su padre la miró impasible.
—¿Has oído algo?
—¡¿Cómo pretendes que oiga nada si me has metido los dedos en los oídos?! —chilló Gaby, gesticulando sin ton ni son ante la expresión satisfecha del adulto.
—Entonces perfecto.
—¡Papá! —protestó una vez más, en vano—. ¿Se puede saber qué te pasa?
—Solo protejo tu inocencia.
Gaby, ante eso, solo pudo mirarlo atónita. No comprendía muy bien de qué estaba hablando, pero sabía que de seguir preguntando acabaría con jaqueca y más furiosa de lo que ya estaba. Rechinó los dientes y se hundió en su asiento de golpe y porrazo.
—Olvídalo —gruñó, y se cruzó de brazos—. Ni siquiera sé qué hago aquí —añadió, molesta—. Estaba a punto de ganarle a Axel su paga del mes y ahora pensará que he huido y no se cuantas historias más.
—Yo tampoco sé qué haces aquí —reconoció su padre—. Pero no por eso voy a permitir que...
—Permíteme contestar a mí, padre gruñón sobreprotector —intervino de pronto la misma voz de antes, recordándoles a todos que estaban encerrados en ese sitio y no de charla en cualquier otra parte—. Gaby, hay una pregunta para ti. Por eso estás aquí.
—¿Para mí? —repitió, sorprendida. ¿Qué podían querer de ella?
—A mi hija no la metas en esto —amenazó Gajeel, serio y con la mirada aguda.
Todos los demás tenían expresiones semejantes, pues una cosa era que los encerraran a ellos, adultos, que a una adolescente que apenas tenía experiencia en el campo de batalla real.
Su captora suspiró.
—No pienso tocarle un solo pelo. ¿Por quién me tomáis?
—Un secuestrador —fue la simple y llana respuesta de Gray.
—Soy mujer, nudista. —A Gray le tembló un párpado, irritado y herido en su orgullo—. Y no me habéis dejado acabar. A Gaby pienso soltarla en cuanto conteste a mi pregunta. Tiene una partida de cartas que ganarle a su hermano; y no te preocupes, que no habrá pasado ni un segundo cuando vuelvas.
Gaby, quien había escuchado atenta cada palabra, compuso un gesto pensativo que su padre interpretó al instante; Levy hacía el mismo.
—Gaby, no.
Su hija lo ignoró y alzó la vista al techo, como si ahí estuviera la persona que los observaba.
—¿Cuál es la pregunta?
Gajeel, a su lado, se cubrió el rostro con una mano y escupió un insulto entre dientes mientras gruñía. ¿Por qué tenía que parecerse tanto a Levy? ¿Y dónde quedaba su autoridad como padre en casos como estos de necesidad y secuestros grupales?
Erza, a su lado, le palmeó el hombro en consideración y como apoyo moral mientras todos escuchaban la pregunta de Gaby:
—Pongámonos en la situación de que ya eres adulta...
—¡Nada de sexo hasta los cuarenta!
—Mamá nos tuvo a los veinte, así que no eres quien para hablar.
—Tenía casi veintiuno —protestó Gajeel.
—Viene a ser lo mismo. Así que calla y déjame escuchar la pregunta para poder irme de aquí.
Gajeel volvió a gruñir como un perro rabioso, pero esta vez se mantuvo callado. No iba a permitir que su hija lo dejara todavía más en ridículo. Una vez restaurado de nuevo el silencio, la desconocida continuó:
—A lo que iba. Supongamos que ya eres adulta y que vas a casarte con Igneel. Sin embargo, para ello, tienes que recorrer un desierto por una semana en un coche que va a una velocidad media de cien kilómetros por hora. Teniendo en cuenta que tienes la magia de Dragon Slayer y que sufres la misma cinetosis que tu padre... ¿Cuál sería tu testamento y última voluntad?
Gaby, quien se había retorcido nerviosa ante la idea de casarse con Igneel, perdió la sonrisa y empalideció en cuanto escuchó la segunda parte de la pregunta. Iba a contestar que prefería ir caminando antes que pasar por semejante tortura, pero supuso que ese tipo de respuesta no iba a darse por válida.
Pensativa, y ante la atenta mirada tanto de su padre como los padres de Igneel, se mordió la uña del pulgar, un gesto que hacía de forma inconsciente cuando se concentraba.
—Supongo que le confiaría a Axel mi biblioteca —murmuró—. Es un idiota y un perezoso, pero cuida de los libros como si fuesen de cristal. Me despediría de mis seres queridos y... —De pronto, frunció el ceño y alzó la cabeza como un resorte—. Espera, de eso nada. ¿Cómo que mi testamento? ¿Y por qué tengo que ser yo la que haga todo el viaje? Igneel puede teletransportarse con los hechizos de August o Irene. ¡Que venga él si tanto quiere casarse conmigo!
Su declaración, por un segundo, dejó mudo a todo aquel que estaba presente. Sin embargo, una vez que sus palabras fueron asimiladas, tanto Gajeel como Dimaria rieron casi al mismo tiempo y los demás adultos sonrieron, entre orgullosos y divertidos. Erza asentía, satisfecha, y Natsu contemplaba a la chica como si viera un espejismo de Dimaria solo que más menuda y de pelo azul.
—Me cae bien —reconoció Dimaria, recostándose en el sillón.
Natsu le lanzó una mirada divertida.
—¿No lo hacía ya?
—Sí. Pero ahora sé que Igneel no podrá hacer siempre de las suyas.
La única respuesta de Natsu fue poner los ojos en blanco y regresar su atención hacia la chica, quien comenzaba a desvanecerse en pequeñas partículas de luz.
—Perfecto, esa respuesta me ha gustado. Como prometí, puedes volver. No te preocupes; será como si no hubiese pasado nada de todo esto.
Gaby asintió y se despidió con la mano con expresión alegre, aunque sus mejillas seguían teñidas de un ligero color carmín. En cuanto terminó de desaparecer, las preguntas regresaron:
—Muy bien, siguiente pregunta. Gajeel —el aludido dio un respingo, sorprendido—, relacionándolo con el tema: ¿cómo te sientes al saber que tus nietos van a llevar el apellido Dragneel aparte del tuyo?
El Dragon Slayer gruñó y se cruzó de brazos, fulminando a Natsu con la mirada. La única respuesta que obtuvo de su parte fue un par de cejas alzadas y un esbozo de sonrisa que solo consiguió irritarlo más.
—No pienso contestar a eso —murmuró.
—Estás negando lo inevitable, Gajeel.
—Tú te callas, Salamander.
Natsu se rió entre dientes, pero no insistió. El resto de sus compañeros suspiraron, resignados, ante la actitud de Gajeel de empeñarse a intentar parar lo imparable, aunque todos sabían que en el fondo no tenía nada contra del chico, por mucho que él se empeñara en convencerse de lo contrario.
—Puesto que todavía estás en la fase de la negación, pasemos a la siguiente. Ya retomaremos el tema en otra ocasión... Oh, aquí van dos picantes para mi querida Dimaria. ¡Primera pregunta! Ah, se me olvidó mencionar antes que yo solo estoy leyendo un banco de cuestiones que han dejado otras personas que os conocen. Repito: solo estoy leyendo, así que me libro de cualquier responsabilidad.
—¿Qué clase de pregunta hace que sea necesario que diga eso? —murmuró Wendy solo para ser ignorada y precedida inmediatamente después por la continuación del discurso de su anfitrión.
—Dimaria... ¿Alguna vez, por minúscula que fuera, llegaste a sentir el deseo de hacer un trío con Natsu y Brandish? ¿No sentías curiosidad por el cuerpo de Brandish?
En ese preciso momento, Natsu se atragantó con el mismo aire y su piel adquirió el color del carmín. Sus antiguos compañeros de gremio contemplaban la escena aturdidos y enmudecidos por la pregunta. La única que permanecía tranquila era la propia Dimaria, que se limitó a palmearle la espalda a Natsu con más bien poco ánimo.
Entonces, él se volvió hacia ella con brusquedad.
—¡¿Por qué no lo estás negando?!
Dimaria siguió imperturbable y volvió a recostarse en su respectivo sillón, cruzando las piernas.
—No me puedes negar que Mari no está bien dotada. Además, te estabas ahogando hace medio segundo.
—Me da igual lo dotada que esté o no —gruñó Natsu. Sus ojos rojos parecían relucir—. Mi atención le pertenece solo a una mujer.
—¿Y entonces por qué dudas?
La pregunta fue lanzada de tal forma que cuando Natsu abrió la boca para replicar, no salió palabra alguna.
—Tú... —Lo intentó de nuevo, en vano y ella esbozó una sonrisa divertida. Gruñó una maldición—. Maldita sea, Dimaria.
—No te preocupes —lo consoló—, te perdono el desliz.
Natsu no se sintió reconfortado en absoluto; en primer lugar no tendría ni que disculparse. ¡La pregunta iba para Dimaria, no para él! ¿Cómo es que siempre salía perdiendo? Llevaba dieciséis años sin entenderlo.
—Siguiente pregunta —espetó de mala manera. Solo quería irse ya de ese sitio.
—Como ya he dicho antes, esta también va para Dimaria: ¿Qué se siente al compartir el cuerpo con una diosa? Y cuando tú y Natsu estáis en su momento íntimo, es como hacer un trío? Y por último, ¿hacéis juegos de roles? Es decir, Natsu como el malvado demonio y tú como la buena y bondadosa diosa que se entrega al malvado para evitar que dañen a los humanos.
Natsu, ante semejante pregunta, no supo hacer otra cosa que no fuese taparse la cara con ambas manos y gemir de pura desesperación.
—¿Qué problema tenéis con mi vida privada? —se lamentó—. Además, ¿qué buena y bondadosa ni qué nada? —espetó, incorporándose de pronto y lanzándole a su pareja una mirada afilada—. Eres capaz de ordenar la muerte de alguien mientras sonríes y bebes té.
—En realidad prefiero el café —reconoció ella, tan tranquila que aterraba. Los de Fairy Tail no se atrevían a pronunciar palabra y Happy y Charle se dedicaban a intentar reanimar a una inconsciente Wendy—. Y si ese alguien se lo merece, ¿por qué iba a alterarme?
La expresión de Natsu se volvió vacía de pronto.
—¿Sabes qué? Dimito. Haced lo que queráis —murmuró, como si de pronto ya no mereciera seguir viviendo.
—Oh vamos, no seas melodramático. —El regaño de Dimaria fue tan despreocupado que a él le recorrió un escalofrío—. Además, reconoce que cuando conociste a Chronos acabaste haciéndote la misma pregunta. Al fin y al cabo, nuestro cuerpo es el de ambas.
—No lo estás mejorando.
—Solo digo la verdad —se encogió de hombros, sin importarle demasiado desvelar semejante tipo de datos y confidencias al resto del mundo. Natsu, en medio de sus lamentos, se preguntaba cómo es que seguía sorprendiéndose de su personalidad a esas alturas de su relación—. Creo que en cierto modo sí que podría considerarse un...
—Basta.
La orden de Natsu fue categórica y Dimaria calló de inmediato. Sin embargo, siguió sin deshacer su mirada divertida ni su sonrisa maliciosa, disfrutando de la vista de un Natsu sonrojado hasta las orejas y tan incómodo que parecía que estaba sufriendo de urticaria. Carraspeó, intentando recuperar la compostura perdida hacía ya rato, y añadió:
—No hacen falta tantos detalles.
—Lo que usted diga, majestad.
La burla y la provocación eran tan evidentes que Natsu no consiguió relajarse en lo más mínimo. De hecho, ni se atrevió a mirarla, consciente de que como lo hiciera, se acabaría encontrando con una expresión que prometía demasiadas cosas.
De nuevo, lamentó el día en el que se enamoró de semejante mujer. No tenía canas ni pesadillas de milagro.
—Siguiente pregunta —suspiró, deseando con todas sus fuerzas que la siguiente fuese de contenido algo más normal.
—De acuerdo. —Se escuchó una risa ahogada—. Esta va para ti, querido Natsu. Y no te preocupes, que no es nada de lo que te piensas.
—Como si pudiera confiar en ti, seas quien seas.
—Esa desconfianza duele, ¿sabes? Pero bueno, ahí va: Si pudieras decir quién de todos tus compañeros es como un hermano o hermana y en el que te puedas apoyar en todo momento, a excepción de Happy, ¿quién sería?
Ante la mención de su nombre, Happy, quien seguía agitando un trozo de papel frente a la cara de Wendy, se giró en redondo y se cruzó de patas.
—¿Y por qué a mi me excluyen? —protestó, indignado.
Natsu rió y le pellizcó la cola, que se retorcía de un lado a otro con descontento.
—Eres prácticamente como mi hijo, Happy. Estás por encima de esa categoría, todo el mundo lo sabe.
Si antes el Exceed tenía el lomo crispado, las orejas tiesas y la cola inquieta, ahora todo calló lánguido y conmovido. Segundos después, el ánimo volvió a iluminarle la expresión y dio un brinco para aterrizar en su regazo.
—¡Aye! —exclamó, tan feliz como el significado de su nombre.
Natsu volvió a sonreír y alzó la mirada, clavándola de forma directa y sin dudar en Gray. Se había mantenido inusualmente callado durante todo el sinsentido que estaban viviendo, pero en cuando sus ojos se encontraron, el mago le devolvió una sonrisa confiada y con un egocentrismo más bien fingido. Para ambos, la pregunta era estúpida. Discutían a cada rato, sí, y lo más seguro era que lo siguieran haciendo incluso en la tumba. Pero era justo por eso que sabían que, de descarriarse uno, el otro estaría ahí para darle un merecido puñetazo y devolverlo al camino correcto.
—Creo que la respuesta es obvia, ¿no, nudista congelado?
—Cállate, cerebro de carbón.
—Dejad de intentar insultaros, que no engañáis a nadie, y prosigamos. Nos estamos acercando al final. ¡Gray! —El grito fue tan de improvisto que el nombrado pegó un salto en su sitio—. Rápido, pregunta genérica: Si tres de cada cuatro genios no tienen amigos, y alguien no tiene amigos, ¿se puede considerar oficialmente un genio? Venga, rápido, rápido, ¡contesta! Un, dos, tres. ¡Sin pensar!
La velocidad de las palabras y el tono exigente lo sorprendieron tanto que llegó a ponerse nervioso. Contestó con duda y poco convencido:
—Eh... ¿sí? ¿Supongo?
—¡Fabuloso! Oh, aquí hay una para mí sobre por qué en los restaurantes y fiestas de "barra libre" lo único que no está "libre" es la barra... Mmm, contestar a eso sería entrar en filosofías complicadas y de larga duración. Mejor paso a la siguiente, que se nos está acabando el tiempo. Esta es para...
La frase por cortada por un sorpresivo timbre y una melodía desconocida.
—¿Quién me llama? Se supone que aquí no hay cobertura... Un momento, chicos. Servicio a domicilio de historias y entrevistas, dígame. ¿Invel? ¿Cómo narices has conseguido...? Oye, a mí no me amenaces que puedo dejarte lisiado de por vida, ¿me oyes? ¿Qué? No, no existe nada como un departamento de queja de personajes. No tenéis semejante derecho constitucional. No, oye, ¡espera un momento!
La conversación, desde luego, no tenía nada de sentido y lo único que los presentes pudieron sacar en claro fue el nombre de Invel. Sin embargo, la pregunta del millón era: ¿de qué conocía Invel a su captor? ¿Y qué era eso de personajes y derechos constitucionales?
—Oye, Natsu —murmuró Lucy—. ¿Seguro que no sabes quién nos ha traído aquí?
—Ni la más remota idea.
—¿Y cómo ha conseguido el canoso de tu consejero contactarlo? —interrogó Gajeel.
—Hace tiempo que dejé de cuestionarme sus habilidades —admitió él, ignorando de forma deliberada el apodo que le acababa de poner a Invel—. No sirve de nada.
Gajeel iba a añadir algo, pero justo en ese momento, la voz de Invel resonó por el plató.
—¿Majestad, está ahí?
Natsu se puso en pie.
—¿Invel? ¿Cómo has dado con nosotros? ¿Puedes sacarnos de aquí?
—Me estoy encargando de ello, majestad. Al parecer basta con que responda una pregunta y os dejará volver. Por cierto, la próxima vez que decida ser secuestrado, por favor, avise con tiempo. —El tono de su voz era gélido y sus reproches, cortantes—. Tenía una reunión con el ministro de desarrollo tecnológico y Wahl lo arrastró hasta sus laboratorios. Por fortuna, no han habido mayores secuelas que un par de quemaduras, pero tenemos que sacarlo del presupuesto real y habrá que recalcular y redistribuir el dinero.
No habían pasado ni cinco minutos desde que Invel había aparecido, aunque solo fuese por voz, y Natsu ya tenía que resolver un problema político, castigar a uno de los Spriggan, reorganizar los gastos y el presupuesto real y pagar un tratamiento médico. Y eso sin contar con todo el papeleo que estaba haciendo antes de aparecer en ese sitio y que había dejado a medias.
El dolor de cabeza le martilleó por todo el cráneo como tambores y timbales incrustados en el cerebro. Agotado de solo pensar en el trabajo que se le acababa de acumular, se masajeó las sienes e insultó a todo lo que se le vino a la mente. A Wahl sobre todo. Iba a desmontar a ese machias pieza por pieza y lo iba a convertir en cacerolas para la cocina.
—Luego nos ocuparemos de eso —masculló, estresado.
—Exacto, eso para luego. —La secuestradora reapareció de la nada, y Natsu compuso una mueca molesta—. Dame eso, cónsul metomentodo. Sigo sin comprender cómo has conseguido aparecer por aquí cuando se suponía que todo mi universo estaba detenido y congelado.
—No subestime a los Spriggan, señorita. Y ahora la pregunta.
—Sí, sí, lo que tú digas. Recordaré esto, que lo sepas. Pero está bien, tú lo has querido. Esta va para ti, querido Invel: ¿Alguna vez te arrancaste los cabellos mientras llorabas en la ducha por todo el estrés de dirigir el Imperio ya que Natsu era un incompetente con complejos depresivos?
Silencio.
Durante un largo minuto, en el plató solo se escuchó el sutil zumbido de los focos funcionando y las respiraciones de ocho invitados desconcertados. Natsu, aunque tenía un enfado y una irritación casi palpables, no tuvo energías para protestar por aquel ataque gratuito hacia su persona. Solo quería irse de ahí.
—¿Invel?
La respuesta tardó medio minuto más en aparecer:
—Le estaré esperando en su despacho, majestad. No tarde.
Dicho esto, de fondo se escuchó un leve crujido, como de cristal agrietándose. Segundos después, una exclamación:
—¿Qué? ¡Oye, Invel! ¡Pedazo de Spriggan desalmado, me has congelado al asiento! Ah, no, ni se te ocurra irte. Te prohíbo rotundamente... ¡Invel Yura, sal de ese círculo mágico ahora mismo! ¡Invel!
Al parecer, fue inútil y, aún después de que Natsu y los demás desaparecieran del escenario y las luces se apagaran, los insultos y las promesas de venganza se siguieron escuchando durante un buen periodo de tiempo.
Las preguntas corresponden a las formuladas por TheRocha , MonDlkmp , alejosamo y @RPia54 . Para más contenido de este estilo, ya sabéis: las preguntas al apartado de "Yo nunca" y los retos al de "Verdad o reto".
Espero que lo hayáis disfrutado.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top