Treinta y seis, segunda parte
—Cuando estoy contigo me gusta que todo esté bien, no quiero hablar temas complicados del pasado.
—El problema es que me haces sentir un poquito marginada, ¿sabes? —dije en tono sosegado porque tampoco tenía ganas de discutir.
Diego me miró y estiró la mano para acariciarme la mejilla con dulzura. Se incorporó un poco y me atrajo hacia sí. Luego, rozó sus labios contra los míos para darme una serie de besos amables que me calmaron de inmediato.
—No sé por qué dices eso, ¿cuándo no hemos hablado? Primero como amigos, ahora como novios.
—No me manipules así, no soy tonta —solté sin más en un tono un poco abrupto.
—¿Manipularte? —Me miró ofendido, triste y quise retractarme, pero no lo hice, pues, ciertamente, a veces me sentía así—. ¿En serio es necesario para nuestra relación que hable de que mis padres se divorciaron, porque mi papá resultó ser gay? —preguntó entornando los ojos.
Diego suspiró y quiso incorporarse, no obstante, no le deje.
—Está bien.
Comencé a acariciarle el cabello de nuevo.
—No quiero que te sientas así, Max, pero hay partes de mi vida de las que no deseo hablar porque no quiero recordarlas. Sobre todo, cuando estoy contigo, porque es cuando estoy mejor, estoy feliz, ya te lo he dicho.
Asentí. Supuse que para mí era muy fácil contarle de mí, pues venía de un entorno familiar muy regular: Un papá sobreprotector, una mamá cariñosa, un hermano mayor fastidioso. Diego, por otro lado, había vivido momentos difíciles. Su madre estaba muerta y sabía que eso era algo que lo afligía muchísimo, por lo que evité ese tema también. Todo apuntaba a que tendría que entender su situación y esperar que con el tiempo decidiese abrirse, a fin de cuentas, apenas teníamos un poco más de un mes saliendo. Me recordé una vez más que no todo el mundo era dado a hablar de su vida a la primera.
—Solo quiero que entiendas que cuentas conmigo, no soy ninguna chica impresionable, puedes hablarme de lo que sea —dije valerosa mirándolo con toda la honestidad que pude reunir—. No me gusta verte decaído, así que a petición tuya puedo evitar estos temas, pero que te quede claro que es algo que has decidido tú, yo no tendría problemas para hablar de cualquier circunstancia que te aflija. Como te dije aquella vez: No me trates como a una mascota con la que solo te entretienes.
Frunció el ceño, molesto.
—Maldita sea, Máxima, por favor, no vuelvas a decir eso nunca, de verdad. No sabes lo mal que me haces sentir cuando dices eso. No te veo de esa manera, nunca lo hice, te lo juro —dijo muy serio—. Y... No sé, ahora no... Ahora no quiero hablar de esas mierdas.
El semblante de mi novio era una mezcla entre lo que parecía ser hastío, melancolía y tristeza. Verlo de esa manera me producía una especie de sentimiento de culpa, no podría precisarlo, solo sabía que no deseaba que estuviese así, por lo que, irremediablemente, dejé ir el tema.
Diego se incorporó un poquito sobre su codo y me dedicó una mirada que inspiraba algo desconocido a la vez que me acariciaba la mejilla.
—Me gustas tanto.
Ansié contestarle que yo también lo quería mucho, porque me daba la impresión de que así era como nos lo decíamos, pero no lo hice.
En cierta forma me sentía un poco incapaz, deseaba ayudarlo a sanar cualquier herida que tuviese, aliviarlo de todo dolor o tristeza y no podía. Por lo que movida por la compasión, acepté que tendría que dejarlo seguir sus procesos a su ritmo. Me resigné a permanecer en la oscuridad, a no conocer mucho sobre él. Y sin saberlo, él selló aquel trato con el beso que me entregó segundos después. Me pareció que estaba lleno de un cariño sublime.
La verdad era que me intrigaban muchas situaciones, pero ya había entendido que me resultaba intolerable estar sin él y no quería alejarlo por insistir en que se abriera a cuestiones para las que no se encontraba listo.
Diego era mi pulsión de vida. Así de rápido me había atrapado la necesidad de quererlo. Había sucumbido a la forma en que su lengua humedecía mis labios, sus ojos grises se entornaban cuando se metía entre mis piernas, sus manos se arrastraban por mi piel y su cuerpo encajaba tan bien con el mío. Era esa atracción cerebral, la forma en que conversábamos, que reíamos, que compartíamos nuestros deseos sin tapujos.
Y aunque tenía todo eso claro, fue inevitable sentir de nuevo esa ambivalencia que me jodía. Me dividía entre sentirme un poco desvalida por entregarme así a él y al mismo tiempo segura, pues eso era lo que conseguía su aliento en mi cuello, hacerme entender que no había otro lugar en el mundo en el cual quisiera estar que ese en donde pudiésemos gravitar uno alrededor del otro.
Él volvió a recostarse en mi regazo y yo le acaricié el cabello por un buen rato. Le tomé algunas fotos mientras estaba adormilado, era una pena no poder compartirlas en mis redes sociales por múltiples razones, entre esas mis padres.
Diego se quejó de que siempre le tomaba fotos al descuido y era cierto, ese fin de semana que habíamos pasado semidesnudos en su apartamento lo había retratado varias veces. Incluso algunas de las imágenes resultantes eran de índole erótico. Había una foto en especial que me gustaba mucho en la que solo vestía ropa interior y estaba en el balcón con el atardecer de fondo. El cielo se había pintado de rojo y él lo observaba, mientras se llevaba una taza de té a los labios. Toda una obra de arte.
Tras un rato, Diego subió a avisarle a su padre de que nos íbamos y este insistió en bajar a despedirse de mí. Se disculpó por Enrique que había preferido quedarse en cama y luego, me comentó que deseaba pagarme por aquella idea que le había dado para las coberturas a base de leche condensada.
Me explicó que les había facilitado una solución como lo habría hecho cualquier consultor externo, por lo que les parecía justo remunerarme. El señor Roca además quería que todo fuese legal, por lo que debería firmar la documentación pertinente.
Aquello me tomó desprevenida, sin embargo, le expliqué que esa había sido una charla informal, cuyo único propósito era ayudar a Leonardo. Solo eso, no quería ninguna retribución.
El papá de Diego insistió en que tenía que aceptar el pago y me aconsejó pensar en mi futuro, pues aquello podría servirme para pagarme parte de una maestría o cursos especializados.
—Acepta el dinero. Te lo ganaste.
Me dio mil vueltas y no pude evitar pensar que ya entendía de dónde había sacado su hijo aquella labia que, cuando quería, convencía a cualquiera. Miré a Diego y este asintió, por lo que no tuve más remedio que aceptar.
—Perfecto, dentro de unos días debes ir a la empresa a realizar el papeleo —dijo el señor Roca.
El teléfono de Diego sonó y me dijo que era Alma, por lo que se alejó un poquito para contestar.
—¿Qué tal todo con Leonardo? —preguntó el señor Roca y metió las manos en los bolsillos de su pantalón.
A pesar de estar enfermo el buen porte del padre de mi novio era innegable.
—Bien, todo bien.
Asintió viéndose pensativo.
—¿Lo quieres?
Aquello me tomó por sorpresa y lo miré descolocada. ¿Qué clase de pregunta era esa? ¡Su hijo y yo habíamos salido juntos si acaso un mes! Él lucía muy ávido de mi respuesta, pues noté como miraba de reojo hacia Diego. Era como si desease que este continuase al teléfono el tiempo suficiente para que yo pudiese responderle.
—Discúlpeme si le resulto un poco... No sé, ¿impertinente? —En realidad el impertinente era él, solo que decidí hacerme la tonta—. Pero ese día en la fábrica me dijo todo eso de querer ver a Leo siempre bien y ahora me pregunta esto... ¿Por qué? Él y yo tenemos muy poco tiempo juntos, ¿Le parezco mala para su hijo... o qué es lo que...
Suspiró de la misma manera en que hacía Diego.
—Apenas tienes veintiún años, no sé qué nivel de seriedad le estás dando a lo que tienes con mi hijo, pero él parece estar muy ilusionado contigo. Solo quiero saber si tú sientes lo mismo por él. Leonardo se merece una mujer que lo ame y lo cuide. Si considerara que eres mala para él no te lo estaría preguntando, porque no me interesaría tu respuesta —dijo adusto.
Whow.
Aquello me dejó perpleja. Pestañeé un par de veces ante la mirada seria del padre de Diego. Hacer ese tipo de preguntas no era normal, al menos no de esa manera en plan interrogatorio. ¿Qué le preocupaba? ¿Acaso a mi novio le había ocurrido algo malo en un pasado? ¿Había sido alguna mujer? ¿Qué coño sucedía?
Noté que Diego había terminado su llamada, por lo que antes de que se acercara más, miré al señor Roca, pues quería transmitirle la honestidad de mis palabras. Fue algo extraño, una emoción súbita muy fuerte que hizo que se me acelerara el ritmo cardíaco, por primera vez lo verbalizaría en voz alta y aunque no se lo estaba diciendo a mi novio, no pude evitar sentirme un poco turbada por pronunciar aquellas palabras:
—Sí, sí lo quiero. Muchísimo.
El señor Roca asintió y me dio una pequeñísima sonrisa. Era a todas luces un padre ¿preocupado?
Mi novio se acercó para despedirse de él con un abrazo y este lo besó en la mejilla. Sí, era un padre enamorado de su hijo. Lo quería mucho, de eso jamás nadie osaría dudar.
Al entrar en la camioneta mi actividad cerebral era elevada, intentaba entender algo de lo que ni siquiera podía hacer suposiciones, pues no tenía suficiente información.
—¿De qué hablabas con mi papá?
—De las coberturas.
Tomé mi teléfono para agendar el número que el señor Roca me había dado. Él no podría ir al evento en la capital por estar enfermo, por lo que me pidió que tomara fotos de lo que encontrase interesante y se las enviara.
—Qué bueno que le caes bien a mi papá —dijo mirándome de reojo.
—Es que soy encantadora —bromeé—. De todas formas, me dijiste que te daba igual si le caía mal —solté para saber qué diría mi novio al respecto.
—Sí, bueno, pero es infinitamente mejor así, es genial de hecho.
Tomó mi mano y se la llevó a la boca para besármela. Yo no dije nada más, me hice la desentendida, no obstante, dos más dos sumaban siempre cuatro. No había que ser un genio para figurarse que al padre de Diego le caía mal su exnovia, porque le había hecho algo a su precioso hijo.
Nos fuimos a almorzar algo rápido, porque tenía una clase que tomar a la una de la tarde, sin embargo, cuando arribamos al apartamento ya eran la una y media. No le di mayor importancia al asunto, pues era la materia de inglés, nada que no dominara.
—Tengo que irme a trabajar —dijo tras entrar al estacionamiento—, pero necesito una dosis de besos de mi novia.
Me saqué el cinturón de seguridad, gateé hasta él y me senté en sus piernas a horcajadas. Le quite los lentes de sol para luego acariciarle el rostro con suaves caricias. Él cerró los ojos y me dio una leve sonrisa de labios rosas que recorrí con la punta de la lengua. Los entreabrió casi de inmediato y nos lamimos despacio, le succioné ese apéndice carnoso, húmedo y tibio que tanto me gustaba de su anatomía, mientras sentía como algo se endurecía entre mis muslos.
—¿Te acuerdas de esa mañana que vine a verte antes de tu viaje y tenías puesto este mismo vestido? —Asentí mirándolo con fascinación—, ¿recuerdas que me preguntaste si seriamos de ese tipo de personas que lo harían aquí en la camioneta e hicimos muchas suposiciones al respecto? —Metió las manos debajo de mi falda con lentitud y yo asentí de nuevo, mientras veía como sus ojos brillaban con cierto matiz entre la ternura más pura y la lujuria más dura—. Bueno, creo que es momento de dejar de hacer suposiciones.
*****
Miré por la ventana del taxi el paisaje urbano que descubría conforme nos adentrábamos en la capital del país. Las aceras con su ritmo particular de peatones mucho más atestadas que las de nuestra ciudad, el tráfico vehicular también más denso y pesado. Noté un clima de fatiga general por la hora pico del final de la tarde, pues la gran mayoría de las personas retornaban a sus casas luego de un agitado día de trabajo. Comenzaba el fin de semana, así que supuse que muchos estarían ansiosos de llegar.
No estábamos solos, nos acompañaban empleados de la gerencia de las empresas, una mujer y un hombre bastante amables con los que Diego conversaba sobre las presentaciones que más le interesaba ver. Tal parecía que ese tipo de eventos servían más para conocer personas del medio, establecer contactos de negocios o descubrir las propuestas de compañías nuevas que para revisar novedades tecnológicas, pues los proveedores con los que ya habían trabajado los mantenían bastante al día.
Arribamos al hotel de una reconocida cadena y fui consciente de que lo primero que hizo mi novio, al bajar del taxi, fue tomarme de la mano. Nunca me había detenido a pensar en lo significativo que era tomarle la mano a alguien. Los niños lo hacían con sus padres en busca de guía y ellos, para conducirlos, protegerlos. En una relación el motivo era distinto, era por la necesidad de contacto. Las palmas se adherían una a la otra y los dedos se entrelazaban para encajar como un rompecabezas que se acoplaba a la perfección. También sucedía que era una declaración tácita de cariño: «Somos una pareja, nos cuidamos, nos acompañamos, estamos juntos».
Al llegar al lobby le indiqué a mi novio que llamaría a mi madre para saludarla. La estrategia era comunicarme lo suficiente con mis padres ese fin de semana, para contarles detalles de mi falso congreso y que así, no se antojaran ellos de llamarme a mí en momentos inoportunos. Además, para mi buena suerte, sabía que mi hermano se había ido de viaje a la montaña con sus amigos, por lo que podría andar a mis anchas por la ciudad que era inmensa, sin temor a toparme con él por error.
Nos separamos y yo caminé hacia el área de espera, mientras que Diego lo hizo a la recepción, para completar el registro. Estaba de pie, detrás de su empleada que había avanzado primero, cuando una mujer se acercó a saludarlo.
Mi mamá no me contestó el teléfono, así que me quedé ahí, a varios metros de distancia y miré la escena. Algo en la manera en que ella le hablaba me hizo prestar mucha atención.
La chica aparentaba tener la misma edad que Diego, tal vez unos pocos años más que él. Era medio bajita, contextura regular, de cabello color castaño largo muy liso con reflejos rubios que llevaba recogido en una coleta sin gracia alguna. Montura de anteojos grandes de pasta azul rey que acomodó en su tabique nasal en lo que me pareció un gesto de nervios. Vestía un pantalón gris y una camisa blanca y tenía el saco doblado sobre el brazo. Se veía un poco cansada o algo así, no podía precisarlo.
Tuve la impresión de que mi novio estaba incómodo y no sabía cómo saludarla, mientras que ella, por otro lado, quiso ser efusiva y abrazarlo. Al final fue como si acordasen hacerlo con un beso en la mejilla.
Ella se puso de puntillas y estiró el brazo para tocarle el cabello de manera afectuosa, a la vez que le hablaba como si le estuviese preguntando algo al respecto. Tal vez lo recordaba con el pelo largo y desordenado. Tuve la impresión de que a Diego le había incomodado un poco que lo tocase, pero no se apartó, solo miró al suelo unos segundos y luego levantó el rostro para hablarle. Ella encogió los hombros en reacción a lo que él le decía y después le colocó la mano en el brazo en lo que me pareció era un gesto cariñoso.
Ella le contestó como si le estuviese explicando algo y él asintió. Ella le sonrió ampliamente, lucía feliz de verlo, él en cambio, no se veía tan entusiasmado. La chica sacó su teléfono y leyó la pantalla. Él asintió de nuevo.
Justo en ese momento, el mío vibró en mi mano y me distrajo. No tuve más opción que tomar la llamada, mientras me preguntaba: ¿Quién era esa chica?
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