Capítulo 3
A las nueve de la mañana, Ainelen entró en una de las habitaciones de la Unidad de Cuidados Intensivos para atender al paciente de la habitación 303. Los últimos días se había dedicado a trabajar como china para poder mantener su mente ocupada y olvidar. Todavía era reciente el dolor de descubrir que su flamante prometido ya estaba casado, y que ella había sido la amante, la vil y sucia «patas negras», sin saberlo.
—¡Explícame qué significa este certificado de matrimonio, Tomás! ¡¡¡Apenas llevas un año de casado, infeliz mentiroso!!!
—Es solo por las apariencias, no nos llevamos bien, dormimos en habitaciones separadas.
—¿Y ahora me vas a decir que te vas a divorciar? ¿¡¡Crees que nací ayer, desgraciado mal parido!!?
—Te lo iba a contar...
Ainelen sacudió de su mente los malos recuerdos y se concentró su labor, tenía que dejar de sentir esa tristeza y decepción. Cerró los ojos y luego los abrió para enfocarse. Según le instruyó la jefa de enfermería, debía asear al joven que llevaba dos días en coma. El historial decía que se había golpeado en la cabeza en un accidente de motocicleta, y aunque afortunadamente tenía puesto el casco al momento del impacto, no fue suficiente protección. A pesar de ello, el hombre estaba de una pieza, en la ficha médica se especificaba que tenía una lesión en su cerebro pero no era tan grave, el resto de sus exámenes estaban prácticamente normales. Era como si él no quisiera despertar. Un roble dormido.
—Buenos días... mmmm... —Leyó en la ficha el nombre del paciente, interrumpiendo el invariable sonido de los monitores que medían sus signos vitales—, David. Hoy te toca aseo, espero que no te moleste que una mujer vea tus partes, pero es necesario. Estés dormido o no, tienes que mantener tu higiene personal, o si no las cosas se ponen realmente feas —recitó ella su discurso con naturalidad, que en este caso daba lo mismo, pues el hombre estaba inconsciente. Sin embargo, ella prefería decir lo que iba a hacer... por si las moscas.
Ainelen tenía todo preparado para «bañar» a su paciente; agua tibia, jabón, toallas, algodones. A ella no le gustaba mucho la parte del aseo, porque, bueno, era una verdadera ruleta rusa lo que se encontraba bajo las batas.
Miró al joven mientras se ponía los guantes quirúrgicos, su cara le recordaba a alguien pero no sabía de dónde. Se encogió de hombros, seguramente no era nadie importante, y procedió a quitar la manta que lo cubría, para luego desatar las amarras de la precaria bata que vestía el cuerpo del hombre.
Remojó una toalla de algodón y la estrujó quitando el exceso de agua, y empezó a limpiar el rostro con suavidad. Los movimientos que Ainelen ejecutaba a la perfección eran mecánicos, metódicos e impersonales. Luego secó la humedad con otra toalla, la joven mujer sonrió al ver que unas pelusillas se le enredaron en la barba que estaba a medio crecer y con dificultad se las quitó una a una...
Bruscamente sus movimientos se detuvieron... De los ojos del paciente emergían lágrimas sin razón aparente. Era normal que las personas en coma lloraran como acto reflejo, pero Ainelen sintió una profunda compasión por David, en él esas lágrimas se percibían de manera diferente, como si ella pudiera sentir el dolor por el cual atravesaba su paciente. No era físico era del alma. Para ella era terrible ver a un hombre llorar, y peor aún, un hombre que dentro de su inconsciencia lloraba sin poder ser consolado.
El ceño de él se contrajo levemente, y más lágrimas surgieron, Ainelen secó sus ojos con suavidad, era triste ser el testigo mudo de su sufrimiento. «¿En qué recuerdo triste estará vagando su mente?», se preguntó ella llena de lamento.
—Tranquilo, David. Todo va a pasar... Tienes que recuperarte —animó Ainelen acariciando la negra y suave cabellera de él, sintió un nudo en su garganta, estaba tan sensible por todo lo que ella misma estaba viviendo, y proyectó todas sus emociones en el paciente—. Eres un hombre joven, fuerte y buen mozo. Seguro que te llueven las mujeres, hasta yo te pediría una cita descaradamente —bromeó para alivianar el ambiente—. Debes luchar, la vida siempre te da segundas oportunidades. Solo tienes que aprovecharlas cuando se te presentan —aseguró con un hilo de voz y sonrió parpadeando rápidamente para ahuyentar las lágrimas que amenazaban con salir—. No te dejes vencer, ya va a pasar la tristeza... Permiso, voy a seguir poniéndote guapo para tus visitas.
Y continuó con el aseo, bajó la bata hasta la altura del ombligo, y limpió el ancho y musculado torso con jabón. Tenía unos moretones en el pectoral derecho, y al dirigir sus ojos al izquierdo, notó que estaba decorado en con un tatuaje muy realista de la Catrina, y suspiró. David no solo era atractivo, sino que también tenía buen cuerpo. «Ni siquiera debería pensar que tiene buen cuerpo, ¡no es ético, Ainelen!», se regañó mentalmente, «seré profesional y todo lo que quieran, ¡pero tengo ojos por todos los Pillanes!, y este hombre es un bombón», se justificó.
Una cosa era estar llevando a cuestas una desilusión amorosa, y otra cosa era ser ciega, y ella no lo era.
Rápidamente prosiguió con la tortura visual, porque poco a poco su actitud neutral se iba haciendo humo. Limpió y secó los brazos fuertes y firmes, las axilas, las piernas duras como si hubieran sido cinceladas, y por último, debía asear la entrepierna, y para ello, había que quitar el pañal...
Ainelen inspiró profundo, y miró de reojo a David con una punzada de culpabilidad...
—Lo siento, amigo, pero tengo que sacar esto para limpiarte —se excusó—. No seas tímido, veo fruteras todos los días, un plátano y dos kiwis no son nada del otro mundo —aseveró mientras tiraba las cintas adhesivas y abría el pañal—. ¡Por Antú! —exclamó con pudor y tragó saliva—. ¡Amigo, si esta cosa está así dormida, no quiero ni saber cómo es cuando está despierta! —halagó de un modo muy particular—. Sí que te deben llover las mujeres, David. Sí, señor.
En treinta segundos y haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad y del poco profesionalismo que le quedaba, Ainelen hizo lo suyo, limpió con algodones húmedos cada recoveco de esa parte específica de la anatomía de David, secó la piel y le puso un pañal nuevo, le cambió la bata y lo volvió a cubrir con la manta.
—Listo, limpio y fresquito para tus visitas. Ha sido un enorme gusto atenderte, espero que despiertes pronto. —Ella sonrió, por un momento, David le hizo olvidar su propia tragedia y le hizo pasar un rato atípico en su trabajo—. Nos vemos mañana —se despidió arreglándole un poco el cabello.
Ainelen recogió todos los implementos de aseo y abandonó la habitación dejando una estela aromática de su perfume floral.
«Jazmines...»
El sonido de las máquinas se perturbó por un instante... pero nadie lo notó.
*****
—Hola, David —saludó Ingrid, con los ojos llorosos y enrojecidos—. Vine a ver como estabas... ya sé que no querías verme nunca más, pero... Tenemos que conversar algún día. —Sollozó mientras se retorcía las manos, nerviosa, preguntándose si él la escuchaba—. Yo... yo todavía te amo. Lo siento mucho, no quería que las cosas terminaran de este modo, pero tenía mis razones. —Ella se levantó de la silla que estaba al lado de la cama de David y acarició su mano—. Entiende que lo nuestro no iba para ninguna parte, queremos cosas diferentes para nuestras vidas. —Ingrid intentaba justificarse de algún modo, pero externalizar sus motivos le daba la sensación de que en realidad solo empeoraba las cosas—... Otro día volveré, adiós.
Ingrid salió de la habitación muerta de vergüenza y culpa, ni siquiera fue capaz de mirar atrás.
Para David todo continuó igual.
*****
—Raimundo, cuida a nuestro hijo desde el cielo, por favor, haz que despierte... No soportaría verlo partir también... —oraba la mamá de David a su difunto esposo, la desdichada mujer apenas podía hilar dos palabras sin llorar. Pasaba las tardes enteras con su hijo, hablándole, rogándole que despertara.
—Señora... disculpe... el horario de visitas terminó —avisó Ainelen con suavidad tocándole el hombro con calidez—. Lo siento mucho, pero debe retirarse.
—Mañana volveré, hijo —prometió la mujer de avanzada edad depositándole un beso en la frente—. ¿Me avisarán si despierta? —preguntó esperanzada.
—Por supuesto, ya tenemos sus datos registrados en la ficha de David, no se preocupe, la llamaremos si tenemos novedades.
—Gracias, señorita enfermera. Cuide a mi niño.
—Pierda cuidado —aseguró Ainelen sonriendo con amabilidad a la señora. No quiso corregir a la triste mujer diciéndole que no era una enfermera propiamente tal, sino solo una técnico en enfermería... Bueno, daba lo mismo en realidad, la gente ni se esforzaba por diferenciarlas.
—Adiós, señorita, y gracias de nuevo.
La mujer se retiró dejando a Ainelen a solas con David. Ella lo miró, el hombre le seguía provocando una sensación de que lo conocía, pero todavía no podía recordar de dónde. Era el cuarto día que él se encontraba en estado de coma y no tenía ningún tipo de evolución, ella lo visitaba todos los días, en parte porque era su trabajo y por otra... ni ella misma lo entendía.
—Hola, David... ¿te acuerdas de mí? —Ainelen comenzó a cambiar el suero y a chequear los monitores—. Ya lo creo que sí, fue traumático para ambos el baño que te di el día que te conocí. —Sonrió. «...Y el segundo, que te di esta mañana fue peor, eres un suplicio durmiente», pensó—. Te dejé bien guapo, me contaron que te han venido a visitar varias personas. Todos quieren que te recuperes.
La joven, terminó con su rutina y miró cómo David dormía en su inquietante letargo. Ese hombre, a diferencia de los incontables pacientes que había tenido a lo largo de su carrera, le transmitía una sensación extraña de bondad y algo más que le atraía como la fuerza de gravedad. Era irónico, ella era la única que hablaba pero él ya le caía bien.
—Me estoy volviendo loca... David, despierta por favor, y evita que siga hablando sola. Ojalá que cuando lo hagas seas simpático y no un ogro malhumorado. —Inspiró profundamente—... Estoy harta de que los hombres que se cruzan en mi vida me decepcionen. Soy un imán de tipos buenos para nada... —Sonrió irónica—. Ni siquiera sé por qué te estoy contando estas cosas. —Ainelen estaba un poco fatigada física y emocionalmente, se sentó en la silla que estaba al lado de la cama de David, y se quedó mirando la nada—. Bueno, si lo sé, porque tú no me retas como Marcelo, él me dice que soy demasiado inocente y crédula con las personas, sobre todos si son hombres... —Miró a David como si él le estuviera respondiendo—. Sí lo sé, tiene razón, pero siempre a las personas les doy el beneficio de la duda, nunca pienso en lo peor de los demás sino en lo bueno que tienen en el corazón... Ahora que se aprovechen de ello es otra cosa... —Se encogió de hombros y se quedó pensativa unos instantes, tal vez ella era el problema—. Ya, señor, debo seguir con mi ronda. Despierta pronto, tu mamá está sufriendo mucho. No seas malo con ella, se nota que te adora. —Ainelen suspiró mientras se levantaba de la silla, y sin pensar le depositó un beso en la frente a su paciente—. Nos vemos, David. Mañana no vengo porque tengo día libre... —avisó y luego se fue a anotar un par de datos en la ficha médica.
Ainelen salió de la habitación en silencio dándole una última mirada a David y apagó la luz.
Los monitores volvieron a perturbarse por unos cuantos segundos.
«Ese aroma... me gusta».
David abrió los ojos, parpadeó unos instantes, todo estaba oscuro y luego volvió a dormir.
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