Veintisiete, parte dos.

Me llevé la copa a los labios, saboreé despacio el vino blanco espumoso. Miré con atención la foto. Era linda y sensual. Esos eran los dos adjetivos que se me ocurrían al verla. No movilizaba otras emociones, se notaba que buscaba transmitir cierta inocencia fingida. Eso sí lo lograba. Era una chica rubia con un moño esponjado en el cabello. Se encontraba de espaldas, mirando sobre su hombro, en el cual descansaban sus dedos enfundados en un guante de raso. Los labios brillantes y voluptuosos. Expresión aletargada, dulce. Centímetros y centímetros de piel blanca en apariencia sedosa en una ropa interior muy delicada. Toda su indumentaria era del mismo color, rosa pastel.

Me mordí el labio inferior pensando en cómo me vería cuando luciera uno de esos modelitos que Diego me había comprado, o qué cara pondría él al verme, de seguro estaría extasiado.

De solo imaginar a Diego con el rostro crispado por el deseo, mi vientre bajo se tensionó. Moría por verlo. Pensar que, en cambio, me encontraba en una galería acompañando a Nat, a la exposición que Gabo había armado en conjunto con otros artistas. ¡Qué fastidio!

—¿Qué te parece? —escuché que me preguntaba una voz masculina de tono grave y profundo a mi lado. Giré en su dirección y pestañeé sorprendida al descubrir quién era—. Creo que Gabriel está encontrando su nicho con este tipo de fotografías —Hizo una pausa y sus ojos abandonaron la imagen de la rubia para posarse sobre mí—. Máxima, ¿cierto? —Asentí—. Dime, ¿dije algo malo ese día en el restaurante como para que tu amigo reaccionara de esa forma? Si fue así, te ruego que me perdones, a veces suelo ser muy efusivo.

—Ya le había dicho que no quería posar para que me pintara y usted insistió. Y no es mi amigo, es mi novio.

—Por supuesto, los novios y esa necesidad de marcar territorio... Te pido disculpas si te ofendí de alguna manera, no era mi intención.

—Él no estaba marcando nada, solo no quiso que nadie me molestara.

—¿Y lo hice?

Entrecerré los ojos mientras lo miraba y negué con la cabeza. Recordé lo que me había dicho Diego acerca de esa pregunta impertinente sobre el tono de mis labios, el tema era que, por alguna razón, a mí aquel hombre no me hacía sentir aversión, tal vez era un baboso como cualquier otro, pero al menos, no era uno que me resultara repulsivo hasta el extremo de que no quisiera ni que me hablase. Se veía como un tipo sensato al que le podía explicar mi desinterés por su obra y punto, a todas luces, no parecía un psicópata acosador.

—Entonces, ¿qué opinas? —insistió con una sonrisa amable.

El hombre iba vestido con una camisa negra y un saco color beige oscuro. Emanaba una fragancia fuerte, masculina, además de cierta energía misteriosa.

—Es linda —expresé mientras veía la foto y luego giré el rostro hacia él—, aunque la verdad... No sé mucho acerca de fotografía.

—No hay que saber mucho sobre arte para apreciarlo —comentó con tranquilidad, al menos no era un snob—. ¿Sabes qué es lo más curioso sobre las obras de arte? —preguntó aquel hombre de semblante amable y mirada sagaz. Negué con la cabeza y lo miré expectante, instándolo a darme la respuesta—. Que no tienen ni idea de que son obras de arte. —Sonrió y un brillo especial resaltó en sus ojos oscuros.

—Bueno, es comprensible. Suelen ser objetos inanimados, aunque sé que algunos artistas hacen actuaciones, pero supongo que ellos sí saben que son obras de arte.

Se rio un poco.

—Eso es distinto. Un artista que realiza performance por lo general suele estar muy consciente de lo que hace y de lo que quiere transmitir.

Lo miré confundida, no comprendía a qué se refería.

—¿Entonces hablas de las obras famosas como la Gioconda?

Me llevé la copa a los labios y él se rio espontáneo de nuevo.

—Leonardo sí que supo hacerla, siempre que se habla de una obra de arte la gente piensa en la Gioconda —Hizo una pausa y miró la fotografía de Gabo—. Pero sí, pudiese ser, es probable que Lisa Gherardini no supiese que ella era una obra de arte hasta que Leonardo la pintó como le encargó el esposo de esta. La obra de arte era Lisa, Leonardo solo la entendió y la inmortalizó en un cuadro. O algo así... Dicen que no estaba terminado.

Bajé la cabeza, para ahogar una risa que pugnaba por salir de mi garganta, pues comenzaba a comprender por dónde iba el asunto. Había que admitir que el hombre tenía labia y encanto.

—Siglos después, es visitada por millones de personas. Leonardo, hizo a Lisa eterna.

Se llevó la copa a los labios y metió su otra mano en el bolsillo de sus pantalones en un gesto que pareció al descuido, mientras continuaba observando con detenimiento la foto de Gabo.

—Sí, de seguro Lisa no tenía ni idea —dije por seguirle la corriente y tomé un sorbo de mi copa también.

—¿Y sabes qué sería terrible? —preguntó girando a mirarme, tras soltar esa frase que supuse estaba muy bien estudiada y que había dicho para causarme curiosidad. Negué con la cabeza de nuevo, instándolo a seguir hablando—. Que no hiciera por ti, lo que Leonardo hizo por ella.

Reí, no pude evitarlo y él también lo hizo.

—Usted es incorregible, ¿no piensa dejar de insistir?

Lo miré entornando los ojos con cierto sarcasmo. Era un poco decepcionante, resultó que su labia no era tan buena. Aquel cuadro no se había hecho en verdad famoso hasta la controversia de su robo, así que la imagen de Lisa no se había vuelto eterna meramente porque Leonardo la había pintado. Lo más probable fuese que le dijese lo mismo a un montón de chicas y a muchas ni siquiera les importaría si era verdad o no, porque su interés estaría centrado solo en él.

—No es mi culpa, eres tú la de la mirada concupiscente que grita que debe ser pintada.

«¿Concupis... qué?».

—Ah, Max, al fin te encuentro —dijo Clau interrumpiéndonos—. Hola, Antonio, ¿cómo estás? —le preguntó, haciéndome recordar el nombre de aquel hombre y le dio dos besos. Uno en cada mejilla.

«Pero mírala, siendo toda europea cuando le conviene» pensé, pues ella lo era en parte, su padre era español.

—Hola —la saludó él con amabilidad.

—¿Qué te parece esta pieza? —le preguntó Clau.

—Me despido, le dejo en muy buena compañía —dije dirigiéndome al hombre y aproveché aquella interrupción para marcharme.

—Adiós, Máxima —pronunció mi nombre con tono sugerente—. Ojalá tenga el placer de verte de nuevo pronto.

Tragué saliva y me alejé de ahí para buscar a Nat. Caminé entre las personas que miraban la muestra de arte mientras conversaban y bebían al ritmo de la música que sonaba con suavidad a través de los altavoces. Visualicé a mi Lechuguita en medio de un grupo de gente al otro lado de la galería de largas paredes blancas.

Caminé hacia ella y me paré a su lado. Nat me hizo un lugarcito, como si quisiera animarme a unirme a la conversación. Sonreí y negué con la cabeza.

Busqué en mi pequeño bolso y saqué mi teléfono. Entré al navegador y tecleé en Google la palabra que aquel hombre había dicho, mientras escuchaba a un amigo de Gabo hablar sobre la escultura de terracota que había tallado.

Concupiscente: que está dominado por la concupiscencia.

Rodé los ojos y busqué entonces ese término.

Concupiscencia: deseo de bienes materiales o terrenos, en especial deseo sexual exacerbado o desordenado

«¿Pero qué rayos?», pensé.

*****

Claudia suspiró como si se tratase de un dibujo animado depresivo. Se llevó el vasito lleno de tequila a los labios y se lo bebió de golpe, para luego dejarlo sobre la mesa.

—Ten. —Me pasó un shot—. Bébete uno. —Levanté el vasito, lo vacié por completo en mi boca y sentí el ardor del licor escocerme la garganta—. Tomate otro.

—No, no, no así estoy bien —insistí, así que lo bebió ella—. Ya no bebas más —le dije, pues la notaba algo achispada.

—Ese tipo no me dio ni la hora. Ni la hora, Max —soltó indignada a mi oído para que pudiera escucharla por la música—. Estábamos conversando de lo más a gusto y una mujer se le acercó para hablarle de uno de sus cuadros y fue como si se olvidase de mí.

—¿Y para qué quieres que te dé la hora? —pregunté colocándole un mechón de cabello detrás de la oreja.

—Ese tipo se ve que debe coger divino. Muy divino, yo quiero un tipo que me coja divino. No está suerte de baboso. —Me mostró en la pantalla de su teléfono un par de mensajes—. Que coge fatal. Yo no quiero estar con hombres que cogen mal.

Comencé a leer con curiosidad. El chico le decía algo así como que ella era demasiado bella y que sería perfecta para ser la madre de sus hijos. Pestañeé un par de veces. El tipo en definitiva no la conocía. A Claudia le daba alergia ser tratada como una mujer cuya valía dependiera de su capacidad para procrear. Le acaricié el cabello mientras ella lloriqueaba por su mala suerte.

—Joder, yo quiero un tipo que me coja rico y me diga para ir a bailar, a comer, que me lleve de viaje... Y él ahí, hablándome de bebés cuando estoy tan joven y coge tan mal. —Hizo un gesto de repelús—. Ay, no, que deprimente.

Asentí para darle la razón.

—Pero bueno, ¿qué sabes tú? Tal vez esa mujer era una clienta y por más que sea, los negocios son primero.

Le hice señas a Nat, que estaba en la pista de baile, para que se acercara, porque Clau andaba con los ánimos bajos. Eso no era común, por lo que el chico de los mensajes, en serio, debió haber sido de lo más decepcionante. Por mala suerte, mi mejor amiga no me vio.

Justo en ese momento, el hombre hizo aparición, parecía que le habíamos invocado. Se encontraba conversando con otro chico más joven. Ambos nos miraron y en mi mente sonó una especie de alarma cuando los vi caminar hacia nosotras. Claudia se enderezó en su silla y cambió la expresión por una de lo más divertida.

—Hola, Antonio ¿quieres bailar? —le dijo después de que él la saludara.

El hombre sonrió y le ofreció la mano para hacerlo. El chico quiso hablarme, supuse que para invitarme a bailar también, así que yo fingí no percatarme de sus intenciones y miré hacia enfrente. Luego lo escuché darme las buenas noches, asentí por mera educación y lo vi marcharse. Al menos no tendría que lidiar con ningún pesado.

Fernando acababa de llegar con unos amigos. Lo tomé del brazo y me lo llevé a la pista. Bailé muchísimo con él, hasta que este empezó a hacerle ojitos a un chico moreno guapísimo, por lo que no tardó en abandonarme. Seguí bailando con Andrés un amigo suyo, el problema era que este estaba algo pasado de tragos por lo que comenzó con sus insinuaciones.

—¡Andy! —Le di un manotón en el brazo cuando me apretó una nalga—, pórtate bien —lo regañé.

—Es que estás muy bella, Máx. Deberíamos irnos a mi casa.

—Claro, claro —Le llevé la corriente, mientras le hacía señas a su novio que estaba en nuestra mesa tomándose un trago—. ¿Y qué vamos a hacer en tu casa, si se puede saber?

—Hacer el amor toda la noche —dijo con un tono gracioso que supongo en su mente sonaba seductor y me hizo dar una vuelta demasiado rápida sobre mis tacones, para luego atraerme hacia su cuerpo.

—Pero si tú eres gay, Andy —dije entre risas.

—Por ti me hago hetero, mi amor.

Andy era una clara muestra de la diversidad sexual humana, pues se definía como gay, pero a veces, cuando estaba pasado de tragos, coqueteaba con mujeres. A Clau incluso le había dado un beso una vez y Fer nos había contado historias de fiestas en las que su amigo había terminado entre las sábanas de alguna chica desconocida.

El novio de Andy me guiñó el ojo y lo tomó del brazo dándole una botella de agua. Luego se lo llevó consigo a la mesa por lo que yo me fui a buscar a Nat, para decirle que me quería largar de ahí.

Mi amiga estuvo de acuerdo. Clau estaba muy entretenida bailando y nos dijo que en todo caso se iría con Fer. Entramos a la camioneta de Gabo y cuando estaba comenzando a pensar en llamar a mi novio, para contarle que tenía muchas ganas de ir a su apartamento a pegarle una sesión de besos, el teléfono de Gabriel sonó.

No sabía qué ocurría, pero no se le veía contento, de hecho, maldijo un par de veces. Nat le preguntó qué sucedía solo vocalizando con los labios y él le hizo señas para que hiciera silencio.

—Sí, sí, ya voy para allá, soy yo el que le va a pegar una golpiza para ver si deja lo pendejo.

—¿Qué pasa ? —preguntó mi amiga consternada después de que él terminara la llamada.

—Nada, el imbécil de Ramiro se agarró a golpes en un bar con Julián por lo de su exnovia. Lo que pasa es que el Barman es amigo de nosotros y lo metió detrás de la barra antes de que la pelea trascendiera, pero está super obstinado, porque obvio su jefe está que lo despide por la gracia. Lo tengo que ir a buscar, porque el imbécil está borracho y no puede conducir.

Nos dirigimos al bar que se encontraba a casi veinte minutos de distancia. Gabriel se bajó de la camioneta y le pidió a Natalia que tomara el volante, pues estábamos aparcados en doble fila. Mientras esperábamos, comenzamos a conversar.

Nat me contó qué Ramiro tenía unos rollos existenciales muy fuertes con su exnovia que ella había evadido conocer a detalle. Solo sabía que la chica le había sido infiel con uno de sus amigos...

—La verdad no sé si es que Gabo es muy malo contando chismes, no se sabe explicar o qué, pero te juro que siempre me ha dado fatiga intentar comprender qué es lo que sucede con la vida de Ramiro

Me eché a reír y justo en ese momento Gabo abrió la puerta de la camioneta, para meter a su amigo en el asiento trasero junto a mí. Sentí dolor de solo verlo, tenía la cara hinchada y ensangrentada. No estaba del todo consciente y no supe si era por los golpes o por la borrachera.

—Hola —Me sonrió antes de desplomarse sobre mi regazo.

—¿Te molesta? —preguntó Gabo preocupado.

—No, está bien, con tal de que no me vomite.

—Ok, llévalo ahí.

Gabo sacó una bolsa de la maletera y me la entregó para que la colocara debajo de la cabeza de Ramiro, para que no me manchara la ropa de sangre por sí se giraba. Luego se sentó en el asiento de copiloto y le indicó a Natalia que condujera hacia una farmacia.

Después de que Gabo compró algo para desinfectar las heridas, nos encaminamos a su casa. Al llegar, descubrimos que su compañero tenía una pequeña reunión con amigos, por lo que pasamos directo a su habitación.

Dejó a Ramiro sobre la cama. Este había perdido varios botones de la camisa, por lo que llevaba medio torso al descubierto. Natalia me miró de reojo para señalarme lo obvio. El tipo tenía un abdomen en donde se podía lavar kilos de ropa.

—Ay, no, yo me voy de aquí —dijo Nat cuando Gabo recolocó bien a su amigo en la cama y se le vio la cara llena de sangre. Mi Lechuguita era débil para eso, le daban náuseas.

Gabriel abrió la bolsa de la farmacia y remojó una gaza en alcohol, para comenzar a limpiar a Ramiro que tenía restos de polvo, de cenizas de cigarrillo o Dios sabría de qué, pegados en la sangre.

—Debiste comprar agua oxigenada, el alcohol le va a arder mucho.

—Ay, yo qué voy a saber. Más bien que agradezca que fui a sacar su culo de ahí.

Gabriel comenzó a limpiarlo y Ramiro se quejó.

—Yo lo hago. —Intervine, porque me daba un poco de lástima—. Déjame a mí.

—¿Segura?

—Sí, sí, mis padres me hicieron hacer un curso de primeros auxilios.

—Ok, muchas gracias. No sé por qué es tan pendejo cuando sabe que vive de su cara.

—¿A qué te refieres?

—Ramiro es modelo, filma comerciales, hace pasarelas y catálogos.

—Ah, entiendo. Búscame un poco de agua para lavarlo.

Tomé la coleta que siempre solía llevar en la muñeca, le recogí el cabello alborotado y le hice un moño alto. Luego pasé una gaza húmeda de agua por la superficie del rostro en busca de heridas, estaba golpeado, lleno de moretones, pero la sangre no parecía ser suya.

Tenía rasguños, sin embargo, solo un corte algo profundo en el labio. Supuse que el otro tipo había terminado peor. Ramiro se quejó cuando acerqué otra gasa empapada de alcohol al corte y abrió los ojos, tenía las pupilas muy dilatadas.

—Qué bonita eres —balbució queriendo incorporarse.

—Cálmate, pendejo —dijo Gabo al sostenerlo por el pecho y Ramiro se rio.

—Muy bonita —insistió.

Le revisé los brazos, el pecho, el abdomen, en definitiva, la sangre no era suya.

—¿El otro tipo está bien? —pregunté consternada.

—Sí, me contaron que es de sangrado nasal muy fácil y por eso el desastre.

—Ah...

Tras terminar, me lavé las manos y los antebrazos en el baño, al salir vi que Ramiro estaba echado con la cabeza sobre una almohada en la cama, mientras Gabo le sacaba los pantalones sucios. Alzó la vista hacia mí, me sonrió con cara de borracho y yo me apresuré a marcharme de la habitación.

—Te debo una —dijo Gabo.

—No es nada —contesté sincera y cerré la puerta.

—¿Nos vamos? —preguntó Nat

—Sí.

Mi mejor amiga se despidió de Gabo. Lo sucedido con Ramiro les había arruinado la velada. Sus planes eran dejarme en el apartamento y luego volver a casa de Gabriel a pasar la noche juntos.

—Me vino a joder el polvo el pendejo de Ramiro —explicó mi amiga lo que ya me sospechaba, mientras le sacaba la alarma a su auto, que habíamos dejado más temprano en el estacionamiento de la casa de Gabriel.

—Bueno, al menos es una excusa válida. Si fuese yo, harías lo mismo.

—Mmm sí, pero te tiro a dormir la borrachera en el sofá, no en mi cama y me voy a coger... —dijo entre risas.

—Joder... A eso le llamo yo prioridades. —Reí sarcástica.

Nat condujo y mientras recorríamos las calles poco transitadas de la ciudad, a esa hora de la madrugada, pensé en que me habría apetecido más pasarme la noche tirada en el sofá de Diego, viendo televisión con él, en una de sus camisetas, que irme a bailar. Me encantaban mis amigas y salir con ellas, pero al final del día era de irme de fiestas más esporádicamente.

Tomé mi teléfono y le escribí un mensaje.

«Justo ahora se me antoja ir a tu apartamento, meterme en tu cama y dormir contigo. Pero creo que si vuelvo a despertarte en medio de la madrugada me vas a odiar, en fin, solo quería decirte que tengo muchas ganas de verte, ¿nos vemos mañana? Avísame. Beso».

Miré la pantalla pensando en que me habría encantado que Diego me contestase en ese momento, que me dijera que por casualidad se encontraba despierto, pero no. Seguramente el pobre estaba rendido de tanto trabajar.

De no haber sido por todo el tiempo que había tomado resolver lo ocurrido con Ramiro, tal vez me habría animado a llamarlo, para ir a su apartamento. Refunfuñé por tener que esperar hasta el día siguiente.

*****

Por la mañana, me estiré entre las sábanas. Tomé mi celular de la mesa de noche para ver la hora y no pude evitar sonreír al leer aquel mensaje.

«Fiesta de pijamas en mi casa. Te busco a las cuatro y media de la tarde.

PD: lo del pijama no es en serio, en realidad prefiero que no uses nada».

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