Treinta y uno
Diego se estacionó frente a mi edificio y se giró a mirarme. Puso el brazo sobre el extremo de mi asiento y ladeó su cuerpo hacia mí. Le sonreí ampliamente y él tomó uno de los mechones que se deslizaba de mi moño alto para colocarlo detrás de mi oreja e hizo un movimiento de dedos que me generó un poco de cosquillas.
Se acercó para besarme con dulzura de lo más cariñoso y yo froté mi nariz contra la suya en un sutil jugueteo. Noté como se tensó de inmediato por lo que abrí los ojos para mirarlo. Estaba serio. Segundos después, sonrió.
—¿Te ha gustado nuestra pijamada?
¿Gustarme? No creía que esa fuera la palabra adecuada para describir lo que había experimentado el fin de semana a su lado. Él me había hecho sentir bien de muchas maneras. Todo había sido increíble.
—Me ha encantado —respondí risueña.
—Tal vez deberíamos repetirla todos los fines de semana.
—Me gusta cómo piensas. —Le di una mirada insinuante y le busqué la boca, solo que el beso apasionado que yo esperaba inspirarle se quedó flojo—. ¿Pasa algo? —pregunté interesada porque, justo antes de salir del apartamento, noté como se ponía todo raro y durante el trayecto había estado poco conversador. Se lo había achacado al cansancio, pero en ese momento, no me pareció factible, había algo más.
Diego se encogió de hombros, lo que acentuó en mí esa sensación de que algo iba mal, pero ¿qué? Habíamos rodado por nuestra suave alfombra haciendo el amor despacio hacía una hora. No comprendía que podía haber ido mal en tan poco tiempo. Me saqué el cinturón y gateé encima de la consola hasta llegar a él que me miró con el ceño apretado.
Lo ignoré y posicioné mis rodillas a los lados de sus caderas, para sentarme sobre él a horcajadas. Insistí en que me dijera qué ocurría, pero él negó con la cabeza, así que le jalé el cabello, para obligarlo a darme espacio y poder pasarle la lengua por el cuello. Diego resopló siseando y se dejó hacer.
—Sé un niño bueno y habla o de lo contrario te seguiré dando una lección.
—Entonces me porto peor —contestó con una sonrisita incitadora de mala gana.
—Dime qué pasa, por favor —dije seria, porque en realidad comenzaba a preocuparme.
Diego apoyó la cabeza contra el respaldo del asiento y exhaló ruidosamente, como si estuviese muy exasperado. Luego me miró y alzó una ceja.
—Dejaste el teléfono en la encimera de la cocina, te llegó un mensaje y no pude evitar mirar la pantalla... —Hizo una mueca de molestia—. Lo siento, sé que no debí haberlo leído.
—¿Un mensaje? ¿Y qué decía?
Diego volvió a suspirar y negó con la cabeza. Alargué el brazo hacia mi asiento, agarré mi bolso de mano y busqué en su inmensidad con apremio hasta encontrar mi teléfono que había guardado ahí, tras recogerlo de la encimera, sin siquiera revisarlo. Pulsé el botón lateral y leí el mensaje que se reflejaba en la pantalla sin desbloquear, era de Ramiro, solo que yo no lo había agendado todavía.
«Enfermera, déjame agradecerte el toque mágico de tus manos sanadoras con una cena, un almuerzo, un desayuno, lo que tú quieras, por favor».
Tras leer el mensaje miré a mi novio y entendí todo.
—¿Estás celoso y no pensabas decirme nada?
—¿Quién es? ¿Qué toque mágico de manos? —preguntó tajante.
—Bueno, es un amigo de Gabriel, el chico con el que sale Nat. Lo golpearon el sábado en la madrugada. Yo le curé la cara, pero él estaba demasiado borracho, casi ni se movía. Tenía todo el rostro lleno de sangre. Supongo que Gabriel le debió dar mi número. Me escribió esta mañana para agradecerme y yo ni siquiera le respondí, porque estábamos desayunando con tu papá. Eso es todo.
»No pienso salir con él ni nada por el estilo. —Diego entrecerró los ojos—. ¿No me crees?
—Te creo, solo que... De todas formas me fastidia bastante que algún imbécil te invite a salir.
Se rascó la nuca, mientras me miraba muy serio.
—No puedo hacer nada al respecto —le expliqué como él mismo había hecho conmigo, cuando le señalé que la profesora gustaba de él—. Yo solo le curé la cara, no he coqueteado con él de ninguna manera. —Diego exhaló ruidoso—. ¿Qué hacías revisando mi teléfono? —pregunté sin hacer mucho drama, porque moral para eso no tenía.
—No lo hice, el mensaje solo apareció en la pantalla y no pude evitar mirarlo.
Claro, claro, «no pudo evitarlo».
—Pues, si vuelve a ocurrir algo así, me lo dices de inmediato, nada de estar celoso sin hablarlo. —Asintió y lo tomé por el cuello para sostenerle la mirada—. ¿Crees que sería capaz de serte infiel? —pregunté seria y él permaneció en silencio, cuestión que me molestó un poco, eché la cabeza hacia atrás, e hice una mueca—. No lo sería, nunca te sería infiel.
—No creo que vayas a serlo, solo que me sorprendió mucho ese mensaje. Durante todo el trayecto no hice más que pensar en que debía haber una explicación lógica para este.
—Y te la acabo de dar.
—Te creo, en serio —respondió rotundo y me rodeó con sus brazos.
—Créeme, de este chico no tienes nada de qué preocuparte.
Diego asintió de nuevo y me miró con esos preciosos ojos grises, mientras su mano se colaba debajo de mi falda, para apretarme y atraerme más hacia sí. Levantó los bordes de mi ropa interior y me manoseó el trasero, haciendo surcos con los dedos en mi piel, como si quisiese calcular la densidad de cada glúteo.
—Solo tengo ojos para ti —insistí a la vez que le acariciaba el cabello.
No esperaba verlo así por tal tontería. Diego era un poco celoso, pero al menos era uno con el que se dialogaba y ya. No parecía entrar en crisis dementes.
—Eres tan bella.
Me besó con pasión, como si necesitase el contacto de mis labios con los suyos y yo lo atraje por el cuello, para comerle la boca con iguales ansias. Nuestras respiraciones se volvieron ruidosas y él se endureció entre mis muslos.
—No quiero ir a trabajar. —Me reí contra sus labios—. Bueno, —Miró su reloj—. Nos vemos en unas horas en la universidad.
—Hablando de eso. No voy a ir.
—¿No?
—No, los martes solo tengo clases de generación de potencias. Hoy tienes tu ritual de lo que yo solía llamar tortura. Vas a corregir los exámenes de los estudiantes con ellos. La verdad, prefiero quedarme aquí a dormir un rato. Me entregas mi examen luego. Además, no quiero estar ahí cuando mires a todos y les des una excusa boba del motivo por el que abandonas la docencia.
—De acuerdo, creo que es mejor así. —Se acercó a darme un beso, así estábamos, no nos cansábamos de besarnos—. ¿Nos vemos en la noche?
—¿Otra vez?
—Me gusta dormir contigo —dijo y me besó el cuello.
—A mí también me gusta dormir contigo, pero...
—No, sin peros —murmuró entre lamidas.
Joder...
—Quiero prepararme para la clase de mañana de control y llamar a mis padres...
—De acuerdo. Esperaré tus mensajes que me alegran el día —dijo libidinoso y yo reí apenada, mientras me tapaba el rostro.
—Sinvergüenza...
Negué con la cabeza, pues a mí me gustaba escribirle mensajes subidos de tono, pero él bastante que me daba cuerda.
—Recuerda que no podemos dejar a la alfombra tanto tiempo sin nuestra compañía, porque luego se siente sola...
—¿Y qué pasa, se deprime la pobre? —Me reí.
—No te burles de sus sentimientos. —Se rio también—. Mira, Gatita. —Sacó algo de su bolsillo—. Ten. —Me entregó un manojo de llaves—. Por si vuelves a sentir deseos de dormir conmigo en medio de la madrugada, como el sábado pasado, ahora me puedes visitar. Eres bienvenida a meterte en mi cama cuando gustes.
—¿Seguro?
Dudé en tomar las llaves. Llevábamos poco tiempo saliendo, tener las llaves de su apartamento se sentía como un paso importante.
—Si, esa es tu casa. —Su tono fue rotundo.
—Tenemos poco tiempo juntos...
—¿Y? Yo quiero que puedas dormir conmigo cuando quieras... Pero si no quieres las llaves, no tienes que tomarlas.
—No es eso, solo quería saber si estabas seguro.
—Lo estoy. Lo único que te pido es que no me causes un infarto en el proceso, me hablas, aunque esté dormido y me avisas de que llegaste.
—De acuerdo.
Me despedí entre besos, luego tomé mi bolso y bajé de la camioneta. Aún era temprano, sabía que Nat estaría por regresar pronto de clases y tenía mucho, mucho que contarle.
*****
Me pasé toda la tarde del miércoles en clases intentando mantenerme lo más enfocada posible y no escuchar esa voz paranoica que comenzaba a perpetuar alaridos en mi mente diciendo: «la gente lo sabe, sabe que tienes algo con el profesor Roca».
Sí alguien me miraba más de dos segundos me convencía de que era porque le daba la gana y no porque estuviese hablando sobre mí. La lógica me explicaba que, si Brenda no había mencionado nada al respecto era porque el chisme aún no era de dominio público. Existía la posibilidad de que la administración con tal de evitar que se comentara el incidente del baño, le hubiese pedido mucha discreción a sus empleados.
Sabía que debía contarle a mi amiga sobre Diego, pero en ese momento solo pensaba en salir lo más rápido posible de la universidad, para no hablar con mis compañeros de clases.
Llamé a Nat que me comentó que se encontraba en un boliche y me invitó a que la acompañara, por lo que no dudé en tomar en un taxi para hacerlo. Al llegar, descubrí que ya me habían apuntado a un equipo y que debía jugar.
Miré la pista, visualicé los bolos e hice los cálculos necesarios para hacer chuza con un certero movimiento. Claudia, que estaba con su grupo de amigos con los que asistió al colegio, pues ella sí era residente de la ciudad, llevaba el puntaje. No era la primera vez que salíamos con ellos, eran bastante agradables, aunque un poco herméticos para los desconocidos. Por lo general, me quedaba conversando con mi mejor amiga o con Fernando.
Clau me hizo una porra, yo estaba en su equipo, por lo que esperaba mucho de mí con ese tiro.
—Máxima es muy buena— le escuché decir a uno de sus amigos.
No obstante, ese día no era como si estuviese en la mejor forma. Aun así, me doble para lanzar la bola y sentí la tensión en el abdomen. Me dolía un poco. Me las ingenié para conseguir un spare y maldije entre dientes, pues eso significaba lanzar de nuevo para intentar tumbar los bolos restantes. Esperé mi segunda oportunidad y lancé lo mejor que pude, no obstante, cuando la bola ni siquiera los rozó, corrí a echarme en el sillón bajo la mirada de reproche de Clau y las risas de Fernando.
—Pero no ves que esta pobre muchacha no se puede ni doblar —le explicó mi amigo a Clau con tono gracioso—, hizo demasiado yoga el fin de semana.
—¿Yoga? —bromeó Nat—. Eso fue sexo duro y sin miramientos.
—Dale Nat, los de la última pista no escucharon —me quejé.
Fernando y mis amigas querían detalles acerca de la anatomía y las cualidades amatorias de mi novio que yo me negué a dar, porque no me daba la gana de contarles sobre eso, cuestión que no implicaba que ellos no fuesen a insistir. Fernando me preguntó las dimensiones del pene de Diego unas diez veces, mientras usaba analogías que incluyeron, salchichas de perros calientes, bananas, pepinos, entre otros objetos comestibles o no, de formas fálicas.
—¿Te corriste? —preguntó Clau entrecerrando los ojos.
—Ay... ¿Tienes una obsesión con saber eso o qué? —le respondí.
—No es eso, es solo curiosidad, porque fíjate, si me dices que ese tipo hizo que te corrieras con los dedos, con la boca y además con penetración, tendría que decirte que es tu deber tener hijos con ese hombre sí o sí y que solo sean varones. Se lo debes a la humanidad, esos genes tienen que trascender, reproducirse para hacer un mundo mejor —explicó entre risas.
—Babosa. Entonces reprodúcete tú con ese italiano, ¿no dijiste que hizo que te corrieras como nadie?
—Ya ese se reprodujo, pasó sus genes, no me necesita —bromeó—, anda, dime —insistió mientras miraba el tiro de uno de sus amigos y yo le daba un mordisco a mi hamburguesa.
—No... —respondí sin más.
—¿No? —preguntó Clau decepcionada.
—No. —Me encogí de hombros—. Pero no es como si lo necesitara.
—Ya va, breve inciso —dijo Nat—. Aún no.
—Sí, bueno, es que aún me molesta un poquito cuando tenemos sexo, ya cada vez es menos. Es una cuestión de capacidad versus volumen, aunque la última vez que lo hicimos estuvo muy, muuuuy bien.
—Lo sabía —exclamó Fernando golpeando la mesa—. ¡Tiene un salchichón! Exijo foto.
Escucharlo decir eso, con tanto entusiasmo, casi logró que me ahogase con un bocado, así que comenzó a darme palmadas en la espalda, mientras tosía y mis amigas morían de la risa.
—Yo no les pido fotos de los penes de los tipos con los que salen. —Me limpié la boca con una servilleta para recobrar la compostura.
—Aquí tienes varias. —Fernando sacó su teléfono—. De coños también tengo y de tetas. ¿Qué te provoca mirar? Dime para buscarlas en el chat, porque soy un tipo muy decente, nunca guardo una foto íntima en la galería de mi teléfono, ni digo a quien pertenece. El nude anónimo —declaró con suficiencia.
—Yo quiero ver —dijo Clau y se sentó a su lado—. Pero algo que sea artístico, para ver si le copio la pose.
—Pues si te muestro una foto de Diego no sería anónimo.
—Cierto, entonces acepto una descripción bien gráfica —comentó Fer—. Ves, yo me adapto.
Me reí un poco.
—No les prestes atención. —Nat colocó su brazo sobre mi hombro—. Así estaban con Gabo, luego se les pasó, aunque recuerda, si sientes la necesidad de describirle su pene a alguien, yo soy la persona más adecuada para eso —bromeó y yo negué con la cabeza.
—Loca del coño.
—Bueno, yo sí les diré que Antonio está muy, pero muy, pero muy bien. Me atrevo a decir que es bastante perfecto, el largo y el grosor adecuado, además de las habilidades generales. Legendario —dijo Clau que tuvo que salir disparada a tomar el puntaje de un nuevo tiro.
—Hola, preciosa —dijo Gabriel a mi espalda—. La mujer más bella —Se acercó a Nat y le estampó un beso en los labios.
—Hola —escuché decir a alguien al otro lado de mi rostro. Giré instintivamente sin imaginarme que estaría a escasos dos centímetros de mí. Ramiro con la cara amoratada sonrió, mientras me miraba los labios y luego, alzó la vista hacia mis ojos—. ¿Cómo está la enfermera más hermosa de todas?
Alcé una ceja, tanta confianza me extrañaba. Eché la cabeza hacia atrás, para alejarme de su cara y él tomó asiento a mi lado.
—Bien, para ti soy Máxima.
Le di un gran bocado a mi hamburguesa y la mostaza goteó y cayó en mi barbilla. Él me acercó una servilleta y yo la tomé por mera educación.
—¿No vas a decir nada de mi nueva imagen?
Tenía algunos moretones en la cara.
—Te ves horrible.
—Con que un público difícil hoy, ¿no? A ver, no te ríes de mis bromas y me contestaste los mensajes de la forma más seca imaginable, ¿hice algo mal?
—No, solo no quiero salir contigo. Tengo novio.
—¿Y? yo te invité a comer en agradecimiento ¿o es que tu novio te regaña si comes con otra persona? No me digas que es así de tóxico.
Rodé los ojos ante ese comentario tan nefasto de machito tarado.
—Tú coqueteas conmigo, no te hagas el bobo.
Lo miré de reojo con expresión de fatiga y luego, tomé un sorbo de mi Coca cola.
—Bueno, coquetear es parte de la vida. Cuando el macho gusta de una hembra, este comienza el ritual de apareamiento que conlleva cortejarla para llegar al acto sexual.
—Ya tengo con quien aparearme, gracias.
—Sí sabes que te puedes aparear con más de uno, ¿no? —dijo sarcástico con cierta sonrisa sugerente.
Tosí, porque casi me ahogaba de nuevo, esa vez, con el refresco. Ramiro se acercó a mí y me dio palmaditas en la espalda.
—Ya... —Lo detuve—. Estoy bien. —Hice una pausa—. ¿Te puedo hacer una pregunta? —Lo miré seria y Fernando levantó las cejas al oírme hablar. Luego se marchó a la pista porque era su turno de tirar.
—Sí, por supuesto —contestó Ramiro y se echó el cabello hacia atrás, pues lo llevaba suelto con mucho volumen.
—¿Por qué me invitas a salir? Ya te dije que no la primera vez y además, el fin de semana te agarraste a golpes con otro tipo por tu exnovia de la que sigues enamorado.
Hizo una mueca de confusión.
—Bueno, ya te expliqué porque te invité a salir, para agradecerte, si no quieres, ni modo, no soy ningún intenso fastidioso. Segundo, ¿quién te dijo que sigo enamorado de mi ex? —Hice una mueca al mirarlo, ¿en serio no se daba cuenta? Yo era la mejor amiga de la novia de su amigo, ¿no era obvio?—, Ok, ya entendí —Se rio—. Pues no es así, pero yo creo que la pregunta correcta es ¿y por qué no? Ella se coge al que era mi mejor amigo, ¿qué se supone que haga yo? ¿Guardarle luto a una chica que no era ni siquiera tan importante en mi vida?
—¿Si no era tan importante por qué agarrarte a golpes con él?
—¿Emoción del momento? —respondió sarcástico y volvió a peinarse el cabello con los dedos. Le llegaba a la altura de los hombros, me recordaba al Ricky Martin de los noventas.
—No sé, no creo que sea prudente que me invites a salir a mí o cualquier otra persona. Deberías tomarte la vida con calma. Permitirte obtener cierta perspectiva sobre lo sucedido y de lo que quieres o no de una relación. Reflexionar, reparar tu corazón roto. Porque, o sea, ¿qué le puedes ofrecer a la persona que salga contigo ahora si tú sigues pensando en otra?
—Mmm, bueno. —Miró hacia arriba, incrédulo—. Está coqueto eso de reparar tu corazón roto, muy lindo, Max —agregó irónico meneando la cabeza a los lados, mientras entrecerraba los ojos, luego, me dio una gran sonrisa—. Supongo que eso tendría sentido si yo estuviese buscando enamorarme, pero no es así. Si algo me quedó claro con todo esto es que el amor a veces no más te lo inventas tú solo, estoy siendo optimista, al menos no estoy diciendo que no existe que es lo que en realidad creo. De lo que sí estoy muy seguro es que las relaciones de pareja pueden llegar a ser una mierda. —Me sostuvo la mirada—. Por el momento, me provoca es salir a divertirme o invitar a chicas que me curan la cara a comer para agradecerles su gentileza.
—Dices todo eso porque estás dolido, por eso necesitas procesar tus sentimientos, pasar tiempo a solas. Si empiezas a saltar de cama en cama, dudo mucho que puedas reflexionar sobre lo que sientes.
—Mmm, lamento darte esta mala noticia. Mira que ni siquiera nos conocemos tanto como para entregarte este pedazo de sabiduría, esta revelación. Pero entérate que la vida no tiene ningún significado profundo. El amor es algo que sentimos un rato o eso imaginamos, de resto, todo es excitación y ganas de aparearnos. Nos empeñamos en querer creer que puedes hacer pareja con alguien, encontrar en una persona todo lo necesario para la felicidad y eso no es más que una sarta de sandeces que aprendimos con la televisión. Todo es mentira.
»Me parece absurdo quedarme a comulgar conmigo mismo, mientras enloquezco un poquito por la depresión y la soledad. Prefiero salir a divertirme con quien desee hacerlo también. —Tomó una de mis papas fritas y se la llevó a la boca—. Contigo me gustaría divertirme, pero si no quieres. —Hizo una mueca—. Ni me agrieto ni me agito por eso, ya vendrá otra chica, aunque admito que tú me gustas bastante. Desde que te vi ese día que jugamos ping pong me provocó invitarte a salir, pero tranquila, no pasa nada, ¿amigos? —Me ofreció su mano.
—Amigos —Le estreché la mano—. De todas formas, creo que deberías tomarte la vida con calma.
—Con calma me la estoy tomando, ¿no ves lo relajado que estoy? —Dejó caer la espalda contra el respaldo del sillón de la cabina en la que estábamos y llamó a un camarero para pedir una cerveza—. Otra lección de vida no solicitada, Enfermera, Buda dijo: «el dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional». Lo siento, pero paso de sufrir crisis existenciales porque mi mejor amigo se cogió a la que era mi novia.
—Espera, esto no tiene sentido. A mí me acabas de decir que me puedo aparear con más de uno, pero ella lo hizo y fue un problema. Tienes una doble moral bastante destacable.
—Ella y yo no éramos, estrictamente, exclusivos, a mí eso me da fatiga, sobre todo porque viajo mucho por trabajo. La traición no fue de ella... Fue de él. Mi mejor amigo desde hace años, estaba teniendo una especie de ¿romance con ella? No sé qué coño tienen, me da igual. A ver cuánto les dura. El tema es que él y yo teníamos como norma nunca acostarnos con la chica de otro. Lealtad de amigos ante todo, por eso lo golpeé, no por ella.
—Lo siento.
Me llevé el último trozo de hamburguesa a la boca.
—No, no lo sientas. Fue mejor así, amigos desleales no necesito y novias falsas, menos. Literalmente se pudo haber acostado con cualquiera, cogerse a mi mejor amigo a mis espaldas es imperdonable. Es como si te empezaras a acostar con Gabriel, puedes preguntárselo a Nat, le dolerías más tú que él.
Mi teléfono vibró sobre la mesa. Era un mensaje de mi novio.
«Te extraño».
—Niko —leyó Ramiro—. Te extraño —dijo con intensidad, cuestión que me hizo reír—. Supongo que este es el macho con el que te apareas.
Ramiro se pasó la lengua por el corte que tenía en el labio distraídamente.
—No seas metiche y sí, solo que no se llama Nico, se llama...
—¿Parezco alguien a quien le interesaría saber cómo se llama tu novio? —me interrumpió y me guiñó el ojo.
—Que odioso.
El mesero le entregó su cerveza y él le dio un buen sorbo.
—No quiero saber nada de él, ya lo detesto por ser la competencia, no necesito tener más razones.
Me reí de aquello. Él estaba loco.
—Creo que deberías ir a terapia.
—En mi casa ir a terapia es como respirar, mi mamá me ha hecho ir media vida al psicólogo a hablar de mis sentimientos. Si hay algo que ya no quiero en mi maldita existencia es tener que hablar de cómo me siento. Hablemos no sé... De política, de religión, de sexo, hablar de sentimientos me aburre. Busquemos mejores soluciones para salvar a la vaquita marina o de que me da tristeza comer puerco, pero la tocineta sabe a gloria. Hablemos de asuntos importantes, por favor —le dio un sorbo a su cerveza.
—No puedo contigo. ¿En serio estás bien?
—Sí, ¿no me ves sonreír? —Me mostró todos los dientes de forma graciosa, como si fuera un perro—. En realidad estoy super deprimido, pero mira, me rehuso a dejar que el vulgar sentimiento de fracaso crezca en mí.
Ramiro era raro, decía que no quería hablar de sentimientos, sin embargo, lo hacía tan fácil, tan rápido. Se exponía sin problemas y me dejaba ver las capas de adentro. Podía decírselo, hacerle esa observación, no obstante, pensé en que si lo hacía era probable que al percatarse de eso se cerrara y me parecía que le caía bien la conversación, así que le llevé la corriente, para que se desahogara un poco.
—¿Fracaso? Explícame eso.
Tomé mi teléfono y tecleé con rapidez.
«Yo te extraño más».
—Sí, el fracaso amoroso por partida doble, porque confiaba mucho en mi amigo y bueno, no te lo niego, ella me gustaba un montón. El problema es que cuando se fracasa en el amor, crees que la culpa es tuya, aunque sepas que no es así, como es mi caso. Pero igual siempre está ese maldito sentimiento pudriéndote por dentro. Y no quiero, me niego, porque yo fui el mejor de los amigos, y con ella también fui bueno. Pudieron decírmelo, pudieron afrontarlo. —Hizo una pausa—. No tenían que verme la cara de imbécil. Me rehusó también a torturarme con el pensamiento de cuantas veces cogieron a mis espaldas o insultarme a mí mismo por ser tan pendejo. No, que se vayan a la mierda.
—¿Ella qué te dijo? O sea, si se puede saber...
—Que se sintió atraída por él y que no quería lastimarme y por eso siguió conmigo para distanciarse de mí lentamente, pues creyó que en algún punto me aburriría mucho, la dejaría y luego él podría decirme que quería algo con ella. —Hice una mueca de dolor, aquello se me hacía terrible—. Ay, no Enfermera, te dije que habláramos de algo más importante, no estas cabronerías. ¿Qué hiciste hoy?
—Es normal que estés triste, también que quieras hablar de lo sucedido...
—Hay un proverbio francés que dice: entre la calamidad y la catástrofe, siempre hay espacio para una copa de vino. Prefiero ese espacio. —Alzó el vaso de su cerveza y luego se lo llevó a los labios para tomar un sorbo—. Insisto, hablar de estas mierdas no mejora mi vida. Porqué más bien no me dices, por qué tu novio no está aquí, para evitar que alguien como yo, te mire como te miro —dijo y adoptó un semblante seductor que me hizo rodar los ojos hacia arriba.
—Ramiro, ve a ponerte unos zapatos para que juegues —le pidió Clau—. Tú también, Gabo.
—Voy —contestó Ramiro que se hizo un moño con mucho estilo, luego me robó otra papa y me guiñó el ojo antes de irse.
—Yo a ese le doy por todos lados —soltó Fer cuando se sentó a mi lado—, incluso así con la cara amoratada.
—Tú le quieres dar a todo lo que se mueva, Fer.
—¿Sabes que me gusta de él? —Ignoró mi comentario—. Que tiene buenas piernas, porque a mí las patas de pollo me quitan las ganas de todo.
Mi amigo miró a Ramiro que caminaba con Gabo en dirección contraria a nosotros, a buscar unos zapatos para jugar. Llevaba una camiseta tipo polo blanca y unos pantalones cortos color gris oscuro que dejaban ver unas piernas largas con bonitas pantorrillas.
—Y tiene un abdomen pfff... —dijo Nat al darse cuenta de quien hablábamos—. ¿Verdad, Max?, que Ramiro tiene un abdomen de tabla para lavar.
—Uy, sí —admití, pues al César lo que era del César.
Yo vi unas fotos suyas que le tomó Gabo para una marca de trajes de baño y hey... —Nat hizo una mueca con el rostro de exagerada aprobación—. Pero este tipo seguramente es hetero, Fer, ni malgastes tu tiempo.
—Que aburrido —contestó mi amigo que me abrazó y me estampó un beso en la mejilla.
—Diego también tiene buenas pantorrillas —dije con una sonrisita graciosa.
—Esoooo —dijo Fer—. Por un mundo sin patas de pollo —brindó conmigo chocando su cerveza con mi Coca cola.
«Estoy un poco cansado, creo que me doy una ducha y me duermo. Quiero verte mañana sin falta, ya son demasiados días sin vernos».
«Solo ha pasado un día sin vernos, uno solo, no seas exagerado y sí, mañana nos vemos, profesor Roca».
«No me digas así, Gatita, ya no soy tu profesor. En realidad, siempre he odiado que me digas así. Yo quiero ser solo Leo o Diego, o como te dé la gana de llamarme».
«Ok, mañana te como a besos y al señor twinkie» escribí y agregué unos iconos de unas caritas riendo que él me regresó.
«El señor twinkie espera sus besos con ansias».
—¿Cómo me veo? —preguntó Ramiro y empezó a hacer payasadas con los zapatos de bowling. Luego caminó en dirección a Claudia.
—Mejor no te digo lo que estoy pensando —comentó Fer con su acostumbrado sabroseo alegre—. Buuuueno, yo me largo que he quedado con un chico.
—Oye, ¿me puedes llevar a casa de mi novio? —solté de repente.
—Mmm sí, vamos.
Recogí mi bolso, rebusqué en su inmensidad y en efecto, tenía conmigo las llaves del apartamento de Diego. Lo extrañaba mucho, también se me antojaba dormir con él, así que me despedí de todo el mundo.
—¿Se van? —preguntó Clau—. ¿Y el juego?
Fer y yo nos encogimos de hombros.
—Enfermera ¿me abandonas golpeado y aburrido? —soltó de lo más dramático Ramiro y yo asentí. Oírlo así me hizo gracia. No se rendía, aunque al menos no resultaba molesto o intenso—. No te vayas, te necesito para que me des suerte.
—Lo siento, voy a aparearme. —Le guiñé un ojo.
Me despedí del resto de mis amigos con la mano y tras quitarme los zapatos de bowling me fui con Fer.
Opiniones sobre Ramiro. (Sobre el personaje, no comparaciones con Diego jajaja)
Insertar comentarios aquí para darme felicidad
#ComentenCoño.
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