Dos
—¡Deténganlo! ¡Ayuda! —grito desesperada y la voz se me ahoga corriendo detrás de ese infeliz que acaba de robarme la cartera—. ¡Ayuda! —Gente de mierda, solo se quedan mirando y le abren paso a ese ladrón. ¿Cómo es posible que en tres cuadras no haya ningún valiente? Mis piernas no dan más del cansancio... Malditos tacones... Ya la perdí... ¡Mierda! Mis cosas, mis documentos, mi plata... Ayuda.
Dejo de correr lentamente y veo cómo se aleja ese imbécil con mi cartera, tan veloz como si fuera el hermano de Usain Bolt... Pero qué... ¡Oh, por Dios, el hueón cayó como saco de papas! ¡Un alma caritativa le hizo una tacleada!
Acelero el paso, y a los pocos segundos, me acerco jadeante para poder recuperar mis cosas y darle las gracias al joven que tiene mi cartera y que me ha salvado de la miseria. Veo cómo él se ha alejado del grupo de personas que le están dando una paliza a ese pobre e infeliz delincuente... Claro, ahora hacen algo, ¡si el tipo está en el suelo! Y no gracias a ellos precisamente.
—¡Muchas... gracias! —exclamo y me falta el aire—. Llevaba... corriendo... tres cuadras... Gracias...
El joven se ve un poco incómodo por la situación y me entrega mi preciada cartera y esboza una sonrisa.
—No es nada, fue algo que pasó muy rápido. —Y de pronto me mira fugaz a los ojos—. ¿Estás bien? —Y me sujeta suave el brazo, como si temiera que me caeré desmayada en cualquier momento.
—Sí. Solo fue el susto, la impotencia, los nervios. —Sobre todo los nervios que hacen que mi voz se escuche trémula—, y ahora el cansancio. ¡Uffff! Mi estado físico es terrible —afirmo para aligerar mi estado de ánimo y relajarme.
En ese momento llega paz ciudadana y carabineros con las sirenas a todo dar y empiezan a dispersar el linchamiento —en esta parte de la ciudad aparecen en el acto—, y el ladrón está en el suelo chillando y llamando a su mamita con su cara ensangrentada. Se llevó la peor parte, la gente cuando ve a un delincuente en el suelo se desquita con él, por una cuestión de justicia divina por todos los delitos impunes.
—¡A ella le robaron! —indica una voz femenina que no logro distinguir y un carabinero mira en nuestra dirección.
—Va a ser un día largo para ti —acota el joven—. Denúncialo nomás —aconseja con seguridad—. Puedes aportar a que ese imbécil pase más de ocho horas en el calabozo, y que lo dejen adentro por reincidente.
—Puede ser... no sé —respondo dudosa. La verdad es que pienso en todas las diligencias legales que se vienen por delante y me mareo.
—Nunca se sabe, pero tu denuncia puede contribuir a que reciba de una vez lo que se merece.
—¿Y que el tipo salga con una maestría en carterazos de la cárcel? —rebato—. No sé qué es peor.
—Yo lo haría solo por el gusto de saber que no va a estar libre de hacer lo que quiera por un tiempo. Pero bueno, es tu decisión.
Me quedo un segundo mirándolo, y él se ha quedado ensimismado observando el caos que hay, y luego vuelve sus ojos hacia mí. Es como si ambos fuéramos ajenos a todo lo que ha sucedido, y en realidad estamos totalmente involucrados. Se acerca un cabo de carabineros hacia donde estamos nosotros y me mira solemne.
—¿Nos acompaña, señorita, a prestar declaración? —solicita con ese tono que usan todos los carabineros, es raro, es como mandón, pero cantadito. Como los huasos en el campo.
Dudo.
Siento una leve y tibia caricia, y luego el frío en mi brazo. Ahora me doy cuenta de que el joven recién me ha soltado y que no deja de mirarme.
—Sí, no hay problema —resuelvo casi por instinto... Estaba segura de que no iba a poner la denuncia, pero algo en ese joven me hizo cambiar de opinión. Estoy loca.
—Muy bien, acompáñenos, por favor. —El cabo se da media vuelta, y bueno, supongo que quiere que lo siga a la patrulla.
—Muchas gracias de nuevo. —Y le sonrío contenta y agradecida a mi rescatador de carteras. Ahora me doy cuenta de que no es un jovencito, es más bien un hombre. No es de un atractivo avasallador; sus facciones son simétricas, ojos castaños claro, cejas gruesas y pobladas, cabello corto y oscuro, nariz recta, un poco pálido, y su barba densa y recortada ensombrece su rostro. Se ve un poco cansado y ojeroso. Si paso por el lado de él en la calle no me giraría a mirarlo, pasaría de largo. Pero si lo observo con detenimiento, resulta que tiene encanto, una especie de magnetismo, como si me invitara a conocerlo más...
Debe ser el síndrome post traumático agudizado por el estado «damisela en aprietos» que me hace analizar demasiado a este hombre.
—De nada. Digamos que hoy me di el lujo de hacer justicia con mis propias manos —responde socarrón, restándole importancia. No tiene idea de que tengo toda mi vida en esa simple bolsa de cuero.
El carabinero se aleja rápido, más vale que me vaya... Miro al hombre que tengo al frente, y a pesar de que él aún no me ha quitado los ojos en encima, no me hace sentir incómoda. No es como si me estuviera desnudando, es otra cosa, es como si intentara ver mis secretos y más allá.
¡Locaaaaa, bastaaaaa!
—Me tengo que ir, gracias por todo.
—Cuídate... que te vaya bien.
Usualmente, no me despido de beso en la mejilla con gente que no conozco, pero no le doy más vueltas, simplemente lo hago, y él se inclina para recibirlo y logro percibir el aroma de su perfume, es suave... y muy masculino. Menos mal que no es de los que se baña en colonia o desodorante para el cuerpo. Aprecio eso en los hombres, que sean sutiles y que no anden pregonando que están disponibles usando su olor. A lo mejor él no está disponible... ¡Pero que estoy pensando, por Dios! Definitivamente, es algún tipo de fiebre lo de estar como «damisela en aprietos».
—Adiós —susurro y me voy tras el carabinero a paso veloz para alcanzarlo. La gente se ha dispersado, todo vuelve a la normalidad.
Me da curiosidad si él todavía me está mirando... ¡Qué más da, no es pecado mirar hacia atrás! Lo hago, pero él ya se ha dado media vuelta y está hablando por teléfono, alejándose lentamente.
Esto de estar recién divorciada me está haciendo malas jugadas mentales.
El cabo de carabineros está esperando al lado de la patrulla y me hace subir en el asiento de atrás para ir a la comisaría.
—Muy valiente de su parte, señorita. Generalmente las víctimas no ponen denuncias y a este «pajarito de Dios» lo tenemos que soltar todo el tiempo —informa el cabo que se ha sentado al lado mío—. Ya con esto estará por lo menos unas horas más, y si el juez de garantía anda de buenas, capaz que las medidas cautelares sean más duras esta vez.
—Bueno, hoy ando con algo tiempo para hacer esto. —«Algo de tiempo». ¡Já! Es un eufemismo para decir que estoy cesante.
—Habitualmente las personas andan tan apuradas, y por no tomarse la molestia, ellas mismas son las que los dejan libres. Así es el sistema.
—Así es...
Me quedo en silencio y miro por la ventanilla. Es la primera vez que estoy en una patrulla y es extraño. Este día debería ser el mejor de mi vida, después de tres años al fin me pude divorciar de manera unilateral. Oficialmente soy soltera... divorciada. Libre.
Tan solo tres meses después de la muerte de mi papá, el que era mi marido me dejó por otra y desapareció del mapa como si fuera un fantasma.
Un día cualquiera y sin motivo aparente, solo me dijo que ya no me amaba y que estaba enamorado de otra mujer. Yo ni siquiera pude reaccionar cuando me lo confesó todo, Gabriel tenía las maletas listas para irse de nuestra casa. No sé si agradecer o condenar ese acto de compasiva crueldad. Supongo que para él fue más rápido y menos incómodo. Soltarme la bomba y escapar. Literalmente.
No tuve derecho a réplica, ni a montar una escena, o gritarle millones de improperios. No tuve derecho a nada. Me quedé en estado de shock, y solo cuando él cerró la puerta tras de sí, me di cuenta de que todo lo que había sucedido había sido real. Muy, muy real.
En mi cartera aparte de tener otros documentos importantes, estaba el papel del registro civil e identificación que corroboraba mi nuevo estado civil. Con eso cerraba una etapa muy dolorosa de mi vida.
Todavía tengo ese recuerdo fresco en mi memoria, no había visto venir esa confesión. Para mí, todo estaba bien en ese momento. Pero no era así, no me había dado cuenta de que él cada día era más distante, que el sexo ya no existía entre nosotros, y no porque yo me negara o no me gustara, él ya no quería tocarme, siempre estaba cansado...
Era todo tan simple, se enamoró de otra persona y huyó. Yo no era la mujer de su vida, tal vez ni siquiera estaba tan enamorado de mí, estuvimos demasiados años juntos como novios y el matrimonio solo duró uno. Vivimos juntos tan solo un año... y todo se derrumbó. Nos casamos con separación de bienes y la casa estaba a mi nombre, y a él no le importó llevarse nada, salvo su ropa, artículos personales y la PlayStation.
Asumo que el resto de las cosas me las dejó como «compensación por los servicios prestados».
Así y todo me hizo sentir que todos esos años con él fueron un desperdicio de tiempo. Amarlo fue en vano, ceder, aceptar, compartir, adaptarme a él, todo fue por nada.
Todo por nada.
Para qué decir cómo superar el tiempo que estuve llorando en cama con depresión, sintiendo que yo no valía un peso para nadie. Que nunca fui valorada, que nunca fui amada realmente. Un golpe así es difícil de asimilar, lo amaba mucho, mucho... Se suponía que tenía mi vida resuelta. Fue muy largo ese año.
Menos mal que le hice caso a mi mamá en solicitar el cese de convivencia en el registro civil en cuanto me di cuenta de que mis intentos por comunicarme con él eran inútiles. Mi familia política también me dio la espalda, nunca me quisieron, siempre fui poca cosa para ellos. ¡Claro que era poca cosa! Si yo no era una mujer que poseía un apellido con clase, ni tampoco poseía rasgos nórdicos, no era un piojo resucitado como ellos, una nueva rica. Mi profesión, mi trabajo y mi nombre no les confería status. Simplemente, era del montón.
Me carga la gente clasista, tienen la sangre roja igual que yo, y acabarán en un foso dos metros bajo tierra igual que yo. Tanta plata que tienen y les hace ser más estúpidos todavía.
En fin, heme aquí. El día en que finalmente me siento libre de verdad de mi pasado, estoy atada de manos, sentada al lado de un carabinero para poner una denuncia por robo frustrado.
Y ni siquiera le pregunté cómo se llamaba al hombre que me ayudó. Era agradable y simpático... y por su culpa estoy aquí. ¿En qué estaba pensando?
No tengo ni la más remota idea...
*****
Después de terminar de declarar los hechos y dejar mis datos en la comisaría de carabineros, me voy a mi casa. Son las dos de la tarde y han pasado cuatro horas desde que me asaltaron. Me sorprende lo lento que es todo este asunto de poner denuncias y dejar mi testimonio junto con mis datos para un futuro juicio... Si es que llega a haber alguno.
Vivo sola con mi hija, ella tiene dos añitos. Cuando mi ex esposo me abandonó, tenía cuatro meses de embarazo y no me había dado cuenta. No tuve mareos, ni nauseas, y la regla llegaba como si nada, y como no soy una modelo de pasarela, en realidad no se notaba que estaba en estado interesante. Lo irónico de todo, fue que cuando me enteré era demasiado tarde, ya llevaba un mes sin poder comunicarme con el que fue mi marido. Ni siquiera me tomé la molestia de inscribirla con el apellido de su progenitor, mi hija es mía, solo mía. No tiene padre. Nadie tiene derecho sobre ella, solo yo.
Me despidieron hace cuatro meses, lo único bueno de haber estado cesante este tiempo es que he disfrutado de mi hija al máximo. Cuando trabajaba, mi mamá me ayudaba a cuidarla, y ahora ella, tiene unas merecidas vacaciones... forzadas. Pero igual viene a visitarme casi todos los días. Creo que en el fondo, ella piensa que cualquier día de estos cometeré alguna locura. Como suicidarme.
No pretendo hacerlo, pero según ella no avanzo, no he superado nada, y que a lo mejor me hace falta despeinarme un poco. Me dice que tengo que salir con alguna amiga y distraerme, o tener un «veranito de san Juan» con algún hombre y, tal vez, si tengo muchísima suerte, entablar de nuevo una relación seria. Sé que tiene razón, pero no me dan ganas de hacer nada de eso. Siento que cualquier salida es tiempo que le quito a mi hija de estar conmigo.
Mi mamá me aconseja que tengo que ser un poco más egoísta, siempre me preocupo mucho más de los demás que de mí misma. A lo mejor está en lo cierto, pero mi sentimiento de culpa es peor.
Pero debo reconocer que en el fondo, muy en el fondo, tengo miedo a equivocarme, a que me desechen, a que me ignoren... A volver a sentir que no merezco que me amen. No quiero sentir dolor nuevamente... Y también, en el fondo, extraño la parte bella de querer y compartir mi vida con alguien.
Soy humana, en mis genes y en mi alma siempre estará ese anhelo de amar y ser amada, de querer tener un compañero y una familia como la que soñé alguna vez. Pero creo que ya es tarde para mí, estoy decepcionada de los hombres, de mí, del amor. Por lo menos tengo a mi niña que cada día crece y aprende, y ha sido mi pequeño paraíso cada vez que llego a casa.
Y cada día que pasa, mi paraíso corre peligro de derrumbarse si no consigo trabajo pronto. Al principio buscaba solo en mi área, pero ahora necesito trabajar casi en cualquier cosa que me permita ganar algo más que el sueldo mínimo.
Si no logro levantar cabeza tendré que volver a la casa de mi mamá... y no quiero, no quiero volver con el rabo entre las patas, no quiero sentir el fracaso.
No quiero sentir que fallé.
Hueón: Huevón, estúpido, imbécil, tonto
Huaso: habitante del campo, mestizo de sangre española e indígena, que es diestro en las tareas rurales y en montar a caballo; es uno de los personajes típicos de la cultura popular chilena. También se le denomina de esa forma a una persona de modales rústicos, sin educación
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