Veintidos
Me pregunté ¿por qué mi estómago se empeñaba en contraerse en un sólido apretón? ¿Por qué tenía que sentirme de esa forma cuando sabía perfectamente que Diego no quería nada con la profesora Karina? Necesitaba ser lógica al respecto, aunque mis esfuerzos fueran infructuosos.
Al fin, los vi bajar las escaleras juntos y salir del edificio, mientras conversaban de lo más animados. Él llevaba el saco del traje cerrado y la cinta de su maletín pendía de su hombro, en el ángulo correcto, para que este le tapara la entrepierna. Segundos después, los perdí de vista, cuando entraron al salón de profesores.
Me llevé el café a los labios y tomé un sorbo, mientras pensaba en que él y yo nos habíamos estado besando minutos antes, era imposible que pudiese atender a los coqueteos de aquella mujer.
«Tienes que confiar en él, al menos en lo que respecta a tener solo una preferencia por ti, nunca te ha hecho dudar», reflexioné.
—¿Estás aquí o soñando que andas en una isla paradisiaca con un moreno de cuerpo de infarto? Préstame atención —exigió Brenda, molesta, por lo que giré a mirarla.
—Piel canela, unos ojos color ámbar que te mueres. Justo ahora está saliendo del mar con la pesca del día, va a hacer la cena, déjame tranquila —bromeé y me reí un poco para disimular.
—¡Ay! No hables de eso que me antojo. —Hizo una mueca de añoranza y supuse que pensaba en su novio.
—Hablando de morenos... —Vi a Diego salir del salón de profesores. Caminó frente a mí, joder, estaba guapísimo. Me lo quería comer a besos, muchos besos, demasiados besos—, ¿y Ari? —pregunté curiosa mientras lo seguía con la mirada hasta perderlo de vista.
—¿Qué pasa con él?
—Tú, saliendo con Miguel... —solté como si fuesen obvias mis implicaciones.
—¿Qué tiene? Solo fuimos a comer, estudiamos juntos, me cae bien. Ya.
—Mmm... ok —dije sin más, pues no me sentía con mucho ánimo para indagar y preferí atender a la vibración de mi teléfono.
«Carajo. Por poco nos pillan».
«Otra vez» —respondí y seguí tecleando—, «Eso de meterme mano en un salón con la puerta cerrada... Te pasas de irresponsable, que yo solo fui a ver si estabas molesto, en serio».
«Es tu culpa, Gatita provocadora».
«Yo no hice nada, fuiste tú el que me manoseó». —Bromeé fingiéndome ingenua, pues me había encantado lo sucedido, aunque fuese por completo irresponsable de nuestra parte—. «Tú eres mi profesor, quien tiene el poder, yo solo soy una pobre alumna inocente».
—¿Nos vamos a la biblioteca? —preguntó mi amiga dubitativa—, ¿Estás bien? ¿Con quién hablas?
—Sí, sí, todo bien. Es solo mi hermano —mentí de nuevo y le entregué el vaso de mi café vacío, ya que ella se había puesto de pie para ir hacia un cesto de basura y arrojarlos.
«¿Crees que se dio cuenta?». —pregunté preocupada.
«No sé. No creo. Voy a renunciar». —Leí segundos después.
«No, no renuncies. Hablamos de eso luego, te dejo que tengo que estudiar».
Tras ver el ritmo de vida que Diego llevaba, sumado a un padre demasiado intenso, comprendí que se abstraía del estrés de las empresas, era dando clases. No quería que por lo nuestro se quedara sin su única válvula de escape. Lo que habíamos hecho estaba mal y no debía volver a repetirse, porque si nos pillaban en algo así, moriría de vergüenza.
El problema era que resultaba muy estimulante sentirlo tan descontrolado. La humedad entre mis piernas no mentía. Diego tenía la propiedad de hacerme caer, consensualmente, por la pendiente de la excitación y que olvidase por un momento las consecuencias. Aquello era mejor que chuparle los dedos llenos de dulce de leche.
*****
Cuando abrí los ojos el viernes por la mañana, me enrosqué entre las sábanas por completo fastidiada. No quería abandonar mi tibio capullo, ansiaba permanecer ahí, mucho rato, para realizar mi nueva actividad favorita: escribirle mensajitos subidos de tono a Diego o simplemente, pensar en él.
Rodé los ojos al percatarme que no podría permitirme satisfacer mis pretensiones y me senté en el borde de la cama. Para variar, me quedé mirando a la nada un par de minutos, mientras esperaba que mi cerebro saliera del embotamiento. Solo que esa mañana, era aún peor, pues apenas eran las ocho.
—¿Semana de exámenes? —preguntó Nat que desayunaba en la barra ya vestida para irse a sus clases. Era la única razón para que estuviese despierta tan temprano.
—Seeee —dije como si fuese un animal rumiante y mi amiga se echó a reír.
Tras desayunar, me alisté. Tomé un diminuto bolsito de maquillaje que nunca usaba, porque no me cabía casi nada y guardé adentro una muda de ropa interior enrollada de forma compacta, mi cepillo dental viajero y llené un par de contenedores de limpiadora e hidratante facial. No sabía si tendría oportunidad de ver a Diego, pero decidí ir preparada de antemano por cualquier eventualidad. Guardé todo en mi bolso y bostecé con pereza a la vez que me encaminaba hacia la universidad.
En definitiva, yo no era una persona mañanera. Temblaba de solo pensar en cómo sería mi existencia cuando terminara mis estudios. Me pasé media vida despertándome temprano para ir a clases en el colegio y odiándolo todo.
En cambio, mi tiempo en la universidad se sentía como una bendición, primero, porque estudiaba lo que me gustaba, segundo, porque podía despertar tarde e ir a clases en un horario más adecuado para mí y tercero, porque vivía por mi cuenta con mi mejor amiga, lo que me permitía llegar a la hora que me diera la gana a mi casa sin tener que responder preguntas acerca de mi paradero a mis padres. Cuestión que resultaba muy práctica, sobre todo, cuando recordaba con quien estaba saliendo.
Me quité las gafas de sol, maldiciéndolo todo y tomé un gran sorbo del café extra especial que traía conmigo. Saludé a los chicos que me esperaban sentados frente a la biblioteca.
—Ah, se me olvidaba que Máxima en la mañana es un rayito de Sol —bromeó Roberto, uno de mis amigos con los que iba a estudiar para el examen de control estadístico de la calidad, al que le respondí con mi dedo medio.
—Sí, sí, todo un rayito de Sol —concordó Brenda, graciosa, así que también se ganó mi cariño y le mostré mi dedo.
Al ingresar a la biblioteca buscamos sitio en la tercera planta. Por suerte, al ser tan temprano, aún había lugares disponibles, la próxima semana, no sería la misma historia. La universidad entraba en un completo caos, miles de estudiantes, de diferentes carreras, rendíamos al mismo tiempo nuestros exámenes. Eso se traducía en: largas filas para comprar café, cada metro cuadrado de césped ocupado por los alumnos, mientras leían y la biblioteca por completo atestada.
La Biblioteca era mi lugar favorito de la universidad. Tenía una larga pared de cristal que el personal de mantenimiento cuidaba de que permaneciera limpia. Los vidrios estaban polarizados por lo que los rayos de sol no eran un inconveniente. Era bonito estudiar y por ratos levantar la vista para mirar el campus universitario.
La mañana pasó de forma lenta, siempre era así cuando estábamos estudiando. Por norma, me sentaba en el medio de la mesa y comenzaba a explicar los diferentes temas de las materias, pues así se me hacía más fácil recordarlo, además de que mis apuntes minuciosos me permitían hacerlo. Brenda siempre aportaba acotaciones importantísimas, pues era una excelente alumna. Mis amigos y yo, estábamos bastante compenetrados después de varios semestres estudiando juntos.
Hacía las diez de la mañana, vi a un guapo asiático en una esquina, en busca de mesa. No me dio tiempo ni de asimilar el suceso, cuando ya Brenda, le estaba animando a él, a Miguel y a una chica que los acompañaba, para que se unieran a nosotros, pues veíamos esa materia juntos.
Una hora después, necesitaba un descanso, pero no quería salir de la biblioteca, porque mi teléfono se estaba cargando. Me dio nervios dejarlo en compañía de mis amigos y que me llamara Diego y alguno contestara.
Brenda se ofreció a traerme algo de comer y bajó al cafetín con Miguel que no dudó en decirle que la acompañaría, al igual que Juan y la otra chica, por lo que me quedé con Roberto y Alfonso. No podíamos dejar la mesa sola, porque nos sería arrebatada de inmediato.
Ratito después, me comí un sándwich de forma camuflada. Todos estudiábamos y comíamos a escondidas, porque estaba prohibido ingerir alimentos dentro de la biblioteca. Sin embargo, nosotros no teníamos ningún libro o algo que pudiéramos manchar y éramos bastante silenciosos. A la una de la tarde estábamos mentalmente agotados.
—Seguimos mañana, temprano, sin falta —informó Brenda
—Sí, sí, yo no puedo más, tengo el cerebro frito.
—¿Podemos estudiar con ustedes mañana también? —preguntó Miguel refiriéndose a él y a Juan.
—¡Ay, claro! —dijo Brenda y yo asentí en confirmación.
—Vámonos, necesito comer antes de entrar a clases —le comentó Brenda a Roberto y Alfonso.
Mi amiga y el resto de los chicos tenían clase de economía en una hora, mientras que yo, esa materia la veía a finales de la mañana de los lunes. La había inscrito ese día para tener los viernes libres, por lo que, al fin, podía largarme a mi casa a descansar. En definitiva, no esperaría para ver a Diego que llegaría a la universidad dentro de varias horas.
Nos levantamos de nuestros asientos y nos desperezamos. Me sentía adolorida, era como si mi trasero hubiese adquirido la forma de la silla. Entumecida, estiré los brazos y las piernas en busca de alivio.
Nos organizamos para el día siguiente, debíamos aprovechar que los sábados la biblioteca no estaba tan llena. Al menos, ya habíamos revisado casi todo lo referente al examen del lunes. Podríamos adelantar estudiar para el siguiente de generación de potencias del martes, aunque yo también debía estudiar para mi examen de economía del lunes, pero eso podría hacerlo el domingo.
Bajamos las escaleras, nos despedimos y los chicos se quejaron de tener que entrar a clases, mientras que yo, en cambio, me largaba sin más. Les recordé que el lunes debía rendir dos exámenes, por lo que la cuestión en realidad tenía también sus desventajas.
Solo había avanzado un par de metros en dirección a la salida cuando pensé en que lo mejor era devolverme a buscar el libro que necesitaba para estudiar economía, para no perder tiempo a la mañana siguiente.
Regresé sobre mis pasos, entré a la biblioteca y al llegar a los molinos coloqué mi huella digital en el panel para obtener acceso, pero este fue denegado. Confundida, me limpié el dedo en mis jeans, asumiendo que como hacía rato me había puesto un poquito de crema hidratante en las manos, tal vez ese fuese el problema. Volví a situar mi dedo en el lector y obtuve el mismo resultado, este no me daba acceso.
Cambié de molino y esperé en la fila para que pasaran las personas que estaban antes de mí. Recoloqué mi dedo de nuevo sobre el lector sin ninguna novedad. Un chico encargado de seguridad se me acercó y me preguntó si tenía algún problema, por lo que me apresuré a explicarle lo sucedido.
—¿Tal vez olvidaste realizar uno de los pagos del semestre?
—Imposible, tengo una beca completa de estudios y esta mañana entré a la biblioteca —respondí con tranquilidad.
—Te aconsejo entonces que preguntes en coordinación.
—Ok, gracias.
Preocupada, caminé hasta uno de los edificios de clases, a la oficina de coordinación en donde expliqué el motivo de mi consulta. Debía solventar aquello de inmediato, para poder ingresar a la biblioteca al día siguiente. Tras entregar mi identificación estudiantil, uno de los empleados de la universidad revisó mi estado en el sistema para dar con el motivo por el cual no tenía acceso. Impaciente, golpeé el piso con mi pie repetidas veces, quería irme pronto a casa.
—Apareces suspendida y se pide que se te notifique que tienes que ir a la oficina del decano de ingeniería —explicó el chico con una expresión dubitativa en el rostro.
—¿La oficina del decano? ¿Y eso por qué? —pregunté confundida.
—No dice nada más.
En ese momento tuve un mal presentimiento. Agradecí la información y me encaminé a la oficina del decano, mientras mi corazón latía desaforado. «Cálmate, cálmate» me dije. Tecleé en mi teléfono y llamé a Diego, pero este no contestó. Maldije para mis adentros y le escribí un mensaje.
«No puedo ingresar, ni a la biblioteca ni a los edificios de clases, me han pedido que vaya a hablar con el decano y solo se me ocurre una razón... Tengo miedo... Espero que esto no tenga que ver con nosotros».
Respiré profundo, con cada paso que daba en dirección a la oficina sentía como si me fuese a dar un ataque al corazón, me moría de los nervios, estaba muy asustada. Aun así, seguí andando.
Al llegar a la sede administrativa, subí hasta el segundo piso. Noté la gran diferencia con los primeros días del semestre cuando se apostaban docenas de personas para hablar con el decano, mientras que en ese momento, todo estaba solitario y se respiraba cierto ambiente sombrío. Valerosa, decidí hacerle frente a lo que fuese y justo en ese instante mi teléfono sonó, era un mensaje de Diego.
«Voy para allá».
—Señorita, tal parece que tengo una cita con el decano —dije a la secretaria que precedía la oficina.
—Su nombre, por favor —tras dárselo apretó la boca—. Sí la tiene. Debe esperar unos minutos, el decano está ocupado.
Algo en el semblante de esa mujer me hizo darme cuenta de que no estaba sucumbiendo a la paranoia en vano. Mis sospechas comenzaron a tener sentido. Me recordé respirar y me dije que, sí había sido lo suficientemente adulta como para estar besuqueándome con mi profesor, debía asumir las consecuencias como una también. Claro, decirlo era muy fácil, otra muy distinta hacerlo, porque el pánico me invadía.
¿Y sí me expulsaban? Sabía muy bien que esa era una de las sanciones, pues la universidad tenía una política muy estricta y de ser así, literalmente, se me estaba jodiendo la vida al perder mi beca en una de las casas de estudio más prestigiosas del país. De solo imaginar tener que aplicar a una universidad pública y todo el tiempo perdido que eso implicaría, temblaba del miedo.
«Joder, esto no puede estar pasando», pensé.
«Máxima, eres una estudiante brillante, nunca has tenido ni la más mínima infracción, de seguro podrás conversar al respecto y negociar hasta llegar a una solución», me dije instándome a mantener el optimismo, aunque estuviese a cinco minutos de tener una crisis nerviosa.
«¿Debo negar todo? ¿Aunque exactamente qué debía admitir? ¿Cómo carajo se había percatado de lo nuestro? Los salones no tienen cámaras, los pasillos sí, pero él y yo no habíamos hecho nada en ninguno. Si era por haber estado más tiempo de lo normal en un salón, los dos a solas, podría inventar alguna excusa e irme por la tangente».
«¿Y si me dan una segunda oportunidad, pero me piden que corte toda relación con él?» De solo imaginar perderlo me dolía el corazón. «Tranquilízate, Máxima, tranquilízate que estás exagerando, deja el drama telenovelero».
Los veinticinco minutos que me hicieron esperar se me hicieron eternos, miles de preguntas se agolparon en mi cabeza sin encontrar una solución a mi problema. No tenía ni idea de cómo afrontar algo así.
Finalmente, la persona que estaba con el decano se retiró, pero nadie me hizo pasar. Luego, llegó un hombre de unos treinta años que pasó con rapidez a la oficina. No fue hasta unos minutos después que la secretaria recibió una llamada y me invitó a pasar con un fingido tono cortés, mientras me miraba de reojo.
Ante su actitud, una voz histérica en mi cabeza gritó: ¡todo el mundo lo sabe! ¡Estás jodida!
Respiré profundo y entré a la oficina.
—¿Señorita Máxima Mercier? —preguntó el decano y yo asentí mordiéndome las mejillas por completo en pánico—, por favor, tomé asiento. Le presento al coordinador de becas, Luciano Rodríguez. Le notifico que esta reunión está siendo filmada —agregó señalando una cámara de seguridad en la esquina, mientras yo me sentaba, sin la más mínima pausa.
»Supongo que se preguntará qué hace aquí, he revisado su expediente y creo que es su primera citación. —Asentí—. Bueno, iré al grano. Hemos recibido una denuncia, en la que se nos ha notificado que usted ha estado sosteniendo una relación personal con uno de los profesores de la universidad. ¿Es esto cierto?
Pestañeé conmocionada. Me lo había soltado así, sin rodeos y un nudo irresoluble se formó en mi garganta, no conseguía hablar. ¿Una denuncia?
—Le agradezco señorita que nos evitemos problemas y sea honesta.
Colocó las manos sobre el escritorio, entrelazó los dedos y juntó los pulgares, mientras me dedicaba una mirada inquisitiva.
—¿Una relación personal? —dije fingiendo no comprender la naturaleza de su pregunta.
—Sí, se ha notificado que usted sostiene una relación de índole amorosa o sexual con uno de los profesores de la universidad.
—¿Sexual? —pregunté estupefacta, al menos algo podía negar parcialmente.
—Señorita, por favor, no haga la situación más difícil. ¿Ha estado usted manteniendo una relación que implique más de lo permitido entre un profesor y una alumna de esta universidad? ¿O acaso él la ha estado acosando o instigando de alguna manera? Si es este el caso, debe notificárnoslo.
—¿De qué profesor habla? Si va a acusarme de algo pues, diga su nombre, ¿no? —insistí en hacerme la tonta.
—Diego Roca.
Suspiré.
—Es mi profesor de generación de potencia —respondí con voz temblorosa y me tomé unos segundos e inhalé profundo, para retomar la compostura, no era momento para resquebrajarme—. Somos amigos.
—¿Amigos? —preguntó con tono condescendiente el decano.
—No me he acostado con él —dije adusta.
El decano abrió los ojos de par en par ante mi declaración.
—Pero tiene una relación amorosa con él ¿sí o no?
—Somos amigos —insistí.
Me pareció muy bajo negar, tajantemente, tener algo con Diego, cuando era probable que el decano me hubiese visto en el restaurante italiano en el que habíamos coincidido dos noches atrás. Fui tonta al asumir que no me reconocería, ¿Cuántas veces me había visto? Una cuando mucho y en la universidad había miles de estudiantes, las probabilidades estaban a mi favor, no pensé nunca que me recordaría.
El decano giró la pantalla de su computadora en mi dirección y reprodujo el video, de una cámara de seguridad, en el que aparecíamos Diego y yo hablando en las escaleras aquella vez que me besó por primera vez en el salón. Ese día me había alcanzado en el rellano, estaba celoso, pues le había dejado con la excusa de que Juan me esperaba abajo. Era increíble la forma en que nos mirábamos, aunque técnicamente aquello no implicaba nada. Pensé en que Natalia diría que la manera en que nuestros cuerpos interactuaban, aun sin tocarse, gritaba que teníamos algo. Me sentí descubierta y sin argumentos.
—Usted no puede ser amiga de su profesor, ni mucho menos salir con él o intimar de ninguna manera, señorita. —Asentí sin decir nada—. Tiene una relación con el profesor Roca ¿sí o no? —insistió. Bajé la cabeza, no pude hablar, no conseguí hacerlo—. Nos deja sin otra opción, señorita. Lamento informarle que, debido a su comportamiento, ya no puede formar parte de esta casa de estudios. Queda expulsada con efecto inmediato —Alcé el rostro hacia él y vi como se ponía de pie y se cerraba el saco del traje con expresión indiferente, mientras que yo, estupefacta, lo miraba con ojos desorbitados—. La acompaño a la puerta.
Ya ¿eso era todo? ¿Expulsada y fuera?
—Disculpe. —Respiré intentando mantener la calma—. ¿Expulsada por ser amiga de un profesor? No le parece un poco severa esta medida —dije en un hilo de voz—. Soy... Soy una de las mejores estudiantes de la universidad, nunca he reprobado ninguna materia. —Me lamí los labios, nerviosa, pues sentía una presión en el pecho que a duras penas me dejaba hablar—. Ni he tenido alguna sanción por mala conducta. Es mi primera infracción... Creo que merezco una segunda oportunidad.
—Señorita Mercier —dijo el decano mirándome de mala manera a la vez que apoyaba los puños sobre el escritorio—. Su tipo de conducta no es tolerada en esta institución. De absolverle, sería un mal ejemplo para el resto de los estudiantes. Cuando se le otorgó una beca, se le dieron las reglas de la universidad. Aquí tengo su firma —Abrió la delgadísima carpeta de mi expediente—, en donde usted deja constancia de haberlas leído y estar de acuerdo con ellas. Como sabe, para los becados, solo una infracción es suficiente para que pierdan la ayuda económica y sean expulsados.
—¿Has entendido todo lo que te ha explicado el decano? —preguntó el coordinador y a duras penas fui capaz de asentir.
—Por favor, le pido que se retire —dijo el decano serio.
—Disculpe... —dije intentando insistir en que todo aquello era exagerado.
—Señorita ya le he explicado —repuso adusto el decano.
—Un momento —expresé cortante—. Déjeme hablar, que he sido bastante educada y no le he interrumpido mientras usted lo hacía. Le pido, por favor, recapacite, esto es demasiado severo.
Miré al coordinador y algo en su expresión me dijo que opinaba igual que yo. El decano en cambio se cruzó de brazos y me miró de una forma que me hizo sentir fatal. Como si me dijera con la mirada que no tenía derecho a ningún tipo de protesta por andar de calenturienta, el desdén en sus ojos era patente.
Estaba en lo cierto, yo sostenía una relación amorosa con mi profesor y aquel castigo era merecido, solo que creía que tendría más valor mi excelente trayectoria académica antes que algo así.
Me puse de pie y caminé en dirección a la puerta sintiendo como mis ojos comenzaban a llenarse de lágrimas y pensé en que, aquello, no podía estar sucediendo. ¿Qué se suponía que le iba a decir a mis padres?
«Mi papá, Dios, él de seguro querrá venir a la universidad a saber qué ocurrió», me dije.
Me moría solo de imaginar que se enterara de mi relación con Diego, un tipo al que vio afuera de mi apartamento y al que negué conocer, se daría cuenta de que le había mentido. Tuve que apretar los labios, para no sollozar, porque empecé a tener una especie de ataque de ansiedad, a respirar muy acelerada.
Mientras cerraba la puerta del decano me encontré a la profesora Karina que, al parecer, me dedicó una mirada entre la repugnancia y la lástima. Pasé con rapidez a su lado en busca del pasillo y corrí en dirección al baño, pues sentía unas náuseas terribles.
Al entrar, respiré agitada y me sostuve de los lavados a la vez que comenzaba a llorar. Una chica del personal administrativo, que iba saliendo de uno de los cubículos, se me quedó mirando y me preguntó si estaba bien, pero yo no conseguí hablar. No podía, no podía.
—Tranquilízate —dijo la chica, mientras se lavaba las manos y después me entregó un pañuelo de papel.
—Estoy bien, gracias. En serio —mentí y lo recibí.
—¿Es por la semana de exámenes? —preguntó y yo asentí porque no quería darle explicaciones—, tranquila, aún tienes mucho tiempo para estudiar y si en esta te va mal, hay otras dos —dijo con una sonrisa dulce.
La chica salió del baño y me dejó a solas. Desesperada, comencé a llorar de nuevo. Segundos después, noté que la puerta se abría, era la profesora Karina que me colocó la mano en la espalda.
—¿Estás bien, Máxima?
Alcé la vista, la miré y negué con la cabeza a su pregunta, no estaba bien. No estaba nada bien. Mi teléfono sonó, lo saqué del bolsillo y en la pantalla se leyó: Niko. Me eché a un lado y tomé la llamada.
—Me expulsaron.
—¿En dónde estás?
—En el baño de damas del edificio de administración en el segundo piso.
—Ya voy para allá, tranquilízate.
—Máxima —escuché a la profesora llamarme—. Sabías perfectamente que las relaciones personales están prohibidas en la universidad entre profesores y alumnos —me reprochó con tono condescendiente.
—¿Disculpe? —dije aturdida por todo lo que estaba pasando.
—Seducir a un profesor está muy mal, Máxima —Torció los labios con una expresión extraña en el rostro, ¿acaso le alegraba lo sucedido?
¿Seducir? ¿Ella acababa de decir seducir? Entorné los ojos en su dirección al comprenderlo. Claro, había sido ella quien me había denunciado. Lo pensé al verla afuera de la oficina del decano, solo que mis náuseas no me dejaron terminar de conjugar aquella idea, no obstante, en ese momento, por la forma en que me miraba con desdén absoluto, no tuve dudas.
—Fue usted, ¿verdad? —pregunté y comencé a entender la situación que me superaba con creces.
Todos los indicios la apuntaban, había sido la única que se me había acercado lo suficiente, aquella noche en el restaurante, como para poder reconocerme, además de que me había visto, el día anterior, salir del salón en donde estábamos Diego y yo.
—Tenía que dar parte a las autoridades. No debiste hacerlo, Máxima. Esto te lo ocasionaste tú sola. Arruinaste tu futuro de la manera más estúpida al intentar seducir a un profesor de la facultad —dijo de nuevo con ese asqueroso tono de reproche, como si tuviera derecho a hacerme alguno.
—¿Disculpe? —dije aun sin creer lo que me había dicho.
—Las reglas son las reglas, no puedes salir con un profesor y librarte del castigo que te mereces. Te hacía una mejor chica, ya veo que estaba equivocada —insistió y me miró con superioridad, haciendo uso de una moralidad pretenciosa.
¿Pero qué coño?
—¿Y las relaciones entre profesores qué? —pregunté encarándola con rabia—. Le recuerdo que las relaciones entre el personal también están prohibidas, a menos que estén casados. —La profesora me miró confundida por lo que le increpé—, Sí, no se haga la desentendida, todo el mundo sabe que usted gusta de él ¡Lo hizo porque está celosa! —solté soberbia, porque ya me habían expulsado qué más daba decírselo.
—Mocosa impertinente —Me sonrió maliciosa—. Ese día en el restaurante no conseguí verte bien y no estaba segura de que fueras tú, pero ayer, con la cara de puta con la que saliste del salón y el tono de tu cabello inconfundible... —Me miró de arriba abajo con asco—. Sabrá Dios que le estarías haciendo al pobre...
—¿Qué?
—No te hagas la mosquita muerta, ni intentes negar que andas detrás de él.
Y no, no me estaba haciendo la inocente, solo me sorprendió que en serio ella creyese que era yo la que le hacía algo a Diego. Aquello me alteró muchísimo, porque básicamente me había tildado de buscona, cuando no tenía ni idea de como se había suscitado lo nuestro que, en realidad, era mutuo.
—Entérese, profesora, que usted no le gusta, ni le va a gustar nunca —dije ardiendo de la rabia y ella abrió muchos los párpados al oírme—. Usted me podrá haber jodido el futuro académico hoy, pero dese cuenta, no importa que me saque de la universidad, porque usted a Diego Roca, ¡no le gusta!
Apenas las palabras terminaron de salir de mi boca la profesora me abofeteó histérica.
—Maldita zorra —me gritó—. ¿Con qué otro profesor te acostaste? De seguro por eso tienes tan buen promedio.
Me llevé la mano a la cara, completamente anonadada, sin creerme lo que había sucedido y mucho menos lo que me decía. Ella misma me había dado clases, sabía de sobra que no necesitaba acostarme con ningún profesor para obtener buenas notas.
En ese momento, alguien tocó la puerta, la cual se abrió un poco antes de que pudiera poner en su lugar a la profesora. Era Diego, tenía el rostro agachado y supuse que lo hacía para evitar mirar, por sí había otra mujer en el baño.
—¿Máxima?
—Aquí estoy —respondí con la voz quebrada.
—¡Increíble! —dijo la profesora Karina al verlo. Diego alzó la vista, la miró confundido y después me miró a mí.
—¿Qué sucede? —preguntó preocupado.
—Sabe qué, profesora —dije plantándole frente—. Es verdad, rompí las reglas de la universidad al salir con Diego, pero permítame defenderme de eso que me acusa, nunca me he acostado con ningún profesor de esta facultad. Nunca, no tengo necesidad, soy lo suficientemente inteligente como para ganarme mis calificaciones por mí misma, usted muy bien lo sabe. Y ahora mismo, voy a la oficina del decano a poner una denuncia, porque ni usted, ni nadie, tiene derecho a golpearme.
Salí del baño, molesta, pero no conseguí dar dos pasos cuando noté como Diego me tomaba del brazo y me abrazaba con fuerza contra su pecho. Justo ahí, me desmoroné y lloré muerta de la rabia. Esa maldita bruja me había arruinado la vida, aunque en el fondo sabía que lo había hecho yo.
—Esto no se va a quedar así —dijo Diego en un susurro en mi oído, mientras me acunaba.
—¡Diego! —le reprochó la profesora y yo levanté la vista—. ¿Con una alumna?
—Karina, por favor, metete en tus propios asuntos y no vuelvas a ponerle un maldito dedo encima —le dijo furioso y se giró a mirarme—. Tranquilízate —me pidió con dulzura y me revisó la mejilla que me escocia.
—Diego —dije entre sollozos y me limpié la cara con el pañuelo que me ofrecía, pues no quería seguir haciendo el papelón—. ¿Qué le voy a decir a mi papá?
—No te preocupes por eso.
Negué con la cabeza, él no entendía, la validación de mi padre era demasiado importante para mí. No sabía cómo afrontar una situación en donde él sintiese vergüenza por mis actos. ¿Qué se suponía que hiciera? Me quedé sin soluciones y no pude evitar sentirme abatida, por completo desesperanzada. Ambos habíamos sido unos imbéciles irresponsables, pero solo yo me vería afectada en verdad por las consecuencias. Típico, siempre era al gato más flaco, al que le caían las pulgas.
¿Qué creen que va a pasar en el próximo capítulo? Insertar comentarios aquí.
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