Capítulo III

Katherine bajaba las escaleras cansada, se notaba por sus pasos pesados y lentos. Adrien, al escucharla, salió de la cocina a su encuentro, sus miradas se encontraron y esbozaron una sonrisa de satisfacción.

―Estoy calentando agua en la olla para que te bañes, Kathy ―avisó Adrien con preocupación―. No quiero que te enfermes.

―Gracias, padre. ―Su sonrisa se borró por arte de magia, cambiando su expresión a la mortificación―. Ay, no, ¡qué torpe soy! ―exclamó y se dio un golpecito en la frente con la palma de su mano―. No saqué ropa seca de mi habitación.

―Puedes ocupar la ropa de Rachel ―sugirió Adrien, intentando aparentar naturalidad. Su hija era idéntica a su difunta esposa. Habían pasado cinco años y todavía no se acostumbraba del todo a su ausencia. A veces, era una tortura ver a su hija. Era lo único que le quedaba de la familia que había formado, dos hijos muertos, una esposa muerta...

―Oh, padre... ¿estás seguro? ―preguntó Katherine con cautela.

―En este momento tú la necesitas más ―respondió sintiendo un nudo en su garganta junto con las ganas de disolverlo en alcohol, tosió para aclararse la voz y continuó―: Sé que son ropas anticuadas y tal vez te queden grandes, pero servirán. Mientras subes el agua, buscaré algo para ti.

―Muchas gracias, padre.

Katherine se dirigió a la cocina, una olla grande de agua estaba calentándose en la chimenea. La cantidad era suficiente para bañarse rápido. Con cuidado de no quemarse, tomó la olla y la subió al cuarto de su padre, quien ya había encontrado un camisón, enaguas, medias y un vestido.

―Dejaré esto sobre la cama, puedes secarte con esas sábanas viejas ―indicó Adrien―. No te demores para que no enfermes. Estaré preparando una tisana de manzanilla y miel para ti.

Katherine asintió con una sonrisa. Amaba mucho a su padre, siempre fue un hombre preocupado por su familia, sobre todo por su madre, al punto de la devoción, con lo cual se ganaba bromas pesadas por parte de sus vecinos, tildándolo de «perrito faldero» de su mujer. A Adrien nunca le importó, era un hombre feliz. Pero cuando Rachel murió repentinamente, su padre se volvió un hombre taciturno. Si no fuera por la botica, estaría en la calle emborrachándose.

A Katherine no le costó demasiado detectar que, cuando su padre recordaba a su madre, intentaba ahogar el recuerdo y la pena. Por ese mismo motivo, ella permanecía alejada de él, porque sabía que era igual a su madre, e intentaba mantenerlo ocupado. La única forma que halló, era que él se hiciera cargo por sí solo de la botica.

Ella suspiró, se desnudó con dificultad por la ropa húmeda. Tiritando de frío, se metió en la pequeña bañera, se agachó para no salpicar demasiado el suelo, con un jarro sacó agua de la olla y se mojó todo lo que pudo de su cuerpo. Tomó una bola de jabón de flores y se enjabonó rápido la piel y el cabello. Terminó el baño enjuagándose con cuatro jarros más de agua. Todo el proceso no duró más de cinco minutos.

Envolvió su cuerpo con la sábana vieja y luego secó su cuerpo y cabello con vigor. De a poco, sintió que comenzaba a entrar en calor y se vistió. La ropa no tenía mal olor, sino todo lo contrario, su padre, al igual que ella, siempre ponía ramitas aromáticas o flores secas en los armarios, y entre las prendas, siguiendo fielmente las costumbres de su madre.

Inspiró hondo, se sentía limpia, fresca y con aroma a flores. Renovada.

Se miró al viejo espejo y su reflejo le mostró a su madre, un poco más joven de lo que la recordaba, y sonrió. Katherine prefería recordarla viva, amorosa, bondadosa... la mejor. Alisó una arruga inexistente en el vestido, y lo lució con gracia. Hacía mucho tiempo que no se miraba en uno, en la casa de sus patrones, los evitaba, no solo por el hecho de ganarse una reprimenda si la sorprendían, sino que su uniforme de sirvienta le recordaba que era solo un ente sin identidad dentro de la mansión, prescindible, descartable. No es que se consideraba una persona demasiado especial, pero tampoco era muy diferente a quienes se hacían llamar «nobles de sangre azul».

No le molestaba ser sirvienta, no le molestaba trabajar, no le molestaba la gente rica; le molestaban aquellas personas que, aun siendo de la aristocracia, se comportaban de una manera mezquina e intentaban, incluso, emular el estilo de vida del mismo Príncipe Regente.

Eso no lo toleraba... Al menos, ya no tendría que seguir soportando a lord Tauton y a su familia, ya no tenía trabajo. Solo le dio lástima el anciano enfermo, ella siempre procuró hacerle sentir que todavía era un ser humano y no un lastre.

Decidió no seguir pensando en ello, y se atusó el cabello húmedo y le sonrió a su reflejo. Esperaba que, cuando su padre la viera, no se pusiera triste al punto de buscar la botella que ella había escondido.

El vestido era sencillo, de color burdeos, no importaba si era anticuado, le quedaba bien y ya no sentía frío. Adrien, al tener un negocio propio, les pudo proporcionar a ella, hermanos y su madre, algunas comodidades y ropa de mejor calidad, aunque fuera de segunda mano, y Petticoat Lane era su principal proveedor.

Katherine cepilló su largo cabello rubio. Cuando iba en la mitad de su labor, oyó que alguien bajaba la escalera a paso veloz, seguramente era el señor Finning que ya se iba. Con curiosidad, se dirigió a su habitación, donde estaba el señor Moore. La puerta estaba entreabierta y pudo ver cómo él, serio y abstraído, miraba el techo.

Golpeó la puerta para anunciar su presencia y entró.

―Noté que el señor Finning ya se fue ―comentó Katherine para iniciar la conversación.

Angus la miró y asintió.

―Debía irse rápido. Finning es un agente muy capaz... sé que, con la información que le he dado, va a atrapar a quien me apuñaló ―explicó Angus en voz baja, si alzaba la voz el dolor se acrecentaba.

―¿Conocía a su atacante? ―interrogó Katherine sorprendida y horrorizada. Acercó una silla al lado de la cama y se sentó cerca de Angus para que él no forzara su tono de voz―. ¿Por qué lo hizo?

―Es una historia larga, pero se la puedo resumir... ―se interrumpió― ¿Me puede dar un poco de agua? Estoy sediento...

Katherine asintió, tomó el vaso de agua y, sin palabras, anunció que no usaría la cuchara. Ayudó a Angus a incorporarse lo suficiente para que él pudiera beber a placer.

Sorbos largos le saciaron la sed en cuestión de segundos, vació el vaso y exhaló con satisfacción.

―Muchas gracias, lo necesitaba... ―dijo Angus al tiempo que Katherine lo dejaba en su posición original―... Bien... ¿en qué estaba? ―se quedó unos segundos en silencio, intentando recobrar el hilo de su relato. ¡Oh sí, desde el principio!―. ¿Se enteró de los pormenores del juicio de lord Swindon y lord Bolton?

Katherine asintió con interés y se inclinó levemente hacia adelante. Todo el mundo conocía ese escándalo; Swindon apostó a su esposa e hijos en un juego de cartas, Bolton ganó la apuesta y tiempo después cobró su premio. Ahora lady Swindon era su amante y lord Swindon entabló un juicio civil para recuperar a su esposa e hijos, además de una compensación por diez mil libras. Se decían tantas barbaridades respecto a ello, todas contradictorias, en unas Bolton era un santo, y en otras, el mismo demonio amoral y pervertido. Katherine pensaba que nunca sabría la verdad de los hechos.

―Como bien debe saber ―continuó Angus―, el día del juicio, Swindon apareció muerto.

―Mucha gente dice que lord Bolton fue el culpable ―intervino Katherine.

―Él no fue, apenas puede matar una mosca... cuando le conviene y, definitivamente, no le convenía a Swindon muerto. El culpable fue el mismo hombre que me atacó, lo hizo porque lo descubrí. Era un aristócrata que cayó en desgracia... Y ahora es un mendigo.

―¡Cielo santo! ―Katherine ahogó un gritito y se llevó las manos a la boca.

―Por eso mismo era perentorio entregarle esa información al señor Finning... ―Angus hizo una mueca de dolor―. Confío en que él hará lo posible por atraparlo... Muchas gracias por ir a buscarlo, su servicio ha sido de gran ayuda.

―Debo insistir en que era mi deber.

―No era su obligación... sin embargo, usted me ha salvado y, probablemente, va a salvar muchas vidas más. Somerton está fuera de control.

Se quedaron en silencio, Katherine estaba impactada por lo que el señor Moore le acababa de relatar. Angus hizo un gesto de dolor, y ahogó un quejido ronco.

―Creo que se ha esforzado demasiado, señor. Debe descansar... ¿Le duele mucho la herida?

Angus quiso negarse, pero era inútil, su rostro lo delataba.

―Voy a bajar a buscar láudano, no le dimos antes porque estaba inconsciente, pero ahora, creo que será lo mejor para que duerma tranquilo. ―Katherine se levantó de la silla y enfiló sus pasos hacia la puerta.

―Odio la idea de estar narcotizado... pero creo que me ayudará a pasar mejor la noche... y a usted también ―pronosticó Angus a propósito, provocando que Katherine diera media vuelta con curiosidad.

―¿Por qué lo dice? ―interrogó volviendo sobre sus pasos. En el mismo instante en que terminó de formular su pregunta, sintió que fue una muy mala idea. El señor Moore la miraba de un modo que la ponía nerviosa.

―Podrá dormir tranquila y segura al lado de un hombre que se encuentra profundamente dormido... Sé que hemos compartido la cama, su aroma la acaba de incriminar ―acusó sin mala intención, se sentía cómodo y en confianza con esa mujer, al punto de traspasar la delicada línea del impersonal decoro que transformaba a dos extraños en amigos. Ella lo trataba con respeto, pero no con pleitesía. Aquello le gustaba, le dio un golpecito al costado izquierdo del colchón, como una invitación.

El rostro de Katherine fue invadido por el color carmín, y se cubrió el rostro con ambas manos y gimió contrariada.

―No se preocupe... su reputación está a salvo ―tranquilizó Angus, sonriendo socarrón. Ah, era un desalmado, descubrió que disfrutaba demasiado mortificando a la señorita Thompson.

―La silla era incómoda ―argumentó Katherine sin atreverse a mirar al señor Moore, a quien su timidez le pareció algo adorable y refrescante. A la señorita Thompson no le provocaba ningún remilgo mudarlo, pero sí ser descubierta en su pequeño y sucio secreto.

Sí, era el peor del mundo, le fascinaba ponerla en aprietos.

―Indudablemente es incómoda, pero le confesaré algo; haber compartido la cama ha servido de mucho, señorita Thompson. Me habría muerto de frío de no ser por su calor. Creo que, de haber fallecido, lo habría hecho feliz teniendo el cálido cuerpo de una mujer a mi lado.

Katherine pensó que no podía tener el rostro más encendido, pero, amargamente, descubrió que sí podía.

―Usted, señor, no es un caballero ―declaró airada descubriendo su rostro―. Iré por el láudano. ―Dio media vuelta, evadiendo la mirada divertida del señor Moore.

―Señorita Thompson... ―llamó Angus, alzando más la voz, con un tono solemne y dejando las bromas de lado. Katherine detuvo sus pasos en el umbral de la puerta―. Le juro por lo más sagrado que tengo, que usted y su padre cuentan conmigo para lo que sea.

Katherine no dijo nada, solo se limitó a asentir y dejó a Angus a solas.

*****

―Padre ―dijo Katherine al entrar en la cocina, Adrien estaba sentado a la mesa con la vista perdida. Miró a su hija y le sonrió con tristeza.

―Te ves hermosa, hija ―elogió viendo a Rachel en Katherine. Por un segundo, pensó que le dolería ver más a su hija con las ropas de su esposa, pero se dio cuenta de que solo le invadía una profunda nostalgia―. Preparé una tisana ―señaló, haciendo un gesto hacia una taza servida.

―Gracias, padre. ―Katherine se acercó a Adrien, y le dio un beso en la mejilla y se sentó―. Eres el mejor del mundo, te quiero mucho.

―Yo también te quiero mucho, mi pequeña ―aseguró acariciando la suave mejilla de Katherine―. El señor Finning salió como alma que lleva el diablo. Apenas se despidió. ¿Qué le habrá dicho el señor Moore?

Katherine tomó un sorbo de su tisana, era delicioso el sabor de la manzanilla mezclada con la miel. Nada más reconfortante que las tisanas de su padre. Dejó la taza sobre el platillo y cortó una rebanada de pan.

―Él conocía la identidad del hombre que están buscando, el asesino del conde de Swindon, y también fue quien lo apuñaló ―resumió Katherine lo revelado por Angus, sintiendo que la cara se le quemaba con tan solo recordar a ese hombre indecoroso. Podía haber mantenido la boca cerrada. ¿Acaso no conocía el refrán de que un «caballero no tiene memoria»? ¡Claro que no!, si el señor Moore era de todo, menos un caballero.

Adrien, ajeno a los belicosos pensamientos de Katherine, miró hacia el techo, la habitación de su hija estaba justo por sobre sus cabezas.

―Vaya lío en el que estaba involucrado nuestro invitado ―ironizó―. Afortunadamente, para el señor Moore, pudo vivir para contarlo.

―¿Crees que mejorará pronto?

―Es un hombre joven, sano y fuerte. La herida, hasta el momento, no da muestras de infección, por lo que me atrevo a vaticinar que pronto estará de vuelta a su vida normal... Si hubiera estado en el campo de batalla, no habría sobrevivido ni siquiera un par de horas.

―Vivimos en días más pacíficos. Me alegro por la buena suerte del señor Moore. ―Suspiró relajada―. Padre, ¿me podrías prestar unas mantas para dormir en el suelo? La silla es demasiado incómoda ―explicó Katherine con naturalidad, intentando no volver a sonrojarse. Recordó la sonrisa burlona del señor Moore, era un desvergonzado.

Adrien la miró con preocupación, su hija podía enfermar si dormía en el suelo, pero tampoco ella podía descuidar a un hombre que se encontraba convaleciente de un par de puñaladas.

―Hablaré con el señor Langley, debe tener algo de alfalfa seca, le compraré un poco para improvisar un colchón. Y subiremos más leña para la chimenea y temperar la habitación toda la noche. Está haciendo demasiado frío.

―Gracias, padre.

Un haz de luz atravesó las delgadas cortinas de la ventana de la cocina, un trueno reverberó a lo lejos. Katherine siguió tomando su tisana impasible. Ella, a diferencia de su madre, no le temía a las tormentas.

Adrien sonrió, al menos no tendría que escuchar grititos aterrorizados por parte de su hija.

―Será mejor que vaya ahora mismo a hablar con el señor Langley ―determinó Adrien poniéndose de pie, se estiró un poco, lanzando un quejido y soltó todo el aire. El día había sido provechoso.

―Espero que te vaya bien. ―Bebió un último sorbo y anunció―: Le daré un poco de láudano al señor Moore, le duele mucho la herida.

―Disminuirá con el paso de los días, no te excedas con las gotas, no más de treinta... Mmmm... aunque pensándolo mejor, que sean treinta y cinco, el señor Moore es muy alto ―aconsejó y luego se retiró de la cocina.

Katherine se quedó pensativa y bebió lo que quedaba de su tisana. Tenía solo una misión más antes de terminar el día. Una sonrisa malévola cruzó su rostro.

Si al señor Moore le gustaba ponerla en situaciones incómodas, ella podría tener su pequeña revancha. Antes de darle láudano, lo iba a torturar.

*****

Angus observó cómo Katherine entraba en la habitación con una bandeja cargada de objetos que no quiso saber para qué eran, porque ninguno de ellos parecía ser el láudano. La sonrisa de ella era cínica, un ominoso relámpago, seguido de un trueno, fueron el anuncio de que algo no iba bien.

Al menos, no para él.

―Va a sentir un poco de frío, señor Moore ―anticipó Katherine con voz sedosa, antes de alzar las frazadas con brusquedad, exponiendo el cuerpo semidesnudo del señor Moore a su escrutinio.

―¡Maldita sea! ―blasfemó Angus al tiempo que intentaba cubrir con torpeza sus partes pudorosas.

―Esa lengua, señor ―amonestó Katherine frunciendo el ceño, pero por dentro, luchaba con sus ganas de no reír―. Debo cambiar su pañal. No está en condiciones de levantarse para hacer sus necesidades.

―Está seco, muy seco ―replicó Angus. Era mentira, hacía un rato había sucumbido a la traicionera naturaleza.

―Permítame dudarlo, hay cosas que no puede ocultar, como el nauseabundo olor que su cuerpo expele. Cielo santo, usted sí que necesita un baño.

―Lógico que necesito uno, hace tres días que no me aseo... Su padre podría reemplazarla en esta indecorosa... labor para una señorita como usted ―propuso Angus, hizo una mueca de dolor―. ¡Maldita sea!

―Mi padre está ocupado, usted necesita un baño y debe descansar... y deje de blasfemar en mi presencia ―exigió Katherine poniendo las manos en las caderas―. O yo dejaré de ser una señorita educada con usted y lo empezaré a tratar con juramentos dignos de un tabernero. Elija, mientras menos me tarde, será mejor para los dos. Estoy cansada y quiero dormir.

Angus, impotente, no tenía demasiadas alternativas, estaba sin fuerzas suficientes para levantarse, el dolor lo estaba matando y el maldito pañal ya le estaba provocando escozor. También debía admitir que olía a muerto.

―Soy todo suyo ―accedió lacónico. Su cara no era la de un hombre feliz.

Katherine sonrió triunfal.

―Muy bien, manos a la obra ―anunció con voz cantarina.

Angus decidió cerrar los ojos para pasar la vergüenza más grande de su vida adulta. Solo podía escuchar cómo Katherine canturreaba mientras abría el pañal. Lo ponía nervioso.

―¿Podría dejar de hacer eso? ―espetó Angus mortificado, sin abrir los ojos.

―¿Qué cosa? ―preguntó inocente―. ¿Puede hacer el intento de levantar un poco las caderas? ―solicitó al tiempo que dejaba al descubierto la alicaída masculinidad de Angus.

«Bueno, es solo un poco más grande que la del anciano», pensó ella encogiéndose de hombros mentalmente.

Él, con gran esfuerzo, apenas pudo hacer lo solicitado, pero fue suficiente para que ella quitara el pañal mojado.

Impertérrita, continuó con su labor, mecánicamente sumergió un trapo en el agua caliente y lo estrujó. Angus sintió la humedad sobre él y ella volvió a canturrear. Concentrada, pasó el trapo por los rizos masculinos y los enjabonó produciendo un poco de espuma, lo suficiente para esparcirlo en su miembro y testículos, evitando tocar directamente con sus manos, solo sentía a través de la tela ―debía reconocer que era un asunto bastante más agradable de ver y manipular que el de un anciano con apoplejía―.

―«¡Oh! ¿Dónde encontraré mi amor verdadero?... Decidme vosotros, marineros joviales, decidme la verdad...» ―cantaba Katherine con voz baja y diáfana.

Para Angus aquello era un suplicio. El aseo que ella le estaba prodigando, comenzaba a demostrarle que estar apuñalado no impedía que las zonas íntimas de su cuerpo fueran inmunes al toque de la señorita Thompson a través de la tela.

―Por favor, deje de cantar. ―Volvió a pedir Angus.

Katherine se quedó en silencio, no porque él se lo había pedido, sino porque había sucedido algo poco habitual.

Angus reaccionaba muy diferente a un anciano con apoplejía. Su miembro comenzaba a alargarse, engrosarse y endurecerse.

Katherine blasfemó mentalmente ante ese tan inesperado acontecimiento.

―No me concentro si no canto, ya casi termino en esta parte ―respondió intentando no transmitir el nerviosismo en su voz―... «Si mi dulce» miembro... ¡William!... «William navega entre la tripulación...»

―Perdón, creo que la palabra miembro no va en la letra. No recuerdo que «Susan de ojos negros» sea particularmente obscena ―provocó Angus como venganza hacia la señorita Thompson.

―Usted habla demasiado para ser un hombre moribundo... intente girar hacia su costado izquierdo. ―Angus, con dolor, dio media vuelta con ayuda de Katherine, acto seguido y, con eficiencia, ella limpió sus nalgas y luego la espalda.

Había sido una mala idea su venganza, el señor Moore tenía un cuerpo digno de ser esculpido, claro que una estatua de él sería una bastante impúdica, una hoja de parra apenas cubriría su «espada».

Lo instó a que volviera a su posición original y él seguía con los ojos cerrados, por lo que Angus no pudo ver la expresión de Katherine al ver su miembro en todo su erecto esplendor. Ella, en un arranque de pudor, puso un trapo seco sobre esa flagrante «cosa» para poder abstraerse y terminar con su labor indemne.

―Gracias a sus cuidados, estoy recobrando mi vigor a pasos agigantados, ¿no lo cree? Si fuera católico, la llamaría «Santa Katherine de los pobres hombres apuñalados» ―continuó Angus guasón, sabiendo y sintiendo que estaba excitado por el maldito baño seco proporcionado por las finas manos de su salvadora―... ¡Ay, maldita sea! ¿Por qué me presionó ahí? Es doloroso ―recriminó ya no sintiéndose tan mortificado por la extraordinaria e indecorosa situación a la cual estaba siendo sometido por la maliciosa señorita Thompson.

Ya dudaba que fuera una «señorita», propiamente tal. Era una bruja.

―Más le vale guardarse sus comentarios desagradables y blasfemias. Levante sus caderas ―ordenó, Angus dio un quejido y obedeció. Katherine puso un pañal seco debajo de él―. Terminaré aquí cuando su «amigo» vuelva a dormirse ―anunció ella esbozando una maléfica sonrisa, le tocó una muñeca―. Intente alzar sus brazos.

Angus, sorprendido de su súbita fuerza, alzó sus dos brazos sin problema alguno. Katherine susurró un «gracias» y limpió las axilas masculinas, repitiendo la misma tarea que en su pubis. Lógicamente, sin ninguna sorpresa indecorosa, por lo que fue mucho más sencillo, para ella, llevar a cabo la limpieza en esa zona.

Prosiguió con su labor lo más rápido que pudo con los brazos, torso y piernas. Por fortuna, para Katherine, el «amigo» del señor Moore volvió a la normalidad, lo que le permitió terminar de poner el pañal, y finalizó su tarea con éxito. Asear al señor Moore consciente se había transformado en un martirio. Un martirio que volvería a repetir solo por volver a ver la cara de mortificación de él.

Lo cubrió con las mantas y se limpió la capa de sudor que estaba empezando a perlarle la frente.

―Ya puede abrir los ojos ―instó Katherine―. ¿Ve que no fue tan terrible?

―Veo que para usted no lo fue.

―No fue nada del otro mundo ―mintió descarada―. Mi padre va a improvisar un colchón, dormiré en el suelo esta noche. ―Tomó una botella pequeña de láudano, y procedió a verter gotas en una cuchara. Se quedaron en silencio, él observaba la cara de concentración de ella, quien contaba mentalmente―... Treinta y cinco... Listo, tómese el láudano, señor Moore.

Angus abrió la boca y recibió la cuchara con su amargo contenido, que pronto le quemó la garganta y le hizo toser, arrancándole un malsonante juramento de dolor.

Katherine lo miró con reprobación, pero de inmediato suavizó el gesto. Toser con una herida en el abdomen no debía ser algo grato.

―Intente descansar, señor Moore.

―Creo que soñaré con brujas torturadoras.

―Gracias por el halago ―dijo sin sentirse ofendida―. Me gusta ser una bruja, así mantengo alejados a los hombres que le temen a una mujer con demasiado poder sobre sí misma.

―Yo no le temo ―replicó a la defensiva.

―Permítame disentir, pero yo no fui quien estuvo con los ojos cerrados durante toda la limpieza ―contraatacó con suficiencia.

Touché...

Touché. Por primera vez, Angus quedó sin poder dar una respuesta ingeniosa o mordaz. Lo que más le sorprendía era que no le molestó perder esa pequeña brega de voluntades.

La señorita Katherine tenía cerebro, temple, voluntad y valentía. Y, maldición, infiernos y condenación, eso le atraía.


Letra de la canción « Black-Eyed Susan » de 1723, canción popular hasta la era de la Regencia

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