Veinticinco, parte uno
La satisfacción, el arrobo post orgásmico reinaba imperante entre nosotros. Diego había acomodado la cabeza sobre mi hombro y mis dedos se deslizaban por su cabello con dulzura, pues quería transmitirle algo de todas esas sensaciones que se agolpaban en mi interior sin poder identificarlas. Poco a poco crecía algo, brotaba un cariño sublime que solo podía tenerlo a él como receptor.
Lo miré y le besé la frente, mientras disfrutaba de como nuestras piernas se entretejían y él me acariciaba el pie que tenía desnudo con el suyo.
—Solo tengo un calcetín puesto —dije y solté una risita.
Me moví e intenté alcanzar mi camiseta, para vestirme.
—Quédate así, me gusta verte.
—No —Estiré la tela de la camiseta sobre mi torso para cubrirme—. Tú estás muy vestido, es injusto.
—Sí quieres me quito la ropa —bromeó.
—Ok —contesté con un breve encogimiento de hombros.
—Tú lo que quieres es verme desnudo y aprovecharte de mí —dijo fingiendo una expresión lúbrica.
Solté una risa.
—Por supuesto, porque eso te molestaría un montón si sucediese.
—Yo no dije que me fuese a molestar —Se rio también—. Solo quiero dejar en claro tus deseos de aprovecharte de mí.
—Mmm ¿y qué estás esperando entonces? —pregunté divertida.
Diego se rio de forma espontánea y procedió a bajarse los pantalones en compañía de sus calzoncillos que arrojó al final de su largo y ancho sofá. Luego se giró a mirarme e hizo una mueca, para fingirse presumido que me hizo reír.
—Felicidades, eres el primer tipo que veo desnudo.
—Mentirosa —dijo bufando—, te la pasas viendo series homoeróticas con Natalia.
Me reí como tonta.
—Bueno, me refiero así... En vivo y en directo.
—¿Y qué opinas de la anatomía masculina hasta ahora? —Acomodó un brazo detrás de su cabeza como almohada—. Tengo que advertirte que no todos los hombres se ven así como yo que parezco salido de un anuncio de gimnasio —Sacó el abdomen para que luciera como que tenía varios kilos de más de barriga—. Yo soy el modelo del antes —Reímos al unísono—. Y mira, no quiero darte falsas expectativas en la vida, tampoco tienen penes tan majestuosos como el mío.
—¿Majestuoso? —comenté sarcástica y solté otra risa.
—¿No es majestuoso? —Alzó un poco la cabeza, para estudiarse a sí mismo—. Mira que porte, parece un... —Se miró pensativo, así que yo también lo hice.
—¿Twinkie aporreado? —respondí y él se rio.
Era como si no pudiese evitar reír. Había olvidado que cuando se relajaba era bastante gracioso. Eso siempre había sido lo que más me gustaba de nuestras viejas conversaciones telefónicas, que después de que se le pasaba el estrés del día hablábamos mucho y reíamos un montón porque a ambos nos encantaban los chistes de nerd.
—No sé, es el primero que veo o toco, después de que mire otros te aviso sobre su majestuosidad.
—No quiero que mires otros penes. —Fingió seriedad—. A mi pene le gusta la monogamia y se ofende fácilmente —susurró, mientras se tapaba la boca con la mano, como si su miembro pudiese oírlo o leerle los labios en verdad.
—Awww, pobrecito, es de lo más delicado —bromeé a la vez que mi mano se deslizaba por su abdomen hasta su miembro que acaricié con la punta del dedo—. Sabes —Giré el rostro para mirarlo—, a mí los penes siempre me dieron cierto... Asquito. Pero el tuyo no. Incluso ahora que parece una cosita arrugada.
Diego se rio.
—Déjalo, está durmiendo —expresó fingiendo seriedad, pero luego me miró confundido—. ¿Por qué asquito?
—No sé, supongo que era una especie de aversión. En el colegio no podías medio besarte con un chico cuando ya quería que lo anduvieras toqueteando, o lo que fuese. No sé, eso me hizo tenerle cierta repugnancia.
—Estoy de acuerdo con que te den asco todos los penes menos el mío, me parece una buena actitud ante la vida.
—Bap —Rodé los ojos entre risas al escuchar su respuesta tonta.
—¿Qué? Te estoy aceptando con tus fobias absurdas y en vez de alegrarte te quejas, no, Máxima, así no se puede —insistió gracioso.
—Ay, tonto. —Di un manotazo en el aire negando con la cabeza—. Te pasas de bobo...
Diego me besó en el pecho, justo sobre el moretón que me había dejado dos días antes y luego acomodó su cabeza de nuevo en mi hombro, por lo que aproveché de volver a acariciarle el cabello.
—Mira que universo tan bonito te pinte en el pecho —Repasó la marca con los dedos que había cambiado de color.
—Sí y para mañana tendré un montón más de esos en mis posaderas. Se suponía que ibas a resarcirme —simulé una queja.
—Ojalá pudiera morderte sin dejarte marcas... Nunca había tenido ganas así... De morder.
—Me lo dijiste borracho, me dijiste que me querías morder.
—Sí, lo sé... No sé por qué, pero me encanta sentir tu piel contra los dientes.
—Si no me dices no me doy cuenta —dije riendo—. Me gusta... —admití—, solo procura que no sobrepase lo de hoy, no más fuerte o me harías daño.
Diego asintió y se acercó a darme un besito corto.
—Me parece injusto esto, ahora eres tú la que tiene más ropa puesta —Frotó su pie con el mío que tenía el calcetín—. Tú siempre con una dominación y una tiranía.
—Sí te portas bien te dejo quitármelo —contesté coqueta.
—Que benevolente es con su dictadura.
—Quítamelo —ordené con altivez.
Me incorporé y tras quitarme a Diego de encima, me acosté del lado contrario del sofá. Lo miré desde mi esquina y estiré la pierna para colocar mi pie cubierto con el calcetín sobre su entrepierna. Comencé a acariciar su miembro con insistencia y él se rio sin hacer nada para que la caricia no avanzara. Lo sentí endurecerse y eso me hizo reír.
—No puede ser... No puede ser... Pero que regalado salió el Twinkie.
Diego se incorporó un poco y empezó a sacarme despacio el calcetín. Fue raro, no esperaba que sus avances me calentaran, después de todo, hacía unos veinte minutos me había corrido gloriosamente y me sentía más que satisfecha.
Con una sutileza insospechada Diego fue retirando la tela de mi pie, hasta desnudarlo. Entonces, se lo llevó a la boca, para besar la planta y me provocó una serie de cosquillas extrañas. Luego pasó la lengua de abajo hacia arriba despacio y mi respiración se agitó.
—Me gustan tus pies —dijo a la vez que me hacía un masaje leve.
Se llevó mi pie otra vez a la boca con mucha naturalidad y me lamió los tres últimos dedos. Me quedé un poco perpleja ante semejante visión de la misma manera que me había ocurrido cuando lo hizo con el otro pie. Más aún, cuando siguió con los demás dedos que succionó despacio a la vez que intercalaba con deslizar la lengua entre ellos. Jadeé sin entender muy bien qué me pasaba... ¿Me estaba calentando con eso? ¿O era por la expresión de deleite que adquiría su rostro cuando lo hacía?
Le quité el pie y retraje un poco la pierna, para alejarla de él y cruce los tobillos, mientras frotaba mis pies el uno con el otro, como si tratase de disipar la sensación de excitación que me había provocado. Diego me miró con una sonrisa tonta en los labios y me tomó por la rodilla.
—Ven, estás muy lejos. No me gusta.
Me incorporé y él me tomó por la cintura y me guio para que me acostase sobre su pecho. Lo sentí duro contra el abdomen y él me jaló hacia arriba, para propiciar el acople, cuestión que hizo que me tensara por sus avances.
—Máxima, relájate —Movió el rostro para encararme—. No te voy a hacer nada. Te lo juro. En serio.
—Mmm... Pero se están tocando —expliqué sintiéndome un poco tonta.
Joder, que nunca habíamos estado así de desnudos mientras nuestros sexos se rozaban. Al menos para mí era algo nuevo y que me ponía muy nerviosa y también me excitaba de una forma muy simple, muy... Natural. Parecía que nuestras anatomías encajaban con mucha facilidad y era inevitable que algo se apretara en mi interior, mientras mi cuerpo vibraba por el mero contacto con su piel tibia, llena de texturas que no tenía la mía, en donde reposaba esa fragancia dulce producto de la mezcla entre su aroma masculino, perfume, un poco de nuestros sudores y algo más que no supe identificar.
—Mmm sí, me gusta que me mojes —dijo mirándome de una forma que hizo que el rostro se me calentara y él al notarlo, sonrió malicioso—. Se están conociendo, déjalos un rato. —Sonreí y me aguanté la risa nerviosa que pugnaba por salir tras escuchar ese comentario—. Pero en serio, tranquila, no te voy a hacer nada que no quieras.
—No digo que no, sin embargo, luego me pones a mil y es bastante difícil pensar en esas circunstancias cuando me preguntas si quiero que sigas —expliqué sincera, pues cuando estábamos juntos, mi cuerpo ardía de la excitación y era como si dejara de pertenecerme.
—Mmm... No lo había visto así, no era mi intención... De todas formas, nunca me digas que sí porque te sientas presionada, si no te apetece, yo me detengo y punto. ¿Hace rato no querías?
—Sí quería, claro que quería... Es solo que... Esto es nuevo para mí y... Francamente no sé, tal vez mañana me preguntes sí quiero más y te voy...
—Entonces no lo haré —dijo interrumpiéndome.
—Es que no me molesta qué me preguntes, es que...
Lo miré incapaz de completar la frase, pues ni yo misma entendía muy bien qué trataba de explicar. Él me estaba volviendo loca del deseo y eso era nuevo, aún intentaba procesarlo. Me costaba pensar en esas circunstancias.
—Hagamos algo para solucionar esto, es muy simple. Con respecto a tener coito, nunca te lo voy a preguntar. ¿De acuerdo?
—¿Nunca? —Lo miré confundida.
—No, nunca. Así podrás estar tranquila, no ocurrirá hasta que tú lo pidas.
—¿Tendré que pedirlo?
—Sí —dijo libidinoso y sentí su miembro endurecerse más debajo de mí—, explícitamente...
—Ay, no... —contesté y enterré la cara en su pecho apenada.
—Así nos podemos besar todo lo que queramos y cero presiones para ti.
Apoyé el rostro de medio lado sobre su pectoral y él se dedicó a pasarme los dedos por el cabello, lo que me generó muchos estremecimientos. Cuando llegó al final de mi espalda, deslizó las manos hasta mi trasero y lo apretó, para manosearlo descaradamente. De nuevo volví a sentir como su miembro se endurecía contra mi sexo que palpitó en respuesta, humedeciéndose más.
—De acuerdo. —Alcé el rostro para mirarlo—. Me parece lo mejor.
Recoloqué el rostro de medio lado sobre su pecho y él siguió acariciándome con dulzura.
—Me gustan tus hoyuelos.
Hundió los pulgares al final de mi espalda en donde estaban. Era increíble que un toque tan simple generara una carga eléctrica de tal magnitud en mi organismo.
Sonreí y luego me reí por la ironía del momento.
—Y yo que no te pedí que entraras a la bañera conmigo, porque íbamos a estar demasiado desnudos.
—¿Querías que te acompañara? —me preguntó con ese tonito ronco que me ponía tan mala.
—Sí —admití en un hilo de voz.
—Yo me moría de ganas de arrodillarme junto a ti y meter la mano entre tus muslos para hacer que te corrieras...
—¡Diego! —le reproché y enterré la cara en el hueco de su cuello al sentir como se me calentaban las mejillas.
—Perdón... ¿No podía decirlo? —preguntó juguetón.
Yo volví a colocar el rostro una vez más sobre su pecho y miré hacia la sala.
—Necesitas una alfombra —comenté para aligerar un poco el ambiente y él ladeó la cara en dirección al suelo vacío—. Una gran alfombra peluda.
—¿Tienes alguna fantasía sexual que conlleve una alfombra?
—Mmm. —Me encogí de hombros—. Tal vez.
Levanté la vista hacia él y apoyé el mentón sobre mis manos que había posicionado en sus pectorales.
—¿Me manosearías en la alfombra? —preguntó.
—Eso tenlo por seguro. Rodaríamos desnudos del sofá a la alfombra.
—Necesito una alfombra —decretó fingiendo seriedad—. Tiene que ser grande y peluda. ¿Cuándo la compramos?
Reí y negué con la cabeza.
—También una manta para el sofá, para que no tengamos que estar tan destapados, podríamos seguir desnudos, pero calentitos con la manta.
—Podríamos ir, visitar varias tiendas.
—Podríamos, pero se está tan bien aquí —Bajé el rostro, le besé el pecho con intensidad y él jadeó en respuesta—. Tal vez en unos minutos, quiero estar un poquito más así.
—Sí, obvio no decía inmediatamente. Me gusta... Me gusta mucho tenerte encima —dijo con voz ronca y me abrazó con más ahínco.
Lo sentí moverse un poco, resbalando entre mis labios y noté su humedad contra el vientre. Inhalé e intenté mantener la compostura, pero resultaba difícil, sobre todo, porque la sugerente caricia torturadora de sus dedos seguía teniendo lugar en mi espalda baja, para estremecerme, deliciosamente, erizarme toda la piel y endurecerme más los pezones.
—¿Cómo se siente? —pregunté curiosa.
—¿Cómo se siente qué? —respondió él y noté que su voz era profunda, sensual.
—El sexo... ¿Cómo se siente? Tú que eres hombre, ¿cómo lo sientes?
—No voy a hablar de eso —contestó serio.
—¿Por qué no? —Alcé el rostro y lo miré confundida, no me pareció que estuviese preguntando algo indebido.
—Pídeme que te describa cómo es estar dentro de ti después de que lo haga. No voy a hablarte de cómo me he sentido antes con otras mujeres. Desde que estamos juntos, el sexo lo pienso solo contigo, no quiero recordar el pasado —expresó con calma, aunque tajante.
Aquella respuesta me anonadó. No esperaba algo así.
—Ok... —Apoyé la cabeza en su pecho de nuevo.
Mi pregunta había sido inocente, la había hecho sin entender todas sus implicaciones. Sin embargo, no me arrepentía de haberla formulado, pues me había enterado de su forma de pensar sobre mí y cada palabra que había dicho me había gustado muchísimo. Ahogué la sonrisa que buscaba ensanchar mis labios y le besé el pectoral, me gustaba que pensara solo en estar conmigo, me gustaba mucho.
—Perdóname —dijo segundos después—. No era mi intención sonar tan cortante.
—Tranquilo, discúlpame, no reparé en eso. Olvídalo —expresé sincera y le di un besito corto en la boca.
Me eché a un costado y me acosté a su lado con cuidado de no caerme del sofá. Luego tomé su brazo y lo coloqué sobre mi cintura. Diego se movió, para acomodarse detrás de mí y me abrazó, atrayéndome contra sí.
Recorrió mi piel con los labios desde mi hombro hasta mi cuello, para depositar un beso junto a mi oreja que me aleló por completo.
—Me encantas, Máxima, me encantas —susurró con suavidad.
Suspiré y noté como su lengua tibia me lamía despacio.
—A ver, cuál es la parte que más te gusta de mí —pregunté coqueta.
—De ti me gusta todo.
—Sí, pero de mi cuerpo. Que te gusta más —insistí.
—Mmm, tu mente.
—Bap —me quejé—. Mentiroso... Dices eso solo por engatusarme.
—Es en serio. Eres bellísima de eso que no te quede la menor duda. No obstante, es tu mente la que me atrae y me encanta tanto. Mucho, mucho. De tu cuerpo como te dije ya... —Deslizó su erección entre mis glúteos y eso me hizo jadear sorprendida—. Me gusta todo. —Se movió insinuando una penetración—. Todo, tú me gustas toda —Me lamió el cuello y cerré los ojos mientras me mordía el labio inferior para no gemir.
#ComentenCoño
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top