Veintiocho, parte dos
—¿Quieres saber si estoy mojada? —pregunté a su oído un minuto más tarde. Él asintió, se veía muy excitado—. Entonces tienes que ponerte de rodillas.
Alzó las cejas, sorprendido ante mi requerimiento, así que le miré con insistencia, para transmitirle que mi petición iba en serio. Sumiso, puso una rodilla en el suelo, luego la otra y me miró con cierta insolencia.
Me acerqué a él, pasé mi dedo índice sobre su frente, en dirección vertical y bajé por el puente de su nariz hasta alcanzar sus labios dulces. Lo provoqué con un toqueteo sutil y la promesa de un beso que no llegó, porque empujar a Diego al borde de la excitación, más que divertido, era un total afrodisiaco.
Me situé frente a él, corrí la tela del body que cubría mi sexo y lo dejé al descubierto.
—Ya sabes qué hacer.
Una de las comisuras de sus labios se arqueó, preciosa, hacia arriba. Verlo con ese semblante malicioso hizo que me hirviera la sangre. Colocó las manos a los lados de mi cadera, se agachó, sacó la lengua y sin dejar de mirarme, me lamió. Jadeé ante la contracción tan fuerte que me recorrió cuando hizo contacto con mi sexo. Aquello se había sentido demasiado delicioso y apenas estábamos empezando.
No obstante, de repente, Diego echó la cabeza hacia atrás y me miró confundido.
—¿Por qué sabes a menta?
Me eché a reír.
—¿Te gusta?
Asintió y no tardó en volver a mí, para lamerme con insistencia. Eso hizo que cerrase los párpados y jadease sin resuello, mientras mis dedos hacían surcos en su cabello para instarlo a no separarse de mí. Necesitaba que continuase regalándome el roce flexuoso de su lengua húmeda y su aliento tibio.
Gemí ante el roce de sus incisivos que se hundieron con suavidad sobre mi piel, para provocarme una punzada deliciosa de placer que me aniquiló por completo. Abrí los ojos y me gustó encontrarlo entregado a la tarea.
Diego tenía que ser consciente, tenía que serlo, sí, él sabía el poder que él poseía en ese apéndice, en esa lengüita. Lo recordé diciendo: «Lo hago mejor con la lengua» la primera vez que estuve en su habitación. Claro que lo sabía y hacía uso de sus encantos a propósito, para volverme loca.
—Mmm...
—Siéntate —me pidió con la voz ronca.
Obediente, tomé asiento en el borde de la cama, abrí las piernas y volví a echar a un lado la entrepierna de mi ropa interior, para darle espacio. Me miró con atención y mi sexo se contrajo cuando fui consciente de la lujuria que bailaba en sus ojos, mientras estudiaba mis formas.
Besó la cara interna de uno de mis muslos y arrastró la lengua hacia mi coño que palpitaba anhelante. Cerré los párpados y dejé caer mi cabeza hacia atrás cuando su lengua hizo contacto de nuevo. Su aliento era tibio, sus labios una maravilla.
—Joder... Es que tienes talento para esto, Diego. Te lo juro.
Lo sentí reírse contra mi piel, pero no tardó en retomar la tarea con rapidez. Pasó sus brazos bajo mis muslos, para hacer palanca y sus manos se posicionaron en mis caderas, para atraerme hacia su boca con vigor. Aquel movimiento me hizo gemir frenética, por la simple razón de que sentirlo desesperado, era una de las mejores sensaciones que hubiese experimentado en la vida.
Apoyé uno de los codos en la cama y me eché, ligeramente, hacia atrás para darle más espacio.
Diego con los párpados cerrados, mientras exhibía esa vena en la frente que se le brotaba cuando estaba demasiado excitado y una expresión en el rostro de ensimismamiento, de entrega total, me resultaba insuperable. Y sus sonidos... Otro detalle insuperable... Diego era ruidoso para comer, podía escuchar su respiración entrecortada sumado a las poderosas succiones que daba.
Abrió los ojos y pasó la mano debajo de mi muslo, para arroparlo por completo con su brazo fuerte y colocó mi corva sobre su hombro en busca de más espacio. Después, arrastró la lengua desde mi ingle, por toda la piel del muslo, de forma ascendente, hasta llegar al borde de encaje de mis medias, en donde depositó un beso que me hizo suspirar.
Él sabía lo que me hacía y parecía proceder con total astucia.
Conocedor de sus encantos, del poder que ejercía sobre mí, me torturó con esos besos simples, para hacerme desfallecer de las ganas de que bajara hasta mi sexo que se retorcía anhelante. Se estaba vengando de mí, ¿acaso no era eso lo que hacíamos siempre? ¿Provocarnos y tomar revancha de la forma más lujuriosa posible? Diego cambió de muslo, besó la piel de a poco y ascendió con exacerbada lentitud, lo que logró su objetivo, que yo perdiera la cordura. Tiré de su cabello, para reconducir su boca a mi coño que palpitaba desesperado y el muy canalla me clavó la lengua sin miramientos.
—Ahhh.
Prorrumpí los más densos gemidos con la boca muy abierta y los ojos cerrados, a la vez que mi cuerpo se arqueaba consonante al placer que recibía, al echar la cabeza hacia atrás.
Con brusquedad, lo sostuve por el cabello para impedir que pudiera alejarse. Diego y esa maldita lengua... Esa delicia de apéndice que se retorcía deliberadamente para hacer que mi cuerpo ardiera sin remedio.
—Joder... —dije entre dientes—. Bendita sea tu lengua...
Diego y esa miradita sibilina persistente, mientras me lamía con profusa saliva, estaba acabando con mi cordura.
Sus caricias cambiaron de trayectoria, ascendió hasta mi clítoris y lo mordisqueó con brusquedad hasta hacerme gritar. Nunca lo había sentido tan rudo, era obvio que sus avances tenían el propósito inequívoco de enloquecerme. Alzó la vista, se veía presuntuoso, creído y eso me sacó del abismo en el que me había arrojado.
Me incorporé y le detuve al deslizar los dedos sobre mi sexo. Su primera reacción fue apartarme la mano, pero yo cerré los muslos alrededor de su cabeza, para imposibilitar que continuase.
—Levántate.
—No quiero...
—Yo no te pregunté si querías. —Le pasé del dedo pulgar por los labios, para retirar el exceso de humedad—. ¡Levántate!
En sus ojos bailaba la lujuria, el deseo y me encantaba verlo así. Se puso de pie y se apretó el miembro, estaba tan mojado que sus calzoncillos blancos exhibían una notable mancha de humedad. Me aproximé más hacia el borde de la cama y coloqué las manos en sus caderas, lo sentí acariciarme el cabello con dulzura, para luego hacer lo mismo con mi mejilla. Disfruté de su toque delicado y cerré los ojos mientras besaba la palma de su mano.
Nuestras miradas se encontraron y me dedicó una sonrisita dulce, risueña, que desapareció tan pronto le apreté el miembro. Sus cejas se juntaron y sus labios se separaron provocativos para dejar salir un jadeo, quería morderlos, succionárselos con beligerancia, sin embargo, tenía algo mejor para ocupar mi boca.
Deposité un beso en su ombligo y comencé a deslizar su ropa interior hacia abajo, para liberar su erección. Su piel se sentía caliente, deliciosa, la línea de su abdomen bajo parecía cincelada para recibir lamidas sinuosas. Soplé aire sobre la superficie aterciopelada y de sus labios se desprendieron una serie de gemidos que proclamaban una declaración tácita de necesidad, de deseo abrupto de que continuara. Solo que a mí se me antojaba cambiar todo eso por otro tipo de sonidos... Yo quería palabras, yo ansiaba ruegos.
Me dediqué a besarle e ignoré deliberadamente su miembro palpitante y expectante por atenciones. Lamí su abdomen, siguiendo las venas que se marcaban con sutileza en el área, mientras alzaba el rostro para mirarlo. Provocaciones y revanchas, en definitiva, nuestro juego preferido. Deslicé la boca hacia abajo, succionando su ingle izquierda y eso lo hizo gemir consternado. No me detuve, succioné con alevosía la piel mientras le escuchaba alterarse más.
—Tienes que pedirlo... —dije y alcé la vista para mirarlo. Le estaba haciendo lo mismo que él me hacía constantemente.
La diferencia estaba en que yo era testaruda e intentaba negarme a hacerlo. Él no. Él suplicaba con un tono de voz tan ronco y sensual que me erizaba hasta el último rincón de la piel.
—Por favor, por favor, Gatita.
Si había algo a lo que no podía resistirme era a Diego rogando con ese rotundo e inequívoco tonito de estoy al borde de la desesperación. Le acaricié el miembro con un toque levísimo con el único propósito de hacer que ese sentimiento se acentuase más. Deslicé el dedo pulgar por el glande, para retirar el exceso de humedad que rezumaba y pasé la lengua con total parsimonia, para rodearlo a la vez que hacía círculos despacio.
Alcé el rostro para sostenerle la mirada y él sonrió al mismo tiempo que negaba con la cabeza, seguramente ya se había percatado de mis intenciones de posponerle el placer. Lo que no sabía era que, en realidad, solo quería tomarle desprevenido, por lo que justo en ese momento que no lo esperaba, me lo llevé a la boca indelicada y succioné con fuerza.
—Carajo... Sí, así... —rogó—. Chúpamelo así. Por favor, Gatita, sigue.
Diego languideció ante mis avances. Moví la cabeza de adelante hacia atrás, mientras abría mucho la boca en un intento de hacerlo entrar un poco más, con cada embestida y él jadeó en respuesta.
Con una mano lo acaricié y lo masturbé al ritmo de la ininterrumpida succión que le propinaba, a la vez que con la otra lo acunaba con suavidad, para jugar con sus testículos.
—Más —rogó y yo me regodeé de verlo entre extasiado y embobado—. Por favor. Más fuerte... Carajo...
Cerré los ojos, dejando que el resto de mis sentidos se llenaran de él y disfruté el aroma que emanaba su sexo, olía un poco a jabón aun, aunque el olor a excitación latente y profusa empezó a invadirme las fosas nasales.
De un momento a otro, Diego me tomó por las mejillas y enredó los dedos de una mano en mi cabello para detener el movimiento de mi cabeza. Luego, comenzó a moverse él contra mí, a cogerme la boca y yo busqué apoyo al sostenerme de sus muslos gruesos, para dejarlo hacer. Su embate era fuerte, difícil de manejar, ese hombre tenía una energía poderosa en la pelvis de la que yo no quería quejarme, al contrario, me gustaba mucho sentirlo así.
—Ven —dijo y se detuvo—, quiero comerte mientras me comes. Ya.
Él me ayudó a acomodarme en la cama y con soltura, como siempre, colocó una rodilla en medio de las mías, para echar a un lado mis muslos con ese movimiento en apariencia tan insustancial, pero por completo trascendental. Era una de las partes que más me gustaba de nuestros encuentros, justo ahí, cuando se escurría entre mis piernas.
Se dejó caer desnudo encima de mí y la combinación de texturas me embargó los sentidos. Por una parte, mi torso envuelto en encaje negro contra las sábanas suaves, y por otra, su cuerpo duro, tibio, delicioso. Su sexo se tumbó sobre el mío. Estábamos tan cerca, casi podía sentirlo adentro.
Me encantaba ese acuerdo, al que habíamos llegado, de tal forma que él ni siquiera lo intentaba, sin embargo, parecía disfrutar de tentarme. Yo, en cambio, me encontraba en un punto en el que quería que él siguiera sin atreverme a pedirlo aún.
Miré sus brazos, ligeramente torneados, sus hombros atléticos, a la vez que mis manos se aferraban a su espalda ancha que comenzaba a impregnarse de sudor. Disfruté de sentir sus músculos en tensión y de cómo su cuerpo buscaba acomodo encima del mío, mientras su miembro se deslizaba en medio de mis labios húmedos.
Nos besamos con pasión entre mordiscos y gemidos. Mis piernas se enroscaron en torno a su cintura, acentuando el roce de nuestros sexos. Diego jadeó en medio de succiones de labios, gemía entre lametones profundos. Por eso, cuando cortó nuestro beso me desconcertó tanto. Se irguió sosteniéndose en sus brazos y me miró.
—Te ves tan... Carajo... No sé ni cuál palabra usar.
Me llevé la mano al rostro, avergonzada. Él me ayudó a incorporarme y clavé las rodillas en la cama, para quedar frente a él que se encontraba en la misma posición. Le coloqué los dedos en los pectorales, me gustaba tocarlo, dejar que las palmas de mis manos se entibiaran por el contacto con su piel dulcísima.
Me echó el cabello hacia atrás y su mano marcó un trayecto descendente. Me acunó un pecho sobre la tela del body y después la deslizó por mi vientre. Con el dorso de los dedos me acarició el sexo y el roce se sintió diferente por la textura de la piel de sus nudillos. De todas formas, el efecto había sido el mismo, tal parecía que el orden de los factores no afectaba el resultado, yo jadeaba sin importar como me tocase.
Diego giró los dedos y apoyó las suaves yemas justo encima de mi clítoris, en ese lugarcito en el que le había indicado que debía tocarme y que él había memorizado como un mapa.
Gemí y me pareció que lo adecuado era proveerle una sensación consonante. Estiré el brazo y dejé que mi mano lo rodeara. Lo atraje por el cuello con la otra mano y lo obligué a arquearse hacia mí para besarnos. Diego tenía las venas del abdomen bajo brotadas, estaba duro, pesado y muy húmedo. Aún me resultaba increíble, persistía en mí cierta conmoción de saberme con todo lo necesario para ponerlo así. Aun me costaba asimilar que era una mujer adulta capaz de producir eso en un hombre.
—Pelirroja —dijo tras cortar nuestro beso—, que buena estás.
—Atrevido —contesté en un falso tono de regaño y él levantó una de las comisuras de sus labios en respuesta.
Se acostó en la cama, escurrió la cabeza entre mis piernas y me separó bien las rodillas con las manos, luego, presionó mis caderas con sus dedos. Me tomó un par de segundos entender lo que insinuaba, quería que bajara la pelvis. Él se impacientó cuando apenas me estaba moviendo para hacerlo y alzó el rostro. Sentí su boca contra mi sexo y la sensación me hizo cerrar los ojos.
—Joder, Diego... Bendita lengua.
Abrí el botón de la pieza en mi entrepierna, para darle espacio y con dificultad me dejé caer sobre su cuerpo que yacía bajo el mío relajado. Le observé los muslos, ligeramente curvos, bastante mullidos y bonitos de piel suavecita recubierta de vello castaño, una fracción de segundo antes de cerrar los ojos de nuevo debido a la intensidad de la succión que Diego me propinaba. Lo busqué a tientas y me lo llevé a la boca indelicada. Ambos ardíamos contra la lengua del otro.
Diego gimió y las vibraciones se extendieron por mi coño, por lo que levanté la pelvis en reacción, para alejarme de su lengua.
—¿Qué pasa? —preguntó confundido debajo de mí. Estaba muy agitado.
—Nada... Es solo que me ha tomado desprevenida... —respondí con la respiración entrecortada—. Puedo sentir las vibraciones de tu voz en mi sexo cuando gimes...
—Entonces, hazme gemir mucho —dijo lujurioso y me tomó intransigente por las caderas, para conducirme, de nuevo, a su boca.
Diego me clavó la lengua hasta el fondo y me abrió, me dilató de a poco.
—Joder... —grité y me quedé sin aliento, paralizada por unos segundos. El placer era delicioso e insoportable.
Su lengua bailó en todas direcciones para luego concentrarse en donde tanto lo necesitaba. Intenté retomar mis acciones, lo masturbé con rapidez, era difícil coordinar, estaba demasiado excitada. Me lo llevé a la boca y comencé a succionarlo a un ritmo vertiginoso, el mismo que él me brindaba. Aquello era delectación pura, placer delirante y estremecedor.
Lo llevé a lo más hondo posible de mi boca, a la vez que continuaba chupándolo con fuerza con el único propósito de que sus gemidos fueran más densos, para poder correrme de gusto con esas vibraciones que me inundaban y turbaban por completo.
Con malicia lo embadurné de saliva y sentí su glande hinchado palpitar contra mi lengua. Me gustaba sostenerlo, masturbarlo con rapidez al mismo ritmo de mis caricias orales... Hasta que no pude más... Me dolía la mandíbula y el éxtasis se acercaba para paralizarme. Me separé de él, me erguí y comencé a oscilar sobre su lengua, en busca del placer que estaba ahí, a punto... Asomándose en el umbral, mientras que yo intentaba atraerlo para que hiciera una aparición concisa... No tardé en conseguirlo cuando me succionó el clítoris con solidez.
Ardí, porque eso era lo que hacía cuando estaba con él. Arder, explotar, disfrutar del temblor que me invadía el cuerpo y la arritmia súbita que me embargaba el pecho, mientras el placer me recorría entera.
Segundos después, sentí como me sostenía de las caderas y buscaba espacio para apartar la boca de mi sexo. Miré hacia abajo, lo encontré despeinado, con el mentón y los labios húmedos. Tenía el pecho enrojecido y respiraba acelerado. Se limpió la boca con el dorso de la mano en un gesto descuidado que, por alguna razón, me calentó un montón.
Se irguió y se acercó a mí. Se veía salvaje con las pupilas dilatadas y esa expresión de «te quiero coger durísimo, pero no voy a mencionar nada al respecto» que sobresalía en su rostro, mientras que yo, entumecida por el orgasmo, no supe ni qué hacer, solo le dejé besarme. Sabíamos el uno al otro. Lo sentí vigoroso, poco delicado y aquello me fascinó a un nivel visceral que nunca había experimentado.
Jadeé cuando, sin previo aviso, me puso boca abajo en la cama. Noté como su pulgar hacia presión en mi nuca y el resto de sus dedos largos se extendían a mi cuello para posicionarme a su antojo. Me abrió las piernas con las rodillas, se acostó sobre mí y acomodó su erección contra mi sexo. Supongo que la tensión de mi cuerpo, que se paralizó de inmediato, le debió decir algo, porque enseguida me susurró al oído:
—Tranquila, no te voy a hacer nada...
Gemí cuando le sentí deslizarse entre mis pliegues. Aquello era demasiado fuerte, demasiado. Mordí la almohada y cerré los ojos presa de una sensación que crecía en mi interior. Mi sexo se retorcía de gusto al notarlo tan jodidamente duro. Palpitaba descontrolado, dilatado y expectante por algún avance.
—Cierra las piernas —dijo en un hilo de voz—. Aprietalas bien.
Su miembro se deslizó entre el resquicio de mis muslos. Su glande se rozó con insistencia con mi clítoris y yo gemí, disfrutando de la fuerza de su embate, de cómo su pelvis impactaba mi trasero sin parar. El excitante vaivén de sus caderas me estaba haciendo perder la razón, me gustaba mucho escuchar su respiración ruidosa que, en ráfagas tibias, me golpeaba el cabello, a la vez que sus dedos se clavaban en mi cintura y notaba el peso de su pecho sobre mi espalda...
Por un momento pensé que estaba a punto de conducirse a mi interior, pues lo sentí rozar la entrada de mi sexo, pero no lo hizo, en cambio, gruñó de una forma tosca, casi animal, de seguro producto del desespero. Luego, noté como se movía en otra dirección. Su erección se escurrió en medio de mis glúteos y se frotó entre ellos, simulando una penetración que no aconteció.
Justo cuando estaba por pedirle que volviera a lo de antes y rogarle que siguiera de lleno, lo sentí correrse con un gemido ronco, gutural, a la vez que chocaba contra mí con una firmeza tremenda.
Se desplomó sobre mi cuerpo. Ambos jadeábamos agitados y consonantes. Casi no podía respirar por su peso, pero fui incapaz de pedirle que se quitara, me gustaba notarlo así, agotado, exhausto, mientras su anatomía se encajaba sobre la mía. Quería asimilar cada sensación, cómo se sentía su pecho caliente contra mi espalda, su miembro duro, sus piernas y brazos rodeándome. Las ráfagas de su aliento, el sonido de su respiración ruidosa junto a mi oído. Deseaba saborear todo, no quería perder detalle.
Se movió descoordinado y miré sobre mi hombro. Lo vi estirarse, para recoger sus calzoncillos del suelo. Se limpió y luego hizo lo mismo conmigo que permanecía inmóvil.
Segundos después, me giró hacia él y nuestras miradas se encontraron. Lo atraje por las mejillas necesitada de besarlo y me pareció adorable sentir como me correspondía con igual ansia. Luego, eché la cabeza hacia atrás, para poder encararlo y noté como me miraba aun embobado por el placer reciente. Le jalé el cabello por puro morbo y él no se quejó de mi brusquedad, al contrario, gimió en respuesta. Joder, ese hombre me ponía, me ponía mucho.
Noté una de sus manos en mi muslo resiguiendo las ligas de las medias, parecía analizar su funcionamiento.
—Muy bonito esto, pero te quiero desnuda —dijo e intentó remover la liga que unía el bodycon las medias—, ¿cómo carajo se quita esto? —preguntó con cierto tono de exasperación.
—Ingeniero, esperaba más de usted.
Me reí y tras indicarle cómo retirarlas, lo ayudé a hacerlo. Ladeé el cuerpo, para darle espacio y que pudiera quitar las de la parte de atrás también. Diego jaló la prenda hacia arriba para desvestirme y me sacó el body por el cuello que luego arrojó a un lado, para dejarme solo con las medias que me llegaban a la mitad del muslo.
—Te quedan fenomenales. Estás demasiado hermosa.
Me pasó la lengua por todo el abdomen, después me acunó los pechos con ambas manos y se los llevó a la boca, haciéndome jadear.
—Quiero seguir... —dije entre suspiros demasiado audibles—. Quiero saber cómo es tenerte adentro.
Diego levantó la vista, aun con mi pezón en la boca, y alzó las cejas. Le había tomado desprevenido y fue notable que le costó hablar.
—¿Esto es por lo que te dije al teléfono cuando me enviaste las fotos? Yo no tengo apuro, Max, podemos esperar el tiempo que necesites. No te sientas presionada.
—No te pido seguir para complacerte a ti, es para complacerme a mí... Me dijiste que te lo iba a tener que pedir y lo estoy haciendo. ¿No te gusta?
Diego enterró la cara en mis pechos y cuando la alzó de vuelta, estaba más sonrojado.
—Me encanta, no te imaginas cuánto. ¿Pero estás segura? —preguntó con la voz demasiado ronca.
Asentí, no tenía dudas.
A ver: opiniones sobre el consejo de Nat XD
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