CAPITULO 3 La otra cara de la moneda

Lunes.

A pesar de estar con licencia de post natal, igual trabajo medio día «ilegalmente» desde mi departamento. Ahora más que nunca no puedo dejar de recibir dinero de cualquier parte, pues pronto tendré que sustentar este hogar. Con Omar acordamos verbalmente que aportaría un sueldo mínimo a modo de pensión alimenticia. Este tema debo finiquitarlo pronto de manera legal, no vaya a ser que le de amnesia y se le olvide que tiene una hija y que hay que mantenerla. En estos momentos ya pienso que cualquier cosa es posible.

Mientras reviso mis correos personales en Gmail recibo una invitación de Gtalk de parte de Alex. No somos íntimos amigos, pero tenemos una buena y cordial relación. Así que decido aceptar la invitación para poder hablar con él después de todo este desastre. Tengo curiosidad de saber toda la información que él tuviera por su parte, por muy escabrosa que fuera. Sí, soy masoquista, lo reconozco. Mi parte malvada solo quiere algo de venganza, si la pérfida se va a quedar con mi marido, por último que le cueste caro. Aunque yo prefiero que el par que se quede sin pan ni pedazo. No merecen nada bueno. Así que necesito algo de información de primera mano para un plan que no sé cómo desarrollar. La intención está. Mientras divago esto, se abre una ventana de conversación.

Alex: ¿Hola, cómo estás?

Yo: Bien... no, mentira, me siento como las hueas, no es para menos, ¿y tú?

Alex: Igual.

Yo: ¿Dónde estás ahora?

Alex: En el trabajo, obvio... jajajajajaja

Yo: Qué ridículo eres, me refiero a dónde estás viviendo ahora.

Alex: En la casa del papá de mi amigo Jorge, el que conociste hace un par de meses, los dos viven juntos en Quinta Normal... Me carga vivir allá, está todo pasado a cigarro y a pijama de león ¡Qué es hediondo ese hueón del Jorge!

Yo: Ahhhhh pucha que mal... ¿has hablado con MT? (Marité, ya no la pienso nombrar más a la infeliz)

Alex: Un par de veces. Está arrepentida, no sabe para dónde va la micro, no tiene idea de nada... Yo iba a contarte la verdad ese día sábado, antes que él, pero te vi ahí en cama con fiebre y no pude, no tuve corazón para hacerlo.

Yo: ¿¿¿¡¡¡Lo sabías todo!!!???

Alex: Sí, desde un mes antes de que naciera la bebé, pero no te dije nada, estabas complicada con tu embarazo. No iba a ser el culpable si perdías a tu hija por la impresión. Yo solo aguanté porque pensaba que podía arreglar las cosas. En una de esas nunca te enterarías... Pero no, ellos siguieron con el hueveo y no dejaron de verse. Así que me aburrí, y apenas nació tu hija empecé a insistir en que te dijeran la verdad.

Yo: ¿¿¿¡¡¡Sabían que tú sabías!!!??? ¡No lo puedo creer, es el colmo! Puta los hueones pencas, ¡son lo peor! ¿Cómo te enteraste de todo?

Alex: Eso mismo quiero contarte pero no por acá ¿Almorcemos juntos?

Yo: Ya, ¿dónde, a qué hora?

Alex: Juntémonos en Santa Lucía a las una de la tarde

Yo: Vale... ¿has pensado si quieres volver con ella?

Alex: Sí, solo quiero que deje de ver a ese hueón, arreglar las cosas y volver a estar como antes, ¿y tú?

Yo: No lo sé pero si llegase a volver con él, le haría pagar cada día de su vida lo que ha hecho... bueno nos vemos más rato, bye.

Alex: Chau... por cierto, cambia tus contraseñas de correo. Nos vemos

¡Que revelador ha sido todo esto! Pobre hombre, lo que tuvo que pasar. Sacando cuentas, para Alex ya han pasado casi dos meses desde que su vida se convirtiera en un infierno. ¡Y quiere volver con ella! A pesar de todo, la ha perdonado. No sé si tiene muchos cojones o es muy tarado. En todo caso, lo entiendo, yo todavía amo a mi marido, estoy dolida, con pena, rabia e impotencia, pero aún siento amor. Tengo sentimientos encontrados, sé que esto ya está muerto, y que no tengo la más mínima posibilidad porque Omar nunca me quiso, pero al igual que Alex, en el fondo también quiero que todo vuelva a ser como antes y eso nunca será posible.

¿Qué onda con cambiar la contraseña? No tengo nada que esconder, lo haré más rato...

*****

No pierdo más tiempo, dejo a mi hija encargada con mi hermana y me saco leche con el extractor —que más bien parece máquina de tortura medieval—, por si le da hambre a mi niña y salgo. Llego puntualmente a la una de la tarde en la boletería del metro Santa Lucía. Al cabo de cinco minutos llega Alex, se le ve cansado y parece que ha envejecido unos años de golpe. Nos saludamos con un beso en la mejilla y nos abrazamos, como si quisiéramos sostenernos el uno al otro. Es como el abrazo que das para dar el pésame cuando alguien muere, largo y cargado de emoción.

—¿Cómo estás? —le pregunto con verdadero interés, no es una simple formalidad.

—Pues, bien... dentro de todo —responde Alex con un suspiro profundo.

—¿Y dónde vamos a almorzar? —consulto para cambiar un poco el tema, el ambiente se está poniendo muy triste.

—Al barrio Lastarria, hay un restaurant re bueno.

—Vamos entonces.

Nos vamos caminando y conversando cosas triviales entre las calles del centro para llegar al famoso barrio Lastarria, lugar donde llegan los oficinistas de los alrededores para almorzar. También pululan los jóvenes hispters, que viven en el sector, los cuales hacen nata en todos los locales del lugar. Yo solo conozco un par de restaurantes, a los que fui por trabajo. De todos modos, me siento como pez fuera del agua. No salgo casi nunca a lugares así, y lo más cercano a eso es el Burger King.

Llegamos a un restaurant que se llama «Gatopardo», se acerca el mozo a nuestra mesa y nos recita el menú del día. Ambos elegimos comer ají de gallina. Nunca he probado ese plato, y me suena a que tiene que ser picante y rico. En mi defensa a mi ignorancia culinaria, he de decir que tengo poco mundo y tampoco he tenido un gran recorrido por el circuito de la gastronomía. Con lo que me encanta comer.

—Los caché que estaban en algo raro. —De pronto, comienza a relatar, con un tono de voz contenido y pausado—. Marité se reía sola en el Gtalk. Yo le preguntaba que por qué reía tanto, me decía que eran cosas de sus amigas... Pasaba mucho rato en el chat... Un día, dejó el correo abierto y vi con quien hablaba, era Omar... Tenía todas las conversaciones grabadas, así que solo me hice un respaldo para ver que tanto hablaban. Leí meses de cháchara, y de repente este hueón se empieza a hacer el lindo, a decirle que le gustaba, que tú y él no se llevaban tan bien como aparentaban, y de pronto ¡pum! se le declara, que estaba locamente enamorado, de ella y bla, bla, blá... Marité se resistió al principio... pero poco le duró la voluntad.

—¡Puta los hueones son como la vil callampa! ¡Son lo peor! —exclamo enojada y herida, tratando de no elevar demasiado el tono de mi voz.

—Con el tiempo fueron subiendo de tono las conversaciones, y llegó a un punto en que deduje que se habían acostado. Yo antes de leer las conversaciones, había sospechado que algo no andaba bien. Una noche Marité fue supuestamente a una fiesta y cuando volvió, no tenía olor a cigarro ni a copete, a nada, eso es raro, uno llega pasado a esos olores cuando estás de carrete.

—Yo no tenía cómo sospechar nada... Los turnos de Omar daban pie para que hiciera lo que quisiera —agrego con resignación.

—¿Te acuerdas ese día que yo me fui la primera vez del departamento? —Yo asiento, lo recuerdo muy bien—. Bueno, ese día había terminado de leer todo y no quedaba más que decir, yo sobraba. Volví del trabajo más temprano, a mediodía, tomé mis cosas, llamé a Marité para decirle que me iba y por qué, y me largué.

—Me acuerdo que ese día yo no entendía nada. Sin explicaciones tú te fuiste, y Marité llamó a Omar llorando como María Magdalena, y este hueón la trataba de calmar y le decía «mi amor, cálmate». Yo en ese momento opté por hacerme la tonta. Me convencí de que algo muy malo le estaba sucediendo a Marité, y que Omar sólo le estaba demostrando algo de cariño para darle apoyo. Después se fue a verla al trabajo para ver qué le pasaba, me ofrecí para acompañarlos, pero él me dijo que no era necesario. En la noche, cuando llegaron, ¡la consolé por la misma mierda!, ¡cómo me vio la cara esa infeliz! ¡Qué rabia!, lloraba como si se le cayera el mundo a pedazos, la muy cínica.

—En parte sí, yo me había ido, y ella me amaba.

—Si po'h, pero el hueón del Omar la estaba consolando.

—Bueno, luego de que ella me rogara, volví, para arreglar todo, y para que no te enteraras de nada. Pero como ves, nada de eso sucedió. Después de que naciera tu hija, me aburrí que ellos siguieran hueveando. Así que los amenacé, sobre todo a Omar, que si no te lo contaba la verdad él, lo iba a hacer yo mismo. Ese era el plan ese día sábado, pero te vi en cama, con fiebre, enferma... no fui capaz.

—Omar esa madrugada me lo soltó todo, cuando ya me sentía mejor. Fue horrible, me dijo que nunca me había amado en todo este tiempo. Todavía no entiendo por qué chucha se casó conmigo. Me siento peor que la mierda de perro.

—Si hubieras leído esas conversaciones, Paola. —Esa soy yo, la cornuda—, ella le decía, «¡Ay a mí no me gusta que me aprieten! me gusta suavecito» —parafrasea imitando de manera burlona una voz chillona de mujer—. Puta la hueá, le decía al hueón que lo gustaba y que no en el sexo, y cuando estaba conmigo nunca decía ni pio. Le daba todas las indicaciones para que él se lo hiciera bien.

—Bueno eso no es novedad, Omar tiene un serio problema de amnesia postcoital. Básicamente, olvida por completo todo lo que hizo durante el acto, y a la siguiente sesión de sexo, tenía que hacerle un manual de cómo tenía que tocarme. Eso era realmente agotador.

Él ríe con desgana, Alex quiere carcajearse pero no puede, la pena se lo impide.

—¿Qué le habrá visto a ese hueón? —interroga como si yo tuviera la respuesta.

—Lo mismo me pregunto yo. Obviamente ella le vio lo que a mí me ocultó todo estos años. Tampoco sé lo que él le vio a ella, Omar es, y siempre será un misterio para mí.

Nos quedamos en un largo silencio.

Mientras almorzamos, comentamos lo rico que está todo, nos desviamos un poco del tema a propósito, evadimos la realidad con algo de conversación liviana, pues es penosa nuestra existencia, y nos duele como nada en el mundo. Sin embargo, Alex vuelve a centrarse en contarme su parte.

—Ella no me dejaba tocarla durante meses... —Lo miro atenta, eso sí que es una sorpresa—, con el tiempo me acostumbré a no hacer el amor... Verás, yo tengo un problema... duro menos que un Candy, cuando se trata de sexo... —confiesa con un dejo de vergüenza—. A lo mejor por eso me cambió por el otro.

Ya, ahora sí que me sorprendí con esa declaración. Pero yo tengo una buena educación sexual, y una mentalidad abierta en ese tema. Sé que ese problema no es tan terrible como lo pintan, así que le dije «tranquilamente»...

—¡Lógico que tenías que durar poco! Si esa mina te daba la pasada tarde, mal y nunca. Es inhumano lo que te hizo. Ese problema que tienes, se llama ansiedad, se trata con sicólogo o urólogo, y teniendo relaciones sexuales con frecuencia. Pero la verdad, no creo que sea físico o psicológico tu problema, es falta de sexo nomás.

—Ya fui al urólogo hace un tiempo, me dijo que todo estaba bien... Aunque no recurrí a médico por mi problema. Marité y yo queríamos tener hijos, nos hicimos exámenes, para ver si estábamos bien físicamente... Nunca conté con que «la perla» me iba el gorro hasta los hombros.

—De veras que estaban a poniéndose las pilas con ese tema. —Recuerdo perfectamente esa época. Alex estaba muy ilusionado con ser papá. Qué lástima que trunquen tus planes y sueños así.

—Omar me saboteó la campaña. —Ríe Alex con tristeza.

—Bueno, insisto en que no es tan terrible ese tema, es cosa de comunicarse con tu pareja nomás... Aunque da lo mismo eso ahora, de todas maneras, ya es tarde para lamentarse.

—Sí, pero creo que aún podemos resolverlo. No pierdo la esperanza de volver con Marité.

—Ojalá eso suceda... ¿Sabes? Yo sé que nunca volveré con él, a mí lo único que me interesa es que este hueón del Omar se quede solo, viva solo y muera solo como un perro —declaro enojada.

—Habrá que ver como suceden las cosas.

—No sé, la tienes difícil, Omar la va a ver todos los días, y le interesa más desayunar con tu mujer que ver a su propia hija. Es más, Marité le está ayudando a ver un arriendo a Omar. Son tan amiguis.

Alex no reacciona, parece que ya nada le sorprende, solo sigue comiendo. Yo hago lo mismo. Cuando terminamos pedimos café, el mozo nos ofrece espresso o cortado, esta última opción me parece de lo más irónica.

—Deme un cortado, por favor —solicito un tanto divertida.

—Yo también, un cortado —coincide mi compañero en el dolor.

El mozo se va y le digo burlonamente a Alex...

—Dado a nuestras últimas experiencias, el café cortado será para nosotros, lo más cercano a «irse cortado».

No aguantamos la risa y lo hacemos de buena gana. El mozo nos trae el café cortado, nos miramos y volvemos a reír.

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