Veintitrés, primera parte

Tras contarle un breve resumen de todo lo que había sucedido con el decano y mi altercado con la profesora, Diego me besó la frente y me pidió que me calmara. Cuando me separé de él, me ayudó a recomponerme y colocó su mano en mi espalda, para conducirme por el pasillo.

—No me toques así, nos van a ver.

Cerca del baño no había nadie, solo nos había visto la profesora Karina, pero conforme caminábamos hacia el área administrativa, podía vernos algún empleado.

—Igual se lo figuran —dijo y caminó a mi lado.

Al llegar a la oficina del decano, me hizo tomar asiento y habló con la secretaria para que le anunciara. La ansiedad me trastornaba, me costaba mantenerme en calma porque solo quería encerrarme a llorar.

—Ven —me llamó para hacerme entrar a la oficina dos minutos después—. Buenas tardes, ingeniero —saludó muy educado al decano y le estrechó la mano—. Aquí la señorita Mercier quiere colocar una denuncia de maltrato dentro de la universidad.

El decano me miró expectante.

—La profesora Karina entró al baño de damas. —Tomé una bocanada de aire—. Después de discutir conmigo me abofeteó y me insultó.

El decano se mostró sorprendido y se quedó por completo en silencio. Luego me miró, confundido, como si no creyese lo que le afirmaba. Tomó el teléfono y llamó a su secretaria a la que le pidió que contactara al abogado de la universidad.

—Espero tome cartas en el asunto —dijo Diego con el ceño fruncido al notar que el decano no decía nada al respecto.

—Lo haré, pero yo no soy el encargado de tomar ese tipo de denuncias y de hecho la señorita ya no es alumna del plantel.

Lo miré atónita.

—Sí, justo de eso le quiero hablar —dijo Diego—. Se puede saber, ¿por qué esta falta de cortesía profesional?  Tal parece que se me acusa de sostener una relación con una alumna y ni siquiera se me notificó de esta reunión. ¿Por qué acusan a la señorita Mercier de algo que en todo caso nos incube a ambos, sin que yo esté presente?

—Primero se habla con el alumno para descartar algún tipo de acoso por parte del profesor —contestó tajante el decano—. Es probable que en este momento mi secretaria estuviese intentando comunicarse con usted.

—¿Y qué dictaminó? —preguntó Diego serio—. Porque el acoso ocurrió después de su pésimo manejo de la situación, a cargo de una docente que incluso ha golpeado a la señorita en un baño de la institución.

—Eso se me escapa de las manos —contestó el decano—. Desconozco las razones de lo sucedido hasta que pueda hablar con la profesora.

—Ya sabe lo que ocurrió, la señorita se lo acaba de decir —le reclamó Diego, molesto.

—Ingeniero Roca, es un incidente que se investigará, téngalo por seguro, pero lo que nos atañe en este momento es que la señorita ya no forma parte del alumnado de la institución. Ha reconocido haber mantenido una relación con usted.

—Yo no admití nada —le interrumpí—. Dije que éramos amigos, solo eso. Además, si va a investigar mi denuncia, hágalo ahora, mire mi mejilla enrojecida, mire las cintas de seguridad y verá quién entró a ese baño después de que yo lo hiciera. Porque tal parece que para echarme de la universidad sí puede hacerlo todo con mucha celeridad...

Diego me apretó el hombro y yo giré a encararlo. Con la mirada me estaba pidiendo que me calmara así que no me quedó más remedio que hacerlo.

—Exijo que la señorita Mercier sea reinstaurada en sus clases con las condiciones previas a este incidente —pidió Diego, tajante.

—Eso no es posible, las relaciones entre estudiantes y profesores están prohibidas en la universidad. Como le expliqué a la señorita, dejar pasar este problema con ella, sería dar un mal ejemplo para el resto del alumnado.

—No entiendo cómo puede echar a una de las estudiantes más brillantes de esta institución, solo por asumir algo de lo que no tiene certeza y sin siquiera tomar en cuenta todas las...

—La señorita incumplió las reglas —dijo el decano, airado, interrumpiéndolo—. No quiera venir a verme la cara de estúpido.

—No, ingeniero, créame que no es el caso. Pero me parece una medida disciplinaria innecesaria.

—Las relaciones con el profesorado, tienen que ser únicamente de índole académico y la señorita violó las normas a las que ella misma dio su aprobación cuando se inscribió en la institución.

—Sí, pero usted como decano de ingeniería, tiene la potestad de aplicar cierta discrecionalidad al respecto, ¿no cree que todo esto es innecesario? Hay otras sanciones menos severas que puede aplicar.

—No me diga cómo hacer mi trabajo —replicó el decano apiñando la boca bajo su tupido bigote.

Miré a Diego, tenía la mandíbula apretada, no obstante, no parecía haber perdido la paciencia, mientras que a mí un par de lágrimas silenciosas se me deslizaban por las mejillas.

Escuché a Diego suspirar y luego mirar al decano.  Se agachó un poco, colocó las manos sobre el gran escritorio que precedía la oficina, para ponerse a su altura, pues este era bajito y con absoluta autoridad, comenzó a hablar:

—Si la señorita Mercier, no es reinstaurada en calidad de alumna becada de esta institución, mi tía nunca más va a donarles un céntimo. Además de eso, la señorita demandará a la universidad por el incidente de abuso y maltrato de hace rato y tenga por seguro que lo hará con mis abogados —puntualizó dejándome anonadada—. Le sugiero que recapacite, le pida discreción a sus empleados sobre lo sucedido, le exija a la profesora Karina una disculpa para con la señorita, además de imponerle una baja mientras va a terapia, porque está claro que algún tipo de problema debe tener como para golpear a una alumna en un baño.

El decano parpadeó incrédulo. 

—Por mi parte, le entrego mi renuncia, con quince días de anticipo para que pueda encontrar un suplente para mi materia. —Miré a Diego pues no esperaba aquello, aunque supuse que tal vez lo hacía antes de que lo despidieran—. Así no tendrá que preocuparse por alguna posible relación indebida dentro de la institución. Le doy exactamente diez minutos para que lo piense, después de eso nos marchamos y tendrán que entenderse con mis abogados. Sí tenemos que llevar esto a tribunales que así sea.

Diego me tendió la mano y me hizo salir de la oficina del decano. Permanecimos de pie, en el pasillo, sin que yo fuese capaz de pronunciar palabra.

—Tranquila, todo va a estar bien —dijo bajito con un tono de voz moderado y muy dulcificado.

Me acomodó un mechón de cabello detrás de la oreja y me lo arregló un poco. Luego me tomó por la barbilla para estudiarme la mejilla en la que me habían golpeado y la acarició con delicadeza con su pulgar.

—Diego... —Ni siquiera sabía que decir sobre lo ocurrido segundos atrás en la oficina, así que solo dejé que el miedo y el pánico me aprisionaran el pecho—. Si pierdo esta beca no sabría cómo explicárselo a mis padres.

Escondí la cara tras su pañuelo, apretando los dientes para no llorar y luego tosí, pues una presión se me anidaba en la garganta. Un dolor cáustico se me arremolinaba en el pecho, la angustia me carcomía.

—Máxima, todo va a salir bien. De lo contrario, te pago la carrera en la universidad que quieras.

—Buenas tardes —dijo un hombre que pasó hacia la oficina del decano y Diego lo saludó de vuelta.

—Ese no es el punto —contesté muerta de miedo, él no comprendía que el problema se trataba sobre qué les diría a mis padres, además del detalle de perder el semestre—. ¿Qué le digo a mi papá? ¿Me botaron de la universidad por andar de calenturienta besándome con un profesor en un salón y ahora me quedé sin beca? Es que no te imaginas como es...

—Lo sé, yo sé que tu papá es demasiado sobreprotector, me lo contaste más de una vez.

Cierto, a Leo le había explicado lo celoso que era mi padre, el cual aspiraba que no tuviese novio hasta que me graduase de la universidad, porque en todo caso, yo tenía que estar era solo concentrada en mis estudios.

—Me merezco esto. Es verdad, incumplí las reglas.

Diego arrugó la cara.

—¡Claro qué no! Esto ha ocurrido antes y no han expulsado a nadie. No sé qué le pasa al decano.

Lo miré sorprendida, no tenía ni idea. Aun así suspiré asustadísima, la ansiedad mermaba mi vitalidad. Cuando vi a la secretaria caminar hacia nosotros no supe si sentir terror o alivio, lo cierto era que no había necesidad de que siguiera en crisis, el decano ya había tomado su decisión. Mi suerte estaba echada.

—Tomen asiento —pidió aquel hombre bajito—. Le extiendo una cordial bienvenida, señorita Mercier, estamos complacidos de tenerle de nuevo en la institución, con todos los beneficios de su beca incluidos —dijo con falsa amabilidad y a mí el alma me volvió al cuerpo—. Lamento informarle que no puedo prometerle que recibirá esa disculpa por parte de la profesora, no podemos admitir esa clase de violencia en nuestra institución, por lo que le daremos de baja con efecto inmediato.

—No... —dije con voz temblorosa—. No es necesario que la despidan.

Pensé en que si la echaban, ella le contaría a todo el mundo la supuesta historia de la alumna coqueta que seducía al pobrecito profesor, la cual rodaría por toda la universidad y sería yo la perjudicada. Prefería aguantar ver a esa bruja en algún pasillo, a que me hiciera estar de boca en boca, porque si algo me había quedado claro era lo desequilibrada que se encontraba.

—Dele la opción de esa disculpa, más una baja por varios meses —añadió Diego.

El decano miró al que supuse era el abogado y este asintió.

—De acuerdo —dijo el decano—. ¿Algo más que quieran? —agregó en tono irónico, por lo que Diego y yo permanecimos en silencio, aunque no se me pasó por alto que este último apretaba la mandíbula muy molesto—. En cuanto a su renuncia, ingeniero Roca...

—Mañana la tiene por escrito —se apresuró a contestar Diego, interrumpiéndole. 

—Hablé con el rector y este desea primero conversar con usted sobre eso.

—De acuerdo. —Le extendió la mano, la cual el decano estrechó porque no le quedaba de otra. 

Salimos del despacho sin hablar, me sentía fatal. Nosotros éramos culpables y merecíamos algún tipo de castigo. Resultar ilesos así me parecía aborrecible, aunque al mismo tiempo, el alivio invadiera mi cuerpo.

Bajamos las escaleras y cuando llegamos a la mitad me tomó por el brazo.

—¿Estás bien?

Negué con la cabeza.

—Me quiero ir de aquí —dije reprimiendo las lágrimas.

Justo en ese momento vi a la profesora Karina a través del barandal de la gran escalera que precedía el edificio administrativo, en la planta baja. Se encontraba de espaldas a mí, hablando por teléfono y no se veía para nada contenta. Alguien se le acercó, una chica con el uniforme de la universidad que parecía estarle dando algún tipo de información.

—Hablaré con ella —dijo Diego—. Ten, camina al estacionamiento de profesores, entra a mi camioneta y espérame ahí.

—¿Para qué? Mejor dejemos lo ocurrido como está —le dije sin entender nada.

—No, se supone que éramos amigos, no entiendo porque me hizo esto, pudo venir a mí y preguntarme lo que sucedía, no ir a mis espaldas a denunciarme.

—Me denunció fue a mí, Diego, ¿acaso estás ciego? Lo hizo porque está celosa, ¡le gustas! Por eso discutimos en el baño.

Me miró por un momento y noté que le asombraba.

—Voy a hablar con ella, no debió golpearte.

—Tuviste algo con ella ¿sí o no? No me mientas —pregunté en mal tono, harta de todo.

Esa mujer me había golpeado llena de ira, necesitaba saber si sus celos tenían algún tipo de fundamento o si debía asumir que se había montado una película con Diego en la cabeza y estaba molesta porque no se le haría realidad.  

—No, ya te dije que no —respondió en mal tono también—. ¿Podrías creerme? ¡Por Dios, Máxima!, este no es el momento para tener una discusión en medio de la universidad.

Me molestó que me contestara así, yo no quería discutir, era él quien no se daba cuenta de que hablar con esa mujer no tenía sentido. Obvio no deseaba hacer ningún papelón, al menos, había poca gente a nuestro alrededor; no obstante, estamos en la sede administrativa, cualquiera podría oírnos.

Tomé las llaves y comencé a bajar las escaleras junto a Diego con tan mala suerte que coincidí con la profesora Karina que venía subiendo. Pretendía esquivarla, cuando esta me habló.

—Máxima —dijo tuteándome—. Lo que sucedió en el baño... Discúlpame, me extralimité —expresó secamente, como si decir aquellas palabras le supusiera un esfuerzo grandísimo. La miré sin saber cómo sentirme, siempre estuvo entre mis profesoras favoritas por su jovialidad, no me esperaba algo así de ella, no obstante, cuando le escuché hablar de nuevo, se me revolvieron las tripas—. Diego... ¿Podemos conversar un momento, por favor? —expresó con un tono meloso que me hizo mirarla con desdén.

—Creo que Máxima se merece una mejor disculpa —le exigió él—. ¿En qué estabas pensando? ¿Golpearla?

Ella separó los labios, atónita, como si no esperara eso de él. Luego, inhaló y me miró de mala manera, la profesora simplemente no podía darme una disculpa que en verdad expresase arrepentimiento porque era obvio que no lo sentía. Supuse que sí lo hacía era solo por evitar repercusiones legales, porque ni siquiera había hablado con el decano.

—Olvídalo —dijo Diego—. Está visto que no sientes remordimiento.

—Diego, lo que sucede es que...

—Ven —Él la tomó por el hombro, para instarla a seguirlo al piso de arriba.

Ellos subieron las escaleras, mientras que yo los observaba. Diego giró en mi dirección, su mirada era conciliadora, muy distinta a la que dedicó a la profesora cuando la encaró segundos después, así que comencé a bajar los peldaños. 

Crucé todo el campus universitario y tomé un atajo al rodear los laboratorios. Me moví en medio de las personas que hacían fila para comprar donas en una de las tienditas que bordeaban la gran plaza central, hasta que llegué al estacionamiento de profesores. Caminé entre los autos con la esperanza de no ser notada por los de seguridad. Le di al botón de la alarma de la camioneta y la localicé casi al final, dejé mi bolso, tomé asiento y me encerré a esperar a Diego. Ardía de rabia de saber que se encontraba con ella, no eran celos, solo era molestia por lo sucedido. Aun lo seguía procesando todo, estaba tan asustada... Fue ahí que noté que el pulso me temblaba del coraje.

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