La revancha


—¡Sebas! ¡Te buscan!

No me tomó más de una semana juntar coraje para plantarme en la puerta de la casa del vecino. Desde aquel día que vino a casa, no volvimos a cruzar palabra, tampoco me devolvió la llave fija, pero yo sabía que era porque estaba esperando que yo fuera a buscarla, y ahí estaba yo: dándole el gusto.

La madre, una mujer de pelo negro con algunas canas, me hizo pasar al recibidor. El coraje se fue al diablo cuando lo vi bajar las escaleras, sin camiseta, con un deportivo gris puesto. Era una bestia.

Le hice un gesto con la cabeza, haciéndome el canchero. Él me sonrió, y en ese intercambio de saludos silencioso hubo una tensión sexual espantosa.

La madre seguía parada ahí, y yo no sabía cómo disimular que me había puesto colorado hasta las orejas.

—Benja, ¿todo bien? Justo estaba por ir a tu casa. Vení, pasá.

Respiré hondo antes de seguirlo escaleras arriba. Obviamente, aproveché para detallar el tatuaje que tenía en la espalda: un cuervo con las alas extendidas, con un reloj de bolsillo colgando de su pico. La punta de las alas le acariciaba los hombros, y al igual que el tatuaje del dragón, estaba perfectamente detallado.

Cuando llegamos al segundo piso y me hizo seña para que entrara a su cuarto, juré que me iba a dar un ataque de pánico. Ahí fue cuando me replantée la pregunta: "¿qué mierda estaba haciendo yo ahí?" No, la excusa de que venía a buscar la herramienta no fue suficiente para calmar mi ansiedad, porque lo que menos me importaba era eso, quería verlo y que pasara lo que tuviera que pasar.

—¿Cómo sabés mi nombre? —pregunté cuando cerró la puerta del cuarto.

—Tu hermana te vive gritando, y supongo que no te llamás "idiota" —contestó, cagándose de risa.

A mi hermana la iba a matar.

—Vine porque mi viejo me pidió la llave que te presté la otra vez, y como al final la otra noche no me la llevaste...

Juro que intenté que sonara lo mejor posible, pero a juzgar por el gesto de su cara, sí, sonó justo como un reproche con segundas intenciones.

—Quería que vinieras a buscarla, la tengo acá.

Levanté una ceja, haciéndome el boludo. A esas alturas ya tenía que empezar a ver cómo la remaba para no quedar como un verdadero idiota.

—Bueno, dámela y me voy, así no te jodo...

Yo creo que soy muy lento, o tal vez este pibe era demasiado rápido. No entendí cómo fue que en un abrir y cerrar de ojos lo tenía prácticamente encima de mí. Me agarró de las mejillas con el pulgar y el índice, y deslizó la mano hasta mi mentón. Todo eso lo hizo sin perder esa sonrisita de ganador que me embroncaba y me ponía caliente en partes iguales.

—¿Qué pasó, vecino?, ¿quedaste picado la otra vez? —preguntó, con la voz ronca, y yo sentí como se me paraba hasta el último pelo del cuerpo—. ¿No te alcanzó con lo que viste?

¿Vieron los juegos de múltiple opción? En ese momento yo estaba así. Tenía la opción de hacerme el boludo y mandarme a mudar, o seguirle el juego y comerme todo ese pedazo de...

—Vos me buscaste primero —le contesté, haciéndome el machito fatal.

En ese momento sentí que mi barrita de vida se había recuperado un poco.

—¿Yo te busqué?

Dio un paso más y terminé retratado contra la pared. Se mordió el labio, como si estuviera aguantándose las ganas de comerme vivo. Abrí la boca para contestarle otra gansada, pero en ese momento, me agarró del hombro y me dio vuelta, dejándome de cara contra la pared.

—A mí me parece que vos lo que querés es otra cosa —dijo sobre mi hombro.

Sentí como si tuviera a un león hambriento a punto de comerme.

Ni siquiera me gasté en contestarle porque era evidente que ya había perdido la guerra.

Pegó la ingle a mi retaguardia sin una pizca de vergüenza y yo pude sentir toda su cuestión. Era esa la herramienta que había ido a buscar, y ya no valía la pena que siguiera haciéndome el gil.

Admito que cuando sentí su mano áspera entre mis piernas me puse un poquito nervioso. No estaba preparado para lo que estaba a punto de pasar, o capaz que sí, pero era la primera vez que terminaba con la mejilla pegada a la pared, a punto de ser sometido por otro hombre.

—Pará —murmuré, intentando que la voz me saliera un poco gruesa, suspirando cuando la mano del pibe rozó mi parte sensible.

—¿Paro? —preguntó, y acompañó la interrogante con una caricia que me hizo soltar un jadeo.

Sabía perfectamente que si le decía que no, iba a terminar arrepintiéndome para toda la vida. A decir verdad, en ese momento no tenía ganas de hacerme el artista y salir con el cuento de "yo no soy gay", en realidad nunca le presté atención a eso, el tipo me encantaba y era todo lo que tenía en mente. Y para mi buena suerte, parecía que él también estaba interesado, o tenía ganas de divertirse un rato. Con cualquiera de las dos opciones, yo iba a salir ganando.

Al final decidí guardarme la dignidad en el bolsillo y rendirme. Hice un gesto negativo con la cabeza, dejándole saber que no quería que parara, y enseguida escuché una risita triunfal, y su aliento mentolado acariciándome la nuca.

Después de un rato de estar con la cara pegada a la pared, decidí que ya era tiempo de ponerme las pilas y animarme a enfrentarlo. Me giré para quedar frente a él, lo agarré de la nuca y sin pensarlo mucho le comí la boca. Al principio pensé que no se lo iba a tomar muy bien, pero cuando sentí que me rodeaba la cintura con los brazos me relajé un poco más. Disfruté de esa boca carnosa mientras le acariciaba el pecho con un hambre que hasta a mí me dejó sorprendido. Él me empujó sobre el escritorio y antes de que pudiera acomodarme, me agarró otra vez de la nuca para retomar el beso. Yo estaba un poco aturdido, quería hacer tantas cosas a la vez que ni siquiera sabía por dónde empezar. Entonces, como si estuviera leyéndome la mente, me agarró una mano y guió una caricia que partió en su pecho y terminó en el elástico de sus bóxers.

—¿Te asustaste, vecino? —preguntó con ese tono áspero que dejaba clarísimo que estaba a quinientos grados.

Moví la cabeza en un gesto negativo y me incorporé, ayudándome con la mano que tenía libre. Él se estiró para llegar al cajón del escritorio y de ahí sacó un condón, y me lo mostró.

—No te zarpes... nunca hice esto y si me hacés doler, te cago a trompadas —amenacé.

Escuché su carcajada luego de romper el envoltorio del condón con los dientes.

Me sacó los pantalones junto con la ropa interior y se acomodó entre mis piernas. Se bajó su propia ropa hasta los muslos y después de ponerse el condón, empezó a masturbarme despacio.

—Tranqui, relajate y dejá que yo me encargue del resto. Si te duele avisame.

Cuando sentí sus dedos húmedos en mi entrada me recorrió un escalofrío por todo el cuerpo. Yo opté por cerrar los ojos cuando la vergüenza me ganó, porque si seguía encontrándome con su mirada me iba a terminar yendo a la mierda. Respiré profundo y soporte la molesta sensación. Cuando metió el segundo dedo me sobresalté, y él se dio cuenta enseguida.

—Me duele —me quejé, sin abrir los ojos.

—Relajate un poco —insistió.

A ver, vamos a dejar algo claro: tampoco es que yo sea un santo. El tema es que nunca se me había ocurrido experimentar con mi retaguardia. Mis momentos de autosatisfacción se resumían a una pajita de vez en cuando, pero del modo tradicional, nada fuera de la norma. Toda esta situación era completamente nueva para mí, y sí, estaba bastante tenso, por no decir asustado. Sin embargo, admito que el lobo feroz estaba haciendo un buen trabajo, y en un momento, no sé bien qué fue lo que hizo, pero juro que pude ver las estrellas. Abrí los ojos y lo miré. Sus ojos pardos se cruzaron con los míos y lo único que atiné a hacer, fue morderme el labio. Él me sonrió, haciendo un sonido ronco, y con toda esa rusticidad que lo caracterizaba, sacó los dedos, se escupió la mano y lubricó su miembro.

"Se me vino la noche..." pensé. Y bueh, bien dicen que el que busca encuentra.

Cuando sentí todo ese pedazo de carne entrando lo único que deseé fue no hacer un papelón. Tuve que pensar en una silla para no terminar en ese mismo momento. Apoyó una mano en el escritorio mientras la otra seguía tocándome, yo estaba en un trance. Sentía su ingle golpeando contra mis glúteos cada vez que me embestía, y es que el tipo no solo era una bestia en aspecto.

Al final, después de aguantarme como un campeón, decidí que era tiempo de dejarme ir.

Mentira, no pude aguantarme más. Y bueno, en mi defensa puedo decir que la situación me superó. Y sí, el vecino me terminó demostrando que sabía muy bien lo que hacía.

. . .

—¿Ya te vas?

Se prendió un cigarro y le dio una larga calada.

—Y sí, mis viejos ya deben estar por llegar y si no estoy, me van a cagar a pedos por dejar a mi hermana sola.

Cerré la boca de golpe cuando se me acercó. Levanté la cabeza para mirarlo, ignorando el hecho de que era más bajo que él, porque obvio, ni en joda me iba a parar en punta de pie para llegar a su altura, y él, con esa sonrisa tan característica, le dio otra calada al cigarro, me agarró de las mejillas, y soltó el humo dentro de mi boca. Después, me dio un beso corto, pero hambriento. Como si quisiera dejarme su sabor para que no me olvidara de lo que había pasado. Y cómo me iba a olvidar...

—Ahora te van a retar porque estuviste fumando con el vecino —me contestó en voz baja, alejándose —. Bueno, nos vemos cuando quieras, vecino. Mandale saludos a tu hermana.

Podría haberle devuelto el beso, o al menos pedirle el número, qué se yo. De todo lo que pude haber hecho, opté por abrir la puerta y mandarme a mudar sin decirle nada. Bajé las escaleras a los tropezones, y agradecí infinitamente que la madre no estuviera. Con el quilombo que metimos hubiera sido un milagro si no escuchaba.

Crucé la calle y entré a mi casa. Malena estaba sentada en el comedor, con el teléfono en la mano.

—¿Vinieron los viejos? —pregunté.

Ella negó con la cabeza y me miró, con una ceja levantada.

—Boludo tenés terrible olor a cigarro. ¿Estuviste fumando?

—No, tarada, yo no fumo —contesté, nervioso—. Lo que pasa es que Sebas fuma adentro del cuarto y se me pegó el olor. Me voy a bañar antes que vengan porque sino van a pensar cualquiera. —Noté que al principio mi hermana no quedó muy convencida, así que antes de meterme al cuarto, me giré y la miré con una sonrisa—. Ah, Sebas te mandó saludos.

Aquello fue más que suficiente para dejarla contenta y que no fuera a decirle cualquier cosa a mis padres.

Me metí al cuarto y empecé a sacarme la ropa, sonriendo como un boludo mientras reproducía en mi cabeza todo lo que había pasado. En ese momento, me acordé de algo importantísimo: Me había olvidado de pedirle la llave fija.

. . . 

¡SORPRESA! ahno. 

Bueno, llevaba unos cuántos meses pensando en darle un segundo cap a este oneshot porque creo que lo merece (?) Además, muchos de ustedes me lo pidieron, así que quise darles un gustito.  Espero que les guste la segunda parte y ahora sí, LA HISTORIA SE ACABÓ. (?)

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