Veinte

Un beso suave, sosegado, se depositó en mi hombro y me despertó del sueño dulce en el que había caído, tras el arrobo postorgásmico producto de las caricias de Diego.

Él encajó su cuerpo contra el mío que descansaba de medio lado y su mano se posó en mi cintura, para abrazarme. Me quejé de su piel fría, aun así, me di la vuelta, para escurrir el rostro en el resquicio entre su hombro y su cuello. Enterré la nariz justo ahí, olía a jabón, a piel limpia, fresca y deliciosa. Se me antojó lamerlo, así que dejé correr la lengua por su garganta con absoluto deleite, luego le besé la mejilla y me acomodé adormilada contra su pecho.

Segundos después, el toque de sus dedos, escurriéndose bajo mi falda, me generó un escalofrío que me sacó del letargo.

—Mmm... Malo, no me dejas dormir —Me quejé y lo escuché reír—, hueles a jabón, no me gusta —mentí—, tienes que oler es a mí —Lo abracé a la vez que le colocaba el cabello en la cara y en el pecho, mientras frotaba mi cuerpo contra el suyo.

Miré las dos marcas que le pintaban el pectoral izquierdo con una coloración rojiza que empezaba a oscurecerse.

—¿Te molestó que te hiciera esto? —Posé los dedos sobre las marquitas, para darle a entender de qué hablaba.

—Mmm no... No sé, se sintió excitante. Nunca había tenido uno de estos.

—¿En serio? —Lo miré incrédula y él asintió—. ¡Qué honor ser la primera! —dije muy dispuesta.

—Eres mi primera vez para muchas cosas —contestó él acariciándome el cabello.

—¿Ah, sí? ¿Cómo cuáles?

—Eres la primera mujer en gustarme así... Tanto, tanto.

—¿Antes te gustaban los chicos?

—¿Qué? —preguntó demasiado horrorizado y eso me hizo reír.

—Puedes ser bisexual, no hay problema —dije divertida—. La sexualidad es una escala de grises, no un blanco y negro.

—Me gustan las mujeres —afirmó muy serio.

—¿En plural? —Lo miré expectante, fingiendo un falso drama.

Solo tú.

Me tomó por la mejilla, para atraerme a sus labios y me dio un beso corto; pero firme, de esos que me hacían perder el sentido un par de segundos por su intensidad. Cuando me decía eso, mientras me miraba tan bonito, me resultaba inevitable deshacerme como un iceberg por el cambio climático.

—Tengo hambre —solté nerviosa de que se diera cuenta.

—Voy a llamar a Piu Bello, ¿qué pido?

—Pastica, pollito y alguna ensaladita, compartimos todo.

—De acuerdo —dijo incorporándose.

—Oye —lo llamé antes de que se fuera—, ¿me puedo dar un baño también?

Entre el sudor y la humedad que se anidaba en medio de mis piernas, me sentía hecha un desastre.

—Sí, ven —Me ofreció su mano para que pudiera salir de la cama.

Diego me condujo hasta el baño de su habitación, que no era para nada como el mío con sus dimensiones diminutas. Este tenía una linda y muy amplia mesada vacía, con un gran espejo, una buenísima iluminación, como para maquillarse sin problemas y una espaciosa tina.

—Este el baño de mis sueños húmedos, ¡tienes tina! Dime que la usas, por favor —pregunté fingiéndome seria.

—Pues me ducho todos los días en ella.

—Ay, bebita, él no te merece —le hablé a la vez que pasaba los dedos por la superficie fría de la bañera.

—Puedes usarla cuando quieras —ofreció sonriente.

—¿Tienes toallitas húmedas? —pregunté pensando en utilizarlas, para quitarme la máscara para pestaña que estaba un poco corrida.

—No, lo siento.

—Tranquilo, me las ingeniaré.

Él bajó la vista.

—Tienes los pies lindos.

—Mmm, gracias.

Lo miré entrecerrando los ojos por su comentario. Él se rio nervioso y me dio la espalda. Me señaló una toalla limpia, champú, jabón y cuál era la llave de agua fría y la de agua caliente.

Él hablaba, pero no le prestaba atención, estaba ocupada mirándole los omóplatos, en realidad, toda su espalda bien formada, sin contar lo bien que le quedaban esos pantalones de pijama.

—... solo tienes que colocar el tapón si quieres usar la tina... —continuó hablando.

Llevé la mano a la cremallera de mi espalda y tras abrirla, tomé el dobladillo de la falda de mi vestido que con soltura levanté para quitármelo. Lo dejé sobre la mesada y me acerqué a él.

—Disculpa no te presté atención. ¿Cuál es la llave de agua caliente? —pregunté cuando él se giró hacia mí y me encontró luciendo mi linda ropa interior color coral.

Su expresión estaba como para enmarcarla. Anonadado, pestañeó mirándome de arriba abajo, como si no creyese lo que veía. Me pareció adorable.

Era raro, por un lado, aun me encontraba procesando el hecho de que le había permitido tocarme y por otro que había cedido a esa parte de mí que le gustaba provocarlo, aunque, en realidad, no quería que llegáramos a más. Me encantaba trastocarlo, para que negarlo.

Él se quedó ahí, sin poder hablar un par de segundos, mirándome, por lo que yo pretendí que no ocurría nada y me acerqué a la tina. Me situé a su lado e insistí en saber cuál era la llave de agua caliente, mientras me recogía el cabello en un moño, para atarlo con la coleta que tenía en la muñeca.

Diego se movió un par de pasos y se paró detrás de mí. Noté como su dedo se posaba, certeramente, en mi nuca y cerré los ojos, mordiéndome los labios, al sentir su aliento caliente sobre mi piel.

Me recorrió la columna vertebral con la punta de su dedo, lo que me provocó una serie de escalofríos por toda la espalda. No esperaba que bajara el bretel de mi brasier y tampoco que me lamiera el hombro de forma deliciosa una y otra vez.

—Una, dos, tres, cuatro, cinco... —dijo un número después de cada lamida—. Ocho, nueve, diez... Son muchas pecas. Once, doce...

Su mano izquierda se posó sobre uno de mis pechos y yo jadeé en respuesta, mientras que la derecha descendía desde mi cintura hasta mi vientre bajo, cerca del borde de mi ropa interior. Así de rápido me encendió de nuevo. La capacidad de Diego para hacerme arder súbitamente era increíble.

Sus labios se arrastraron por mi nuca, para besarme, lamerme y contar mis pecas de camino hacia mi otro hombro. Su mano se posó sobre mi entrepierna, amoldándose a mi coño que apretó con firmeza y aquello me hizo jadear de la impresión. Los pantalones de pijama que llevaba no conseguían retener su erección, que se restregó sin pudor contra mi espalda baja y mi trasero.

—Treinta, treinta y... Mmm, perdí la cuenta, tengo que volver a empezar —dijo con la voz ronca junto a mi oído y cambió de pecho, para acariciarlo impudoroso—. Una, dos —continuó lamiéndome las pecas de los hombros—, tres...

Llevé mi mano hacia atrás y enterré mis dedos en su cabello. Lo escuché gemir en reacción y eso me gustó.

Me giré a encararlo y lo tomé por la nuca, para obligarlo a inclinarse hacia mí. Le pasé la lengua por el hombro y comencé a contarle las pecas también, aunque él tenía pocas en comparación conmigo.

—No vamos a terminar nunca —susurré excitada.

—Yo no quiero terminar —dijo a la vez que me tomaba en peso y me sentaba encima de la mesada. Aun me asombraba la facilidad con la que lo hacía.

Diego se escurrió entre mis piernas y se acomodó de tal manera que su miembro se presionó contra mi sexo, mientras su boca descendía por mi escote. Me bajó el otro bretel del brasier y su lengua se deslizó en medio de mis pechos. Aquello se sintió delicioso, pero también me generó cierta parálisis al pensar en lo fácil que podría ceder la prenda. Me eché hacia atrás, a la vez que me tapaba los pechos, para evitar que la tela del brasier descendiera y mostrara más de la cuenta.

—Anda... Anda pedir la cena —dije en un impostado tono de regaño, que resultó super falso.

Si le permitía continuar, dudaba muchísimo que yo llegara a ducharme. Iría a parar directo a su cama de nuevo, completamente desnuda, para dejar que me hiciera lo que le diera la gana, cuestión para la que aún no me sentía lista... Del todo.

—El agua caliente es la izquierda —dijo acercando el rostro al mío, para robarme un beso húmedo y sensual.

—Ujum.

Diego caminó hacia la puerta y se llevó la mano a la entrepierna. Se apretó el miembro en lo que pareció un movimiento natural, como si hubiese olvidado que lo estaba viendo y salió del baño, por lo que conseguí respirar al fin en paz.

¡¡¡Santísima mermelada!!!

Inhalé profundo, estaba sin resuello. Era como un antílope que se había salvado de que se lo comiera un león. Me bajé de la mesada y le coloqué el pestillo a la puerta. Me miré en el espejo, analizándome. Tenía el cabello revuelto, el rostro y el pecho enrojecidos, además de un hematoma sobre uno de mis pechos demasiado grande. Los que yo le había hecho resultaban unas marquitas coquetas, en cambio, la que él me había dejado era el mordisco... De un león.

Tenía ganas de hacer pis. Me quité la ropa interior que estaba inservible, la tela se encontraba empapada. Cerré los ojos por un momento, mientras me recordaba que no podía perder los papeles así. Me reí, me encantaba hacerlo con él.

Y tras sentarme para ir al baño descubrí que orinar, estando excitada, era un poco difícil. Mis músculos se encontraban contraídos y por más que trataba de hacerlo, nada pasaba. Tuve que tararear una melodía en mi mente e intentar relajarme para que mi uretra se dignara a miccionar. Rodé los ojos negando con la cabeza, mientras trataba de cumplir con aquella tarea.

Tras lavarme las manos, decidí fisgonear un rato al pensar en que eso sería lo que haría Natalia. Así que abrí los cajones en busca de actividad femenina.

La mayoría de los compartimentos lucían bastante vacíos, excepto el primer cajón. Un par de afeitadoras, loción e hidratante para después de la afeitada. Un cepillo para el cabello. Enjuague bucal y demás artículos de ese tipo. Los otros tenían algunos suministros como papel higiénico, gel y barras de jabón, pasta dental.

No encontré nada remotamente femenino excepto un diminuto pasador negro de cabello, una vulgar horquilla. Lo tomé y lo miré, preguntándome quién habría sido su antigua dueña. ¿Alguna exnovia que de seguro se había hecho un moño y se le había caído en el cajón abierto? ¿Algún polvo de turno? Lo más factible era la primera opción, suponiendo que no me hubiese mentido con la cantidad de chicas con las que había estado.

Decidí no pensar en eso. Me di una ducha e intenté lavarme la cara lo mejor posible, mientras imágenes de lo ocurrido volvían a mí. Ni el agua parecía ser suficiente para atemperar el ardor que seguía presente en mí.

Luego me sequé bien, me coloqué el brasier y guardé mi ropa interior dentro de la falda de mi vestido que doblé. Al salir del baño, con una toalla cubriéndome el cuerpo, escuché a Diego hablar a lo lejos. Me acerqué despacio para que no advirtiera mi presencia y poder oírlo.

«Qué horror, Natalia sal de este cuerpo» pensé.

Él estaba de espaldas a mí, de pie en medio de la sala, por lo que me quedé en el umbral del arco del pasillo, oculta en la oscuridad.

—No sé, no sé, no pude hacerlo —le escuché decir—, ¿Para qué mierda tenemos gerentes, si todo lo voy a tener que hacer yo? Mejor despídelos que yo me pico en pedacitos y me reparto por todas las empresas.

Aunque no le veía el rostro, sonaba molesto. El gesto de jalarse el cabello exasperado lo delataba. Estaba estresado.

—Yo sé que las ventas han bajado y que los suministros se han encarecido. Lo sé, soy consciente de todo eso, pero no sé, papá por qué carajo se dañó el tanque. La cita del servicio técnico es casualmente mañana, por el fin de semana no se pudo antes —Hizo una pausa—. También está la posibilidad de algún tipo de sabotaje, aunque no nos guste pensarlo —agregó e hizo otra pausa—, yo sé, yo sé que son veinte mil litros...

»Lo que se me ocurre es qué adelantemos el examen anual de salud de los empleados. Le hacemos pruebas toxicológicas. Si sale positivo que el gerente lo despida.

»Bueno, está bien —dijo en tono condescendiente—, perfecto... Revise usted todo entonces. Esa es su empresa —expresó molesto—. Claro... Nuestra para lo que te conviene. Ya te dije lo que pasó, no creo que hubieses hecho nada distinto, papá.

»A ver, él que tú y yo estemos estresados no hace que la leche mágicamente vuelva a estar buena. Se dañó, ni modo. —Abrí la boca al escucharlo decir lo que yo le había dicho en la fábrica—, así que calmémonos y mañana es un nuevo día, tomaré medidas para que esto no ocurra otra vez. Cálmate, papá por favor, recuerda que se te sube la presión y que todas las empresas tienen pérdidas.

»Está bien, descansa —dijo con un tono de voz mucho más tranquilo y colgó.

Esperé unos cuantos segundos y luego caminé hacia él. Lo rodeé con mis brazos y puse mi mejilla contra su espalda. Él continuaba sin terminar de vestirse, solo lucía esos pantalones de pijama color gris que le quedaban fabulosos. Le di un beso entre los omóplatos y él llevó los brazos hacia atrás, para intentar darme un abrazo invertido. Me miró por encima del hombro, seguía muy serio.

—La comida llegará en unos minutos.

—Genial. ¿Me prestas ropa?

—¿Tengo que hacerlo? —Hizo una mueca de fastidio fingido—, ¿no te puedo dejar en toalla?

—No. —Reí—. Préstame algo de ropa interior, por favor.

Caminamos a su habitación. Diego abrió un cajón y sacó un par de calzoncillos blancos y se ofreció a ayudarme a ponérmelos. Los sostuvo y yo introduje las piernas y él los subió por dentro de la toalla hasta llegar a mis caderas.

—Son bastante cómodos.

Luego buscó un par de camisetas, una blanca para mí y una negra para él.

—¿Por qué a mí me das la camiseta blanca y tú te quedas con la negra que es más grande y suavecita?

—Porque es vieja y está manchada, te estoy dando la bonita y decente —dijo confundido.

—No, no, yo quiero esa —refunfuñé y lo obligué a entregármela. Me la puse y me saqué la toalla—. Además, no te pongas nada —dije quitándole la camiseta blanca de la mano cuando pensaba ponérsela y él me la quitó de regreso.

—Necesito estar vestido cuando venga el repartidor —Abrió la toalla en el respaldo de una silla—. Tú andas muy irrespetuosa —Se me acercó y echó los hombros hacia atrás con expresión seria—. Me hablas de lo más autoritaria.

No supe si estaba jugando o me lo decía de verdad, fuese como fuese decidí no amilanarme.

—Yo te hablo como a mí me da la gana —dije fingiendo altivez.

—¿Y cuándo acordamos eso?

Me tomó en peso de la nada y yo jadeé sorprendida de la impresión, sobre todo, cuando me colocó contra la pared más cercana.

—Lo decidí justo ahora.

—No señorita, tú me hablas como yo dejo que me hables —explicó con tono adusto.

—Sigue pensando eso —solté burlona y él se rio.

Lo tomé del cabello, para obligarlo a echar la cabeza hacia atrás y le pasé la lengua por los labios, como él solía hacer conmigo. Me miró y sonrió. No se quejó en lo absoluto.

Me depositó en la cama y se acostó sobre mí. Me buscó la boca y yo cerré los ojos, para disfrutar de aquel beso, cuya tónica era menos necesitada, más dulce, más romántica. Juguetona incluso. Resultaba encantador que los dos estuviésemos en nuestra ropa de descanso, oliendo a jabón y comiéndonos los labios relajados, aunque siempre con cierta excitación latente.

El intercomunicador sonó. Había llegado el pedido de comida. Diego se levantó para recibirla y yo me quedé entre las sábanas. Miré todo a mí alrededor, asimilando que me encontraba en la cama del profesor Roca con sus calzoncillos puestos. Si alguien me hubiese dicho de la posibilidad de que eso ocurriese, al comienzo del semestre, me habría reído y le habría pedido que se medicase.

*****

Abrí los ojos, Diego se encontraba detrás de mí en el sofá. Al parecer, nos habíamos quedado dormidos mientras veíamos la televisión tras comer. Me levanté adormilada sin que él se percatara de nada.

Caminé hasta la isla de la cocina y recogí mi teléfono para ver la hora, eran las tres de la mañana. Muy, muy tarde. Tenía un mensaje de Nat, de hacía dos horas, en el que me preguntaba si me iba a quedar a dormir con él. Le había escrito antes de comer, para que no se preocupara, pero luego me olvidé de revisar su respuesta.

Miré el teléfono de él junto al mío y pulsé el botón de inicio. En la pantalla mostraba varias notificaciones. Tenía bloqueo de huella dactilar y ahí estaba Diego con la mano colgando fuera del sofá. El corazón comenzó a latirme desaforado ante la idea que empezó a gestarse en mi mente.

«Deberías revisarle el teléfono, no es que tú seas una de esas mujeres controladoras, ni nada por el estilo, es solo que así te puedes enterar de una puta vez como es este tipo y si es sincero o no. Aclararías un poco lo sucedido», pensé.

«El que busca encuentra, Máxima, siempre has criticado eso. ¿Para qué le vas a revisar el teléfono? Estás durmiendo con él en su sofá, a las tres de la madrugada, tiene dos marcas de succión en el pecho. No hay nada que indique que vive con una mujer. Novia no tiene. Si a ti te revisaran el teléfono te pondrías bastante histérica, no lo hagas», pensé también.

«Te mintió por seis meses, seis. Hazlo».

Caminé hasta el sofá y no me ayudó para nada ver lo adorable que lucía con los ojos cerrados.

«No se merece que le haga esto...» Y antes de que ese pensamiento se asentara, una voz insidiosa en mi mente respondió: «Así como tú tampoco te merecías sus engaños».

Inhalé profundo para controlar el temblor que me colonizaba el cuerpo y coloqué su huella dactilar sobre el botón. Caminé de puntillas de regreso a la cocina, si él despertaba, yo lo vería y podría minimizar la pantalla para fingir que estaba usando mi teléfono.

Miré la pantalla a la vez que mi corazón latía a cada segundo más rápido. Supuse que alguna hormona como la adrenalina, o algo por el estilo, debía estar inundando mi sistema.

Tenía tanto miedo de encontrar algo. Había sido tan feliz a su lado durante la cena, no quería que eso terminara. Lo recordé mirándome con dulzura, mientras me decía:

—Me encanta que estés aquí, junto a mí y escucharte hablar y que no sea una conversación de amigos por teléfono.

Pensar en eso me produjo un retorcijón de culpa, pero al mismo tiempo, necesitaba saber, porque la duda aún seguía presente carcomiéndome la paz.

Primero lo primero, recordé las nociones básicas de revisar teléfonos que le había oído decir a Brenda alguna vez. Así que pasé el teléfono a modo avión para poder entrar a WhatsApp sin que se marcara su última conexión a las tres de la madrugada. Miré los chats. El de su papá ni siquiera lo abrí. Tampoco los que tenían nombres masculinos.

«A veces los hombres guardan los contactos femeninos con otros nombres», pensé y quise creer que ese no sería su caso.

«Alma» decía un chat, lo abrí y comencé a revisar, supuse que era su secretaria o alguna empleada, porque solo había conversaciones de trabajo y el tono de los mensajes era muy formal. Lo mismo se repitió con otras dos mujeres.

Iba a salirme de la aplicación cuando vi su foto... Era el chico que yo había creído que era Leo y que, en ese momento, descubrí que en realidad se llamaba Marco. Comencé a leer la conversación con rapidez; pero era muy larga. Deslicé hacia arriba lo más que pude, y leí un poco. Hablaban de alguien que conocían, tuve la impresión de que era un tipo que odiaban mutuamente, no entendí muy bien, seguí bajando hasta que leí:

«¿Qué pasó con la Pelirroja? Sí te comes ese coñito será gracias a mí, que se enamoró fue de esta carita» —rodé los ojos.

«Claro, claro y de tu calvicie incipiente, maricón» —le contestó Diego.

Toma pendejo.

«Aunque te duele fue esta sonrisa de niño lindo la que cerró el trato, ya hice la buena acción del año, hice que te levantaras un coñito pelirrojo».

¡Ay, pero qué baboso este tipo!, exclamé mentalmente. No pude evitar girar los ojos de nuevo.

«Hasta que al fin me serviste para algo, pendejo» —le respondió Diego.

«Por qué no me conseguí yo una así, tan tonta como para creerse ese cuento tuyo. Seis meses sin pedirte hacer una videollamada, es que hay gente idiota y esa pelirroja».

«Será cabrón», pensé y alcé la vista para mirar a Diego que seguía dormido.

«No es tonta, todo lo contrario. Me pelea muchísimo, es muy difícil, pero eso justamente es lo que me gusta de ella».

Awwww.

«Es tonta, no lo niegues» —insistió Marco.

«Solo fue ingenua. De todas formas, no es tu problema, pendejo».

«Mira cómo te tiene maricón —escribió y agregó iconos de caritas que reían, para burlarse—. A mí me da igual como sea, mientras estés bien... La prefiero mil veces a ella, medio tonta y todo, que a tu ex».

Diego no le respondió más. El último mensaje era de hacía dos días. ¿A su ex? ¡Entonces sí estaba soltero! —Miré hacia el mueble, seguía dormido—. Salí del chat y me mordí el labio, nerviosa a la vez que abría el apartado de las fotos. El teléfono era nuevo debido al robo y al parecer no tenía respaldo del anterior, porque no había casi imágenes. Encontré una captura de pantalla de una transferencia bancaria y lo que parecían ser las fotos de una máquina procesadora.

Decidí no seguir revisando nada. Me daba terror que me descubriera, estaba a punto de que se me saliera el corazón del miedo. Quité el modo avión y volví a colocar el teléfono en la mesada. Me sentí como un gusano por haber invadido así su privacidad. Me llevé la mano temblorosa al rostro, mientras me decía que nunca más haría algo así. No podía con la culpa.

«Patético, Máxima, patético».

Me serví un vaso de agua que bebí a sorbitos, para tranquilizarme. Ni trotando se me alteraba tanto el ritmo cardiaco. «Bueno, deja el remordimiento, lo hiciste por necesidad, porque él te mintió sobre quién era. No lo haces más y punto. Está soltero, no te ha mentido más como prometió» pensé, instándome a relajarme.

Volví al sofá con un solo pensamiento: su ex. ¿Quién era ella y por qué a Marco no le caía bien? Recordé a Diego diciéndome que tenía varios meses sin tener sexo, por lo que su ruptura no había sido hacía mucho. Eso no me gustó. No quería estar con nadie que estuviese añorando a otra, pero hasta ese momento, Diego no me había dado la impresión de que pensase en alguien más que no fuera yo.

Analicé que él tenía veintiocho años, era natural que tuviese exnovias y por supuesto, más de una. Ni siquiera podía achacárselo a su edad, conocía muchos veinteañeros que ya se habían acostado al menos con una docena de chicas...

No hay otra. Solo tú, recordé que me dijo, mientras me miraba a los ojos en la madrugada del sábado.

Respiré intentando recobrar un ritmo cardíaco menos acelerado y me senté a su lado. Apagué el televisor, lo que nos dejó casi a oscuras de no ser por la luz que se colaba desde el pasillo que conducía a las habitaciones. Le acaricié el cabello, mientras volvía a pensar en que lucía lindo dormido.

Se despertó después de un par de segundos. Me miró y sonrió, se veía distinto. Estaba tranquilo, relajado.

—¿Qué hora es? —preguntó adormilado.

—Más de las tres de la madrugada.

—Carajo... Me quedé dormido. ¿Por qué no me despertaste para llevarte?

—Yo también me quedé dormida —contesté acariciándole el rostro con dulzura.

—¿Te puedes quedar? Te llevo antes de ir a trabajar.

—Sí, dale.

—Vámonos a la cama entonces.

Diego se lavó los dientes y yo usé su enjuague bucal. Luego, nos fuimos a la cama que nos recibía con las sábanas frías. Nos arropamos con el mullido edredón y él me tomó por la cintura, para atraerme más contra sí y abrazarme.

—Me gusta estar así contigo, Pelirroja.

Una sonrisita colonizó mis labios.

—A mí también.

Su respiración acompasada me golpeó la piel del cuello un rato y, atípicamente, volví a quedarme dormida.

Desperté por un ligero pitido dos horas después. Miré el reloj que sonaba en la mesa de noche, que Diego apagó. Eran las cinco y media de la mañana.

—Sigue durmiendo, Gatita —susurró a mi oído y, tras besarme el cabello con cariño, se levantó de la cama, para irse al baño.

Cerré los párpados, muerta del sueño y le hice caso. Una hora después abrí los ojos al escuchar ruido y lo miré, aún adormilada, mientras se desvestía frente al armario. Me gustó observarlo sin que se percatara. Diego tenía la espalda ancha, era de poca cintura. Con solo los calzoncillos puestos le miré el poquito trasero que poseía, era modesto; pero bonito, parecían dos pancitos de hamburguesa.

Se puso un par de shorts, una camiseta y volvió a marcharse al terminar. La escena se repitió de nuevo a las ocho de la mañana. Solo que esa vez venía en toalla. Giró a mirarme, así que cerré los ojos, para simular estar dormida. Cuando los volví a abrir, se estaba terminando de poner la ropa interior, por lo que vislumbré un poquito de su traserito interesante a la vez que ahogaba una risita contra la almohada.

Se vistió con unos jeans y una camisa blanca deportiva a la que ajustó las mangas hasta los codos. Luego se fue al baño y regresó unos minutos después, ya peinado.

—Gatita. —Pretendí continuar dormida—. Despierta, Máxima. Ya es de mañana.

Abrí los párpados fastidiada.

—No es de mañana, apenas son las ocho de la madrugada, ven, duerme conmigo hasta que sea una hora decente.

Se rio y me dio besitos en el cuello. Olía de maravilla.

—Vamos, Gatita vaga.

—Miauuuu —dije de mala gana, cuando me abrió el edredón, para sacarme de mi deliciosa crisálida tibia.

Lo empujé a la cama y le eché la pierna encima, para abrazarlo. Tenía mucho sueño.

—Shhhh, duérmete.

—Ojalá pudiera, tengo que trabajar. Recuerda que perdí veinte mil litros de leche.

—Aummms —me quejé, pero finalmente me incorporé en la cama.

Tras vestirme y ponerme mi suéter, él me entregó un cuenco con algo viscoso adentro.

—Vamos, te lo comes en el camino.

—¿Qué es esto?

—Avena.

—Ay, Dios... Esto es una pesadilla, levantarme temprano y comer avena, qué sigue ¿qué cancelen The originals?

—No seas quejona, Máxima. Son las ocho de la mañana, una hora normal para estar levantada. ¿Cómo vas a hacer cuando trabajes?

—Cimi vis i hicir ciindi tribijis —me quejé saliendo del apartamento.

Diego me nalgueó, lo que me hizo dar un respingo y cuando fui a replicarle me pegó un besazo en toda norma, ahí, frente al ascensor. No sé por qué, pero me gustó sentirlo así, un poquito mandón.

—Comete la avena —dijo y tocó el botón de llamada.

Me llevé una cucharada a la boca.

—Mmm, esto no sabe a nada... Es como comer cartón.

—Es avena, ¿qué esperabas?

—Soy una mujer simple, me conformo con algún cereal dulce, de dudoso valor nutricional, con leche —Me llevé otra cucharada a la boca—. En realidad, no está tan mal... Es solo que no estoy acostumbrada. —Me acerqué y le di un besito en la mejilla—. Gracias, disculpa, es que cuando tengo sueño no soy gente. —Él sonrió dulce y me pregunté qué haría que esa sonrisita se le fuera del rostro—. Tomate el día con calma, ¿sí? No te estreses tanto. —Me miró desconcertado—. Por favor —insistí—, recuerda, el que estés estresado no soluciona los problemas en la empresa. Cuídate mucho.

—Haré el esfuerzo —dijo cuando salíamos del ascensor hacia el estacionamiento.

Diego condujo mientras me comía su avena. Pensé en que en realidad era un tipazo. Me despertaba con besos y mimos, me alimentaba y me llevaba a casa. Miré su mano que apretaba mi rodilla. Luego le estudié el semblante. Lucía unos lentes de sol, tipo aviador, que le sentaban muy bien.

Y mientras lo miraba, no podía dejar de pensar en esa conversación que había leído. Él estaba soltero y no había vuelto a mentirme. Analicé que había dormido toda la noche con él, lo había marcado... Todo apuntaba a que estábamos en una especie de relación amorosa.

«Santa mermelada... Estoy saliendo con mi profesor, soy un cliché andante», pensé.

—Lavaré esto, te lo regreso después —dije refiriéndome al cuenco vacío de avena cuando se estacionó frente a mi edificio.

—Es una cita —Sonrió.

—¿Me regalas cinco minutos de tu mañana para preguntarte algo?

—Para ti hasta diez.

Sonreí.

—Lo de ayer, ¿en serio estuvo bien? Digo... Que... Que hiciera que te corrieras así.

Diego miró al frente y tras un par de segundos, en donde pareció ponderar su respuesta, volvió a encararme.

—Sí... Ya te lo dije ayer. Habría preferido no correrme como un adolescente hormonal en mis pantalones, de verdad, te juro que suelo tener más autocontrol —Diego se sonrojó de una manera que lo hacía lucir hermoso. Me encantó—. Pero no, no me molestó. Era algo inevitable, me excitó mucho sentirte demandante.

«Mmm, interesante».

—O sea, que sí me quiero volver a sentar encima de ti de esa manera, ¿no habría problema?

Diego se rio afectado.

—No, no habría problema.

—Mmm —Le sonreí—. ¿Entonces todo está bien entre nosotros?

—Por mi parte sí. ¿Tú estás bien con lo que sucedió entre nosotros anoche? —preguntó acariciándome el cabello.

Asentí, mientras me mordía el labio y me acerqué a él.

Solo a ti te dejo tocarme en donde nadie más me ha tocado —dije contra su boca.

Deslicé mi mano sobre la suya, para entrelazar mis dedos con los suyos y él sonrió viéndose feliz, así que yo le devolví el gesto.

Decidí que, desde ese momento, confiaría en él. No sabía que nombre darle a lo que teníamos; aunque ese tipo de definiciones no me importaban mucho, solo quería estar con él, así que cerré los ojos y le dejé besarme.

FIN PRIMER LIBRO.


¿Qué les parece que Máxima decidiese darse una oportunidad con él?

Btw, si les ahoga algún comentario que no puedan dejar aquí por el tema de los spoilers, me lo pueden escribir al privado de Instagram.

Gracias por todos los comentarios y por todo el amorsh.

Nos vemos la próxima semana con el comienzo del segundo libro. 



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