Capítulo II

Angus entreabrió sus ojos, todo estaba en penumbras, el dolor no se iba. Sentía sus extremidades laxas y sin vida. Jamás se había sentido tan cansado en toda su existencia. Su boca estaba seca, como si hubiera comido tierra.

―No se mueva, por favor ―susurró una dulce y familiar voz femenina.

Sintió que alguien, con delicadeza, le inclinaba un poco la cabeza, un frío metal se posó con suavidad sobre sus labios, una cuchara... agua.

Uno, dos, tres sorbos...

¡Por los clavos de Cristo!, solo deseaba seguir durmiendo.

― Yo me quedaré a su lado. Descanse, señor ―ordenó la voz.

Y así lo hizo...

*****

Katherine despertó en medio de la noche con la espalda adolorida. Hacía mucho frío, el fuego de la chimenea eran solo brasas que apenas emitían calor. No podía seguir durmiendo en la incómoda silla. Miró la cama donde estaba el desconocido descansando. Pensó que, ya que iba a estar pendiente de él, no iba a sacrificar su comodidad.

No era una mártir y no iba a empezar a serlo en ese momento.

Después de todo, su reputación no estaba en juego, su padre dormía, el hombre estaba inconsciente, medio desnudo y herido de muerte, ella estaba vestida, necesitaba dormir, descansar y estar entera para atender al hombre.

Si es que sobrevivía.

Se acercó a la cama, la respiración de él era tranquila.

―Señor, si no le importa, me acostaré a su lado ―anunció en un susurro. Le tocó la frente, el torso. Su temperatura estaba un poco más baja de lo normal.

Katherine se acomodó de costado en la orilla izquierda de la cama, dándole la espalda al desconocido. Se tapó con la frazada y cerró los ojos.

―Buenas noches, señor ―murmuró antes de quedarse dormida, en medio del leve aroma a sándalo y a hombre.

*****

Angus sintió un cuerpo tibio al lado del suyo. No se sintió capaz de abrir los ojos, ni de moverse, solo sabía que se sentía bien escuchar la respiración suave y regular.

―No se muera ―balbuceó la voz femenina, impregnada de sueño.

La cama crujió y se movió, ¿o habrá sido ella, la dueña de esa dulce voz? No alcanzó a hacer más conjeturas, un brazo tibio rodeó su pecho.

Angus tomó su mano, era pequeña, cálida.

Sí, se sentía muy bien.

*****

―Señor Langley, ¿puede hacerme un servicio? ―preguntó Katherine a su vecino que trabajaba como cochero de carruajes de alquiler.

―¿En qué le puedo ayudar, señorita Katherine? ―replicó el hombre quitándose su sombrero.

―Quisiera saber si puede ir a Bagshaw House, y le dé este mensaje al mayordomo de lord Tauton. Aquí tiene seis chelines como pago... me temo que no tengo más.

―No se preocupe, señorita Katherine. Quédese con su dinero. En cuanto pase por Green Street, le dejaré su mensaje. ¿Necesita que espere alguna respuesta? ―preguntó solícito.

―No es necesario ―respondió vacilante―. Muchísimas gracias.

Sin embargo, tres horas después, el señor Langley le entregaba una nota a Katherine. En perfecta caligrafía, estaba escrita la respuesta que ella esperaba, pero que no quería leer...

«No serán necesarios sus servicios. Está despedida.»

Katherine, suspiró, esbozó una sonrisa triste y musitó su agradecimiento al señor Langley. Descorazonada, entró a la botica.

Ahora tenía un solo trabajo, atender y mantener vivo al desconocido.

*****

―Buenas tardes, señor sin nombre ―murmuró Katherine sentándose a la orilla de la cama, sabiendo que no habría respuesta. Era la tarde del segundo día. Se había quedado dormida al lado del hombre, necesitaba una pequeña siesta. Durante la noche despertaba a ratos, comprobaba si estaba vivo, si tenía fiebre, le daba agua.

Durante el día, se repetía casi la misma rutina; lo alimentaba, verificaba su temperatura, cambiaba su pañal... Estaba inconsciente, pero sus necesidades básicas y naturales continuaban. Eso era bueno, todo era normal. El cuerpo desnudo del hombre no le provocaba ninguna reacción adversa a su remilgo femenino. Ya había visto las partes pudorosas de uno, las de un anciano enfermo, por lo que cambiar al desconocido, solo era una tarea un poco más agradable de realizar.

Pero, de todos modos, estaba cansada. Necesitaba dormir, al menos, seis horas seguidas.

Miró por la ventana, afuera llovía intensamente. Se quedó un momento quieta, escuchando el relajante sonido de la lluvia, casi olvidando que tenía los músculos adoloridos. Pensó en lo que debía hacer; se levantaría, calentaría el caldo del almuerzo, se lo daría al hombre y lo alternaría con el agua...

Le tocó la frente, el pecho, la temperatura era normal. Ya era habitual tocar la piel masculina, el aroma a sándalo ya se había desvanecido. Sonrió con un poco de timidez, independiente de su estado, el hombre era atractivo. El anguloso y aristocrático rostro masculino ya tenía la sombra de una barba áspera, pero lo más remarcable eran sus labios, carnosos, en completa y viril armonía. Había pasado tantas horas con él, que ya se sabía sus facciones de memoria. No tenía dudas, pasara lo que pasara, nunca lo olvidaría.

―Gracias, Dios, no tiene fiebre. ―Katherine se restregó la cara, sintió un olor extraño―. Santo Dios ―blasfemó, sabía que no era correcto tomar el nombre del Señor para algo tan banal, pero no había otra forma de expresarse―. Debo cambiarme la ropa, esto huele a...

―Agua ―intervino una voz masculina y rasposa―... Agua...

―¡Jesucristo! ¡Despertó! ―exclamó Katherine con emoción. Se levantó de la cama de un salto y observó al hombre que le devolvía la mirada―... Azul ―susurró. Los ojos de él eran azules, intensos como el cobalto―... Agua... sí, ahora mismo. ―Tomó el vaso que estaba sobre la mesa de noche y una cuchara―. Por favor, no trate de sentarse o su herida se volverá a abrir ―indicó levantando un poco la cabeza del hombre.

De a poco le dio las cucharadas de agua que él bebía con avidez. Estaba sediento.

―Suficiente... Gracias ―dijo cansado, cuando ya estuvo saciado―... gracias...

Katherine se quedó mirándolo con una sensación de felicidad. Desde que lo encontró había estado inconsciente y, con el tan solo el hecho de escucharlo hablar, le llenaba el corazón de esperanza.

―¿Dónde... estoy? ―preguntó el hombre, cada palabra la decía como si hiciera un esfuerzo descomunal.

Y era así.

―Esta es la casa de mi padre... abajo está su botica. Estamos en Crispin Street, en Whitechapel ―detalló Katherine―. Usted cayó herido ante mis pies en Wentworth Street. Alguien lo apuñaló, perdió mucha sangre y ha estado inconsciente desde entonces. Mi padre trató su herida ―explicó.

―¿Qué día... es hoy? ―preguntó, mirando de soslayo la pálida luz que entraba por la ventana, en ese momento fue consciente del sonido de la lluvia.

―Sábado... treinta de enero ―respondió Katherine.

―Dos días... ¡Demonios! ―Sin saber de dónde, sacó fuerza, tomó la frazada e intentó incorporarse―. ¡Oh, diablos! ―maldijo al sentir una punzada de dolor agudo que lo hizo volver a acostarse.

―¡Le dije que no se moviera! ―increpó asustada y molesta, ignorando las imprecaciones del «caballero». A juzgar por su vocabulario, tal parecía, que no lo era tanto―. ¡Cielo santo! ―Abrió la frazada y comenzó a revisar el vendaje, paseando sus manos sobre él ―. Creo que no se rompieron los puntos... Mi padre dice que podrá moverse en unas dos semanas... Después de darle de comer, le cambiaré las vendas y limpiaré la herida para evitar que se infecte. Todavía no sabemos si va a sobrevivir... No, si sigue moviéndose así ―afirmó, estudiando el vendaje con el gesto ceñudo. Con alivio notó que no estaba manchado de sangre.

Silencio.

El hombre estaba mirando el techo.

―No sabe si voy a sobrevivir... Le voy a dar la razón en eso, tampoco lo sé... Necesito que me haga un favor enorme ―pidió en un tono demasiado aciago.

―No se esfuerce demasiado, señor... Perdón, no le he preguntado su nombre... Supongo que sabe cuál es...

El hombre asintió en un gesto casi imperceptible.

―Angus... Moore ―respondió.

―Angus... ―susurró Katherine―. Señor Moore.

―Y... ¿su nombre es? ―preguntó Angus con curiosidad.

―Sí, perdón... Mi nombre es Katherine Thompson.

―Gracias, señorita Thompson... por todo lo que ha hecho por mí... Si logro salir de esta... mi deuda con usted y su padre será eterna... ―aseveró convencido. La mujer estaba despeinada, con ojeras y, aparentemente, no se había cambiado de ropa desde que lo encontró. No lo conocía, y así y todo lo ayudó sin importar quién era.

―No ha sido nada... Necesitaba auxilio y nosotros se lo dimos, es lo que debemos hacer ―contestó sintiendo un leve rubor en sus mejillas.

―Pudo haber dejado que... me desangrara... Era más fácil.

―No es agradable cargar con la muerte de alguien sin siquiera intentarlo... ―afirmó suavizando el gesto―. Dígame, ¿qué favor necesita que haga por usted?

―En el bolsillo interior de mi abrigo... debe haber una bolsa de dinero... necesito que alquile un carruaje... y vaya al cuartel general de Bow Street... contacte al agente Marcus... Marcus Finning y tráigalo... es urgente, de vida o muerte ―pidió respirando con dificultad.

―Está bien, señor Moore... Pero primero tengo que revisar su herida y cambiar su vendaje. Después iré a buscar al señor Finning... lo suyo también es de vida o muerte ―declaró determinada.

―Usted manda... señorita Thompson ―accedió Angus.

*****

Adrien subió las escaleras con una bandeja, llevaba sopa y pan. Katherine había salido hacía una hora y estaba preocupado. Afuera llovía a cántaros, se avecinaba una tormenta, el dolor de sus huesos se lo decía. Abrió la puerta de la habitación de su hija, la cual estaba iluminada por un par de velas.

En el centro de la cama estaba el señor Moore y, al parecer, dormía.

Dejó la bandeja en la mesa de noche, y verificó la temperatura... era un milagro, era normal.

―Señor Moore, debe comer algo ―señaló amable para despertarlo.

Los ojos de Angus se movieron bajo sus párpados, y abrió los ojos al cabo de unos segundos. No dormía profundo, solo una duermevela que le permitía estar consciente de todo.

―¿Señor Thompson? ―El padre de Katherine asintió confirmando su identidad―. Muchas gracias.

―Permítame ayudarle, intente no hacer fuerza. Déjeme acomodar las almohadas para que pueda comer algo sólido.

Adrien logró inclinar el cuerpo de Angus en una posición un poco más cómoda para poder recibir la comida.

―Kathy hizo esta sopa de zanahorias y patatas. Siempre, le queda deliciosa ―elogió Adrien, orgulloso de su hija. Le ofreció una cucharada a Angus, quien pensó en negarse a ser alimentado. Pero pronto se dio cuenta de que no tenía fuerzas ni siquiera para alzar su brazo, por lo que, sin más remedio, abrió la boca.

En silencio, Adrien alimentó a Angus, cada tres cucharadas de sopa, le daba un trozo de pan. Corby debía darle crédito al señor Thompson, la sopa estaba deliciosa y su estómago celebraba por recibir algo más sólido

―La señorita Thompson... me dijo que usted regenta una botica ―señaló Angus para conocer más a sus salvadores.

―Así es, desde hace más de veinte años... ―afirmó Adrien amable. Su rostro no correspondía al de un padre de una hija bastante mayor. Su cabello era rubio oscuro, y se notaban algunas canas en las patillas, lo que más evidenciaba su edad, eran algunas patas de gallo en las esquinas de sus ojos castaños.

―¿Ella trabaja con usted? ―preguntó Angus interesado en su salvadora.

―No, ella es demasiado inquieta para estar todo el día tras un mostrador ―mintió a medias. La verdad era que si ella se quedaba atendiendo, él se emborracharía, algo de lo cual no se sentía orgulloso―. Es... era sirvienta en la casa de lord Tauton.

―¿Era?

―No quiero que se sienta culpable, pero, cuando mi hija lo encontró, era su día libre y no volvió a trabajar, pues era más importante atenderlo a usted. Sus empleadores no quisieron darle más días libres y la despidieron.

―Tauton... ―Se quedó pensativo unos minutos, no lo conocía, tal vez era un hombre decente―. Ya veremos cómo solucionamos su situación... Es lo menos que puedo hacer por ella ―aseguró―... Si es que sobrevivo ―agregó alzando una ceja. Al menos estaba recuperando su humor. Uno bastante negro.

Adrien esbozó una sonrisa.

―Creo que usted sobrevivirá, si se siente de ánimos para bromear de ese modo ―sentenció Adrien partiendo un trozo de pan.

Angus, sonrió y siguió comiendo hasta que sació su hambre, sentía que su fuerza volvía de a poco a su cuerpo. Su orgullo le exigía que, al menos, para la próxima comida pudiera alzar una cuchara con sus propios medios.

―Bien, me alegra que esté tolerando la comida ―afirmó Adrien sincero―. Por lo que me ha comentado mi hija, no ha visto rastro de sangre en sus deposiciones y eso es muy alentador.

A Angus se le descompuso la cara... la señorita Thompson se había hecho cargo de sus... ¡Oh, infiernos! Solo en ese momento lo notó, ¡tenía puesto un pañal!

¡Tenía veintinueve años y tenía puesto un maldito pañal!

¡Infiernos y condenación!

―No ponga esa cara, señor Moore, sé que no es lo más decoroso, pero ella está acostumbrada a ese tipo de tareas ―explicó Adrien con naturalidad―. En la casa de lord Tauton, tienen a un anciano con apoplejía y mi hija lo aseaba y lo atendía... Pobre hombre, mi hija era la única que hacía ese trabajo sin tratarlo mal... Bueno, me retiro ―anunció poniéndose de pie y tomando la bandeja con el plato vacío―, descanse, y si necesita algo más, me avisa tocando la campanilla que está en la mesa de noche ―indicó mirando de soslayo el objeto señalado.

Angus, mortificado, asintió. Esa mujer le había visto sus partes pudorosas... Bien, no era la primera vez que una mujer lo veía de esa manera, pero el contexto era diferente y a él no le gustaba la idea de estar inválido a tal extremo, ni que ella se ocupara de una labor tan desagradable e indecorosa. Se sentía desnudo y expuesto de una forma que no le gustó, le hacía sentir vulnerable, humano, sin máscaras.

Angus pensó que, con lo que se había enterado, se le quitarían las ganas de hacer cualquier cosa por semanas. Al menos debía intentarlo, para no ser sometido al tormento de ser cambiado de pañal por la señorita Thompson.

Debía reunir fuerzas, para poder comer, levantarse e ir a un maldito orinal.

Suspiró mortificado, cerró sus ojos. El sueño se apoderó de él con demasiada facilidad, ni siquiera el pudor fue lo suficiente para mantenerlo despierto y, sin más, se quedó profundamente dormido.

*****

Una mano fría y delicada sobre su pecho... Ella.

«No te vayas...». Antes de terminar ese pensamiento, atrapó la muñeca con fuerza... Gracias a Dios, al fin sentía que tenía algo de energía.

Angus abrió sus ojos; cabellos rubios, aroma a flores, humedad... Esos ojos, tan exóticos y extraños, azul, verde y dorado, únicos.

―Está empapada. ―Fue lo primero que se le ocurrió decir, era bastante obvio que ella ya lo supiera. Los labios de Katherine se curvaron un poco, dándole una beatífica sonrisa.

Sed, otra vez esa sensación de tener la boca seca. Dolor, maldito dolor...

―¿Qué le pasó, señorita Thompson? ―continuó Angus, se maldijo, la pregunta era verdaderamente estúpida. Tal parecía que haber perdido tanta sangre había afectado su intelecto.

―Afuera llueve. ―Katherine respondió sin perder esa leve sonrisa, miró de soslayo la ventana y Angus hizo lo mismo―... Hice lo que me pidió, vine con el señor Finning.

Finning... Bow Street... Somerton...

―Finning... Gracias al Todopoderoso... Gracias, señorita Thompson, le estaré eternamente agradecido por sus servicios ―dijo Angus con convicción, su deuda era enorme. Pero algo dentro de él le decía que no era una carga, que podría pagarla. La mano de ella sobre su pecho empezaba a cobrar calor.

―No hay de qué.... Si me disculpa, los dejaré a solas, debo cambiarme ―señaló Katherine ruborizándose, ella también sentía el calor, la piel suave... sus dedos actuaron con vida propia y se encogieron dando una leve caricia.

―Pierda cuidado... me sentiría horrible si enferma por mi causa. ―Y era cierto, vida por vida. Sus pensamientos lo sorprendían, ella sabía su nombre, pero no conocía su posición en la sociedad, su poder, su título... o su fama.

Se preguntó cómo sería la reacción de ella al enterarse de que él era un conde. No le agradó la idea de ver en esos ojos multicolores el brillo de la avaricia.

Perdido en sus pensamientos, sintió que ella intentaba deshacerse del contacto.

―Si me dispensa, señor... ―murmuró Katherine alzando su muñeca. Su rubor se intensificó.

«La necesita para irse, estúpido», se reprendió mentalmente. ¡Condenación! Su cabeza era un caos. Primero es lo primero.

La dejó ir, la mano de ella se deslizó de su agarre con suavidad, como si fuera una última caricia. Los dedos y el pecho de Angus sintieron cómo el calor se desvanecía, trayendo solo un gélido frío.

Debía acostumbrarse a esa sensación. Esa noche también iba a sentir frío, ahora que estaba consciente, ella no dormiría a su lado.

No era correcto... sin embargo...

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top