Capítulo 1

Tres meses después.

—¡Corten! —La voz del director provoca que el rodaje se detenga y todos presten atención en él—. Ha sido un éxito, continuamos mañana.

Alzo mis manos para estirar cada centímetro de mi cuerpo mientras que observo por la pantalla del director del programa la escena que se acaba de rodar frente a mis ojos. Miro como los cocineros corren de un lado a otro del set con las jarras de chocolate derretido en sus manos y los instrumentos de cocina que les permitirá realizar técnicas de vanguardia. Es el segundo año consecutivo que se graba el programa Sugary Chocolate y, como el año anterior tuvo un ranking exquisito entre los programas de TV locales, este año he de realizar un artículo especial sobre él para Navidad.

«¡Cómo si no tuviese nada mejor que hacer con mi tiempo!». No es que me enoje cubrir programas de televisión, pero los shows de cocina solo sirven para abrir mi apetito; lo cual provoca que las jornadas de trabajo sean muy duras, sobre todo con este programa que se centra en creaciones y alimentos con chocolate.

«Bendito elixir de los dioses».

Generalmente no cubro este tipo de noticias, pero mi jefe ha buscado el tema más alejado posible del caso Collins para mantenerme distraída, o como lo diría él, a salvo. El hombre se ha mostrado un poco nervioso por mi seguridad desde el juicio ocurrido en septiembre; en especial si consideramos las llamadas perdidas a mi móvil desde números desconocidos o las cartas amenazadoras que llegan a mi oficina o a mi apartamento, sin embargo, yo no me siento tan preocupada. No es la primera vez que escribo sobre criminales o testifico en juicios contra ellos, aunque tengo que admitir que las últimas palabras que intercambié con Richard Collins lograron poner mis pelos de punta.

Al inició pensé pasar la navidad lejos con mi familia en Alaska; no obstante, me alegra que mi jefe Ed Howard me diese este encargo. Ser periodista es el sueño que he tenido desde pequeña y no voy a abandonarlo solo por un criminal. Además, estoy tan cerca de dejar a Richard entre rejas que no voy a detenerme tan fácilmente, es por ello que he intentado continuar reuniendo pistas sobre el lavado de dinero que dirige Collins; si no le atrapan por asesinato si lo harán por este crimen.
Estoy tan absorta en mis pensamientos que ni siquiera me percato que la cinta delante de mí ha llegado a su fin; solo reacciono cuando la productora del reality show se dirige a mí específicamente.

—¿Ya vas a casa Amanda?

Parpadeo repetidas veces para volver a la realidad y sonrío cuando ante mis ojos noto a Janis, la chica es de cabellos oscuros, esbelta y alta. El mundo de los programas de televisión siempre ha sido muy cercano al periodismo por lo que me he topado con ella en antiguas ocasiones y llegamos a crear una relación de buena amistad; no obstante, desde que comencé a trabajar en esta entrevista nos hemos vuelto bastante cercanas. Janis siempre consigue algún poco de chocolate para mí y hace que el tiempo en el set no sea tan aburrido.

—Ojalá. —suspiro anhelante, que bien me vendría una taza de café caliente ahora y mis mantitas tibias—. Debo pasar primero por las oficinas y darle un informe a mi jefe. —Observo el reloj en mi muñeca y noto que faltan pocos minutos para que comience a oscurecer—. ¡Mierda! Ya voy tarde.

Janis solo sonríe, está adaptada a mis carreras entre las oficinas del periódico y el set de rodaje.

—Solo recuerda que los concursantes acaban de pasar a la semifinal, por lo que a partir del próximo programa se rodará con público en el set, tu asiento estará en las primeras filas para que no te pierdas nada. Y mañana a primera hora tendrás la oportunidad de hablar con los concursantes antes de que comiencen las grabaciones.

Me pongo en pie y tomo mi bolso entre mis manos.

—Estaré lista para entonces.

Le guiño un ojo y sin más demora salgo del estudio de rodaje dejando a mi amiga suspirando resignada a mis espaldas. Como mi centro de trabajo está a pocas calles de aquí no me molesto en tomar un taxi ni nada por el estilo; a esta hora muchos son los trabajadores que culminan sus jornadas laborales y regresan a sus casas cansados del arduo día, demoraría más buscando un vehículo que yendo a pie; no obstante, esto no significa que el recorrido sea fácil.

Estamos en pleno diciembre a muy pocos días de navidad por lo que a estas alturas del año ya la nieve ha comenzado a caer y las temperaturas a bajar. Gracias a Dios hoy había decidido utilizar una enguatada negra y unos vaqueros que me cubriesen del frío, también llevo unas botas altas de tacón del mismo color que la enguatada y una chaqueta encima, tampoco puedo ir a un estudio de grabación luciendo como si fuese a una maratón. Los periodistas estamos adaptados a tener una imagen meramente decente, jamás se sabe dónde pueda aparecer una noticia y no es aconsejable ir tan informal. Por lo menos la ropa de hoy me ayuda a protegerme de la frialdad.

Intento agudizar un poco el paso dado que tampoco deseo congelarme a la intemperie y solo quiero terminar de hablar con Ed para poder llegar a casa. Mi jefe es un hombre que ama su trabajo, es periodista desde hace más años de los que yo poseo y antes trabajaba en conjunto para agencias como el FBI; no bromeo al decir que ama su trabajo incondicionalmente, cuando llegó el momento de retirarse no le agradó la idea de estar aburrido en casa y montó su propio periódico privado llamado Today´s World Newspaper, compró unas viejas oficinas que antes eran una fábrica textil abandona y emprendió su nuevo proyecto. Comencé a trabajar ahí luego que terminé la universidad; como no poseía experiencia laboral nadie quería contratarme, Ed fue el primero en reconocer mi gran talento para las noticias escritas y ahora, cinco años después, no deseo trabajar en otro sitio.

Me distraigo un poco de estos pensamientos cuando, desde un callejón cercano, visualizo una sombra moviéndose y por unos instantes me parece ver la silueta de un hombre que me observaba. Camino más de prisa debido a esto a la par que busco en mi cartera un espray de pimienta para ladrones y violadores, cuando una mujer vive sola en una ciudad que no es la propia debe saber cómo defenderse.

«¡Qué carajos! ¡Debe saber defenderse donde sea!».

Miro con disimulo por encima de mi hombro justo para ver como la sombra del callejón emerge en la figura de un hombre que camina a una distancia considerable de mí, pero sin dejar de observarme o seguirme el paso. Cuando sus ojos chocan con los míos me tenso al notar como una sonrisa curva sus labios y de uno de sus bolsillos sale el inconfundible brillo de una navaja. Vuelvo la vista al frente, no puedo correr, al menos no ahora, eso haría que el hombre también lo hiciera y no quiero arriesgarme a que me alcance, debo esperar a doblar la esquina para intentar ganar un poco de ventaja.

Agarro con más fuerza el espray y una vez doblada la esquina comienzo a correr todo lo que soy capaz, el hombre al darse cuenta de esto hace lo mismo; soy rápida, pero con las botas de tacón puestas él es más veloz, sobre todo en este horario que ya está oscuro y las personas a nuestro alrededor prefieren pasar en taxis u ómnibus. La cantidad de callejones de la zona tampoco es que ayude mucho, solo provocan mayor oscuridad y peligro de asecho y ni muerta entro en uno de ellos para intentar huir más rápido, eso siempre pasa en las películas y nunca se sale ganando.

Sin embargo, tampoco es que tenga muchas opciones. Siento la mano del desconocido aferrarse a mi brazo y jalarme hasta un pequeño rincón de la calle donde estamos ocultos de la visibilidad del resto de la metrópoli. Mi espalda choca contra el frío y duro muro de un edificio y siento su aliento y el filo de la navaja muy cerca de mi piel.

—Amanda, Amandita. —Frunzo el ceño confundida al notar que conoce mi nombre—. Tengo un pequeño amigo muy enojado porque no estás haciendo caso a su petición y para colmo ignoras sus llamadas y mensajes.

—No sé de qué hablas.

—No seas mentirosa muñeca. —La navaja se acerca más a mi piel—. Te lo pondré fácil y ese bonito rostro no sufrirá daños, deja de investigar ya; mis jefes no quieren que continúes y más te vale no asistir al juicio en enero.

«¡El juicio!», como que todo comienza a cobrar un poco de sentido, pero tampoco es tiempo para pensar en ello ahora. Mi reacción en levantar la mano con la que sostengo el espray de pimienta y rociarlo en la cara de mi atacante; escucho su grito de dolor, pero solo le ignoro y corro lo más aprisa que puedo. Salgo del callejón, media calle más y estaré en las puertas de la oficina.

Miro a mis espaldas, pero el hombre ya no me sigue, sin embargo, no detengo el paso en ningún instante y por fin cuando paso las puertas del edificio donde trabajo me recuesto contra una pared intentando recuperar el aire perdido. Una amenaza, ¡me han enviado una maldita amenaza para que no hable!
Esto solo confirma mis sospechas, Richard Collins está detrás del lavado de dinero y de la muerte de Jackson Gare justo como imaginé, quien sino estaría interesado en que deje de investigar o que no vaya al juicio pendiente.

Intento recuperar el aire y subo el ascensor hasta el segundo piso donde están todas las oficinas incluyendo la de mi jefe. Toco la puerta de su despacho y luego de eso entro emocionada.

—Ed no te vas a creer lo que ha…—Detengo mi inicio de monologo en cuanto visualizo que mi jefe no es la única persona en la habitación.

Frente a él hay sentado un hombre de cabellos negros del color del ébano más puro y largo hasta sus hombros, cuando me observa noto que sus ojos son verdes claro, no puedo evitar que me recuerden a la orilla del mar. Su piel es aceitunada y su cuerpo se nota a simple vista que está muy bien trabajado. Aunque se encuentra sentado puedo notar que viste unos pantalones oscuros, un pullover o enguatada, no estoy segura, y una chaqueta. En la parte superior de sus pantalones cuelga un arma y una placa de policía.

EL hombre no deja de mirarme de manera interrogante e incluso con furia y luego de eso observa a mi jefe el cual asiente a la silenciosa pregunta del desconocido, sea cual sea esta.

—Perdona Ed, no sabía que estabas reunido. —Decido romper por fin el tenso silencio del lugar—. Te esperaré fuera y…

—Amanda quiero que te sientes ahora. —Mi jefe utiliza el típico tono autoritario que tiene cuando va a dar una orden o un encargo sobre alguna noticia importante, por lo que deduzco que sea lo que sea que quiera decirme no es cualquier tontería como la redacción de algún artículo simple.

Tomo asiento junto al desconocido que parece muy aburrido con toda la situación y, quizás, un poco frustrado también.

—Amanda cariño, —La voz de Ed se suaviza, delante de los otros trabajadores actúa normal, pero cundo estamos solos suele tratarme con mucho aprecio; siempre dice que soy la hija que nunca tuvo dado que todos sus hijos son varones—. Amy desde que testificaste contra Richard Collins me siento demasiado preocupado por ti, he intentado sacarte del caso, alejarte de todos los peligros, pero incluso te envían amenazas a la oficina y no puedo evitar preocuparme. —Y eso que no sabe nada de lo que acaba de ocurrirme a las afueras del edificio y, quizás, lo mejor sea que no lo sepa, no quiero preocuparle así y tampoco quiero que me aleje más del caso—.  Al inicio pensé en enviarte a tu casa encerrada, pero…

—Pero sabes que yo nunca haría eso. —Termino la frase por él con una sonrisa en mis labios intentando que se relaje.

—Exacto y mandarte lejos con tu familia tampoco era una opción porque…

—Las amenazas llegarían hasta ellos. —Vuelvo a responder, esta vez con un poco más de pesar.

Ed asiente.

—Es por ello que me he visto en la obligación de tomar medidas extremas cariño, pero recuerda que esto es por tu bien. —Esta declaración me tensa un poco y todo solo va a peor cuando noto que Ed mira del desconocido a mí—. Amy quiero presentarte a Maxon Moreno, tu guardaespaldas hasta que termine el juicio contra Collins.

Ahora la que observa anonadada a los dos hombres soy yo.

«¿Pero qué cojones es esto?».

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