Capítulo II
«Todos los cambios, aun los más ansiados, llevan consigo cierta melancolía.»
Anatole France
—Mmmmm... Mmmmm... Oh, sí... Esto es la gloria. —En éxtasis y con los ojos cerrados, Isidora devoraba en su hora del almuerzo una enorme barra de chocolate, sentada en la banca de una plaza cercana a su trabajo. Aquella golosina sí que le estaba arreglando el día. Maldito bombero irritante de voz sexy, por su culpa, ella tendría que ir al gimnasio a practicar con su maestro y quemar algo de esas calorías. Algún día iría, sin duda... pero no hoy.
—¿Y usted qué hace aquí? —Un hombre con un tono de voz serio y estricto sacó de golpe a Isidora de su maravilloso trance. Abrió los ojos de inmediato al sentir esa voz familiar, Sandro Larenas, el único hombre sobre la tierra que no esperaba encontrar en ese momento.
—Me cambiaron de unidad —respondió escueta—. ¿Y tú, ya no saludas? Te has vuelto maleducado.
—Hola, Apablaza, ¿a quién golpeaste ahora? —Sandro conocía de cerca su mal carácter. Pensó que con el tiempo ella iba a madurar, pero por lo que veía, su ex compañera de academia era la misma de siempre, brillante y simpática, pero mal genio.
Isidora fulminó con la mirada a Sandro, siempre le cayó bien el tipo y le gustaba, pero era tan hermético, nunca pudo hallar el modo de llamar su atención, así que solo se resignó a ser su compañera de clases, ni modo. Pero ahora él se veía diferente, más accesible.
—¿Y a ti quién te hizo una lobotomía? Pareces otra persona.
—¿Por qué demonios todo el mundo me dice eso? Solo me casé.
—¿Ah sí? Felicitaciones para ti, y mi pésame para ella, pobrecita, me apiado de su alma. Tu señora acaba de convertirse en mi héroe.
—Muy graciosa, señorita. Todavía no contestas lo que te pregunté, ¿a quién golpeaste?
—Él me obligó.
—¡Lo sabía! —exclamó chasqueando los dedos y mirándola con reprobación.
—No tienes idea de nada, Larenas, hace años que nadie me colmaba la paciencia —explicó Isidora. Con tan solo recordar se le crispaban los nervios.
«Así que maduró después de todo», pensó Sandro. Había algo en ella que no cuadraba con la mujer que recordaba. No era simplemente el hecho de que había madurado, daba la impresión de que estaba en cierto modo, sola. Así como él, hasta hace no mucho.
Sandro se sentó a su lado, sintió que ella necesitaba algo de compañía, era cosa de ver cómo se estaba comiendo el chocolate, como si fuera un manjar de los dioses, y en realidad se trataba de una barra corriente de mil pesos. Con su esposa había aprendido varias cosas sobre las mujeres, y una de ellas era acerca de la estrecha relación del estado de ánimo y el cacao.
—¿Puedes contarme lo que pasó? —consultó con verdadero interés.
—Técnicamente no puedo decir nada. —Suspiró cansada y lo miró de reojo—. Pero tú eres un hombre confiable, promete, jura por tu vida que no dirás nada a nadie.
—Lo juro, las promesas son sagradas en mi familia. Cuéntame que fue lo que pasó —Sandro dijo aquellas palabras con tal convicción que terminó por persuadir a Isidora de contarle lo sucedido. Necesitaba hablar con alguien, se lo había guardado todo durante mucho tiempo, ni siquiera se lo había contado a su familia, ¿para qué preocuparlos de manera innecesaria? Ya todo estaba hecho de todas formas.
—Estaba en el LACRIM de Valparaíso —relató—, trabajé ahí por cinco años. Hasta hace un mes... ¿Conoces al comisario Alejandro Rojas?
—Sí, es famoso. Siempre sale en televisión.
—Él es el jefe ahí en Valpo, bueno, era, y no se le ocurrió nada mejor que acosarme sexualmente. Viejo asqueroso. Lo noqueé en tres segundos cuando intentó sobrepasarse conmigo.
—¿Cómo diablos no te dieron de baja?, ese hombre es una «vaca sagrada».
—Soy demasiado buena en lo que hago. Además, tenía todo el audio registrado. Ese hombre tiene fama de viejo verde y cada vez que me encontraba a solas con él, dejaba la grabadora funcionando.
—Muy inteligente de tu parte, no esperaba menos —felicitó con sinceridad Sandro. Definitivamente, Isidora seguía siendo inteligente.
—Y eso... solo pedí que me trasladaran a la central y dos semanas de descanso, a cambio de no denunciarlo y de que me dejaran trabajar en paz. A él también lo trasladaron, a Punta Arenas, por caliente, a ver si se le quita con el frío del sur.
—Se salvó de que no lo mataras. Pobre imbécil, no sabía con quién trataba, ¿en qué Dan estás, Apablaza? —preguntó Sandro refiriéndose al grado de conocimientos en Kenpo Karate, disciplina de artes marciales que ambos practicaban.
—Cinturón negro, tercer Dan, detective Larenas, soy un arma mortal. ¿Y tú?
—Hace tiempo que no practico, estoy oxidado, me quedé pegado en el cinturón café. Un día de estos me pondré al día, total, ya sé dónde encontrarte. —Sacó de su bolsillo un reloj antiguo de cadena y consultó la hora—. Es tarde, debo irme, otro día hablamos.
—Vale, cuando quieras te pateo el trasero. ¿Sigues en la central de la BRICO? —consultó aludiendo a la Brigada Investigadora del Crimen Organizado a la cual pertenecía Sandro.
—Todavía —dijo él mientras se levantaba del asiento—. Ya soy parte del inventario.
—Entonces yo también sé dónde encontrarte. Que te vaya bien, Larenas.
—Cuídate, Apablaza. Que tengas un buen día. —Sandro hizo un gesto de despedida con la mano mientras se alejaba.
—¡Dale saludos a tu mujer de mi parte!, ¡dile que es una santa! —bromeó Isidora riendo.
«Cómo cambian las personas», pensó ella, «tan parco que era, y ahora parecía que estaba hablando con un usurpador de cuerpo. Bien por él». Todo el mundo cambiaba, pero sentía que ella no, que era la misma de siempre.
«No te hagas la santita, puedes llegar muy lejos si tan solo me dejas metértela. Sé que te gusto, te lo vas a gozar todo. Te haré gritar como putita», rememoró Isidora la propuesta del comisario Rojas mientras restregaba su miembro tenso entre sus nalgas y le amasaba sus senos con sus enormes manos.
—¡Viejo repugnante, cerdo asqueroso! —Maldijo. Sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas que querían salir, e inmediatamente las secó furiosa con el dorso de la mano impidiendo su caída. Suspiró profundo y exhaló fuerte y seco para infundirse valor—. Ya pasó, Isi, no volverás a ver a ese infeliz nunca más... ¡Chocolate, ven a mí!... hoy no quiero llorar.
—¡Maldita sea!, ¿perdimos toda la mañana por una rata? —vociferó el jefe de unidad lanzando el informe pericial preliminar al escritorio—. El fiscal anda paranoico con esos incendios y nos manda para allá apenas ve algo de humo.
—El resultado es concluyente señor... A menos que... —Isidora dejó la idea en el aire, se arrepintió muy tarde, al pensar en las consecuencias.
—¿A menos qué? —presionó su jefe impaciente.
—A menos que el informe técnico de bomberos diga lo contrario, señor.
—El informe de bomberos no es tomado en cuenta en un posible juicio, Apablaza, eso usted lo sabe —puntualizó.
—Lo sé, señor. En Valparaíso solíamos colaborar mutuamente para obtener mejores resultados, ellos están mucho más familiarizados con el fuego que nosotros.
—Mmmmm, su propuesta no nos hará perder más tiempo de lo que ya hemos desperdiciado. Solicite una reunión con el técnico a cargo, a través de su comandante, en la Quinta Compañía de Bomberos de La Pintana. Lo antes posible, ojalá hoy.
—¿Yo?
—No veo a nadie más aquí, detective. Fue su idea, ejecútela.
—Como diga, señor.
Isidora se retiró de la oficina de su superior, sintiendo la infundada sensación de que se había metido en un problema del que no saldría entera. Mierda.
—Yo y mi gran bocota —mascullaba molesta—. Ahora tendré que ir y hablar con el irritante Manuel Rodríguez, y más encima escuchar su estúpida y sensual voz. Espero que sea feo, con efe de «forrible y forroroso».
Caminó directo a su escritorio y llamó por teléfono a la Quinta Compañía, habló con el comandante, quien, amablemente, le indicó que el voluntario Rodríguez no es residente en la estación, y que solo se hace presente cuando está cerca de algún siniestro o para emitir los informes técnicos de bomberos.
—¿Señor Comandante, me podría enviar una copia del informe para revisarlo?, necesitamos corroborar algunos resultados —solicitó Isidora, con la esperanza que no tendría que hablar con Manuel «infumable» Rodríguez.
—Podría, pero no lo tengo en mi poder aún, el voluntario Rodríguez no lo va a tener listo hasta la próxima semana. Él es un gran elemento y muy profesional, pero trabaja en otras cosas aparte de colaborar con nosotros.
Isidora, lanzó mentalmente todos los improperios a sí misma por su mala suerte. Estaba obligada a ver a ese bombero, era importante no alargar más el asunto y no perder el tiempo. Maldición.
—¿Dónde puedo encontrar al señor Manuel Rodríguez?, necesito urgente conversar con él.
—Le daré sus datos para que concreten una cita. Anote, por favor.
—Deme un segundo para buscar un lápiz. —Isidora abrió su cajón y revolvió su interior. Lápiz infeliz, siempre lo extraviaba, este era el quinto de esta semana... «¡Eureka!, ahí estás desgraciado», celebró Isidora. El caos era la peor parte de su personalidad, nunca podía tener nada ordenado cuando se trataba de asuntos domésticos—. Listo, acá tengo uno, deme sus datos, por favor.
—El celular del señor Rodríguez es cero, nueve, seis, sesenta y nueve, sesenta y nueve, sesenta y nueve. —«¡El numerito que se gasta, já!», pensó Isidora, e inmediatamente se reprendió por pensar en doble sentido—, y su correo electrónico institucional es [email protected] —continuó informando el comandante.
—Muchas gracias por su colaboración, señor, ha sido de mucha ayuda.
—De nada, detective Apablaza, cuando guste, tenemos toda la estación a su disposición.
—Gracias, de nuevo. Que tenga un buen día.
—Lo mismo para usted. Hasta luego.
Isidora enterró la cabeza sobre el teclado de su computador, maldiciendo nuevamente su mala suerte. No quería verlo, no quería escuchar su voz, no quería sentirse nerviosa, ni estúpida. Ella no era así.
Ella no quería sentirse así, vulnerable.
Muy en el fondo, reconoció que no era tan fuerte como pensaba, ese viejo mal nacido que la acosó, la dejó con una permanente sensación de inseguridad. A pesar de que ella se pudo defender físicamente, mentalmente, ese infeliz la marcó. Desde un tiempo a esta parte siempre estaba a la defensiva, se sentía débil, disminuida, una sombra, igual que en aquella ocasión. Hace mucho tiempo atrás.
—¡Hasta cuándo me vas a seguir penando!... Llevas cinco años muerto y todavía hay momentos en que me haces sentir como la mierda.
Definitivamente, aquel no era un buen día para Isidora.
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